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El populismo en España

CUADERNO: PUEBLO Y POPULISMOS. LOS DESAFÍOS POLÍTICOS CONTEMPORÁNEOS

 

1. Introducción

Aunque no acostumbro a ver la televisión, una vez topé con un programa de esos a los que se aplica ignominiosamente el nombre de debate. En él se enfrentaban unos señores muy serios y un sacerdote a un conjunto de señoronas de la vida. Se debatía no sé qué cuestión sobre la sexualidad. Los pobres señores no sabían dónde se habían metido. No sólo se veían impotentes ante las soflamas y groserías del aguerrido grupo damas públicas entradas en años y convenientemente pintarrajeadas, sino que cada intervención era acompañada por las manifestaciones de apoyo, risas, abucheos y aplausos de un público feroz y soez, cuya actuación perfectamente unánime ponía de manifiesto que seguían las indicaciones de los organizadores.

De alguna manera puede entenderse el populismo a partir de este ejemplo, a pesar de su completa artificialidad. El público, que no a forma parte del debate, aunque el debate se hace para él, a veces interviene de forma decisiva. Lo mismo sucede en política donde el conjunto de los individuos gobernados no tiene un papel directo en las tareas gubernamentales, pero, de hecho, interviene por medio de manifestaciones y motines que pueden tener una gran repercusión sobre el gobierno y sobre la permanencia de los gobernantes. No es difícil ejemplificar esto por medio de las sublevaciones del llamado pueblo en determinadas ciudades que, a lo largo de la historia, han dado lugar a cambios drásticos, como los que provocaron los habitantes de la antigua Roma o los parisienses desde la Edad media, pero sobre todo desde la Revolución.

El pueblo viene a ser un actor ajeno al proceso decisorio de los gobiernos que, en política, tiene un papel análogo a los recursos extrínsecos al debate, a menudo introducidos dentro del debate mismo, a pesar de que su uso suele ser sofístico o falaz. Entre esos procedimientos se cuenta, por ejemplo, la falacia ad baculum, que trata de resolver el debate con amenazas; la falacia ad verecundiam, que resuelve la cuestión discutida racionalmente sólo por medio de una autoridad o la falacia ad populum que introduce la opinión vulgar para ese mismo fin.

En todos estos casos cabe que la intromisión intempestiva sea desoída o reprimida. Pero también puede colarse en el proceso decisorio y adquirir carta de naturaleza dentro de él. De ahí que con harta frecuencia la intromisión, supuestamente espontánea, del llamado «pueblo» sea objeto de una manipulación en orden a que las decisiones políticas cambien de curso. Pues bien, ahí es donde entra el juego el populismo actual. El populismo no es el pueblo ni la opinión del pueblo, sino el manejo de esa opinión con un fin político. De la misma manera que la falacia ad populum no es la opinión de la mayoría, sino su uso en la disputa para obtener la victoria.

Evidentemente esa utilización de pueblo supone una interpretación, y la consiguiente valoración de su utilidad, para los fines que, en política o en una disputa de cualquier tipo, se espere obtener. En otras palabras, las opiniones del «pueblo» se emplean desde las ideologías o desde los intereses de cada partido.

En el caso de España el partido más decididamente populista es Podemos, el motín que emplearon como motivo para formación del partido fue el del 15-M y la ideología desde la que interpretan ese motín es el marxismo.

 

2. Podemos: ideología y táctica

En conjunto, el marxismo mantiene su concepción del mundo (materialismo dialéctico, materialismo histórico) como un meollo doctrinal indiscutido. Su función ha sido comparada por algunos autores a la de una fe religiosa, semejante a lo que los musulmanes llaman el Islam. Sin embargo, una cosa es la fe en el proceso determinista de la historia, que necesariamente abocará a una sociedad comunista y, otra es la manera de concebir la actividad del proletariado que acelerará la llegada de la sociedad sin clases.

Marx predijo la inminente realización de la revolución proletaria en las sociedades avanzadas, en lo cual estaba evidentemente equivocado, como el tiempo se ha encargado de demostrar. De ahí que, desde muy temprano, se produjeran profundas disensiones entre los autores y dirigentes marxistas en lo que se refiere a la táctica adecuada a las cambiantes circunstancias sociales y políticas.

La cuestión táctica, tal como la plantea Rosa Luxemburgo, empieza por observar que quienes, según la doctrina marxista, están llamados a realizar la revolución, es decir los proletarios, no por estar en las mismas condiciones económicas tienen conciencia de clase ni captan su propio potencial revolucionario. Al contrario, precisamente los más aplastados por el capital y el Estado son los más incapaces de concebir la lucha de clases. La cuestión reside, pues, en cómo desarrollar esa conciencia de clase en el proletariado. La solución de Rosa Luxemburgo se funda en la idea de que las condiciones económicas del proletariado conducen a explosiones revolucionarias espontáneas que, aun siendo a menudo parciales, pueden llevar a que el proletariado adquiera «la conciencia de sus intereses y de sus obligaciones históricas»[1].

De acuerdo con esta idea de la espontaneidad de las acciones revolucionarias, Rosa Luxemburgo limita el papel del partido a una intervención posterior a ese movimiento, cuya finalidad consiste en darle permanencia y encauzar su espontaneidad hacia el fin estratégico que, como se sabe, es la toma del poder.

La razón por la que insisto en presentar, por someramente que sea, el pensamiento de Rosa Luxemburgo es bien sencilla: Podemos es un partido ideológicamente marxista y tácticamente espartaquista, es decir seguidor del pensamiento de Rosa Luxemburgo, autora de las Cartas de Espartaco.

Los medios de comunicación, centrados en la el partido Podemos y en sus declaraciones como tal, dudan sobre la manera en que debe encuadrarse ese movimiento: parece claro que es de izquierdas, cosa que Pablo Iglesias reconoce como inclinación personal. Pero, dentro de eso, unos lo califican de utópico, de populista, de partido antisistema, de socialdemócrata, de gramsciano, de leninista, de chavista etc.

Si queremos hacernos una idea de lo que representa este movimiento, a lo que debemos dirigirnos no es a sus programas o a sus declaraciones públicas como partido que, como siempre sucede, ocultan los propósitos de quienes lo dirigen. En la política partidista, todo eso son alharacas de la universalmente engañosa propaganda. En las elecciones, se entrega el poder a personas que siempre hacen lo que tienen en la cabeza; y, no lo dudemos, para conocer el grupo cerrado que domina Podemos, sin permitir intromisiones, lo que importa es mirar cómo piensan sus componentes.

Por tanto, dentro de la infinidad de documentos generados en Internet por Podemos, distinguiremos los escritos doctrinales y tácticos, publicados por su cúpula antes de que esa formación pasara a la acción política, de las manifestaciones públicas confeccionados con posterioridad, donde la doctrina y la táctica quedan enmascaradas con el fin de captar voluntades y votos.

