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Las metamorfosis de la política contemporánea: ¿Disolución o reconstitución?

LAS METAMORFOSIS DE LA POLÍTICA
CONTEMPORÁNEA: ¿DISOLUCIÓN O RECONSTITUCIÓN?
POR
MIGUELAYUSO
1. In c i p i t .
Uno de los signos que caracterizan nuestro tiempo es el de las
transformaciones de la política, que demandan –sin duda– nue vo s
e s f u e r zos de comprensión adaptados a las mismas. S i e m p re se ha
dicho que las situaciones de crisis vienen marcadas por la concu-
r ren cia de signos contradictorios (1). Y, así, en ésta que se ha lla-
mado (con terminología predominantemente cr o n o l ó g i c a )
“ p o s t m o d e r n i d a d ” y (con otra más bien metafórica) “fase débil” o
incluso “líquida” de la modernidad (2), no dejan de coexistir ele-
mentos que apuran la lógica de la modernidad (“ f u e r t e” o “s ó l i-
d a ”, por seguir las metáforas), con otros que saltando por encima
de ella permitirían pensar en reatar viejas tradiciones perdidas o
por lo menos olvidadas. No se trata, pues, tan sólo de confusión
lingüística, que trasciende al terreno de las ideas, sino marasmo
doctrinal que no puede sino reflejarse en la devaluación del len-
guaje, r e f o rzándose a su vez aquél de resultas de ésta.
Verbo, núm. 465-466 (2008), 513-526. 513
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(1) Es la afirmación que preside, por ejemplo, La violencia y el ord e n, Ma d r i d ,
1987, de don Á lva ro d´Or s .
(2) Puede verse, re s p e c t i vamente, GIANNI VATTIMO y PIER ALDO
ROVATTI (eds.), Pe n s i e ro debole , Milán, 1983, y ZYGMUNT BAUMAN, Li q u i d
m o d e rn i t y , Cambridge, 2000 .
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2. De la nación histórica a la re vo l u c i o n a ria y las metamorf o s i s
de ésta.
Hace unos años, el distinguido historiador Jean de Vi g u e r i e
publicó un excelente “ e n s a yo sobre la idea de patria en F r a n c i a ” ,
que ofrecía mucho más que lo que prometía, pues la elucidación
histórica iba prolongada con consecuencias doctrinales y políticas
de importancia (3). De ahí que, pese al silencio de los grandes
medios, obtuviese no pequeña difusión y diese lugar a un debate
que aún humea en los predios de la derecha, de la “liberal” a la
“ c o n t r a r re v o l u c i o n a r i a ”, pasando por la “bonapar t i s t a”, si se nos
permite colacionar la famosa distinción de René Rémond (4), a la
que sólo debe añadirse la “ n u e va” (en rigor neopagana), que –por
c i e r to– también echó su cuarto a espadas.
La riqueza del libro es tal que se resiste a su reducción a unas
pocas líneas. Por eso, es mejor limitarse a la tesis central, que se
p r esenta con claridad: después de 1789, en Francia, lo que queda-
ba del viejo patriotismo tradicional ha sido engullido por el nuevo
patriotismo re volucionario, ideológico y humanitarista surgido de
la R e volución francesa. No está, sin embargo, aquí –la tesis es difí-
cilmente discutible– la mecha de la encendida polémica aludida,
que ha aprovechado, por el contrario, un motivo secundario: la
acusación que el autor hace a la escuela maurrasian a de haber
colaborado en ese engaño. Discusión que se ha prolongado a la
conclusión pesimista: Francia ha muerto porque el patriotismo
re volucionario la ha matado con la colaboración inconsciente de
los que se tenían por catholiques et français toujours ( 5 ) .
Me r ece la pena dedicar unas líneas a la atrevida empresa de
p rol ongar m o re hispanico la reflexión del profesor De Vi g u e r i e .
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(3) JEAN DE VIGUERIE, Les deux patries. Essai historique sur l´idée de patrie
en Fr a n c e , Grez - e n - B o u è re, 1998.
(4) RENÉ RÉMOND, La droite en France de 1815 à nos jours, París, 1954.
