Volver
  • Índice

Los cuerpos intermedios (I). La vida social

Parte primera

La vida social

 

PROEMIO

La presente obra sobre los cuerpos intermedios no habrá de ser un análisis completo de la vida social.

Su lugar debería estar, normalmente, a continuación de otros estudios doctrinales sobre la labor de la sociedad, los problemas del trabajo y las cuestiones de la familia.

Le debería preceder, lógicamente, también un estudio sobre el Estado.

Creemos, sin embargo, oportuna ahora la aparición de este trabajo sobre los cuerpos intermedios, en un tiempo en el que se enfrentan dos concepciones opuestas del orden social.

Hay quien piensa que una multitud jerarquizada de comunidades entre la familia —célula básica— y el Estado, correspondientes a cada necesidad de la vida humana, sería la mejor garantía de las libertades personales, la condición del progreso social y de la paz civil.

Otros, en cambio, estiman que vemos fatalmente hacia un nuevo tipo de relaciones humanas, en el que’ no habrá más que masas y el Estado (o Superestado), que tomará a su cargo la totalidad de la vida social.

Dos concepciones del hombre y de su lugar en la sociedad.

¿Cuál corresponde mejor a la naturaleza de las cosas? ¿Cuál será la más capacitada para crear las mejores condiciones de vida para que el hombre pueda alcanzar mejor su finalidad?

A estas cuestiones es a las que debe responder finalmente un estudio sobre los cuerpos intermedios.

 

I

EL HOMBRE Y LAS COMUNIDADES EN LAS QUE VIVE

“En la sociedad —observa Pío XI— es donde el hombre desarrolla mejor su personalidad”[1]. De ahí esa “tendencia a la asociación”, de la que habla Juan XXIII[2], “con el intento de conseguir objetivos que sobrepasen las capacidades y medios de que pueden disponer los individuos”[3].

Lo que cada cual no puede obtener solo, un instinto natural se lo hace buscar en la ayuda ajena. Esta observación no sólo es valedera para los bienes materiales, sino que se puede aplicar también a bienes más altos. No en vano nos dice el Espíritu Santo, en el Génesis: “No es conveniente que el hombre esté solo”. La muerte de Nuestro Señor Jesucristo sella con la sangre redentora los fundamentos divinos de la más perfecta de las sociedades: la Iglesia.

Esta tendencia natural de los hombres a agruparse, la encontramos realizada en multitud de entidades, comunidades, agrupaciones, sociedades, asociaciones diversas, cuyo conjunto constituye el orden social. A cada uno de estos organismos le incumbe el objetivo que persiguen sus miembros, desde la sociedad de pescadores de caña hasta la Iglesia, que se asigna el bien más alto: Dios. “Multitud de diversas sociedades jerarquizadas, escribe Jean Daujat[4], corresponden a cada menester de la vida humana, para los que el hombre aislado sería impotente”.

Nuestra mira no es exponer aquí los beneficios de las instituciones temporales, consideradas en su generalidad[5], sino estudiar los diversos cuerpos sociales en los que ellas se sintetizan.

Pero, en primer lugar: ¿qué cuerpos son esos?

Elementos de la personalidad

Lo que especifica al hombre, lo que le caracteriza es su pertenencia a diversas comunidades.

Verdad de sentido común, de la que se puede afirmar que en. la práctica es aceptada por todos, aun por los que la niegan “en teoría”.

Tomaremos como prueba una muestra trivial: lo que se observa a primera vista en un documento de identidad. ¿Qué leemos bajo la fotografía del titular de ese documento, entre las huellas digitales y sus sedas personales? En primer lugar, su nombre.

Débil indicación en el plan social, es, sin embargo, la marca por excelencia del individuo, que, como, tal, es inefable[6].

El apellido puede ilustrarnos algo más. La especificación empieza y puede ampliamente comenzar con él[7], ¿No es esto ya una referencia a una comunidad, la comunidad básica, depositaría de la vida, la primera edificadora, “el santuario familiar”, como la llama Pió XII? “Tiene un apellido”, se dice de alguno cuya alcurnia es conocida por los servicios rendidos a Dios, a la patria o al medio social de donde ha salido.

Pero a esto se podrá objetar que los Dupont, en Francia; los García, en España, o los Tremblay, en Quebec, están tan extendidos que la mención familiar resulta insuficiente. ¡Y además, que los sucesores de una familia de “lobos de mar” o de “conquistadores” pueden encontrarse perfectamente bajo la piel de un funcionario anticolonialista o de un coleccionista de mariposas!

Nacionalidad: elemento importante. La patria, la nación, señalan a un hombre con una marca casi indeleble. Con su título de ciudadano británico, hindú o suizo, tenemos a nuestro hombre ligado a un tipo de vida social, a una cultura, a un grado de espiritualidad. Hele ahí participando de la índole propia de su nación, con sus cualidades, sus defectos, su mayor o menor universalidad, de los mil rasgos que dan a ese país su encanto particular[8].

Medios de vida geográficos

La nacionalidad: indicación altamente preciosa, indispensable. Sin embargo, insuficiente: “Paul Durand, francés”. No podríamos discernir los rasgos del personaje si nos contentáramos solamente con estos índices y suprimiéramos la referencia a otros medios sociales incluidos en la vasta zona intermedia. Intermedia entre la familia y el Estado. Su supresión sería puramente abstracta, ya que el documento de identidad continúa así:

“Fecha y... lugar de nacimiento”.

La fecha puede encarnar un poco mejor al personaje: un francés nacido en 1880 deberá tener la mentalidad de “un joven de 1900”, o al menos, su porte característico. Esto puede indicar la inserción en una comunidad nacional en un momento dado de la historia. Por el lugar de nacimiento descubrimos una nueva comunidad: la del lugar de origen. El hecho de haber nacido o de haber pasado la infancia en Quebec o en Saskatchewan es tan distintivo para un canadiense, como para un suizo, ser valesano o bernés, para un argentino el haber vivido sus primeros años en la Patagonia o en la frontera boliviana, o para un francés ser alsaciano, bretón o provenzal.

Significaría, empero, desconocer totalmente la realdad el detenerse en la clasificación de turoneses, flamencos, lombardos, andaluces, etc.

El Sr. X ha nacido en tal ciudad, en tal aldea. Cada uno de esos ambientes han contribuido a su educación. En el sentido etimológico, “e-ducere” es conducir, guiar hacia el crecimiento. En la aldea, en su barriada, ha crecido cada individuo. Allí ha aprendido a ser hombre. Después ha completado su educación en la capital del condado, del departamento, etc.

Aldea, barrio, villa o ciudad, municipio, cantón (bailía o distrito), condado, departamento, provincia o región, son todas ellas unidades geográficas que hemos de estudiar en los siguientes capítulos.

Ambientes de vida profesionales

No hemos aún leído todo .en el documento de identidad. En una misma aldea, y, con mayor razón, en una misma ciudad, no tienen todos los ciudadanos las mismas actividades. Cada uno tiene una función determinada. Pero, ¿por qué queda determinada, si no es por su profesión? Otra comunidad muy apropiada para “marcar” al hombre y completar su personalidad. Abogado, oficial de marina, matarife, vaquero, minero, estanciero, diplomático, pintor artístico... ¿No empezamos a saber ya de quién se trata?

Una indagación más íntima nos hará descubrir, otros cuerpos profesionales. La empresa que emplea a X y el oficio que ejerce. Por ejemplo: carpintero en una empresa de construcción naval.

La construcción naval (profesión), la carpintería (oficio), la firma Y ... que le emplea (empresa), son todas ellas cuerpos naturales en los que el individuo encuentra los recursos necesarios para su existencia y para la vida de su familia, mediante el cumplimiento de una actividad libre, creadora, en la que se manifiestan los dones personales recibidos de su Creador.

Como dice el buen sentido popular, ya se sabe “con quién se está tratando”. Cuando un patrono quiere contratar a un obrero para un puesto de “confianza”, poco le da que Jean Dupont sea un francés entre 45 millones. Lo que quiere saber es en qué comunidades sociales se ha formado, a qué comunidades profesionales pertenece ahora.

Antiguo alumno de algún colegio técnico reputado, aprendiz de un taller afamado por la calidad de su personal, inscrito en un grupo gremial de una determinada ciudad..., éstos son los informes útiles a un empresario.

Cuando un padre casa a su hija, quiere saber de qué familia es el novio. Pero también es a veces esencial conocer igualmente los medios sociales en los que el joven ha vivido, las sociedades que ha frecuentado, los grupos a los que ha dado su adhesión.

En una palabra, el patrono y el padre de familia, por diversas razones, se preocupan de los medios educativos del obrero o del novio. “Dime con quién andas, y te diré quién eres”.

