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Ortodoxia - Concesiones - Compromisos

Ortodoxia - Concesiones - Compromisos

por S. E. el Cardenal Giuseppe Siri

Arzobispo de Génova

Bajo este título, Su EMINENCIA EL CARDENAL, GIUSEPPE SIRI, ARZOBISPO DE GÉNOVA, dirigía a su clero el 7 de julio de 1961 una carta pastoral que formo parte de un conjunto coherente de instrucciones y enseñanzas de indudable actualidad y especialmente dignas de meditación y de útil difusión.

Aunque al otro lado de los Alpes puedan resultar algunas cosas exageradamente simplificadas, es evidente que las verdades expresadas con tan alta autoridad por esta importante carta tienen un auténtico sentido católico, ya que estigmatizan, modas y extravagancias de la voluntad y del espíritu que desgraciadamente no sólo hacen estragos en Italia.

Pese a las dificultades e imperfecciones que se derivan de la traducción, deseamos que nuestros lectores lean el texto hasta el fin para regocijarse de encontrar expuesta por una pluma tan valiente y matizada a la vez, la expresión del mismo espíritu al que VERBO intenta responder con fidelidad.

He aquí íntegra la pastoral, hasta ahora inédita en España.

 

 

ARCIVESCOVADO
DI
GENOVA

Genova, 17 Settentbre 1962

Gentilissimo Signore,

da parte di Sua Eminenza il Cardinale Arcivescovo ho il gradito incarico di rispondere alla Sua cortese lettera d'ell 11 Settembre, in cui Ella chiede l'autorizzazione di pubblicare in lingua spagnola, sulla rivista "Verbo" le lettere pastorali sul tema "Ortodossia" del 1 Agosto 1959 e 7 Luglio 1961.

Son liete di poterLe comunicare che Sua Eminenza volentieri concede la richiesta autorizzazione, pregandoLa unicamente di voler inviare copia del testo in lingua spagnola.

Poiché recentemente é apparsa una terza lettera, pastorale di Sua Eminenza sul tema "Ortodossia" mi faccio dovere di inviarna copia assieme alle due precedenti: i tre documenti sono spediti a parte.

Sua Eminenza La ringrazia cordialmente per le Sue gentili espressioni e confida che il tesoro inestimabile di Verità da Nostro Signore affidato alla Sua Chiesa possa risplendere, anche oggi, al disopra della terribile confusione ideologica, per gli uomini di buona volontà.

Nel trasmetterLe il saluto benedicente di Sua Eminenza, mi onoro aggiungere espressione del mio ossequio.

Firmado.
sac. Bartolomeo Pesce.
segretario.

 

ORTODOXIA - CONCESIONES - COMPROMISOS

Queridos hermanos: El 1º de agosto de 1959, cuando os dirigimos nuestra carta titulada "Ortodoxia, errores, peligros", os anunciábamos el propósito de continuar en cartas posteriores la obra comenzada de denunciar errores, sobre todo los más sutiles. Queremos ahora llevar a cabo, al mismo tiempo que el cumplimiento de una promesa, el deber inherente a nuestro cargo.

Escribimos para defender la verdad, a sabiendas que el bien solamente puede surgir de la verdad y que la primera condición para salvarse es la fe, por su misma naturaleza ligada a la ortodoxia, es decir, a la verdad.

Queremos hablaros en esta carta de ciertas tendencias intelectuales y prácticas que o bien violan el bien sagrado de la ortodoxia católica, o llevan dentro de sí los gérmenes de los cuales nacen, tarde o temprano, contradicciones o, por lo menos, incongruencias con la ortodoxia católica.

No sois vosotros, ciertamente, queridos sacerdotes de nuestra diócesis, sino otros los que tomarán a mal que emprendamos la defensa de la ortodoxia. Eso ya ha ocurrido y volverá a ocurrir otra vez más. Hay gentes que abrigan el pensamiento secreto de un cambio universal de las cosas, al que nadie escapará ni podrá sustraerse. Para ellos el problema de la ortodoxia consiste en "adaptarse" o "interpretar", no en defender sin alterarlo el depósito recibido de los apóstoles. Por eso se indignan contra cualquiera que defienda la ortodoxia. Pero se equivocan, porque no ven los puntos fijos de este gran mundo en marcha y en movimiento perpetuo: puntos fijos que son testimonio de la inmovilidad de la realidad y verdad última.

No comprenden, lo que significa y atestigua su propio nacimiento y muerte; puntos que, ciertamente, no están sujetos a cambio, como sucede con otros muchos. Contra esa equívoca ilusión reaccionamos y reaccionaremos siempre mientras Dios nos dé vida para ello, porque sabemos bien que solamente creyendo, y creyendo lo que ha querido Nuestro Señor Jesucristo, sin alteraciones ni aminoraciones, conseguiremos la vida eterna (Jo. XX, 31).

Como ya os lo hemos dicho en la carta pastoral anterior antes mencionada, se trata no tanto de combatir las herejías abiertas y formales, sino las infiltraciones cautelosas, viperinas que se aprovechan de la extremada ignorancia religiosa de muchos seglares y del insuficiente saber teológico de no pocos miembros del propio clero. Hay algunos libros y periódicos que se prestan a infiltraciones de naturaleza errónea o peligrosa, y que caen a veces en manos de algunos lectores a los que una mayor precisión teológica les hubiera dado, un sentido de alarma y de motivado disgusto.

Sabemos, en fin, que el argumento todo que aquí consideramos chocará con las exigencias de la modernidad, ya presentada como objeción, o como pura y simple condena inclinada a considerar corno "antigualla", conservatismo, esclerosis, etc., todo lo que es defensa de la Tradición.

Cuando aquí se habla del "pasado", nos referimos a ese pasado que son las palabras y los actos de Jesucristo, la tradición apostólica, la obra de magisterio y de gobierno desarrollado por la Iglesia a través de los siglos.

Es preciso que nos entendamos sobre la modernidad, sin que sea necesario repetir lo que hemos escrito a ese propósito en nuestra larga carta de 1960.

La modernidad consiste en comprender los tiempos en que vivimos y en adaptarse a ellos, pero en ningún modo en contraer sus enfermedades, sus deficiencias o sus locuras. El que las contrae no es moderno, es un enfermo.

Sin duda alguna, el que se defienda será superior a su tiempo. Hacer sacrificios, incluso con daño de la verdad, para adaptarse a las enfermedades, es aceptar caminos falsos y ridículos.

Creemos que todavía no se han hecho en todos los países estadísticas objetivas sobre el pavoroso aumento de enfermedades nerviosas y mentales y casos anormales. Pero se deduce de los datos conocidos que la situación es inquietante. Si la curva continúa con el mismo desarrollo hasta el año 2000 (lo que es verosímil, porque la progresión va en aumento), hay que preguntarse qué ocurrirá entonces. No será divertido para todos los que esperan vivir entonces, sino, por el contrario, motivo de tranquilidad para todos los que puedan presumir que no existirán, a menos que Dios permita antes del año 2000 que caiga el terrible castigo que merece la vanidad del mundo y los temores de los que, por cobardía, no hayan resistido a tiempo.

Por tanto, no emplearemos términos equívocos, y a lo largo de esta no breve carta discutiremos ampliamente el asunto.

 

LA LUCHA CONTRA LA TRADICIÓN DIVINA

La Sagrada Escritura NO es la fuente única de la revelación divina ni, por consiguiente, la única fuente donde podemos y debemos buscar la "palabra de Dios". Eso quiere decir que la palabra de Dios NO está enteramente consignada por escrito, como acaece en los Evangelios, en las Actas de los Apóstoles, en las Epístolas apostólicas y en el Apocalipsis. Existe, ciertamente, un margen, aparte de los escritos apostólicos. Por otra parte, durante algún tiempo la Iglesia no tenía nada escrito, y Io que poseemos ahora por escrito lo ha venido teniendo poco a poco, pero sin rebasar cronológicamente la vida del más viejo de los apóstoles. Ella, por tanto, ha vivido sustancialmente la tradición divina, pues poco a poco, antes de que se apagase el rescoldo vivo de los apóstoles, tuvo los textos neotestamentarios.

La Escritura sacó de esa tradición todo lo que había sido consignado verbalmente por Jesús y por sus intérpretes auténticos.

Son materia de fe católica la existencia y el valor de la tradición divina, por lo que renegar de la tradición es, sin duda, salirse de la ortodoxia.

Los antiguos Concilios comenzaron por una profesión de fe en la tradición y todos la invocaron en su favor. Aun cuando el Concilio de Trento no trató a fondo este asunto, afirma y enseña explícitamente la tradición divina en su cuarta sesión. Pío IV, en la Professio fidei tridentina, resume claramente la misma afirmación y la impone en la bula Injunctum nobis, de 13 de noviembre de .1564. En fin, el primer Concilio Vaticano se expresa con la misma claridad en el capítulo tercero "de Fide".

Es preciso señalar que en muchos escritos se nota un extraño silencio en cosa tan clara, y es preciso recordar que, por haber rechazado la tradición divina, al menos en su sustancia, fue por lo que Lutero se separó de la Iglesia.

Al hecho del silencio se añaden otros temas fundamentales que serán examinados cuidadosamente.

 

 TEOLOGÍA, PREDICACIÓN, CATEQUESIS KERIGMÁTICA

Se habla mucho de esto. Digamos, en primer lugar, que por Kerigma se entiende "la predicación o el mensaje" de Jesucristo. Pero se puede hablar de ella en dos sentidos distintos: Uno bueno, laudable, útil; otro inaceptable al sentido católico.

a) En buen sentido, la teología, la predicación y la catequesis kerigmáticas son aquéllas que se atienen preferentemente, aunque no exclusivamente, al "mensaje escrito" de Nuestro Señor, y así hacen mucho por la doble exigencia de Io esencial y de lo concreto. La bondad de este modo de concebir la "teología kerigmática" está garantizada por el hecho de que se atiene al "mensaje" sin excluir completamente el resto; por tanto, la intención es recoger e inculcar lo que hay de inmediato y esencial en la palabra de Dios, reaccionando contra las divagaciones del pensamiento humano. Nadie puede negar la necesidad de un honesto llamamiento a lo esencial, garantizado por Dios;

b) Sentido católicamente inaceptable. La teología, la predicación, la catequesis kerigmática, contienen una afirmación negativa que implica más o menos esto: es decir, que todo lo que rebasa el puro mensaje escrito no merece confianza; o bien se le tiene por inútil, o bien se ve en él una adición de origen humano que, por lo tanto, debe ignorarse deliberadamente, o bien suprimirse.

Nadie podrá poner en duda que el kerigma así entendido es católicamente inaceptable; porque, de una forma o de otra (de seguir el segundo de los casos indicados) participa de la actitud o directamente de la herejía protestante.

En efecto, ¿qué hay contenido en la Sagrada Escritura más allá del puro mensaje de Cristo? Es la tradición divina, es el trabajo de deducción, de explicación, de aplicación de ulteriores comprensiones, cuyo objeto es la palabra de Dios escrita u oral. Por tanto, en cuanto concierne a la tradición divina, ya hemos dicho bastante y no hay lugar a repeticiones; basta declarar que suprimir la tradición divina constituye la misma impiedad que suprimir la Sagrada Escritura, ya que se trata de una fuente de la revelación divina.

En cuanto al resto (deducción, etc...), no puede ser excluido todo lo que está directamente garantizado por el magisterio ordinario o solemne de la Iglesia, bajo pena de rechazar el magisterio mismo, lo que implica la herejía protestante.

El deber de aceptar cuanto se presenta con el consenso de los Padres o de los Teólogos, etc. (como se enseña en el tratado "de locis theologicis"), es un criterio cierto de verdad que obliga realmente por su conexión con el magisterio infalible de la Iglesia.

Al lado de todo esto hay un trabajo de esclarecimiento, de ahondamiento, de síntesis, etc., operado por la teología. Obra de esta naturaleza, en tanto se beneficia del magisterio o del acuerdo unánime del que acabamos de hablar, posee la misma garantía.

Todo lo que constituye la búsqueda personal de uno o varías teólogos, tiene el valor que puedan tener los argumentos expuestos, así como la seriedad y el "sensus catholicus" del método seguido. Se encuentra en este terreno, por lo tanto, lo que es opinable y discutible. Por esta facultad de opinar al margen de la investigación, hay teólogos que han discutido toda la vida.

Sin embargo, sería un error deprecir a priorí este trabajo de los teólogos o de la teología. En la peor de las hipótesis, representa siempre el necesario intento y adiestramiento para ayudar a los hombres a comprender mejor la Revelación divina y a sacar de ella fruto más útil y saludable. Muchos puntos no fueron bien dilucidados, sino a través de una serie de hipótesis y de opiniones a menudo discordantes. Aferrarse hoy sólo al "Kerigma", probablemente significaría no seguir utilizando las infinitas riquezas contenidas en la palabra de Dios.

Es probable que al mundo le quede todavía mucho por vivir y caminar, y que tenga necesariamente que llevar hasta el momento preciso esta riqueza y este consuelo que la infinita paternidad de Dios ha preparado para las necesidades de todos los tiempos en este fugaz peregrinar terreno.

Sin embargo, hay algo más profundo y quizá más grave en este modo inaceptable de concebir el "Kerigma" y, por consiguiente, la teología, la predicación y la catequesis kerigmáticas, por parte de algunos. Si esto sucede de buena o mala fe, no podemos juzgarlo.

En éstos, el desconocimiento o desprecio de la teología deja traslucir claramente la desconfianza respecto de la razón (agnosticismo kantiano), la opinión del "vacío" o de la inconsistencia de nuestras representaciones intelectuales (nominalismo), la doctrina de la doble verdad y, por consiguiente, el relativismo con la presunción de mantener la puerta abierta a toda evolución y creación ulterior (idealismo). Estos resucitan el modernismo, solemnemente condenado por Pío X. Olvidan que para defender una sola verdad es preciso defender toda la verdad, y que la verdad es la base de todo, tanto de la vida como del acto existencial.

