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Número 545-546

Serie LIV

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La cruz y el arado. Economía y reforma social según la Liga Distributista de Belloc, Chesterton y McNabb

 

CUADERNO: CUESTIONES ECONÓMICAS Y SOCIALES (IV)

1. Introducción

En el período de entreguerras, Hilaire Belloc, Gilbert K. Chesterton y el Padre Vincent McNabb, entre otros escritores y activistas, fundaron la Liga Distributista. Más que una escuela de doctrina económica en sentido estricto, el distributismo representó una crítica a las bases ideológicas liberales del capitalismo industrial y a los presupuestos materialistas y colectivistas del socialismo.

La Liga constituyó una entidad desde la cual se difundió un conjunto de ideas sobre el «buen orden» y además, desde donde se expuso un programa de reforma enraizado en los principios de la filosofía social católica. Es así que desde 1926 se sucedieron diversas iniciativas directamente inspiradas en esta corriente[1]: publicaciones periódicas y órganos de divulgación (The Cross and the Plough, Land for the People, Distributist), asociaciones de debate y activismo (Catholic Land Movement, Scottish Catholic Land Association, etc.), difundieron el ideario distributista por las islas Británicas, por regiones del Imperio (Canadá, Australia, etc.) y, desde la década de 1930, por los Estados Unidos de América, particularmente con la obra de Peter Maurin y Dorothy Day (The Catholic Worker Newspaper y el Catholic Worker Movement) y por la literatura de los agraristas sureños.

Para su reconstrucción histórica se aplica el enfoque de cuestiones relevantes, a fin de analizar el contexto temporal, identificar los antecedentes e individualizar tanto las obras y personajes como sus principios más significativos.

Se plantea que no obstante el distributismo en la práctica actuó como una estrategia para reconstruir la economía británica, los fundamentos de sus reflexiones son universales, tal como lo demuestra su repercusión por distintas latitudes y su vigencia en la actualidad.

 

2. Contexto histórico del distributismo

El período histórico en el cual surge el distributismo presenta gran complejidad para su reconstrucción, si se tienen en cuenta los problemas económicos de Inglaterra en la primera posguerra mundial y los cambios en la configuración del poder en el sistema internacional.

En el plano nacional, contemporáneamente al lanzamiento de la Liga Distributista, las islas Británicas eran campo de intensos antagonismos sociales. La causa primaria de la crisis económica hay que encontrarla, paradójicamente, en la orientación de los recursos productivos hacia el esfuerzo bélico. Con el fin de la Primera Guerra Mundial se produjo una desaceleración de la actividad económica y consiguientemente, una mayor recesión[2]. Aunado a ello, las erróneas políticas económicas, especialmente con la reintroducción del mecanismo gold standard en el ámbito monetario, profundizaron los índices de desempleo e incrementaron las fluctuaciones industriales. Una consecuencia inevitable fue la pérdida de productividad y de rentabilidad, lo que condujo a una retracción en las inversiones de capital, e inevitablemente, al cierre de empresas[3].

En el plano internacional, la situación se agravó progresivamente por los efectos combinados de la geopolítica internacional de las reparaciones de guerra contra Alemania, junto a la consolidación de la Rusia comunista y la debacle económica mundial iniciada con el crack financiero de Wall Street en 1929[4].

En suma, ya sea por factores internacionales o domésticos, desde 1920 puede advertirse un aumento de la conflictividad laboral en Inglaterra, sobre todo a partir de las disputas en el sector carbonífero. Pero, más allá de las diferencias al interior de la clase obrera, día a día las disputas industriales fueron creciendo en número y en extensión. Uno de los puntos destacados se dio en mayo de 1926, cuando los sectores productivos en crisis –principalmente astilleros navales, transporte, acero y minas de carbón– conformaron un frente común e impusieron el paro general[5]. En Irlanda, específicamente, los paros importantes fueron los de 1913, 1918 y 1920, en los cuales las demandas socio-económicas se mezclaban con los objetivos políticos. Más aún, el afán independentista basado en un nacionalismo legítimo se combinaba peligrosamente con métodos de insurrección urbana y con tendencias socialistas revolucionarias, de manera que desmembrar la integridad del imperio inglés era equivalente a derrocar al capitalismo.

Con estos factores presentes, el riesgo de transitar otra revolución de octubre era una posibilidad cierta para muchos países industrializados. En el ambiente flotaba el interrogante acerca de si Inglaterra sería el principal foco de este incendio, tal como Marx había profetizado.

 

3. Los hombres que sabían demasiado

En la primera generación de distributistas pueden distinguirse entre los que se habían nutrido de la enseñanza social de la Iglesia, de aquellos provenientes de otros ámbitos. Los principales referentes del mundo católico son Belloc, Chesterton y McNabb y del grupo de la línea no católica, se encuentra Arthur Penty, cercano al socialismo gremial.

 

Belloc y Chesterton como reformistas

Hilaire Belloc desarrolló una ingente labor como literato, ensayista político, biógrafo e historiador. Específicamente, contribuyó a elaborar las bases teóricas del distribucionismo con su trilogía[6]: El Estado servil, La restauración de la propiedad y Economía para Helena.

