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Introducción a la política (VII)

INTRODUCCIÓN A LA POLITICA

SEGUNDA PARTE (continuación)

Principio y Fundamento

SEGUNDA PARTE

 

Quienes creen que la religiosidad implica debilidad en política están equivocados, y la que expondremos es verdaderamente divina.

Política deducida de la Sagrada Escritura.

Bossuet

 

Recapitulación

Corifiados en la sabiduría de León XIII, que aseguraba al clero de Carpinetto que la meditación del célebre "principio y fundamento" de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio sería suficiente para la reedificación de la Ciudad, nos hemos dedicado, en los estudios anteriores, a destacar lo que considerábamos la verdadera primera lección política y social de su primera frasé: “El hombre ha sido creado para alabar, honrar y servir a Dios, nuestro Señor, y por este medio salvar su alma."

Doble enseñanza: Por una parte y en primer lugar, un Dios principio y fin de todo el orden humano, lo que implica por otra parte el carácter sagrado de la "persona" humana, ordenada exclusiva y directamente a Él.

De ahí el pecado, el desorden del laicismo.

Y no solamente desorden y pecado, sino locura, absurdo. Pues una vez eliminada de la ley la referencia a Dios, desaparece el prinicipio mismo de la ley y su justificación suprema.

Si Dios no existe, todo está permitido.

Y la autoridad del policía, la autoridad del Estado, ya no obligan en conciencia, porque no obligan moralmente, o dicho de modo más explícito todavía, puesto que no obligan ya razonablemente (1).

Y no se trata aquí de un debate teórico susceptible de apasionar solamente a algunos filósofos de profesión. Entre otras cuestiones, la solución del problema de la penalidad y especialmente del de la pena de muerte, se halla directamente ordenada por estas consideraciones fundamentales de un Dios creador, ordenador, remunerador y vengador, principio y fin, y por la razón de ser del carácter sagrado de la persona humana.

De aquí el interés puesto en ilustrar con algunos ejemplos el aspecto práctico de este "principio y fundamento" (2).

* * *

 ¿Hay algo aparentemente menos social y político que esta célebre introducción de la "primera semana" de los Ejercicios? Textualmente, se trata de otra cosa en el "Principio y Fundamento" de San Ignacio que de deberes del "hombre para con Dios". ¿Cómo no extrañarse de que a pesar de su carácter tan "personal", sin embargo lo tomemos como argumento para la introducción a la política?"

Algunos habrán encontrado Paradójica esa manera de razonar en está ocasión, es decir, en el momento mismo de abordar el estudio del aspecto esencialmente colectivo, social, del orden humano. Y de ahí que tal vez haya podido inquietar a alguno el temor a cierto "personalismo" que ha causado mucho daño y del que tantas locuras aún se derivan.

¿No hubiera validó más, se dice, resbalar, o por lo menos no insistir tanto, acerca de ese carácter sagrado de la persona, y sin más rodeos precisar que este fin divino y personal del hombre sólo puede ser alcanzado en y por la vida en sociedad? Y, para escribir en cristiano una introducción a la política, ¿no sería suficiente decir que la sociedad es el medio dispuesto por Dios para nuestro desarrollo normal? ¿No enseña la misma Escritura el origen divino del Poder Civil? Así, pues, ¿por qué mantener, como lo habéis hecho, la tesis tan delicada del crimen que "borra este carácter sagrado" del culpable, permitiendo así su  castigo? Parece mucho más sencillo justificar esto último por el derecho que tendría la sociedad (institución divina) para castigar y, si necesario fuera, suprimir a los que violan su ley. ¿Y no es éste hoy día el argumento más corriente? ¿Qué se arriesga cuando se pone cuidado en resaltar éste carácter divino del orden social? ¿Osaríais negar que hay en él algo divino?" Por tanto, ¿qué más sencillo y mejor "principio y fundamento para una '"introducción a la política"? ¡Usando de este argumento no se entraría más derechamente tanto en el sujeto como en el espíritu? Sobre todo cuando recordar el carácter tan netamente personal del fin del hombre, en este lugar, más bien estorba que aclara.

Pero, por legítimas que sean algunas de dichas observaciones, semejante manera de discurrir es excesivamente, superficial; y lo que propone, inadmisible... Por el contrario, nada más importante hay que recordar al comenzar "una introducción a la política" el carácter personal del verdadero orden humano. No es que este carácter haga perder el sentido social. No lo disminuye, sino que, por el contrario, permite su total desarrollo, pero ORDENÁNDOLO CONVENIENTEMENTE. En otras palabras, el problema no consiste en saber hasta dónde debe llegar el espíritu de comunidad para escapar a todo exceso… La verdad es que nunca seremos demasiado comunitarios si no nos formamos una buena idea de la cuestión. El mal aquí no consiste en un exceso; está en el concepto erróneo que pueda formarse de esta materia. Y el error usual en este punto es el de OLVIDAR ESTE CARÁCTER ESENCIALMENTE PERSONAL DEL ORDEN HUMANO, incluso cuando se abordan los problemas (esencialmente) de la comunidad de este orden humano (por ejemplo, en el capítulo de la política).

No es posible, bajo pretexto de simplificación o de mayor claridad, ir demasiado de prisa en esta exposición, por el peligro de dejar sentados errores de principio muy peligrosos, aunque de momento no se perciban.

La sabiduría excelsa de León XIII ilumina este afán de evitarlos, presentándonos como argumento decisivo del "renacimiento" social la meditación del texto en cuestión de San Ignacio.

Es querer trabajar demasiado de prisa (sin más preámbulos como único principio del estudio de los problemas sociales y políticos) establecer un fundamento exclusivamente político y social, bajo pretexto, por ejemplo, de que la sociedad es el medio (querido por Dios) de nuestro desarrollo personal. Porque, si se plantea así, aisladamente, el principio social (llamémosle... comunitario), en virtud de una lógica interior, sólo puede tender a convertirse en un absoluto y a desarrollar todas sus consecuencias.

No es que se pretenda negar aquí la importancia del aspecto social (querido por Dios) en el problema de nuestro desarrollo personal. Pero, para simplificar y, sobre todo, para aislar el argumento nada puede impedirnos considerar esta sociedad (medio divino de desarrollo) como encargada por mandato divino de regular a su agrado dicho desarrollo.

Se percibe el esquema... de una formación bien conjuntada, en la cual incluso las cosas del espíritu y del alma, todo estaría regulado, dispuesto para asegurar la mayor prosperidad (standard) de la persona humana. Fórmula que podría no ser forzosamente materialista, pero sí de un militarismo cultural, intelectual, espiritual e incluso religioso. Socialización, industrialización con recetas para el florecimiento impuestas en nombre (divino) del espíritu comunitario calificándolas como los mejores medios, el más seguro método. Y ¿por qué no imaginarse incluso el conjunto de las ceremonias religiosas, de las prácticas piadosas ordenadas de principio a fin como un ejercicio en orden cerrado?

 

Una comunidad de "robots"

Todo esto en nombre de la "persona", no para ella.

¿Pero cómo un desarrollo personal realizado así, en cadena, podrá merecer ser llamado un desarrollo personal?

¿Qué hay de sorprendente en el hecho de que el principio "social" o "comunitario", como se dice hoy día, proclamado tan a la ligera por algunos contemporáneos como único principio (de hecho) del orden humano haga perder el sentido de los verdaderos lazos sociales y de una vida armoniosamente comunitaria (es decir, de una vida que no sea la de una comunidad de robots?

Si la Sociedad es la vía por excelencia y el principal medio, se comprende que algunos hayan podido legar a proponer, no hace mucho tiempo, que se tomara el periódico como devocionario de nuestros temas cotidianos de meditación. Meditación espiritual de la que se comprende sin dificultad que, en efecto, resulte perfectamente adaptada a esa mística colectividad del grupo o de la masa.

Por el contrario, los religiosos, las almas silenciosas que para asegurar su "desarrollo" creen deber "retirarse del mundo" (Sodiedad con S mayúscula) o creen deber preservarse..., tales gentes, no pueden ser consideradas nada más que como enfermos, como temperamentos delicados, incapaces de desarrollarse en las condiciones normales de la vida colectiva (social, cívica, política, etc.), enfermos en los que la fragilidad exige un régimen especial, clima templado, silencioso, espaciamiento de visitas, aislamiento.

¡Cuántos grotescos absurdos —es necesario decirlo—, cuántas consecuencias siniestras de un principio social o comunitario, planteado y desarrollado demasiado superficialmente, demasiado neciamente y (sobre todo) demasiado exclusivamente!

Además, ¿no son los mismos hechos, a todo lo largo de la Historia, los encargados (y los que siguen encargándose) de mostrar hasta qué punto el principio social de desarrollo personal está lejos de ser absoluto y cuánto necesita estar iluminado por un principio más elevado y más seguro? Ya que si la vida social es normalmente necesaria para el total desarrollo de las personas, no es menos evidente que también puede ser una causa, una ocasión de embrutecimiento, de decadencia, de condenación. Y el hecho de que en cierto sentido la salvación sea colectiva no impide que constatemos la negativa que, a veces, no hay más remedio que oponer, para salvarse, a la perniciosa influencia del grupo.

