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El modernismo político y social

EL MODERNISMO POLÍTICO Y SOCIAL
POR
DANILOCASTELLANO(*)
1. Impor tancia de la encíclica P ascendi.
La encíclica Pascendi, de 8 de septiembre de 1907, como es
sabido, como también subraya oportunamente el subtítulo de
esta XLIV R eunión de Amigos de la Ciudad Católica y como
r econocen sus críticos y adv ersarios (piénsese particularmente en
el filósofo italiano G iovanni Gentile), se encuentra entr e los
actos más incisiv os del magisterio pontificio .Y no sólo porque
condena error es que vienen de lejos y se reafirmar on con fuerza
en los comienz os del siglo XX, sino también porque penetra en
profundidad y apr ende las consecuencias de la inmanencia como
filosofía que llevó a los llamados cinco principios del modernis-
mo: a) el principio del subjetivismo, b) el principio de la razón
inmanente y por lo tanto libre, c) el principio de la religión
como necesidad inmanente satisfecha con la elaboración racio-
nal del objeto que se ha encontrado en el espíritu, d) el princi-
pio de la ver dad como identidad del espíritu y e) el principio
(político) de la democracia. Es de señalarse, además, que la encíclica Pascendiofrece el
porqué de los errores. Bajo este ángulo es un documento no
“dogmático ”, es decir, no se limita a condenar sino que ofrece las
__________
(*) Traducción de M. A.
Verbo, núm. 455-456 (2007), 421-430. 421
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razones por las cuales los errores son errores y, por lo mismo, se
condenan.
2. Las cinco cuestiones del moder nismo político y social.
Como he tenido ocasión de escribir en otro lugar , los cinco
principios del modernismo apenas enumerados constituy en la
pr emisa (y cr een representar el fundamento) de otras tantas tesis
del modernismo político y social, que la encíclica considera una
a una:
a) La primera concierne al origen de la autoridad y la legiti -
midad del poder . Los modernistas, a este respecto, cometen dos
err ores. El primero procede de la tesis según la cual, en la Iglesia
y en la sociedad política, la autoridad no debe v enir “de fuera,
esto es, inmediatamente de D ios”, sino que debe ser “ emana-
ción ” de la colectividad de las conciencias. E l segundo viene de
la justificación de la legitimidad con referencia sólo a su origen;
en otras palabras, los modernistas no consideran la legitimidad
del poder desde el ángulo del ejercicio. No lo pueden hacer por-
que la autoridad, para ellos, depende estrictamente de la volun -
tad de los asociados: no estaría guiada por un criterio racional
(entendiendo la racionalidad en su sentido clásico), sino por las
orientaciones contingentes de los gobernados. S u fundamento
sería el consentimiento entendido modernamente, es decir como
adhesión voluntarista (es decir , sin argumentos) a un proyecto
cualquiera. De ahí la tesis según la cual la pirámide no sólo se
invierte en el interior de la Iglesia (“ que se haga derivar al Papa
de la Iglesia, y no al revés ”, afirmó por ejemplo Tyrell, defendi-
do por G entile), sino también en la sociedad familiar (que los
padr es ejerzan la autoridad por mandato de los hijos) y en la civil
y política (que los gobernantes sean gobernados por los goberna -
dos).
b) La segunda cuestión está estrechamente ligada a la ante -
rior y tiene que v er con el problema de la democr acia, no como
simple forma de gobierno sino como fundamento del gobierno .
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No se trata, por tanto, de la democracia entendida como oposi -
ción dialéctica y , así, vía para alcanzar la ver dad, sino la demo-
cracia que se pone ella misma como la ver dad, aunque sea mera
v erdad histórica, esto es, mudable, porque depende de la v olun-
tad contingente del Estado o de los asociados. La ver dad de la
democracia (moderna) sería entonces histórica, por necesaria -
mente evolutiva, perennemente cambiante. Sólo así la ver dad
podría identificarse, como quier e el modernismo, con la vida, ser
“ver dad viviente ”.
c) La tercera viene representada por la afirmación de la nece -
saria separ ación de la I glesia y el Estado . Esta separación que no es,
y hay que subrayarlo, distinción, significa la r eivindicación de la
autonomía absoluta de lo temporal, o mejor , de su independen-
cia. Independencia, ¿de quién y de qué? Independencia de D ios
y su ley . También de la natural, esto es, inscrita en el orden la cr e-
ación (por ejemplo se pretende “ constituir” la misma naturaleza
del matrimonio, asignándole cada v ez, por lo mismo conv encio-
nalmente, finalidades establecidas). La separación, por tanto,
bien pensada, comporta el primado del Estado sobre la Iglesia.
