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Introducción a la política (I)

SUMARIO

PRIMERA PARTE

CONSIDERACIONES GENERALES

El problema de los universales: Valor del conocimiento intelectual.

Nominalismo y realismo (o idealismo) filosófico.

Crítica del nominalismo y del realismo (idealismo).

Solución verdadera: realismo integral.

Consecuencias políticas del problema de los universales.

Lo esencial y lo accidental en política. Doctrina y programa. La verdad en política.

El orden de las cosas y los "órdenes establecidos".

La civilización y las civilizaciones.

SEGUNDA PARTE

PRINCIPIO Y FUNDAMENTO

Política y finalidad del hombre.

Dios, fundamento de la autoridad.

Carácter sagrado de la persona.

Ilustración sobre el carácter sagrado de la persona: La eutanasia y el derecho de la sociedad a matar los criminales.

La sociedad, medio de expansión de la personalidad, "tanto que...", "no más que...".

Mérito y clima social; problema del "conformismo". Política y salud de las almas.

Nada de ciudad ideal, peligros de la utopía.

Realismo político: Principios y aplicación práctica.

TERCERA PARTE

DIOS ES AMOR

El binomio libertad-autoridad.

La libertad de los liberales.

La "libertad de los hijos de Dios".

La libertad, condición del amor.

El amor, única razón de nuestra libertad. Libre elección entre dos bienes.

El mal y el dolor.

Libertad de orden divino. Libertad-derecho-poder-competencia-autoridad.

CUARTA PARTE

TODO PODER VIENE DE DIOS

Unidad y autoridad en las sociedades.

Cómo la autoridad viene de Dios: Fundamento de la autoridad legítima en el orden natural.

Su carácter "absoluto".

Persona y función.

Igualdad esencial e inigualdad accidental del hombre. Cargas, privilegios, descentralización.

 

INTRODUCCIÓN A LA POLÍTICA

"Y el mundo va cada día peor porque se desconocen totalmente los universales" (Pío XI)

PRIMERA PARTE

CONSIDERACIONES PREVIAS

EL HOMBRE, "ANIMAL, SOCIAL Y POLÍTICO" (1)

Pretender que el hombre sea un animal social no basta para definirlo. Seria igualarlo a los animales que viven en sociedad, como, por ejemplo, las hormigas, las abejas, ciertas especies de aves, etc...

De ahí el sentido dado a la fórmula de Aristóteles: el hombre es un animal político... que sugiere que si bien las abejas, las hormigas están sometidas ciegamente a reglas invariables, por el contrario, al hombre se le dio poder de actuar sobre la organización de la sociedad en que vive, cambiar sus formas, modificar sus leyes.

Las abejas viven en sociedad, y todas las abejas del mundo obedecen a la misma constitución (2).

En cambio, los hombres viven en una sociedad cuyas leyes difieren, pueden diferir y, a menudo, deben diferir entre distintos países y aun entre provincias.

Es este carácter singular de la sociedad humana, carácter específico, el que le hace acreedor del calificativo de "político". Así, pues, en este sentido la sociedad de los hombres es más que una sociedad política. El hombre es más que un animal social, es un animal político...

Y es político, porque le ha sido dado el poder de organizar él mismo la sociedad a que pertenece.

Así resulta que uno de los caracteres más fundamentales de la política es esta libertad concedida al hombre para organizar las cosas de la ciudad, combinarlas a su manera, a partir de su ingenio, sus ideas y sus gustos y preferencias.

Y de ahí nace, precisamente, eso que se podría llamar la dificultad, no menos fundamental, de la política.

¿Cómo podremos estudiar la política, si en efecto, como acabamos de ver, está marcada con un cierto carácter de libertad? Toda ciencia ¿no implica un cierto determinismo en su objeto? Por el contrario, ¿cuáles pueden ser las leyes, las normas de lo que es libre?

¿Cómo conciliar; dicho de otro modo..., cómo armonizar lo que pueda haber respectivamente de obligación y de libertad en el hecho de que el hombre sea un animal social y político?

¡Grave dificultad!...

Problema de lo que hay de humano en el orden de la humanidad. Es un inmenso problema distinguir lo que es necesario y lo que es contingente, lo que es obligatorio y lo que es libre, lo que es universal y lo que es particular.

Problema fundamental en muchos terrenos, pero todavía más en política.

La grande y primerísima cuestión que se impone al comienzo de un estudio como el presente es la siguiente:

COMO FUNDAMENTAR SOLIDAMENTE LA DISTINCIÓN DE LO QUE ES IMPERIOSO Y DE LO QUE ES LIBRE, DE LO QUE SE IMPONE UNIVERSALMENTE Y DE LO QUE PUEDE O DEBE VARIAR SEGUN EL TIEMPO, EL LUGAR O. LAS PERSONAS EN LA ORGANIZACION DE LA. SOCIEDAD HUMANA.

Cuestión decisiva; podría casi decirse, cuestión neurálgica; pues si para muchos esta distinción misma entre lo contingente y lo necesario, lo universal y la particular, parece derivarse del sentido común, está vigorosamente combatida por otros que no dejarán de ver en el hecha de que la hayamos planteado el signo de una orientación previa.

Este último rasgo basta para indicar la naturaleza de las dificultades que amenazan a cualquier introducción a la política.

Todo se ha dicha ya a este respecto. Las doctrinas más opuestas, las teorías más abiertamente hostiles al sentido común, han tenido o tienen todavía prosélitos. Negación de toda verdad, negación de lo real o negación de creer en la posibilidad de su conocimiento; defensa de una libertad tan absoluta cama anárquica, cuando no de un determinismo completo de los actos humanos; identidad del ser y de la nada; etc. Todo ha sido sostenido o se sostiene todavía.