Entre esos escritos, resulta especialmente ilustrativo uno que recoge la intervención de Pablo Iglesias e Iñigo Errejón en un congreso en Manchester de 2005[2] sobre movimientos sociales alternativos. El texto empieza por una exposición apologética de la táctica que, dentro de la ortodoxia marxista, propone Rosa Luxemburgo para exponer luego su aplicación a los llamados movimientos antiglobalización, o antisistema, que se plasmaron desde 1994 a 2005 en Chiapas, Seattle, Madrid y Génova, entre otros lugares.

Merece atención un párrafo donde Iglesias y Errejón describen su manera de entender la función táctica de las vanguardias revolucionarias, pues esa es la función que la cúpula de Podemos se asignará a sí misma, cuando forme su partido y se pongan a la cabeza del movimiento del 15 de marzo:

«El papel de las vanguardias, que son sólo los núcleos duros de los más conscientes de los trabajadores y los intelectuales próximos a ellos, no consiste en predecir los brotes, sino más bien en comprenderlos y explicarlos en relación con las condiciones actuales del capitalismo, y en ser un estímulo de radicalización que participa como la facción más avanzada en cada lucha».

Todo esto es muy anterior al 2011. No es de extrañar que los capitostes de Podemos vieran en la rebelión de los indignados del 15 de marzo de 2011 la ocasión soñada para aplicar su táctica de inspiración espartaquista. Como dice Monedero, el 15-M «es lo mejor que le ha pasado a la democracia en los últimos años»[3]. Tres años después crearán el partido que logrará unificar esa sublevación y dirigirla hacia un régimen que, en su mente, se identifica, sin la más mínima duda, con el comunismo.

En los días de la rebelión de los indignados, los distintos partidos de izquierdas se personaron en sus manifestaciones y acampadas, por ver si podían ponerse a la cabeza del movimiento. No cosecharon sino abucheos y pitadas. ¿Por qué Podemos ha logrado un éxito rotundo, donde rotundo fue el fracaso de los otros partidos?. La respuesta se halla en su manera de aplicar la táctica de Rosa Luxemburgo.

Las rebeliones espontáneas, es decir, no debidas a la existencia de un partido, grupo o persona, que oficialmente las haya convocado, son, por definición, negativas. Se hacen contra algo, no a favor de algo. La de los indignados arremetía contra la penuria económica, los desahucios, la usura, la prepotencia de Europa, las grandes finanzas y, en general, contra el bipartidismo imperante, que había permitido todo eso. No era pues extraño que rechazaran las propuestas de liderazgo que les ofrecieron los partidos existentes. Pero, al mismo tiempo, no era fácil saber lo que positivamente defendían los sublevados.

Inspirados de cerca por estos hechos y, de lejos, por Rosa Luxemburgo, los de Podemos excogitaron una táctica consistente en lograr la unidad de las protestas, atendiendo, en su programa y sus discursos, sólo a lo negativo y callando, o relativizando el designio marxista que estaba en la cabeza de todos sus jefes. A tal efecto efectuaron una serie de operaciones de engañoso enmascaramiento:

a) Recolectaron quejas y protestas comunes y se presentaron, no como un partido comparable a los otros, sino como simples adalides de esas protestas[4], como defensores de la democracia, la dignidad, los derechos, la honradez, y demás. Y, como esas quejas eran frecuentemente sensatas y comúnmente admitidas, declararon que la mayoría de la gente está con ellos. Lo cual era engañoso, porque cometía el sofisma que los lógicos llaman falacia del consecuente. Supuesto que, si se es marxista entonces se rechazan los sobornos (lo cual es mucho suponer), como la mayoría rechaza los sobornos, concluir que la mayoría está con los marxistas, es perfectamente falaz, pues muchos rechazan los sobornos por razones de honradez cristiana, o natural, sin estar para nada con el marxismo.

b) Se declararon vanguardias del movimiento ciudadano, en el sentido espartaquista de la palabra. Lo cual conllevaba que su función debía reducirse a la de ser un instrumento útil[5], que encauzara y canalizara las propuestas de lo que Iglesias y Errejón en 2005 llamaban «masas proletarias» y, ahora, llaman «gente»[6], y lograr lo que antes llamaban «revolución» y, ahora, «empoderamiento»[7].

c) Lo que no dijeron fue la clase de cambio que perseguían. Al contrario, declararon hasta el aburrimiento que su ideología personal no afectaba a su función meramente instrumental, pues lo importante era lo que decidiera el pueblo:

«Aunque es obvio que yo soy de izquierdas –dice Iglesias–, nos circunscribimos demasiado a esta dicotomía izquierda-derecha. Es un juego de trileros, lo importante no es eso sino la gente, el pueblo. Y el pueblo tiene claro que hay que regenerar todo el sistema»[8].

Si lo que dicen los de Podemos en los últimos tiempos no fuera producto de un maquillaje deliberadamente falsario, el programa de Podemos sería completamente utópico. Podría producir revueltas peligrosas, pero poco duraderas. Sin embargo, Iglesias y los suyos, tienen una idea muy clara de lo que persiguen y del cambio al que debe conducir su aparentemente humilde papel de instrumento de la gente. Para convencerse es de gran utilidad una charla de Iglesias, probablemente dada a unos universitarios de su cuerda, donde expone sin máscaras la verdadera táctica de Podemos. Declara que «la política no tiene que ver con tener razón, sino con tener éxito». Según él, no hay que tratar de convencer a sus posibles electores de las ideas marxistas, porque no son capaces de comprender su lenguaje. Para tener éxito, lo que hay que hacer es utilizar lo que dice la gente y convertirlo en «agregadores», es decir en herramientas para lograr «la unidad popular». Vale la pena leer la conclusión de esa perorata, pues da una idea de lo que nos espera con Podemos en el poder:

«Había un compañero que hablaba de los soviets allá en 1905 […], aquel calvo con una mancha en la cabeza [Lenin], que era una mente prodigiosa, prodigiosa, lo que entendió fue el análisis concreto de la situación concreta. En un momento de guerra en el que el poder estaba por los suelos en Rusia, dijo una cosa supersencilla, una cosa muy sencilla a todos los rusos, fueran soldados, fueran campesinos o fueran trabajadores: les dijo “paz y pan”. Y cuando dijo «paz y pan», que era lo que quería todo el mundo, que acabara la guerra y poder comer, entonces, un montón de rusos, que no tenían ni idea de si eran de izquierda o eran de derechas, que básicamente tenían hambre, dijeron: “Pues va a tener razón el calvo este”. Y al calvo le fue muy bien. No le dijo “materialismo dialéctico” al pueblo de su país, le dijo “paz y pan”»[9].