E l Estado, sin embargo, debiendo expresar (por coherencia con
el postulado de la democr acia moderna) en el propio or denamien-
to jurídico el orden sociológico cambiante, no puede sino tener
un or den ético evolutivo, es decir , ningún orden, o si se quiere,
cualquier or den llamado ético sobre la base de la costumbre. E l
or den social viene, así, a coincidir con el orden público, como
cualquier or den público.
d) La cuarta es corolario de la ter cera: la separación de la
Iglesia y del Estado lleva consigo, de hecho, la sujeción de la
Iglesia al Estado . Baja la exaltación aparente de la libertad se ins -
taura, en r ealidad, la esclavitud. La fórmula de Cav our “la Iglesia
libr e en el Estado libre ”, en realidad, lejos de r econocer a la
Iglesia la liber tad que le corr esponde, afirma que es libre en la
libertad del Estado. E n otras palabras, el Estado sólo sería libre y
libr e según la liber tad negativa y, por eso, solamente él tendría el
poder (que para el Estado sería libertad) de regular (y según a\
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nos, incluso de instituir, regulando) la vida social, en la que
entraría también la Iglesia, o mejor, las Iglesias, los cultos, las creen-
cias. La r eferencia última y supr ema procedería del or denamien-
to jurídico (positiv o) del Estado, que según los modernistas es el
pr oducto (en permanente evolución) de la democracia moderna,
sea que ésta se exprese en la soberanía del Estado, sea en la sobe-
ranía popular . La Iglesia, por lo mismo, en último término ven-
dría a depender del hombr e, de su (llamado) “pensamiento”, o
mejor , de su opinión. La Iglesia, por tanto, se reduce a una de
tantas asociaciones “ reconocidas” por el Estado . Lo que represen -
taría la coher ente conclusión laicista, sobre el plano político-jurí -
dico, del modernismo “ religioso” o, mejor , de su modo de enten -
der la “Iglesia ”.
e) La quinta, y última, viene dada por la instancia modernis -
ta r elativa a la inestabilidad institucional y or dinamental. Pío X
denunció la tesis modernista, ya condenada en lo sustancial por
Pío IX en la encíclica Qui pluribus, de 9 de no viembre de 1846,
según la cual “nada ha de haber de estable ni de inmutable en la
Iglesia ” (nº 54). El P apa Sarto tiene en el corazón, obviamente,
sobr e todo la R evelación. P era esta tesis modernista tiene, sin
embargo, también relieve social y político, en cuanto conduce al
r echazo coher ente de las instituciones y del derecho en sí. Lo que
es institucional y , como dice la palabra, estable. Ahora bien, la
estabilidad es considerada por los modernistas el encorsetamien-
to de la vida, la cár cel del espíritu, la tumba del futur o. En r esu-
men, la institución sería enemiga de la democracia moderna , que
exige la ev olución radical y permanente incluso para lo atinente
al der echo: la justicia, en lugar de ser el fundamento del derecho,
se convierte en el producto del derecho positiv o, a su vez hijo de
la ley , entendida como acto de voluntad del Estado (o de la
colectividad de las conciencias). Quede clar o: los modernistas no
llegan a sostener la supr esión de las instituciones, ni de la I glesia
ni del Estado . De hecho, sin embargo, vacían su función hacien -
do de las instituciones el instrumento para imponer la v oluntad
de las fuerzas políticas que pr evalecen. La institución, por tanto,
se convierte en el medio para la r ealización de la democracia
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moderna, siempre totalitaria, sea en su expresión “ fuerte”, sea en
la “ débil”. La institución, en otras palabras, en el plano político
es un instrumento para la realización del arbitrio .