(5) Cfr. YANNICK CHALM EL, “La ‘ d roite nationale’ ou un siècle de bégaie-
m e n t”, Ca t h o l i c a ( París) n.º 65 (1999), págs. 37 y sigs. Para quien conozca el m i l i e u
de la “ d e re c h a ” francesa, es apasionante divisar el fuego cruzado de Jean M a d i r a n ,
Jacques Trémolet de Villers, Alain de Benoist, Emil Poulat o Claude P o l i n .
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C o n s e rva todo su valor la distinción neta entre esas “dos patrias ” .
Sin embargo, entre nosotros, a diferencia de lo acaecido ultrapiri-
neos, el pensamiento tradicional no ha contribuido a la mixtifica-
ción denunciada, pues desde siempre y hasta hoy ha separado
nítidamente la tierra de los padres y la “ideología” nacional, con
distingos terminológicos o conceptuales más o menos afor t u n a-
dos. No obstante acentos personales y, por lo mismo, distintos,
p e r o acomunados es un signo coincidente, bien desde el ángulo
de la psicología social (Rafael Gambra), bien desde el de la causa
de diferenciación de los pueblos (Francisco Elías de Tejada), bien
–en suma– desde el de la teoría política (Al va ro d’ Ors), dispone-
mos de un acervo que llega hasta nosotros (6). ¿Y la conclusión?
España también parece muerta, y también parece que algo tenga
que ver en ese óbito el tránsito de un viejo patriotismo a uno
n u e vo. Lo que ocurre es que tal tránsito no se ha producido ni por
las mismas causas ni con los mismos agentes que en el país ve c i-
n o . La historia española presenta una singularidad notable en lo
que toca al desarrollo de nuestra nacionalidad, y eso permite que
algunos –hijos, pero bastardos, de quienes cultivaban el viejo
patriotismo– rechacen el nuevo, para c re a r, a su medida, otro de
menor escala e idéntica naturaleza a éste; mientras que otros, que
quisieran perseverar en el antiguo, se han trasbordado inconscien-
temente al nuevo, y los más se han instalado en una versión l i g h t
del nuevo: la de un supuesto patriotismo constitucional frente a
los separatismos. Que extrema el sentido liberal de éstos. Q u i z á ,
por todo ello, también tuviera sentido para los españoles un libro
como el de Jean de Viguerie (7). Y quizá también fuera útil una
polémica como la que ha sacudido a nuestros ve c i n o s .
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(6) RAFAEL GAMBRA, “Patriotismo y nacionalismo” , en el volumen Eso que
llaman Es t a d o, Madrid, 1958, p ágs. 177 y sigs.; FRANCISCO ELÍ AS DE T E J A D A ,
“La causa diferenciadora de las comunidades políticas: tradición, nación e imperio”,
Revista G e n e ral de Legislación y J u r i s p r u d e n c i a( Madrid), tomo LXXXVII , n.º 2 y 4
(1942) , págs. 113-136 y 342-365; ÁLV A RO D´ORS, “El nacionalismo, entre la
patria y el Estado” , Ve r b o ( Mad rid) n.º 341-342 (1996) , págs. 25 y sigs.
(7) Puede verse mi “La identidad nacional y sus equí vo c o s”, pendiente de publi-
cación, como una puesta al día de tal asunto.
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3. Del Estado a la g o b e rn a n z a.
Frente a la visión extendida de que el gobierno presupone la
existencia del Estado, durante siglos fueron las exigencias del régi-
men las que definieron las condiciones de ejercicio del poder.
Habrá que esperar al siglo XVI para que el Estado, fruto de una
e volución secular y engendrado por una crisis sin precedentes, se
imponga como fundamento del orden civil y constituya el princi-
pio de las prácticas gubernamentales (8). Así pues, podría decirse
que el Estado es un aparato técnico, primera construcción del
racionalismo político, calculada para concentrar y absorber todo
el poder, y soberano no sólo política sino jurídicamente, puesto
que se arroga también la creación del derecho, con ve rtido desde
entonces en simple legislación. El gobierno, en cambio, formado
por hombres, e institución orgánica del pueblo, existe como he-
cho natural derivado de la sociabilidad humana en todo gr u p o
reconocido como político. No resulta fácil afrontar la re c o n s t rucción histórica del tránsi-
to del gobierno al Estado. Que, además, se presenta lleno de ano-
malías (9). P e ro al igual que el gobierno personal conoce de
n u m e ros os límites religiosos, éticos, institucionales y jurídicos, el
Estado nacido del contrato y r e vestido de la soberanía –sea re g i a ,
nacional o popular, que a estos efectos poco importa, por más que
la abstracción pr ogresiva determine la aceleración y acrecentamien -
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(8) MICHEL SENELL A RT, Les arts de go uve rn e r. Du “r e g i m e n” medieval au
concept de go uve rn e m e n t, París, 1995.