Primera definición de los cuerpos intermedios

Estas variadas sociedades o comunidades, múltiples y ordenadas, en las que se forma y se completa la personalidad y de las que hemos hecho un rápido inventario, son los cuerpos intermedios. Procuremos darles una primera definición[9].

“Los cuerpos intermedios son grupos sociales o humanos situados entre el individuo aislado (o la familia, célula básica) y el Estado.

“Están constituidos naturalmente[10] o por acuerdo deliberado[11], con vistas a conseguir una finalidad común de las personas que los componen”[12].

Son complementarios unos de otros en los planos siguientes:

— local: grupos relacionados con los lugares de nacimiento, de vida, de educación de la persona: aldea, parroquia,’ municipio, barrio, ciudad, cantón, distrito, condado, provincia, diócesis, región...;

— profesional: grupos relacionados con la actividad humana: empresa, profesión, oficio, sindicatos, agrupaciones profesionales diversas...;

cultural: escuela[13], academia local, sociedad de música, compañía teatral, grupo folklórico, cursos nocturnos...;

— religioso: la parroquia, la diócesis y sus obras;

— recreativo: grupos deportivos, de turismo, de festejos, de coleccionistas, etc.

Cada cual en su ambiente tiene influencia sobre los que los componen. Como decía Jean Daujat: “No se perfeccionan más que dentro de esas sociedades”. Vamos a verlo con detalle.

 

II

UNIDADES GEOGRÁFICAS

Tratemos, en primer lugar, de los cuerpos intermedios locales.

El describir las múltiples comunidades locales parece una paradoja en un trabajo doctrinal.

Los nombres de las unidades geográficas cambian de un país a otro, y su superficie es extremadamente variable[14]. Variable es también la extensión de los poderes locales de una nación a otra.

Fácil es pasar de la doctrina al sistema, cuando se entra en detalles técnicos sobre los que se puede tener legítimamente diversidad de opiniones[15].

Queremos por ello ceñirnos al aspecto doctrinal de la cuestión, en el que aún el sentido común, el orden natural y el cristiano pueden iluminarnos.

Porque las comunidades locales no deben ser divisiones arbitrarias, sino corresponder a un orden social duradero, permanente, conforme a las exigencias de la naturaleza humana, cualesquiera que sean las modalidades concretas en las que tengan realidad estas comunidades.

Pretendemos descubrir las nociones fundamentales que nos permitan colocarnos en la encrucijada de los sistemas y programas diversos. Y para esto nos sometemos a las indicaciones de lo verdaderamente real, sin separarnos de ello ni un ápice. Descubrir, se podría decir, los “cuerpos simples”’ de la vida social, cuya posibilidad de indefinidas relaciones mutuas responda a la complejidad de las realidades humanas.

En vez de llevarnos a insuperables antinomias, la complejidad de las cosas nos mostrará multitud de fórmulas complementarias de comunidades locales.

Componentes fundamentales de las comunidades locales

La realidad que queremos estudiar puede ser geográfica, étnica, histórica, económica, política y hasta cultural. Estos caracteres van frecuentemente entrelazados. La geografía manda, de una parte, a lo económico y a lo histórico. Lo histórico puede explicar lo político, lo cultural y hasta lo étnico. Lo político (acción del hombre decuplicada por la palanca de las instituciones sociales), puede influir en otros campos: económico, histórico, cultural, étnico y geográfico[16].

Lo importante está en no olvidar nada, en no subestimar nada arbitrariamente. El conjunto de estos elementos forma (digamos,, más bien, puede o debe formar) como un equilibrio de fuerzas; su designio está en cambiar perfectamente sus relaciones. Toda negativa a admitir una sola parte de la realidad no dará por resultado más que ruinas y mutilaciones.

Por ello se ve desde el comienzo que es insuficiente ocuparse solamente de economía y ordenar todo en su consecuencia, sin tener presente la historia, la política y los datos culturales o étnicos.

Igualmente insuficiente es no querer saber más que historia, es decir, hablar sólo de condados o provincias de la antigüedad. Puede acontecer que por el incremento de nuevas vías o por cualquier causa, la vida de una región haya sido modificada. Las antiguas provincias, además, no han tenido todas ese carácter de fijeza que es como el sello de las realidades formadas por la naturaleza. Si algunas se han mantenido de una manera casi constante, ¿cuántas otras han tenido un carácter muy desigual, casi episódico?

La Champaña, la Borgoña, sufrieron vicisitudes históricas y sus fronteras no estuvieron jamás fijas en el curso de los siglos. Otras, como la Isla de Francia, la Guyena, el Languedoc no eran más que complejos administrativos que englobaban países de personalidad muy marcada. El Languedoc iba desde Montpellier hasta el Puy y comprendía el Velay y el Vivarais...

Nápoles, Cataluña y Brandeburgo han conocido, bajo estatutos políticos diferentes, variaciones en su extensión, su jurisdicción y su influencia.

En el Canadá, en el Brasil, en el far-west americano, vastas extensiones han sido parceladas en regiones más delimitadas por el repoblamiento progresivo y la inmigración.

Este último factor —histórico o étnico— es importantísimo en el Nuevo Mundo y en Australia.

Contribuye en gran medida a determinar la fisonomía de un distrito, de un condado, de una provincia y hasta de un Estado: los unos serán “irlandeses”; los otros, “franceses”; los otros, “alemanes”, “eslavos” o “japoneses”.

Hay que tener en cuenta todo. Se observa, entonces, que las antiguas referencias territoriales, que podrán ser legítimas en la actualidad, no lo parecen sino por referencia a esos caracteres fundamentales acabados de enumerar.

El peligro reside en la uniformidad sistemática y puramente centralizadora. Si se tuviera solamente en cuenta la economía, se caería ciertamente en los trastornos de la revolución tecnocrática, marxista y sinárquica[17].

Digamos que pertenece directamente a la política poner a punto la fórmula de un justo equilibrio. Este es uno de sus fines principales. ¿No enseñaba Santo Tomás que, entre todas las ciencias ella ocupa el primer puesto, teniendo el papel arquitectónico con relación a las demás? A ella, pues, el cuidado de ordenar, teniendo en cuenta las experiencias del pasado, del estado presente, las exigencias del porvenir y las realidades geográficas, históricas, etc.

Pero le queda un margen considerable a la iniciativa benéfica del político prudente. Ciertamente que no le es dado transformar el clima o la constitución geográfica de una región, pero puede hacer mucho en su ordenación. Impedir, por ejemplo, que tal ciudad, en otro tiempo próspera, pueda morir, estableciendo en ella o haciendo que en ella continúen los servicios administrativos, judiciales, culturales, militares, etc.[18].

Y en el capítulo del campesinado[19], una política fiscal juiciosa serviría de mucho para mantener en un estado de relativa prosperidad las regiones menos fértiles o dé cultivo más difícil, cuyos habitantes sean incapaces de luchar en iguales condiciones con los labradores de zonas más ricas y mejor situadas.

Estas realizaciones serán posibles a condición de renunciar a la falsa idea de Igualdad, con mayúscula, que, a fin de cuentas, conduce a las más variadas formas de totalitarismo[20].

 

III

DE LA ALDEA A LA CIUDAD

Sin llegar a discusiones contingentes, se puede hablar, de la ciudad y de la aldea, porque se las encuentra en todas partes. Se puede señalar también la función civilizadora de los diferentes peldaños de comunidades locales en la escala social, entre la familia y el Estado. Poco importa que en una parte el jefe del municipio sea un burgomaestre y en otra un alcalde. Poco importa que en los países anglosajones se hable de condados y en los latinos de provincias[21].

Bajo estas diferencias accidentales se encuentran los mismos tipos esenciales de los grupos humanos.

La aldea, primera forma de la vida pública

La aldea es, como dice Jean Daujat, "el germen, el bosquejo, la primera forma social del orden de la vida pública..., la primera comunidad de vida de los hogares". En ella se reúnen la agricultura o la pesca, artesanado, pequeño comercio que suministra lo necesario. Tiene generalmente su escuela, su guarda rural, su cuerpo de bomberos. La vida religiosa está centralizada en la iglesia.

La municipalidad dicta leyes, vela por la conservación y seguridad de los habitantes.

"En los pueblos primitivos, añade Daujat, la aldea es la sola forma de vida pública y en ella la autoridad es soberana"[22].

Función educadora de la aldea

Vínculo familiar, hogar del campesinado, la aldea educa a los hombres por varios motivos:

1.° Es una comunidad restringida en la que cada uno se conoce. La "sanción social" juega en ella un gran papel. La enseñanza teórica de la moral se encarna aquí en las mismas costumbres, que no se pueden infringir sin que "todo el mundo" lo sepa.

