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Número 571-572

Serie LVII

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Brent Nongbri, Before religion. A history of a modern concept, New Haven y Londres, Yale University Press, 2013, 275 págs.

El autor es profesor de historia antigua en la australiana Universidad Macquarie de Sidney y el libro que reseñamos presumo que es parte de la tesis doctoral defendida en la Universidad de Yale en 2008. Está vinculado como investigador en su especialidad al Consejo Australiano de Investigaciones (ARC).

La tesis del libro es bien clara: la religión es una invención moderna, pues fue en ese tiempo histórico cuando se la comenzó a entender como un ámbito separado. Todo el libro insiste en el hecho de la modernidad de la religión, esto es, de la religión tal como la entienden los modernos: un ámbito de vida separado de los otros (de lo económico, lo político, lo social, etc.), lo religioso en tanto que dividido y opuesto a lo secular (lo no religioso), que es lo mismo que sostener la no universalidad de la religión, su voluntariedad en contra de las alegadas naturalidad y necesidad del hecho religioso.

A lo largo de siete capítulos (que se desenvuelven históricamente), más una introducción y una conclusión, el profesor Nongbri aporta argumentos para sostener su afirmación, haciendo gala de un variado conocimiento de idiomas, una vasta formación académica y un fino olfato para seleccionar pruebas. Sin embargo de lo que no está dotado el profesor Nongbri es de una mente filosófica, pues su libro así lo prueba: está atrapado en la maraña oscura de la sociología, la etnografía y los estudios culturales, todos los cuales cegaron sus ojos para leer los datos históricos con espíritu elevado. Razona, no intelige.

El libro es sencillo y está escrito en lenguaje claro. Es reiterativo, machacando sobre una tesis que viene siendo repetida hasta el cansancio, por ejemplo por el especialista Talal Asad o el renombrado William T. Cavanaugh. Resume así lo analizado en los capítulos 2, 3 y 4:  «El mundo antiguo no estaba dividido en diferentes “religiones”, concebidas como asociaciones voluntarias de gente con similares “experiencias religiosas”» (pág. 85). Y sintetizando lo que estudió en los capítulos 5, 6 y 7, afirma en la conclusión: «La idea de religión no es tan natural o universal como a menudo se asume. La religión tiene una historia. Nació de las disputas cristianas acerca de la verdad, de los abusos de la Europa colonial y de la formación de los Estado-naciones» (pág. 154).

Dos afirmaciones paradojales en un historiador: la primera, confunde religión con iglesia y a ésta solamente en su acepción o significación protestante; la segunda, desconoce la naturaleza humana y toma a la religión como un producto histórico, episódico, contingente, eurocéntrico. Lo menos que se puede decir es que se trata de una perspectiva llena de confusiones, no siendo la menor el que se diga que en la antigüedad no había tal cosa como la religión. Por supuesto que no la había en el sentido moderno del término, pero sí en tanto concepto de una realidad que envolvía toda la vida humana, como prueban los pasajes que cita de Platón o Cicerón.

El panorama de las ideas que alimentan el libro es siempre superficial, claramente moderno por subjetivista y por la ausencia de toda referencia a Dios, la gracia o auxilio divino y la trascendencia para entender la naturaleza de la religión. Ni qué decir de la Revelación.

¿Necesitamos una palabra una vez que tenemos la cosa? Pregunta que está a la cabeza de su magra filosofía nutrida de las flaquezas de Wittengstein. Responde: la palabra no nos hace falta, tampoco el concepto. ¿Basta la idea, entonces, como en los idealistas? Nueva respuestas: la religión no «está ahí» en todo momento; en la antigüedad no estuvo ahí. «Para nuestro estudio contamos con narraciones, textos… Donde los conceptos aproximadamente equivalentes a “religión” están ausentes, pienso que no sería un auxilio imponer tal concepto, salvo como parte de un recurso re-descriptivo» (pág. 24). Esto es: si usamos la palabra religión para aplicarla a fenómenos que se le parecen, debemos saber que recurrimos a métodos ajenos al objeto en estudio.

Todo queda en nada. Salvo la toma de posición: la invención de la religión es exclusivamente moderna. Y también la renuncia del profesor a su postura, rendido ante el hecho de que la religión es un término habitual en sus estudios al que difícilmente se pueda renunciar. Y si se debe hacer, entonces, en última instancia, como dice en la conclusión (págs. 156 y sigs.), hagámoslo dejando de lado perspectivas esencialistas, adoptando conceptos estratégicos (¡operativos! según los mandatos del nominalismo imperante), ya que lo mismo se debería hacer con otras palabras como cultura, sociedad, etnicidad, sabiendo que son términos que están en el arsenal de todo historiador. Eso es lo que cree Nongbri que queda  «antes de la religión», que nos prometía en el título. Contestando yo a sus preguntas anteriores: después de «antes de la religión» no tenemos ni palabra, ni concepto, ni cosa, sólo contamos con un invento que recorta un área de trabajo.

Concluyo enojado con este libro tramposo, porque el historiador que es el señor Nongbri dice y se desdice para salvar su oficio. Y yo, aquí estoy, lamentándome de la pérdida de tiempo que ha sido la lectura de esta pobre obra.