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1995

Dios y la naturaleza de las cosas

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Teología de la naturaleza

TEOLOGÍA DE LA NATURALEZA
po,
FRANCISCO CANALS VIDAL
Una consideración teológica de la naturaleza, nuclear y caracte­
rística de la ortodoxia católica desde la edad apostólica y patrística
hasta nuestros días, tiene ya su
punto de partida en las palabras del
Génesis. Dios vio lo que había creado en cada uno de los seis días de
la creación «y era bueno». Vio codo el universo de las cosas creadas
«y eran muy buenas».
El desprecio a la obra de Dios y la maldición blasfema del Dios
creador que ha impreso una norma y orden en sus criaturas, y en la
más excelente de las del mundo material, el hombre, ha tentado a
los cristianos, por sugestión diabólica desde los primeros tiempos
de la economía del Nuevo Testamento. Escribía el Apóstol Pablo a
Timoteo:
«Más el Espíritu abie~tamente dice que en tiempos pos­
teriores apostatarán algunos
de la fe, dando oídos a espíritus
seductores y a doctrinas de demonios, inducidos por la hipo­
cresía de algunos impostores, que llevan marcado con fuego
en su conciencia el estigma de su ignorancia, que proscribi­
rán
el matrimonio y el uso de manjares que Dios creó para
que los tomasen con hacimiento de gracias de los fieles, que
son los que han conocido plenamente la verdad. Porque toda
criatura de Dios es buena y nada hay que merezca repudiarse,
como se tome con hacimiento de gracias, pues santifícase por
la palabra de Dios y por la oración» (1, Timot. 4, 1-5).
Esta profecía escatológica alude también a la eclosión de aquel
misterio de iniquidad
--de anomía, de ilegalidad o anarquía-
Verbo, núm. 349-350 (1996), 925-931 925
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anunciado en la carta II a los Tesalonicenses (II, núm. 7). En aquel
pasaje se habla del obstáculo «que detiene» el misterio de iniqui­
dad ya desde entonces operante en la historia humana, obstáculo
que
el P. Bover identificaba con el principio de autoridad y la vi­
gencia de la norma en la vida colectiva.
Hay una relación profunda, preternatural, proyectada satánica­
mente, entre la rebeldía y el desagradecimiento. Hemos visto que
se profetizaba que ciertos herejes prohibirían a los hombres casarse,
y siempre este tipo de erro~es ha tomado una apariencia diríamos
«espiritualista» o de «pureza».
Pensemos en que catharo que es el nombre que se daban los
maniqueos históricamente conocidos como «albigenses». Eran denun­
ciados
por San Bernardo como raposas o zorras astutas y los denun­
ciaba por sus malos frutos por los que se conoce el árbol:
«Las recientes señales que se observan en la viña del Se­
ñor indican a las claras
que las zorras han pasado por ellas
poco ha; mas yo no sé cómo se las vale esa bestia astuta que,
de tal modo borra o disimula las pisadas, que no puede cono­
cerse
por dónde entra ni por dónde sale. Bien se ve su obra
nefasta, hecha sin que aparezca en parte alguna el autor de
ella; tanto es el cuidado que pone en enmascararse en las be­
llas apariencias. Si preguntáis a estos herejes acerca de su fe,
nadie es más católico que ellos.
Su conducta semeja irrepren­
sible, pareciendo santificar con ella sus palabras y sus obras ... ».
De esta denuncia de una secta, de apariencia ortodoxa y austera
pero de frutos
de'vastadores en la vida cristiana, sigue San Bernardo
dando algunas otras precisiones que nos llevan a comprender lo
más íntimo de su intención:
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«Cubren con el nombre de religión una superstición im­
pía, y no toman
para sí sino el exterior de la inocencia. Para
mejor encubrir sus infamias, profesan castidad y finjen CÍ:-eer
que no hay impureza sino en el matrimonio» (Sermones so­
bre los caneares 65 y 66).
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La prohibición del matrimonio que profetizaba el Apóstol se
nos manifiesta aquí de una manera nueva en que ya no se puede
caer en el engaño de que se tratase de una actitud exageradamente
«espiritualista». Notemos que según
San Bernardo para ellos «sólo
en el matrimonio
hay torpeza». Comprenderemos mejor todavía el
espíritu de la hostilidad a la naturaleza,
y las inclinaciones puestas
por Dios mismo en ella
--en las que se funda la vigencia en la
sindéresis humana de los principios de la ley natural-atendiendo
a algo de lo que San Agustín acusaba a la secta maniquea a la que
había pertenecido él mismo:
«Realizáis la profecía del Apóstol reprobando las nup­
cias ... yo sé que aquí vais a protestar a grandes gritos y a
excitar por todo los medios el odio contra mí... pero así que
cesen vuestros gritos, voces y protestas indignadas, me per­
mitiréis que os haga preguntas como las que siguen: ¿No
sois vosotros los que consideráis que la generación de los hi­
jos es algo más criminal que la unión de los sexos? ¿No sois
vosotros los que nos aconsejábais con insistencia en que ad­
viniéramos cuál es el tiempo en el que la mujer
es más apta
para la generación para que nos abstuviéramos en este tiem­
po del comercio carnal con ella, no viniese a resultar que
nuestra alma quedase adherida a la carne?» (De las costum­
bres de los maniqueos II, 18, 65).