Para Belloc, el proceso histórico iniciado por la Reforma protestante resquebrajó la cristiandad formada por la Fe católica. La transformación espiritual trajo consigo la enfermedad social de la usura y la dominación del dinero. Una de las consecuencias últimas de esta reforma fue el establecimiento de la civilización industrial. El industrialismo, forjado en la falsa cosmovisión calvinista, suscitó una fuerte dependencia entre el hombre y la máquina en un nuevo entorno de competencia desleal. Esta perversión de orden intelectual y espiritual fue la justificación ideal para la concentración de la propiedad y de la riqueza en pocas manos. En suma, el capitalismo generó un retorno al mundo precristiano de la esclavitud por el estado servil. Frente a esta situación, la única posibilidad, según Belloc, es anular la ilusión del progreso y de la prosperidad, la cual paradójicamente, ha conducido a una crisis sin precedentes.

La restauración del orden de cosas pasaría por la ejecución de acciones convergentes, alineadas con la filosofía social católica[7]: a) implementar un impuesto progresivo; b) descentralizar la propiedad; c) impedir la proliferación de los monopolios mediante su control (especialmente del financiero); d) recuperar el organismo social basado en las corporaciones de oficio; y e) lograr una transformación del poder político –en Inglaterra del Parlamento– el que abiertamente se encuentra al servicio de los big trust.

Es ampliamente conocida la obra de Gilbert K. Chesterton como periodista, poeta, autor de relatos policiales, biógrafo y apologista. La sociedad que defendía Chesterton, recuerda Ward en su biografía[8], era la normal, la del sentido común. Por tal razón, era inevitable su enfrentamiento con el mundo moderno, constitutivamente insano y con su economía, destructiva e inhumana.

El distributismo de Chesterton se expresó mediante la palabra y la acción. Aunque su activismo social sea quizás la parte menos conocida de su vida, debe recordarse que fue el primer presidente de la Liga Distributista, cargo que ostentó hasta su muerte en 1936. De su pluma salieron muchos escritos orientados a esclarecer las razones profundas de los problemas sociales. En Utopía de usureros lanzó dardos contra la plutocracia, la avaricia y el materialismo como fenómenos sociales basados en una espiritualidad extraviada, que ya no reconoce el valor de la justicia ni de la verdadera caridad[9]. Posteriormente, durante la semana de Navidad de 1926, polemizó contra la política de nacimientos, afirmando que las directivas gubernamentales eran una exigencia del capitalismo industrial[10]. En Esbozo de sensatez[11], tal vez su más clara exposición distributista, al mismo tiempo que apuntó su crítica a las grandes empresas, expuso su ideal de orden social basado en la amplia difusión de la propiedad, especialmente de la rural y productiva.

En diversos escritos cuestionó las aparentes soluciones brindados por el socialismo y el comunismo a las inequidades de la economía de mercado y reflexionó sobre los efectos que tanto las estructuras monopólicas como el estado monolítico y centralizado generan sobre el hombre común. En todos sus ensayos, pero especialmente en el Esbozo de sensatez llevó adelante su defensa de la familia y de la comunidad conformada por los artesanos y los granjeros, los comerciantes y los pequeños productores, rechazando sin más las aparentes dicotomías brindadas por los sistemas ideológicos. De acuerdo a Barker[12], en su estudio sobre el rol del distributismo en la política británica, la visión del orden social de Chesterton se puede sintetizar en la frase: «ni estado ni individuo aislado, sí defensa de los grupos comunitarios y de los organismos intermedios de la sociedad».

Otros dos textos son significativos en el pensamiento de Chesterton puesto que reflejan su interés por estos temas previo al inicio de la Liga. El primero es su prólogo a la obra de Penty sobre el posindustrialismo[13], donde justifica la necesidad de volver al pasado para encontrar respuestas a la crisis moderna. Concluye que las propuestas reseñadas en el libro son más prácticas y realistas, y más adecuadas a la estructura histórica de Inglaterra, que las soluciones propuestas por la sociedad fabiana.

Su William Cobbett[14], biografía dedicada al símbolo reformista de la vieja Inglaterra del molino y del arado, es probablemente uno de sus mejores ensayos sobre la historia social de Inglaterra. Chesterton va más allá del personaje y centra su tema en el orden de la campiña previo a la industrialización en gran escala, mediante una reflexión sobre los efectos del progreso científico-tecnológico.

 

El legado de Nazareth y la restauración medieval

Las obras de Vincent McNabb, O.P.[15] revelan a un escritor que aúna la claridad argumentativa formada en la frecuentación del Aquinate, junto con una aplicación de la reflexión teológica a la realidad concreta de una comunidad histórica. Expresa que el componente clave es la propiedad de la tierra; con ésta, la vida familiar se vería fortalecida por la posibilidad de autoabastecimiento de los productos básicos y la consolidación de una economía comunitaria. Para el Padre Vincent, es impensable que la actividad económica no tenga fundamento en las verdades de la fe. Más aún, la economía doméstica debería ser el reflejo del orden de la Sagrada Familia de Nazareth.