La prudencia exige, pues, introducirse en este terreno con las mayores precauciones. Y como en él todo ha sido afirmado o negado, hay que, ante todo, dedicarse a volver a tomar todo en su base, no para ser originales —las más seguras demostraciones han sido hechas hace tiempo—, sino para recordar incansablemente a los hombres de buena voluntad los argumentos siempre verdaderos y actuales de la eterna sabiduría. Y esto para sustraer a esos hombres de buena voluntad de la seducción del error, para iluminarles, fortificarles e incitarles sobre todo a comprometerse con confianza y entusiasmo en el combate del orden contra los asaltos, desde hace mucho tiempo victoriosos, de la subversión.

Y como el problema fundamental en política resulta que es el de la determinación de las relaciones que en el orden humano deben establecerse entre lo que es contingente y lo que es necesario, entre lo accidental y lo esencial, entre lo particular y lo universal, empecemos por dar a este problema su verdadera nombre: el problema de los "universales". Por, eso mismo comprendemos la sabiduría de Pío XI, que ante los males cada vez más numerosos que destrozan la sociedad no temió decir que... "... el mundo va muy mal porque nadie sabe nada de los universales".

EL PROBLEMA DE LOS UNIVERSALES

«De este problema famoso, escribió Pedro Lasserre (3), toda persona medianamente instruida conoce su objeto literal. Pero es de notar que aparte de los filósofos profesionales, pocos captan su alcance. Se considera que se trata de un ergotismo escolástico versando sobre las palabras, no sobre las cosas, en la que se habría complacido una época bárbara amante de sutilizar por el mero gusto de sutilizar. Esto es un error. El problema de los universales no es más que una de las formas particulares sobre las que puede plantearse y se han planteado, en efecto, un problema muy general, que desborda, si se me permite, los propios términos, y del que siempre ha sido tan imposible a la filosofía no ocuparse de él como a la sazón no encontrarse con el mismo.

Cuando yo hablo del Hombre, en singular y en general, ¿hablo de un objeto que existe en sí? ¿O bien lo que en realidad existe son los hombres, una multitud de individuos, todos diversos, pero con unas ciertas semejanzas, que mi espíritu se cree autorizado a agrupar bajo un único concepto, una denominación común, que comprende a la vez a Racine y al último de los cretinos, al bello Antinoüs y al más disforme de los renacuajos?

Dicho de otro modo, los géneros, especies, tipos en los cuales incluimos respectivamente los seres individuales, ¿tienen, independientemente de éstos, una realidad por la que constituirían como otros tantos moldes constantes en los que la naturaleza ha fundido y fundirá indefinidamente lo que ella produzca? O bien, ¿no existen más que seres individuales y particulares sin ningún elemento de identidad verdadera entre ellos? Y los conceptos abstractos y generales en los que distribuimos a todos estos seres, ¿no son más que construcciones de nuestra mente, construcciones tanto más artificiales cuanto que esos conceptos se definen en rasgos más precisos y más determinados?

Así, el problema de los universales puede presentarse en términos relativamente sencillos, si se le reduce a sus rasgos fundamentales».

Se puede decir que en el problema suscitado por la naturaleza de nuestro conocimiento: conocimiento que es a la vez sensible e intelectual. Conocimiento sensible, rematado por un conocimiento intelectual. Conocimientos muy diferentes el uno del otro: el primero suministrando un dato material en perpetuo cambio, hecho de una infinidad de elementos singulares, concretos, individuales; y el segundo, que se manifiesta, por contrario, en ideas marcadas con un carácter esencial de permanencia y de universalidad.

De donde esta dificultad vinculada al hecho de que, por un lado, los sentidos nos muestran al universo como un conjunto de seres singulares, individuales, mientras por el otro, la inteligencia concibe en ideas, es decir, en nociones perdurables y universales.

De ahí el problema planteado por este carácter universal (universales) de las ideas, carácter tan diferente de lo que es percibido por nuestros sentidos.

¿Cómo, en efecto, un conocimiento por conceptos universales podrá ser considerado como el conocimiento fiel, el conocimiento verdadero de una realidad, que los sentidos nos muestran múltiple, individual y cambiante?

Problema extremadamente grave.

Como se ha dicho muy bien (4): «Los que han considerado como simples disputas de palabras los debates interminables y a veces trágicos a que dio lugar el problema de las universales en la Edad Media, no han querido comprender la trascendencia del problema. La cuestión de los universales, en efecto, es la del origen mismo y objetividad de nuestro conocimiento. Todas las cuestiones capitales de la filosofía están ligadas a ésta; resolverla bien es determinar ya la verdadera naturaleza del hombre y las condiciones de la certeza. Los escolásticos de los siglos XI y XII hicieron, pues, obra útil en sus esfuerzos por aclarar este punto. Profundizaron mucho más de lo que jamás se había hecho antes de ellos los fundamentos de la metafísica y de "toda la filosofía; preparaban la solución tan profunda y tan exacta, dada algo más tarde por los escolásticos del siglo XIII».

Dos soluciones extremas: el "nominalismo" y el "realismo".

Bien comprendido, el problema de los universales puede ser reducido a esta cuestión: ¿qué valor se puede dar al carácter universal de este elemento esencial de nuestro conocimiento que son las ideas?, ¿este universal que ellas representan y las caracteriza existe en realidad o bien sólo hay que ver en ellas una esquematización cómoda ciertamente, pero gratuita, una convención, una simplificación utilitaria de nuestro espíritu?

Como escribía. Pedro Lasserre, ¿no hay más que seres particulares e individuales sin ningún elemento profundo de identidad entre ellos? Y los conceptos abstractos y generales en los que, distribuimos todos los seres, sólo son construcciones de nuestro pensamiento, tanto más artificiales en cuanto estos conceptos se definan con trazos más precisos, más determinados; el dato sensible apareciendo fluyente, sin contornos precisos...

En esta última hipótesis la unidad del género no existiría, pues, realmente, sino que pertenecería solamente a la idea que la representa y no a la realidad misma de las cosas. Y la misma idea sería muy oscilante sin el nombre, que al expresarla, la sostiene, la sella y, por así decirlo, la fija. Los géneros no existirían, pues, como objetos fijos más que en nuestro espíritu, o, viéndolo todavía con mayor rigor, en nuestro lenguaje. En definitiva, la realidad de los géneros sería nominal. Esta tesis se llama el nominalismo. ¿Se admite, al contrario, la realidad de este universal expresado por la idea? Esto es el realismo.