Pero al llegar aquí no basta con pronunciar un juicio —y lo hemos hecho claramente—; queda por profundizar un punto.

Los que alardean de suficiencia y de menospreciar la teología, como si fuera en gran parte un embrollo de principios filosóficos de nuestra invención, no reflexionan sobre un punto que es el siguiente:

La Revelación divina tiene un contenido real y, por lo tanto, verdadero.

Poner esto en duda no es una herejía, es apostasía, es renegar de todo.

Así, pues, ¿qué significa que la Revelación tiene un contenido real y verdadero? Significa que tal como es, es decir, en su expresión humana, la Revelación corresponde verdaderamente a una realidad objetiva divina. Quiere decir que sus medios de expresión —términos, construcciones, imágenes, síntesis, procedimiento de discurso y de raciocinio—, aun siendo "humanos" y de uso corriente en el pensamiento y en el lenguaje humano, expresan con verdad (al menos, en sentido analógico) realidades terrestres y realidades celestes.

Continuemos adelante. Lo que he llamado "medios de expresión" de la, Revelación son los mismos que se emplean para cualquier investigación, construcción o afirmación filosófica, literaria o científica.

Si tienen un valor para expresar las realidades reveladas, tanto terrenas como divinas, tienen un valor en el puro y simple pensamiento humano. Más todavía: primero lo tienen en éste, después en aquello. Cuando al servir a la Revelación connotan una realidad divina, presuponen la capacidad de connotar una realidad terrestre, objetiva, concreta.

O sea: los términos del lenguaje y del pensamiento empleados en la Revelación reflejan una filosofía humana, objetiva, y establecen una relación de valor en aquélla; ya que, si la Revelación careciera de dicho valor; no podría servir para expresar válidamente las cosas divinas. En suma, el empleo de términos expresivos en la Revelación supone una relación entre éstas, con su propio valor; y el pensamiento humano, también con su propio valor.

Si no fuese así, o sea, si los términos empleados en la Revelación no llevasen a un conocimiento de las cosas divinas objetivo y verdadero (aunque sólo fuese en sentido analógico), entonces Dios no habría revelado nada, la Revelación no existiría, no habríamos asistido más que a la proyección de una interesante película animada, sin consistencia.

El día en que se negase esa referencia de la Revelación a una filosofía humana —común e insuperable para ser percibida y entendida—, lógicamente se llegaría a negar la Revelación divina, lo que, como ya se ha dicho, sería no solamente herejía, sino apostasía. Si los términos que yo leo en la Biblia no tienen un sentido suficientemente inteligible y cierto, la Biblia ya no me dice nada. A esa conclusión deben llegar muchas cuestiones planteadas con culpable ligereza por hombres ligeros.

Ese es el motivo, precisamente, por el que el solo "Kerigma" no me dice nada, si yo no supongo que sus términos tienen un valor objetivo y durable.

He aquí el motivo por el cual nadie debe menospreciar la Teología, no sólo por el hecho de sus conclusiones teológicas, de sus aplicaciones, etc..., apoyadas en un consentimiento y, en definitiva, en un Magisterio divinamente constituido, sino también, cuando llega a ser especulativa (indagando el valor humano de los términos y conceptos empleados, objeto de la filosofía) e ilumina con acertado derecho y criterio justo un justo criterio, un pensamiento divino que nos ha sido dado bajo formas intelectuales puramente humanas. La teología no puede quedar reducida a la filología.

¿Qué puede importarme la Encarnación si no puedo darle ningún valor a ese término? Os invito a repasar todas las palabras que se encuentran en la Revelación haciéndoos esa misma pregunta.

Afirmar que la teología no tiene contacto con la filosofía, que no es útil que saque de ella ninguna ayuda, que basta el sentido de las palabras, es afirmar una proposición desprovista de sentido y en oposición con la pretensión del saber; mientras se prescinde de ese valor objetivo gracias al cual se "conocen" los términos y sin el cual se sueña y no se aprende, no se crean más que sombras inconsistentes, se dispara todo y a todos hacia esa evolución relativista y sin fundamento que es, precisamente, el Modernismo.

¿De qué filosofía se trata?

Para contestar a esta pregunta es necesaria una observación previa. Existe un conjunto de términos, de conceptos, de principios, que todos los hombres han poseído siempre y poseen todavía —todos— cuando no adoptan una postura refleja, es decir, artificiosa. De ellos se derivan conclusiones mayores, legítimas y firmes. Se las encuentra en todos los actos concretos de los hombres que se conforman con estos principios. Incluso el filósofo que niega el principio de causalidad no pone el dedo en el fuego para no quemarse; y así, cuando no tiene prejuicios falsos y artificialmente reflexivos, afirma continuamente lo que niega en su cátedra. De esta suerte, se dibuja una filosofía perenne, estrechamente emparentada con todos los principios científicos que han, llegado a ser el incontestable y verdadero patrimonio de la ciencia, a la que hay que recurrir constantemente para no perecer.

Al lado de esta filosofía perenne existen ciertas filosofías, o vanidosas o demasiado tímidas, o abstractas o demasiado concretas, o intelectuales o bien emocionales o fantásticas. Estas filosofías tienen siempre algún grano de sabiduría; pero van y vienen como la moda: mueren, resucitan y vuelven a morir. Tienen muchos motivos para conducirse de tan singular manera. Son creación de un pequeño número de hombres, aunque pasadas a la literatura y así vulgarizadas influyen sobre todos los hombres. Pero pasan. No tenemos por qué hablar aquí de las causas de este extraño fenómeno, de contradicciones que son, para ciertos espíritus poco informados y menos avisados, ocasión de desoladoras tentaciones de amargo escepticismo.

Con Io que hemos dicho es suficiente.

Estamos ahora en presencia de dos filones del pensamiento humano. Uno que queda y otro que cambia. Uno surge de la naturaleza misma, del razonamiento íntegro, de la constante y siempre idéntica comprobación de la experiencia; el otro tiene opuestos y efímeros orígenes. Pero hay un pensar universal e idéntico y al que todo vuelve.

Es evidente que la teología se inclina a éste cuando investiga usando de su derecho y cumpliendo su deber. Por eso la teología, dejando a un lado las disputas relativas a las investigaciones ulteriores y a las hipótesis de trabajo, ha tenido siempre un filón constante, sin haber sido, sin embargo, jamás, la simple enunciación de un "Kerigma", que por su divina sustancia debe ser considerado tanto en el tiempo como en la eternidad, y por su simplicidad exige ser interpretado con la ayuda del lenguaje humano intelectual.

¿Y la filosofía tomista?

Ninguno que sienta católicamente puede dar de lado la encíclica Aeterni Patris (4 de agosto de 1879), de León XIII. Esta encíclica tiene valor permanente.

La respuesta es fácil: Entre todas las filosofías, la Iglesia ha presentado la filosofía de Santo Tomás de Aquino corno la ayuda más útil, porque —aparte su valor de sistematización clara y universal del pensamiento— tiene la cualidad de estar unida a la filosofía perenne: en esto reside la fuerza de Santo Tomás. No fue el único; pero fue el único que consiguió unir a una tal elevación (que sólo otro más grande podría disputarle) una sistematización escolástica.

Como puede verse, la cuestión del "Kerigma" no es tan sencilla como piensan algunos; comprende cuestiones de fondo que se imponen a la prudencia y a la humilde reflexión del que ama la verdad porque ama a Dios.

El estudio continuará a propósito de un tema que luego tocaremos.

 

II

LA CULTURA

Henos aquí en presencia de otro asunto que pide valientes e importantes aclaraciones. La "cultura", en efecto, o lo que a veces se denomina equivocadamente cultura, ha venido a ser como el bosque de Efraín; del cual se dice en el segundo libro de Samuel —a propósito de una desgraciada y célebre guerra entre hermanos— que "fueron más los que devoró el bosque que los que aquel día hirió la espada" (II Sam. 18, 7-8).

Porque, en efecto, en el campo de la cultura, tanto desde el punto de vista intelectual como desde el punto de vista práctico, aparecen concesiones. Nos tenemos el deber de poner en guardia a nuestros hermanos respecto de estas concesiones. Por el momento es asunto que solamente empezamos.

 

1. ¿Qué es, por tanto, la cultura?

Es preciso, para ser más sistemáticos, distinguir la cultura en sentido subjetivo de la cultura en sentido objetivo.

En sentido subjetivo, la cultura es una cualidad que adquiere el espíritu humano por el estudio, o al menos por el conocimiento sacado de la naturaleza, del pensamiento de otros, de Los escritos, de la ciencia, de las artes, de los hechos. Este estudio no es más que una fase necesaria para adquirir la susodicha cualidad. En efecto, no basta aprender, es necesario asimilar los elementos aprendidos, es preciso ejercitarse sobre esos mismos elementos para adquirir —por la inteligencia misma, por la intuición, por el gusto y el sentimiento, por las respectivas capacidades de expresión— una nueva percepción, una agudeza mayor e incluso superior, una potencia creadora más fecunda, dones de valores diversos, una armonía más límpida, la sabiduría. En efecto, a esto se refieren los hombres, incluso indiscriminadamente, cuando llaman "culto" a uno de sus semejantes.

Entendemos que en esa cualidad espiritual que llamamos la cultura, hay una evidente unión entre los elementos procedentes del exterior y el ejercicio de la maduración interior. No es menos evidente que todo ello, con esa irradiación sobre lo externo y la vida social, el medio ambiente y las cosas, nos permite apreciar al hombre culto al igual que su nivel social.

La cultura en sentido objetivo está compuesta por todo el patrimonio de pensamiento, de ciencia, de arte, de medios de expresión que encontramos, o bien contenidos en los documentos y monumentos de toda clase, o bien vivos en las instituciones, en las costumbres, en los usos, en las fuentes y en las relaciones entre los particulares, como también en el nivel espiritual de su existencia. La cultura está, igualmente, formada del conjunto de los instrumentos, gracias a los cuales se mantiene y se acrecienta el patrimonio mismo.

Este patrimonio asimilado y vivo y esta amplísima instrumentación concurren a formar un nivel cada vez más alto de actividad espiritual y de situación material.

Importa señalar que en la cultura, tanto en sentido subjetivo como en sentido objetivo, entra en juego siempre la libertad humana incluso desordenada, con sus cambios, con el juego de sus sombras, de sus ilusiones, de sus errores, con el peso de sus pasiones y la sucesión de sus culpas. El juego de la libertad es recíproco; es decir, que va desde la cultura subjetiva a la cultura objetiva, y viceversa. Es difícil determinar en esta reciprocidad el valor de correspondencia.

Basta con esto para establecer claramente que la cultura no es una abstracción espiritual. Es solamente un campo en que todo puede estar saneado o bien manchado, según el comportamiento de los hombres, porque generalmente el bien y el mal suelen estar entrelazados, como ocurre en todo medio humano.

Por lo tanto, es un grave errar hablar de cultura como de una entidad propia, que existe por sí, exenta de toda culpa original y de deformación. Es alga grande, de la misma manera que el hombre es grande, y es cosa corruptible como el mismo hombre.

 

2. Las confusiones sobre la palabra "cultura"

Hemos intentado describir clara y. metódicamente un concepto, teniendo en cuenta que es inútil discurrir sobre un argumento (asunto) cuyos contornos básicos se ignoran o, más aún, no existen:

Sin embargo, ocurre de manera bien distinta con las acepciones y confusiones usuales. Y no es que se trate de definiciones (al menos, en la mayor parte de los casos).

De hecho, la moda detesta resueltamente las definiciones, y el margen de incertidumbre —el dejado con el callar (silencio) de las definiciones— además de permitir a cada uno decir lo que cree sin ninguna obligación de auténtica verdad, crea un espíritu muy amplio de algo incierto, inaferrable y voluble, el cual forma parte sustancial de la cultura hoy oficial.

Sabemos muy bien que nos exponemos a violentas condenas, no sólo por lo que decimos, sino por haber puesto el asunto fuera de la órbita cómoda y versátil de la incertidumbre. En todo caso, las cosas son de esta manera. Cuando se quiere hacer el recuento de los distintos conceptos de "cultura" hay que atenerse a los hechos. Los hechos son los que nos prestan el equivalente a definiciones mejor o peor compuestas. Vayamos a los hechos.

Se tacha de adversarios de la cultura a los que no siguen la moda corriente, literaria, artística y filosófica. Las modas corrientes se crean por un pequeño número de "centros", pequeños "salones", "revistas", "premios literarios y artísticos" y, sobre todo, empresas industriales editoriales. La nota más relevante es que en la mayor parte de los casos —como motor auxiliar o motor único— descubrimos un negocio financiero. Las modas corrientes "hacen avanzar y retroceder los astros"; a veces desembocan en figuras o iniciativas que tienen un valor indiscutible; muchas veces, ellas crean los valores, visto que no los encuentran. Desde que el mundo es mundo, las modas han estado siempre asociadas con la frivolidad, con el fanatismo y con las reacciones. Esto es cierto, pero no siempre en la misma medida. Observando todo esto se puede llegar a la siguiente conclusión:

"Cultura es aquello que un cierto número de modas, más o menos enlazadas entre ellas, depositan en las almas y en su medio ambiente." Esta no es, ciertamente, una definición estimulante.

Se tacha de adversarios de la cultura a los que no beben, dando señales evidentes de íntima aprobación, en la fuente del idealismo, del marxismo, del existencialismo, del laicismo. No tenemos intención alguna de tratar aquí acerca del valor de estos movimientos intelectuales.

Nos importa solamente extraer de esta actitud la definición de la cultura tal como evidentemente es "apreciada", al menos en el subconsciente, por los severos lanzadores de anatemas.

Esta definición es la siguiente: "La cultura es el estado del espíritu humano y de la sociedad donde el espíritu vegeta, cuando una y otro no se dejan influir profundamente por el idealismo, el marxismo, el existencialismo, etc." Esta definición es menos estimulante que la anterior porque, después de todo, está afectada por un particularismo restringido en el tiempo y en las cosas, con señales de agravada caducidad.