2.° Arraiga en su habitantes una tradición viviente. No estamos hablando solamente del pasado, rico en valores civilizadores acumulados por generaciones, sino también en el acrecentamiento progresivo de este capital por la juventud[23].

Cultura, obras del ingenio y del arte, élites, vocaciones religiosas y sacerdotales deberían encontrar en la aldea la primera y sólida raíz.

3.° La aldea permite al hombre mantener contacto con la tierra y con el mar.

4.° Y en último término, se tiene la conciencia de actuar como hombres, de establecer con los demás relaciones humanas, y no quedar ahogados, perdidos en el anonimato. El hecho de conocerse no tiene solamente la ventaja de ser un freno a las procacidades. Engendra también una forma de vida, un comportamiento que es lo opuesto al "acondicionamiento". "La libertad, advierte Pierre Péronnet[24], no reside en una proclamación teórica, sino en una organización, es decir, en la armonía de un conjunto de órganos, de cuerpos intermedios, que prácticamente la favorecen".

Por estas razones, la aldea es el tipo de comunidad humana sobre la cual se funda lo que se ha dado en llamar "la civilización rural". ¿Qué más hay que añadir?

"Hay que velar, escribe Pío XII[25], con el mayor cuidado para que los elementos esenciales de lo que se podría llamar la verdadera civilización rural[26], se conserven en la nación: ardor en el trabajo, sencillez y rectitud respecto a la autoridad, sobre todo a la de los padres, amor a la patria y fidelidad a las tradiciones que en el curso de los siglos se han mostrado fecundas y beneficiosas, disposición de ayuda mutua, no solamente en el círculo de la propia familia, sino igualmente entre familias diferentes, entre casas diferentes; este valor único, en fin: nuestro espíritu religioso, sin el cual todos éstos que se acaban de enumerar no tendrían ninguna consistencia y perderían toda su valía, quedando reducidos a una avidez desenfrenada de ganancias". "La iglesia, añade el Papa, es el corazón de la aldea"[27].

Hay que devolverle al hombre que, forzado por la necesidad, fascinado por los "atractivos artificiales y febriles de las ciudades tentaculares"[28], abandona su patria chica, bajo pena de declinación moral, un ambiente de vida que le recuerde su aldea natal[29]. Este ha de ser el objetivo de las "obras de colonización, que conservan las sólidas virtudes de la vida rural"[30], "teniendo el cuidado de no romper las tradiciones familiares y religiosas, de restablecer, acto continuo, el contacto con el medio y con los que tienen la misión divina de guiar las almas hacia su verdadera felicidad; y facilitando todo lo que pudiere hacer nacer en los recién llegados el sentimiento de la solidaridad mutua, de las comunes responsabilidades y del amor a la nueva "patria chica", que los acoge tan generosamente"[31].

5.° La vida rural, más cercana a la naturaleza, más alejada de las seducciones artificiales, es un factor de estabilidad económica. Dice Pío XII[32], hablando del "conflicto actual entre la ciudad y el campo", "que se trata de formar hombres diametralmente opuestos.

"Las ciudades modernas, con su constante desarrollo y sus aglomeraciones humanas, son el producto típico del dominio interesado del gran capital sobre la vida económica; y no sólo sobre la vida económica, sino también sobre sí mismo hombre. Efectivamente, como lo ha advertido eficazmente nuestro glorioso predecesor Pío XI en su encíclica Quadragesimo anno acontece demasiado a menudo que ya no son las necesidades humanas y su importancia natural y objetiva las que regulan la vida económica y el uso del capital, sino, por el contrario, es el capital y sus afanes de ganancia los que determinan las necesidades que hay que satisfacer y su amplitud".

Este estado de cosas —calificado por Pío XII de antinatural[33]—, corre desgraciadamente el riesgo de extenderse hasta las aldeas.

"No es al propio régimen (capitalista) a quien hay que culpar, escribe Pío XII[34], sino al peligro que traería si su influencia viniese a alterar el carácter específico de la vida rural, identificándola a la de los centros urbanos e industriales, haciendo del "campo", como aquí se entiende, una simple extensión o arrabal de la "ciudad". Tal práctica y la teoría que la patrocina son falsas y nocivas.

"Es el marxismo, como ya se sabe, quien las profesa".

El riesgo no es imaginario.

La podredumbre intelectual y moral está conquistando el campo .en tal grado, que la civilización rural ha sido gravemente herida.

Le queda, sin embargo, a esta última el contraveneno que ella misma contiene: una vida naturalmente más estable, un estado de espíritu cimentado ordinariamente sobre el sentido común y el orden natural de las cosas.

Cuerpos subsidiarios de la aldea

Al hablar de la aldea, ya hemos abordado los problemas de la civilización rural. Les atañen también a las pequeñas ciudades, en los escalones inmediatamente superiores, ya que los intercambios con las aldeas son continuos. Son sus cuerpos subsidiarios inmediatos.

Los beneficios de la civilización rural se vuelven a encontrar también en las comunidades a escala humana, como las barriadas de las ciudades, por ejemplo.

"En las grandes ciudades, escribe Jean-François Gravier[35], los urbanistas modernos cuidan de organizar en torno de estos dos polos (el campanario y la escuela), lo que ellos llaman "unidades residenciales"; en lenguaje normal: barrios"[36].

Se ve, pues, que el orden normal y natural de las cosas exige que entre las aldeas y las grandes ciudades gravite una infinidad de grupos humanos intermedios, proporcionando cada uno a las comunidades menos vastas que él mismo, su complemento necesario.

Las civitas romana prefiguró esta "trabazón de ciudades y predios", ya que comprendía, además de la aglomeración urbana, un sinfín de villas, con una población, cada una de ellas, de dos a tres centenares de habitantes.

El mal del urbanismo, denunciado .por Pío XII, no atañe más que a las grandes ciudades, monstruos engendrados por la "civilización industrial", verdaderas Babilonias en las que desaparece el hombre absorbido por la uniformidad de la masa gregaria.

No se trata, empero, de hacer volver toda la civilización a la existencia aldeana.

Tan tentadoras como puedan serlo las nostalgias bucólicas, no corresponden apenas a la realidad del mundo actual.

No obstante, se pueden perfectamente aliar las ventajas humanas de la civilización rural con el esfuerzo civilizador de las ciudades: por medio de sus escuelas secundarias o superiores, sus locales de cultura intelectual y de formación de élites, el prestigio de sus tradiciones, etc.

Pero, aun en esto, hay que distinguir entre las "ciudades" y la "ciudad", propiamente dicha. Algunas podrán tener universidades, academias, hospitales modernos, amplias bibliotecas. Otras, en cambio, no tendrán más que un colegio, y aun habrá otras que no lleguen más que a ser un centro administrativo, episcopal o militar.

Igual al variado numero de posibilidades, así habrá un sinnúmero de pequeños focos en cuyo alrededor los hombres podrán civilizarse.

Esta es la vida social y su orden natural. Pero no es ésta la concepción que preside el monstruoso crecimiento de las "ciudades tentaculares".

Las ciudades tentaculares

"En Polonia, escribe el comunista Kolakowski[37], hay dos factores que actúan con toda evidencia en favor de la laicización y de los que se puede decir que tienen una fuerza objetiva en el país: primero, la urbanización de la vida social, y segundo, el progreso de la instrucción".

Dejemos de lado el segundo punto —función de la escuela laica en el progreso del comunismo, que no es nuestro objeto aquí. En cuanto al primer punto, ¿cómo puede favorecer "la urbanización de la vida social" a la "laicización" y, en la visión de Kolakorwski, a la marxistización de un país?[38]. ¿Y cómo se puede tener, con el simple hecho de aumentar las agrupaciones urbanas, una influencia ideológica en el sentido revolucionario?

Es que se ha desviado a la ciudad de su objetivo natural.

"Centro en torno al cual las aldeas y los campos se agrupan con la finalidad de recibir de él y de encontrar en él todo aquello que les falta para poder participar de esta vida civilizada", nos dice Jean Daujat.

Esta función complementaria de la ciudad con respecto al campo, desaparece del panorama común al capitalismo liberal y al marxismo.

La ciudad tiende a transformarse en la sola comunidad de vida civilizada. Lejos de favorecer el desarrollo y la civilización de las aldeas y los campos, los "grandes centros" vuelven anémico todo lo que no les incumbe directamente, y, en primer término, las ciudades más pequeñas con sus predios respectivos.

Al capitalismo liberal, nos lo dijo Pío XI[39], le interesa aumentar la producción y crear nuevas necesidades, a menudo artificiales, para acumular riquezas. El siglo XIX vivió en el anhelo de que esta carrera hacia el bienestar aprovechase a todos los hombres, aun a los más desgraciados. Demasiado confiado en el automatismo de las leyes del mercado, el liberalismo económico ha apiñado al elemento obrero venido de los campos en esos "cuarteles", en esas chozas pestíferas que son aún el oprobio de las grandes ciudades industriales.