La táctica de Podemos, como la de Lenin, consiste en recolectar descontentos y rencores, propuestas y anhelos que no contradigan los presupuestos marxistas. Luego, meten todo ello en su programa y engarzan largas parrafadas defendiéndolo como exigencias éticas, sin decir ni palabra del marxismo. Una vez que por este procedimiento han dado la impresión de defender lo que la gente piensa (aunque esa gente quiera defender cosas muy dispares entre sí), piden el voto para su formación. Y si llegan al poder, establecerán la dictadura del proletariado, declarando que no hacen sino cumplir su programa. Habrán cometido un sofisma del consecuente de proporciones monstruosas, pero habrán tenido éxito; y les irá muy bien, como a Lenin con los rusos, aunque cabe preguntarse si a los rusos les fue muy bien con Lenin.

 

3. La contribución de Fernández Liria

Lo dicho hasta aquí no es sino un apresurado resumen de lo que ya publiqué en otro lugar[10]. Quisiera completar el panorama presentando las líneas maestra de un libro muy reciente de Carlos Fernández Liria, que, según parece, es la cabeza pensante de Podemos en la sombra[11].

A pesar de que el libro es ante todo una apología de Podemos, el autor le encuentra un defecto: Podemos ha llegado a dar la impresión de vaguedad y de tener una ideología vacía y ambigua, de modo que, en el extremo, ha llegado a no decir «nada de nada» ante los problemas concretos durante la época que precedió a las pasadas elecciones[12].

El libro parece tener la intención de dotar el discurso de Podemos de un contenido ideológico electoralmente presentable[13] que eliminara o velara el marxismo de sus jefes. A tal efecto empieza por reinterpretar la Ilustración, y especialmente a Rousseau, desde la perspectiva de todo cuanto ha acaecido después de la Revolución Francesa.

 

Marxismo ilustrado

A lo largo de todo el libro insiste hasta la saciedad en la alabanza de las ideas de la Ilustración por haber dado a luz un sistema político que no somete a los individuos a leyes en que no han tomado parte y que asegura la obediencia a las leyes, y no a las personas, por medio de un sistema de compensación de poderes y de garantías[14]. Reconoce que ese sistema responde a la incapacidad humana de descubrir la verdad[15], pero entiende que, al menos, le asegura por medio de la deliberación y de las rectificaciones sucesivas que se aproximará a lo que llama «objetividad republicana»[16].

La aserción escéptica según la cual la verdad no puede descubrirse, de suyo incoherente e insostenible, podría inclinarnos a dejar la lectura: ¿a qué esforzarnos si el autor sabe que nada de cuanto dice es verdadero? Sería un error de perspectiva: lo que el libro pretende es provocar la acción del lector, no darle a conocer nada de lo que es. No se trata de conocer el mundo, sino de cambiarlo. Con el aserto escéptico quiere, ante todo, captar la benevolencia del ciudadano, declarando su fe en los presupuestos democráticos que aborrecen de cualquier aserto más allá de la manifestación de opiniones personales. Pero aún logra algo más. La historia posterior a la Revolución ha mostrado las infinitas posibilidades que ofrece apelar a la voluntad popular en los regímenes democráticos para facilitar el acceso al poder de cualquier grupo que diga representar al pueblo, sea nazi, comunista o mahometano. Y él no está dispuesto a dejar esa baza al enemigo, como bien muestra todo el hilo de su ulterior argumentación.

Su segundo paso consiste en establecer una neta separación entre el ideal republicano de la Ilustración y el capitalismo. A juicio de Fernández Liria ese ideal no pudo llevarse a efecto a causa de la evolución del liberalismo hacia el capitalismo económico, que privó al ciudadano de su libertad por el procedimiento de sustraerle los medios económicos y los medios de expresión que garantizan su independencia y libertad[17]. Lo cual es completamente falso, porque a nadie puede culparse de impedir lo imposible, como imposibles de realizar son los ideales expuestos por Locke o Rousseau. Cosas como la voluntad popular, o general, como la vaga noción de objetividad republicana o la limitación del poder por contrapeso interno a sus propias instituciones, nunca existieron, ni pueden tener más existencia que la nominal y la fantástica. Sin embargo, tuvieron una función extremadamente eficaz a la hora de halagar al pueblo para que derrocara el Ancien Régime y entregara el poder a las minorías burguesas que habían promovido esos ideales. Conocido es el resultado: en lo político, el despotismo democrático que todavía padecemos; en lo social, el extermino del orden natural y estamental; y en lo económico, la desprotección de los más débiles y el desarrollo cada vez más feroz del capitalismo. Contra lo que Liria dice, la puesta en práctica del ideal republicano en aquellas circunstancias fue, con toda evidencia, la causa próxima del capitalismo; pero aquí no se trata de evidencias, sino de obtener resultados y lo que, a fin de cuentas, sostiene Liria es que la aplicación de ese ideal a otras circunstancias puede producir unos resultados muy diferentes. Cosa que, según él, no vio Marx.

En efecto, Fernández Liria prosigue en su empeño pasando primero revista a lo que supuso el marxismo y luego a la situación actual. A su juicio la primera derrota de la Ilustración y del Estado moderno, producida por el capitalismo, se vio ahondada por otra debida al marxismo[18]. Marx percibió muy bien la capacidad destructiva del capitalismo que, por medio de la proletarización, acabó con la patria, la religión y la familia y cuanto permite la libertad del ciudadano. Pero cometió el error de atribuir a la revolución burguesa y al Estado esos males, cuando, en realidad, procedían, no de la legalidad democrática, sino del poder real de las finanzas que operaba a espaldas de la legalidad. De ahí que pretendiera superar la organización nacida de la Ilustración, sustituyendo la realidad del hombre por la de una especie de superhombre proletario y, la organización política ilustrada, por una sociedad sin Estado. Esto podría parecer una descalificación de Marx, pero –no nos engañemos– la crítica de Liria no afecta más que a uno de sus enjuiciamientos históricos y, en el fondo, a la táctica de Marx, pero no a los aspectos substanciales de su doctrina ni a las terribles consecuencias que ha tenido su aplicación, de lo cual el autor procura olvidarse a lo largo de todo el libro.

Si finalmente pasamos a su análisis de la actualidad hallaremos el mismo propósito, pero defendido con nuevos argumentos. Gracias a las organizaciones izquierdistas, según Liria, se llegó, a través de muchas luchas, a una situación insegura, pero relativamente aceptable, del proletariado, que logró una serie de conquistas sociales importantes hasta los años 80 del siglo pasado. Pero, «desde los años 80 y ahora más aun con la crisis económica, los poderosos más ricos del planeta han pasado a la ofensiva y han emprendido una revolución [...]. En ese sentido asistimos un vuelco histórico insólito desde los tiempos de Lenin. Ahora los revolucionarios son ellos; son ellos los que están dispuestos a acabar con todas las instituciones que sostienen la vida humana dentro de unos cauces normales debe ciencia y dignidad... La revolución de los ricos contra los pobres está amenazando todo lo que podríamos llamar “civilización”»[19].