Pero, el mundo contemporáneo, tan alejado del ritmo campesino se convierte en la tumba de cualquier intento de existencia profunda. La religión progresivamente terminaría desvirtuándose, y se apagaría su luz entre la niebla urbana y el ruido de las máquinas.

De la perspectiva del fraile dominico se desprende una reminiscencia de la antigua estructura social benedictina, la cual, confrontada con el padecimiento de los proletarios y de los labradores sin tierra productiva, volvía más visible la distancia entre el sistema industrial y el orden de la paz monástica. En este sentido, para MacNabb, trabajo agrícola y producción artesanal son dos dimensiones inseparables de la vida espiritual[16].

La centralidad de la vida rural evitaría, asimismo, las consecuencias que el flagelo de la desocupación acarrea: degradación moral, alcoholismo, pérdida de la dignidad, ausencia del jefe familiar, incluso emigración y desarraigo. Frente a esta realidad, el Fr. McNabb expresa (en la dedicatoria de su obra Nazareth or Social Chaos) que la aplicación de los principios sociales del Magisterio no es un extra opcional para los cristianos en el mundo; por el contrario, asumirlos implica –en una línea que recuerda el lema pontifical de San Pío X– el compromiso de la restauración de todas las cosas en Cristo, incluso de las temporales.

Arthur Penty, de su parte, publicó numerosas obras desde inicios del siglo XX sobre las corporaciones, sin embargo su escrito más específico sobre el distributismo fue el manifiesto[17], a modo de base ideológica común a las diversas vertientes del movimiento reformista. En este documento la discusión económica se precisa en los tópicos de la propiedad, el maquinismo, la moneda, las asociaciones gremiales, el estado, la agricultura y el autoabastecimiento y la cuestión fiscal.

La idea central se encuentra en la propiedad privada de los medios de producción, pero bajo un mecanismo que evite su concentración, como sucede en el capitalismo, o en las manos de la estructura burocrática y de planificación, tal como se da en el socialismo. Sin ingresar en un debate técnico sobre la novedad del distributismo, merece destacarse que Penty abandonó su pertenencia al National guilds movement, de carácter socialista, un año antes del lanzamiento de la Liga Distributista[18]. Más importante aún es que renunció a los objetivos revolucionarios de establecer industrias controladas y autogestionadas por los trabajadores. Aparentemente, también desechó las políticas de nacionalización, dado que esto implicaría un fortalecimiento del «estado servil».

Lo que sí mantuvo a lo largo de los años fue su reconocimiento de la autonomía de las corporaciones de oficios y de los grupos artesanos. Este aspecto se relaciona con una revalorización de las experiencias comunitarias del período medieval. Penty abogó por un retorno a las asociaciones gremiales de oficios (guild systems) como alternativas al colectivismo y al mecanismo de mercado como único asignador de recursos[19]. Las corporaciones serían protectoras del consumidor, ya que posibilitarían las fallas de calidad o engaños en los productos y la movilidad de precios en el mercado; al mismo tiempo, preservarían al trabajador y a su familia, al evitar la explotación y la competencia y la propiedad al resguardar al orden social de la usura. Conjuntamente, el sistema aseguraría un ingreso modesto pero estable a los artesanos, campesinos y precios justos a los productores y comerciantes, permitiendo así el desarrollo de relaciones comunitarias sanas en acuerdo con los valores permanentes del bien común[20].

La reverencia al pasado no representa para este autor una ilusión basada en un romanticismo reaccionario sino que, por el contrario, sus principios se proyectan hacia un horizonte real y posible: el «futuro medieval»[21]. Hay que tener en cuenta, además, que la prédica por una restauración medievalista no era exclusiva de los distributistas. En Inglaterra ya existía una corriente de pensamiento favorable al medievalismo, cuyas raíces se ubicarían en la ensayística política inglesa antiliberal de los siglos XIX (de Coleridge a Carlyle y Mathew Arnold) y su correlato en la literatura (Walter Scott), en el arte (the Arts and Crafts movement y William Morris) y en la arquitectura (Augustus Pugin).

En el campo católico, esta restauración tomó forma en el pensamiento histórico de Fr. Bede Jarrett OP, de quien puede recordarse sus estudios sobre los fundamentos del orden económico medieval y el verdadero sentido de las reformas frente a la turbulencia que asoló al continente europeo a fines del siglo XIV[22].

 

4. Fundamentos y antecedentes del distributismo

En lo que respecta a los rasgos intelectuales que signaron el clima de la época, deben tenerse en cuenta tres dimensiones: 1) El magisterio social de la Iglesia Católica y como antecedente directo, la obra del Cardenal Manning; 2) la crítica a las consecuencias de la Reforma Protestante como amplio movimiento transformador de la realidad europea y específicamente, como causa directa de la revolución industrial; y 3) las valoraciones sobre la situación de Irlanda.

