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Número 581-582

Serie LVIII

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Catherine H. Zuckert, Machiavelli’s politics

Catherine H. Zuckert, Machiavelli’s politics, Chicago y Londres, University of Chicago Press, 2017, 512 págs.

De la autora de este libro creo haber hablado ya en alguna reseña a su edición de ciertos trabajos de Leo Strauss. Fue alumna del gran historiador de la filosofía y se convirtió en discípula suya, lo mismo que quien, presumo, es su esposo, Michael P. Zuckert. Juntos compusieron dos estupendos libros sobre su maestro: The truth about Leo Strauss. Political philosophy and American democracy (2006) y Leo Strauss and the problem of political philosophy (2014). Por su parte Catherine Zuckert ha escrito también dos libros sobre Platón: uno sobre los filósofos de Platon, Platos’s philosophers. The coherence of the dialogues (2009); y otro sobre el Platón de los posmodernos: Plato posmodern. Nietzsche, Heidegger, Gadamer, Strauss, Derrida (1996). Ha editado en 2011 un singular libro sobre la filosofía política actual: Political philosophy in the twentieth century. Authors and arguments.

Como su maestro Leo Strauss, C. Zuckert parece moverse en todo el frente de la filosofía política con la comodidad que le dan los buenos estudios; y también como Strauss ha dedicado un libro al escritor florentino, Maquiavelo. El de su profesor, la conocida Meditación sobre Maquiavelo, que Carmela Gutiérrez de Gambra tradujera para el Instituto de Estudios Políticos en 1964, constituye un texto capital para estudiarlo. Este de Zuckert, La política de Maquiavelo, creemos que con el tiempo se convertirá en otra pieza vital en la comprensión de su pensamiento.

¿Es fácil escribir sobre Maquiavelo? ¿Quién lo dijo? De este hombre se viene escribiendo hace seis siglos, encomios y denuestos, obras breves y enciclopédicas, históricas y políticas, tesis y ensayos, etc. En otras ocasiones he dado cuenta de algunas obras actuales (la mejor de las nuevas, El evangelio de Maquiavelo, de William B. Parsons), pues todos los años aparecen por docenas. Se sabe que la calidad suele reñirse con la cantidad, y que por mucho que se escriba sobre Maquiavelo, poco es lo que pasará por el cernidor de la inteligencia. No solamente hay que conocer su obra, hay que estar dotado de una buena pluma y haber aprendido en una buena escuela que dé un ojo penetrante y un espíritu inquieto por la verdad; hay que saber leerlo al derecho y al revés, también entrelíneas, para zafar de los corsés al uso o no engañarse con palabras conocidas; después de ello, hay que tener algo que decir que ilumine el ideario y la acción maquiavelianos, que nos haga ver algo no visto o entrevisto o velado o visto y no del todo esclarecido; y hay que captarlo en lo fugaz de su momento y en la resonancia de larga duración.

¿Quién dijo que es fácil escribir sobre Maquiavelo? Catherine Zuckert sabe hacerlo. Conoce su obra, como aquí se desvela. Escribe bien. Tiene buena escuela, la de su maestro Strauss, que la entrenó en la vista inquisitiva y el horror al engaño, aunque más no sean los acomodamientos a las mieles de las academias o la tentación de las verdades a medias. Sabe leer al florentino, no tropieza con las piedras que él mismo puso para hacernos errar. No se engaña con las modas. Puede echar luz nueva en cosas dichas, como quien en viejos odres vierte nuevos vinos. Y entiende los contextos, el inmediato pero también el de los ecos seculares.

La tesis de Zuckert es que la teoría política de Maquiavelo es unitaria y coherente a lo largo de todas sus obras. El libro que la estudia cuenta con una Introducción, «Leer a Maquiavelo», en la que adhiere con reservas a la tesis de Strauss: Maquiavelo es reconocido por su intento de destruir la tradición platónica y cristiana de la política, y en tal sentido es un filósofo. Filósofo, sí, pero de una nueva filosofía que tiene una concepción novedosa sobre la humana excelencia semejante a la del epicureísmo. Y eso se muestra en su pensamiento político. Por eso Zuckert presta más atención que Strauss al republicanismo de Maquiavelo, república que –en paralelo a El Príncipe– libera y canaliza los humores del pueblo, las pasiones, concepción que le lleva a discutir las otras versiones del Maquiavelo republicano patriarca de la libertad como no-dominación (Pocock, Skinner).

Zuckert entiende a Maquiavelo políticamente, porque la política para Maquiavelo es el arte de convertir las pasiones humanas no en una fuerza destructiva sino constructiva de las vidas humanas. No es Maquiavelo un filósofo contemplativo sino práctico, no busca ordenar o guiar mediante la comprensión sino transformar la vida de los hombres mediante acciones efectivas. Práctico y comprometido. Por eso su declarada intención de dirigirse a un público –los líderes de Florencia–, no para que especule, sino para convencerlo acerca de cómo producir una mejora en la vida humana en el futuro.

Todas estas ideas recorren el texto por entero. La primera parte trata de los grandes escritos de Maquiavelo y se divide en dos. En el primer capítulo estudia El Príncipe en el que inaugura una nueva forma de estudiar y hacer política. Seguidamente, analiza los Discursos en los que esa novedad se vierte en la forma de una república también nueva. La segunda parte considera el desarrollo posterior de la invención maquiaveliana en escritos menores: la Mandrágora (capítulo tercero), El arte de la guerra (capítulo cuarto), La vida de Castruccio Castracani (capítulo quinto), Clizia (capítulo sexto) e Historia florentina (capítulo séptimo).

Son quinientas páginas que incluso esforzándome no podría compendiar para el lector. La densa profundidad de la pluma de Catherine Zuckert, el conocimiento de su sujeto-objeto, la versación en filosofía política y la capacidad si no para descubrir al menos para iluminar con seriedad el pensamiento de Maquiavelo, hacen improbable un equitativo ajuste de cuentas con este excelente libro. Una sola observación al pasar: no obstante la erudición de la autora, que ha consultado lo mejor de lo escrito sobre Maquiavelo ayer y hoy, se echa de menos que no mencionara una vez siquiera a Pierre Mesnard, que le dedicó el primer capítulo de su monumental estudio El auge de la filosofía política en el siglo XVI, porque hay muchas coincidencias y similitudes en ambas interpretaciones.

Juan Fernando SEGOVIA