Es decir, que si bien la sociedad puede y debe ser el medio (querido por Dios) de desarrollo de la persona humana, no carece de interés observar que en diversas circunstancias, para ser armonioso, este desarrollo debe verificarse a pesar de la sociedad, o sea, contra la sociedad.

Demostración (esta vez por los hechos) de que una concepción demasiado exclusiva del principio social puede ser perniciosa por "comunitaria" que se la llame.

He ahí por qué nos parece imprudente no insistir como hace falta, al comienzo de una "introducción a la política", sobre esta verdad, absolutamente fundamental, cual es la DEL FIN DIVINO Y PERSONAL DEL HOMBRE, como desde sus primeras palabras señala "el Principio y Fundamento" de San Ignacio.

Como vamos a ver, bien lejos de hacernos perder el justo sentido social es solamente bajo su luz como resulta posible no sólo evitar sin dificultad muchos errores frecuentes en este punto, sino también comprender en toda su plenitud lo que debe ser la armoniosa ordenación de la vida en sociedad.

Porque, si es cierto que, por su primera frase, el "Principio y Fundamento" de los ejercicios de San Ignacio nos muestra bien este carácter personal que debe respetar por encima de todo el orden humano, la segunda frase señala de inmediato lo que es necesario para evitar lo que "cierto personalismo" tiene de anárquico y antisocial.

Es el estudio y la meditación de esta última frase lo que nos ofrecerá el tema de lo que nos falta por decir en la continuación de esta segunda parte:

"EN TANTO QUE"..., REGLA DE ORO PARA LA VIDA SOCIAL.

Para mejor tomar el hilo volvamos de nuevo al "Principio y Fundamento" de San Ignacio. Recordemos la primera frase: "El "hombre ha sido creado para alabar, honrar y servir a Dios, "nuestro Señor y, por este medio, salvar su alma..." Frase seguida inmediatamente por esta otra

"... y las demás cosas que están sobre la tierra han sido creadas para el hombre y para ayudarle en la consecución del fin que Dios le ha señalado al crearle. De donde se sigue que el debe usarlas EN TANTO que ellas le conduzcan hacia su fin y que debe desembarazarse de ellas EN TANTO que se impidan."

Palabras admirables que nos hacen comprender que la piedad cristiana las haya considerado como dictadas por Aquella que siendo Madre de Dios llamamos también Madre de la Sabiduría.

***

Después de la afirmación del origen y del fin del hombre, he aquí la regla de oro para el empleo de los medios que permite utilizar todo, disponer de todo como es debido.

"En En tanto que"…

Nada, en este mundo, que no esté ordenado en adelante entre estos dos términos: En tanto que... no más que....

Sólo el exceso es descartado, es decir, el desorden. Todo puede servir, pues todo es bello y bueno. Es el misino Dios quien lo dice en el Génesis. Así queda bien probado el optimismo cristiano… Pero a condición de no olvidar el "… en tanto que".

Por ahí muere en su raíz esta construcción tan fácilmente totalitaria (tan conforme a nuestro gusto por llevar la lógica hasta sus límites extremos) de los medios fundamentales que se nos presentan como divinos: como la sociedad, por ejemplo.

De hecho, y al menos en este sentido, todo es divino. Y la sociedad es sin duda el medio divino más natural, más común, más universalmente necesario, del desarrollo personal de los hombres. ¡Pero también aquí...!: "En tanto que... no más que..."

Lo que implica que debamos descartar, teórica y prácticamente, la entrega al desarrollo incondicionado de un "medio" cualquiera (social, comunitario; etc.); como ocurre cuando el uso de un medio es considerado de modo exclusivo, es decir, en un desmesurado olvido de este único fin divino y personal del hombre, que recuerda automáticamente el "en tanto que… no más que...".

¡La sociedad, "medio" divino de desarrollo!

Sin duda... Pero nunca "medio" exclusivo, totalitario o socializante. Ya que la soledad, el silencio, el retira, la evasión del grupo también pueden ser...; en resumen: "todas las demás cosas que están sobre la tierra", como dice San Ignacio; son... o pueden ser medios de desarrollo personal.

"En tanto que… no más que..."

En otras palabras: oposición a esas sistematizaciones abusivas de un principio, incluso siendo justo, o de una mística, incluso legítima, del grupo, de la clase, de la nación y hasta de la humanidad.

¡La sociedad, "medio" divino de desarrollo!

Pero solamente EN LA MEDIDA EN QUE LO ES; y, ciertamente, dicha medida es muy amplia. Si la presión social llega a hacerse indiscreta o peligrosa por moda, respeto humano, obsesión publicitaria, propaganda…, etc., resultará entones un medio de decadencia o de perdición contra el que es necesario estar prevenidos.

De ahí la frase de León XIII: "Si los hombres, al entrar en la sociedad, encuentran en ella, en lugar de un apoyo, un obstáculo; en lugar de una protección, una disminución de sus derechos, la sociedad deberá ser más bien rechazada que buscada.

Tal es el argumento, que en nombre del "en tanto que... no más que…", la sabiduría podrá y deberá oponer siempre a las presiones ilegítimas de la colectividad.

 

"En tanto que…", regla de los deberes cívicos y de amor y servicio a la patria

Que no vaya a creerse, sin embargo, que por razonar así y que por subrayar, como lo hacemos, la relatividad de la obligación social, los cimientos de la sociedad corren el riesgo de tambalearse, el principio social desconsiderado, etc. Puesto que si es verdad que el "en tanto que... no más que..." obliga a fijar por todos los medios el límite de su empleo juicioso, la fórmula ignaciana no es menos capaz de indicar debidamente la obligatoriedad de nuestros deberes cívicos y de darnos una idea más firmes del al amor (3) y servicio que debemos a la patria.

Sin duda, ante semejante luz, los esfuerzos pasionales de un jacobinismo patriótico corren el riesgo de perder el noventa por ciento de su prestigio; pero sin que por nada del mundo queden debilitadas las verdaderas razones de un sensato patriotismo.

Porque... "¿se puede ignorar que el hombre no ha sido creado para sí solo, sino para ser útil a sus semejantes?, enseñaba Pío VI (4). Tal es la debilidad de la naturaleza humana, que los hombres para conservarse necesitan unos de otros ayuda mutua. Y he aquí por qué los hombres han recibido de parte de Dios la razón y el uso de la palabra, para ponerles en situación de reclamar la asistencia de otros y de socorrer, a su vez, a los que imploran su apoyo. Es, por tanto, la naturaleza misma quien ha acercado a los hombres y los ha reunido en sociedad..."

Y Pío XI (5): "Es en la sociedad donde el hombre desarrolla más y más su propia personalidad..."

¿Qué sería nuestra vida, cuál sería nuestro destino terreno si no viviésemos en sociedad?       

Entregado a sí mismo, el hombre sólo podría llevar una vida de forzado, impotente como sería para liberarse de las preocupaciones más elementales. La satisfacción de sus mínimas necesidades (alimentos, vestidos), seria para él una dura labor que ocuparía todo su tiempo. Aun tratándose del progreso material (agricultura, comercio, industria...), ¡cuántos beneficios debe a la sociedad! Y lo mismo ocurre en el plano intelectual y moral. La ciencia a su vez exigiría un esfuerzo demasiado largo que sobrepasaría las posibilidades de una sola vida. Transmitida por la sociedad, la ciencia es fruto del trabajo de generaciones. Tampoco puede haber vida moral, es decir, disciplina de las pasiones y de los instintos, sino en la medida en que una sociedad, un conjunto duradero y organizado de personas, permite la transmisión de las buenas costumbres por la educación.

Nadie duda de que la sociedad es para la persona uno de los más preados tesoros. Innumerables riquezas materiales y morales ofrecidas los diferentes miembros del grupo para su desarrollo más fácil y más armonioso.

 

Aquellos que mueren por la patria...

Por esto, no hay nada de sorprendente en que el disfrute de este tesoro colectivo imponga deberes a los miembros de la comunidad que en ella viven. Deberes de defensa, principalmente. Ya que, ¿no es justo que algunos se sacrifiquen en caso necesario para guardar para todos el beneficio de este medio fundamental de desarrollo que es patrimonio nacional?

El error consistiría en creer que en ello hay una acción de la Sociedad, destructora a expensas de las personas, puesto que ella acarrea la muerte de un cierto número de éstas. En ese caso, la obligación social debería ser rechazada al no realizar este desarrollo personal de todos, que es su fin.

Pero, en realidad, esta argumentación es inaceptable, pues, al contrario, es para CONSERVAR EN LA GENERACIÓN PRESENTE Y LAS VENIDERAS, ESTE INAPRECIABLE MEDIO DE DESARROLLO PERSONAL QUE ES LA PATRIA, por lo que cierto número de ciudadanos no consideran inútil sacrificarse; enriqueciendo además, por la belleza y la virtud de tal ejemplo, las posibilidades de desarrollo ofrecidas así a los supervivientes. Pues —pensando esto— ¡qué decadencia amenazaría a las personas de las generaciones futuras si en la patria se estableciera una tradición de desidia, de latrocinio, de cobardía, de espíritu de disfrute inmediato y a cualquier precio, con menosprecio del culto y de la exaltación que se debe a la memoria de los que murieron por la patria!