La adopción de una u otra tesis no deja de producir consecuencias muy importantes.

EL NOMINALISMO

A esta cuestión: ¿qué valor conceder al carácter permanente y universal de nuestras ideas? El nominalismo contesta con una negativa a creer en su realidad, y sólo les concede el valor de un signo, de NOMBRE (nominalismo), un valor de convención propicia para clasificaciones útiles.

Por ello el carácter pragmático, utilitario que toman con esta perspectiva la razón y la inteligencia (5). A ambas se les considera cortando y fraccionando lo real, quizá para nuestra mayor comodidad..., pero sin reconocer la menor verdad a las categorías o fracciones que resultan.

Por ahí se adivina la tendencia sensualista y materialista que no puede por menos que comportar el nominalismo. Para él el dato sensible es la forma más rigurosa de lo real, que podemos conocer, y nuestros sentidos, un medio de conocimiento más seguro que la inteligencia y la razón, a los que siempre podrá reprochárseles el fragmentar y fijar lo que de sí es continuo y fluyente.

De qué asombrarse, por tanto, de que en semejante sistema la inteligencia y la razón queden rebajadas y. minimizadas... (6).

Sentidos y pasiones, por el contrario, sensibilidad, en el profundo vigor de su impulso bruto, serán preferidos a todo lo que la inteligencia y la razón habrían podido suscitar o tenderían a controlar y mover.

Consecuencias religiosas

Especialmente en el plano religioso, la fe no sería ya este asentimiento dado por la inteligencia, bajo los fuegos de la gracia, a una enseñanza (dogmática y universal) recibida "ex auditu", sino que es fatalmente que sea, es imperiosamente lógico que devenga ese "sentido religioso ciego que brota de las profundidades tenebrosas de la subconsciencia moralmente informada bajo la presión del corazón" y que la Iglesia ha querido rechazar lejos de ella por la fórmula del juramento antimodernista.

Y es nominalista también el horror bien conocido de los modernistas por estas fórmulas dogmáticas (7) cuya legitimidad reconoce y proclama la "Humani Géneris".

Normalmente el nominalismo rechaza toda proposición que deje creer en la posibilidad de una verdad marcada por el sello de lo universal. Tiene, como el liberalismo, horror a las definiciones. Teme las afirmaciones precisas a las que acusa, de no poder expresar una realidad, muy diferente por naturaleza.

Acusa a toda afirmación un poco rigurosa y general de ser "fijadora", "tajante" y "abrupta". Prefiere la indeterminación "dinámica" de eso que llama: "la vida" o el "sentido de la historia".

La verdad para el nominalismo no "ES", "se hace", se elabora y evoluciona sin cesar. No se la posee jamás, y si la alcanza no puede ser más que por intermitencia. Es sobre todo "una búsqueda".

Siendo sólo real lo singular fluyente, y no lo universal, lo general, se comprende que solamente el testimonio, la experiencia, la encuesta sean para el nominalismo medios de formación netamente preferidos a la enseñanza doctrinal o dogmática.

Toda proposición general, reputada verdadera una vez para siempre, no puede ser, de creerles a ellos, más que una mutilación, una petrificación de una realidad y una vida, siempre en movimiento, una "cosificación" de las ideas, como añaden, debida al poder "fragmentador" e "inmovilizador" del pretendido conocimiento intelectual.

Consecuencias morales y sociales

Al nominalismo le molestan las nociones firmes del bien y del mal, y lanza diatribas contra lo que llama "principios morales, excesivamente dogmáticos o doctrinales, para su gusto. Se comprende así que estas nociones del bien y del mal acaban por perder a sus ojos los caracteres específicos para convertirse en una bruma grisácea que envuelve a las conciencias... Las morales llamadas "de situación" —inmediatamente reguladas por las exigencias concretas de determinado medio de vida y prácticamente desligadas de todo principio— son bastante más de su gusto.

La idea del Orden (con O mayúscula) inquieta especialmente el nominalismo. Sólo quiere designar con este nombre a los órdenes distintos y particulares —simples estados de hecho, órdenes establecidos—, esto es, los mil y uno regímenes políticos concretos, combinaciones institucionales, conjuntos de costumbres, etc., de los que nuestro planeta efectivamente rebosa.

Negándose a creer en la realidad de un orden universal, del que podrían proceder o sobre el cual se podrían fundar, los diversos órdenes particulares, el concepto de Civilización (con C mayúscula) le exaspera. Sólo existen para él las civilizaciones, distintas las unas de otras y nadie sabe mejor que el nominalismo poner en claro en qué se distinguen o se oponen.

Desde luego no cree que pueda existir una doctrina que sería LA DOCTRINA. Esta pretensión universalista le parece odiosa. De creerle, no habrá jamás ni puede haber sino doctrinas... de la misma forma que no hay HOMBRE, sino hombres... y sobre todo nada de REVOLUCIÓN, sino revoluciones.

Dicho de otra forma, toda unidad tendente más o menos a la universalidad, todo género, toda especie, todo tipo, toda ley reputada fundamental, toda, norma, sólo son para el nominalismo construcciones arbitrarias de nuestro espíritu, cómodas quizá, indispensables si se quiere para la (Erección de nuestra vida, pero sin ninguna realidad.

Todo lo que sea movimiento, devenir, acción, evolución, mutación, saltos... le seduce "a priori".

Las teorías evolucionistas, más aventuradas, colman su satisfacción. Soporta mal que se ose poner en duda que el hombre desciende del mono, del colecanto o incluso del gusano marino. Y nada le conmueve más que las recientes experiencias de los patos evolucionados.

Sólo ve a su alrededor la multiplicidad efectiva y cambiante de los seres y las cosas.

Las tendencias del nominalismo en la política.

Pero, se puede preguntar, ¿cuáles son las tendencias del nominalismo en el estudio de la política de que nos estamos ocupando?