Es muy importante observar que aquí se pretende apoyar la misma tesis que propone como programa de Podemos la defensa del sistema republicano inspirado en la Ilustración. Pero ahora se ve obligado a introducir un nuevo factor por medio de una ambigüedad calculada. Para aseverar el carácter revolucionario de las finanzas mundiales en los últimos tiempos ya no se dice que han conculcado los principios democráticos de la Ilustración, sino los de la «civilización»[20]. Porque es demasiado obvio que ese proceso financiero, por terrible que sea, se ha llevado a cabo en los últimos años dentro de la estricta legalidad democrática o Ilustrada.

De toda esta interpretación de la historia desde la Revolución a esta parte el autor concluye la necesidad del populismo. Aunque el estado de cosas, donde un poder salvaje inmenso, el de las finanzas internacionales, que pone muy difíciles las cosas para el proletariado, Liria entiende que, al mismo tiempo, se produce una situación favorable[21]. La revolución de los ricos ha hecho que ellos sean los que aparecen como revolucionarios y nihilistas, de modo que las exigencias del 15-M resultan elementales y comprensibles: «No al pago de la deuda; pan, trabajo y techo; ni un recorte más». La necesidad de dar un vuelco a la situación formando una mayoría, o pueblo, que tome las riendas de la política y del Estado tal como los entendió la Ilustración, se han convertido en algo que parece de sentido común. En otras palabras se hace inevitable el populismo.

 

La Ilustración como populismo de izquierdas

Para entender en su dimensión adecuada toda esta interpretación de los problemas actuales y de la salida que Liria preconiza es imprescindible hacer una pequeña digresión. El llamado sistema político ilustrado implica la eliminación, por arriba, de cualquier norma o poder que esté por encima de la fantasmagórica voluntad popular y, por abajo, la supresión de toda institución que no emane de dicha voluntad[22]. En el fondo todo el sistema se basa en la suposición de que la voluntad tiene la capacidad de determinarse por sí misma, sin tener conocimiento de verdad alguna. El propio Liria ha mantenido, en orden a ensalzar el sistema republicano, que la verdad es inasequible para el hombre. Pero como la voluntad, dejada a sí misma, es, en verdad, incapaz de inclinarse en dirección alguna, el poder viene a caer en manos de quienes tienen los medios de persuasión necesarios para ganarse las voluntades vacías de todo criterio de los votantes. En principio ese poder recayó en las élites burguesas que habían promovido la Ilustración y cuya capacidad económica no se vio afectada por el proceso revolucionario, lo cual les permitió, por ejemplo, limitar el voto a los económicamente pudientes. Pero posteriormente el sistema sirvió también para que otros constructores de voluntades populares se hicieran con el poder. En otras palabras, el sistema político nacido de la Ilustración es, en ese sentido, vacío: permite cualquier forma de organización política con tal de que logre presentarse como si surgiera de la voluntad general. Lo único que excluye es cualquier doctrina que pretenda fundarse en el conocimiento de la verdad[23].

Estas observaciones vienen a cuento aquí porque señalan el principal escollo con que topa el programa que Fernández Liria propone a Podemos. Dado que, a los ojos de muchos, el comunismo está desprestigio por las terribles experiencias a que ha dado lugar desde el pasado siglo, y que la democracia todavía merece crédito para la mente común, su propuesta es que Podemos se presente como el gran defensor de la legalidad todavía vigente de origen ilustrado[24], dando por sentado que su consecuencia natural es el comunismo marxista. No deja de tener razón en parte, pues el sistema democrático, de una manera o de otra, tiende, como el comunismo, al estatismo y al totalitarismo. Pero ese estatismo, unas veces, se manifiesta como el suave despotismo democrático descrito por Tocqueville y, otras, bajo la forma recia del totalitarismo nazi, fascista o comunista. El hecho de que la ideología ilustrada sólo excluya el orden político cristiano y permita todas las formas del estatismo moderno constituye un obstáculo que su propuesta no puede salvar coherentemente. De ahí que, una vez hecha su taxativa defensa del ideal ilustrado, el autor se entregue a una serie de manejos subrepticios con el fin de identificarlo con su ideología marxista de fondo. Tales manejos poco explícitos y más bien sofísticos tienen varios fines.

El primero, ya visto en buena medida, excluye la forma débil de Ilustración a la anglosajona que permite una democracia meramente administrativa y respetuosa de la pluralidad ideológica, aunque especialmente favorable al crecimiento libre del capitalismo. Toda la argumentación explícita dirigida a separar el capitalismo del régimen ilustrado (tal como Liria quiere entenderlo) tiene esa finalidad. Lo mismo persigue, pero de manera tácita, o implícita, la ya mentada condena de las feroces finanzas internacionales, no por contravenir el sistema ilustrado, sino por ser contrarias a la «civilización» y a los «cauces normales debe ciencia y dignidad». Con ella introduce solapadamente un criterio de verdad y justicia incoherente con la previa afirmación de la imposibilidad de conocer la verdad. La misma incoherencia se hace patente en la frase de Liria según la cual «hay demasiada corrupción que es perfectamente legal»[25]. Si la legalidad en el republicanismo ilustrado no reconoce ninguna instancia superior a la voluntad popular que la establece, ¿cómo puede calificarse de corrupto lo que es perfectamente legal? Y ese mismo propósito se oculta tras una afirmación verdaderamente sorprendente. Dada la supuesta incapacidad humana de alcanzar la verdad, Liria ha defendido el Estado nacido de la Ilustración como procedimiento para alcanzar lo que llama la objetividad republicana. Eso no le impide mantener algo más allá de esa objetividad supuestamente neutra: «Nadie puede alardear de tener la razón en sus manos, pero sí sabemos que unos tienen más razón que otros, y esto basta para proporcionar una brújula de toda la vida política»[26]. Semejante aserto es digno de los cerdos de Animal Farm de Orwell, cuando proclamaban que todos somos iguales pero algunos son más iguales que otros; no lo es, sin embargo, de un profesor de filosofía. Luego veremos qué dicen esos que tienen más razón que otros, pero lo que resulta claro es que Liria, para dar el deseado sesgo marxista al sistema democrático, se ve obligado introducir como parte del sistema ilustrado un conjunto de supuestas evidencias que excluyen la forma de democracia que favorece el capitalismo.

