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Número 541-542

Serie LIV

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Donoso Cortés y Blanc de Saint Bonnet

 

1. Dos espíritus de la misma familia intelectual

En el terreno político y social, Blanc de Saint Bonnet y Donoso Cortés se nos presentan como dos espíritus de la misma familia intelectual y de análogo estilo científico. Son filósofos en la acepción completa del vocablo y en el sentido elogioso del término. Filósofos realistas que buscan explicar al hombre y a las condiciones de su vida social a través del estudio de los rasgos de su naturaleza, en su integridad, que excluyen contentarse con unos cuantos para edificar sobre ellos cualquier teoría arbitraria. Filósofos preocupados por conseguir visiones generales y sintéticas; lejos de caer en el culto sistemático del análisis o de la técnica unilateral, ni de la superstición de la ciencia mecanizada, según la tendencia que tantos daños ha hecho y continúa haciendo entre los cultivadores contemporáneos de la teoría y del arte políticos, rehúsan detenerse en los detalles particulares y fragmentarios de las cuestiones consideradas, esforzándose siempre por volver a situar al individuo en su marco completo, deduciendo las vastas perspectivas inherentes al nuevo planteamiento. Rechazando los métodos en demasía estrechos de la medicina sintomática, se preocupan menos por descubrir y curar cualquier manifestación morbosa artificialmente aislada que por instaurar un tratamiento de conjunto que sane la causa primordial y devuelva al organismo entero su equilibrio y su vigor. A través de las ilusiones de los sofismas y de los equívocos con que tropiezan a cada paso, procuran desentrañar con paciencia el mal principal, al error madre de los errores, a aquel que explica a todos y cuya neutralización permitiría curarlos. Y, a pesar de ligeras diferencias de vocabulario, se hallan de acuerdo en la condena de lo que es esencialmente reprobable.

Sucede, incluso, que Blanc de Saint Bonnet reitera las opiniones de Donoso Cortés hasta en las mismas frases: «La demagogia, observó el marqués de Valdegamas, es una negación absoluta, la negación del gobierno en el orden político, la negación de la familia en el orden doméstico, la negación de la propiedad en el orden económico, la negación de Dios en el orden religioso, la negación del bien en el orden moral. La demagogia no es un mal, es el mal por excelencia, el crimen en su acepción más terrífica y lata». Simétricamente le hace eco Blanc de Saint Bonnet: «La revolución no es un mal, sino el mal; no es un error, es el error; no es una simple pasión, sino el orgullo de donde manan todas las pasiones. Es, como bien se vio ya, satánica en su esencia». Me complazco en subrayar la coincidencia cabal en pensamiento y lenguaje de estos dos nobles y sagaces escritores.

 

2. El influjo de Donoso sobre Blanc de Saint Bonnet

El cotejo pone de relieve la influencia ejercida por Donoso sobre mi insigne compatriota, aceptada deliberadamente por éste. Sin que de ahí quepa deducir la apresurada e inexacta consecuencia de que Blanc de Saint Bonnet quiso limitarse a representar en Francia el eco portavoz del sociólogo español. Ello supondría desconocer por completo el rigor mental y la originalidad del pensador de Lyon. Los lectores de sus libros espigan en ellos cosecha de notas personalísimas y muy útiles, todo un manojo de flores tan bellas como raras.

Los linderos estrechos de un artículo impiden bosquejar un esquema ni siquiera breve de la rica y majestuosa arquitectura que levantó, sobre todo en sus obras Restauration française y La légitimité. No obstante, para dar una idea de su estilo mental, quisiera llamar la atención sobre un extremo por él reputado vital, que sitúa en la base de su demostración entera y que constituye una de las claves de su sistema doctrinal. Hace un instante hice notar el puesto que asigna a la filosofía en la elaboración de la ciencia política. Es preciso añadir algo más. Pues fue profunda convicción de Blanc de Saint Bonnet que la política, para ser cabal y benéfica, no puede contentarse con apelar a la psicología, a la lógica y a la moral tan sólo, sino que debe anudarse íntimamente con la ontología y con la teología tomando de ellas su significación, orientación y carácter auténticos. A lo cual se debe que, en expresa reacción contra el ciego optimismo rousseauniano, por él definido como la teoría de la inmaculada concepción del hombre, proclame que el fundamento mismo de la anarquía revolucionaria y la causa esencial de todas las destrucciones de que la revolución es culpable, consiste en desconocer u olvidar el dogma y el hecho de la caída o, por decirlo en su lenguaje cristiano, la voluntad deliberada de prescindir de la presencia y de la acción constante del mal en el hombre.