Simultáneamente, la economía rural quedaba reducida a un estado de inferioridad con respecto a la industria, más rápidamente "rentable". De ahí el "éxodo del campo" y la concentración urbana en las ciudades muy grandes.

Desde hace aproximadamente dos años, São Paulo ha aumentado en más de un millón de habitantes.

En el "gran Dakar" se habían previsto construcciones para alojar a la población venida del campo. ¡No bien terminadas de construir ya había a su alrededor, en 1960, una verdadera ciudad hecha de latas, equivalente en superficie a las nuevas barriadas!

La región parisiense ve llegar cada año cien mil provincianos.

En la Argentina, el tercio de la población total se agrupa en unas pocas enormes aglomeraciones.

La construcción de ciudades "concentracionarias" con materiales muy ligeros y a precios elevadísimos, ha hecho la fortuna de un capitalismo abusivo.

También ha hecho la fortuna del marxismo. Nada favorece más a la "enajenación", al desarraigo de los individuos que la urbanización excesiva. El "acondicionamiento" político, moral y psicológico queda favorecido por ello. La personalidad se diluye en "conglomerados" que ya no son de talla humana.

Un clima como este es el "baño" soñado por el materialismo. La urbanización abusiva es una condición importante en esta "masificación" que Pío XII oponía a la organización humana del "pueblo verdadero"[40].

Separado de la naturaleza, preocupado con la sola producción de bienes materiales, hundido en una vida artificial, sometido a presiones sociales cada vez mayores, desequilibrado físicamente por la excesiva multiplicidad de sensaciones y por una tensión nerviosa anormal, ¿cómo podría resistir el hombre? ¿Cómo no habría de ser la presa determinada por los regímenes totalitarios? ¿Cómo no habría de perder de vista su fin natural y sobrenatural?

Sin mencionar la miseria, generalmente mayor que en la vida rural, porque en aquélla el número de los que no poseen nada propio es considerablemente mayor. Fuera de su empleo, el obrero de las ciudades no tiene apenas los medios de conseguir su alimento, como lo puede hacer el de la aldea, que posee un huerto, algunas aves y, a veces, un trozo de tierra de cultivo[41].

El hombre de las ciudades excesivamente grandes tiende a convertirse en alguien que no puede nada por sí mismo, depende estrechamente del medió social y no tiene ya raíces[42], es decir, en el propio tipo del proletario, instrumento de la revolución permanente[43].

A estos inconvenientes de las ciudades tentaculares hay que añadir el peligro moral del anonimato, de las grandes muchedumbres y del "descastamiento"[44], Dé él hemos hablado con respecto a la aldea. A él volveremos en el capítulo destinado a la civilización.

"Urbanización" marxista de la vida rural

Se comprende que el marxismo, como lo subrayaba Pío XII, haya-pretendido llevar hasta el campo el "acondicionamiento urbano". Lo ha hecho matando la civilización rural, colectivizando y. centralizando al máximo la tierra, los cultivos, la economía y la misma vida de sus habitantes.

No es raro que haya católicos que presenten esta maniobra como un progreso: como aquel periodista que recientemente se felicitaba de ver desaparecer las aldeas. Ya no serán de ahora en adelante más que prolongaciones de la gran urbe.

Esta colectivización tiene en mientes la posición de clases. Prosigue la labor del urbanismo liberal, que dividía las aglomeraciones urbanas en barrios burgueses, obreros, etc., de tal manera que las personas de condiciones diferentes pudieran ignorarse y combatirse más fácilmente.

En otros tiempos se podía ver al zapatero remendón codearse con el financiero en el mismo inmueble y echar juntos una parrafada.

Enrique IV de Francia apreciaba esta familiaridad "democrática" de las clases sociales, como se puede comprobar en una de sus cartas, que cita Itinéraires (núm. 54. junio de 1961, rue Garanière, París, VI).

Complementariedad recíproca de la aldea y de la ciudad

Si la aldea no puede pasar sin la ciudad, a su vez la "ciudad, escribe Jean Daujat, no puede pasar sin la cooperación del campo: y los recursos suministrados por la agricultura y la ganadería. Y si la civilización no existe más que a partir del desenvolvimiento de la vida urbana, no trae como consecuencia la desaparición, ni siquiera la disminución de la vida rural; no obliga ni siquiera al predominio de la vida urbana, sino a una justa proporción, a un equilibrio de cooperaciones y cualidades complementarias de la vida urbana y rural. Será necesaria, pues, la reunión de la ciudad con los campos circundantes para construir un tipo acabado de vida social en orden público"[45].

Este "vasto conjunto de ciudades y campos" expone en toda su amplitud el problema de las comunidades locales intermedias, desde el municipio hasta la región.

 

IV

DEL MUNICIPIO A LA REGIÓN

Municipio o municipalidad

Básica comunidad civil, el municipio ofrece igual carácter en todos los países: es el centro donde se gestiona el bien público, implantado para la vida y los intereses de los ciudadanos.

"En este municipio, escribe el R.P. Riquet, S.J.[46], se le ofrecen a cada ciudadano las posibilidades inmediatas de actividad benéfica y apremiante. Todos pueden ambicionar allí hacer un papel, si no espectacular, al menos, útil; estar en su puesto, ser la pieza maestra de un conjunto del que cada uno puede sacar provecho".

No en todas partes son iguales los estatutos de los municipios ni sus radios de acción.

Como dice muy bien Gravier[47], ya que no pueden los municipios importantes seguir manteniendo su contacto directo con los individuos o con los pequeños cuerpos intermedios de sus localidades, se pretende ahora, como ya lo hemos visto, revalorizar la noción de barrio, antaño tan viva. Pudiera ser conveniente que a los intereses del barrio correspondiera una corporación pública reconocida en las legislaciones, sin la cual el municipio correría el riesgo de no ser ya como el vivero de abnegación por el bien público, obligación que le dio su grandeza[48]. De lo contrarío las relaciones humanas cederían su puesto a las administrativas; los alcaldes y los concejales serían desconocidos por sus electores. Las presiones ideológicas de los partidos o los intereses de las potencias económicas locales no dejarían de utilizar este fenómeno de concentración en su propio provecho. Habría, pues, que volver a una comunidad básica, que tenga relaciones directas con los vecinos, como sucede en los municipios rurales. Las municipalidades urbanas podrían ser perfectamente la representación de los barrios, como ciertas municipalidades de Quebec son la agrupación de muchas "parroquias" rurales[49].

Con este carácter bien asegurado, podría ser el municipio, por medio de programas sucesivos elaborados con el concurso de los entendidos del lugar, un foco de vida intenso.

Pero convendría aún que los municipios gozasen de libertades, de "franquicias" que les permitiesen actuar con autonomía y no ser los menos ejecutores pasivos de las órdenes ministeriales[50].

¿Cómo podremos aspirar a que se instaure o renazca una vida social, sí los interesados no tienen ya la posibilidad de administrar lo que conocen mejor que nadie, pues sus menores decisiones han de estar sometidas a la autorización previa o al veto de un gobernador —con los ojos fijos en el gobierno central—, o de un servicio ministerial situado a 800 .kilómetros de la aldea?

El cantón, el distrito, el "país" y el condado

Pero estas libertades, para ser realmente eficaces, deben tener correspondencia en un poder real de ejecución.

"Los municipios rurales, escribe. J. F, Gravier[51], son más complicados y más variados de lo que se cree. Sus posibilidades de independencia y de "libertades municipales" reales son grandísimas para unos y casi nulas para otros... De 38.000 municipios franceses, 22.900 tenían menos de 500 habitantes en 1936..., y 2.500, menos de 100.... Lo mismo, si se trata de conducción de aguas que de la electrificación, hay que constituir sindicatos intercomunales. Si se quiere organizar la profesión agrícola, la enseñanza postescolar, los deportes, etc., hay que tener aldeas centrales, es decir, en general, capitales de cantón.

"Brevemente: es imposible crear cierto dinamismo o alguna autonomía concreta en nuestras comunidades rurales, sin "personalizar" previamente este sindicato natural: el cantón".

Si se quiere restaurar la civilización rural dentro de las condiciones de la vida presente, no hay que dudar que el cantón tendrá una gran labor que realizar.

Además de ser un "sindicato" de municipios, es un centro de vida cultural: con cursillos que completan la enseñanza elemental de las escuelas aldeanas. En el cantón se conservan las tradiciones folklóricas..., en donde existan. En la plaza, el domingo, se ve a los mozos de las aldeas bailar la sardana o la farándula, tocar la zampoña, etc.