El segundo paso en esa dirección consiste en dotar a su sistema ilustrado mismo de una inclinación intervencionista y totalitaria que no estaba necesariamente incluida en sus presupuestos originarios[27]. Consciente de las ilimitadas posibilidades que la constitución de 1978 deja abiertas, Liria se declara favorable a su mantenimiento, pero no para que se aplique el laissez faire, laissez passer, sino para «legislar y legislar» y hacer que se cumpla la legislación. De modo que, por ejemplo, «para dar libertad a la gente es preciso encarcelar el dinero mediante una vigilancia exhaustiva y una legislación implacable»[28].

En manos de nuestro autor el sistema ilustrado se torna totalitario y sometido a unos principios de legalidad, superiores o anteriores a la voluntad popular, cuyo contenido todavía no hemos visto[29]. Aunque lo haga de manera arbitraria y contra la evidencia histórica, con ello deja fuera de su Ilustración el liberalismo capitalista. Pero no consigue eliminar la competencia. Varios sistemas modernos, que han aprovechado el sistema democrático para hacerse con el poder, coinciden en eso mismo: son totalitarios y enemigos del capitalismo. Entre ellos el nazismo y el fascismo. Ambos, como el comunismo, se oponen al capitalismo internacional, aunque, aquel se opone más al capitalismo que al internacionalismo y éstos más al internacionalismo que al capitalismo. Es más, todos ellos entienden que el Estado es la encarnación del pueblo, y ofrecen hoy versiones actualizadas en las diversas clases de populismo. ¿Cómo salva Fernández Liria esta nueva dificultad que él mismo plantea de manera de manera explícita, aunque su respuesta sea oscura?

A su juicio, como ya se ha visto, la revolución nihilista emprendida en tiempos recientes por las finanzas internacionales exige que el pueblo se haga con las riendas del poder, es decir hace inevitable el populismo. El populismo debe, pues, recoger la antorcha del republicanismo ilustrado. Pero hay tanto un populismo de izquierdas como de derechas o fascista y lo que importa, a su modo de ver, es que la partida sea dominada por el de izquierdas y no por el otro[30].

La misma dicotomía entre el populismo de izquierdas y populismo de derechas, identificando este último con el fascismo, basta ya para conocer el género de solución que se va a dar a la cuestión. Fernández Liria sabe sin duda que las derechas son de muchas clases y que no se puede identificar, sin más, el populismo de, por ejemplo, Ciudadanos con el fascismo en su sentido estricto. Lo que sucede es que cuando habla de esa manera ya está usando la terminología del marxismo que explica la historia como lucha de clases, invariablemente reducidas a dos, la de los oprimidos (el «pueblo» o el «nosotros» que tanto usan los de Podemos) y la de los otros[31] (los capitalistas, los fascistas, el «ellos», o «el enemigo» en la terminología de los podemitas) en lo cual queda englobado todo el que no es marxista. Conforme a lo que ya permite prever esta terminología, el procedimiento para presentar al populismo de izquierdas, o marxista, como único heredero legítimo de la Ilustración consiste sencillamente en usar de nuevo la falsa separación entre el pensamiento ilustrado y el capitalismo, engendrado por ella cuando destruyó la organización natural de la sociedad. «No es que la razón moderna haya engendrado monstruos, es que según ella fracasaba, el capitalismo los engendraba. El imperialismo, el racismo, el totalitarismo, la Europa fortaleza, responsable de un genocidio sordo e invisible […] todo ello no han sido obras del derecho [ilustrado], sino sus derrotas»[32]. Hecha esta última jugada, que consiste en atribuir al «enemigo» todo cuanto hoy suena a políticamente incorrecto[33], ya no hay obstáculo para que el populismo de izquierdas, representado en España por Podemos, se presente como un honrado defensor de la democracia de inspiración ilustrada, sin necesidad de traer a colación que, tras todo ello, no se esconde sino el comunismo marxista.

La elementalidad de este último paso sitúa en su auténtica dimensión el conjunto de la obra. Vimos cómo Podemos en su afán de acumular votantes se negaba sistemáticamente a dejarse encuadrar y especialmente a que lo calificaran de marxista. Y vimos cómo usaba la táctica espartaquista para hacer suya cualquier reclamación en orden a formar un «pueblo» y ganar elecciones. El libro de Liria no oculta que su defensa del populismo busca contribuir a ese mismo fin. A sus ojos, el populismo verdadero –el marxista– se propone que los intereses particulares de una clase social alcancen la «hegemonía» política, es decir, que su ideología se tenga por voluntad general, de manera que esa clase venga a representar a la sociedad en su conjunto[34]. Pero encuentra que ese populismo no ha sabido salir de la indefinición y se duele mucho de que entre algunos intelectuales de universidad definan el populismo como el presentarse a las elecciones prometiendo lo imposible a sabiendas de que es imposible[35]. De ahí la elaboración de su constructo que reduce la ideología de Podemos a la defensa de una democracia estatista, fuente de todo bien e incompatible con el capitalismo, o fuente de todo mal. Él llama a esto democracia o «Ilustración viable»[36], los viejos comunistas lo llamaban «democracia popular».

 

Las razones de los que, sin tener razón, tienen más razón

Se trata, pues, de un libro de circunstancias, probablemente hecho a la carrera y a base de recortes, aunque convenientemente maquillado con largas digresiones que le dan tono filosófico de notable oscuridad. No en vano el autor piensa que la filosofía, por su propia naturaleza, ha de ser difícilmente inteligible. Pero dejemos ese aspecto del libro y veamos ya cuáles son esas razones de los que, sin tener razón, tienen más razón que los demás. Es decir esas evidencias a las que, según el autor, necesariamente ha de someterse la voluntad popular, si quiere ser tal. Visto el carácter instrumental al servicio de Podemos que tiene el libro, no deberá extrañar que ahí se junten todas las aspiraciones y «derechos» que configuran la mentalidad común, creada en los últimos decenios por derechas e izquierdas para recabar votos. La enumeración de esos derechos que «la razón» no puede dejar de aceptar[37] forma un batiburrillo donde lo justo se escuda en lo justo y lo antinatural en lo razonable; de modo que se enuncian a la par la ilegalización de la esclavitud, el voto femenino, el haber hecho desaparecer el control paterno de la virginidad de las hijas, la popularización de los anticonceptivos, el divorcio, la igualdad de la mujer, la dignidad de los homosexuales[38] y, cómo no, las exigencias del 15 M, «no al pago de la deuda; pan, trabajo y techo; ni un recorte más».