 

Subordinación reciproca de la persona y de la Sociedad

Se comprende, por tanto, qué respuesta se impone a la pregunta: ¿la persona debe estar subordinada a la sociedad o la sociedad debe estar subordinada a la persona? Decimos que hay una subordinación recíproca de la persona y de la sociedad. El objeto de ésta, en efecto, no es otro que favorecer siempre más y mejor el desarrollo personal de sus miembros. Pero precisamente, en la medida en que la sociedad, como inapreciable medio de desarrollo personal, realiza este fin, es justo que la persona se deba ("en tanto que...") a la sociedad, que trabaje, que en caso de necesidad incluso se sacrifique para defender, perpetuar, mejorar el beneficio. Lo que demuestra en qué sentido es verdad decir que es la sociedad la que está hecha para la persona y no la persona para la sociedad (6).

CIUDAD DE DIOS Y CIUDAD DE LA TIERRA.

"... y las otras cosas que existen sobre la tierra han sido creadas por causa del hombre y para ayudarle en la consecución del fin que Dios le ha asignado creándolo. De donde se deduce que debe hacer uso de ellas en tanto le conduzcan hacia su fin y que debe apartarse de ellas en tanto le separen..."

Si bien, tal corno acabamos de ver, este admirable párrafo de San Ignacio permite aprender qué relaciones deben unir la persona y la sociedad, sería erróneo creer que, en el capítulo que nos ocupa, tal enseñanza acaba aquí.

No menos esclarecidas se encuentran las relaciones de (o espiritual y de lo temporal, o, si se prefiere, las relaciones de la religión y la política, los lazos del Reinado de Dios y de la "ciudad terrena".

Si existe un problema delicado y siempre discutido, precisamente es éste. iCuántos errores graves han producido estas dificultades en el curso de los siglos! Y hoy mismo, cuántos se inquietan todavía por el peligro siempre posible de la "temporalización de un fin, en realidad trascendente", o si no, de una identificación del Reinado de Dios con las estructuras sociales y políticas de un Estado, incluso cristiano (7), etc.

Mientras que, por el contrario, otros errores tienden a separar la religión de la vida pública; sea por odio a la religión y para combatir su influencia en la Ciudad, sea por .un amor pusilánime a la Iglesia y temor de verla atropellada, inquietada a poco que salga del santuario. El resultado —idéntico por una parte u otra— es el laicismo (8), un naturalismo político y social cada vez más profundo. Dios expulsado de la vida pública, sea por odio, sea para ahorrarle todo disgusto a su Iglesia, pero siempre en mayor provecho de la Revolución.

También, prácticamente, perdemos de vista la unidad del Universo. Vivimos en realidad como en un mundo doble, en el cual cada porción estará cada vez más separada de la otra: el universo espiritual y el universo temporal. Descuartizados entre los dos, dos fines nos reclaman, y el que nos consagremos a uno nos parece una pérdida para el otro.

Sin perder consciencia de la enormidad de tal error, incluso no es raro que nuestra interpretación del "dad a César lo que es de César y a Dios lo que es de Dios", ciertamente nos incite a perseguir este fin espiritual que es Dios, pero considerando lo que es debido a César como extraño al plan divino y por lo tanto poco útil, es decir, inútil a nuestro progreso espiritual.

Dicho en otras palabras: César nos parece ser algo así como la designación de un orden que no interesa a nuestro fin divino, un orden que no proviene de Dios.

Sin darnos cuenta de la monstruosidad que representa al solo juicio de la inteligencia tal ruptura, el dominio de César nos parece ordenado a un fin diferente, no solamente distinto, sino también prácticamente independiente del fin último y supremo de la Creación.

Existe así una especie de maniqueísmo de un universo dividido entre dos dueños: el mundo de Dios y el mundo de César.

La ironía quiere igualmente que el explícito reconocimiento por el Evangelio de los derechos de César —"quoe sunt Caesaris Caesari..."— sea frecuentemente recordada por esta categoría de cristianos a los cuales parece fuera de lugar que César tenga que dar cosa alguna a Dios.

Por ello no tiene nada de extraño que el orden temporal, el orden cívico y político, aparezca colocado al margen del orden divino y como objeto de una serie de carga, una servidumbre de las cosas de aquí abajo, un peso muerto, un obstáculo, si no una pérdida de tiempo y de energía en la persecución de "lo único necesario", una peligrosa desviación sobre el único camino espiritual de santidad.

Como si César, con todo lo que este nombre representa, no debiera insertarse también en esta perspectiva (9), de esta única Creación tan vigorosamente recordada por el "Principio y Fundamento" de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio. Es decir, como si el mismo César no perteneciera a Dios, no proviniera de Dios, y no debiera, a su manera, contribuir a este fin de la creación que consiste en la gloria externa de Dios por la salud de las almas.

LA POLITICA, "MEDIO" AL SERVICIO DEL ÚNICO FIN.

Que todo sea con referencia a Dios: único principio y único fin de todo lo creado, tal es la noción fundamental fuera de la cual el orden humano se disloca, descuartizado entre diversos centros de interés de los que ya nada permite indicar la jerarquía y las justas relaciones.

Es decir: un único fin por relación al cual "las otras cosas "que hay sobre la tierra" deben ordenarse en teoría y prácticamente. Algunas directamente, las otras menos directamente (o indirectamente).

Esta es la principal y primera lección de los Ejercicios. Lección de unidad, primeramente.

Lección de invencible y universal coherencia. Porque Dios existe o no existe. Si no existe, ya lo hemos visto, todo estará permitido. Si existe, él no puede no ser el FIN alrededor del cual todo gravita y se debe ordenar.

Un único fin, par tanto, en el universo.

Fin divino en relación al cual todas "las otras cosas que hay sobre la tierra" están llamadas a servir "en tanto que..." Nada que esté y pueda estar aquí abajo se halla fuera de este orden; pues nada puede estar, nada está aquí abajo fuera de esta razón de ser.

Que una "cosa", sobre todo, tan específicamente humana, tan importante como es la política, el orden cívico, la vida social pueda mantenerse alejada de esta universal perspectiva es inconcebible y rayana en el absurdo. Puesto que este fin divino y personal del hombre, motivo de existir de las "cosas que hay sobre la tierra" no puede dejar de ser también la razón de existir de la Ciudad y de su orden.

En otras palabras: el orden cívico y político no está, no puede estar al margen del orden creado y en estado de independencia en relación al FIN supremo de la Creación.

Si como ha dicho San Pablo; con su energía habitual:

"Haec est enim voluntas Dei, santificatio vestra..." (11). Si la voluntad de Dios es que lleguemos a ser santos, resulta claro que el valor de las "cosas que hay sobre la tierra" no puede ser establecido más que en función de este fin fijado por la voluntad divina.

Por lo tanto, está claro que para la consecución de este fin, la política no puede ser nada más que un "medio".

Ninguna oposición entre Dios y César. Ningún universo partido. En una visión única todo aparece en su lugar, en su orden. Una sola voluntad, una sola preocupación: la gloria de Dios, la santificación de las almas (12). Y comprenderemos en seguida que Pío XI no haya temido hablar de "caridad política".

Aunque distinto de lo "espiritual" y en un cierto sentido autónomo en relación a este último (13), César no sería nada más que un tumor maligno, un cáncer de la Creación si no fuera un "medio" (directo o indirecto) al servicio del único FIN, y si César tiene un valor real, profundo, no tiene, no puede tener más valor que aquel que le da su propia importancia de medio al servicio de dicho FIN.

 

"De la forma dada a la sociedad... depende y deriva el bien o el mal de las almas..."

De ahí se derivan algunas cuestiones.

César, ¿vale tanto como para que nos ocupemos diariamente de él?, ¿o no es más que un "gran" personaje, en el fondo poco importante si se piensa en el solo y único FIN?

Formulado más claramente... ¿Puede César contribuir a la mayor gloria de Dios, aunque sólo sea haciendo más fácil, por ejemplo, una vida sana y santa? O bien, ¿es César de irrisoria utilidad y nulo efecto para el servicio de semejante fin?

Si la respuesta es que el "medio" César carece de valor, es de una imperceptible eficacia, resulta evidente que quienes quieren ardientemente su propio FIN no tienen ni tiempo ni energía que perder con él. Que paguen a César lo que sea indispensable satisfacerle para vivir en paz con sus servicios, pues lo mínimo será lo mejor, y que pasen de largo.

Pero si este "medio" del orden social, del orden político es un "medio" poderoso, eficaz al servicio de nuestro FIN, entonces convendrá que nos detengamos y que concedamos a César el valor de lo que su misma acción puede representar en el servicio (incluso indirecto) de este fin de la santificación de los hombres.

Si la vida política no es más que un pasatiempo, no le concedamos nada más que el tiempo, el interés, el dinero, la energía, etcétera, concedidas generalmente a los pasatiempos. Y nada más.

Pero si es un "medio" precioso de facilitar al mayor número su camino hacia el FIN, según toda evidencia, la sabiduría exige acordar a este "medio" el valor que tiene realmente en relación a este FIN... "en tanto que..."