(9) Se ha solido insistir en qu e el mund o anglosajón, propiamente el inglés, ins-
talado en lo que incluso recibe el nombre de Gove rn m e n t , habría sido ajeno a la r e a-
lidad estatal; en cambio, es un autor inglés, Thomas Hobbes, el padre de la teoría del
Estado, más que el francés Bodino el italiano Ma q u i a ve l o. Igualmente , es dado hallar
c i e rtos rasgos de la estatalidad en l a monarquía española como en una precoz pre m a-
turación; mientras que en definitiva el Estado no ll egó a cuajar en el m undo hispáni-
co, aferrado a la realidad natural del poder, y concretado su ejercicio en la comunidad
( g e m e i n s c h a f t ) religiosa y en el foralismo pactista, diferentes esencialmente del con-
tractualismo únicamente societario (p ropio de una g e s s e l s c h a f t )que caracteriza la polí-
tica moderna. Véanse los estudios de DALMACIO NEGRO, Go b i e rno y Es t a d o ,
Madrid, 2002, y S o b re el Estado en Es p a ñ a, Madrid, 2007.
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to del proceso– sólo puede concebir autolimitaciones del primige-
nio derecho a la libertad negativa, esto es, la liber tad sin regla (10).
Así, las consecuencias implícitas en el contractualismo se fue ro n
d e s a r r ollando p ro g re s i vamente, en el plano histórico, de modo
que a medida que aumentaba el grado de monopolio de la activi-
dad política y social, por parte del Estado soberano, crecía la iden-
tidad entre el Estado y el gobierno, perdiendo este último su
carácter político a cambio de adquirir un tono burocrático, admi-
n i s t r a t i v o. El extendido uso indistinto de ambos términos vino a
indicarlo a las claras. He ahí, pues, las dos caras del Estado bifronte: al tiempo que
rompía el antiguo universo de la Cristiandad originando un “ p l u-
r i ve r s o ”, impulsaba igualmente una tendencia hacia la un ive r s a l i-
zación del modelo estatal, al oponer a esta unidad política
unidades gemelas de estructura. P e ro se trata sólo de una parado-
ja aparente: de un lado hallamos la tendencia a un orden un ive r-
sal basado sobre la pluralidad de realidades políticas naturales;
mientras que, del otro, aparece el particularismo homogeneizador
y hoy diríamos globalizado. En este sentido, el Estado moderno
p rotagonizó la primera globalización. Sólo en un segundo momento de agente pasó a paciente (11).
Así, empezó a verse que las sociedades no marchaban tanto hacia
la absoluta estatización, como hacia formas de uniformización y
masificación de la vida social, en las que la lógica moderna de la
totalidad había de instaurar formas de dominación seguramente
p e o r es que las precedentes y ante las que el propio Estado-nación,
i n s t r umento principal durante mucho tiempo del proceso, había
de terminar siendo su víctima tanto como los cuerpos intermedios
y demás formas de sociabilidad natural que desde antiguo lo
p a d e c i e r on. En efecto, el Estado ha sufrido en su seno, conjugán-
dolas, dos tendencias de sentido inverso que, por un lado, lle va n
al aumento de sus gastos, atribuciones, competencias y patrimo-
nio; mientras que, por el otro, se produce una no menos sustan-
cial pérdida de su autoridad. En efecto, la evolución política
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(10) DANI LO CASTELLA NO, L ´ o rdine della politica, Nápoles, 1997, pág. 37.
(11) Lo he explicado en mi ¿ Ocaso o eclipse del Estado? Las tra n s f o rmaciones del
d e r echo públi co en la era de la globalización, Madrid, 2005.