 

La luz del Magisterio social

Durante el período histórico en estudio, la enseñanza social de la Iglesia Católica produjo dos encíclicas[23], la Rerum Novarum en 1891 y la Quadragesimo Anno en 1931. Ambas coinciden temporalmente con el período de la mayor actividad intelectual de los distributistas. La primera, en los inicios de su formación, la segunda en la etapa de madurez.

Las encíclicas sociales son documentos pontificios que alimentan la reflexión sobre las cuestiones económico-sociales, establecen principios doctrinales basados en el derecho natural y otorgan directrices sobre la acción del católico en el mundo. Aunque hay una homogeneidad de doctrina entre ambas, mientras que la carta de León XIII se orienta al problema obrero en un entorno dominado por grupos que propugnan la lucha de clases, la de Pio XI profundiza los fundamentos del derecho de propiedad, frente a la dictadura de los grandes monopolios en un escenario signado por la depresión económica. En lo que respecta a Inglaterra, el ejemplo del arzobispo de Westminster y posterior cardenal primado, Henry John Manning[24], fue un antecedente directo de los planteos de la enseñanza social que inauguró la encíclica Rerum Novarum y de la cual realizó comentarios doctrinales[25].

Un esquema clasificatorio[26] de autores del siglo XIX que influyeron con sus obras en el magisterio social, ubica al cardenal Manning dentro de la escuela intervencionista junto con el obispo de Maguncia W. von Kettler, Albert de Mun y los cardenales Langénieux y Gibbons. En el otro extremo se encuentra el sector liberal, representados por F. Le Play, Charles Périn, C. Jannet y Víctor Brants. Mientras que estos últimos sostenían la no injerencia de la política en el campo socio-económico, la escuela intervencionista predicaba sobre la necesaria cooperación entre empresarios y trabajadores, pero también la adecuada presencia del estado en situaciones adversas. Por sobre todas las cosas, sostenían el derecho de la Iglesia Católica a dar su voz en las materias económico-sociales, tal como lo sostuvo la Rerum Novarum: el problema del desorden económico y los conflictos no tienen solución si no se buscan los auspicios de la religión y de la institución eclesial[27].

Junto con el reconocimiento de las legítimas reivindicaciones gremiales de patronos y trabajadores en una armonía de intereses, los intervencionistas plantearon la legalidad del asociacionismo obrero y la promoción por parte del Estado de una legislación laboral para eliminar el trabajo infantil, la reducción de horas laborables y una mejora de las condiciones de salubridad. Bajo estos lineamientos de acción social y con una demostración de liderazgo moral, el cardenal Manning tuvo un rol decisivo en el apaciguamiento de las huelgas portuarias de 1889, denominadas «the Great Dock Strike»[28].

 

Del calvinismo a la era de las máquinas

La crítica más sólida al mundo surgido de la reforma protestante, fue realizada por Belloc. La crisis de nuestra civilización, así como en Europa y la Fe constituyen un corpus filosófico de la historia, en los cuales analiza el proceso que derivó en el capitalismo moderno. Desde una perspectiva más relacionada con la ciencia económica, también se elaboraron estudios que ponderaban las consecuencias del cambio de régimen social y económico. De este grupo, una labor de relevancia le cupo a tres profesores: Cliffe Leslie, Toynbee y Devas.

Thomas Edward Cliffe Leslie, irlandés de nacimiento, fue uno de los principales referentes de la escuela histórica de economía en las Islas Británicas. El valor de su obra se afirmó sobre el análisis del sistema de tenencia de la tierra, desde una visión que rechazaba los postulados y las deducciones del sistema clásico de economía política[29].

Por su parte, las conferencias de Arnold Toynbee en la Universidad de Oxford sobre las consecuencias sociales de las nuevas técnicas y el maquinismo, difundieron el concepto de revolución industrial para sintetizar el conjunto de transformaciones que tuvieron lugar en Inglaterra desde mediados del siglo XIX[30]. Su llamada de atención sobre los males del sistema productivo basado en grandes establecimientos fabriles y su convocatoria para que los sectores dirigentes pudieran liderar la resolución de los graves problemas, generó una adhesión sin precedentes en los ámbitos cristianos[31]. Toynbee fue modelo de un nuevo tipo de economistas con preocupaciones sociales, fe cristiana y algo de desconfianza los efectos del progreso sobre los niveles de vida de los sectores populares. Es que la creación de excedentes destruía el organismo social. Su ejemplo tuvo resonancia en la reacción ético-filosófica que se dio en la Inglaterra de finales del siglo XIX (Thomas Hill Green, Henry Sigdwick, Alfred Marshall) con fuerte impacto sobre los lineamientos de la ciencia económica.

Charles Stanton Devas, de quien puede recordarse su comentario a los documentos pontificios[32], publicó un curso de economía política, donde realizó numerosas contribuciones no habituales en esa clase de obras; por ejemplo, elaboró una síntesis de los efectos sociales del progreso tecnológico, incluyó una historia de las asociaciones gremiales y de las corporaciones de oficio, e incluso, planteó la necesidad de colocar a la familia en el centro de la vida económica. Devas desconfiaba, al mismo tiempo, de las premisas antropológicas del utilitarismo, y por tal motivo impulsó el retorno de la economía política a la ética[33].