Con sus intercambios comerciales y su administración local, el cantón —o su equivalente, al mismo nivel— es el cuerpo local dé segundo grado en el orden ascensional[52].

Por encima del cantón, el "país": el antiguo pagus, nombre que los romanos dieron a los territorios en los que vivían los clanes o tribus de los galos. Cubre poco más o menos la superficie del arrondissement actual francés. Su homólogo canadiense o anglosajón más cercano es el condado. El distrito (arrondissement) francés, en verdad, ha sido el objeto de vivas críticas. Los sub-prefectos son, ciertamente, considerados por unos como "agradables ornamentos", evocando el célebre cuento de Alphonse Daudet; para otros, son simples agentes electorales, y para otros, aún, un engranaje del prefecto: el "ojo" del Gobierno sobre las autoridades municipales o cantonales.

Los condados ingleses y canadienses no se libran de análogos reproches. Se los configura diversamente de acuerdo con el género de elecciones, la potencia del candidato o el poder federal. Los "burgos podridos" de Inglaterra son ya célebres en este aspecto.

Pero tras estas disecciones políticas, y frecuentemente arbitrarias, se esconde repetidamente una de las comunidades más vivas que existen: el país. "Comarca, escribe Vital-Mareille, en la que los hombres se conocen recíprocamente, hablan su misma lengua[53] y tienen ocasiones de encontrarse en las ceremonias privadas o públicas".

La unidad del país ha sobrevivido muy a menudo a las vicisitudes de la historia[54].

Pequeñas unidades locales, verdaderas comunidades naturales, territoriales y morales, y también históricas, al alcance de los hombres, los países aparecen, pues, como otros tantos cuerpos locales excelentes de tercer grado, dentro" del marco de una división regional.

 

V

DEPARTAMENTO, PROVINCIA, REGIÓN

El "país" es una unidad demasiado pequeña para que se pueda hacer de ella la más importante fórmula territorial. Es, pues preciso unir los países en un cuerpo más vasto: el departamento, la región o la provincia.

"La región, declaraba Pío XII a la colonia de las Marcas[55], es, sin duda alguna, una de las varias unidades que la fuerza de las cosas o, más aún, la libre voluntad de los hombres, ha establecido dentro de los diferentes Estados. Tiene, pues, su valor que debe ser conservado y, en cuanto sea posible, acrecentado. La región, además, por otro lado, marca como una cierta homogeneidad de sangre, ya que sus poblaciones, en su mayor parte, tienen la costumbre de formar sus familias en donde viven habitualmente. Y como el hombre hereda por su parte material todo un conjunto de inclinaciones que el alma podrá transformar libremente, pero que, a pesar de todo, subsisten bajo muchos aspectos, resulta que las virtudes de los antepasados reviven en vosotros, es decir, en vuestras inclinaciones determinadas. Y si, como podemos suponer, son más fácilmente subordinadas al espíritu, se podrá decir que vuestros padres han conseguido crear en vosotros una inclinación favorable a la probidad y al sentido del trabajo.

"Hay en la región todo un conjunto de valores estrictamente espirituales, que son las glorias del pueblo, glorias militares, glorias artísticas, glorias literarias, glorias científicas. Hay, además, toda una serie de gracias específicas que le son concedidas por Dios: gracias de salvación, de santificación, de apostolado...

"Está bien que tengáis un justo orgullo de pertenecer a vuestra región; está bien que evoquéis con complacencia vuestras glorias y vuestros recuerdos; que cultivéis con modestia y con tenacidad vuestras virtudes tradicionales; que os mantengáis en una noble emulación con otras regiones con el afán de ser los únicos que lleguéis, o si esto no fuera posible, los primeros, a ciertas metas... Pero para que vuestra arrogancia y vuestro legítimo amor de predilección por las Marcas no degenere en una forma de regionalismo nocivo, es necesario que apuntéis más alto, que tengáis en cuenta la patria común: Italia".

Patrimonio étnico, moral, espiritual, religioso, histórico, sentimiento de buenas tradiciones, emulación con las otras provincias, integración del regionalismo dentro del bien común nacional, todos estos son los beneficios de la región.

Y simultáneamente aparecen las lagunas de ciertos regionalismos, ya señaladas en un plan general[56] que aquí concretamos:

1.o Subordinar a la economía los otros factores de la vida regional o provincial. Dividir el país según un plan abusivamente cartesiano, con la sola perspectiva de una rentabilidad máxima del conjunto nacional.

Verdaderos "monistas"[57], los partidarios de este economismo no ven más que una parte de la realidad: la que se refiere a los bienes materiales[58].

Las provincias alemanas, inglesas u holandesas tropiezan con una disparidad de religión. Igualmente, Francia, en lo que se refiere al Vivarais y a Alsacia. En las provincias belgas y en Suiza, las cuestiones lingüísticas ocupan un gran espacio. En Canadá coexisten dos culturas: la francesa y la inglesa.

El hecho de que los habitantes de una provincia hayan sufrido juntos, los une aún más: regiones devastadas por la guerra u ocupadas por el enemigo, como Alsacia y Lorena. Disparidad de razas: en Hispanoamérica se encuentra urao con provincias en las que predomina la raza india, o la mestiza o la española[59].

2.° Subordinar a la ideología igualitaria o al espíritu de partido, las relaciones provinciales o regionales, es el "monismo" político, cuyo tipo acabado es el proyecto de Thouret, el revolucionarío jacobino que quería dividir a Francia en cuadrados iguales. ""Este plan de división matemática, escribe H.-F. Lysop[60], triunfo de la abstracción y de la arbitrariedad, se consideró irrealizable. Amenazaba con partir por medio a una ciudad o a una aldea... Se debió hacer algunas contemporarizaciones".

¿Cómo se ha podido llegar a este absurdo? "El principio de la soberanía nacional exigía que los diputados fuesen considerados como elegidos por el, cuerpo electoral entero[61] y no como los representantes de las provincias, según el antiguo concepto de los Estados Generales. Como había que dividir el cuerpo electoral, prácticamente, en secciones, había que dar a estas secciones, por otro lado, una igualdad geométrica de extensión. Se pensó utilizar esta división electoral, como división administrativa, reemplazando las antiguas, cuya supresión se pedía".

Este ejemplo histórico pone de relieve muchos peligros: las disecciones arbitrarias dictadas por un espíritu de sistema y qué se manifiestan, en la práctica, alejadas de la realidad[62].

Quienes retienen el poder se amañan para que las regiones que les son desfavorables se encuentren administrativamente fragmentadas, mientras que "reagrupan" las que les son favorables.

Este abuso se asocia al del economista abusivo: la pretendida "rentabilidad" o la extensión de una región con respecto a otra no son siempre apreciadas con un espíritu independiente de los intereses políticos partidistas.

Estos excesos, lo hemos de demostrar más adelante, no son más que las manifestaciones particulares de un estado de ánimo y de una concepción general del hombre y de sus instituciones. Conviene, pues, estar atentos a los regionalismos que se nos proponen: no todos respetan la realidad.

3.° Limitarse a divisiones territorialmente atrasadas. Se cuenta de la Reina Isabel II (de Inglaterra)' que un día preguntó por qué cierto guarda se encontraba en un sitio del Palacio de Buckingham, en donde no había nada que guardar. Se le respondió que la Reina Victoria había puesto allí, en otro tiempo, a un funcionario ante una rosa a la que ella tenía mucho aprecio. ¡Desde entonces se había mantenido al centinela!

Este conservadurismo es un poco el que denunciaba el Marqués de Lur-Saluces en una carta a Charles Maurras[63]: "Es cierto, escribía, que si en algún sitio los antiguos y los nuevos intereses coinciden, no tendremos ninguna razón de evitar, por razón de partido, esta concordancia histórica. Si todavía existen una Bretaña, una Provenza, una Borgoña o una Normandía, se tratará a estas provincias como a las demás, se tendrá constancia de su existencia y se las reconocerá, pues, ¿por qué violar, en su detrimento, el derecho natural?

"Mas, si no fuera así, reconoceremos lo contrario. Estamos dispuestos a ello. Los ferrocarriles han tenido que crear nuevos centros, nuevas regiones; cien años de rebeldía sistemática contra la naturaleza de las cosas habrán podido, al menos, convencer a Francia a no mutilar los hechos".

Regiones y vida nacional

"Las regiones, escribe Lysop[64], deberían ser lo suficientemente extensas y lo bastante pobladas para poder vivir, para poder encontrar en sí mismas los recursos suficientes y para poder resistir, sin poner en peligro la unidad nacional por la constitución de verdaderos Estados, esa prepotencia de las grandes capitales".

