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Número 515-516

Serie LI

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Fuego y Raya 5

El Consejo de Estudios Hispánicos Felipe II, como es sabido de nuestros lectores, lanzó en abril de 2010 una nueva publicación, Fuego y Raya. Revista semestral hispanoamericana de historia y política. El fuego de Cortés al quemar las naves (aunque en realidad fuera vararlas, el efecto es el mismo) y la raya trazada en el suelo por Pizarro marcando un destino. Con este número 5 se cumple un primer objetivo. Pues aun con cierto desfase (en el cumplimiento de los tiempos) se han salvado los primeros momentos de la vida, lo que en el caso de las revistas que no gozan de sostén oficial estatal o eclesiástico es siempre delicado. Parece hallarse, pues, camino de desarrollarse y, quiera Dios, consolidarse. Pues hace falta un altavoz del pensamiento tradicional hispánico, libre de contaminaciones nacionalistas (y de otras que suelen acompañar inexorablemente a éstas) y dispuesto a reflexionar problemáticamente sobre nuestro pasado y, más aún, sobre nuestro presente y porvenir.

Los cuadernos que en algunos números han agrupado la parte central de su contenido han sido dedicados a los realistas indianos en las guerras de secesión, a los prototipos del caballero cristiano en tierras americanas y a indígenas e indigenismos. Sólo el número 2 careció de dossier. Pero muchos otros artículos han enriquecido sus páginas: la resistencia popular napolitana al liberalismo conocida como brigantaggio, el fundamento de la monarquía y su conexión con la legitimidad, el Carlismo en el Río de la Plata, el liberalismo conservador en la Argentina o la literatura de los jesuitas expulsados de América. Textos y documentos se han añadido a lo anterior. Junto con una sección de crónica de las actividades del Consejo cada dos números y una rica información bibliográfica. En cuanto a los colaboradores que Juan Fernando Segovia, nuestro querido amigo mendocino, y José Díaz Nieva, nuestro destacado colaborador gallego, respectivamente director y secretario de redacción de Fuego y Raya, han convocado a sus páginas tenemos Giovanni Turco, Cristián Garay, Manolo González, Miguel Ayuso, Sergio Martínez Baeza, Elena Calderón, Danilo Castellano, José Antonio Ullate, Eduardo Andrades, José Luis Arreguín o Luis Corsi Otálora, entre otros. Autores argentinos, chilenos, peruanos, mejicanos, colombianos y napolitanos más los peninsulares. Profesores e investigadores libres que no han temido arrostrar las iras de la cultura oficial liberal o de la parasitaria nacionalista.

En este número 5 que ha aparecido a fines de abril de 2013 el tema central tiene que ver por primera vez con una figura de la historia cultural, española por más señas, la de don Marcelino Menéndez Pelayo, a quien se trata con piedad, con reconocimiento de su grandeza, al tiempo que se registran sus limitaciones, producto de un cierto eclecticismo y del alejamiento progresivo de la tradición política española. El Consejo Felipe II, que propició en diciembre de 2012 un seminario en el bicentenario de su muerte, ha recogido algunos de los materiales allí presentados en una revisión de lo más significativo de su obra: el canónigo Ángel David Rubio se las ve con la Historia de los heterodoxos, el profesor José Miguel Gambra con la polémica de La ciencia española y el ilustre escritor Juan Manuel de Prada con la Historia de las ideas estéticas y Los orígenes de la novela. La reflexión de Miguel Ayuso sobre el mendénezpelayismo político, que en su origen fue relación de clausura, se ha transformado aquí en el texto inaugural que acota el marco del estudio. Dos artículos preceden este dossier: el muy significativo del profesor colombiano Juan David Gómez sobre el cisma del Socorro en plena guerra de secesión en la Nueva Granada, donde se evidencia el deseo de instrumentalizar a la Iglesia, por otra parte combatida, y el del investigador mallorquín José Manuel Díaz, titulado «La pintura de la letra», sobre El Greco. Dos obituarios, de dos inolvidables amigos mendocinos, Rubén Calderón Bouchet, maestro del tradicionalismo criollo, y Dardo Pérez Guillou, uno de los representantes más templados del liberalismo conservador. El director, Juan Fernando Segovia, discípulo de ambos, perfila sus trayectorias con competencia y cariño. Las informaciones bibliográficas, como de costumbre, no defraudan. En particular, la nota de José Antonio Ullate sobre la Elegía criolla estampada por el investigador radicado en Méjico Tomás Pérez Vejo.

Nos consta que los números 6 y 7, en preparación, van a tratar sobre la democracia cristiana en el mundo hispanoamericano. Es claro que un estudio de esta naturaleza requiere de unos sólidos presupuestos doctrinales y de un encuadramiento del fenómeno en el seno de la historia del catolicismo social y del liberalismo católico. Particularmente, en sus fuentes francesas e italianas. Pero también en su experiencia española. Sin embargo, no resulta fácil el estudio de un asunto que presenta matices y pliegues variados. Confiamos en que, si no de una pieza definitiva (todo lo definitiva que puede ser la obra de los hombres sobre su quehacer en el tiempo), podamos disponer de unas líneas maestras a partir de las que afrontar en el futuro monográficamente la cuestión en los distintos países. Así pues, quedamos a la espera de las próximas entregas de Fuego y Raya, que estamos seguros supondrán su consagración como publicación de referencia en el seno de los estudios históricos, políticos y doctrinales hispanoamericanos. Pensamos que el profesor Elías de Tejada, inspirador mediato del Consejo Felipe II, y que dijo que la empresa de su vida era la indagación y reconstrucción de la tradición hispánica esparcida por todos los continentes, habría gozado al ver fructificar su semilla en tantas obras como el Consejo alienta y, muy particularmente, en esta de la revista Fuego y Raya. Igual que Pío XI, en Quas primas, recordó que instituía la fiesta de Cristo Rey pues el año litúrgico nos recuerda perennemente las verdades de la fe, más allá de los documentos en que se explaya, que quedan sepultados en su momento, podemos decir –si se nos permite– que una revista, cuando es orgánica, propone la doctrina de modo dinámico frente a los libros que inevitablemente deben quedar inmóviles en el tiempo.