Como se ve no hay ninguna concupiscencia temporal en esta manera de considerar las cosas, ninguna voluntad de potencia política, sino el solo deseo de utilizar del mejor modo "las otras cosas que están sobre la tierra" en la persecución del único fin divino del hombre (14).

¿Pero qué respuesta hay que dar a este conjunto de preguntas...?  El orden social y político, ¿es o no es de alguna utilidad para la consecución de nuestro fin?

Escuchemos a Pío XII (15):

"De la forma dada a la sociedad, conforme o no a las leyes divinas, depende y se insinúa también el bien o el mal de las almas, es decir, el que los hombres, llamados todos a ser vivificados por la gracia de Jesucristo, en los trances del curso de la vida terrena respiren el sano aliento de la verdad y de la virtud moral o el viciado morboso y muchas veces mortal del error y de la depravación..." Cooperar al restablecimiento del orden social, prosigue Pío XII: "¿No es éste un deber sagrado para todo cristiano...? No os espanten, amados hijos, las dificultades extrínsecas, ni os desaniméis por los obstáculos provenientes del creciente paganismo de la vida pública. No os dejéis engañar por los fabricantes de errores o de teorías malsanas, tristes corrientes enderezadas, no a intensificar, sino más bien a desvirtuar y corromper la vida religiosa; corrientes que pretenden que, pues la Redención pertenece al orden de la gracia sobrenatural y es, por consiguiente, obra exclusiva de Dios, no necesita de nuestra cooperación sobre esta tierra. ¡Oh, ignorancia supina de la obra de Dios! "Pues diciendo de sí mismos que son sabios se han vuelto necios". Como si la principal eficacia de la gracia no consistiera en corroborar nuestros esfuerzos sinceros para cumplir cada día los mandamientos de Dios, como individuos y como miembros de la sociedad, como si desde hace dos mil años no viviera, perenne en el alma de la Iglesia, el sentimiento de la responsabilidad colectiva de todos por todos, que ha sido y sigue siendo la causa matriz que ha impulsado a los hombres hasta el heroísmo caritativo de los monjes agricultores, de los libertadores de esclavos, de los ministros de los enfermos, de los portaestandartes de la fe, de civilización y de ciencia en todas las edades y en todos los pueblos, a fin de CREAR CONDICIONES SOCIALES UNICAMENTE ENCAMINADAS A HACER POSIBLE Y FACIL UNA VIDA DIGNA DE HOMBRE Y DE CRISTIANO. Pero vosotros, conscientes y convencidos de esta sagrada responsabilidad, no os contentéis en el fondo de vuestra alma con aquella general mediocridad pública, dentro de la cual la generalidad de los hombres no pueden observar los preceptos divinos, siempre y en todo caso inviolables, si no es por actos heroicos de virtud..."

Y en párrafos anteriores, el mismo Pío XII preguntaba: "Ante tales consideraciones y previsiones, ¿cómo podría ser lícito a la Iglesia, Madre tan amante, amorosa y solícita del bien de sus hijos, permanecer indiferente espectadora de sus peligros, callar o fingir que no ve condiciones sociales que, a sabiendas, o no, hacen difícil o prácticamente imposible una conducta de vida cristiana, guiada por los preceptos del Sumo Legislador...?"

Todo esto parece muy claro, lo que nos permite hacernos una justa idea de la importancia del clima social, del espíritu de las instituciones para la santificación de las almas. Incluso estamos tentados de considerar suficiente este pasaje de un Soberano Pontífice para desarrollar sin más lo que permita decir sobre la política considerada según el espíritu del "Principio y Fundamento". Creemos preferible, no obstante, citar además bastante ampliamente un pasaje del P. de Montcheuil sobre "el valor preciso de la transformación del ambiente" (16). Pasaje, como veremos, muy concretamente referido a las virtudes del orden social considerado bajo el ángulo desde el cual lo enfocamos. Pasaje, por lo tanto, lo suficientemente explícito sobre la importancia del medio para que lo consideremos come una respuesta fuertemente convincente a las preguntas planteadas anteriormente (17). Pasaje que, sobre todo, pone de relieve aquellas dificultades, que por su importancia merecen que nos detengamos en su examen y que nos permitirán, por eso mismo, enriquecer nuestro estudio planteando más adelante su consideración.

Cuál es, pues, "el valor preciso de la transformación de este ambiente" que, para la aplastante mayoría de los hombres, destaca más o menos ampliamente de este orden público en la cima del cual está entronizado César, que lo controla o puede controlarlo, al que anima o puede legítimamente animar, que lo dirige, orienta por sus leyes, etc...?

Sobre este asunto, el Padre de Montcheuil desgrana las consideraciones siguientes: "... Es necesario transformar el medio de vida para crear una atmósfera favorable al mantenimiento y desarrollo de la vida cristiana. Esta AFIRMACIÓN INDISPENSABLE (18) corre el peligro de ser mal comprendida: habrá que llegar a crear una atmósfera que lleve al bien en lugar de llevar al mal, que haga fácil evitar el pecado, que conduzca a los individuos a la virtud por la misma influencia del medio. ¿No es esto una concepción demasiado negativa y demasiado impersonal de la vida espiritual? ¿Qué valor real tendrían estas vidas allí donde el mal no fuera evitado y el bien no fuera practicado nada más que por la influencia de una corriente colectiva? LO QUE IMPORTA ES LA VOLUNTARIA ENTREGA DEL ALMA A DIOS (19), el conformismo, que por un cambio del ambiente llegó a ser conformismo del bien, no podría ser creador de valor espiritual. Se creerá quizá que el daño es tan lejano, que la ilusión es poco peligrosa. Tiene, sin embargo, el inconveniente de deformar el sentido de nuestros esfuerzos actuales, haciéndonos trabajar bajo falsas perspectivas.

EL ESFUERZO DE TRANSFORMACIÓN DEL MEDIO CONTINUA, SIN EMBARGO, SIENDO ESENCIAL... (20). Queda por decir el verdadero precio que tendría su aceptación. Todo lo que impulsa al hombre hacia el mal, todo lo que provoca una tentación despertando sus malos instintos, de cualquier clase que sean, lejos de aumentar la libertad la restringe. El hombre tentado, en virtud de la herida interna de su libertad, de la complicidad interior que el mal encuentra en él, es menos libre. Verdad a menudo desconocida, pero fundamental y de la cual las consecuencias son capitales. El testimonio se dirige a una libertad que no debe estar forzada, sin duda, pero además es necesario que verdaderamente sea libertad. Es por lo tanto legítimo, necesario, querer colocarla en un medio sano. Pero liberada de la tentación, se puede adormecer en una vida exteriormente cristiana, rutinariamente practicada por la influencia del ambiente. Sin embargo, este conformismo nada vale: lo que oculta bajo su aparente corrección es una libertad no utilizada y una fidelidad a la ley cristiana por motivos ajenos a la vida espiritual. Al crear instituciones cristianas se ha allanado el camino, se han suprimido los obstáculos, pero si a libertad permanece inerte, en proporción a su inercia, no se avanza en el camino del propio perfeccionamiento, que no será tal como nosotros aspiramos, puesto que no da a Dios lo que EL espera. Por consiguiente, el ideal apostólico no será nunca el de situar al hombre en un medio tal que en él encuentre el bien sin necesidad de quererlo, o bastándole desearlo a medias, tentativa absurda por otra parte, al no ser el bien verdaderamente sino cuando es querido, y en la misma medida en que se le quiere. Se buscará solamente ESTABLECER CONDICIONES FAVORABLES A LA ACEPTACION DEL BIEN, LIBERANDO A LA LIBERTAD DEL PESO QUE EL MAL EXTERIOR PUEDA EJERCER SOBRE ELLA.

La inercia será siempre un escollo. Es tan natural al hombre abandonarse, dejarse llevar. Esta llamada que es el testimonio rendido al misterio cristiano será, pues, siempre necesaria. Y ADEMAS INTELIGIBLE, TANTO PARA AQUELLOS QUE VIVAN EN EL CONFORMISMO DEL BIEN, COMO PARA AQUELLOS QUE VIVAN EN EL CONFORMISMO DEL MAL EN UNA SOCIEDAD PLENAMENTE CRISTIANA, SI ALGUNA VEZ LLEGAMOS A VERLA, TENDRIA SIEMPRE UN LUGAR ADECUADO. Sin el testimonio de esta verdad, la humanidad se adormecería en un cristianismo formal. Y esta religión exterior no resistiría mucho tiempo las fuerzas disgregadoras que siempre trabajan sordamente" (21).

Como se ve, el P. de Montcheuil no va tan lejos como Pío XII, presentando como un "deber sagrado para todo cristiano" la creación de "condiciones sociales capaces de hacer a todos posible y FÁCIL una vida digna de hombre y de cristiano". Sin embargo, incluso en estas líneas tan poco entusiastas del Padre de Montcheuil, la importancia de la reforma del medio está suficientemente indicada para que merezca que nos preocupemos de ella... Pensamos, además, que las reflexiones, las reticencias, las advertencias que contienen, son muy interesantes y nos ayudarán a comprender mejor lo que queda por decir, en lugar de minimizárnoslo.