Se tacha como adversarios de la cultura a los que no aceptando el dogma de evolución universal, quizá incluso con el secreto pensamiento de que lo que sólo cuenta es la evolución en sí misma, pero que no cuentan las cosas sujetas a evolución.

Si descendemos de un medio más serio a otro que lo es menos, como si nos trasladamos de un gran salón de espectáculos a un pequeño teatro de marionetas, encontramos definidos como adversarios de la cultura a los que no creen en la ciencia imaginaria. La ciencia, cuando es verdadera, es otra cosa y es completamente respetable. Es preciso adscribir a la ciencia imaginaria todo pensamiento y todo escrito que sostenga que con el desarrollo de los conocimientos físicos y de las aplicaciones técnicas el hombre mismo cambia, así como los principios que hasta ahora han servido para conducirle.

Con todo lo dicho hasta aquí se compone así una definición. La cultura se alcanza en el momento en que nos abandonamos a una corriente que avanza hacia un mundo privado de cualquier elemento común con aquel en el cual hemos nacido, i ay!, demasiado pronto. Se tacha de adversarios de la cultura a los que se resisten a proscribir en toda manifestación del pensamiento, del arte o de la actividad humana, el derecho supremo de la Ley eterna, de la verdad, de Dios. De hecho, cuando nos atrevemos a decir que la moral y la verdad son anteriores y están por encima de la cultura, de sus instrumentos, de vicios y de virtudes, nos vemos avasallados por gritos terribles. He aquí, por tanto, la definición que de esto se desprende: "La cultura es el estado de evolución intelectual y técnica del hombre que ha proscrito todo lo absoluto y, por consiguiente, que ha suprimido a Dios".

He aquí la definición que mejor corresponde a los tiempos actuales de confusión mental.

También se debe recurrir a la penitencia. Se trata, en efecto, del grito de Lucifer: "Non serviam". Se trata del ultraje de Babel contra el Cielo y de la posible y terrible confusión de lenguas.

A algunas personas que se llaman cristianas, pero que en realidad lo son muy poco, queremos recordarles que tachan de adversarios de la cultura a cualquiera que rechaza el racionalismo. ¿Debemos, por tanto, decir que definen la cultura corno algo idéntico al racionalismo, es decir, a aquello que puede ser herejía y apostasía? Hay que dar a las cosas el nombre que merecen. Podríamos seguir hablando de los hechos y definiciones relativos a la cultura. Pedimos a nuestros hermanos que se fijen bien en la confusión que reina sobre este asunto.

Es importante, para la finalidad con que escribimos, tener presente la confusión y mezquindad que le sirven de base.

De aquí se comprende por qué se habla a tontas y a locas de abolir la cultura clásica griega y latina, que es la más alta que ha tenido la vida civil; por qué razón se proponen dar solamente o casi únicamente una cultura técnica, la cual difícilmente puede llegar a ser cultura por carecer del aspecto más humano, pero que, en cambio, convierte a los hombres en esclavos de los tiranos. En efecto, los tiranos saben cómo utilizar los técnicos y tiemblan ante toda manifestación del pensamiento, o sea de la humanidad.

En todo esto lo que se encuentra más amenazado es la inteligencia, que resulta negada o, al menos, anestesiada, y la verdad, que suele casi siempre silenciarse.

Mientras tanto, el termómetro baja.

El pasado no debía existir más: tradición, patrimonio clásico, autoridad... Todo eso no es más que ropa vieja de la cultura. Orgía del mismo tipo tuvo lugar en otros tiempos bajo el nombre de libertad; fue la época en que fue inventada la guillotina y que fue utilizada más que nunca.

Cuando se habla de cultura es preciso observar bien el panorama. Aquí estamos empeñados en defender la cultura. Pero para hacerlo tenemos que denunciar las imitaciones.

Por tanto, ahora es ya posible establecer una conclusión general: mientras que por cultura debe entenderse una suma de elementos positivos y verdaderos y su asimilación para el mejor desarrollo espiritual del hombre, muchos, quizá demasiados, entienden más bien por cultura una serie de métodos negativos, reaccionarios y anárquicos.

De esta suerte, para éstos la cultura es el grito supremo de la libertad contra la ley, aunque ello sea de hecho contra Dios mismo. Así presentada tienta almas que incluso se creen católicas.

 

La verdadera interpretación histórica de lo que hoy día se llama "Cultura"

Hemos querido insistir sobre el concepto objetivo, incluso visto a contraluz, porque la "cultura" es, en sí misma, algo muy serio y muy útil, como también para poder señalar el criterio que permite distinguirla de todas sus formas desviadas.

Vamos ahora a reconsiderar el desarrollo de los hechos y cuál ha sido su inspiración para estudiar el aspecto permanente que se reproduce bajo diversas formas en Io que se llama "cultura" y que puede serlo o no realmente.

Con el humanismo llegado después del ocaso del Medioevo, por reacción, por la rumbosa adquisición de los elementos de la antigüedad, por un deseo de novedad mal interpretada y por culpa de los que mantuvieron demasiados pensamientos terrenales, se formó una concepción particular. Esta no estaba lejos de volver a tomar, después de mil años, un cierto tono pelagiano.

He aquí cómo el hombre de letras y de estudio, y a veces el hombre de ciencia y el hombre de mundo, se creyó capaz de organizar con sus propias fuerzas todo su destino y toda su felicidad terrenal. A veces ha seguido creyendo en la Revelación, pero ha empezado a creer que ésta servía para la vida eterna, sin que fuese en adelante absolutamente necesaria para regular y dirigir las realidades cambiantes de la tierra.

Más o menos esto equivale a negar lo sobrenatural como fuente de lo natural, y a desconocer la unión entre estos dos órdenes, necesaria para dar a la vida una base equilibrada y saludable. La antigua doctrina gnóstica de los docetas no admitía que Cristo tuviese un cuerpo verdaderamente humano porque era incapaz de concebir la celestial unión de una cosa material y terrena con una que la rebasaba infinitamente, una realidad divina. El punto esencial que lo califica todo en la Revelación del Divino Salvador es la Encarnación, el misterio de la unión hipostática que da la pauta para los ulteriores designios de la Providencia en la redención del mundo.

El hombre de letras que se cree capaz en este mundo de hacerlo todo por sí mismo, obra, en cierto modo y sin darse cuenta, separando a la redención y al mundo, al cristiano del hombre. Hace más todavía: impulsado por el protestantismo —que intentó suprimir a la Iglesia, continuación histórica de Cristo—, deduce de esa separación la total independencia e incluso, la oposición en función de esa independencia. Después la independencia se extendió por todas partes contra los principios mismos y los valores que en el seno de la naturaleza correctamente empleados hubieran acabado por dar la razón a Dios. Así, a menudo hoy día, el hombre de letras, el sabio, el artista y el filósofo, no solamente se siente independiente de una revelación, sino que se encuentra independiente de una inteligencia lógica, de una verdad objetiva, de un sentimiento de armonía universal, de una nobleza moral, que, sin embargo, hubiese encontrado de alguna manera, aun cuando imperfectamente, en el campo de la naturaleza. Dice y hace lo que quiere; considera necio al creyente. Como si él no debiese morir y llevarse consigo el testimonio de su mortalidad. No se da cuenta que no hace más. que repetir una historia demasiado vieja, de la que, con algunas repeticiones, hemos descrito sus razones y sus fases. Para esto existe el laicismo: la lucha contra la Iglesia no es más que un aspecto de la lucha por la independencia contra lo sobrenatural de la revelación. La vieja historia tuvo su éxito más resonante en nuestros tiempos modernos con el iluminismo, mientras éste pareció apuntarse algunas victorias. Una de las páginas más grandes de la lucha en este aspecto, a causa de la riqueza de los grandes talentos y por la fuerza de los audaces, se desarrolló en Francia bajo Luis XIV, y basta con contrastar lo que representa por una parte el "Tartufo", de Molière, y, por otra, los sermones de Bossuet, el esplendor de Versalles y la fundación de la Trapa, llevada a cabo por reacción, por un expetimetre, el abate de Rancé. Episodios, sin duda, pero episodios reveladores del verdadero resultado de la cultura y su significación íntima.

Los hechos vuelven a reproducirse hoy día y, cosa curiosa y significativa, cuando el gran mundo trata de entrar en la Iglesia (o se mantiene en su proximidad) no toma de nuevo la tesis de Sartre, sino que vuelve, en parte, al lenguaje de la Acción Francesa, y más alejado en el tiempo, al del iluminismo, porque se trata de la teoría de los dos planos separados: plano terrenal y plano celestial. "Que el mundo se ocupe con total independencia de toda ley y de todo criterio sobrenatural; y que la Iglesia se ocupe del segundo: que los hombres sean solamente hombres en el mundo y que se mezclen en todas sus vicisitudes, en sus pensamientos y en sus pasiones, pero que solamente sean cristianos en la Iglesia." Para algunos católicos la cultura reside enteramente en esto: decir y repetir, acaso sin ninguna gracia literaria —como suele suceder—, esta gran cosa terriblemente vieja, tan vieja como el docetismo y como el pelagianismo. Se trata, en suma, de: la lucha entre Cristo y el mundo, entre Dios Creador y el hombre que intenta la aventura del hijo pródigo que desea disfrutar de su plena libertad y que acaba por comer bellotas. Toda esta historia ha sido narrada ya en el Evangelio de San Lucas, capítulo XV.

Puede ocurrir que el católico se encuentre hasta cierto punto envuelto en esta lucha sin darse cuenta (y que Dios le conceda el beneficio de la ignorancia invencible), aceptando muchas consecuencias de las que se horrorizaría si conociese su origen.

La verdadera cultura continúa, corno continúa la misión del hombre en este mundo, y para mantenerse unida a la ciencia y a los descubrimientos, no tiene ninguna necesidad de humillarse hasta ponerse en contradicción con su Señor. Escribimos esto para que estéis advertidos y para que vosotros podáis advertir a los demás.

 

CULTURA Y TÉCNICA

Vamos ahora- con otro punto sobre el que puede haber concesiones nocivas y, sobre todo, falsas.

Hay una presentación, llevada a cabo con los medios propios de los ambientes culturales, que puede resumirse así: "Debemos considerar al conjunto de nociones científicas (matemáticas, físicas, naturales de toda clase) como las verdaderamente expresivas de nuestra época, como las verdaderamente eficaces para el bienestar terreno del mañana, como claramente distintas y notoriamente superiores al otro conjunto de nociones que pueden resumirse bajo el nombre de humanismo, y que comprenden el pensamiento filosófico, literatura, arte, derecho, historia, etc."

Por tanto, dos conjuntos.

Por tanto, atribuir una superioridad absoluta al conjunto científico, técnico, sobre el conjunto humanista.

Por tanto, previsión en el futuro de una franca inutilidad del conjunto humanista, condenado necesariamente, si no a desaparecer, al menos a no asumir más que una función marginal; después, en el humanismo sobreviviente, predominio absoluto de la idea positiva, erudita, estadística, así como de la crítica (sobre todo bibliográfica), sobre todo lo demás (lo cual se hace ya bastante, por otra parte).

Por tanto, necesidad de abolir todo lo posible las dos bases de la cultura clásica que son la cultura griega y latina, y sustituirlas por una educación esencialmente técnica, pedagógica y didácticamente adecuada a las nuevas concepciones del neopositivismo.

Este asunto nos compete por muchos títulos y por el fondo mismo de la cuestión.

Queridos hermanos: para que podáis estar en situación de juzgar, os vamos a someter diversas consideraciones que nos parecen oportunas.

A) Las nociones científicas (entendiendo por científicas las que hemos dicho) se obtienen experimentalmente del accideus quantitatis, que es una de las características fundamentales de la materia, y para nosotros la puerta que conduce a las demás características de la materia misma. Este dato experimental puede dar lugar en la inteligencia a desarrollos y síntesis, pero no pierde nunca la unilateralidad del fundamento de donde surge.

Se trata, por tanto, siempre de nociones parciales en cuanto se refiere al hombre.

B) Las nociones científicas (siempre en el sentido citado) no conciernen directamente más que a la materia; éstas conciernen indirectamente a los fenómenos psicológicos, pero sólo en cuanto éstos son contrastables por la experiencia. Se trata, por tanto, de nociones que son además parciales por otro título ligado al primero, aunque distinto de éste.

C) La parcialidad indudablemente concierne al hombre en las siguientes cosas:

a) Mediante la inteligencia rebasa el margen para él no infranqueable del accidente-cantidad y puede alcanzar objetos en número indefinido en todas direcciones;

b) mediante el sentimiento ha abierto un campo a -todo lo que rebasa la cantidad, aun cuando ésta pueda medir algunas de esas manifestaciones;

c) mediante la intuición está en grado de superar y prevenir muchísimos procedimientos de la pura experiencia científica, o de llegar a alcanzarlos (como ocurre con los grandes descubrimientos);

d) mediante la actividad religiosa, moral y artística, ha alcanzado realidades y representaciones por otra parte inaccesibles;

e) mediante la "vida", cuyo misterioso principio es en sí mismo unitario y continuo, alcanza una independencia soberana respecto al mundo que le rodea.

Más allá del mundo representado por las nociones científicas existe un mundo increíblemente más vasto y más variado. La cosa más curiosa y más misteriosa de la experiencia humana sigue siendo la libertad del hombre y, por tanto, la historia que resulta del concurso directo de esta misma libertad.

D) La parcialidad de que hemos hablado señala claramente que el conjunto de todas las nociones científicas y técnicas presentes y futuras jamás será apta para constituir una "cultura" que convenga perfectamente al hombre. La parte no iguala jamás al todo.

E) Si queremos insistir para obtener una evaluación de esta "parcialidad" y establecer su relación con el "resto" (más o menos), bastaría con recordar algo que ya hemos dicho.

Un conjunto de nociones limitado por las posibilidades que ofrece un solo accidente de la materia misma no será igual nunca el conjunto provisto por todos los accidentes y por la sustancia misma de las cosas. Esto pertenece al plano puramente material. Si se le añade el plano espiritual, inmenso, divino, eterno, se comprenderá cómo son proporcionalmente pequeños —aun cuando sean muy importantes— los valores culturales del elemento en cuestión.