El texto de San Agustín puede sugerirnos, con su actualidad
permanente, la orientación profunda de las antítesis que el mani­
queísmo, heredero de las sectas gnósticas que combatió en
.el siglo
II San Ieneo de Lyon, y en especial la secta de Marción, establecían,
con deformación perversa del lenguaje bíblico, entre el Antiguo y
el
Nuevo Testamento, entre la ley y la gracia, entre la «carne», es
decir la naturaleza humana, y el espíritu.
Esca desintegración de la economía de la gracia y de la doctrina
evangélica, pretexto de hostilidad a la
Ley antigua, la había denun­
ciado, en su tratado «Contra los herejes», San Ireneo señalando
precisamente su pretendido enfrentamiento con
el que podríamos
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llamar también con plena actualidad naturalismo y antropocen­
trismo de los judaizantes. De estos dice San Ireneo:
«Rechazan la mezcla del vino celeste,
y no quieren ser
sino agua secular.
No aceptan que Dios venga a unirse con
ellos, y así perseveran con Adán, el que cayó y fue desterrado
del Paraíso» (Contra Haereses, lib. V,
c. 1 º, num. 292-293.
Mg. VII cols. 1112-1123).
De sus pretendidos adversarios, los «antinomistas», los pro­
pugnadores de las «antítesis» -tal era el título de la obra funda­
mental de
Marción-escribía San Iteneo:
«Cristo Jesús no sería aquel que tiene carne y sangre por
las que nos ha redimido, si no recapitulase en
sí todo lo que
Dios había creado en Adán. Son pues vanos los que dogmati­
zan para excluir la salvación de la carne y desprecian lo que
Dios ha creado» (Ibídem).
La reflexión sobre estas palabras del gran testigo de la ortodo­
xia en la edad patrística, nos hace caer en la cuenta de la evolución
de la creciente manifestación en nuestro tiempo del «misterio de
iniquidad», misterio de «anomfa» o anarquía.
Ha conducido --- dad-desde el humanismo naturalista a la hostilidad a la naturale­
za, que parece ser el impulso central de la actual rebeldía de la
humanidad descristianizada contra el gobierno de Dios y contra
toda norma
y autoridad.
En una ocasión anterior, en
un congreso de la Ciudad Católica,
me referí a un pasaje, creo que poco conocido, de San Agustín, en
que comentando un versículo
de los Proverbios en que se nos ad­
vierte que debemos andar por los caminos rectos que el Señor cono­
ce,
y no desviarnos ni a la derecha ni a la izquierda:
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«Porque los caminos de la derecha el Señor los conoce, y
los de la izquierda son caminos perversos».
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Se pregunta San Agustín: En qué sentido puede exhortarnos a
no desviarnos
por los caminos de la derecha, cuando dice precisa­
mente que son los que el Señor conoce. Advierte enseguida San
Agustín:
«Son buenos los caminos que están a la derecha, pero no
es bueno desviarse por ellos. Desviarse hacia la derecha es
querer asignarse a sí mismo, y no a Dios, aquellas mismas
obras buenas que pertenecen a los caminos que están a la
derecha ... Cuando te mando:
haz rectos los senderos para tus pies
y dirige tus caminos, entiende que cuando así lo hagas es Dios quien
otorga el que lo hagas. Así no te desviarás a la derecha, aunque
vayas por sus caminos, porque no confiarás en
tu fuerza, y tu
fuerza será la de aquel que hará rectos tus senderos y prolongará
tus caminos». (San Agusrín a Valentín).
Mi maesrro
el Padre Orlandis inspiró a la Revista Cristiandad
el propósito de combatir principalmente los errores del naturalis­
mo y del liberalismo, que decía
no ser los más virulentos -a mu­
chos les extrañaba que nuestra revista apareciese en 1944 como
< y pareciese atender menos a la polémica antimarxis­
ta-pero sí los más insidiosos, los que minan las convicciones de
los buenos católicos.
Entonces en efecto veía él, y lo decía explícitamente, el espíritu
naturalista, el desconocer la necesidad de la gracia divina, como el
error que tentaba a «los buenos».
En nuestro tiempo, y sin dejar de
llegar la máxima gravedad esca tentación, podríamos decir que tam­
bién «los buenos» tenemos la tentación «antinaturalista».