No hablaremos por el momento del problema de esta libertad que da efectivamente todo su valor a los dones que podemos ofrendar a Dios. Creemos también que este punto es de tal importancia que le dedicaremos una parte entera de esta Introducción.

Quisiéramos, solamente por el momento, hacer algunas observaciones, deducir algunas enseñanzas, arrancando del texto del P. de Montcheuil observaciones y enseñanzas que no sería necesario formular al objeto —muy diverso— de su estudio, pero que para el nuestro interesan primordialmente.

Recordemos, sin embargo, la línea común: el esfuerzo para la transformación del medio es capital.

 

Intencionalidad y respeto del orden natural

Si embargo, observa el P. de Montcheuil, la tentativa corre el peligro de resultar absurda: "el bien no será verdaderamente total nada más que si es querido y en la medida misma en que es querido..."

Creemos que esta fórmula no se halla armoniosamente adaptada a la cuestión que pretende aclarar. Ya que, en rigor, sólo corresponde realmente al plano espiritual (22). El cardenal Pie, más explícito aún, precisaba: "No importa solamente que el hombre haga el bien, sino que lo haga en virtud de la fe por un impulso sobrenatural, sin lo cual sus actos no alcanzarían al objetivo final que Dios les ha enseñado, es decir, la bienaventuranza eterna del cielo..."

Por lo tanto, si la plenitud del bien sólo se realiza por esta referencia a Dios, no es menos fácil demostrar que en el tema de que nos ocupamos en este momento, es decir, el del "valor concreto de la transformación del medio", el mismo rigor de la fórmula anticipada, muy lejos de aclarar el problema, lleva consigo el peligro de inducirnos a error, pues, repitámoslo, no es verdadera más que exclusivamente en este aspecto. Ya que existen actos buenos o malos de por sí, actos fecundos o desastrosos, cualquiera que sea la intención que presida su ejecución. Y es siempre una gran equivocación, al mismo tiempo que un gran peligro, cuando se habla de moral y alta perfección espiritual, olvidarse de que los más puros, los más libres esfuerzos de la virtud cristiana suponen siempre el respeto al orden natural, fundamento de la moral, puesto por Dios mismo como el orden de su Creación. Así, pues, EL ERROR, POR SINCERO QUE SEA, NO ES OBJETIVANLENTE MENOS MALO. Y malo el robo, malo el adulterio, como tales, cualesquiera que puedan ser por otra parte las circunstancias atenuantes, etc. E incluso, suponiendo que, por el efecto de una gran ignorancia, de un íntimo idealismo, un acto objetivamente contrario al orden natural pueda ser ejecutado con la mejor, con la más sobrenatural intención, tal acto no quedará por eso despojado de su nocividad esencial. Merece al menos ser reprobado en cuanto tal. Y la prudencia exige impedir que se repita.

Por el contrario, que un padre incrédulo y, en el fondo de su corazón, hostil a la religión, acceda a llevar a sus hijos al catecismo, aunque sólo sea para evitar las recriminaciones de su esposa o para no ser mal visto en su vecindad..., por mísera o nula que sea su intención, el hecho en sí mismo no es menos bueno y deseable. Y ¿quién sabe si la santificación de sus hijos facilitada y estimulada por las lecciones de catecismo no será causa, a su vez, de la conversión, de la santificación del padre?

Se comprende ahora el peligro de un planteamiento demasiado exclusivamente "intencional" de las nociones de bien y de mal en cuanto pasamos al plano social y político. No porque tal planteamiento se halle fuera de lugar (veremos, por el contrario, en inmediatas estudios la importancia de la libertad personal en esa materia), pero antes de llegar a ese punto, y para evitar los más graves errores, hace falta recordar que existe un orden de cosas querido por Dios, que existe un orden natural, en otras palabras, que hay actas fecundos o desastrosos en sí mismos. ¿Y cuántas catástrofes sociales o políticas han tenido por autores, par responsables a hombres admirablemente intencionados, pero utópicos, sin el menor sentido de esta realidad y. de su orden, que constituyen la más elemental manifestación de la voluntad divina? (23). ¿No se halla el mismo infierno lleno, como vulgarmente se dice, de buenas intenciones? (24).

Por consiguiente, puede existir la virtud propia de un acto bueno en sí mismo, de Una cosa buena en sí misma, y a ese título fecunda y deseable, cualquiera que haya sido la pobreza intencional del autor. Y ¿cómo no iba a ser naturalmente buena, fecundo, un orden social conforme a los imperativos, no solamente del orden natural y del Decálogo, sino también de la doctrina de la Iglesia?

De aquí la bondad objetiva de una sociedad cristiana, y esto aunque se deba reconocer la insuficiencia de tal medio para resolver en su plenitud el problema de la conversión y de la santificación (25). También el P. de Montcheuil tiene razón al subrayar que "el ideal apostólico no será jamás…" (digamos: impedirá siempre contentarse con) colocar al hombre en un medio "tal en que se halle el bien sin necesidad de quererlo..."

Esto no, puede ser, en efecto, un ideal, pues, como diremos más adelante, no es propiamente una causa, sino SOLAMENTE UNA CONDICION.

Lo mismo que nuestras carreteras y nuestros caminos. En efecto, no son las carreteras y los caminos los que aseguran el desplazamiento propiamente dicho de un viajero. Facilitan solamente el viaje. ¿Y quién osará minimizar la necesidad de tener buenas carreteras y buenos caminos para viajar mejor?

 

"Una atmósfera social que lleve hacia el bien"

Queda aún el peligro mencionado de que el bien sería realizado bajo la presión de un ambiente de conformismo.

Aunque incluso esto sería preferible a la situación, más frecuente por desgracia, de un conformismo que empujara hacia el mal, reconozcamos que hay en ello una imperfección evidente.

Hasta es comprensible que el P. de Montcheuil lo aproveche para subrayar el punto que fundamentalmente interesa a su propósito, muy diferente del nuestro, de demostrar que: incluso en una sociedad cristiana será necesario el apostolado propiamente dicho. Sin el cual, "las fuerzas de la disgregación siempre trabajando sordamente" no dejarán de disipar prontamente esta falsa apariencia de una sociedad cristiana que no lo sea bastante profundamente.

Esta lamentable constatación, sin embargo, no prueba nada en contra de lo que aquí nos interesa; es decir: de la importancia para la más fácil santificación de los hombres de una "atmósfera social que lleve al bien en lugar de llevar al mal".

Estamos completamente de acuerda en que se destaque tanto como se quiera el error y el daño a que podría dar lugar la creencia de que basta con la creación de esa atmósfera. La verdad es que ésta no la es todo, pero tampoco es nada. Nos inclinamos incluso a creer que es bastante, que es cosa importante y relativamente necesaria, igual que las carreteras y los caminos, que son muy útiles para los viajes, aunque siempre se pueda deplorar que no aseguren totalmente el transporte del viajero.

Además, la observación que consiste en notar que, liberado de la tentación, el hombre corre el riesgo de adormecerse en una vida exteriormente cristiana, no prueba gran cosa. Que se evite, sobre todo, el riesgo de encerrar la virtud en un medio social deletéreo bajo el pretexto de que ciertos caracteres vigorosos reaccionan en él magníficamente. Algunos, puede ser..., pero los demás se pierden en su mayor parte. Y si alguna vez el patético "misereor super turbam..." (26) del Evangelio puede tener una significación en el plano de nuestros problemas sociales, parece que es éste el mejor lugar para evocar este grito de la misericordia divina a la vista de las innumerables víctimas de la perniciosa atmósfera de nuestras ciudades (27).

En cuanto a sostener que una sociedad cristiana, un marco de vida más favorable, EN PRINCIPIO, para la santificación de los que se encuentran en ella envuelve el peligro, DE HECHO, de constituir una causa de hastío, tal propósito conduciría directamente a la condenación de las congregaciones religiosas y de todos los conventos, abadías o monasterios, pues está bien claro que estas instituciones tienen por fin ofrecer a los que viven bajo su techo una mayor facilidad de entregarse totalmente a Dios.

¿Se deberá admitir, por otra parte, que lo que ayuda a la virtud, por eso mismo, la debilita por hastío? ¿Quién lo creerá? ¿Se encontrará por ello amenazada la esencial libertad del don hecho a Dios? En absoluto; y en una Congregación la presencia de malos monjes o de mediocres religiosos prueba suficientemente que un ambiente de vida incluso canónico no es suficiente para hacer a nadie santo a pesar suyo (28). Prueba evidente, aunque bastante lamentable, de que siempre se tiene libertad, incluso en un convento. Hasta para condenarse.

 

El mérito y el esfuerzo

Muchos errores existen, por otra parte, acerca de esta noción del mérito tan importante en el capítulo de esta santificación que es nuestro FIN. ¡Cuántos creen que el mérito está rigurosamente en proporción a la dificultad vencida, a la violencia de la tentación resistida! Lo que nos llevaría a pensar que son los más meritorios aquellos que viven, como se dice, "en condiciones imposibles".