Aquí nos referimos simplemente a lo que ya hemos escrito en una pastoral. anterior, "Ortodoxia, errores, peligros", donde hemos analizado, al examinar las conquistas de la ciencia, lo que es para los hombres el "menos" y lo que es para ellos eternamente el "más".

Es posible que algunos no se den cuenta que defendiendo determinadas prácticas y antagonismos, de hecho adoptan principios positivistas, materialistas y marxistas, en contradicción inconciliable con su fe, pero también en contradicción con el más elemental sentido común y con la poesía que siempre, afortunadamente, ha inundado el mundo antes y sobre todas las fórmulas.

F) Concretado todo esto, reconocemos que el conjunto científico y técnico constituye un instrumento importante para la vida y para la actividad de los hombres distinto de la actividad científica. Ello permite el desarrollo del bienestar, la investigación, la experiencia, la justicia, los recursos. Gracias a él es posible liberar de la fatiga humana y de llevar a cabo una mayor y más equitativa distribución de los bienes de la tierra. Por él es posible hacer a cada individuo económicamente, y por tanto humanamente, más independiente. Gracias a él surgirán objetos que ofrecerán un mejor conocimiento de la Providencia y del Creador. Pero ese conjunto constituirá siempre una parte, y no la mayor parte ni la única que constituya la cultura.

Prestemos atención: en bien de los hombres, los distintos aspectos de la cultura deben formar un conjunto total y no separado.

En el supuesto de que el mundo fuese enteramente técnico y todo pensamiento fuese definitivo, entonces nada podría liberar al hombre de la tiranía; anestesiado y mezquino, el hombre sería un prisionero. El "accidente-cantidad" es siempre un telón; sólo el alma tiene libertad para viajar a todas partes, y para eso le sirve sobre todo el humanismo. Además, existe la palabra y la gracia de Dios. A éstas, que son el "más", hay que tenerlas en cuenta, y no pertenecen ciertamente a las nociones llamadas científicas, a lo menos para los que son y se llaman cristianos.

El atentado que hoy día se lleva a cabo (que incluso perjudica a las instituciones jurídicas) es, en realidad, un atentado contra la humanidad, sin tener en cuenta que al latín se le repudia sobre todo porque constituye para la Iglesia un instrumento y un lazo de unión a través del tiempo y del espacio.

 

3. Relaciones entre la fe católica y la "cultura"

Esta relación se basa en principios que deben ser claros y bien entendidos.

A) El fin del reino de Dios en la tierra y, por tanto, de la Iglesia, es continuar la misión redentora de Jesucristo, y por tanto, de dar gloria a Dios llevando las almas al Cielo.

B) Cualquier otra finalidad no es solamente secundaria, sino que tiene que estar ordenada en todo a ese fin, que es el fin supremo.

C) El reino de Dios utiliza ante todo y sobre todo los medios establecidos por Jesucristo para llevar al fin eterno, que sigue siendo el fin supremo, tanto para cada hombre en singular, como para los hombres en sociedad. Esos medios son la Fe, la Gracia, la Ley con todos los instrumentos relativos claramente determinados por la revelación divina.

Los demás medios e instrumentos son secundarios; deben ser empleados y ordenados en razón de los que siguen siendo los medios principales.

D) La Fe tiene por objeto las verdades que Dios ha revelado. Estas verdades afirman ante todo que existe una verdad absoluta, la cual, habiendo sido manifestada a través de formas intelectuales accesibles y usadas por el espíritu humano, irradia una luz que da seguridad y valor a las verdades de derecho natural. De esta manera, la fe imprime la primacía de la verdad, de la cual, por consiguiente, ninguna actividad humana puede prescindir.

E) La gracia es contraria a la caída del pecado, del que levanta y redime, no menos que de la flaqueza propia de la naturaleza humana como consecuencia del pecado mismo; es decir, la gracia afirma la existencia del pecado y la flaqueza, contempladas ambas no como objeto de distracción humana, sino como dos términos de los cuales y contra los cuales hay que levantarse.

F) La ley impone deberes que son proporcionales al hecho de la adopción divina (que es el estado más alto en el que el hombre puede llegar a encontrarse). A esa ley está sometido todo lo demás. Por tanto, la ley, cualquiera que sea —natural o sobrenatural— obliga a todo acto humano y no deja, por consiguiente, zona neutra en la que no exista la razón de moralidad.

G) Con la fe (aceptación de la verdad suprema), con la gracia (dignidad y ayuda de orden sobrenatural), con la ley (ordenación de los actos hacia un fin eterno y, por consiguiente, disposición de los mismos según una superior inteligencia, superior armonía y superior belleza), el reino de Dios constituye y da por sí mismo una cultura humana esencial, superior, irreemplazable.

H) Si se considera que el reino de Dios en la tierra está completamente determinado y valorado por su propio fin eterno, se ve claramente que no tiene como fin esencial y directo promover la parte humana de la cultura de los hombres. Esto ha sido objeto del apartado número 1 del presente capítulo.

Todo lo cual significa:

a) Que el reino de Dios podría incluso no preocuparse de ello- si no fuera conveniente por otras legitimas consideraciones;

b) De todas maneras, la parte "humana" de la cultura no ocupará más que un rango secundario y completamente subordinado. Esto por las razones susodichas: Primero, la salvación de las almas en la gloria de Dios. Después, todo lo demás.

I) El reino de Dios sobre la tierra, sea por la fuerza directa de la verdad y de la Ley que lleva consigo, sea por discriminación obrada por contraste, pone en descubierto todo lo que hay o puede haber de error, de deformación, de flaqueza, de mal uso de la libertad en la parte "humana" de la cultura de los hombres. Esta función iluminadora y discriminatoria tiene el carácter claro, solemne y sumamente vivo de Cristo mismo cuando se volvió contra las deformaciones de toda clase que existían en Su tiempo en medio de Su pueblo.

Por tanto, en la "cultura" humana no todo es bueno y nada puede aceptarse por el mero hecho de pertenecer a título verdadero o aparente a la cultura. Es decir, lo que es o puede parecer cultura en manera alguna exime de la fundamental distinción entre el bien. y el mal y no autoriza a aceptar a título de cultura lo que en sí es un mal.

La primera y más importante relación entre el reino de Dios y la cultura humana consiste en esta iluminación, en esta discriminación, en esta clasificación que existe en la distinción entre Cristo y el mundo.

Lo que sea verdadero y honesto, verdaderamente científico, verdadera y pura expresión de arte, no caerá bajo esta condenación o discriminación.

J) La cultura peculiar al reino de Dios, del que hemos hablada antes (G), implica e inspira una especial simpatía, un interés profundo, una solicitud amable hacia la parte puramente humana de la cultura: a condición .que ésta no conduzca a contaminación con el error, atente a lo que es débil o provoque al desorden y al pecado. Esta cultura es de una especial naturaleza, porque la revelación divina, penetrando en el hombre por un acto suyo de fe, suscita la simpatía de todo lo que significa uso y elevación de la inteligencia humana y del conjunto en el que la inteligencia es reina y señora.

Lo cual quiere decir: admitida una completa y clara distinción y valoración, el reino de Dios en la tierra ama, no odia, favorece, no desprecia la cultura integral de los hombres. Incluso, porque él aporta a la cultora el don divino, el criterio divino de la palabra de Dios.

K) La obra del reino de Dios ciertamente extrae ventajas de la cultura humana cuando ésta es honrada y en cuanto está honradamente puesta en práctica.

No hemos invocado ahora la verdad histórica como podíamos haberlo hecho. En realidad, el mundo debe a la Iglesia la conservación de la cultura antigua y el haber animado toda la cultura moderna. Pese a todas las reformas, el orden mismo de los estudios de segunda enseñanza se apoya todavía en la Ratio studiorum, compuesta por San Ignacio para su fundación.

Ha habido contradicciones de las que no hay por qué hablar aquí, pero a la luz de los principios señalados puede comprenderse la lógica íntima de tales contradicciones.

Para la Iglesia, la obra divina de la salvación de las almas es lo primero de todo y, si se entiende lo que significa salvar a las almas, ninguno por principio querrá regatearle nada. A menudo, los hechos particulares se desprenden más bien de los defectos de los hombres que de las "normas de conducta" marcadas por la Iglesia. Por tanto, para formar un juicio de conjunto no debe tenerse solamente en cuenta esos hechos.

 

4. CONCLUSIONES

Motivos de este examen

Hemos escrito lo que antecede sobre la cultura con la intención de ayudar a los hermanos de nuestra diócesis, porque teníamos objetivos bien definidos que quedarán claros en las conclusiones siguientes, en las que se verá también con claridad por qué el asunto tratado se expone bajo el titulo general de "Ortodoxia, concesiones, compromisos".

Acaso se esconde un peligroso equívoco en el deseo de llevar a la Iglesia. hacia la "cultura moderna".

A) Eso significa que pueden decirse cosas verdaderas y cosas falsas. Que pueden adaptarse orientaciones razonables y orientaciones disparatadas. El equívoco se evita si se distingue cuidadosamente entre las primeras y las segundas. Es un hecho que algunos católicos parecen autoinvestidos de esta misión: llevar a la Iglesia hacia la "cultura moderna". Nadie pone en duda sus intenciones. Pero se trata de valorar las acciones.

a) Si en la intención de llevar la Iglesia hacia la "cultura" se oculta, como en ocasiones sucede, la idea de que sin un baño de "cultura moderna" la Iglesia no puede conservarse joven o llevar a cabo su misión, se equivocan.

Su Divino Fundador dio a la Iglesia todos los medios necesarios para llevar a cabo su tarea. Sin duda alguna, puede servirse de todo. Pero es distinto decir que cualquier cosa puede serle útil a afirmar que determinada cosa le es necesaria, o que es condición precisa para su ejercicio.

b) Está fuera de toda duda que algunos entienden por baño de cultura una cierta evolución; si no una evolución completa, al menos una parcial adopción del relativismo, una manera de interpretar el dogma y la palabra de Dios que se acerca al libre examen, una reelaboración de la moral adecuada para aceptar el inmundo tufo de muchas expresiones escritas y figuradas contenidas en la "cultura moderna". Ahí es donde está verdaderamente el gran equívoco, el peligro de las concesiones.

No faltan quienes formulan la evolución en términos extraños a la verdadera doctrina. Sin embargo, en la mayor parte de las cosas se habla en modo tan genérico que impide un juicio preciso; pero esto es lo que hay que temer cuando se habla en general de evolución. Porque si se habla de una manera demasiado generalizada es o porque no se sabe bien lo que se dice o porque se quiere disimular lo peor. En la más insidiosa herejía de la historia cristiana, Pelagio y Celestio, con sus términos vagos, consiguieron eludir durante algún tiempo la condenación, y para sacar la cuestión de las nubes fue menester un sínodo en Palestina. Por lo tanto, hablar en general de la evolución o —si se quiere— de una cultura moderna que libere a la Iglesia y que la ponga en el camino de una evolución en general, no permite decidir nada, sino que autoriza a sospecharlo todo. Incluso lo peor, ya debidamente condenado por la encíclica Pascendi y el decreto Lamentabíli de San Pío X. Lo mismo puede decirse si el acercamiento de la Iglesia a la cultura moderna, tiene por fin hacerla absorber el relativismo, el idealismo y el amoralismo.

Cuando se emplean expresiones literarias y filosóficas propias de determinados terrenos inclinándose hacia ellos, ¿no existe, acaso, un esfuerzo para llevar a los católicos y a la misma Iglesia a una zona que ya no es la de Nuestro Señor Jesucristo?

C) Por "cultura moderna" se entienden también ciertos requerimientos que despiertan inmediatamente, y por motivos pasajeros, un interés de tipo determinado. La libertad y la democracia han podido existir en todos los tiempos. Pero hoy día representan para muchos un ideal que tiene matices interesantes. En ese cono de sombra, la libertad se presenta como una emancipación de toda ley, de toda superioridad, de toda autoridad. Es la venganza del que no puede salir de su pequeñez contra el que permanece arriba. La democracia, que en el lenguaje y en las costumbres de algunos es una cosa muy digna, resulta una manera de sentirse superior a todo el orden necesariamente constituido, sin límites y sin frenos.

Ahora bien, leyendo ciertos escritos y examinando determinadas actitudes, debe concluirse que llevar a la Iglesia hacia la cultura moderna significa, en realidad, acercarla a ese concepto de libertad y de democracia. Sueñan con un tiempo en el que los obispos serán asalariados y en el que el Papa volverá a pescar con las redes de San Pedro. Será ciertamente un éxito.

Que no se crea que intentamos bromear.

Se trata de anarquía, de indisciplina, de incapacidad de observar la ley, de envidia, de rencor, de espíritu de revancha. Se trata de crear mitos para suplir lo que no existe. En este punto la "cultura" no interviene, pero se mantiene, sin embargo, su enseña. Porque su enseña está enarbolada por todas partes dondequiera que haya un impreso, una reunión, un grupo, dondequiera que cualquier charlatán, cualquiera que sea, suspendens. omnia naso, derrame su retórica. Se encuentra donde hay periódicos, concursas y premios.

D) En la llamada "cultura moderna", los primeros puestos son para la forma, el, arte, entendido como forma expresiva o intuitiva, la originalidad, el ardor de independencia, la audacia del juicio sin prejuicio, el riesgo de la navegación, "la angustia de la duda". El día de mañana, acaso, algunos de estos primeros puestos se clasificarán fuera de la "cultura", y quizá en la patología. Pero, hoy por hoy es así.

En este caso, "llevar a la Iglesia hacia la cultura moderna" quiere decir intentar adormecerla, para que, bajo la forma del arte, no se cuide más de la sustancia, ni del fin eterno, ni del pecado cometido para desarraigarlo de la inteligencia y la vida.