3. La metamorfosis del moder nismo político y social.
E l modernismo, afirma la encíclica P ascendi, es “la síntesis de
todas las herejías ”. Con lenguaje filosófico podría decirse que es
la matriz de todos los errores. Es obvio que esta definición no
sirv e sólo para cada una de sus formas par ticulares, o sea, para la
forma histórica que una y otra vez el modernismo asume, sino
para el modernismo en sí. El modernismo “histórico ”, que la
encíclica Pascendicondena y al que se opone, es una de sus mani -
festaciones contingentes, muy impor tante, sí, y bien peligrosa.
E l modernismo, sin embargo, es lo que está en el origen del
fenómeno. Y este no fue derrotado por la Pascendi, no está
“muerto”. También desde el ángulo político-social, en un primer
momento, sobrevivió, y después r enació. Para ello ha sido favo-
r ecido incluso por alguna de las opciones tomadas por la cris -
tiandad para combatirlo. P iénsese, por ejemplo, en la estrategia
contingente (y quizá, entonces, la única posible) elaborada por
la cristiandad en los inicios del siglo XX con la intención de
oponerse a la laicidadviolenta, la que hoy es llamada ex cluyen-
te, propia del Estado liberal decimonónico, que primero condu-
jo –lo hemos apuntado– a la separación de la Iglesia y el Estado
y luego a la subor dinación de la Iglesia al Estado . Al inicio del
siglo XX, en plena “ ofensiva” modernista, hubo quien sufrió la
ilusión de poder combatir el liberalismo con la democracia. En
otras palabras, se pensó que bastaría conquistar los pueblos para
condicionar los Estados. E l “caso ” francés y el “ caso” italiano ”,
aun no siendo idénticos, son significativos a este pr opósito.
R epresentan dos “ vías” para el paso de la laicidada la llamada
nuev a laicidad. P rincipalmente el “ caso” italiano revela la hetero -
génesis de los fines, a la que llev a el antimodernismo político y
social. Esto es, el “ caso” italiano r evela cómo el modernismo
político y social ha r enacido también por causa del antimoder -
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nismo. El antimodernismo se opuso (con razón) al Estado moder -
no y a sus pr etensiones, pero para alcanzar este fin acogió (pri -
mer o de hecho y luego también de derecho) la democracia
moderna , que a su vez compor ta el acogimiento de las instancias
del modernismo político y social antes r ecordadas: la legitima-
ción de la autoridad sobr e la sola base del origen, que el moder-
nismo considera inmanente; la democracia como fundamento
del gobierno; la separación entr e Estado e Iglesia (cada uno en el
pr opio orden, independientes y soberanos); la inestabilidad ins-
titucional y or dinamental.
D espués, por influjo de las doctrinas políticas estadouniden -
ses, impuestas a las Estados v encidos, pero también a algunos
v e n c e d o res (piénsese en Francia), tras la Segunda Gu e r r a
M undial, y en definitiva incluso a los Estados europeos occiden -
tales que permanecieron ajenos al conflicto (como, por ejemplo,
España), el modernismo político y social se presenta en nuestros
días bajo el aspecto de la nuev a laicidad, o bien, el modernismo
nuevo y “ actualizado ” radicaliza las tesis del viejo modernismo,
condenado en la Pascendi, dándole (o intentando ofrecerle) nue -
v as argumentaciones teóricas (en realidad pseudos-argumenta -
ciones) y presentándolo bajo la fórmula suasoria de la laicidad
“incluyente”.
La nueva laicidad contemporánea, dándole la vuelta a algu-
nas posiciones de la laicidad “clásica”, pero aceptando sus postu-
lados, sostiene:
a) Que la democracia moderna es un valor y que su primera
r egla es la de la garantizar el der echo de narrarse a sí mismo,
“ contarse para conocerse ”. Cada uno, por tanto, tendría en pri -
mer lugar el der echo de “narrarse” a sí mismo, es decir , de pro-
fesar y practicar en priv ado y en público la propia opinión, la
pr opia creencia, cualquier opinión y cualquier creencia, por que
–dicen– la “ verdad” no existe y , si existe, no es cognoscible y , lo
que es peor , sería en todo caso el pr oducto de ese “reconocimien-
to ”. N o hay orden natural. Todo es or den de las representacio -
nes. Lo que significa, en último análisis, que el v erdadero orden
está en su negación: todo orden es orden sociológico e histórico,
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no natural. Por eso, para usar una expr esión de Rorty, la demo-
cracia debe prev alecer sobre la filosofía en caso de conflicto entre
ambos. También el hombre, como sostenía Sartre, sería (hablan-
do ónticamente) su proyecto . De ahí que el ordenamiento jurí-
dico deba garantizar a cada uno el “ realizarse”, es decir , actuarse,
esto es, su pr oyecto. En el proyecto nos “ revelamos” y nos “reco-
nocemos ”, porque con él nos “ constituimos”. En otras palabras,
la naturale za del hombre no es el criterio de las reglas de la vida,
sino la vida (o mejor , su “hacerse”, esto es, el desarr ollo de la
vida) regla de sus acciones. E n el “contarse para reconocerse ”,
pues, está implícita la tesis según la cual todo es historia. La filo-
sofía de la inmanencia y su subjetivismo(aunque a veces se afirme
de forma comunitaria) se pr oponen de nuevo y “legitiman ” por
esta teoría gnóstica.