Con este criterio, la proximidad del peligro, la cercanía del mal aparecerían como condiciones esenciales del mérito. De ahí la tentación de considerar necesario mantener obstáculos y peligros para crear un clima de mayor mérito. Y en este caso, nada sería más contrario al mérito que la atmósfera santificante de un convento, la bienhechora influencia de una sociedad cristiana.

Por el contrario, la Sagrada Escritura es terminante: el que busca el peligro, perecerá en él. Aunque nada sea menos deportivo que esta fórmula. Y la Iglesia, a su vez, nos aconseja huir no solamente del pecado, sino de la ocasión de pecar (29).

Si las tentaciones y los peligros sobrevienen, como no dejarán de llegar, efectivamente, el mérito, el premio de una vida virtuosa aumentan ciertamente al combatirlos y al vencerlos. El error consistiría en creer que para cultivar el mérito no hay más que dejar proliferar peligros y tentaciones.

En realidad, nada hay más opuesto que eso al espíritu de la Iglesia. Y si es verdad que ésta exige la heroicidad de las virtudes como un signo de santidad, EL HEROÍSMO QUE ENSEÑA NO TIENE NADA DE CULTO EXCLUSIVO A LA DIFICULTAD O PELIGRO QUERIDOS COMO TALES. Sus hijos predilectos no son sino aquellos de los que dice que "han escogido la mejor parte", huyendo del mundo y sus placeres para vivir más serenamente en la sola presencia de Dios. ¿Y quién osará jamás pensar que la Iglesia debe aconsejar que se frecuente Pigalle para adquirir un mayor mérito en el dominio de la pureza?

El heroísmo cristiano no consiste en buscar el obstáculo como tal. Consiste en progresar hacia Dios, pase lo que pasare y a pesar de todo. Y no son tanto las dificultades vencidas las que constituyen el mérito, sino la sabiduría, la fortaleza, la prudencia de este caminar hacia Dios (30). El heroísmo cristiano consiste en poner todos los medios para alcanzar la cima de una montaña empinada, sobrenatural, que no es otra que la perfección de la caridad. Y es en la audacia, la paciencia, la constancia de esta ascensión, en tanto que esté gobernada por la caridad, en donde reside el mérito. No consiste en agotarse en Vanas acrobacias o en vanos esfuerzos en los bajos fondos fangosos de la llanura.

La Iglesia no ha querido nunca la multiplicación de los obstáculos y la agravación de las dificultades bajo pretexto de hacer más meritorios a sus hijos. Siempre se ha inclinado por lo que ayuda, por lo que favorece, por lo que proporcione socorro. Sin esto no sería misericordiosa. Así hemos visto a Pío XII considerar cómo un "deber sagrado para todo cristiano" el trabajar a fin de crear condiciones sociales únicamente encaminadas a hacer A TODOS posible y FACIL una vida digna de hombre y de cristiano".

Si, deber sagrado de hacer más asequible la salvación por las mejores condiciones sociales: objetivo propio de esta "caridad política" de la que Pío XI ha hablado (31).

Y León XIII, en la Encíclica Immortale Dei, ha escrito este pasaje, donde brilla tan bien el "Principio y Fundamento": "Todos los hombres hemos nacido y sido creados para alcanzar un fin último y supremo, al que debemos referir todos nuestros propósitos, y que está colocado en el Cielo más allá de la frágil brevedad de esta vida. Si, pues, de este sumo bien depende la felicidad perfecta y total de los hombres, la consecuencia es clara: la consecución de este bien importa tanto a cada uno de los ciudadanos que no hay ni puede haber otro asunto más importante. Por tanto, es necesario que el Estado, establecido para el bien de todos, al asegurar la prosperidad pública proceda de tal forma que, LEJOS DE CREAR OBSTÁCULOS, DE TODAS LAS FACILIDADES POSIBLES a los ciudadanos para el logro de aquel bien sumo e inconmutable..."

Meditemos: que "lejos de crear obstáculos dé todas las facilidades Posibles".

Y de Pío XII, en Summi Pontificatus: "...el poder político... ha sido establecido por el supremo Creador... para facilitar a la persona humana, en esta vida presente, la consecución de la perfección física, intelectual y moral y para AYUDAR a los ciudadanos A CONSEGUIR EL FIN SOBRENATURAL que constituye su destino supremo. El Estado, por tanto, tiene esta noble misión : reconocer, regular y PROMOVER en la vida nacional, las actividades y las iniciativas privadas de los individuos; dirigir convenientemente estas actividades al bien común, el cual no puede quedar determinado por el capricho de nadie ni por la exclusiva prosperidad temporal de la sociedad civil, sino que debe ser definido, de acuerdo con la perfección natural del hombre, a la cual está destinado el Estado por el Creador, como MEDIO Y COMO GARANTÍA" (32).

IMPORTANCIA DE LA POLÍTICA PARA LA SALVACIÓN DE LAS ALMAS.

Medio poderoso, medio fundamental; no hay la menor duda. Medio que un "sagrado deber" impulsa a mejorarlo incesantemente. Ya en adelante no miraremos este medio como un instrumento destinado a satisfacer el sueño de cualquier ambición temporal. A la luz del "Principio y Fundamento" nos aparecerá como una de esas "cosas que están sobre la tierra", pero de una potencia excepcional para ayudar al hombre a alcanzar el FIN que Dios le ha señalado al crearlo.

Desde ahora, bajo esta perspectiva, ya no es la política en sí misma lo que nos interesa..., es la más fácil salvación de las almas, que favorece solamente una juiciosa ordenación del orden social y político.

Ciertamente, tal como muy bien lo ha notado el P. de Montcheuil, este medio no es todo, ni podrá en absoluto dispensar del apostolado propiamente dicho (33). El testimonio explícito y personal de la vida sobrenatural guardará siempre y por encima de todo su papel primordial e irreemplazable (34). Pero las dos cosas, muy lejos de oponerse, se complementan. Sin instituciones sociales cristianas, los éxitos del mejor apostolado resultarán siempre frágiles... Sin una vida apostólica intensa, las instituciones cristianas no tardarían en hundirse víctimas de la indiferencia de una generación que no sabría comprender ya su espíritu.

Por tanto, necesidad del apostolado, pero necesidad también de la acción social, cívica, política. A la luz del "Principio y Fundamento" es evidente el beneficio de su diferenciación tanto como su complementariedad (35).

"En tanto que Cristo no reine en la Sociedad —observaba, no ha mucho, el Canónigo Vigué— su influencia directa sobre los individuos resulta superficial y precaria. Si es verdad que la obra de apostolado se orienta, en definitiva, a las conversiones individuales y que no son las naciones quienes van al cielo, sino las almas, una por una, no se puede olvidar que el individuo vive profundamente engarzado en una organización social que permanentemente influye en él... Intentar convertir a los individuos sin querer cristianizar las instituciones será obra frágil; lo que hayáis edificado por la mañana, otros, por la tarde, vendrán a destruirlo..." (36).

Y dice el Cardenal Pie: "Mientras el príncipe no sea conquistado para la verdad, el apostolado puede multiplicar las conquistas individuales, pero esto no significará la victoria definitiva. Con Constantino, el mundo entero, es decir, el mundo conocido y civilizado, no tardó en ser cristiano (37). El bautismo de Clodoveo arrastró el de todo el pueblo de Francia... Los pueblos no entraron en masa en la Iglesia sino siguiendo a sus príncipes..." (38). Como también es siguiendo a sus príncipes, o a causa del debilitamiento de su fe, por la que ha venido la apostasía de las naciones.

"No se trata, pues —observa el Abate Roul (39)—, de una cuestión primordial y esencial. No es que una restauración del orden político sea para nosotras la primera de las causas de salvación. No es la primera causa. Las hay más directas y más eficaces y más santificantes que ella: la Santa Misa, los Sacramentos, la predicación, la enseñanza, etc...

Pero, si no es la primera en el orden de las causas, es la primera en el orden de las condiciones... en el sentido de que, si durante largo tiempo el orden político no es restablecido, es imposible que las causas directas de salvación produzcan, no digamos su pleno efecto, sino ni siquiera su efecto normal..."

Muchos hombres no sienten el espíritu de la duda —podía escribir aún años atrás el Cardenal Pie—; ahora ya la cosa está, por tanto, demostrada por la experiencia. Encarnado el error en las fórmulas legales y en las prácticas administrativas, penetra en los espíritus a tales profundidades que resulta imposible extirparlo... Es necesario desconocer enteramente las condiciones reales de la humanidad para no apreciar hasta qué punto el vicio o solamente el vacío de las instituciones influye sobre todas las clases de la sociedad y pesa sobre los espíritus, incluso sobre los aparentemente más firmes, más independientes" (40).

* * *

La Parte siguiente de esta "Introducción a la Política" trata de los daños producidos por la utopía en esta cuestión.

No se puede construir en este mundo la "ciudad ideal". Por el hecho del pecado original, que obliga sin cesar a "reconstruir" la Ciudad, y también porque es propia de la vida suscitar nuevas iniciativas y energías, frutos de la libertad humana, no es posible establecer el esquema de una Ciudad terrena inmutable, prototipo perfecto de su género.