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contemporánea ha venido signada por la coincidencia de la hiper-
t rofia de las funciones estatales con el crecimiento de gran va r i e d a d
de formas de resistencia y crítica al poder estatal, al tiempo que con
el declinar de la confianza popular en la va l i d ez de las institucio-
nes y, en especial, los cauces de la re p resentación política (12).
Esa segunda globalización vuelve a mostrarnos signos contra-
dictorios respecto de la r e c o n s t rucción del gobierno fuera del
E s t a d o . La llamada bárbaramente g o b e rn a n z a, en este sentido,
sería un subrogado del gobierno, emergente lógicamente ante el
eclipse del Estado, pero caracterizado por la rendición de la polí-
tica a la administración del economicismo típica de los pr o c e s o s
de globalización y mundialización de nuestro tiempo (13). Prueba ejemplar de ello la tenemos, más aún que en la orilla
americana del occidente, en el ámbito de la llamada “ c o n s t r u c-
ción eu ro p e a”, iniciada en la segunda posguerra del siglo XX, que
ha encontrado el método en el federalismo funcionalista y el fun-
damento en el laic ismo economicista. Ambos convergen en el
panorama político “ p o s t e s t a t a l” caracterizado –entre signos con-
tradictorios, pues tal es el sino de las situaciones de crisis– por la
desnacionalización y la tecnocracia (14). El Estado nación, de un
lado, pese a sus orígenes históricos y doctrinales, al presentar una
base moral más sólida que la delicuescencia pacifista ha termina-
do, como acabamos de v e r, por sufrir la globalización actual. Y es
que una “ c i u d a d a n í a ” de matriz economicista y concebida en tér-
minos de puro “patriotismo constitucional” se aviene más fácil-
mente con una “ c o n s t r u c c i ó n” (como la europea) que con una
“ n a c i ó n ” (aun la re volucionaria). La tecnocracia de las institucio-
nes europeas, por otra parte, participa igualmente del proceso de
alejamiento de la participación ciudadana. Quizá uno de los
fenómenos más re l e vantes del presente sea el de la sustitución del
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(12) ENR IQUE ZULETA, “Razón y totalidad. Notas sobre la noción moderna
de consenso social”, Ve r b o ( Madrid) n.º 197 -198 (1981) , págs. 855 y sigs.
(13) JAMES R O S E N AU Y ERNEST CZEMPIEL (eds.), Gove rnance without
Go ve rnme nt: Order and Change in W o rld Po l i t i c s , Cambridge, 1992. Por mi parte, he
dejado una r e c o n s t rucción del asunto en mi, por el momento inédito, “G o b e r n a n z a ,
¿sin gobierno o sin Estado?”. (14) MIGUEL AYUSO, “¿Qué Constitución para qué E u ropa?”, Revista de
De r echo Público ( Santiago de Chile) n.º 67 (2005 ), págs.11 y sigs.
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gobierno re p re s e n t a t i v o por una “gobernanza democrática” que
ni nos gobierna ni nos re p resenta. Respetuosa de los derechos del
h o m b re, pero desligada de toda deliberación colectiva: un k r a t o s
sin d è m o s ( 1 5 ) .
Así pues, la g o b e r n a n z afinalmente no recupera el gobierno,
aunque contribuya a demoler el Estado.
4. De la democ racia r e p re s e n t a t i va a la deliberativa pasando por
la tecnocracia.
Las transformaciones de la democracia deben examinarse
necesariamente en el mismo cuadro que nos viene acompañando
desde el inicio (16). Si en la fase denominada “liberal” el pr o t a g o-
nismo lo tuvieron los g e n t l e m e n, las grandes personalidades polí-
ticas, en un horizonte marcado por el sufragio censitario y la
c reación de una clase burguesa al servicio de la r e volución liberal,
la sucesiva fase democrática –con la introducción del sufragio uni-
versal– vino caracterizada sin demasiada tardanza por la emergen-
cia de los partidos políticos, nuevas feudalidades que induje ro n
una creciente oligarquización en el período más cercano de nues-
t ros días, caracterizado propiamente como “ p a r t i t o c r á t i c o” (17).