Son fáciles de comprender, y tanto más interesantes de notar cuanto son muy parecidas a las que estudiaremos en breve, cuando veamos las grandes líneas de la contestación, aparentemente contradictoria hecha al problema de los universales: la del "realismo".

Para el nominalismo —indudablemente— no puede pretenderse fundar un orden social y político sobre lo que pudiéramos llamar el orden de las cosas, el orden natural, el orden humano. A sus ojos los universales no son más que concepciones universalistas gratuitas de nuestro espíritu.

Si la noción Hombre, en su sentido genérico, con mayúscula, no tiene fundamento real., no lo tendría mejor la noción "Orden Humano"... Y quedaría también en el aire la noción eventual de una verdad política, que consistiera en un conjunto de principios o reglas en función de los cuales podría apreciarse la sabiduría y la bondad de nuestras instituciones o de nuestras leyes.

Un texto de Plekhanov (8) puede ilustrarnos. Para hacernos entender la habilidad de la. "dialéctica" marxista, hace alusión a los que... "manteniéndose en el punto de vista abstracto de la naturaleza humana... juzgan los fenómenos sociales según la fórmula...: la propiedad privada o bien corresponde o bien no corresponde a la naturaleza humana la familia monogámica corresponde o no a dicha naturaleza, y así sucesivamente..." Considerando la naturaleza humana —estos autores, resalta Plekhanov— creen... que entre todos los sistemas posibles de organización "social existe uno que corresponde más que los otros a esta naturaleza. De ahí el deseo de encontrar este sistema, el mejor, es decir, el que mejor corresponde a la naturaleza humana...". Al contrario, observa Plekhanov: "Marx no menciona la naturaleza humana. El no reconoce instituciones sociales que correspondan o no a esta última. Ya en la «Miseria de la filosofía» encontramos el siguiente reproche, bien significativo, dirigido a Proudhon: «Mr. Proudhon ignora que la historia entera no consiste en otra cosa que en la continua modificación de la naturaleza humana".»

Cita bien característica que demuestra claramente el aspecto nominalista del marxismo.

No quiere oír hablar de naturaleza humana. El concepto que la contiene es uno de estos "universales" que califica de irreales... No existen instituciones sociales, ni doctrinas políticas, etc., que correspondan o no a ella.

Nada de orden político (en el sentido universal), nada de verdad política, sino la ordinaria de una historia que no es más que la evolución continua de la naturaleza humana (9).

Fuera de pequeños matices, tal es lo que no puede dejar de profesar el nominalismo en materia social y política.

Nominalismo, liberalismo, marxismo

Pero, desde luego, si no existe realmente una naturaleza humana, un orden de cosas a los cuales podría corresponder o no la organización de nuestras instituciones; si todo esto no es más que una construcción, una concepción del espíritu, es evidente que a estas construcciones, a estas concepciones del espíritu pueden oponerse otras construcciones y concepciones del espíritu, fatalmente tan irreales las unas como las otras.

Y siendo así que las doctrinas políticas (siempre basadas en, los universales) son construcciones gratuitas de nuestra inteligencia, nada es más mudable que esas construcciones gratuitas; por consiguiente, concebir las cosas a su manera y proponer su plan de reorganización de la "ciudad".

El nominalismo, como puede verse, no fija ni puede lógicamente fijar ninguna barrera, ni imponer ninguna regla a la ingeniosidad, al capricho, ni siquiera a la locura de los hombres, en vena de concepciones sociales o políticas (10).

Y en estas condiciones no se puede menos que reconocer la sabiduría de los que proponen remitirse a la voluntad de los más: "de la opinión". ¿No es así, en efecto, como hay menos riesgos de división o discordia, ya que se admite que toda verdad o error políticos están tan desprovistos de fundamento, unos como otros, y que sólo tienen el valor de una palabra, de un NOMBRE...? (Nominalismo).

A menos, por tanto, que no prevalezca otra lógica más elevada y más rigurosa del sistema, según la cual debiendo ser sacrificado todo a la única realidad, que es la acción, la mudanza, la evolución (... y revolución permanente), las sociedades vengan a caer bajo la tiranía de nuevos amos, a los que Lenin dejó esta consigna: "los filósofos hasta aquí no han hecho más que interpretar distintamente al mundo. Pero de lo que se trata es de cambiarlo...".

EL "REALISMO"

Pero el nominalismo no es la única respuesta dada al problema de los "universales".

Desde los primeros siglos de la historia de la filosofía se opuso al "nominalismo" lo que más tarde se llamaría "realismo".

Ya es sabido que Heráclito es considerado como nominalista. Sus sentencias se hallan en todos los manuales de filosofía. "Todo "luye. Todo pasa. Nadie puede bañarse dos veces en el mismo rio. Ya que es, ya no es. Y lo que no es, es, porque todo llega y nada permanece."

En semejante sistema no cabe la realidad de los conceptos universales.

A esta enseñanza de Heráclito es clásico oponer la de Platón. El Rvd. P. Garrigou-Lagrange hizo la comparación en un diálogo lleno de enseñanzas y sonriente llaneza (11). Escuchémosle ceder la palabra a Platón:

"Hay que confesar, reconocía este último, que en este orden de las cosas sensibles todo muda. La materia recibe perpetuamente nuevas modificaciones... PERO que son como una participación o reflejo de Ideas inteligibles... Puesto que debemos admitir la idea del Bien, la parte más brillante, la más bella del Ser, y además la Verdad, tomada en sí misma, la Sabiduría, la justicia... ¿Y por qué no también las esencias (12) eternas de las cosas? Si hay una ciencia del nombre, ella debe tener un objeto inteligible e inmutable de lo sensible, individual y contingente (13), siempre variable. ¿Por qué no existiría una idea eterna del hombre y del león? Los leones individuales nacen y mueren, pero la esencia de león permanece siempre la misma al igual que la del ciervo y las de la rosa o el lirio..."

Con este párrafo puede apreciarse el sentido...