Vale la pena pararse a reflexionar un poco. La forma (ya sea literaria, ya sea artística) no es jamás una forma separada, a menos que no queramos caer en una retórica decadente de hablar sin decir nada. Toda "forma" verdadera, literaria o artística, es lo que es porque trasciende en ella una sustancia interiormente expresada y sentida. Por eso, la cuestión de la "forma" en la cultura es asunto grave y difícil que hay que tratar con respeto y con mesura. Porque puede ocurrir que bajo el efecto de una inteligencia superior y una viva emoción, la "forma" aparezca como preciosa, cuando en realidad esté revistiendo una sustancia vil. Frente a una forma que cubra y exprese una sustancia vil o que signifique un atentado a la honradez de las almas (sea literaria, cinematográfica o de otra clase), no puede fingirse no haberla visto. Habrá que hacer comprender que, con las reservas y reproches que la sustancia nos merezca, estimamos la inteligencia y la sensibilidad. Pero el juicio no debe ser tonto, sino que hay que juzgar con discernimiento. Habrá que atemperar por medios honestas un juicio verdadero y con reservas, y de esa manera podrá llevarse a cabo labor de apostolado entre los que están alejados. Con éstos, cuando no estamos obligados a expresar nuestro pensamiento, será también lícito callarse. Pero entender el apostolado hacia los hombres de letras y los artistas como un acto constante de contrarrestar la verdad, para serles más agradables y para mejor convencerles, eso no es honesto.

Non sunt facienda mala ut veniant bona!

Por otra parte, nuestra experiencia personal durante treinta arios en este terreno nos enseña que los pensadores, literatos, actores, etc., poco acordes con la verdad y la ley divina, si estiman nuestra amabilidad sincera hacia ellos, estiman mucho más en nosotros que seamos coherentes. Ninguno de ellos, si es verdaderamente inteligente, estima al que esconde algo. Son armas poderosas para el apostolado el sentido de la medida, la cortesía, la caridad exquisita, la comprensión (sobre todo, la paciencia), pero valen bien poco si crean una verdad efímera, distinta de la verdad objetiva, estirada para la ocasión en el lecho de Procusto. Los verdaderamente inteligentes descubren pronto el juego; para los otros no es un proceder honrado.

E) En la llamada cultura moderna tienen valor de axioma determinadas máximas muy discutibles, o incluso francamente erróneas, y que sobre todo no tienen más duración que la de las cosas efímeras. He aquí un ejemplo.

 

"La filosofía debe ser original, no deben admitirse las repeticiones."

Nadie niega que la originalidad sea indicio de talento. Pero, si se da valor a todo lo que es original, aunque no responda a ninguna verdad objetiva, la originalidad se convierte en regla suprema, con total ventaja sobre la verdad. La filosofía tiene todavía camino que recorrer, pero nadie puede imponerle el renegar de lo que ha adquirido seriamente, sobre todo si ello concierne a los supremos principios, fundamentos universales y problemas de fondo.

 

"Lo dudoso y la crítica tiene derechos ilimitados."

Esto es falso por razones evidentes. En primer lugar, Io que es evidente o está formalmente demostrado no puede ser dudoso. En segundo lugar, la crítica sólo está justificada cuando queda todavía un juicio posible: Sea porque se trate de una afirmación particular, sea porque se trate de aspectos diferentes, sea porque queden pendientes graves dudas, sea porque se opere todavía en el terreno de la simple opinión. En resumen: se juzga solamente cuando hay lugar a juzgar, y si tenemos competencia y hay medios requeridos para ello. Más allá de ese límite se cae por lo menos en lo arbitrario, y, probablemente, en lo falso e injusto.

 "Arrasar el pasado y toda la tradición forma parte de la renovación del espíritu humano."

No se derriba por derribar. Se derriba solamente lo que no tiene derecho a vivir ni razón de existencia. Por lo tanto, el axioma entendido absolutamente es falso, porque- requiere múltiples distingos y debe estar limitado a casos particulares y con causas que lo apoyen. En segundo lugar, sin alguna solución de continuidad, nuestra vida misma y sus medios pertenecen al pasado, que continúa siendo el centro del que manan los hechos, y, sobre el que, poco a poco, se van asentando las nuevas adquisiciones. En tercer lugar, los elementos esenciales que mantienen al hombre en cuanto hombre, siguen invariables: la familia, la sociedad, el amor, la moral, el instinto, el dato biológico, el cosmos con sus materias y sus leyes, las necesidades fundamentales de la luz, del bien, de lo bello, del orden, del futuro, y, por último, la muerte, que es la única que permanece dueña y señora de los que no se someten a Dios.

Hay que añadir que la voluntad de arrasarlo todo es el efecto de una cólera sin discernimiento ni distinción, que, a su vez, es señal de deformación y una inútil pena.

Puesto que las cosas son lo que son, la renovación del espíritu humano se realiza adquiriendo y componiendo nuevas experiencias, despojándose de lo que endurece y abruma el alma; restableciéndose continuamente un equilibrio constantemente comprometido.

La renovación es, en suma, un acto positivo y no negativo. El hombre no vive de la ira contra sí mismo, ni contra el cielo ni contra la tierra.

Para muchas personas, la cultura consiste en leer libros que exponen esas patrañas. Para otros, la cultura consiste en fingir tomar en serio esos libros merced a las críticas elogiosas.

A este propósito, no olvidemos que en algunos medios la "cultura" se adquiere leyendo y comentando todos los años esa docena de libros que enriquece un cierto número de salones, gracias al apoyo de una propaganda organizada y, sobre todo, orientada hacia la sola ganancia.

 "La cultura es esencialmente subjetiva y debe reflejar los estados del espíritu humano."

Así formulada, esta afirmación es falsa. La razón de ello es que si la cultura no debiera representar más que estados del espíritu humano (por lo que se entiende que debe excluirse siempre el razonamiento), habría que dejar de lado a la historia, a la ciencia positiva y a todos los medios de que se sirven los hombres para pasar del estado de ignorancia al estado de cultura. Los maestros todos deberían limitarse a ayudar a sus discípulos a interpretar sus propios estados de ánimo. En este supuesto, la diferencia entre el mundo de la cultura y una triste clínica de psicoanálisis sería muy pequeña. ¿Hay exageración en esto? Solamente es el lógico desarrollo de una afirmación con un significado concreto.

Es suficiente para demostrar que esta enunciación no puede defenderse, ni aun cuando por casualidad contuviese algún elemento aceptable.

De hecho, sí que lo contiene, porque la cultura tiene muchas fuentes, unas subjetivas y otras objetivas. Querer negar el aspecto subjetivo de la literatura y del arte sería cometer una sinrazón evidente. Sin embargo, entre un dato subjetivo y un estado de ánimo hay diferencia. Ambas coinciden sólo en parte.

El dato subjetivo comprende todo lo que está en el interior; el estado de ánimo se limita a un sector de lo emotivo.

El arte entero está en sí mismo impregnado de subjetividad. ¿Quién puede negarlo? Pero si el mundo subjetivo desprecia algunas de sus manifestaciones, y si tiende solamente a expresar el interés (cualquiera que sea), se empobrece seguramente. Podrá continuar proveyendo al mundo de la cultura, pero quedará lejos de poderlo constituir por sí solo y, sobre todo, será incapaz de construirlo bien. A veces los antiguos contaban fábulas, incluso con mucha agudeza; pero las fábulas se cuentan a los niños pequeños en el período de crecimiento de su inocente imaginación. También se las cuentan a los grandes, pero no ya como fábulas, aunque se vistan de forma hábil y decorosa.

La fórmula, que tiene sus horas de prosperidad merecidas, vive exclusivamente del sueño idealista y quita a los hombres acaso la parte mejor de su compleja experiencia terrenal. Coloca a la cultura un límite funesto.

El hombre no vive, naturalmente, un sueño que desemboca en la nada. Sin embargo, ése es el sueño de toda la gente moderna con cultura anticatólica.

Ninguno de nosotros puede recitar el "Credo" y, en seguida, aunque sea indirectamente, hacer trampas con la parte categóricamente en contradicción con el "Credo".

Por el mismo motivo, nadie puede considerar terreno neutral a aquél en que se mantienen —abierta o secretamente—, si no todas las afirmaciones, al menos todas las premisas de una total negación de la fe. Sabemos, por el contrario, que la vida no es un sueño, sino una realidad de pruebas preciosas y peligrosas. De la misma manera que la vida no se resuelve en el sueño, la verdad tampoco se resuelve en una ilusión. Verdad, bien, belleza, siguen siendo las líneas orientadoras de la cultura, cualquiera que ella sea.

La orientación de la cultura moderna tiene muy poca relación con la verdad, de cuyo sentido carece, con el bien, que a menudo desprecia, con lo bello de, que ella no es capaz, aunque a cada paso manifieste su insaciable sed por alcanzarlos.

Hay fórmulas que parecen culturales, que de hecho disimulan un estado de alteración y de enfermedad. Es un hecho que el clima de catástrofe va creciendo en el mundo, y la cultura con el pecado son los primeros responsables.

A Nos interesa dar un grito de alarma: para que el clero y los verdaderos católicos recuerden que la misión de la Iglesia está primero y por encima de la cultura.

— Para que no se abra la puerta al complejo de inferioridad que induce a remedar todo lo que hace el "mundo".

— Para que no se abra, ni siquiera tímidamente, la puerta a las fantasías y a los defectos, a los engaños a título de cultura, cuando ellas no son, en realidad, más que corrupciones del valor humano.

Nos queremos la cultura, pero nos reservamos íntegramente el derecho de juzgar si lo es verdaderamente o si se trata de cosa distinta.

Nos no escribimos contra la verdadera cultura, sino solamente contra sus deformaciones, que tienden a dividir y debilitar el campo católico. En algunos sectores el intento diabólico ha tenido éxito, y esto lo reconocernos con infinita tristeza. La Iglesia, aunque no está obligada a realizar por sí misma una obra de cultura humana, como ya se ha dicho, tiene el derecho de intervenir y de tomar iniciativas, como igualmente tiene el derecho de velar por la educación y procurar en todos los sectores el bien de las almas y la dirección cristiana de la sociedad.

Lo que es preciso mantener es la distinción entre la cultura verdadera y sus deformaciones .o sus engañosos sucedáneos, que de hecho coinciden con los instrumentos de la falsedad y del pecado. Parece como si la llamada cultura moderna estuviese surcada por extrañas ideas fijas, limitaciones artificiosas, ilusiones proyectadas para dejar en la sombra las realidades y las responsabilidades eternas, ingenuos fantasmas y petulantes quimeras. Parece gozar de gran prestigio la anarquía del razonamiento y sus principios. Esa falsa cultura construye una especie de satélite artificial donde nada refrena la explosión del instinto y de la irresponsabilidad.

El que desee la cultura debe tener el buen juicio de buscarla más allá del satélite artificial o, mejor, debe buscar en la tierra virgen los trazos con los cuales la hizo Dios.

 

5. EL MUNDO Y LA CULTURA

De aquí en adelante está claro que no hablarnos de lo que merece y merecerá siempre el nombre de cultura. Hablamos de la "llamada cultura", que es el resultado no de la investigación, de la biblioteca, de la sabiduría de todos los tiempos, de la meditada y responsable experiencia de hoy unida a la de ayer, sino que hablamos de la que es producto de los salones, de las revistas, de moda, de las sombras pecaminosas de los pasillos, de los premios y, sobre todo, de los malos instintos políticos y de los negocios.

Una vez recordado y sentado esto, invitamos a nuestros hermanos a que se fijen en la relación que existe entre el. "mundo" y la "llamada cultura". Se trata del "mundo" que el Señor juzgó severamente como ambiente de pecado, de rebelión, de negación, de venganza.

La "llamada cultura" es la expresión de ese mundo. Hoy día es su más directo y penetrante instrumento.

Escuchemos ahora la palabra de Dios.

San Pablo escribió en la Primera Epístola a los Corintios (1, 18, ss. 2. 1 ss.):

"Porque la doctrina de la cruz de Cristo es necedad para los que se pierden, pero, para nosotros que estamos en el camino de la salvación, es poder de Dios, porque está escrito:

"Perderé la sabiduría de los sabios y reprobaré la prudencia de los prudentes."

"¿Dónde está el sabio? ¿Dónde el letrado? ¿Dónde el disputador de las cosas de este mundo? ¿No ha hecho Dios necedad la sabiduría de este mundo? Pues no habiendo conocido el mundo con toda su sabiduría a Dios en las obras de la sabiduría divina, plugo a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación. Los judíos piden señales, los griegos buscan sabiduría, mientras que nosotros predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los judíos, locura para los gentiles, más poder y sabiduría de Dios para los llamados, ya sean judíos, ya sean griegos. Porque la locura de Dios es más sabia que toda la sabiduría humana, y la flaqueza de Dios más poderosa que toda la potencia humana.

"Y si no, mirad, hermanos, vuestra vocación; pues no hay entre vosotros muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles. Antes, eligió Dios a los necios del mundo para confundir a los fuertes, y a los plebeyos y despreciados del mundo, a los que no son nada, para destruir lo que es, para que nadie pueda gloriarse ante Dios. Por El sois en Cristo Jesús, que ha venido a seros de parte de Dios sabiduría, justicia, santificación y redención, para que, según está escrito, "el que se glorie, que se glorie en el Señor".

"Yo, hermanos, llegué a anunciaras el testimonio de Dios, no con sublimidad de elocuencia o de sabiduría, que nunca entre vosotros me precié de saber cosa alguna, sino a Jesucristo, y éste crucificado. Y me presenté a vosotros en debilidad, temor y temblor: mi palabra y mi predicación no fue en persuasivos discursos de humana sabiduría, sino en la manifestación y el poder del Espíritu, para que vuestra fe no se apoye en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios.

"Hablamos, sin embargo, entre los perfectos, una sabiduría que no es de este siglo, ni de los príncipes de este siglo, que ante ella quedan desvanecidos; enseñamos una sabiduría divina, misteriosa, escondida, predestinada por Dios antes de los siglos para nuestra gloria."

