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Número 569-570

Serie LVI

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Yves Chiron, Dom Gérard (1927-2008), Tourné vers le Seigneur

Yves Chiron, Dom Gérard (1927-2008), Tourné vers le Seigneur, Le Barroux, Éditions Sainte-Madeleine, 2018, 688 págs.

Yves Chiron (1960) es un especialista de historia religiosa contemporánea, conocido principalmente por las biografías que ha publicado de un buen número de papas de los últimos siglos (Pío IX, Pío X, Benedicto XV, Pío XI, Juan XXIII y Pablo VI). Es autor igualmente de importantes investigaciones históricas sobre las beatificaciones, las canonizaciones, las apariciones marianas, los milagros de Lourdes o el padre Pío. En tercer lugar ha prestado atención al mundo contrarrevolucionario y al nacionalismo francés, con libros sobre Burke, Barrès o Maurras. Desde 2008, finalmente, dirige el Diccionario de biografía francesa.

En este nuevo libro nos ofrece la biografía de Dom Gérard Calvet (1927-2008), que entró en la orden benedictina en 1950 –siguiendo la tradición de la familia monástica del padre Muard, Dom Romain Banquet y la madre Marie Cronier–, fue monje en Madiran y, al trasladarse la comunidad, en Tournay. Ordenado sacerdote en 1956, fue enviado luego al Brasil entre 1963 y 1968. A su vuelta a Francia no termina de encontrarse en paz en su monasterio, alterado por los aires del Concilio y el cambio de la liturgia, y peregrina por ello de Tournay a Montrieux, luego a Fontgombault y de ahí a Montmorin. Se instala solo en Bedoin en 1970, donde funda un monasterio de espíritu tradicional, que se traslada en 1981 a Le Barroux. En situación canónica irregular, acude al arzobispo Lefebvre, que le asegura las ordenaciones de sus monjes. Pasa incluso por la tentación sedevacantista, de la mano de su estimado padre Guérard de Lauriers, O. P. Y, en 1988, cuando Lefebvre consagra cuatro obispos sin mandato y contra la expresa prohibición de Roma, asiste a la ceremonia en señal de gratitud a quien tanto debía, pero no por eso deja de recoger la invitación de Roma de regularizar su situación. No se lo perdonará ni el arzobispo ni su entorno, en un ambiente crispado y dividido. Recibirá la bendición abacial, tras haber visto erigido canónicamente el monasterio, en 1989. En 2003, enfermo y cansado renuncia al cargo de abad, para el que será elegido Dom Louis Marie. Y muere en 2008.

Antes de su entrada en religión, que constituye el hilo conductor –claro está– de su vida, se narran con pormenor sus años de infancia y adolescencia, donde adquiere particular importancia el paso por el colegio de Maslascq, dirigido por André Charlier, por quien conocerá también a su hermano Henri, y donde tendrá a Jean Madiran como profesor. La herencia de Péguy, recibida a través de los Charlier, será en su quehacer más relevante que la de Maurras, a diferencia de Madiran, verdadera síntesis de ambas tradiciones.

El libro, preciso y agudo, es extraordinario. La figura y la peripecia del protagonista atrapan al lector desde el comienzo. Y, sin dejar de hacerle justicia, exhibe con frecuencia –no siempre–un verdadero entusiasmo por sus dichos y hechos. Hay, sin embargo, un punto polémico, pues el asunto sigue resultando delicado en extremo pese a los tres decenios pasados. Se trata de las relaciones con el arzobispo Lefebvre, sobre todo a propósito de las consagraciones de 1988 y sus resultas. Creo honradamente que, en este extremo, el libro es parcial y faccioso al tiempo. Creo que las consagraciones sin mandato constituyen un acto de enorme gravedad que está con toda lógica castigado severamente. Pero en el juicio sobre la culpabilidad, basado en la situación de necesidad, nadie puede sustituir a Lefebvre. Es lo que dijo Madiran, citando a Péguy: Quand il y a une éclipse tout le monde est à l’ombre. No se trata, pues, de un cisma, como incluso algunos eclesiásticos romanos han reconocido, aunque sí de una desobediencia grave sancionada con la excomunión. Que puede en algunos o incluso muchos miembros de la Hermandad de San Pío X o sus fieles haber inducido o creado una mentalidad cismática. Lo que no es de suyo. El libro, en cambio, que insiste en el cisma y presenta al arzobispo Lefebvre como un simple político endurecido, es unilateral. Podemos sentirnos, como Chiron, más atraídos por la actitud de Dom Gérard (con frecuencia, por cierto, contradictoria) que por la de monseñor Lefebvre (no exenta desde luego tampoco de contradicciones: de «dejadnos hacer la experiencia de la Tradición» a las consagraciones sin mandato). Pero la presentación de este último es poco menos que caricaturesca. Es una pena, a nuestro juicio, que el excelente historiador y biógrafo que es Chiron no haya podido sustraerse a la gravitación del pathos en asunto tan sensible. A nuestro juicio, lamentándolo, no empece sin embargo el valor de la obra.

Un último punto, necesario en una revista de la naturaleza de Verbo. Quizá el único necesario, pues hubiéramos podido prescindir de lo anterior, que no deja de ser un juicio personal, discutible como todos, pero que nos parecía exigido por la justicia. Se trata de la atención prestada por Dom Gérard a los aspectos de la civilización cristiana y su andamiaje político, la Cristiandad. La primera publicación impresa en el Barroux fue su opúsculo Regard sur la Chrétienté, ampliado luego y convertido en Demain la Chrétienté.

Pero antes, en el curso de Derecho público de la Iglesia que dio en 1978 a sus monjes, por exhortación de Lefebvre, se refería a la «funesta» declaración conciliar Dignitatis humanae, que estaría en «ruptura total» con la «noción tradicional». Según el autor Dom Gérard habría cambiado de criterio en los años 1987-1988, razón por la que se habría negado a reeditar el trabajo con posterioridad. Sin discutir esto último, quizá influido por Dom Basil, uno de sus monjes, autor de una abstrusa y poco convincente tesis sobre el asunto, lo cierto es que la declaración en cuestión ha sido funesta, al margen de que quizá sea posible interpretarla sin entrar en colisión (o sólo parcialmente) con la doctrina tradicional.

Manuel ANAUT