Es innegable que este sentido puede ser inspirado por una gran elevación de alma, por un vivo amor hacia las cosas del espíritu. Y así, se comprende la atracción sentida hacia Platón, por los pensadores cristianos durante siglos.

¿Qué valor debe concederse a lo que pasa? ¿No es más importante valorar lo que permanece, lo esencial, las ideas? ¿Qué importa, en el fondo, lo superficial de esta realidad sensible, cambiante por naturaleza? ¿La realidad suprema, no es acaso la inteligencia quien la mueve?

Por ejemplo, consideremos esta mesa sobre la que escribo..., y que otras mil, tan bellas, tan sólidas, la podrían reemplazar. Lo práctico, tanto como lo esencial, ¿no exigen que yo me atenga antes que nada a tener una mesa que me convenga, como ésta, pero también como las otras mil posibles, sin detenerme en esas naderías que apenas me permitirían distinguir esas mesas entre sí.

Lo que verdaderamente cuenta es la idea de mesa, puesto que ella preside —si así puede decirse— la creación, la fabricación de todas las mesas que se construyen cada día en el mundo, etcétera.

Con lo dicho basta para intuir lo que es en sus grandes líneas "el realismo" (14).

Como lo indica su nombre, sirve para clasificar el conjunto de los sistemas (muy diversos) que profesan (poco o mucho) la realidad de los universales. Dicho de otra forma, a la pregunta (ya hecha al nominalismo) del valor que hemos de conceder al carácter universal y perdurable de las ideas (sobre todo de las ideas llamadas generales), el realismo contesta, afirmando que lo que ellas designan no sólo es real, sino más real incluso que aquella forma (sensible) de una realidad singular, contingente, mudable, siempre en trance de hacerse y deshacerse, tan fugaz e inaprehensible como una corriente de agua entre los dedos.

Pero con ello se ve el sentido muy particular que toma aquí la palabra "realismo".

Realismo común y "realismo" (o "idealismo") filosófico

Comúnmente son llamados realistas los que tan sólo quieren seguir una expresión bien conocida más que en aquello que ven o en aquello que tocan. Y lo menos que puede decirse es que el amor a las ideas es raramente el fuerte de esta categoría de individuos. Realista en este caso, designa a aquellos que no quieren detenerse sino ante las apariencias materiales o sensibles de las cosas.

Ahora bien, este es un sentido completamente distinto de aquel que damos a la palabra "realista" cuando lo empleamos en el capítulo de los "universales".

Lejos de calificar a los que no quieren atenerse más a lo que ven, oyen, sienten, palpan o gustan, "realista" designa diversamente a los que creen más en la realidad de lo universal, expresado por las ideas, que en la realidad del hecho sensible (lo que sería, a los ojos de los más, considerado como el colmo del "irrealismo").

Y es en este sentido en el que la palabra "realista" (cuando se habla de los universales) puede resultar sinónima de "idealismo". Idealismo, en efecto, porque no tan sólo los sistemas que se agrupan bajo esta denominación admiten la realidad de lo que expresan las ideas, sino porque alguno de ellos llega en casos extremos a declarar que no hay real más que la IDEA (caso del idealismo absoluto de Hegel). De ahí el término "idealismo" (15).

Así, pues, lejos de considerar como nociones arbitrarias, sin base real, las generalizaciones de nuestra inteligencia, el realismo (16) (idealismo) admite que representan o son la forma suprema de lo real, lo único real.

El "realismo" filosófico, verdugo de lo personal

Bien claro destaca de lo expuesto el desconocimiento del mundo sensible, manifestado por el realismo (así entendido).

Pero el inundo sensible (como ya repetirnos hablando del nominalismo) es esencialmente el mundo de lo concreto, de lo múltiple, de lo diverso; el mundo en movimiento, el mundo de los cambios lentos o bruscos; el mundo de nuestros progresos o de nuestras caídas, de nuestros enderezamientos o de nuestras decadencias ; el mundo de las tradiciones históricas, de las variedades de raza, de civilización; el mundo de los pueblos marítimos o montañeses; el mundo de los países ricos o pobres; helados o tropicales; mundo elaborado por intereses contradictorios, un mundo matizado, al extremo, cambiante de provincia a provincia; mundo de esta encarnación de seres y de este "arraigamiento" caro a Simone Weil.

Es, pues, normal que el "realismo", bien sea despreciando o negando el universo (sensible y material) de estas cosas, llegue también a despreciar o aplastar, con estas casas, todo lo que estas cosas representan o implican.

Así, pues, si al nominalismo se le puede y se le debe reprochar su repulsa a lo "general" y "universal", que le lleva en la práctica a disgregar, a "atomizar" todo cuanto toca, un reproche inverso, igualmente grave puede ser hecho al realismo, al idealismo (en el sentido preciso en que venimos empleando estas dos palabras). Por ligarse exclusivamente a lo general y a lo universal, el realismo, el idealismo, desconocen el detalle de las cosas, el orden de los casos particulares, de las eventuales excepciones. ¿Por qué extrañarse entonces de que haya llegado a ser a menudo el verdugo de lo individual y de lo personal?

Convergencias nefastas del "nominalismo" y del "realismo".

Nominalismo y realismo.

El error está tanto de un lado como del otro. Y vamos a ver cómo a pesar de su oposición literal, los dos sistemas, lejos de neutralizarse, llegan a complementarse para destruir mejor.

El mismo irrealismo (podría decirse esta vez, en el sentido vulgar de la expresión).

Si el nominalismo niega las realidades del mundo inteligible, el realismo niega las realidades del mundo sensible y material. Pero ¿qué son, qué pueden ser la razón e inteligencia, así cortadas o separadas de este mundo sensible y material? Privadas de esta referencia, tanto como de este control, que tan bien juegan un papel de freno o de corrector, la inteligencia y la razón no pueden más que embriagarse de sí mismas. Especialistas, en cierta manera, de lo universal y de lo general, generalizan y universalizan libérrimamente, es decir, a tontas y a locas... Razón e inteligencia desencarnadas, el frenesí lógico será en adelante su única ley. Y tendremos, como ya hemos padecido, todos los excesos de la razón, llamada razonadora. Locura racionalista del siglo XVIII, tan desastrosa y tan revolucionaria como el nominalismo.