Queridos hermanos, todo lo que hemos escrito en este capítulo lo hemos escrito para prepararos a leer este gran texto de la Sagrada Escritura. Por él está claro que debemos sacrificarlo todo para salvar la verdad divina (cuando la ocasión se presente). Está claro que ninguna "cultura humana" puede reemplazarla. Está claro, por último, que si la cultura se proclama independiente de Dios "queda reducida a la impotencia".

 

 

III

LA INFILTRACIÓN PROTESTANTE ENTRE LOS CATÓLICOS

Debemos amar a nuestros hermanos los protestantes. Nosotros creemos que la bondad de Dios se manifiesta también hacia ellos, utilizando en beneficio suyo las santas y rectas intenciones, así como las debilidades. Nosotros rezamos para que se lleven a cabo todas las condiciones necesarias para su retorno a la verdad como lo fue al principio y tal como fue aceptada por sus padres durante muchos siglos. Nosotros nos esforzamos por alcanzar esa caridad y esa humildad, que, después de la gracia de Dios, son las únicas que sirven verdaderamente para acercar a las almas.

Por tanto, si nos disponemos a hablar como es nuestro concreto deber, no es, en manera alguna, contra ellos como si estuviésemos movidos de resentimientos, de acritud y de desprecio. No hablamos de ellos, sino que hablamos de un clima que desde Listero impregna la historia moderna y que se traduce, no por un proselitismo, sino por formas culturales y estados de ánimo. Se trata de un "clima" que, periódicamente, aparece en la historia, que se llama jansenismo o iluminismo, y que en nuestros días vuelve a aparecer bajo cualquier otra forma engañosamente.

Hablamos, por tanto, de ese "clima" y al mismo tiempo de las debilidades que se han infiltrado entre algunos católicos.

La infiltración sobre la que llamamos la atención puede, a veces, consistir en proposiciones erróneas, o peor todavía, apenas formuladas. Consideraremos ahora más bien los métodos y modas, los problemas, los estados de ánimo, las benevolencias, que cuando la discusión las obliga a desenvolverse, manifiestan sus lógicos antecedentes y acaban por desembocar en principios típicamente propios de la pseudo-reforma.

"La infiltración" no es una lucha: es una cosa mucho peor. El segundo Concilio Vaticano significa un llamamiento grande y providencial, no sólo al mundo pagano, sino a todos nuestros hermanos separados. Es obvio que si estudiamos los asuntos de manera que resulten accesibles a quienquiera que busque la verdad, en Cristo, es justo eliminar todo lo que pueda ser, sin necesidad, motivo de disensión. Por tanto, lo cristiano es manifestar la máxima comprensión. Pero sería estúpido que para atraer a los demás al buen camino, empezásemos a deslizarnos por la pendiente. Quien resbala se pierde sin salvar a nadie.

Por tanto, escribimos con la intención de seguir la verdadera orientación apostólica del Concilio que acaba de convocarse.

 

1. Criterio teológico

El criterio teológico es el medio por el cual se juzga y se discurre en teología. Está ampliamente expuesto y documentado en un tratado especial, el De locis theologicis.

No se puede hacer teología sin ese tratado.

Hay muchos que ni siquiera saben que ese tratado existe, y, sin embargo, careciendo de la base necesaria para discurrir sobre cualquier asunto relacionado con la Revelación divina y con la Iglesia, disertan sobre el cristianismo e incluso pretenden enseñárselo a la Sagrada Jerarquía. Es fácil deducir las consecuencias.

El protestantismo, que lo reduce todo a la sola palabra de Dios escrita, que rechaza la Tradición, el Magisterio, la Iglesia, y que lo reduce todo al libre examen, ha, naturalmente, anulado el tratado de "De locis theologicis"; si se quiere, ha anulado todo el importante cuerpo de doctrina católica expuesto y discurrido en el De locis theologicis. La gravísima infiltración protestante significa esto: que pedazo por pedazo y merced a deformaciones sucesivas, deja caer en vacío este tratado. Tenemos presentes publicaciones en las cuales se habla en forma dubitativa de la tradición divina. Tenemos presentes ejemplos concretos de espíritu de independencia respecto a todo criterio teológico en la interpretación de las sagradas escrituras...

En la primera parte de esta carta hemos hablado de un cierto modo de entender la teología, la predicación y la catequesis kerigmática, inconciliable con un recto sentido católico. Lo que expusimos entonces puede releerse y aplicarse ahora. Se trata de un camino probablemente inconsciente en la mayor parte, pero seguro para encaminarse hacia el "libre examen". El magisterio eclesiástico constituye elemento necesario y delicado del criterio teológico. El magisterio puede ser solemne y ordinario. Están comprendidos en el magisterio ordinario todos los obispos de la Iglesia católica. Una vez reunido el Concilio, toman parte igualmente en los actos del magisterio solemne. Se empieza por discutir la autoridad de los obispos. ¿Y después? No olvidemos que para nosotros la Iglesia es la base de la pirámide. Ella es la que garantiza y explica bajo la forma auténtica la palabra de Dios. Si, por tanto, se quiere discutir al margen de la Iglesia, esta base establecida por Cristo, se sabe claramente cuál será el fin lógico. Defender a la Iglesia es defenderlo todo. Atacar a la Iglesia es atacarlo todo. Eso el diablo lo sabe perfectamente.

 

2. El ataque a la Iglesia

Para entender lo que venirnos diciendo son necesarias dos breves explicaciones previas.

a) Hemos repetido muchas veces que la Iglesia es la base concreta de todo. Porque Jesucristo ha confiado todo a la Iglesia. Lo que El confió de esta manera permanece vivo y no fosilizado, puesto que lo confió a un organismo vivo. La Sagrada Escritura del Nuevo Testamento nació ella misma dentro de la Iglesia y es posterior a la Iglesia. A lo largo de las épocas cambiantes de la Historia, la verdad revelada está garantizada por la acción viva del magisterio eclesiástico. Este es el fundamento que asegura que el dogma y la moral se transmiten a los hombres sustantivamente bajo una forma permanente y segura. Lo hemos dicho ya: es la base de la pirámide. Nada guarda su seguridad esencial fuera de esta base. Todo puede volverse incierto, discutible, comprometido. Jamás se nos podrá separar de esta verdad cierta y esencial.

La Iglesia está donde está Pedro. En efecto, el razonamiento que acaba de ser aplicado a la Iglesia puede aplicarse a Pedro en relación a la Iglesia misma. Con Pedro están los obispos. Si se ataca a los obispos no se defiende a Pedro; no se defiende a los obispos si se ataca a Pedro. Los obispos están subordinados a Pedro y, por tanto, en la afirmación que acabamos de hacer no hay reversibilidad perfecta, sino que se afirma la unidad jerárquica. Todo fiel cristiano tiene, por lo menos, dos superiores de los que no puede jamás sustraerse: el obispo propio y, por encima de él, el Papa. De la misma manera que la Iglesia es la base de la pirámide en concreto, de igual manera es cierto que el católico no empieza a ser verdadero católico y verdadero militante más que por una perfecta subordinación a su obispo, a los obispos reunidos y al jefe de los obispos, el Romano Pontífice. Se trata de verdades elementales, claras e indiscutibles.

b) Es muy natural que todos los que en el infierno o en la tierra quieren atacar el reino de Dios, es decir, la pirámide, ataquen primeramente a la Iglesia, que está en la base.

Esta lógica natural nos pone en guardia.

No se ataca jamás la base si no es con la intención (secreta al menos) de atacar el resto. Por su misma naturaleza, los ataques a la Iglesia revelan ese plan lógico, siempre más o menos intencionado. No puede separarse a Cristo de la Iglesia. Cualquiera que ataque a la Iglesia atacará a Cristo, o se forjará un Cristo, para su uso y consumo, diferente al Cristo verdadero, saliéndose, por tanto, del camino de salvación. No subestimemos nunca la gravedad de los ataques a la Iglesia, cualquiera que sea su naturaleza, ni nos escudemos considerando que proceden solamente de hombres... Los judíos se equivocaron porque consideraron que por el hecho de que Jesús pertenecía a una familia humilde de Nazaret no necesitaban considerarlo para nada.

La historia demuestra lo que acabamos de decir. En la corte de Luis de Baviera, a principios del siglo XIV, por parte de Marsilio de Padua se enseñaban las mismas cosas contra la Iglesia que hoy día., convenientemente dulcificadas se publican en cualquier semanario italiano.

He aquí ahora las proposiciones más corrientes insinuadas sobre la Iglesia.

"LA IGLESIA NO TIENE NADA QUE VER CON EL ORDEN TEMPORAL."

Proposición falsa, puesto que la Iglesia fue establecida por Cristo como sociedad perfecta y visible y dotada de medios relativos al orden temporal, es decir, sensible y no solamente espiritual.

"LA IGLESIA DEBE SERLE INDIFERENTE AL ESTADO, EL CUAL ES, SEGÚN ESTE PUNTO DE VISTA, LAICO POR NATURALEZA."

La proposición es falsa, porque supone que el Estado es un ser jurídico completamente neutro. El Estado, expresión jurídica de la sociedad humana organizada civilmente, incluso si no es más que un ser moral, es la consecuencia del conjunto de hombres concretos, representa hombres concretos, es guía de hombres concretos y está administrado por hombres concretos.

Por todos estos motivos, la obligación moral que se impone siempre a cada uno y a todos los hombres unidos en sociedad, recae en el Estado cuanto sea posible por su naturaleza, y recae totalmente sobre los hombres que lo administran y que sean totalmente capaces de responsabilidad moral. Por tanto, la ley eterna tiene valor también para el Estado, y el Estado neutro honradamente no existe. Hasta el Estado mismo debe someterse a la voluntad, divina, no menos, sino incluso más, que el ciudadano particular. Por lo tanto, el Estado debe respetar la voluntad divina manifestada por la Revelación. Sabemos por desgracia que a menudo no tiene ni la luz ni la capacidad para hacerlo. Pero el orden divino del cosmos no cambia cuando hay situaciones políticas que, en perjuicio suyo, no favorecen la observancia de la ley divina.

Que de tarde en tarde ocurra en la historia que algunos Estados claramente neutros sean menos nocivos que otros Estados abiertamente católicos, es un hecho conocido de todos. Pero se trata entonces de un bien per accidens y no de un bien per se. La ley divina no cambia. Un católico no puede mantener una proposición como ésta sobre la que estamos discurriendo.

"EN NINGUNA CIRCUNSTANCIA TIENE LA IGLESIA DERECHO A DAR CONSEJO A LOS CATÓLICOS O DICTAR PRESCRIPCIONES QUE NO SEAN REFERENTES A LOS ASUNTOS RELIGIOSOS."

Tal como está formulada esta proposición no es válida. En efecto, la Iglesia puede hacer lo que estime conveniente para su libertad y para el bien de las almas. Juzgar la relación entre hechos extraños a su competencia directa y a su fin específico, es de su indiscutible competencia. Sin eso no podría proveerse a sí misma ni sería una sociedad perfecta.

La relación entre los hechos puramente terrenales y su misión es, a menudo, evidente, sea porque esos hechos tengan una relación con el bien de las almas, o sea por otros motivos también accidentales. Estas proposiciones y otras parecidas tienden a cavar un foso que, por una y otra parte, ahogue a la Iglesia y eventualmente la deje a merced de fuerzas extrañas y privada de toda presencia en la sociedad humana. Es una amenaza que se encuentra en el camino mismo de la negación. Aquí la infiltración protestante es evidente.

La cosa resulta más evidente si se reflexiona en el intento paralelo de disminuir la autoridad de la jerarquía sagrada y del orden sagrado, atribuyendo a los seglares una función de guía o de mediación que no está, en manera alguna, en la concepción divina de Cristo y que en el fondo tiende a una laicización de la Iglesia.

De esto hemos hablado a su tiempo en nuestra carta pastoral "Ortodoxia, errores, peligros", a la que nos remitimos, señalando únicamente, a este propósito, que estamos en presencia de una verdadera infiltración protestante.

Lo mismo puede decirse de un cierto concepto "comunitario".

Es indudable que el término "comunitario" puede utilizarse apropiadamente y que, a menudo, así sucede, pero no por todos.

Porque mientras puede servir para señalar el carácter "de unidad viva" y de "familia de Dios que tiene la Iglesia" y que resplandece en todas sus manifestaciones, puede contener —y de hecho contiene en la evidente intención de algunos— dos aspectos inaceptables:

a) En primer lugar, se trata de la acentuación democrática que conduce a restringir el carácter jerárquico de la Iglesia; y a este respecto vale cuanto hemos dicho antes.

b) Más frecuentemente se trata de presentar a la luz la acción pública y litúrgica de la Iglesia, ignorando la relación individual —la piedad privada— entre cada fiel y Dios.

Las Iglesias católicas están destinadas, sobre todo, a la reunión de los fieles en determinados momentos, pero también tienen la misión durante todo el día de favorecer el encuentro santificante y purificador de cada: fiel particular con el Señor por la presencia del tabernáculo y del confesionario. Cosa que, por cierto, muchos arquitectos modernos parecen ignorar sin que nadie se lo reproche. De esto hablaremos más adelante, porque eso cae en un cierto plan de "despojo", del que debemos ocuparnos.

Nos damos muy bien cuenta de que el argumento de los "seglares" es perfectamente ortodoxo cuando les lleva a una mayor participación, según su condición subordinada, en las actividades de la Iglesia y, sobre todo, en el apostolado. En esta forma, la idea comunitaria es excelente cuando tiene por fin combatir un individualismo opuesto al gran precepto del Señor. No nos lamentamos de esto, sino solamente de los equívocos a los que se prestan a menudo las formas nuevas de presentar ideas antiguas, así como de los términos nuevos innecesarios.

 

3. "El racionalismo histórico"

Señalemos que adoptamos el término en sentido amplio que comprende diversas acepciones.