 

El dolor irlandés

Los distributistas tuvieron siempre en mente la situación de Irlanda. Belloc, especialmente, desarrolló un preciso itinerario histórico de los principales acontecimientos políticos y sociales en su «Historia de Inglaterra». Llamó la atención sobre el milagro de la conservación de la fe católica, como ejemplo para toda la Cristiandad, a pesar de las turbulencias que asolaron sucesivamente a la isla de San Patricio. En particular, resaltó las profundas y duraderas consecuencias económicas, demográficas y sociales de los ciclos de la gran hambruna[34] del siglo XIX (1845-1852 y 1879) y sus corolarios: mortandad, miseria, desarraigo, desocupación, desalojos, declive demográfico, etc. Además, hay que tener en cuenta que a los problemas de la peste de las papas se añadió la política abstencionista del gabinete liberal del primer ministro Lord Russell y de su promotor, Charles Trevelyan[35]. Esta situación condujo a un agravamiento de la relación entre Irlanda e Inglaterra, en un proceso de creciente violencia política, desde la Land War en los 1880s. a la guerra civil[36].

Chesterton conocía el tema por reflexión, pero también por la experiencia que le brindó su viaje a la isla. Cuando arribó a la capital en 1918, con la finalidad de conseguir el reclutamiento de irlandeses para la fase final de la confrontación mundial, varias zonas de Dublin aún estaban en ruinas. La rebelión de Pascua[37] había sido sofocada después de casi una semana de resistencia. Al contraataque militar inglés siguió una dura represión y el fusilamiento de los líderes nacionalistas, entre ellos, el poeta de la lengua gaélica, Pádraig Pearse. Con ese trasfondo dramático, Chesterton elaboró su libro «Impresiones Irlandesas»[38], donde interpretó el significado de las confrontaciones históricas del pueblo irlandés en la defensa de su cultura, de su lengua y de su fe religiosa. Para el escritor inglés la dificultad esencial del país se encontraba en la falta de libertad y de autonomía de las familias campesinas irlandesas. En línea con Belloc declaró que sin propiedad no había posibilidad cierta de libertad.

Tuvo la valentía de exponer la falta de perspectiva de algunos irishmen republicanos frente el drama de la Gran Guerra. Les recordaba con todas las letras que el enemigo era la Europa prusiana, heredera de la reforma protestante y que el verdadero peligro era un retorno al paganismo. Destacó, asimismo, los errores políticos cometidos por Inglaterra en su trato con las reivindicaciones nacionalistas irlandesas («el largo camino de error»). Lo había afirmado con claridad poco tiempo antes: «Telling the truth about Ireland is not very pleasant to a patriotic Englishman; but is very patriotic»[39].

Desde el punto de vista distributista, el razonamiento de Chesterton se refería no tanto a los aspectos estrictamente políticos sino a la integración jurídica, económica y social de las comunidades marginadas por la dominación inglesa y protestante. Es que detrás del objetivo permanente de conquistar la independencia de la antigua Éire, se situaba la supervivencia de los pequeños productores agropecuarios, la mayoría de origen católico. En este marco cobra sentido el lema distributista «tres acres y una vaca»[40], como la solución concreta a un problema histórico: la pobreza rural, el campesino sin propiedad y la familia sin hogar, a causa de la tiranía combinada del Imperio mercantil, el sistema de tenencia de la tierra por parte de los aristócratas ingleses (the landlord system) y el capitalismo industrial[41].

 

5. Difusión del distributismo

El período de transición hacia el conflicto bélico mundial, con su carga de dificultades económicas, ideológicas y políticas, marcó el ocaso de la primera generación de distributistas. Las muertes cercanas en el tiempo de Chesterton (+1936) y de Penty (+1937) fueron el cierre simbólico de una época que se desvanecía. Belloc, con esa energía que lo caracterizaba (old thunder), publicó aún durante los años finales de la entreguerras folletos de gran difusión sobre temas doctrinales y un ensayo de síntesis sobre el movimiento[42]. Incluso, editó una de sus mejores obras dedicada a las grandes herejías, siendo la última de éstas, la crisis sin igual del mundo moderno. Pero su obra sufrió las urgencias impuestas por la Segunda Guerra Mundial. La pérdida de su hijo menor en acción en 1941 le asestó un golpe del cual no se recuperaría[43]. De su parte, el Padre McNabb editó en 1942 uno de sus mejores trabajos de filosofía social, aunque murió al año siguiente[44], dejando un vacío espiritual en el movimiento.