Este mejunje, formado por lo que Liria tiene por lo que «es imposible no considerar precisamente victorias, victorias de la razón y de la libertad sobre el curso del tiempo, instituciones que la libertad ha incrustado en el meollo de las realidad»[39], no agota lo que le resulta razonable. En efecto, admite y argumenta largamente[40] en favor de lo que denomina arcaísmos antropológicos, que necesariamente hay que tolerar en virtud de la imperfección de la condición «híbrida y sublunar» del hombre. Eso le permite dejar un sitio a la religión católica y a los sentimientos de pertenencia patrióticos. Porque, como dice Debray en cita de Liria: «Es racional que exista lo irracional en los grupos. Es positivo que haya mística, pues una sociedad desmitificada es una sociedad pulverizada»[41]. A nadie puede escapársele que tras estas concesiones se esconde nuevamente la intención táctica coincidente con la de Podemos. Sobre todo si se tienen en consideración las blasfemias que, a propósito del juicio de Rita Maestre, publicó él mismo unos días antes de la presentación del libro:

«Cosas como el juicio de Rita Maestre le llevan a uno a preguntarse por qué somos tan educados, tan tolerantes y tan magnánimos con esa gente que piensa que la virgen tuvo un hijo copulando con una paloma y luego siguió siendo virgen después de haber parido […]. Por mi parte, podría recordar, como tantos otros, que debo a la Iglesia católica doce años de tortura y de vejaciones en un colegio franquista de los marianistas, donde se me separó salvajemente del sexo femenino, se me molió a hostias, se me sometió a un adoctrinamiento aberrante que llamaba bueno a todo lo malo y malo a todo lo bueno, etc.»[42].

Cabría dudar si se trata de un libro sincero, pero cojo e incoherente, o un caso más de esa «propaganda realmente diabólica, cual el mundo tal vez nunca ha conocido» de que hablaba Pío XI en la Divini redemptoris refiriéndose al marxismo. A mí no me cabe duda de que se trata de lo segundo. En el fondo es un proyecto estrictamente marxista que funda la historia en la lucha de clases o, si se prefiere, en la lucha del pueblo contra el capitalismo y promete, como Marx, un momento en que desaparecerá la lucha de clases y empezará el progreso.

Ya he dicho que el libro tiene un designio coyuntural encaminado a prestar apoyo a Podemos antes de las elecciones. Pero Liria, a lo que parece, no forma parte de la cúpula del partido y, quizás llevado de un natural franco o de un convencimiento honesto, parece en ocasiones incapaz de atenerse a la manera hipócrita que Podemos tiene de entender la táctica espartaquista. Tiene arranques de sinceridad, como cuando reconoce que «el trasfondo de la tesis que estoy defendiendo podría ser calificada de marxista»[43]. O cuando, dejándose llevar de la imaginación, pinta el panorama futuro, a la luz de los éxitos ya obtenidos por Podemos y sugiere la posibilidad de que, legislando y legislando, los miembros del partido ocupen puestos como los de juez, policía o inspector de hacienda[44]:

«Lo que sí que es una novedad es tener diputados, concejales y alcaldes en las instituciones [...]. Las instituciones, en suma, nunca las habíamos probado ¿Qué pasaría si empezará a haber jueces procedentes de los movimientos sociales? ¿Qué pasaría a sí, además de en la Tuerka, tuviéramos la posibilidad de intervenir en Telemadrid, en Canal Sur, en Televisión Española? ¿Qué pasaría si tuviéramos policías que, en lugar de detener emigrantes, investigaran y detuvieran banqueros? ¿Qué pasaría si nuestros compañeros y compañeras antisistema empezaran a ser inspectores de hacienda, jueces, periodistas, alcaldes, concejales, consejeros?»[45].

Dejemos, como Liria, volar la imaginación.

 

4. La repercusión social de la táctica. ¿Una revolución gnóstica?

No es claro si los directivos de Podemos se han hecho eco de las recomendaciones de Fernández Liria. Probablemente lo han intentado en la campaña previa a las últimas elecciones[46], pero el fracaso final parece haber producido una escisión paralela a la esquizofrenia del libro en cuestión[47]. Iglesias, que entró papa[48] y salió cardenal, ha reaccionado dejándose llevar de su profunda vis revolucionaria y ha decidido usar la táctica del miedo, dejándose de zarandajas. Errejón, en cambio, desde el principio se mostró mucho más permeable a la táctica sibilina. En una entrevista muy difundida[49], tras hablar tan despectivamente del marxismo como de la socialdemocracia, abogó por atraer «a los que faltan» tratando de presentar la cara más afable de su programa. De esa entrevista merece la pena retener la breve frase en que señala la diferencia esencial entre el populismo de derechas y el de izquierdas: aquél sitúa la fuente de los males que agobian a Europa en el exterior, mientras que éste la pone en el interior.

Esa afirmación nos da la pista del mayor de los peligros que entraña este movimiento: convertirse en lo que Voegelin llama una «revolución gnóstica»[50]. Sabido es que Voegelin, mantuvo que los principales movimientos políticos de la Edad Moderna no son retornos al paganismo, como a veces se piensa, sino que deben entenderse a la luz del gnosticismo. La influencia de esta herejía, la primera de las que sufrió la Iglesia, pervivió durante la Edad Media, pese a las condenas, y resurgió a partir del Renacimiento con tal fuerza que buena parte de las concepciones políticas posteriores sólo se explican desde esa perspectiva. No voy a presentar la teoría de Voegelin ni las analogías sobre las que se apoya para sostenerla. Lo que aquí interesa es su análisis de la psicología de masas que acompaña a las revoluciones gnósticas. Voegelin expone, de manera general, las etapas por la que se generan esas revoluciones, apoyándose en la descripción que hizo Hooker del movimiento puritano, que transformó radicalmente el orden jurídico y social de la Inglaterra del siglo XVI. Comparar esas etapas con lo que piensan los seguidores de Podemos resulta sumamente ilustrativo para ver a lo que quizás sea una realidad en un plazo más o menos corto.

Juanma del Álamo, en un interesante y chispeante artículo[51] recoge y comenta las respuestas que los podemitas, agazapados en la red, ofrecen a cualquier «twitero» que pueda rozar la ideología de Podemos y le dan respuestas estereotipadas como «no te enrolles tanto para decir que eres un facha de mierda». Desde luego no son diálogos de gran altura intelectual, pero los ejemplos aducidos y los comentarios de del Álamo son muy instructivos sobre la mentalidad de los seguidores de Podemos y muestran una rara coincidencia con la descripción de la psicología de los revolucionarios gnósticos.

El primer paso de esa mentalidad exige que alguien presente machaconamente una «causa», o denuncia, consistente en un conjunto de «severas críticas de los males que afectan a la sociedad y, en especial, de la conducta de las clases altas». Esto queda reflejado en la mente de los podemitas que, como dice del Álamo, se sienten obligados a recordar todo el rato que España está al borde del caos. Hay millones de españoles que sufren continuamente y que pueden morir de hambre en cualquier momento».

El segundo paso «consiste en lograr concitar la ira popular contra el gobierno establecido y a atribuirle todas las faltas y la corrupción que a causa de la fragilidad humana existen en el mundo». Las palabras de Errejón que cité arriba y la atribución de todo mal al gobierno de los populares y, especialmente a Rajoy, no permiten dudar de que este paso también fue dado por Podemos desde el principio. Como dice del Álamo «a veces parece que a los podemitas les gusta la corrupción de los populares».