El racionalismo en la historia observa e interpreta los hechos, excluyendo a priori de ellos toda realidad y casualidad sobrenaturales. Pero, puesto que existen muchos hechos sobrenaturales, cuyos efectos externos son conspicuos y evidentes, el racionalismo, para conservar su prejuicio, tiene que pasar de largo y obrar de manera francamente irracional. De esta suerte, llega a negaciones puras y simples contra los hechos. Para hacerlo sin tanta vergüenza, da crédito a lo que científicamente no lo merece; llega a conclusiones de la semejanza a la subordinación y a la inversa, etc., echando en olvido siempre las reglas sólidas del silogismo.

En este camino, el racionalismo llega a ser demasiado rígido en algunos aspectos y demasiado amplio en otros. Adopta simpatías y antipatías instintivas, admite también las exageraciones y las condenas de moda. Enumerar las consecuencias sería demasiado largo.

Todo ello es una consecuencia de no fijar siempre el principio, y cuando por razón del principio mismo los hechos que le son opuestos le obligan a desviarse, necesita emplear manifestaciones irracionales.

Hay autores que saben que lo son y quieren ser racionalistas. De ellos no vamos a ocuparnos. Pero existen otros autores que no quieren ser racionalistas, pero que sienten un gran respeto por el racionalismo, por sus afirmaciones pomposas, por sus conclusiones austeras y que acaban —sin quererlo— por adoptar las normas secundarias del propio racionalismo. Se tranquilizan la conciencia diciéndose a sí mismos que la verdad no teme la indignidad, que ellos siguen el rigor científico, y que el que habla mal de sí mismo o de su propio partido es más digno de gratitud que el que habla bien, puesto que así demuestra desinterés. Siempre existe alguna razón buena para justificarse. La cuestión consiste en presentarla hábilmente, en hablar y escuchar a medias y, sobre todo, en silenciar los aspectos molestos. De éstos es de los que ahora nos vamos a ocupar; en seguida veremos por qué.

Primero, es necesario dar un ejemplo.

En una célebre obra, estudiada pacientemente, nos sorprendió un extraño hecho. Cuando se trataba de herejes, siempre se les encontraba excusas. Cuando se trataba de los Papas, eran objeto de toda clase de rigores. El contraste era impresionante y desgraciado. Los centuriadores de Magdeburgo, si todavía viviesen, tendrían motivos para estar contentos. La verdad es igual para todos; eso es indudable. Sin embargo, el ser complacientes con unos y severos con otros, aunque sea por snobismo, no es ya rendir culto a la verdad. La complacencia y la animadversión son sentimientos, no instrumentos de ciencia y de verdad. También nos hemos dado cuenta de otra explicación que no cambia las cosas. Se cultiva mucho una virtud singular: la de hacer todo aquello que complace a los propios adversarios y enemigos. Sea o no virtud, no merece entrar en la historia; y, sin embargo, lo que entra bien en la historia es el complejo de inferioridad respecto al racionalismo doctoral, con muchas citas e imponentes bibliografías, pero también acompañada de la enjundia que acabamos de describir.

La historiografía de algunos católicos hace una encuesta sobre los Papas que han defendido a la Iglesia y que, a menudo, con la Iglesia han defendido todo. No les importa, por otra parte, que intervenga la santidad. Las virtudes que admiran son las de dejar pasar, soportar, abandonar el terreno; en una palabra, "tener amplitud de espíritu".

San Pedro Damián y, en general, los reformadores, no tienen buena prensa. Es difícil preservarles de la tacha de exageración o de ambición política.

Hay muchos hechos sobrenaturales de los que no ha quedado documentación científica. Esto no es extraño. Cuando se producen, de lo último que nos acordamos es de llamar a un notario para que levante acta.

Demostrar una verdadera fobia contra lo sobrenatural que ha llegado a nosotros por una tradición venerable, sin otra documentación más científica, cuando se sabe que, si un solo milagro puede probarse, todos los milagros pueden ser posibles y no pueden ser rechazados a priori, equivale a aceptar el racionalismo. Es quizá por miedo y. por complejo de inferioridad. No pedimos que se tenga por probado lo que no lo está; pedimos solamente que no se alimente la fobia hacia aquello de que Jesucristo ha colmado su peregrinación terrenal y que tiene la misión de probar a través de todos los tiempos la verdad de la divina intervención. La ciencia es una cosa que no se confunde ni con el miedo, ni con la acritud, ni con el complejo de inferioridad respecto del racionalismo.

El racionalismo se complace en reducir a la nada todo lo que concierne a la Iglesia, a reducirla a una larva, rebajar a las personas y a las cosas que siempre han sido objeto de veneración.

En todas las épocas se ha manifestado, en general, un cierto racionalismo, pero nadie puede dudar que el que hoy nos invade, tanto por sus métodos como por su principal objeto, es un fruto de origen protestante. Hemos escogido el terreno histórico, pero también podemos encontrar en otros sitios huellas ciaras de una infiltración semejante.

 

4. "El uso, de las Sagradas Escrituras"

El protestantismo ha utilizado mucho la Sagrada Escritura. La ha conservado como libro divino, al menos el protestantismo histórico, porque es difícil hablar de las numerosas sectas protestantes.

Para la interpretación de la Sagrada Escritura ha proclamado el principio del libre examen, es decir, el principio más incongruente que jamás ha existido, sobre todo cuando se aplica a un libro que se considera de origen divino. En efecto, el libre examen permite a cada uno seguir sus inclinaciones personales, sus insuficiencias o lagunas, sus ideas fijas, sus pasiones, sus arbitrariedades o sus propios gustos, así como todas las sugestiones ajenas, que al entrar en el alma —no importa cómo— se convierten en defectos personales.

Con el libre examen, el protestantismo abre la puerta al racionalismo de tal forma que es el primero en sufrir sus consecuencias. Mientras tanto, poniendo a la Biblia en el sitio de honor de los templos y habiendo suprimido casi por completo toda la liturgia divina, con la Biblia se sustituyó todo o casi todo. Cada predicador hablaba siempre a título personal, y si a veces no lo hacía así, era incongruente. De esta manera la Biblia fue a la vez exaltada y desvalorizada.

Exaltar por un lado a la Biblia y por otro lado desvalorizarla es síntoma de infiltración protestante. Ponerla en el sitio de honor y aplicarla solapadamente una regla derivada del libre examen es cosa que, desde luego, merece el mismo juicio.

En el patrimonio de su fe, posee el catolicismo la verdad de la inspiración de las Sagradas Escrituras. Cree que el libro viene de Dios. Esta fe la tiene por la palabra de Dios escrita y por la tradición divina. La dificultad del asunto da lugar a diversas cuestiones accesorias, que carecen de interés para nosotros en este momento.

Queda por encima de todo la verdad cierta de la inspiración bíblica. Por ahora nos basta con eso.

Un libro que tiene por primer autor verdadero y adecuado a Dios mismo, es terrible bajo cierto aspecto para ser considerado por los pobres seres humanos que somos.

El verdadero autor del libro todo lo sabe y todo lo prevé. Un autor semejante conoce todos los cambios del ingenio literario, del gusto, de la locura, que puedan sucederse en el mundo hasta el fin de los tiempos. En su providencia ha destinado ese libro a todos los hombres de diversas lenguas, diversas culturas, diversas tradiciones. Es un libro constituido de una manera que pueda evitar los insuperables obstáculos de todos los tiempos, capaz de transmitir a todos los tiempos la misma nueva y ofrecer en todos los tiempos, con verdad, coherencia y sin engaño, todo lo que puede dar un libro animado y, en cierto modo, vivo, como obra de Dios mismo. Se trata, en suma, de un libro que tiene que guiar al género humano en todos los caminos tortuosos, con una fecundidad indescriptible.

Por ese motivo, hasta que llegue el día del juicio universal, no podrán los hombres terminar de extraer de la Biblia lo que deben sacar de ella durante su peregrinación terrenal. En el Cielo, los hombres que se salven, la considerarán como otra luz, la luz de la visión eterna, de la que no podemos nosotros hablar aquí.

Este libro, que por ser obra de la providencia divina tiene que hablar con unidad coherente a todos los tiempos futuros, contiene dentro de su naturaleza enigmas para nuestro tiempo: Los enigmas se encuentran siempre donde aparece Dios y representan el margen con que El rebasa en sus obras nuestra corta inteligencia. Por este motivo hemos dicho que tiene un aspecto terrible este libro, que debe abrirse de rodillas, con completa veneración.

Por ser divino, un libro de esta naturaleza no puede jamás leerse tomando como base y primer criterio dirimente un instrumento o criterio puramente humano. Esto es de una lógica evidente. Por eso, el primero y supremo criterio para leer debidamente la Biblia no puede ser más que un instrumento garantizado divinamente. Este no es otro que el magisterio eclesiástico, intérprete de la tradición divina.

Frente a esta verdad católica no hay más que el libre examen, es decir, el final de todo.

La penetración científica que llegara a obtener efectos contrarios a la fe, al entendimiento divino, al respeto de todo lo que nos rebasa cuando Dios entra en juego, no sería ni científica ni católica. Donde está Dios presente la ciencia misma enseña, o al menos insinúa, que no se pueden dar ciertos pasos.

 

5. "El despojo de todo"

El protestantismo es un despojo.

Ha despojado a la Iglesia de su mismo ser y de su tradición. Ha despojado a la Santa Biblia de su necesaria e insustituible norma de interpretación. Ha despojado a la liturgia, a la que ha desprovisto en substancia de casi todos los sacramentos, incluso del divino sacrificio; de forma que no ha dejado más que algunas lecturas, cantos y sermones. Lógicamente, por tanto, ha despojado a la Iglesia de las santas imágenes, del tabernáculo, a menudo del altar y de las solemnidades santas, pero no del púlpito, que ha convertido sencillamente en punto de apoyo para hombres, pero no para ministros de Dios. Estos templos protestantes, inútiles para una representación litúrgica divina, en cuanto ha desaparecido una cierta tradición católica que aún les quedaba, se han convertido en locales que no tienen nada de sagrados.

En todo caso, cuando se les ha ofrecido una forma arquitectónica puramente laica, no han tenido qué oponerle. Naturalmente. Para qué necesitan determinada forma arquitectónica, para celebrar asambleas semejantes, a casi todas las otras asambleas. De manera que donde hay despojo hay sentido protestante.

Fijémonos ahora.

En esta carta pastoral hemos ya enumerado un cierto número de despojos: a propósito de la tradición, de la teología, del criterio teológico, de la Iglesia...; todos estos temas podrían reproducirse aquí con un nuevo título. Son exponentes de un probable origen común.

Acaba de hacerse un despojo, queriéndose justificarlo incluso con cierto sabor pastoral, contra el día del Señor, y de esto nos hemos ocupado en una carta pastoral especial, igualmente dirigida a nuestro clero.

En lo sucesivo, muchos reducen la práctica litúrgica a la santa misa y aceptan pasivamente que los demás se limiten solamente a la santa misa. Hemos escrito más de una vez que para salvar la práctica de la misa en el pueblo hay que salvaguardar también todo lo demás: todo lo que queda de oración pública, la catequesis inscrita en el culto divino y —siempre si es posible— todo el orden litúrgico. No es verdad que Tos hombres estén muy ocupados; jamás los ciudadanos han tenido tanta fiesta y un horario de trabajo tan reducido como el de hoy día. No hay que buscar ahí el motivo por el que no se dedica a Dios más tiempo, y es absurdo buscar razones para justificar positivos defectos.

Observad los despojos llevados a cabo y sufridos respecto al tiempo sagrado de penitencia. Incluso se siente vergüenza de hablar de ello y temor de ser calificado de retrógrado. Eso también es despojo. No hay que aceptar las cosas fatalmente como un mal necesario.

Muchos continúan su labor de descrédito sobre todas esas prácticas de la piedad privada, que preparan el fervor de la acción litúrgica y que constituyen una manera fácil de acercar las almas a Dios.

Perdidos esos medios de "vulgarización", muchos pierden completamente el sentido de la oración, y es bueno preguntarse cuál puede ser el grado de elevación espiritual de una asamblea litúrgica de fieles en la que, por falta de entrenamiento espiritual, las personas se limitan a mirarse porque no saben rezar ni tienen costumbre ni familiaridad con las cosas santas. Con gentes que se levantan todos los días entre nubes de materialismo cada vez más acentuado, por no decir algo peor, no puede ni suprimirse ni reducirse esta práctica de la piedad, que constituye en sustancia una verdadera traducción de las cosas difíciles y solemnes.

Pero el fanatismo es la primera etapa que caracteriza a la aparición del instinto de despojo. A este propósito conviene leer la historia del siglo XVI. Bajo este punto de vista, las modas artísticas merecen especial atención.

Para cualquier espíritu atento a los hechos culturales, no es ningún misterio que los modelos de iglesia más extendidos y más acreditados son los concebidos en medios protestantes.

No tenemos por qué hablar aquí de la imaginación y de la capacidad creadora artística, que en los siglos pasados demostró estar poco desarrollada en determinadas zonas, donde hasta hace cinco lustros no sabían hacer una iglesia sin tomar el modelo de cinco, seis o siete siglos atrás. Sería interesante tratar de este asunto.

Pero lo que aquí nos interesa es constatar el hecho de que los modelos preconizados, y casi impuestos, se han desarrollado donde el templo no sirve más que durante una hora por semana y solamente para un canto, una lectura o un sermón. En este caso, el despojo es lógico. d Cómo no van a ser frías unas paredes que están destinadas a encerrar una asamblea que ha ahogado el arte escénico y coreográfico, el símbolo, el drama, y, con todo ello, las representaciones divinas de verdaderos misterios actuantes bajo símbolos materiales?

Así se ha llegado a esta vanagloria de tomar por buen tono lo que no es más que un despojo. Ciertamente que puede haber adornos que sean de un academismo vulgar, pero hay otros que no lo son en absoluto. Sin embargo, todo se proscribe. En nombre de la simplicidad, los altares tienen tanto más valor cuanto más se asemejen a piedras superpuestas, como lo fueron primitivamente, con una monotonía impresionante. Los tabernáculos quedan reducidos a pequeñas cajas de escayola tosca, a pesar del pensamiento de la Iglesia, claramente expresado en el decreto de la Sagrada Congregación de Ritos de 3 de septiembre de 1958. La indigencia de los tabernáculos es señal de falta de estima de las cosas divinas. En nuestra diócesis nos hemos reservado personalmente el aprobar todo tabernáculo que se construya, y estarnos resueltamente decididos a impedir que la sin razón o la indiferencia inspiren lo que debe ser, aunque sea puramente material, el primer homenaje que se rinde a Jesucristo.