1.° Suficientemente pobladas, recursos suficientes[65]. La región podrá ser unas veces el acoplamiento de múltiples departamentos o de múltiples provincias; otras, quedará limitada a la- reunión de algunos condados o distritos o a una sola provincia. Lo esencial es que, sin perjudicar a las comunidades inferiores, se dé una especial fuerza a la región. Como indica Gravier, una región "gobernada por un alto funcionario conocido e influyente", tendrá bastante más "peso" ante el Estado que un departamento con su prefecto, o que una provincia solitaria.

2.° No ser un peligro para la unidad nacional y para la paz internacional. Este riesgo atañe principalmente a las provincias que hayan conservado su lengua, sus tradiciones o el culto a una rica historia.

Escocia, Cataluña, Bretaña, Baviera o Flandes servirán de ilustración. Acontece que, bajo el peso de un centralismo abusivo, es- tas provincias ven en la proclamación de su independencia política la única posibilidad de la supervivencia de los valores que ellas representan[66].

A veces, no hay otra solución. Pero puede ocurrir también que una ruptura con el Estado al que están unidas, llevará a estas provincias a vegetar o a caer bajo otro yugo, mientras por ellas están doblando las campanas en el país del que se han separado y con el que asimismo una larga historia las había unido.

No se podrá aplicar automáticamente el revolucionario "derecho de los pueblos a disponer de sí mismos", sin desconocer la realidad.

Una provincia puede conseguir un bien mayor formando parte de un Estado que segregándose de él.

Asimismo, conviene no sacar la consecuencia de que el regionalismo es una tendencia irreversible del "nacionalismo" de las provincias.

Posible utilización de los autonomismos locales por la subversión

Los objetivos de esos "nacionalismos" no son siempre desinteresados ni determinados por el amor a una civilización provincial.

Es asombroso ver a los comunistas y socialistas apoyar los movimientos separatistas catalanes, vascos o bretones. ¿Cómo es que estos sistemas, estatistas y centralistas por esencia, pueden sostener hasta el paroxismo las emancipaciones locales? Es que ven en estos movimientos provinciales fuerzas explotables para la revolución.

Mientras los Estados comunistas oprimen las libertades locales, sus agentes fomentan el separatismo con el fin de dividir, debilitar y finalmente dominar a las naciones "burguesas".

Muchas gentes honradas se dejan todavía engañar con esa táctica de contradicciones y luchas, cuya verdadera finalidad no perciben.

La causa de los regionalismos exige una clase dirigente selecta, que tenga la suficiente formación política para no servir de instrumento a sus más terribles enemigos.

 

VI

LOS CUERPOS PROFESIONALES

Este capítulo no es más que un recuerdo de otro anterior.

¿Por qué describir aquí a los cuerpos profesionales y analizar el mecanismo de su funcionamiento, cuando esto ha sido ya tratado extensamente en una obra sobre el trabajo?[67]. Nos limitaremos aquí a remitir a ella a nuestros lectores.

Ciñámonos, por el momento, a enumerar los principales aspectos de estos cuerpos profesionales.

Empresa, oficio y profesión

Tres palabras, tres realidades fundamentales del orden económico-social.

La empresa: esto es, "la unidad económica natural resultante del acoplamiento de dos factores de la producción: capital y trabajo; la comunidad de unos hombres unidos en una labor productora... Todos los miembros de una empresa tienen entre sí un intento común: la buena marcha de la empresa, condición de su prosperidad[68].

La profesión "hace concurrir elementos de competencias diferentes con vistas a una actividad económica definida" en la producción de un objeto determinado[69].

La profesión se puede subdividir en especialidades. Dentro de la profesión del automóvil, por ejemplo: garage, venta de coches, venta de accesorios, etc. Profesiones afines se encuentran de nuevo en organismos interprofesionales (la madera, la lana, la electricidad...).

El oficio encarna el aspecto humano personal dentro de los cuerpos profesionales. "La habilidad y el conocimiento de procedimientos técnicos y metódicos constituyen la posesión del oficio". "El oficio corresponde a un título, a una competencia: médico, ingeniero, contable..."[70].

Se puede mudar de profesión, conservando el oficio (la mecanógrafa en un barco o en tina fábrica). Se puede cambiar de empresa, permaneciendo en la misma profesión (irse de la empresa Renault a la empresa Mercedes). Se puede igualmente mudar de oficio en el seno de una profesión: los estampadores de juguetes metálicos y los fabricantes de los de madera de Oyonnax han tenido que convertirse en moldeadores de matrices plásticas.

Por ello, los tres cuerpos naturales[71] de que acabamos de hablar constituyen los elementos básicos, a partir de los cuales todas las combinaciones serán posibles; verdaderas "mallas de seguridad" en, las que el obrero podrá refugiarse, si una u otra de esas comunidades no le puede asegurar sui subsistencia.

Estos tres tipos de asociaciones son legítimos. Despreciar, rechazar uno de ellos sería vano y aun ruinoso.

Sin embargo, es el error más frecuente.

El trinomio parece molesto. ¡Sería tan sencillo, piensan algunos, levantar el plano de la organización general de la economía con un solo elemento! De ahí, el acto reflejo de eliminar a los otros dos.

Pero, ¿qué se nos propone a cambio de estos cuerpos elementales cuya posibilidad de amalgama permite hacer frente a todas las situaciones concretas? Fórmulas monovalentes, sistemas rígidos, abusivamente cartesianos, que reposan sobre una concepción "fijista" de la sociedad.

Para unos, el Estado solo puede resolverlo todo; para otros, es sólo la profesión, sólo la empresa, sólo el oficio, o una cierta combinación monetaria aislada.

Se llega así a un verdadero totalitarismo, a una incapacidad de poder encontrar la solución de los problemas económicos sin suprimir la mitad de los datos, la que corresponde, precisamente, a esas libertades particulares, a esas mil manifestaciones de iniciativa o de necesidades legítimas que son la trama cotidiana de la vida.

Analizaremos en el capítulo de la descentralización las interacciones de estos cuerpos profesionales con los cuerpos locales y con el Estado.

 

[1] Carta a Duthoit, de 6 de julio.de 1937.

[2] Mater et Magistra, parte II.

[3] Cf. León XIII, encíclica Libertas Praestantissimum, párrafo 36 del texto latino: "Dios es quien iba hecho al hombre para la vida en sociedad y quien 3o ha unido a sus semejantes, con el fin de que las necesidades naturales que no pudiera satisfacer con sus solos esfuerzos, las satisficiera mediante la asociación.

Cf. Pío VI, encíclica Quod aliquantum, 1791: "Es tal la debilidad de la naturaleza humana, que para conservarse los hombres tienen necesidad unos de otros, del socorro mutuo... Es, pues, la misma naturaleza quien ha agrupado a los hombres y los ha reunido en sociedad".

[4] J. Daujat, Catholicisme et socialisme, pág. 34. Edic. Le Cèdre, 1, rue Mazarin, París.

[5] Consúltese para esta cuestión la obra de Jean Ousset, Introducción a la política, segunda parte, "Principio y fundamento", VERBO, núm. 11, páginas 23 y sigs.

[6] "Todo lo que es individual, es inefable", dice el antiguo adagio latino. Lo inefable (ineffabilis) es lo que no se puede describir, expresar. Hay un misterio en 3o más íntimo de 'cada uno. El es él y no otro. En una misma familia, Julio no es Héctor ni Juan, aunque tengan muchos rasgos comunes.

[7] No es indiferente saber que una persona pe llame Borbón, Hohenzollern, Foch, Pacelli o Rockefeller.

[8] No es cuestión aquí de definir la nación en unas pocas líneas. No aludimos a ella más que para ilustrar mejor lo que sigue.

[9] En sentido riguroso se trata más bien de una descripción bastante elemental, propia, del punto de partida en que nos encontramos.

[10] Por ejemplo, los cuerpos profesionales (empresa, oficio, profesión), o locales (municipio, provincia).

[11] Cuando son consecuencia de un simple acuerdo1 entre sus miembros: sociedad de pesca, gremio, academia provincial...

[12] Resumen de la definición de Rene Pierron en Économie concertée et corps intermédiaires, pág, 62. Edic. La Cité Catholique, 3, rue Copernic, Paris, XVI.

[13] La escuela no puede ser considerada como un cuerpo intermedio más que bajo su aspecto, local particular. Por su alcance educador, no se la podrá considerar como un cuerpo intermedio como los demás.

[14] Compárese un departamento o urna provincia europea con una provincia de la Argentina o del Brasil, por ejemplo. Grandes diferencias de superficie de los cantones suizos entre sí.

[15] Doctrina: verdad permanente y universal (no se puede cambiar de doctrina. Ella se refiere a verdades inmutables).

Sistema: política valedera para una época bastante larga o para un país o conjunto de países. El sistema puede y debe variar, pero a largo plazo. Le hace falta una relativa estabilidad para dar sus frutos.

