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Número 571-572

Serie LVII

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Lee Ward, Modern democracy and the theological-political problem in Spinoza, Rousseau, and Jefferson, Nueva York, Palgrave MacMillan, 2014, 228 págs.

Thomas Pangle y Timothy Burns, dos especialistas en historia de la filosofía política, dirigen para la editorial Palgrave una colección sobre la recuperación de la filosofía política (Recovering Political Philosophy así se denomina la serie) con el propósito de encontrar los fundamentos clásicos de la virtud cívica que reorienten la actual vida política. Ambos están ligados a Leo Strauss y su escuela y en la colección ya se han publicado algunos textos sobre el eminente historiador de las ideas.

El libro de Lee Ward que comentamos tiene también una gran deuda con Strauss. El autor es profesor en la Universidad de Regina en Saskatchewan, Canadá. Conocíamos de él dos libros anteriores: el que en 2004 le publicara Cambridge acerca de Las políticas de la libertad en Inglaterra y en la América revolucionaria, una voluminosa y bien orientada historia del pensamiento político del siglo diecisiete inglés a la revolución americana en el dieciocho; y el posterior, de 2010, editado también por Cambridge, sobre John Locke y la vida moderna, una de las mejores contribuciones críticas al modo de vida impulsado por las doctrinas político-religiosas lockeanas.

Este libro no desmerece los anteriores. En él Ward se detiene en la consideración de dos grandes pilares de la vida política moderna: la democracia liberal que ha triunfado, en la teoría y la práctica, sobre toda otra forma política; y la secularización de la vida política, en desmedro de las mal llamadas teocracias. Desgranando los razonamientos, el autor entrelaza dos mitos políticos modernos, la soberanía popular y los derechos naturales, que dan lugar a lo que llamaría «la utopía de la libertad política democrática».

Lee Ward ha elegido bien los autores representativos de esta extraña entente mitológico-utópica propia del pensamiento moderno: por una parte, el padre de la democracia totalitaria, el judío y ateo Baruch de Spinoza, reconocido en el campo político por su Tratado teológico-político; por otra, el renegado calvinista (pero tan influenciado por su Ginebra natal) Juan Jacobo Rousseau, más conocido por su Contrato social; y como vértice y colador de ambos, Tomás Jefferson, escritor y político yanqui, que condensó las ideas de su tiempo en un sistema político que fue aplaudido y todavía en estos días se aplaude, inclusive por quienes debieran ser sus enemigos o al menos sus críticos, como a la izquierda Jürgen Habermas y a la derecha Joseph Ratzinger.

Estos nombres contemporáneos no los he traído innecesariamente al ruedo, pues ambos celebran aquellos fundamentos de la filosofía política moderna que Ward a su manera combate: la democracia liberal y la secularización. Otro registro para acreditar la victoria de tales ideas entre polos tan opuestos como lo son el ateísmo y el catolicismo, que, sin embargo, comulgan en una común valoración de la Modernidad.

Dicho esto, veamos un poco más de cerca lo que dice Lee Ward en su libro. Los tres autores estudiados unen al argumento del gobierno democrático el del Estado secular o secularizado en el sentido de no religioso, incluso antirreligioso, lo que constituye una novedad absoluta a la luz de las doctrinas políticas premodernas, erigidas a partir de una teología racional que, partiendo del conocimiento de Dios y de la naturaleza, desarrollaba los cimientos de la comunidad política. Hasta aquí Ward tiene razón salvo por un pequeño inconveniente: su insistencia en afirmar que esas doctrinas anteriores a la Modernidad (que sobrevuela en la «Introducción») fundaban el gobierno democrático, lo cual importa una restricción poco acertada tanto en sede histórica como en la teórica.

Asiste la verdad a Ward cuando, en oposición a esas doctrinas clásicas y medievales, expone el desmantelamiento moderno de las raíces religiosas fundacionales de las autoridades eclesiásticas/espirituales y políticas/seculares. Siguiendo a Leo Strauss, el autor encuentra aquí  «el problema teológico-político » de la Modernidad. Debo detenerme en este tópico para hacer algunas precisiones.

En los estudios actuales hay un abuso de la llamada «teología política», abuso que lleva a verla incluso en donde no la hay o en donde hay su contrario, la anti-teología política. Me explico y recurro al maestro Álvaro d’Ors en mi apoyo. Correctamente entendida, la teología política consiste en extraer consecuencias políticas de una concepción religiosa, tal la tesis de d’Ors. Por lo tanto no basta con citar pasajes bíblicos o hablar de la religión o de las religiones, de la Iglesia o las iglesias y de sus doctrinas para formar un argumento teológico-político. En la mayoría de los pensadores modernos, como es el caso de Spinoza, ocurre lo contrario, eso que d’Ors imputara a Peterson, que no hacen teología política porque no derivan consecuencias políticas de una concepción religiosa determinada, sino que, al revés, «tratan de corroborar una determinada concepción política con impregnaciones religiosas».

Las últimas palabras citadas son textuales de Álvaro d’Ors. En consecuencia, no hay problema teológico-político en los tres autores modernos estudiados por Ward, por la simple y sencilla razón de que eliminan toda consideración teológica en el armazón de sus doctrinas políticas. Son casos de anti-teología política o, en el mejor de los casos y como he escrito a propósito de John Locke, de una teología política invertida que busca en la religión argumentos que abonen sus elucubraciones sobre el gobierno y Estado.

Ward lo ha visto bien, a pesar de insistir que estos filósofos radicales ilustrados padecen de ese problema de la teología política, cuando en verdad no hay tal problema para ellos, como he dicho, porque excluyen la teología de sus razonamientos meramente seculares. Y Ward así lo expone. Pero insisto: no hay problema teológico-político por la sencilla razón que no hay teología ni religión. En lugar de  «problema» deberíamos hablar de «vacío» teológico-político.

Salvada la disidencia, es valedero el argumento de Ward sobre que la teoría política moderna recurre a pretensiones filosóficas o científicas contra los argumentos de religión y/o de la revelación para legitimar los gobiernos seculares. Y el examen de Spinoza, Rousseau y Jefferson es muy bueno, incluso diré que en ciertos puntos avanza en la crítica justificada, a la luz de las premisas anteriores, de la secularización de la política en ellos.

Concluyo afirmando que no he discutido aquellos dos puntos por ningún prurito académico sino para evitar un confusionismo que de alguna manera, al conceder alguna presencia a los pensadores modernos, se la niega a los clásicos y medievales. Y también para discutir la tesis tan divulgada de la continuidad subterránea de las tesis teológicas antiguas en las doctrinas políticas de la Modernidad. Más allá de esto, el libro de Lee Ward es estimulante y valiente, casi a contrapelo de las corrientes actuales. Es altamente recomendable su lectura.