Una vez detectada la raíz de todo mal, se está preparado para el tercer paso, que consiste en presentar al acusador como persona de extraordinaria inteligencia, capaz de haber detectado lo que el común de los mortales por sí solos no hubieran podido ni pensar; y también de gran integridad, pues «sólo los hombres singularmente buenos pueden sentirse tan profundamente ofendidos por la existencia del mal». Consiguientemente ese acusador es el que está capacitado para ofrecer una nueva forma de gobierno «que sea el soberano remedio de todos los males». No creo que sea difícil reconocer esa tendencia en los seguidores de Podemos, para quienes, en palabras de del Álamo, «su líder ha venido a acabar con los padecimientos en la Tierra, así que criticar su gran obra implica ser una muy mala persona». Y Alegre Zahonero declara que Podemos hubiera sido «total y absolutamente imposible» sin el «liderazgo carismático» de Pablo Iglesias[52].

Después se da lo que Voegelin considera el paso más decisivo dentro de la actitud gnóstica: considerarse como parte de los elegidos, de los inspirados por el Espíritu Santo. «“Y esta experiencia engendra altos grados de separación entre los tales y el resto del mundo” [cita de Hooker]. Como consecuencia la humanidad quedará dividida entre los “hermanos” y los “mundanos”». Esta separación es común a todos los movimientos gnósticos de la modernidad. De una parte, los hombres espirituales, santos o impecables, que acaudillarán la realización efectiva de una tercera era de felicidad en este mundo (para el puritanismo, los elegidos; los santos laicos para el positivismo; para los marxistas, el proletariado; y la raza aria, para Hitler). De otra, los perversos o materiales, contra los cuales se tiene la obligación moral de combatir, sean los condenados, los capitalistas o los judíos. Quien se haya tomado el desagradable trabajo de leerla literatura engendrada por Podemos, se encuentra a cada paso con la distinción entre el «ellos», o «el enemigo», y el «nosotros», o el «pueblo». Eso también lo ha detectado del Álamo en su análisis de los «tuits» podemitas: «La cabeza del seguidor de Podemos es como un armario con cajones y él tiene que poder introducirle a usted en uno de los compartimentos, en un determinado perfil. El podemita siempre dará por hecho que usted es amigo [de Podemos] o enemigo, es decir, facha y del PP».

El gnóstico revolucionario que haya dado todos estos pasos se puede reconocer por dos características perfectamente detectables en los partidarios de Podemos. En primer lugar, se habrá convertido en seguidor de un caudillo, cuya compañía y cuyos consejos le resultarán preferibles a los de otro cualquiera; y se convertirá en un propagador de su doctrina, dedicando gran cantidad de tiempo al servicio de la causa, aun a expensas de sus propios asuntos. Del Álamo observa cómo los podemitas vigilan las redes sociales; «son la tribu más numerosa, lo ocupan todo y pasan revista a todo» y atacan con sus consignas «tan previsibles como una gala de los Goya» a cualquiera que se atreva a criticar a Podemos o a sus líderes.

En segundo lugar, «será difícil, si no imposible», tratar de romper con la persuasión el ambiente social así creado: «Que cualquier hombre de opinión contraria abra la boca para persuadirles y cerrarán sus oídos; no pesarán sus razones, y a todos contestarán con la repetición de las palabras de Juan: “Somos de Dios; quien conoce a Dios, a nosotros nos escucha; en cuanto al resto, sois del mundo”». Del Álamo cita un par de ejemplos evidentes de esa actitud impermeable a toda crítica que adoptan los de Podemos. Ante cualquiera que acuse de corrupción a sus líderes, la respuesta invariables es que el PP roba. En palabras de del Álamo: «Pablo Iglesias se ha contradicho treinta veces, pero al menos no roba como el PP. Colau enchufa a su pareja, pero al menos no roba como el PP. Monedero no paga a Hacienda a tiempo y cobra dinero público venezolano por un informe inexistente, pero al menos no roba… O sí. Dejémoslo». Y, ante quien tenga la osadía de llamar comunistas a los líderes de Podemos, los podemitas adoptan una actitud que es irónicamente descrita por del Álamo con estas palabras: «En el mejor de los casos, su interlocutor tuitero podemita admitirá que Iglesias y compañía son admiradores de Chávez y también comunistas, pero nada más. Según ellos y con un razonamiento que roza lo mágico, que un grupo de reconocidos comunistas funde un partido no convierte automáticamente a ese partido en comunista. Es lógico pensar que media docena de activos marxistas creen un partido político de centro, liberal o un ente sin ideología conocida como el Club Nintendo o UPyD».

Los pasos por los que se genera la psicología del revolucionario gnóstico, según Voegelin, y los elementos dispersos de la mentalidad del podemita que del Álamo ha encontrado, analizando sus «tuits» presentan una clarísima coincidencia. Los datos, de escaso valor sociológico, aportados por el periodista son sólo un botón de muestra, que podría ser completado con la infinidad de escritos generados por el fenómeno político del populismo español. En todo caso permiten avizorar la deriva social de los podemitas hacia un movimiento revolucionario. Da mucho que pensar el peligro que eso supone a ojos de Voegelin, cuando llega incluso a decir lo siguiente: «Si por inadvertencia un movimiento semejante [gnóstico] se ha multiplicado hasta alcanzar ese punto de alarma que es la conquista de la representación existencial mediante la famosa “legalidad” de las elecciones populares, el gobierno democrático no debe “inclinarse ante la voluntad del pueblo”, sino dominar el peligro por medio de la fuerza y, si es necesario, quebrantar la letra de la Constitución para salvar su espíritu»[53].

 

 

[1] Citado por Pierre y Monique FAVRE, Les marxistes après Marx, París, P.U.F., 1970, págs. 6-65.

[2] Íñigo ERREJÓN y Pablo IGLESIAS TURRIÓN, «The New Spartakists. The thought of Rosa Luxemburg to understand the Global Movement», http://eprints.ucm.es/37419/1/The%20New%20Spartakists.pdf.

[3] Rosa FERRIOL PALMA, «Juan Carlos Monedero: “El 15M es lo mejor que le ha pasado a la democracia”», Diario de Mallorca (Palma de Mallorca), 28 de febrero de 2012.

[4] Orencio OSUNA, «El cambio político es posible en España y Podemos será determinante», http://www.nuevatribuna.es/articulo/espana/cambio-politicoespana-posible-y-podemos-sera-determinante/20140914120019107102.html.

[5] «Entrevista a Pablo Iglesias: “No es izquierda o derecha, es dictadura o democracia”», http://www.huffingtonpost.es/2014/02/16/pablo-iglesiasentrevista-podemos_n_4787408.html.