¿Y por qué todo esto? ¿Asunto artístico? No: un despojo.

Vamos a citar testigos ciertamente autorizados sobre asuntos de arte contemporáneo, y alabados —probablemente inconscientemente— incluso por católicos.

El supremo criterio de la arquitectura del siglo XX es la fábrica.

La Iglesia va bien si le asemeja a una fábrica. Todo se apaga. A una determinada hora del día los hombres abandonas la fábrica donde se han sentido menos hombres y se marchan; ni siquiera se vuelven a mirarla.

"El artista es completamente libre respecto a la naturaleza y no puede ser juzgado más que desde el punto de vista de su propia personalidad".

Por tanto, la obra de arte indudablemente debe interesar solamente al artista y no a los demás. La obra es una de sus manifestaciones íntimas.

"Los principios de la declaración de derecho del hombre y del ciudadano permiten a los artistas a que manifiesten libremente sus opiniones y, sobre todo, su responsabilidad personal. Se arguye que libertad y sensibilidad son hermanas. El artista no obedecerá más que a sus propias sugestiones... Será invitado a. franquear su propia individualidad, a traducir impresiones "egotistas" experimentadas ante la vida... La característica del renacimiento del siglo XX se mostrará más claramente cuando el egotismo "someta al altruismo", cuando el culto de la personalidad domine al culto tradicional de la sociabilidad."

No hay más ley que uno mismo.

¿Acaso bajo este criterio van a erigirse templos a Aquél que, no teniendo pecado, fue crucificado por todos los demás? Esta inclinación hacia "el egotismo" —que sería mejor llamar francamente "egoísmo"— tiende siempre hacia el aislamiento y la pobreza del ser, aun cuando haya riqueza de emociones; la carga resultante será la desesperación.

He aquí a lo que tiende el despojo y la vuelta al estado de naturaleza. Los hombres que carecen de un sentido de vida que refleje la eternidad se aburren, desgajan y desgarran todo lo que encuentran. Obrar de esta manera es lo que también se llama existencialismo.

Vemos cómo se dibuja, cada vez más claramente, el fenómeno de un proceso filosófico nacido de una rebelión religiosa y que invade el dominio del arte hasta tal punto que a menudo no se trata ya de arte, sino de afirmaciones ideológicas. El empuje de este proceso filosófico, que recientemente ha llegado a la mística de la nada, parece invadir y animar lo que nos obstinamos en llamar arte y que a menudo no es más que el punto de apoyo de un estado de ánimo en rebelión o de una doctrina filosófica sin armonía.

Lo importante es advertir el acoplamiento del diagrama filosófico con el artístico en los que fácilmente prevalece el primero.

De esta manera se entiende qué sabor tienen los despojamientos citados.

Terminemos este capítulo.

La rebelión contra el orden eclesiástico, contra el carácter absoluto de la verdad, contra la ley; la afirmación de determinismo unida a la proclamación del carácter ineludible de la culpa, y, por consiguiente, de la licencia; la negativa del intelecto a depender de la verdad, han caracterizado el triste advenimiento del siglo xvI, al cual está ligado por muchas partes todavía el curso actual de la historia. Estos son los elementos que acaban de aparecer, aunque a veces estén camuflados o sencillamente insinuados. Es la infiltración. Y no se trata de episodios aislados, sino de una intriga urdida por una voluntad destructora_

 

 

IV

EL QUE GRITA FUERTE NO TIENE RAZÓN POR EL MERO HECHO DE GRITAR FUERTE

Las concesiones y los compromisos a expensas de la Ortodoxia, al menos bajo una forma potencial, no tienen lugar solamente cuando se trata de asuntos bien concretos como estos de los que hemos hablado hasta ahora.

Se producen o pueden producirse sobre cualquier asunto, en todo momento, por una razón cualquiera si hay por medio la ignorancia teológica, la presunción moral, el espíritu de revancha de los fracasados, la envidia de los descontentos o la necesidad que tienen los débiles de justificarse después de una caída. Desde este punto de vista importa examinar y denunciar no los puntos en que la Ortodoxia pueda sentirse herida, sino la razón, la permanente gran razón que puede llevarnos a perder la cabeza —sobre cualquier asunto— y poner en entredicho a la Ortodoxia misma.

¿Cuál es, por tanto, esta razón permanente?

Es el rumor público, el poder material, la suficiencia inflexible, la dirección del gran mundo.

Todo ello da la impresión del diluvio, del juicio universal. Lleva a hacernos creer que hemos perdido el camino, que somos miserables, pequeños, ridículos e incapaces. Esto produce una especie de colapso psicológico y acaba por hacernos huir en todas las direcciones, o bien nos lleva a convencernos que debemos subir a magníficas carrozas, aparentemente dueñas de todos los caminos. El mundo tiene razón, aun cuando hace cosas insensatas y caducas, porque grita fuerte.

Pero no es verdad en absoluto. Es una ilusión.

Pero, aunque no sea verdad, el efecto se ha logrado. Demasiado, por desgracia.

He aquí a los audaces que se arriesgan en todas las fronteras de la Ortodoxia, porque de otra manera tienen la impresión de pasar por anticuados. Huyen precipitadamente en todas direcciones porque ven huir. Si no estuviesen en juego graves e importantes deberes sería divertido asistir a reuniones donde la educación recibida recoge sus frutos con afirmaciones coma ésta: "En algunas circunstancias hay que desobedecer a la Iglesia".

He aquí las gentes inteligentes: cuando ven los carteles teatrales de tal o cual centro, frecuentemente compuestos por obras de moralidad más que dudosa, llegan a la conclusión de que en Io sucesivo la moralidad está definitivamente superada, y buscan la oportunidad de reducirla en sus libros y en sus afirmaciones para no encontrarse con ningún compañero en el camino de la virtud.

He aquí los pusilánimes: los cuales, cuando se pasean desocupadamente en un medio mundano, observan por todas partes actitudes completamente materialistas y de un impudor desenfrenado; entonces se dicen a sí mismos que en adelante la causa del bien está perdida y que vale más fingir aclimatarse para quizás así hacer bien a otras almas.

El barullo, la masa, el desfile externo y aparatoso, la victoria fácil de elementos pendencieros, la fuerza, la propaganda, la gran orquesta, todo se desploma, y esta experiencia aterradora provoca huidas en dirección del racionalismo, del marxismo, del modernismo, de la revolución, de la" indisciplina, de la política excéntrica, de la perfidia, del auténtico suicidio.

Todo esto es una exageración: basta con no mirar y continuar tranquilos por nuestro propio camino.

Es una exageración, porque cada noche, cada fatiga, cada enfermedad, cada aridez interior, cada remordimiento, destruye por su base todo esto.

Es una exageración, porque todo esto cae bajo el terror del aprendiz de brujo, que ha conseguido desatar fuerzas que no puede después retener y está a punto de ahogarse.

Es una exageración, porque el mal se ve y el bien se ve mucho menos.

Es una exageración, porque la voz más fuerte es la voz de Dios.

Es una exageración, porque en medio de todo eso, aunque invisiblemente, la obra de la gracia divina avanza e incesantemente se consumen los sacrificios de los verdaderos creyentes, de los fieles auténticos. La menor visibilidad y apariencia del bien es favorable a la mayor virtud y al mayor mérito.

Podo esto, que es hecho por la voz fuerte, palidecerá hasta la muerte en cuanto brille la chispa de la guerra en el mundo. Y de ésta entonces sólo nos salvará la misericordia de Dios.

No vale la pena huir delante de un enemigo que huye o de dar crédito a una voz más fuerte, pero cada día enronquecida por la muerte.

Queremos hablar brevemente ahora de algunos efectos de "la voz fuerte".

Un primer efecto podría ser la imitación.

En efecto, el fluido misterioso de las impresiones llevan a la imitación. Entender nuestro tiempo y a los hombres, aprovecharse de los instrumentos honrados para el apostolado, pero siempre y solamente como instrumentos, desarrollar las dotes de "relación" para adaptarse mejor a los estados de ánimo y a las necesidades de nuestros hermanos no es imitar; es escoger con discernimiento y aceptar después un juicio objetivo e independiente.

La imitación se asemeja a un poder general concedido a un desconocido, por lo menos en el caso en que nos ocupamos. En este caso no es una elección razonada, sino simple aceptación de un criterio y de una línea de conducta.

En casa podemos adoptar y poner al día métodos o procedimientos. Nada hay que objetar a eso si el hecho tiene lugar por una decisión razonada y no por simple imitación.

Por encima de toda consideración y acción debe prevalecer el tema del juicio fundamental sobre el mundo que el Divino Salvador nos dejó.

Por eso, debemos estar siempre preparados para hacer en todas las cosas lo que es honrado y decoroso, y siempre con el despego que debe tener quien emplea medios ordenados a un fin superior y nunca jamás para conquistar la aprobación satisfactoria del mundo.

La inhibición puede ser un efecto reprobable de "la voz fuerte".

La inhibición impide y reprime la iniciativa y la actividad. En este caso, la inhibición y la represión serían las consecuencias de un juicio malévolo, del clamor publicitario, de la opinión hostil, del griterío exagerado; o sea, serían siempre los efectos de "la voz fuerte". Estos procedimientos desagradables, de los que los hombres hacen uso ilícito para amedrentar a los otros, deben ser considerados con frialdad y con indiferencia para guardar con prudencia una actitud razonable. No hay que dejarles penetrar en el dominio de la emoción, donde provocan miedo, silencio, pasividad, huida. Es preferible, antes que dejarse cohibir y reprimir, estar en situación de provocar honradamente en los demás buenos sentimientos.

Existe un caso de inhibición bastante extendido que se produce cuando se lanza la acusación de "integrismo".

Antes de terminar esta carta pastoral, no estará de más hablar un poco de tal asunto.

La palabra "integrismo", precisamente por su terminación en ismo según la común aceptación de nuestra lengua, indica una deformación y, a ese título, algo de censurable. En efecto, significa rigidez, fanatismo en el razonamiento, exageración. Esto en cuanto a su significado.

Veamos ahora el uso y la lógica de esta acusación de integrismo que inhibe y retrae.

A cualquiera que resulta incómodo por el hecho de querer adherirse en todo a Cristo o a su Iglesia (lo que objetivamente es la misma cosa), a cualquiera que se niegue a recortar la verdad católica, la práctica católica, la coherencia católica, se le lanza al rostro la acusación: "Eres un integrista." Si alguien afirma que hay que obedecer a la Iglesia en todos los terrenos donde ella cree que debe intervenir, le censuran o se ríen de él: "Eres un integrista." Si alguien no se deja llevar de la manía de correr adonde corren todos, sólo porque corren y sin razón concreta, se le dice: "Tú eres un integrista". El uso de esta palabra en sentido peyorativo se deriva de la deshonesta intención de crear un complejo de necedad y de ridículo; es decir, un complejo psicológico de inferioridad, para imponer de esta manera un estado de ductilidad o de inacción, no por razonada convicción, sino por pura emoción.

El hecho de emplear una palabra determinada para conseguir ciertos efectos psicológicos (útiles a todos los fines) es antiguo. Hubo un tiempo en que para asustar se decía: "Ha hablado mal de Garibaldi", y los desgraciados, ante tal infamia, sólo supuesta, se callaban y corrían a esconderse. Hoy día, en el terreno político, se emplean epítetos que tienen la misma lógica, la misma legitimidad, el mismo decoro y, a menudo, el mismo efecto, y demuestran la falta de honradez por una parte y la cobardía por otra.

Pero nosotros, queridos hermanos, no debemos hacer caso de las palabras. Las palabras son solamente palabras. Las palabras solamente se escuchan cuando se les presta atención.

¡Desgraciado de aquel de nosotros que se aparte en algo de su deber bajo el pretexto de que alguien le ha dirigido palabras de burla! El empleo ilegítimo de las palabras es como el empleo de anónimos: es suficiente no escucharlas y no leerlos; las palabras caen y las cartas anónimas son como si no se hubieran escrito.

Enseñad estas cosas a los fieles, especialmente a los que tengan la intención de militar espiritualmente en el apostolado.

No faltan intentos de sembrar entre nosotros la división y de reducir a la impotencia las mejores fuerzas con el uso sádico de una terminología afrentosa; ya se trate de "integrismo" o de cualquier otro término conocido.

No despreciéis a nadie, pero despreciad estos términos, estos métodos, y continuad hacia adelante tranquilamente. Dejad decir: que cuando los carros de combate hayan gastado la gasolina, también ellos se pararán.

Pero si hay alguna cosa que pueda encolerizar al diablo, utilizadla. Con hacer la señal de la Santa Cruz es bastante. "La voz fuerte" es una voz que morirá. La providencia y la gracia no morirán jamás.

Queridos hermanos,

Por segunda vez escribimos para preservaras de las insinuaciones del mal. El mundo sufre los efectos disolventes debidos al vicioso empleo de la materia, que se ha vuelto muy obediente, muy servicial, pero también muy tiránica. Esto aumenta nuestro cuidado. Tenemos que defender el sagrado depósito recibido de Cristo y tenemos, frente al predominio de la materia, que continuar salvando a las almas, hasta las de aquéllos que se ríen de nosotros.

No tengáis miedo, que el que se burla es un débil.

El que sufre por generosa aceptación y con Jesucristo es fuerte y, como El, puede siempre vencer en el momento mismo en que el mundo le crucifique. No miréis alrededor, mirad hacia arriba y no temáis por nada. Conservad vuestra fidelidad a la verdad.

En nuestra residencia, el 7 de julio de 1961, en la fiesta de San Siro, Obispo de Génova.

GIUSEPPE, Card. SIRI.