En la trayectoria del distributismo como corriente de pensamiento y de reforma social pueden distinguirse: 1) el d. original inspirado en el magisterio social de la Iglesia Católica y en la experiencia de reformas sociales en las Islas Británicas (cardenal Manning). Esta fue, con algunas diferencias, las postura sostenida continuamente por Belloc, Chesterton y McNabb; 2) el d. neomedievalista, basado en la restauración de las asociaciones gremiales y en el movimiento de artes y oficios (Penty) pero no necesariamente basado en la filosofía social católica; 3) el d. socialista cristiano, con líneas más o menos radicalizadas, con matices de anarquismo o con prácticas reivindicativas vinculadas al sindicalismo revolucionario[45]; 4) el d. esteticista[46], con la experiencia de «Guilda de Saint Joseph» a la cabeza, deudoras de las cofradías prerrafaelitas y cuasi-socialistas de John Ruskin y William Morris; 5) el d. localista, originado en los dominios, colonias, mandatos y protectorados del Imperio Británico (desde 1931 mancomunidad británica de naciones o British Commonwealth), con especial resonancia en Australia y Canadá. Los mismo pusieron énfasis en temas de descentralización política, de recuperación de la identidad y de administración local de las comunidades[47]; 6) los movimientos ruralistas (New Agrarian Cause, Southern Agrarians, Land of the Free, etc.) y de regreso a la tierra (Back to-the-land) en los Estados Unidos de América[48], con pensadores y literatos de valía como Herbert Agar, Allen Tate y, más recientemente, Wendell Berry, cercanos a la universidad Vanderbilt (Nashville, Tennessee), quienes representaron una pieza significativa del resurgimiento católico de la cultura norteamericana[49]. El punto de inicio de este movimiento fue la publicación de Who Owns America?, obra coeditada por Agar y Tate, en plena era de la Gran Depresión. En la misma, más de veinte ensayistas antiindustrialistas y descentralistas, se oponen al capitalismo monopolista y plantean la posibilidad de transformar al país en una sociedad de carácter distributista[50]; 7) el nuevo distributismo, con fundamento en las obras de E.F. Schumacher[51]. Esta corriente, con fuerte predicamento en algunos ámbitos ecologistas, ha elaborado los rasgos principales de una nueva socio-economía: escala humana, desarrollo local comunitario, orientada a la construcción de economías responsables mediante la producción sustentable y una dinámica de innovación de tecnologías adecuadas.

De los grupos mencionados, el más lejano a las aspiraciones y fundamentos filosóficos del distributismo original, quizás sea el de la tercera categoría. Para esta corriente, tal como se dio en los Estados Unidos de América desde la temprana década de 1930s., el distribucionismo debería asumir siempre una forma de socialismo cristiano, de carácter insurgente frente al orden establecido por capitalismo industrial. El caso de Dorothy Day, líder de estos grupos radicalizados, es singular. Originalmente oblata benedictina, profesó una postura pacifista extrema de «acción no violenta» y de desobediencia civil, a la manera de Ghandi, Tolstoi y Henry Thoreau, que derivó en un «anarquismo» de base cristiana (bajo la lecturas de Kropotkin) y con fuerte contenido social, que se expresó en la creación -junto con Maurin- del Catholic Worker Movement (1933), en pleno proceso de la «Gran Depresión», durante la administración gubernamental de Franklin D. Roosevelt y las políticas económicas del New Deal, a quienes se enfrentó con aspereza.

 

6. Reflexiones finales

La Liga Distributista no siempre ha sido bien comprendida, ya que generalmente se juzga a sus miembros como representantes de posturas reaccionarias basadas en una visión negativa del progreso y del avance de la técnica, o defensores de un ruralismo exagerado. E incluso se les endilga que fueron defensores de una restauración medievalista anacrónica. Es verdad que desde una perspectiva de filosofía de la historia, Belloc, Chesterton y McNabb realizaron un profundo diagnóstico sobre la crisis de la civilización y evaluaron negativamente los efectos deshumanizadores de la técnica. Pero ellos vieron que era posible pensar una sociedad (y una economía) respetuosa de los principios de la filosofía católica, tal como había ocurrido en el pasado.

De otro lado, la aparición de la Liga Distributista no puede ser descontextualizada del mundo de entreguerras. En este sentido, sus miembros elaboraron propuestas para paliar en algunos sectores la crisis económica, signada por altos niveles de desocupación y de conflictividad laboral. De allí su amplia y rápida difusión por entre los pequeños productores británicos.

En la actualidad, la presencia de numerosas publicaciones, de asociaciones y de entidades tributarias del pensamiento fundacional distributista, son indicadores de una fase de renovación de la corriente. Este fenómeno es aún más visible en aquellos países caracterizados por fuertes tradiciones agrarias, como sucede en los Estados Unidos de América.

Se percibe, asimismo, el impacto que tienen los trabajos de E.F. Schumacher y de Wendell Berry, desde distintos lugares geográficos y horizontes hermeneúticos, pero convergentes en la elaboración de respuestas frente a algunas cuestiones críticas (energía, desarrollo sustentable, tecnología, valores familiares y comunitario, etc.) que amenazan el orden social y la vida misma. La importancia innegable de la agenda marca la vigencia del «nuevo distributismo», como núcleo de reflexión para una posible economía poscapitalista. No obstante, el desafío se ubica en mantener estas propuestas en consonancia con las enseñanzas perennes del magisterio social de la Iglesia y con los principios trascendentes del bien común de acuerdo a la filosofía católica.