[6] Íñigo URQUÍA, «Pablo Iglesias (Podemos): “No es Marx o Lenin; es democratizar la economía y poner límites a la casta corrupta”», El Economista, 22 de mayo de 2014, http://www.eleconomista.es/noticias/noticias/ 5796993/05/14/Pablo-Iglesias-Podemos-No-es-Marx-o-Lenin-es-democratizarla-economia-y-poner-limites-a-la-casta-corrupta.html.

[7] «Entrevista a Pablo Iglesias», loc. cit.

[8] Ibid.

[9] https://www.youtube.com/watch?v=1v430q8Ns7A.

[10] «El marxismo de Podemos: un experimento espartaquista (I)», http://carlismo.es/el-marxismo-de-podemos-un-experimento-espartaquista-i/; «El marxismo de Podemos (II): el credo comunista», http://carlismo.es/el-marxismode-podemos-un-experimento-espartaquista-ii/; «El marxismo de Podemos (III): tácticas para sojuzgar masas», http://carlismo.es/el-marxismo-de-podemos-iiitacticas-para-sojuzgar-masas/; «El marxismo de Podemos (IV). Rosa Luxemburgo: la inspiración», http://carlismo.es/el-marxismo-de-podemos-ivrosa-de-luxemburgo-la-inspiracion/; «El marxismo de Podemos (V): el espartaquismo con máscara», http://carlismo.es/el-marxismo-de-podemos-v-elespartaquismo-con-mascara/; «El marxismo de Podemos (VI): el espartaquismo sin máscara», http://carlismo.es/el-marxismo-de-podemos-vi-el-espartaquismo-sinmascara/.

[11] Carlos FERNÁNDEZ LIRIA, En defensa del populismo, Madrid, Catarata, 2016.

[12] Ibid., pág. 126. Como hemos visto eso responde a una táctica voluntaria de los cabecillas de Podemos, en orden a recolectar votos. Liria, en cambio, entiende que se debe a la aparición de Ciudadanos, creado artificialmente para contrarrestar la acción populista de izquierdas.

[13] Ibid., pág. 130.

[14] Cfr., por ejemplo, ibid., págs. 86-89.

[15] Ibid., pág. 116.

[16] Ibid., pág. 108. Véanse págs. 110-119.

[17] Ibid., págs. 61y sigs. y 85-86.

[18] Ibid., págs. 85-86, 99, 109-110 y 127.

[19] Ibid., pág. 96. Cfr. págs. 78-79.

[20] Cfr. ibid., pág. 116.

[21] Ibid., pág. 116 y sigs.

[22] Y, así, vino a destruir el orden natural de la sociedad constituido por muy diversas comunidades que limitaban el poder central y servían de protección a los menos poderosos.

[23] Rousseau, por ejemplo, decía: «Hoy, que ya no hay ni puede haber una religión nacional exclusiva, se deben tolerar todas las que sean tolerantes con las demás, con tal que sus dogmas no contengan principios contrarios a los deberes del ciudadano. Pero el que se atreva a decir, “fuera de la Iglesia no hay salvación”, debe ser desterrado del Estado, a no ser que el Estado sea la Iglesia y el príncipe el pontífice». Jean-Jacques ROUSSEAU, Contrato social, Madrid, Espasa Calpe, 1975, pág. 168.

[24] Carlos FERNÁNDEZ LIRIA, En defensa del populismo, cit., pág. 127 y sigs., y 136.

[25] Ibid., pág. 129.

[26] Ibid., pág. 225.

[27] Lo está, en la doctrina de Rousseau, pero no, por ejemplo, en la de Locke.

[28] Ibid. pág. 119.

[29] Lo primero no sería admisible por todos los teóricos de la Ilustración, pero si cabría en la concepción que Rousseau da de la voluntad general. Lo segundo, ni siquiera por él.

[30] Ibid., pág. 159.

[31] Cfr., v. gr., ibid., págs. 36 y 96 y sigs.

[32] Ibid., pág. 233.

[33] Hecha evidentemente la salvedad del comunismo y del marxismo.

[34] Ibid., pág. 51. No sin cierta desfachatez irónica Fernández Liria añade luego que la gente suele tender a la obediencia y a confundir lo que es con lo que debe ser. Sobre eso funda la esperanza de que Podemos alcance el poder.

[35] Ibid., pág. 130.

[36] Ibid., pág. 234.

[37] Ibid., pág. 103.

[38] Cfr. ibid., pág. 105.

[39] Ibid., pág. 227.

[40] Ibid., págs. 41-48; 138-158.

[41] Ibid., pág. 48.

[42] Carlos FERNÁNDEZ LIRIA, «Capillas en la Complutense: nuestro indebido respeto», http://www.cuartopoder.es/tribuna/2016/02/19/capillasen-la-complutense-nuestro-indebido-respeto/8196.

[43] Carlos FERNÁNDEZ LIRIA, En defensa del populismo, cit., pág. 234.

[44] Esos puestos hasta hoy dependen de concursos o de oposiciones abiertas a cualquier español, incluidos los podemitas. ¿Cómo podrían verse especialmente favorecidos de esa manera los compañeros antisistema? Es fácil de adivinarlo a la luz del procedimiento seguido durante decenios por las izquierdas de este país para hacerse con puestos clave, sobre todo en la universidad y en los medios de comunicación: basta con introducir en los criterios de los concursos y oposiciones unas condiciones o unos criterios excluyentes que favorecen a las personas o a los colectivos afines, cuando no con designar a dedo las comisiones encargadas de la selección.

[45] Carlos FERNÁNDEZ LIRIA, En defensa del populismo, cit., pág. 122.

[46] Del 26 de junio de 2016.

[47] Alfonso ROJO, «Iglesias y Errejón escenifican su ruptura sobre el futuro de Podemos», La Razón (Madrid), 21 de septiembre de 2016, pág. 16.

[48] Declaró, por ejemplo, que su madre le veía ya con cara de presidente: ww.europapress.es/nacional/noticia-pablo-iglesias-me-dice-madre-te-puestocara-presidente-hijo-20160414144009.html.

[49] http://www.20minutos.es/noticia/2754341/0/entrevista-inigo-errejoncomunistas-socialdemocratas-especies-pasado/.

[50] Eric VOEGELIN, Nueva ciencia de la política, Madrid, Rialp, 1968, cap. V, § 2.

[51] Juanma DEL ÁLAMO, «Los peligros de tuitear contra Podemos», Libertad Digital, 11 de febrero de 2016, http://m.libertaddigital.com/economia/ 2016/02/11/los-peligros-de-tuitear-contra-podemos-1276567493/.

[52] «Prólogo» a Carlos FERNÁNDEZ LIRIA, En defensa del populismo, cit., pág. 22.

[53] Eric VOEGELIN, op. cit., pág. 234.