La so­
ciedad contemporánea está atravesada por una corriente de actitu­
des, expresadas en tópicos que se van generalizando, hasta la asfixia,
que en nombre de la «creatividad», la «autoeducación», la «auten­
ticidad», la «realización personal», tienden prácticamente, y con­
taminan también doctrinalmente a la misma filosofía cristiana, a
negar en la vida personal
humana la «naturaleza», a destruir la
subsistencia substancial en
el mismo sujeto humano; y de esta manera
a rechazar, no sólo los dones divinos sobrenaturales, sino el don
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anterior y primero de la dignidad de la substancia humana, de nuestra
naturaleza de hombres con sus inclinaciones naturales en las que
según Santo Tomás se funda la ley natural impresa por Dios en el
hombre.
Es ésta probablemente la forma más radical de antiteísmo que
se haya dado hasta hoy en la historia. San Agustín denunciaba como
una singularidad perversa, un error más grave que toda idolatría
que perturbaba en algunos el conocimiento de Dios:
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«Los que despreciando la fe se dejan engañar por un amor
inmaduro y perverso de la razón, algunos quieren aplicar a lo
espiritual e incorpóreo los conceptos de las cosas materiales
que han adquirido con la experiencia de sus sentidos, o con la
comprensión de su entendimiento del auxilio de una disci­
plina científica. Prefieren medir lo espiritual según lo corporal.
«Pero otros razonan de Dios según la naturaleza del alma
humana
y según sus afectos, son arrastrados por este error a
atormentados e ilusorios principios».
«Pero existe una tercera clase de hombres que intentan
elevarse por encima de todas las criaturas
para fijar su mirada
en Dios, pero sobrecargados con el peso de su mortalidad
aparentan conocer lo que ignoran y no alcanzan a conocer lo
que buscan. Afirman sus opiniones con audacia presentuosa
y se cierran el camino de la inteligencia, porque prefieren no
corregir su doctrina perversa, antes que cambiar su sentencia.
« Y este es el morbo de los tres mencionados errores: el de
los que discurren de
Dios según el cuerpo, el de los que sien­
ten de
Dios según las criaturas espirituales como el alma; y el
de los que no juzgan ni según lo corpóreo ni según la doctri­
na espiritual y sin embargo juzgan de Dios equivocadamen­
te, tanto más alejados de
la verdad cuanto que lo que piensan
saber, ni se halla en lo corpóreo, ni en lo espiritual creado, ni
en Dios, el Creador.
«El que juzga que Dios
es blanco o rojo se equivoca; pero
estos colores los encontramos en los cuerpos. El que opina
que Dios en
un momento se acuerda y luego se olvida, u otras
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cosas de este género, sin duda se equivoca, pero todo esto
sucede en nuestra alma humana.
«Pero quien juzga que Dios es de tal poder que se ha
venido a engendrar a sí mismo, yerra tanto más cuanto no
sólo Dios no
es así, sino tampoco la criatura ni la espiritual ni
la corporal: absolutamente ninguna realidad existe que se genere
a sí misma para ser». (De Trinitate, lib, I cap 1 º).
Atribuir a Dios el absurdo pretendiendo hacerlo mayor que
cualquier concepción idolátrica y filosófica,
le parecía a San Agus­
tín la más desorientadora y blasfema especulación sobre las cosas
divinas. El error que denunciaba San Agustín invadió el pensa­
miento filosófico moderno, que ha hablado de la primacía de la
acción sobre el conocimiento de la realidad; ha negado el realismo
como
una ausencia de espíritu libre en un sujeto, incapaz de auto­
realizarse por sí mismo sin el apoyo de las cosas; que ha hablado de
lo absoluto como resultado; de la primacía de la voluntad sobre el
bien deseado; que ha cancelado consecuentemente toda necesidad
de aceptación de algo recibido en el proceso de la vida y en la ma­
duración de la
virtud moral o del conocimiento.
El iluminador discernimiento del gran Doctor de la gracia di­
vina, San Agustín, nos orienta en nuestros días sobre la actitud
satánica que subyace a la
más reciente forma de rebeldía contra
Dios. En lo profundo de aquel rechazo del don divinizante de la
gracia desde la pretendida autosuficiencia de la naturaleza y de la
voluntad humanas, se ha manifestado, como auténtica «revelación
ele! misterio de iniquidad», el radical rechazo de cualquier bien
creado del que
nos tuviéramos que sentir agradecidos al Dios Creador.
Para más antiteísticamente negarnos a aceptar
el Don del Espí­
ritu divinizante y santificador, somo tentados de no aceptar nada,
en
ningún orden ni categoría de la realidad, de lo que no podamos
atribuirnos a nosotros mismos la iniciativa y el mérito de nuestra
personal «creatividad». Estamos así tentados íntimamente a una
actitud que es en verdad el «pecado contra el Espíritu Santo», del
que los hombres contemporáneos son invitados y empujados a glo­
riarse frente a Dios y contra Dios.
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