 

[1] John McQuillan, et al., Flee to the Fields. The Faith and Works of the Catholic Land Movement, Norfolk: VA, IHS Press, reimpresión 2003 [1934].

[2] Stephen Constantine, Social Conditions in Britain (1918–1939), Londres, Methuen, 1983.

[3] John M. Keynes, The Economic Consequences of the Peace, Nueva York: Harcourt, Brace, and Howe, 1920. Acerca del periodo de postguerra: John M. Keynes, The Economic Consequences of Mr. Churchill, reimpresión en Keynes, Collected Writings, vol. 9, 1925.

[4] Rex Pope, Atlas of British social and economic history since c. 1700, Londres, Routledge, 1989, págs. 98-134, 150 y sigs.

[5] Martin Daunton, Wealth and Welfare. An Economic And Social History of Britain (1851-1951), Oxford, Oxford University Press, 2007, págs. 377-420. También, Sean Glynn y Alan Booth, Modern Britain. An Economic and Social History, Londres, Routledge, 1996, págs. 15-142.

[6] Por orden de publicación: Hilaire Belloc, The Servile State, Londres y Edimburgo, T.N. Foulis, 1912; Economics for Helen. A Brief Outline of Real Economy, Norfolk: VA, IHS Press, reimpresión 2004 [1924]; An Essay on the Restoration of Property, Norfolk: VA, IHS Press, reimpresión 2002 [1936].

[7] Hilaire Belloc, The Crisis of our Civilization, Londres, Cassell, 1937, págs. 200-250.

[8] Maisie Ward, Gilbert Keith Chesterton, Nueva York, Sheed and Ward, 1943, especialmente págs. 509-528.

[9] Gilbert K. Chesterton, Utopia of Usurers (and other essays), Norfolk: VA, IHS Press, reimpresión 2002 [1917].

[10] Id., «Social Reform versus British Birth Control» [1927], documento obtenible en: http://www.cse.dmu.ac.uk/~mward/gkc/books/Social_Reform_B.C.html.

[11] Id., The Outline of Sanity, San Francisco: CAL, Ignatius Press, reimpresión 1987 [1926].

[12] Rodney Barker, Political Ideas in Modern Britain. In and After the Twentieth. Century, Londres, Routledge, 1997, segunda edición, págs. 77-110.

[13] Gilbert K. Chesterton, «Preface», en Arthur J. Penty, Post-Industrialism, Nueva York, The Macmillan Co., 1922, págs.7-10.

[14] Gilbert K. Chesterton, William Cobbett, Londres, Hodder and Stoughton, 1925.

[15] Vincent McNabb, O.P., The Church and the Land, Norfolk: VA, IHS Press, 2003 [1925].

[16] Id., Nazareth or Social Chaos, Norfolk: VA, IHS Press, reimpresión 2009 [1933], pág. ii.

[17] Arthur J. Penty, «Distributism: a manifesto», en Herbert Shove, et al., Distributist Perspectives, vol. I, Norfolk: VA, IHS Press, 2004, págs. 86-115.

[18] Sobre el significado de este movimiento: George D.H. Cole, «National Guilds Movement in Great Britain», Monthly Labor Review, vol. 9, núm. 1 (1919), págs. 24-32.

[19] Arthur J. Penty, Guilds and the Social Crisis, Londres, George Allen and Unwin, 1919, págs. 16-21; The restoration of the guild system, Londres, Swan Sonnenschein and Co., 1906.

[20] Sobre la concepción escolástica de la economía: Raymond Roover, «The concept of the Just Price: theory and economic policy», Journal of Economic History, vol. 18 (1958), págs. 418-434.

[21] Peter Grosvenor, The Medieval Future of Arthur Joseph Penty. The Life and Work of an Architect, Guildsman, and Distributist, Norfolk: VA, IHS Press, 2008.

[22] Bede Jarrett, O.P., Medieval Socialism, Londres, T.C. & E. Jack, 1914, W.R. Taylor collection, reimpresión 1951; Saint Antonino and medieval economics, Londres, The Manresa Press, 1914.

[23] Federico Rodríguez (ed.), Doctrina Pontificia III. Documentos Sociales, Madrid, BAC, 1964, págs. 247-300, 618-699.

[24] Cfr. Arthur W. Hutton, Cardinal Manning, Londres, Methuen and Co., 1894, págs. 160-214; Sheldon Leslie, Henry Edward Manning: his life and labours, Londres, Burns, Oates & Washbourune, 1921; Jules Lemire, Le Cardinal Manning et son action sociale, París, Lecoffre, 1984, págs. 157-235.

[25] Cardenal Henry Manning, A Pope on Capital and Labour: The significance of the Encyclical Rerum Novarum, Londres, Catholic Truth Society, Pamphlets on social questions 104, [1891], reimpresión 1933.

[26] Pedro Teixeira y Antonio Almodovar, «Economics and Theology in Europe from the Nineteenth Century: From the Early Nineteenth Century’s Christian Political Economy to Modern Catholic Social Doctrine», en Paul Oslington (ed.), The Oxford Handbook of Christianity and Economics, Oxford, Oxford University Press, 2014, págs. 113-134.