b) Que la democracia es ver daderamente tal no sólo si respe-
ta sino también si favorece en todas las formas la expresión de sí
mismo absolutamente libre. N o se trata de garantizar la libertad
como “libre arbitrio ” (la libertas minor de Agustín) y menos aún
la libertad como or den (la libertas maior por usar de nuev o la
definición de Agustín), sino la libertad negativ a, esto es, aquella
que H egel encontraba en el puro autodeterminarse de la v olun-
tad, esto es, en la libertad absoluta o en la liber tad que se deter-
mina con el solo criterio de la libertad, por tanto con ningún cri -
terio . El Estado debería garantizar a todos la posibilidad de rea -
lizar efectiv amente el propio pr oyecto. La democracia, así, se sus-
traería al carácter puramente procesal(Kelsen, Bobbio) y se haría
sustancial. P ero, atención, para ser sustancialen el sentido indi-
cado debería ser equidistantede todos los valores, pues solo de
este modo garantizaría el más fundamental de los valores funda-
mentales: la libertad. La libertad negativa sería, por tanto, el ver-
dadero bien común. Habría que anteponer , por lo mismo, la
libertad a la verdad y al bien. E xactamente lo contrario de lo que
enseña el E vangelio, para el que –como es sabido– solamente la
v erdad hace libr es. La libertad, por sí sola, muchas veces, hace
esclavos.
c) Q ue en presencia del pr oblema que implica la conviven-
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cia (entendida reductivamente como el hecho de estar unos al
lado de los otros), es necesario considerar que no todos los pro-
y ectos son realizables o, al menos, no son realizables íntegramen-
te. Lo que pone el pr oblema de su fundamento, de sus límites y
del criterio con el que imponerlos y hacerlos r espetar. Según el
modernismo “ puesto al día” se legitiman únicamente por el esta-
do de necesidad. Es decir, la autoridad no tiene otro fundamen -
to que la autolimitación de los asociados: la libertad negativ ao de
“narrarse ” no es ejer citable de forma absoluta, ya que de hecho
se acabaría por que sólo pudiera ejercitarla el más fuerte. Esta
autolimitación vendría dictada por el “ cálculo”, esto es, por con-
sideraciones utilitarias, no por “ razones” políticas fuer tes. Los
límites, por tanto, serían “ contratados” o “gestionados ” sobre
bases v oluntaristas. El ordenamiento jurídico se caracterizaría
por la pr ecariedad y , finalmente, se apoyaría en el nihilismo: pr o-
ducto de un derecho “formal” producido, a su vez, por la volun-
tad, no por el der echo sustancial. Con esto, sin embargo, el
modernismo manifiesta una contradicción insuperable en el
plano jurídico .
d) Q ue la composición de las identidades y de las difer encias
es tar ea de la institución estatal, “laica ” de nombre y de hecho.