Programa: plan de aplicación preciso, limitado a un caso concreto (por esta razón es esencialmente variable y debe variar bajo ¡pena de inadaptación o de esclerosis).

Se puede también ser víctima de las palabras, que toman sentidos diferentes según las versiones políticas de unos y de otros: de ahí los nombres de "provincia" y de "departamento" en Francia, país en el que las pasiones han ejercido un importante papel en la división del territorio, sobre todo desde la Revolución de 1789.

[16] Ejemplos de realizaciones económicas que han tenido consecuencias en la determinación de las unidades Apolíticas o sobre la vida de las provincias o regiones: la construcción de presas de irrigación de regiones semidesérticas; la apertura de canales, corno los de Suez o Panamá, que revolucionaron las relaciones entre continentes...

[17] Las consecuencias lógicas son: la división arbitraria de territorios ligados entre sí por un .pasado común (cf. el proyecto francés que situaba Nantes, patria de la Duquesa Ana, fuera de la Bretaña), el desplazamiento de poblaciones mamu militari (cf. el desarrollo económico de la Siberia soviética como consecuencia de deportaciones masivas) y, finalmente, el abandono completo o vuelta al desierto de regiones decretadas como "no rentables".

[18] De ahí que muchos regionalistas estén de acuerdo en no querer que la universidad regional se sitúe en la "ciudad-centro" de la región y prefieran que tenga su sede en una ciudad más ¡propicia a la calma de los estudios.

[19] Sobre la política fiscal en favor de los medios agrícolas, Cf. Mater et Magistra, parte III.

[20] Igualdad revolucionaria absoluta y no la justa igualdad relativa (igualdad civil, fundada sobre la común naturaleza humana) que se realiza finalmente en la diversidad de jerarquías (cf. Pío XII, Mensaje radiofónico de Navidad, 1944).

[21] Los ejemplos de cuerpos intermedios que damos en esta obra no tienen en cuenta, voluntariamente, la organización política de los países de que hemos de tratar. La autonomía reconocida de los cuerpos intermedios, su papel político, no son idénticos en todas partes. En ciertos países las provincias son verdaderos estados federados entre sí. En Suiza, las jerarquías políticas de la Confederación reproducen exactamente los cuerpos intermedios. La unidad .política es el municipio. El cantón es una federación de municipios. Pero se puede conseguir legítimamente un orden de cuerpos intermedios sin tener que llegar a una fórmula federativa. Son dos cosas diferentes. Nos limitaremos a las comunidades sociales y no a las formas de regímenes políticos.

[22] En los países en vía de desarrollo, los caciques podrían, con una buena educación social, constituir la primera selección básica de los cuerpos intermedios por formar. Desgraciadamente, el predominio de los métodos colectivistas los ha transformado, a veces, en simples agentes electorales, o más aún, en delegados del partido comunista, encargados de la formación ideológica de la aldea.

[23] Es abusivo identificar con la hipocresía las buenas maneras sociales. El Dr. Labat escribe muy propiamente sobre la moral "tradicional" (L'âme Paysanne, Delagrave, París, 1943): "Se puede admitir que en esta vida moral se hallen principalmente tradiciones y usanzas; pero la usanza y la tradición del bien son la coronación de largos esfuerzos interiores para hacer pasar ciertos actos de lo consciente a lo inconsciente. Mas, saber lo que en las rutinas religiosas es superficial y corresponde a fórmulas, palabras o gestos, es cosa difícil, y no es, además, racional, separar la idea religiosa de los ritos, pues en la misma esencia de éstos está el ser comunicables, el religar las almas entre sí (religare)... Tomándolos hechos concretos como se presentan a la observación, la religión inspiraba la vida moral, 3e daba la dirección, el apoyo y el empuje. Nada lo muestra más claramente que el comportamiento de las almas durante la Revolución".

[24] Civilisation et chrétienté, informe al X Congreso de la Cité Catholique (cf. Verbe, suplemento núm. 13, pág. 12 y traducido al castellano en VERBO, núm. 2, pág. 45 y sigs.

[25] Carta Al vivo compiacimento, 18 de setiembre de 1957, al Cardenal Siri. Pío XII declaraba a los labradores de Italia, el 15 de noviembre de 1946: "El progreso ha acortado mucho las distancias, ha acercado el campo a la ciudad, ha facilitado los contactos entre los campesinos y los ciudadanos; pero también ha derribado numerosas barreras que antes constituían una defensa de la pureza de las costumbres en los pueblos rurales.

"Todo esto, agravado por la propaganda antirreligiosa de los últimos años, ha enfriado desgraciadamente la fe en numerosas zonas".

[26] No tratamos aquí de los problemas específicos del campesinado. Se les encontrará tratados en el número 20 de VERBO.

[27] Bastantes trozos habría que citar de la obra del Dr. Labat, L'ame paysanne, Delagrave, París, 1943, que exhiben, tomados a lo vivo, los frutos de civilización de una aldea cristiana... y la vuelta a la barbarie bajo el efecto de la centralización estatal. La misma raza se resiente de la relajación de las costumbres y ¡de la decadencia de los buenos habitus sociales.

[28] Pío XII, Carta pontificia a la IV Semana social del Canadá, en Rimuski, 31 de agosto de 1947.

[29] "El Padre Santo, que en múltiples ocasiones ha denunciado el peligro del hacinamiento de las grandes masas humanas en las aglomeraciones urbanas, invitaba, hace poco, a los agricultores a no abdicar de la nobleza de su profesión para venir a "perder en la ciudad, que no les reserva a menudo más que desilusiones, las economías laboriosamente reunidas, y muy frecuentemente la salud, las fuerzas, la alegría, el honor y la misma alma". Con esto se indica la gran importancia que el Soberano Pontífice da a la cuestión del "asentamiento rural"." (Carta de la Secretaría de Estado de Pío XII al Cardenal Léger, 23 de septiembre de 1954).

[30] Carta pontificia, de Mrs. Dell'Acqua, a la XVIII Semana social de España, 30 de junio de 1958.

[31] A la Diócesis de Badajoz, 15 de noviembre de 1957.

[32] Alocución a la Confederación italiana de labradores patronos, 15 de noviembre de 1946.

[33] Ibidem.

[34] Alocución al Congreso internacional para los problemas de la vida rural, 2 de julio de 1961.

[35] Mise en valeur de la France, Ediciones de Le Portulan, Paris

[36] Los habitantes de las grandes ciudades de los Estados Unidos tienden a volver a la noción de los barrios. Los mismos contratistas empresarios se inspiran en ellos al construir los grandes complejos residenciales. Quitando los centros de negocio, los barrios residenciales forman con frecuencia pequeñas comunidades, cuyos habitantes se conocen o se reúnen en los clubs locales. Y son numerosos los que no dudan en hacer todas las tardes sus 60 u 80 kilómetros para volver a su cottage o a su pequeña ciudad campesina.

[37] "Proposiciones de sacro et profano", en Argumenty, revista polaca, 7 de mayo de 1961 (texto reproducido por VERBO, núm. 13, "Catolicismo abierto").

[38] Es sugestivo comprobar que Pío XII, hablando de la empresa agrícola familiar, la presente como un dique contra el peligro del "urbanismo". Desde puntos de vista opuestos, concuerdan el diagnóstico del Papa y el de los comunistas. Cf. también la Carta del Secretario de Estado al Cardenal Léger, de 23 de septiembre de 1954: "El Santo Padre, que en muchas ocasiones ha denunciado los peligros de que se amontonen grandes masas humanas en las aglomeraciones urbanas ..."

[39] Cf. supra.

[40] Mensaje radiofónico de Navidad, 1944.

[41] Cf. Pío XII: "El aspecto exterior de Roma es, sin género de duda, en algunos sectores, bien triste, como es el caso en otras grandes ciudades. Sin mencionar las casas que amenazan ruina o que son malsanas, aún se ven —o por mejor decir, se ven siempre aparecer de nuevo— chozas, chamizos, covachas minúsculas, todos, de una u otra forma, inhabitables. No hay que olvidar que es siempre grande la afluencia de los que son atraídos por el encanto* con frecuencia engañador, de la gran ciudad, y por el anhelo de encontrar en ella una vida más fácil y más holgada". (Alocución a los directores de los institutos italianos para viviendas populares, 21 de noviembre de 1953).

[42] Por ello, la reacción natural de los provincianos es agruparse en las grandes ciudades por provincias de origen: los bretones, en París, por ejemplo, o la colonia de las Marcas, en Roma.

[43] Expresión de Lenin comentada en la obra de Jean Ousset, El Marxismo-leninismo, 2ª parte, cap. II, "Alienaciones."