[27] Federico Rodríguez, op. cit., parte positiva, Introducción, págs. 261 y sigs.

[28] Síntesis y bibliografía especializada sobre el conflicto en London Metropolitan Archives, The Great Dock Strike, 1889, Londres, City of London, 2010, Information Leaflet, núm. 63.

[29] Thomas E. Leslie, Land Systems and Industrial Economy of Ireland, England and continental countries, Londres, Longmans, Green and Co., 1870, págs. 1-229.

[30] Arnold Toynbee, Lectures on the Industrial Revolution in England. Popular Addresses, Notes and Other Fragments, Londres, Rivingtons, 1884. No debe confundirse con su sobrino historiador Arnold J. Toynbee, nacido en 1889.

[31] Daniel C.S. Wilson, «Arnold Toynbee and the Industrial Revolution: The Science of History, Political Economy and the Machine Past», History and Memory, vol. 26, núm. 2 (2014), págs. 133-161, Indiana University Press.

[32] Charles S. Devas (ed.), The Pope and the People. Select letters and addresses on social questions by His Holiness Leo XIII, Londres, Catholic Truth Society, 1903.

[33] Charles S. Devas, Political Economy, Londres, Longmans and Green, 1907, 3ª ed., págs. 74 y sigs., 168 y sigs., 544 y sigs., 633 y sigs.; «The Restoration of Economics to Ethics», International Journal of Ethics, vol. 7 (1897), págs. 528-530.

[34] Christine Kenealy, The Great Irish Famine. Impact, Ideology and Rebellion, Londres, Palgrave, 2002; Cormac O’Grada, Ireland’s great famine: interdisciplinary perspectives, Dublin, University College Dublin Press, 2006.

[35] Para una ponderación del rol jugado por la Secretaría del Tesoro cfr. Robin Haines, Charles Trevelyan and the Great Irish Famine, Dublin, Four Courts Press, 2004.

[36] Paul Bew, Ireland. The Politics of Enmity (1789-2006), Oxford, Oxford University Press, págs. 361-444.

[37] Michael McNally y Peter Dennis, Easter Rising 1916. Birth of the Irish Republic, Oxford, Ospreys Publishing, 2007, págs. 1-51.

[38] Gilbert K. Chesterton, Irish Impressions, Norfolk: VA, IHS Press, reimpresión 2002 [1919].

[39] Id., The Crimes of England, Nueva York, John Lane Co., 1916, pág. 77.

[40] Id., What’s wrong with the world, Londres, Cassell and Co., 1910, pág. 66. Aquí retoma la expresión «three acres and a cow», utilizada por los reformistas agrarios de fines del siglo XIX. Cfr. Sergio Fernández Riquelme, «“Tres acres y una vaca”. El distribuismo o la radical opción moral de la economía contemporánea», Veritas, núm. 26 (2012), págs. 165-186.

[41] Michael Winstanley, Ireland and the Land Question 1800–1922, Londres, Methuen, 1984, págs. 1-46. El autor calcula que la población pasó de 8,2 millones de habitantes en 1841 a 4,5 millones en 1901.

[42] Hilaire Belloc, The Church and Socialism, Londres, Catholic Truth Society, 1934; The Catholic Church and the principle of the private property, Londres, Catholic Truth Society, 1933; The Alternative, Londres, Catholic Truth Society, 1940.

[43] Robert Speaight, The life of Hilaire Belloc, Nueva York, Farrar, Straus and Cudahy, 1957, págs. 516 y sigs.

[44] Vincent McNabb, O.P., Old Principles and the New Order. The case for social justice, the family and the Land, Londres, Sheed and Ward, 1942.

[45] Peter Maurin, Catholic Radicalism. Phrased essays for the green revolution, Nueva York, Catholic Worker books, 1949. Nancy L. Roberts, Dorothy Day and the Catholic Worker, Nueva York, New York Press, 1985; Patrick W. Carey, American Catholic Religious Thought. The Shaping of a Theological & Social Tradition, Milwaukee, Marquette University Press, 2004, págs. 399-421.

[46] Dennis Hardy, Utopian England: community experiments (1900-1945), Londres, Routledge, 2000.

[47] Maisie Ward, op. cit., págs. 520-529.

[48] Allan Carlson, The New Agrarian Mind: The Movement Toward Decentralist Thought in Twentieth-Century America, Nueva Jersey, Transaction Publishers, 2004.

[49] Cfr. Peter Huff, «Allen Tate and The Catholic Revival», Humanitas, vol. VIII, núm. 1 (1995), págs. 26-43.

[50] Herbert Agar y Allan Tate, Who owns America? A new declaration of independence, Boston, Houghton Mifflin, 1936.

[51] Entre otros trabajos, tal vez el más determinante sea: E.F. Schumacher, Small is Beautiful. Economics as if People Mattered, Londres, Blond and Briggs, 1973. Hay una reciente revalorización (small is still beautiful) de su obra realizada por Joseph Pearce, iluminando las dramáticas condiciones del medio ambiente, la economía inhumana y las condiciones sociales de la globalización.