E n otras palabras, el Estado (entendido como institución) debe-
ría ejercitar , de una par te, el papel de garante de la “ mediación”
posible y necesaria y, de otra, un papel notarial. La primera fun-
ción, en primer lugar , comporta que sea neutral, esto es, equidis -
tante de todo proyecto y de toda opción (o sea de toda identi-
dad); comporta, después, que su neutralidad esté en función de
la composición de las difer encias. El Estado democrático que
pr opone el modernismo está llamado, en otras palabras, a garan -
tizar el contexto del or den (del orden público, se entiende), de la
paz (vale decir , de la neutralización de los conflictos) y del bien-
estar (esto es, asegurar los r ecursos), para que la lógica del testi-
monio (de la pr opia opción, convertido, así pues, en derecho a
la coher encia) pueda actuar concr etamente en los individuos y
los grupos. ¿Cómo obrar para llegar a esto? La nueva laicidad
pr opuesta por el modernismo político y social “ actualizado” asig-
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na la composición a la confrontación democrática, o sea que
opina que el árbitro del compromiso como ley , definida noble,
de la política, en último análisis no sea sino el pueblo, errónea-
mente identificado con la mayoría del cuerpo electoral o, más
propiamente todavía, con la mayoría de los elector es efectiva-
mente votantes. P or esto será bueno lo que la may oría, tras el
contraste democrático, establezca como tal. De ahí sigue que la
segunda función asignada al Estado por el modernismo “ actuali-
zado ” sea la de notario de la v oluntad prevaleciente: el Estado,
así, se transforma en una objetividad en función y al ser vicio
total de la sociedad civil.
e) En última instancia, así pues, la nueva laicidadniega la
dimensión natural política del ser humano . La política desapare-
ce en lo social, entendido no como organización necesaria de la
vida para responder a las necesidades diarias (y que requieren,
por supuesto, la organización), sino como “lugar ”, o con térmi-
no más áulico “institución ”, en el que tiene lugar la llamada
“ composición equitativ a” de los derechos y deberes de las “iden-
tidades ” y de las “ diferencias”; derechos y deber es que son fruto
del contraste democrático que el Estado tiene que asumir , esto
es, establecer pro visionalmente como tal. La política, de la que
tienen también necesidad la familia y la sociedad civil, así, se
v acía desde abajo, vaciamiento que repr esenta un peligro para la
familia y para la sociedad civil. El modernismo “puesto al día ”,
por tanto, pone las pr emisas para la disolución del orden natural
y civil, al erigir la “ relación”, el “reconocimiento ” y el “poder” en
dimensiones de la sociedad civil, que adquiere un primado sobr e
la comunidad política. O mejor, tendría simplemente el prima -
do, ya que la comunidad política no tendría existencia. N o
puede existir lo político donde no existe lo humano .
f ) E l modernismo “ actualizado”, o sea, la nueva laicidad ,
lleva a la disolución del mismo ser humano . El yo, la persona, el
individuo, se consideran por ella producto, y no condición, de la
r elación. La relación, de hecho, se concibe como constitutiv a de
la persona. El yo desaparece en la “ red” del tiempo y del lengua-
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je, se convierte en flatus vocisexpresión de la cultura contingen -
te, entendida en un sentido antr opológico, histórico y sociológi-
co . Es por ello que el modernismo político y social “ puesto al
día ” está obligado a hacer de la democracia relativista moderna
“el ” régimen por excelencia de la libertad, que a su vez requiere
el nihilismo .
4. Conclusión.
La encíclica Pascendihabía individuado el err or de los erro-
r es. N o ha sido entendida ni aplicada. Lo que ha favorecido el
agrav amiento de la situación interna y externa de la Iglesia. E l
modernismo “ actualizado” hace del mismo J esucristo el modelo
y la vía para la aplicación, según la ley de la analogía, del princi -
pio de compr ensión y valorización de toda diferencia. Cristo no
habría v enido para revelar a los hombr es palabras de vida eterna,
para ser signo de contradicción, para enseñar que no se puede
ser vir a la v ez a dos señores, etc., sino para poner la pr emisa del
triunfo de la v erdad como vida, o sea, de la ver dad “viviente ” y
“ personal”, es decir , de la verdad como libertad que, política -
mente, encuentra expresión enypor la democracia moderna,
esto es, en y por la nueva laicidad “englobante ” garantizada por
el Estado como objetividad neutral en función de cualquier
opción de la sociedad que se dice civil. El modernismo político-social “ puesto al día” concluye,
pues, por llegar al “imposible lógico ” en el que José María Petit
v eía que caía la pr opuesta del Estado laico. P eor. La afirmación
del imposible lógico y ontológico es la contradicción necesaria
en que cae toda forma de agnosticismo y de r elativismo, constre-
ñida por la vida a dejar espacio a la afirmación de la pura volun -
tad, o sea, al irracionalismo de la libertad negativa que es el pro-
blema de los problemas de nuestro tiempo .
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