De ahí miles de esquematizaciones peligrosas o manifiestamente insensatas. Saturado de abstracciones, el "realista" sigue su idea sin enterarse de lo que le rodea —como se dice vulgarmente—. Siempre en busca de algún sistema "ideal", es planificador por esencia. A él debe remontarse si se quiere conocer la causa de la proliferación de las constituciones de nuestra época. Toda declaración solemne y universal de cualquier cosa le halla a su favor incapaz de captar la realidad de estos hechos particulares, que son las naciones, si legisla es para el mundo entero.

"Los derechos del Hombre y del Ciudadano" fueron su obra. Toda vida provinciana le inquieta. La multiplicidad de los cuerpos intermedios es a sus ojos un desorden. No se encuentra verdaderamente a gusto más que en el internacionalismo.

"Perezcan los hombres antes que nuestras planificaciones"

Sistema de abstracción inhumana y de logicismo enfurecido es el alma de las planificaciones sin entrañas que se disputan el mundo en la actualidad. Esta "era de organizadores", de la que habló James Burnham, es la suya; también se halla en él y de él se sirve, el espíritu tecnócrata de organización planetaria que inspira tanto a la sinarquía como a las diversas internacionales (judías, socialistas, comunistas o anarquistas).

Desde "La República" de Platón, pasando por "La Utopía" de Tomás Moro, la "Ciudad del Sol" de Campanella, hasta terminar en el "falansterio" de Fourier y "la iglesia" de Saint-Simon, no tienen fin ni cuenta las descripciones de estas ciudades, reputadas "ideales", aunque rigurosamente inedificables, que un "realismo", consciente o no, llegó a inspirar.

El estatismo jacobino procede del mismo espíritu, así como el ambiente que se respira en "el Memorial de Santa Elena". El precio que se paga es la despersonalización, la desencarnación y desenraizamiento del hombre auténtico (17). Y se comprende que un Joseph de Maistre, llevado por su inquietud, haya rozado una terminología nominalista al oponer a este "humanismo" de robots su famosa salida de tono: "No hay hombres en el mundo. Yo he visto, franceses, italianos, rusos... también sé, gracias a Montesquieu, que se puede ser persa, pero en cuanto al hombre, declaro no haberío encontrado jamás en mi vida, y si existe, es bien a pesar mío".

Despersonalización, desencarnación, desenraizamiento los hombres auténticos, acabamos de escribir, y hasta terror para los recalcitrantes y la guillotina, los asesinatos en masa, los campos de concentración, los lavados de cerebro para los que se niegan a doblegarse de buen grado al "realismo" planificador (18).

"Convertiremos a Francia en un cementerio antes que dejar de regenerarla a nuestro modo", decía Carrier, verdugo de Nantes; y Jean Ron Saint-André: "... hace falta reducir la población a la mitad".

Dicho de otra manera: perezca la nación y mueran los hombres antes que nuestros principios, es decir, antes de aceptar el fracaso del plan abstracto, del "ideal" que habíamos concebido. Es por ahí, lo hemos dicho ya, por donde el realismo (idealismo) se aproxima al nominalismo o le suministra, al menos, lo que el último no deja de pedir que se acepte: un proyecto de organización política y social. Planificación racionalista que el nominalismo muy gozoso admite (o soporta) para compensar el efecto disgregador de sus teorías y tratar (sin éxito desde luego) de restablecer lo que su negativa a los universales comprometería sin ella. HABIENDO DESCARTADO ESTE ORDEN Y ESTAS LEYES, QUE REHÚSA VER EN LO REAL INTELIGIBLE, EL NOMINALISMO NO PUEDE SINO SUFRIR EL YUGO DE UNA RAZÓN RAZONALISTA, TANTO MÁS FEROZ CUANTO MÁS DESCARNADA.

De ahí la evidencia particularmente sensible de dos errores en una frase como la siguiente: "Para hacer feliz al pueblo precisa renovarle, cambiar sus ideas, cambiar sus leyes, cambiar sus costumbres, cambiar las cosas, destruir todo, sí, destruirlo todo, puesto que todo está por crear".

Proposición nominalista, por lo que se refiere a los cambios que reclama, pero en la que queda suficientemente claro, por su última expresión "todo está por crear", es una invitación dirigida al "realismo" planificador del "idealismo" revolucionario, encargado de realizar esta creación.

Y podemos terminar este estudio del "realismo" (tal como se entiende esta palabra, en el capítulo de los universales) por la cita de Lenin, que nos ha servido en su momento para terminar nuestras reflexiones sobre el "nominalismo".

"Los filósofos hasta aquí no han hecho más que interpretar diversamente al mundo. Ahora se trata de cambiarlo..."

Y para efectuar este cambio (aspecto nominalista) nada mejor que estas planificaciones (realismo) que implican la necesidad de la deportación de los pueblos, el aplastamiento de las naciones, el trabajo de los esclavos, los campos de concentración... a la consecución del mayor éxito de una "Revolución permanente", "ideal" por lo menos, bastante poco natural.

Continuará.

Notas

(1) S. Tomás de Aquino, De Regimine principum, cap. 1.

(2) Y si por casualidad se descubriera un enjambre de abejas, que no obedeciera a las leyes que conocemos, a nadie se le ocurriría que esta categoría de abejas se ha elaborado a sí misma la constitución particular bajo la que vive.

(3) Cfr. Un conflit religieux au XII siècle: Abelard contre S. Bernard, p. 41, ed. L'artisan du livre, París.

4) Cfr. Blanc, Dictionnaire de Philosophie, artículo "Nominalisme" p. 886, ed. Lethielleux.

(6) Cfr. Malraux: "¿Qué entendéis por inteligencia??

–¿ En general?

– Si.