Lo adecuado para el método político es ser realista en el empleo de los medios. Siempre en vista del FIN único de los hombres (que es Dios) y de la armonía de los medios a este fin, es necesario que estos medies se adapten a las condiciones siempre cambiantes y fluentes del curso de la vida. Ni "ciudad ideal" ni desconocimiento de los principios del orden social, sino sano realismo político para ordenar siempre lo mejor POSIBLE las instituciones sociales al MAY0R BIEN de las personas (Cf. "Política y contemplación", núms. 5-6, de VERBE).

 

 

Notas

(1) Como Pío XI escribió en Divini Redemptoris: "Por esta razón, los Gobiernos deben poner sumo cuidado en impedir que la criminal propaganda atea, destructora nata de todos los fundamentos del orden social, penetre en sus pueblos; porque no puede haber autoridad alguna estable sobre la tierra si se niega la autoridad de Dios, ni puede tener firmeza un juramento si se suprime el nombre de Dios vivo. Repetimos a este propósito lo que tantas veces y con tanta insistencia hemos dicho, especialmente en nuestra encíclica Caritate Christi: ¿Cómo puede tener vigor un contrato cualquiera y qué vigencia puede tener un tratado si falta toda garantía de conciencia, sí falta la fe en Dios, si falta el temor de Dios? Quitado este cimiento, se derrumba toda la ley moral y no hay remedio que pueda impedir la gradual pero inevitable ruina de los pueblos, de la familia, del Estado y de la misma civilización humana".

(2) Sería un gran error el de aquellos que, en los desarrollos de nuestro precedente estudio creyeran hallar una especie de tratado sobre la pena de muerte. Tan sólo el principio y, si así puede decirse, el esqueleto de la argumentación fueron indicados Para esclarecer más este problema serían ciertamente indispensables otras consideraciones que ni si quiera hemos evocado... porque nos hubiesen llevado demasiado lejos: fuera de objeto de esa parte del estudio que por momento solamente nos interesa.

(3) Deber de amor —enseña Santo Tonás– hacia aquellos a quienes debemos el SER,: Dios, ante todo, pues es Aquél a quien todo debemos…; nuestros padres (amor filial), y nuestra patria...

(4) Quod aliquantum 1971.

(5) Carta a Mr. Duthoit de 6 de julio de 1937.

(6) Y cuando concretamente un determinado conflicto corre el riesgo de estallar entre los intereses de la persona y los intereses de la sociedad, es sencilla la regla que permite entrever la solución del problema así planteado. Y he ahí la regla: nunca está permitido sacrificar directamente un bien de orden superior a un bien de orden inferior. De modo más preciso, digamos que, cuando existe conflicto entre una Comunidad y una de sus partes (sea ésta una comunidad inferior o una persona privada, da lo mismo), la prioridad no debe ser concedida necesariamente a la más importante de ambas (sea en número, sea en dignidad...), sino a aquella (sea cual fuere) que PONGA EN LA BALANZA de este conflicto el bien común MÁS ELEVADO Y MÁS EXTENDIDO.

No es, pues, jamás admisible preferir un bien cualquiera de orden inferior al bien común universal, como sería, por ejemplo, la opción por el bien social de la Ciudad temporal en detrimento del arden natural y divino de la Creación. Esto sería tanto como atacar el bien universal más común, es decir, a Dios, en el orden por El querido, pues atacar el orden que El quiere es atacarle a El mismo. Así, entre lo que algunos llamarían un pecado contra la sociedad y un pecado contra Dios, es evidente que ninguna vacilación es posible: es el pecado contra Dios, lo que debe ser enérgicamente rechazado. Con ello, la Sociedad no perderá nada ciertamente si se toma el trabajo de obedecer los mandamientos de Dios hasta el máximo. Pero incluso aunque la Sociedad hubiere de sufrir, el argumento queda en pie. TODO, e incluso la ruina de la Sociedad Temporal, antes que el pecado. El estado de gracia de un solo hombre —nos dice Santo Tomás de Aquino— "supera en valor el bien natural de todo el universo..." (Cf. igualmente sobre estas cuestiones nuestra obra La Famille, págs. 208-9).

(7) "Indudablemente –hace observar el Rvdo. P. Thomas, S. J., en la revista Christus (en su núm. 28 de octubre de 1960, pág. 565)–, en el horizonte de toda esperanza cristiana, la visión del reino de Dios debe permanecer muy presente. Pero el reino de Dios está precisamente más allá de este horizonte que encierra nuestra historia y nuestros combates."

(8) Cf. la Declaración del Episcopado italiano sobre el laicismo (1960) en suplemento al número 97 de VERBE.

(9) Lo que no quiere decir que César dejaría, en su orden y en lo que concierne a los negocios de su competencia, de ser independiente de la autoridad eclesiástica. ¿No ha hablado Pío XII de una sana laicidad del Estado para destacar bien esta autonomía del poder civil? Pero como muy bien se ha dicho: "Ningún cuidado debemos poner en rechazar la laicidad de César, cuando al mismo tiempo César rinde a Dios el homenaje que le es debido."

(10) "En todas las naciones —escribe Pío XII— los mejores y más "fieles ciudadanos son aquellos que consideran sus relaciones con su pueblo y con sus instituciones estatales, no como el simple resultado limitado en cuanto al lugar y al tiempo del destino terrestre y transitorio, sino verdaderamente como una parte, y muy importante, de su concepción moral de la vida y del mundo. Tanto más profundamente, el ciudadano se siente ligado a las bases eternas de la fe y de la Ley divina cuanto más sólidos y resistentes sean los vínculos que le unan al Estado mismo..." (al Embajador del Ecuador, 18 de junio de 1951).

(11) I Thess., IV, 3.

(12) "Los sentimientos, las resoluciones, los votos que nacen de este despertar [del espíritu cristiano] —escribe Pío XII— no están confinados, según la fórmula errónea, en el campo llamado "puramente religioso", entendiendo por tales palabras la exclusión de toda penetración en la vida pública. Al contrario, su objeto en el campo civil, nacional, internacional, comprende toda cuestión en que se pongan en juego los intereses morales, toda cuestión en la cual se trate de alinearlos con Dios o contra Dios; en una palabra, toda cuestión que implícita o explícitamente afecte a la religión" (al Sacro Colegio, 2 de junio de 1948).

(13) Volveremos más extensamente sobre este punto. Por el momento, cf. Pio XII, sobre la "sana laicidad del Estado" (Cf. igualmente, Para que Él reine págs. 31 a 58).

(14) Como lo subraya muy exactamente el R. P. Thomas (Christus, octubre 1960, pág. 563): "Lejos de apartarles [a los católicos] de las ocupaciones profanas y del trabajo de construcción de la Ciudad, su fe les impone el deber de colaborar".

(15) Discurso en el 50 Aniversario de Rerum novarum (1 de junio de 1941).

(16) R. P. Yves de Montcheuil, S. J: Problèmes de Vie spirituelle, J. E. C. F. (C. et S.), 44 rue du Cherche-Midi, París, VI, págs. 43 a 45.

(17) Sobre la importancia del medio social, el R. P. Thomas (opus cit.) destaca atinadamente la insistencia de los Soberanos Pontífices en recordar esta misma idea con variadas fórmulas: "La fórmula Ciudad católica —dice es tomada de la carta de S. Pío X sobre Le Sillon…: "La civilización no está por inventar, ni la ciudad nueva por edificar en las nubes. Ha existido; existe; es la civilización cristiana, es la ciudad católica". Los Papas siguientes hablaron preferentemente de la "restauración del orden social" (título de la Encíclica Quadragesimo Anno). Subrayaron que "la civilización cristiana es la única Ciudad verdaderamente humana" (Pío XI, Divini Redemptoris). Pío XII describe la civilización cristiana corno un fermento y un principio de "energías superiores" que insertan "en cada una de las formas peculiares y tan variadas de la vida ciudadana en las cuales se manifiesta la índole propia de cada pueblo" (Radio-mensaje de 1 de septiembre de 1944).

(18) Subrayamos nosotros.

(19) Idem.

(20) Idem.

(21) De la importancia, incluso en las instituciones de una sociedad cristiana, de este clima, de este "consensus", hemos hablado extensamente en Para que El reine, págs. 594 a 599 especialmente.

(22)... o el P. Montcheuil a ello la limita, si nos atenemos al título de su obra.

(23) A propósito del orden natural, Pío XII llega a calificarlo de "segunda revelación".

(24) No está dentro de nuestro propósito abordar el problema de la intencionalidad de los actos humanos, Nos limitamos únicamente al aspecto de esta cuestión- destacado por el texto del P. de Montcheuil.

(25) Es lo que el R. P. Thomas ha expresado muy bien: "Sin Cristo", dice (opas cit., pág. 573), "sin la conversión personal y constante, el orden, la justicia, la caridad incluso, llegan a transformarse en ídolos. Constituyen el equivalente de estas "Potencias" de las que nos habla San Pablo, de esta mistificación de lo divino por la que estamos constantemente amenazados, sobre todo cuando se manifiesta, por lo menos en apariencia, en los regímenes temporales, en los sistemas o en los grupos que hacen de ellas un absoluto. Cristo es Justicia, Caridad y Paz. Pero la justicia, la caridad y la paz no son Cristo".