[44] Cuántos padres tiemblan al enviar a su hijo o hija a trabajar "a la ciudad", pues saben la clase de conversaciones y de costumbres usadas en las fábricas, grandes almacenes, moda, oficinas, restaurantes...

[45] Esta armonía ciudades-campo es muy importante en la vida de un país. El drama económico de Austria, nacido del tratado de Versalles, ha producido el carácter anormal de este país: Viena, la antigua capital de un imperio, es enorme con respecto a la superficie del país; Austria posee numerosos centros industriales, mientras que Hungría es casi totalmente rural. El desmembramiento del Estado Austro-Húngaro ha. privado a las nuevas naciones de un complemento .propicio a la economía común.

[46] Civisme, revista de la Jeune Chambre économique française, números 7-8, enero-febrero de 1962.

[47] Mise en valeur de la France, Edic. Le Portulan.

[48] Cf. Pío XII, Discurso a los alcaldes y concejales de los municipios, 23 de octubre de 1950: "La labor paciente, ordenada, constructiva que se realiza cada. día en el modesto, pero importante círculo vital de la administración comunal, deja (al mundo) a menudo indiferente.

"No es a los operarios de esta labor a quienes la opinión ¡pública trenza coronas o erige monumentos. No obstante, en la casa del Padre común de la cristiandad, el esplendor de los representantes más ilustres de las naciones no deja en sombras al valor de vuestra actividad.

"Nadie mejor que Nos la aprecia, porque nadie mejor que Nos comprende y valora la pesada carga que pesa sobre cada uno de vosotros. Nadie mejor que Nos estima, en su justo valor, los dones y las cualidades de orden intelectual y moral que el mantenimiento y la gestión de los asuntos locales requieren en los que son sus órganos competentes.

Y ¿cómo podría ser de otra manera, ya 'que 'La misma naturaleza de vuestras fundones os pone en contacto permanente, directo e inmediato con la realidad de la vida, con sus alternativas de gozos y dolores, de prosperidad y miseria, de luz y de sombra?

"Vuestra peregrinación a este centro de la cristiandad muestra que vuestro ideal no se limita a procurar solamente el bien material y económico de vuestros conciudadanos, sino que apuntáis a mantener, en lo que depende de vosotros, con la salud moral de vuestras poblaciones, la preciosa herencia de fe y de tradiciones cristianas, gracias a las cuales habéis podido defender, contra todas las asechanzas del espíritu de incredulidad y desorden, su verdadero progreso en la verdadera y justa libertad".

[49] Ciertas parroquias del Canadá francés han conservado poderes civiles además de sus atribuciones religiosas.

[50] Cf. León XIII: La Iglesia... "no reprende en nada a los que se afanan en conceder a los municipios la ventaja de vivir según, sus propias leyes, y a los ciudadanos todas las facilidades concernientes al acrecentamiento de su bienestar. Con respecto a toda clase de libertades civiles, libres de excesos, la Iglesia ha tenido siempre la norma de ser una antiquísima protectora, como atestiguan particularmente las ciudades italianas que encontraron, bajo el régimen municipal, la prosperidad, la pujanza y la gloria, mientras la influencia saludable de la Iglesia, sin encontrar oposición alguna, penetraba en todas las partes del cuerpo social (Libertas praestantissimum, 20 de julio de 1888, párrafo latino núm. 65).

[51] Mise en valeur de la France, Edic. Le Portulan.

[52] Una vez más 'hay que tener en cuenta la realidad. De la misma manera que la población de un cantón puede ser muy variable, la de su capital lo puede ser aún más. Algunas capitales de provincia o departamento de baja densidad de población tienen, a veces, menos habitantes que las de ciertos cantones de zonas superpobladas. Pero, ¿qué importa esto, si la existencia de esas capitales es una necesidad para establecer el lazo de unión entre los municipios? Son tanto, más necesarias, cuanto menos posibilidades tienen las aldeas aisladas de "desembrollarse" por sí mismas.

[53] Que no se vea en esto una figura de estilo. Las lenguas locales, dialectos o jergas, corresponden generalmente a los países y a las provincias. Son un elemento de cultura, un aspecto de la fisonomía de una región, (nota de los editores franceses).

[54] Vaya un ejemplo francés: "En 1925 existían 382 arrondissements, escribe J. F. Gravier, y en .1789 un poco más de 400 bailías... La Galia contaba con 300 pagus... Se puede advertir, pues, como una especie de trama indestructible, poco más densa, actualmente, que hace veinte siglos...".

[55] Alocución del 23 de marzo de 1958.

[56] Cf. el capítulo II de esta primera parte.

[57] Monistas: el griego monos; uno solo. Los monistas, en filosofía, son aquellos que ¡proponen una sola solución, no viendo más que un solo aspecto de sus problemas.

[58] ¿No será a ellos a quienes se dirige la advertencia de Juan XXIII en Mater et Magistra (parte IV)?: "Nos invitamos con insistencia a Nuestros hijos a velar sobre sí mismos para mantener lúcida y viva la conciencia de la jerarquía de los valores en el ejercicio de sus actividades temporales y ten la prosecución de sus propios fines particulares. Es verdad que los progresos científicos y técnicos y el bienestar material que de ellos resulta son auténticos bienes, que marcan, ciertamente, un paso. importante en el progreso de la civilización humana; pero deben ser apreciados según su verdadera naturaleza, es decir, como instrumentos o medios utilizados para conseguir con más seguridad un fin superior, que consiste en facilitar y promover la 'perfección espiritual de los hombres en el orden natural y en el orden sobrenatural".

[59] Y tomamos expresamente nuestro ejemplo de los países sudamericanos, en donde el racismo no existe. Y con mayor razón hay que tener en cuenta las afinidades de raza cuando las ¡pasiones se excitan. Entre hacer renacer el racismo o hacer entrar de golpe a todo el mundo en el mismo molde, sin respetar los particularismos, hay la gran distancia que media entre. dos excesos igualmente dañinos. Al poder político corresponde la delicada tarea de pasar del principio universal a su aplicación particular.

[60] Le Régionalisme.

[61] Esto correspondía, como hemos de verlo, a la teoría de Rousseau.

[62] Por ejemplo, ciertos departamentos franceses. Lo que se propone para reemplazarlos es aún peor. Apoyándose en argumentos económicos, se clasifican las regiones según su rentabilidad material. Se reagrupan, en consecuencia, las menos rentables. El resultado es extenuar la vida propia de estos territorios, cuya economía podría haber sido desarrollada sin recurrir a su supresión. El riesgo está en sacrificar, en esta operación, valores humanos y culturales, un tipo de vida o una civilización particular.

[63] L'Enquête sur la monarchie.

[64] Op. cit.

[65] "Cuando el equilibrio reina entre la densidad de población de una zona y la producción de la misma, existen medios suficientes para el desenvolvimiento de la vida con sus menesteres diversos; hay, pues, en esa sociedad lo que se ha dado en llamar la "ecuación económica del bienestar". En consecuencia, todo el problema consiste en no dejar que ocurra un desequilibrio que rompa esa actuación y que obligue a la población excedente a trasladarse a otros lugares, "porque la antigua patria ya no puede alimentar a todos sus hijos". (Discurso a la Confederación internacional de emigración, 17 de octubre de 1957)..." (Carta pontificia de Mons. Dell'Acqua  la XVIII Semana social española de Vigo, del 30 de junio de 1958).

[66] En el caso, asimismo, de las minorías lingüísticas o étnicas en un país: la ascendencia francesa en el Canadá, por ejemplo.

[67] Jean Ousset, M. Creuzet, Le Travail, Edic. La Cité Catholique, Québec, 1962, recientemente traducida al castellano por Speiro, Madrid, 1964.

[68] Maurice H. Lenormand, Du syndicat à la corporation. Technique de l'organisation corporative, Berger-Levrault, Paris.

[69] Ibidem.

[70] Ibidem.

[71] Cuerpos naturales, por oposición a "clases", datos artificiales aptos para hacer resaltar las discrepancias de intereses mejor que su concordancia. En la realidad no se encuentra ni el "proletariado", ni el "patronato", sino patronos carpinteros y obreros carpinteros; directores de fábricas de pastas alimenticias y lebreros o empleados que, .ellos también, trabajan en pastas alimenticias. La virtud de los hombres y su deber deben siempre marchar en el sentido de su ¡propio interés, porque la naturaleza es débil. La paz social no puede establecerse más que sobre esta búsqueda común de bienes legítimos. Por ello, Pío XII declaraba al Movimiento Cristiano Obrero de Bélgica (11 de septiembre de 1949): "Nos no dejamos de recomendar insistentemente la elaboración de un estatuto de derecho público de la vida económica, de toda la vida social, en general, según la organización profesional".