– La posesión de los medios para constreñir cosas y hombres"

(La condition humaine, p. 189, ed. Le livre de poche, Gallirnara. París, 1946).

(6) Como justamente lo señala M. J. Maritain, en su libro Los Tres Reformadores, refiriéndose a Lutero y citándolo en numerosas ocasiones— "....No es sólo a la filosofía, sino esencialmente a la razón, a quien el Reformador declara la guerra. La razón sólo tiene valor, en un orden exclusivamente pragmático y para uso en la vida terrena: Dios nos la dio sólo.... para que nos gobierne aquí abajo; es decir, que tiene poder para legislar y ordenar todo lo que tiene relación con esta vida, como comer, beber, vestir e incluso lo que concierne a la disciplina exterior y una vida honesta. (Weim, XLV, 621, 5-8, 1538). Pero en las cosas espirituales, no sólo es..., "ceguedad y tinieblas" (Weim, XII, 319, 8; 320, 12), mas también: la p. del demonio, ella no puede más que blasfemar y deshonrar todo lo que Dios ha dicho y hecho» (Weim, XVIII, 164, 24-27 1524- 1525) "Es el enemigo más feroz de Dios". (Rationem attrocissimum Dei hostem", in Galat [1531]. Weim, XV, P, I, 363, 25). (Los anabaptistas, dicen que la razón es una antorcha.... ¿La razón de la luz? Sí, como la que daría una inmundicia puesta en una linterna. (citado por Baudrillart, "L'Eglise catholique, la Renaissance et le Protestantismo, París, 1905, pp. 322, 323). Y en su último sermón, predicado en Wittenberg, hacia las postrimerías de su vida... "La razón es la gran p... del demonio... que deberíamos pisotear y destruir, a ella y a su sabiduría. Llenarle la cara de basura para que sea horrible... Tiene que ser ahogada desde su bautismo... Merecería, ella la abominable, ser relegada al lugar más inmundo, de la casa, en las letrinas..." (Erb. 16, 142 a 148, 1546).

«Como máximo podría concederse a la razón, su papel práctico en la vida y transacciones humanas. Pero es incapaz de conocer las verdades fundamentales, las ciencias especulativas y así toda la metafísica es un engaño: omnes scientiae speculativae non sunt verae … scientia, sed errores... y el uso de la razón en materias de fe, la pretensión de constituir gradas a raciocinios y utilizando la filosofía, una ciencia coherente del dogma y de la revelación, en una palabra, la teología, tal como la entendían las escolásticos, es un abominable escándalo... Lutero, en fin, traía a la humanidad, doscientos treinta años antes que Rousseau, una liberación, un gran alivio. Liberaba al hombre de la inteligencia, de la fatigosa y obsesionante obligación de pensar y hacerlo siempre lógicamente. (op. cit. "Lutero o la aparición del Yo", pág. 19, 49, 72. PIon, París, 1945).

(7) Cfr. Elie Blanc: Diccionario de Filosofía: "...un dogma es un punto de doctrina fundamental..." Con esto queda dicho su carácter genérico y universal.

Entre las consecuencias de este nominalismo religioso, Monseñor Lefevre, Arzobispo de Bourges, señala la actitud vitalista en su Informe Doctrinal (abril, 1957) dirigido a la Asamblea del Episcopado Francés: "aquí o allí, se desconfía de la inteligencia, a la que se acusa de "construir" abstracciones sin realidad. "Se prefiere «la vida»... Esta primacía del vitalismo, sobre la inteligencia, no sólo contribuye a disminuir el contenido de la fe, sino que muchas veces cambia hasta su propio sentido. La fe, ya no es la adhesión del espíritu a la verdad revelada, sino el "darse uno mismo a Cristo.

Se llama así, a menudo, a una especie de sentimentalismo religioso, bastante frágil, porque carece de bases sólidas y profundas. El contenido de la fe, se disminuye y a veces se desvía. La Encarnación, la caridad fraterna, la bienaventuranza de los pobres, se interpretan en el sentido de la presencia, de afecto bondadoso, del compromiso del proletariado. Los dogmas que requieren adoración y ascetismo se descuidan al igual que los pasajes correspondientes del Evangelio. Algunos manifiestan una especie de gusto morboso de la novedad por ella misma. Parece como si no se sintiera la necesidad de una afirmación frente a lo que se opone a la verdad tradicional. Quizá alguno de vosotros me dirá: Hay católicos que en la intimidad, dicen no creer en la eternidad del infierno, del purgatorio, de las indulgencias. La espiritualidad de la acción y la apologética por la acción, han disminuido sensiblemente la verdadera virtud de la fe. Bajo pretexto de pluralismo, de comprensión, de libertad de pensamiento, muchos se inclinan a medir por el mismo rasero, todas las creencias y opiniones. Cuán usual es entre cristianos la frase: «Yo respeto las ideas de los demás». Frase equívoca, ciertamente, pues no distingue entre la persona y sus ideas, de las que algunas son ciertamente errores. Esta forma de expresarse responde, en la mayoría de los casos, a un verdadero indiferentismo y no a un simple deseo de urbanidad.

Si en el terreno del dogma encontramos tal subjetivismo práctico, no hay que decir que en él de la moral todavía se manifiesta con mayor intensidad. El «juicio cristiano» de las situaciones, de los compromisos, se hace muchas veces sin pensar en las directivas de la Iglesia, sino en las luces propias o las del grupo. Se acude a la inspiración del Espíritu Santo, que reside en las personas o los grupos; se recuerda menos a la Iglesia docente, como si para enjuiciar la acción fuera cosa de cada cual descubrir la verdad según su conciencia, como si no existieran la verdad y las reglas objetivas".

(9) Karl Marx. "El comunismo no es para nosotros un estado que deba ser creado, un ideal destinado a orientar la realidad; nosotros llamamos comunismo al movimiento efectivo que suprimirá la condición presente. Las condiciones de este movimiento son dados por esta situación».