 

3. La coincidencia de Revelación y Razón: las consecuencias políticas de la Caída

Puede ser que Revelación y Razón coincidan. Bien entendido que hablando de la razón en la acepción plena e imparcial de la palabra, pues la invocada por los filósofos revolucionarios no es más que falsedad contrahecha. Aquella Razón viene a corroborar el dogma de la Caída, mostrándonos por qué la casi totalidad de las teorías revolucionarias contemporáneas guardan la ponzoña de este veneno sutil: sentando por postulado la bondad originaria del hombre, desfiguran la verdadera noción del origen del hombre y de su naturaleza, suplantándole por otra imagen falsa, consagrada en la mayoría de las constituciones en vigor hoy y por éstas desenvuelta hasta sus peligrosas consecuencias nefastas, lanzando así a las comunidades políticas en el desorden, en la nebulosidad y en un abismo de negruras.

Restablézcase el dogma, escribía Blanc de Saint Bonnet, y la obscuridad se retirará, desvaneciéndose el terror ilusorio. Pues, entre las realidades morales o sociales, el hecho de la Caída es la más importante, la que más explica. Es fundamental. Empapa nuestras tradiciones. Ocupa toda la historia. Quien la desconozca nunca logrará una política real. Nos aclara el comportamiento total del hombre: «Los efectos de la caída constituyen el suelo sobre el que la humanidad se asienta y el campo donde grana la exquisita flor de la experiencia. De ella se deducen inmediatamente: el argumento de la fe, la noción de la libertad, la razón de la autoridad, la luz de la educación, la causa de toda legislación, el motivo de todo castigo, la raíz de todos los derechos adquiridos, la legitimidad de la propiedad, la de las aristocracias, la del poder hereditario, el punto de donde arranca toda práctica, la regla de la verdadera sabiduría, y el principio que da exactitud a las ciencias morales».

En suma, «la política ha nacido del Mal». El Mal, he ahí el problema. Será necesario resistirlo o rendirse a él, pero será forzoso tenerlo en cuenta. Sin la caída, sin el Mal original, todos los sistemas liberales y revolucionarios serían enteramente verdaderos. Pero, con la Caída, son rotundamente falsos. La idea del Mal basta para aniquilarlos tanto filosófica cuanto políticamente. Y esta idea, arguye Blanc de Saint Bonnet a sus adversarios, «no podemos despreciarla, bien que venga de la teología. Sin que eso sea apelar al misticismo. No digáis que la idea del Mal está demasiado lejos para llegar hasta la política», pues impregna la totalidad del orden moral, la entera conducta práctica y cotidiana del hombre. No se detiene en las premisas, ni posee solamente valor metafísico e histórico, sino que tiene asimismo interés actual. No ha sufrido el hombre únicamente las consecuencias directas del pecado original de Adán; caído en falible, agrega sin cesar a la falta inicial el veneno de su propia malicia; en cada instante que transcurre, abusa de nuevo de su libertad para cometer el mal y de la razón para sujetarla a sus pasiones y a sus vicios. «El hecho de la caída se renueva todos los días» y todos los días será preciso reparar sus efectos, preservándole [al hombre] de sus consecuencias, elevándole con los medios de que dispongamos, cueste lo que cueste, lo más cerca posible del estado de inocencia y de justicia de que cayó, y al estado de virtud que hubiera debido alcanzar primitivamente.

Así «el primer libro de la política» debería ser «un tratado de la caída, metafísica de aquella ciencia principal».

De la ignorancia o del desconocimiento de esta terrible verdad ontológica, teológica y experimental que es la existencia del Mal brotan, como de natural hontanar, la mayoría de las aberraciones psicológicas y morales que corrompen la doctrina política de la Revolución; en particular el liberalismo, yerro acerca de la libertad humana y destructor azote contemporáneo.