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Número 517-518

Serie LI

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AA.VV., Ferdinandi liber amicorum

AA.VV., Ferdinandi liber amicorum, Madrid, s.d., 2013

Fernando Fernández (1939), directivo del BBVA, es conocido como un manager cultural en el seno de la Asociación de La Rábida (continuadora de la Universidad de verano que allí funcionó bajo la dirección del profesor Vicente Rodríguez Casado) y de AEDOS (Asociación para el Estudio de la Doctrina Social de la Iglesia). En las mismas, pero sobre todo en la última, Fernando Fernández ha desarrollado una amplia labor, más bien ecléctica, inserta en la línea «oficialista» de la Iglesia española, con amplio predominio del Opus Dei y abierta a otras corrientes. Numerosas publicaciones, algunas de calidad, y frecuentes seminarios (jurídicos, económicos, históricos, pedagógicos, antropológicos, etc.), algunos de interés, han llenado los últimos veinticinco años. Con motivo de estas bodas de plata de AEDOS, buena parte de quienes han participado en sus actividades han redactado unas líneas en homenaje de su fundador y constante impulsor: Rafael Gómez Pérez, José María de la Cuesta Rute, Jacinto Choza, Juan Arana, Andrés Ollero, Miguel Alfonso Martínez-Echevarría, Luis Núñez Ladeveze, Aquilino Polaino-Lorente, Dalmacio Negro, Rafael Alvira, José Gabaldón, Gaspar Ariño, Rafael Rubio de Urquía y José Andrés-Gallego, entre otros.

También nuestro director, Miguel Ayuso, amigo de Fernando Fernández, y que ha participado en ocasiones en las actividades de AEDOS. Como su texto es breve lo reproducimos a continuación. Lleva el título: «En España organizar es llorar»:

«En España no sólo escribir es llorar, como se lamentaba mi poco apreciado Larra. Y eso que se refería a los periódicos, que al menos dejan la satisfacción no digamos de la vanidad, dejémoslo en notoriedad. ¿Qué habría que decir de los libros, que los amigos de Fernando han escrito, ya que no a su dictado, a su impulso tenaz y constante? Y Fernando no sólo ha conseguido que se escribieran, sino que se publicaran. Que publicar no es menos lacrimógeno entre nosotros.

”Pero lo que verdaderamente es llorar en España es organizar, coordinar, impulsar. No me refiero sólo a dirigir, para lo que hay siempre algunos voluntarios, y decididos, ante la renuencia de los demás a ser dirigidos. Siempre caciques sin indios. Y profesores pedantes habituados a pontificar ante alumnos (cada vez más) silentes y, por el contrario, refractarios a vérselas con colegas que cuando no resultan también silentes son resueltamente vociferantes. Lo hago sobre todo a la labor mucho más abnegada de lograr que los demás ejecuten no lo que uno quiere, sino lo que ellos quieren. Más aún, que quieran lo que uno quiere y lo quieran, si no del mismo modo, de uno que no excluya a radice la colaboración.

”Ese tipo de managers, con perdón, no abundan entre nosotros. Ya que por lo general tal quehacer exige la inmolación, pues supone la renuncia en buena parte a desarrollar la propia obra en pro de la obra colectiva. En realidad es una forma de sacrificio por el bien común. Y bien alta. Como la política era, todavía para Pío XI, una forma excelsa de caridad: la caridad política. Pero el bien común, que ha sido fagocitado en ocasiones por el bien público (de la persona civitatis), con el consiguiente deterioro de la participación, hoy yace víctima del puro bien privado, al que se pretende deba someterse todo bien común, si es que alguno queda (que sí, que totalmente no puede desaparecer), puesto al servicio de las pulsiones individuales llamadas libertad de conciencia y libre desarrollo de la personalidad. Si hasta la doctrina social de la Iglesia, a la que Fernando ha dedicado lo mejor de su quehacer, parece haber «cosificado» cuando no «sobrenaturalizado» (es decir, des-naturalizado) el bien común. En resumen, que ora por castración, ora por sublimación falsaria, no hay manera de encontrar en la vida intelectual (y en este caso apostólica) a alguien que haga lo que ha hecho Fernando durante decenios. Y no sólo con eficacia, a la vista están las reuniones y las páginas en que se han objetivado, sino con profunda humanidad, teñida –por lo mismo– de generosidad y alegría.

”Entre los escritores es frecuente la broma de decir que el prólogo revela o la ambición de un novato o la generosidad de un consagrado. Hay algunos que no escribirían uno aunque les trasplantaran el corazón de San Martín de Porres. Pues bien, Fernando, que disfruta de una madurez bien sazonada, es un prologuista consumado. Vale».

Manuel ANAUT