Y Engels, "La humanidad no podría llegar nunca a alcanzar un orden perfecto. Una sociedad perfecta, un estado perfecto, sólo puede existir en la imaginación; al contrario, todas las situaciones históricas que se han sucedido, son sólo etapas transitorias en el desarrollo sin fin, en la sociedad humana, que va desde el inferior hasta el superior). (Ludwing Feuerbach, p. 10. Bureau editions 36).

(10) Es por ahí, como vamos a ver, por dónde el nominalismo se aproxima al realismo (idealismo). Este último, en efecto, porque considera las ideas como la forma suprema de lo real, y el universo sensible, cómo una ilusión de los sentidos, se inclinará normalmente a las planificaciones fundadas en el carácter absoluto (desencarnado) de sus abstracciones. Las grandes catástrofes del universo con origen en los espacios interestelares están de acuerdo con sus preferencias y usos... Y, aunque inspirado al parecer, en aparente oposición al nominalismo, éste aceptará sin dificultad aquellas planificaciones, porque sólo verá en ellas, inventos y creaciones de esta inteligencia humana, de la que proclama, antes que nadie, que es esencialmente pragmática e indispensable para organizar nuestra vida, sin que a pesar de ello sea necesario que tales concepciones intelectuales sean expresión de alguna verdad cualquiera.

(11) Cfr. Le réalisme du principe de finalité, p. 40 a 60. Desclee de Brouwer.

(12) Esencia: Lo que es "esencial" a un ser, lo que determina su naturaleza, lo que hace que sea, tal como es, cualesquiera que sean, por otra parte, sus caracteres particulares. La esencia de "locomotora" designa por igual una vieja máquina de maniobras que la magnífica locomotora eléctrica de París-Lyon.

(13) Contingente: lo que es, pero podría no ser. Dios es un Ser necesario: no es posible que no exista. Pero el hombre es contingente, podría no haber existido.

(14) Es indudable que no es éste sitio para exponer, ni siquiera en líneas generales, los distintos sistemas que efectivamente se relacionan con el "realismo". Apenas bastaría una obra voluminosa. Igual que lo hemos hecho al estudiar el nominalismo, indicaremos solamente a grandes rasgos lo que es útil a nuestro estudio, sin perdernos en descripciones de todas las contraposiciones, diferencias distintas de escuelas, rigurosamente superfluas en este lugar.

(15) Cfr. Blanc, Diccionario de filosofía. Artículo: «Idealismo» ... «Sistema de, los que refieren toda realidad a la idea y al sujeto pensante... El idealismo es falso en cuanto niega la materia... Admite ciertamente otras diferencias. Al idealismo de Platón sucederá más tarde el idealismo subjetivo de Kant, que sólo considera el espacio como una forma apriorística de la sensibilidad; vendrá después el idealismo absoluto de Hegel, para quien la idea es la suprema realidad... Para los realistas inmaterialistas, p. e. Berkeley, Lachelier, sólo la conciencia es real: la materia, los cuerpos en particular, es un dato ilusorio que deviene en sucesivos estados de conciencia, y no tiene otra existencia que aquella que nosotros le damos por el hecho de pensarla... Varios filósofos de esta escuela (Ravaison, Lachelier) explican el espacio y con ello la materia, por el pensamiento. Sin llegar tan lejos, otros como Leibniz, sólo atribuyen a los cuerpos, formas simples, y a cada una conceden una vida inconsciente al principio, pero susceptible de desarrollarse hasta convertirse en inteligente. ¿No es este, otra manera de convertir la realidad en el pensamiento e identificarla con el espíritu? Se ha podido considerar a Descartes como el padre del idealismo moderno, que se ha desarrollado seguidamente bajo una doble forma: Empírica y racionalista. El idealismo empírico está representado por Berkeley, Hume, Stuart Mill; y el idealismo racionalista, por Kant, Fichte, Schelling, Hegel, etc. Pero se da especialmente al sistema de Kant el nombre de idealismo trascendente; el nombre de idealismo subjetivo al sistema de Fichte, que sólo admite como primer principio el YO; se califica de idealismo objetivo, el idealismo de Schelling; en fin, el nombre de idealismo absoluto designa al sistema hegeliano".

(16) Ibíd. artículo: "realismo"... "Doctrina según la cual las ideas "universales son objetivas. El realismo exagerado admite que estas ideas se realicen tal como son, fuera del campo de la inteligencia. El realismo ha sido sostenido por Platón, Guillermo de Champeaux, etc. Platón opone hasta tal punto el mundo inteligible al mundo sensible, que el espíritu negaría a conocer el primero sin conocer el segundo.

(17) Monseñor Pirolley escribe: "nada hay tan eficaz como el desenraizamiento para materializar un ser humano. Porque al quitarle lo que era el ambiente y sustancia de su vida, el lugar y centro de sus afectos, la fuente de su manera de pensar, de sentir, de reaccionar y de creer, el ser humano se sale de sí mismo, despoja su alma de algo, quizá lo mejor de ella.

¿Se requiere una prueba? Los fermentos del marxismo, que se encuentran en el Pays-Haut, ¿no son acaso en general extranjeros de origen católico? (La Semaine Religieuse du diocèse de Nancy et de Toul. 1-11-59).

(18) Cfr. Le "Raport doctrinal", presentado a la Asamblea del Episcopado Francés por Monseñor Lefevre, Arzobispo de Bourges, 30-4-57; "Error fundamental de todos los humanismos, no cristianos, es disminuir el valor hombre, bajo pretexto de engrandecerle; despojarle de su grandeza divina, con excusa de ennoblecerle, y arrancarle despiadadamente a su incomparable destino humano bajo el pretexto de procurarle en plazo más o menos lejano la plena realización de sus más vivas aspiraciones... Es de esta especie el idealismo, que bajo esas diversas formas ha impresionado tan fuertemente los espíritus contemporáneos. Para éste, el hombre se define por su pensamiento. El espíritu humano goza de completa autonomía. La inteligencia no tiene por función contemplar el ser ni representarlo, le corresponde construir el objeto e inventarlo, tanto por lo que respecta a los valores de orden moral como a las leyes del mundo físico..."