(26) Siento compasión de esta muchedumbre, San Marcos, VIII, 2.

(27) Cf. Pío XII: "Parece que las estructuras humanas hacen cada día más difícil a los hombres el camino hacia el conocimiento, el amor y el servicio de Dios como FIN último que es su posesión en su gloria y su felicidad" (A la juventud de Acción Católica Italiana, 4 noviembre 1953).

(28) "Temo más a una necia descontenta que a muchos demonios", decía en una de sus cartas Santa Teresa de Ávila.

(29) "Es también necesario dirigir y vigilar la educación del joven —dice Pío XI— en cualquier otro ambiente [fuera de la familia] en que pueda encontrarse, APARTÁNDOLO DE LAS OCASIONES PELIGROSAS Y PROCURÁNDOLE DIVERSIONES Y AMISTADES BUENAS... En nuestra época ha crecido la necesidad de una más extensa y cuidadosa vigilancia porque han aumentado las ocasiones de naufragio moral y religioso para la juventud inexperta..."

"De esta necesaria vigilancia NO SE SIGUE, SIN EMBARGO, QUE LA JUVENTUD TENGA QUE VIVIR SEPARADA DE LA SOCIEDAD, en la cual debe vivir Y SALVAR SU ALMA; sólo se sigue la conclusión de que hoy más que nunca la juventud DEBE ESTAR ARMADA Y FORTALECIDA CRISTIANAMENTE contra las seducciones y los errores del mundo, el cual, corno advierte una sentencia divina, es todo él concupiscencia de la carne, concupiscencia de los ojos y soberbia de la vida" [San Juan, Ep. I, II-16]; de tal manera que, como decía Tertuliano, de los primeros cristianos, los cristianos hoy vivan como deben vivir los verdaderos discípulos de Cristo, como dueños del inundo, pero no del error" (Encíclica Divini Ilius Magistri).

(30) Más exactamente aún, según la constante doctrina de Santo Tomás de Aquino y de muchos teólogos, es el grado de caridad sobrenatural con el que se realiza una buena acción.

Cf. Sumana Theologica quest. 114, art. 4, donde se lee: "Utrum gratia sit principium meriti principalius per charitatent quam per alias virtutes": "La gracia ¿es el principio del merecimiento principalmente por la caridad más que por otras virtudes?".

A lo que responde Santo Tomás: "... y es porque el merecimiento de la vida eterna corresponde en primer lugar a la caridad y secundariamente a las otras virtudes, EN CUANTO LOS ACTOS DE ÉSTAS SON ORDENADOS POR LA CARIDAD".

Muy luminosa es igualmente la respuesta a la 2.11 objeción del mismo artículo 4:

OBJECIÓN: "El Apóstol dice (I Cor. III, 8): "Cada cual recibirá su propia paga según su propio trabajo". Por consiguiente, la caridad aligera el trabajo más que lo aumenta: pues, como ha dicho, San Agustín Lib. de Verb. Dom. serm. IX, cap. 3, y serm. XLIX de Temp.), el amor hace fáciles e inanes las cosas más penosas y más crueles. Por lo tanto, la caridad no es causa de merecimiento más que cualquier otra virtud".

RESPUESTA: "... una obra puede ser laboriosa y difícil de dos maneras: Por su grandeza, y entonces la dimensión del trabajo aumenta "el mérito. La caridad no disminuye el esfuerzo; HACE EMPRENDER INCLUSO LOS MAYORES TRABAJOS, ya que cuando existe realiza grandes obras, como decía San Gregorio (L. II, Hom. XXX, in Evang.) 2ª POR DEFECTO DEL SUJETO QUE OPERA. Ya que lo que no se hace con una voluntad pronta y activa parece penoso y difícil a todo el mundo. Esta contrariedad disminuye el mérito, mientras la caridad destruye la contrariedad".

Y en la respuesta a la 3ª objeción, Santo Tomás añade: "Un acto de paciencia y un esfuerzo es tanto más meritorio solamente a condición de que emane de la caridad, conforme a las palabras del apóstol (I Cor., XIII, 3): "...si repartiere todos mis haberes y si entregare mi cuerpo para ser abrasado mas no tuviere caridad, ningún provecho sacaré".

(31) La "caridad política" fue el tema del noveno Congreso —1959— de la "Cité Catholique", Cf. VERBE, núm. 106.

(32) "No fue solamente la Idea cristiana puramente abstracta la que creó en el pasado la elevada civilización de la que están justamente orgullosas las naciones cristianas, sino las realizaciones concretas de esta idea, es decir, LAS LEYES, las ordenanzas, las INSTITUCIONES, fundadas y promovidas por los hombres trabajando para la Iglesia y obrando bajo su guía o al menos bajo su inspiración" (Pío XII, al Mundo, 22 de diciembre de 1957).

"La doctrina social de la Iglesia ha indicado claramente cuáles son los pilares sobre los cuales debe reposar toda estructura social y política si quiere ser efectiva, si quiere ser duradera, si quiere ser justa, respetuosa para la dignidad humana de todos, y regida en todo por el mandato divino". (Pío XII, a la Vanguardia Católica, 4 de enero de 1948),

(33) Como ha dicho muy bien el R. P. Thomas (opus cit., pág. 566): "Se está siempre tentado de poner demasiada esperanza en el orden de la Ciudad para asegurar el reino de Dios".

(34) No nos parece inútil subrayar que esta idea no es nueva en VERBE. Puede hallarse en el número 7 (aparecido hace más de quince años), págs. 11 y 12 especialmente.

(35) Estamos totalmente de acuerdo con el R. P. Thomas (opus cit., pág. 564) cuando hablando de la "generosidad" de los cristianos distingue "su apostolado espiritual" de "su acción temporal":

"Pero ¿hacia qué objetivo se orientará esta generosidad? —pregunta—. Es aquí donde el deseo de unidad, la voluntad de ligar la teoría a la práctica puede conducirnos a confundir el fin único que determina la unidad de la vida de un cristiano con los objetivos necesariamente distintos que debe perseguir, según se trate de la vida y apostolado espiritual o, por el contrario, de la orientación de su acción temporal".

 (36) Prólogo a las œuvres choisies du Cardinal Pie. Cf, sobre este mismo tema: Pío XII: Discurso al Primer Congreso Mundial del Apostolado Seglar (octubre, 1951): "No conviene tampoco dejar inadvertida ni sin reconocer la bienhechora influencia, la estrecha unión que, hasta la revolución francesa, colocaba en relaciones mutuas, en el mundo católico, las dos autoridades establecidas por Dios: la Iglesia y el Estado: la intimidad de sus relaciones (sin interferencias recíprocas) en el terreno común de la vida pública creaba, en general, como una atmósfera de espíritu cristiano que dispensaba, en buena parte, del delicado trabajo al cual deben hoy entregarse los sacerdotes y los seglares para procurar la salvaguardia y el valor práctico de la fe ..."

 (37) "Los primeros cristianos —enseña Pío XII— estaban plenamente conscientes de su deber de conquistar el mundo para Cristo, de transformar, según la doctrina y la ley del Divino Salvador, la vida privada y PÚBLICA, por lo cual debía nacer una nueva civilización, surgir otra Roma de las tumbas de los Príncipes de los Apóstoles. Ellos consiguieron su fin. Roma y el Imperio Romano se hicieron cristianos" (A la juventud romana de Acción Católica, 8 de diciembre de 1947).

 (38) "Nos matamos, señora —escribía San Juan Endes a la reina Ana de Austria—, a fuerza de gritar contra la cantidad de desórdenes que hay en Francia, y Dios nos concede la gracia de remediar algunos. Pero estoy cierto, señora, que si Vuestra Majestad quisiera emplear el poder que Dios le ha dado, podría hacer más, por sí sola, para la destrucción de la tiranía del diablo y para el establecimiento del reino de Cristo, que todos los misioneros y predicadores juntos" (Carta citada en La Vie Spirituelle, 1925, pág. 235).

Y San Alfonso María de Ligorio, Doctor de la Iglesia: "Si yo consigo ganar un rey, habré hecho más por la causa de Dios que si hubiese predicado centenares y millones de misiones, porque un Soberano tocado con la gracia de Dios puede hacer, para el bien de la Iglesia y de las almas, lo que mil misiones no harán jamás".

(39) L’Église et le Droit commun.

(40) Y se podrían multiplicar, a placer, citas parecidas. Cf. Eclesiastés, X, 2: "Cual es el gobernador de la Ciudad, tales son sus habitantes." Cf. San Pío X: "Los pueblos son lo que sus gobernantes quieren que sean." Cf. San Agustín: "A fuerza de verlo todo se acaba por soportarlo todo; y a fuerza de soportarlo todo se acaba por admitirlo todo" Cf. Santo Tomás de Aquino: "Quienes están sometidos a la jurisdicción de otros pueden ser fácilmente transformados por aquellos de quienes reciben órdenes, a menos que estén dotados de una gran virtud." S. Th. IIa-IIae, q. X, a. 10. Cf. Albert de Mun: "Si el Estado es malo, si está viciado en sus doctrinas, acaba por asfixiar la reacción de la conciencia."