A la larga se abriría la posterior crisis de los partidos, de las insti-
tuciones re p re s e n t a t i v as (los parlamentos) y, en definitiva, de la
p ropia democracia, sustituida primero por la tecnocracia y final-
mente por la democracia calificada de “ d e l i b e r a t i va” .
Si este proceso tuvo importantes reflejos en el nivel estatal, ha
sido de nuevo en el ámbito “ e u r o p e o” (re c t e , de la Unión E u ro p e a )
donde ha adquirido carta de naturaleza a cuenta del famoso “ d é f i-
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(15) PIERRE MENAN T, La raison des nations. Réflexions sur la démocratie en
Eu ro p e, París, 2006, págs. 13 y sigs.
(16) Puede verse mi “Démocratie, consensus et communauté politi que” ,
Conflits actuels ( París) n.º 16 (2005) , págs. 29 y sigs.
(17) R O B E RT MICHELS , Zur Soziologie des P a rt e i wesens in der moder n e n
De m o k r atie. Untersuchungen über die oligarchis chen T e n d e n zen des Gru p p e n l e b e n s ,
St u t t g a rt, 1911, fue el precursor en detectar el problema. Últimamente son de seña-
l a r , entre muchos, GO NZA LO FERNÁNDEZ DE LA MORA, La part i t o c ra c i a ,
Madrid, 197 6, y GIOVANNI SARTORI, Elementi de teoria política, Bolonia, 1987.
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cit democrático”, que no deja de ahondar una opacidad cre c i e n t e
donde se desnuda p ro g re s i vamente el vínculo entre poder y socie-
dad en que consiste la re p resentación política (18).
En efecto, en primer lugar, las instituciones europeas tienen
funciones que pretenden la re p roducción a mayor escala de las
instituciones democráticas del Estado nacional, pero que no pa-
san en ve rdad de resultar mera apariencia: nos encontramos así
con un régimen político nuevo, al margen de las distintas formas
conocidas del modelo constitucional regido por el principio de
separación de poderes, y con marcada inclinación hacia una buro-
cratización desideologizadora. Cierto es que ésta puede p re s e n t a r-
se bajo ribetes ideológicos: algo así como la “ideología” del
“ c repúsculo de las ideologías” (19). P e ro hay algo más. In d a g a n d o
en la razón de tales tendencias, algunas ya hechas realidad, quizá
más que la humillación de la democracia se encuentren las exigen-
cias del buen gobierno (20). Y, en alguna medida, más que al
impulso de un proceso racionalizador y desideologizador, a lo que
responden las tendencias apuntadas es a la búsqueda de una buena
gestión de los asuntos públicos que la democracia de partidos no
logra. He ahí el porqué último del éxito de las administraciones
independientes: la desconfianza del ciudadano medio y aun del
político responsable respecto del funcionamiento del Estado
democrático, con ve rtido en Estado de partidos, a la hora de jugar
con las cosas importantes. Cuando se quiere tener una autoridad
monetaria o una seguridad nuclear serias y ajenas a la p re s i ó n
demagógica, se sustraen a la gestión política y se entregan a unos
técnicos competentes. Aunque los riesgos tampoco se pueden ocultar, de la coloniza-
ción por los intereses sectoriales –tanto más fácil cuanto que los
especialistas privados y públicos tienen frecuentemente la misma
raíz–, al desarrollo exc e s i vo del espíritu de cuerpo, se considera
p r eferible a la acción de unos partidos sometidos a las clientelas y
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(18) JOSÉ PE D RO GALVÃO DE SOUSA, Da re p resentação política, Sa n
Pablo, 1972. (19) JUAN VALLET DE GOY T I S O LO, Ideología, praxis y mito de la tecnocra -
c i a, Madrid, 1971.
(20) MIGUEL HER RERO DE MIÑÓN, “Integración europea y democracia ” ,
Política Ex t e r i o r ( Madrid) n.º 59 (1997), págs. 15 y sigs.
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dependientes de las necesidades electorales. No es pequeño el
resultado que nos ofrece en este campo la Unión Eu ropea y su
peripecia institucional para la problematización de la experiencia
política hodierna. P e ro en esta elusión de la democracia hay otras
consecuencias mucho menos tratadas. Y es que, en primer lugar,
el conjunto de las cautelas antidemocráticas contenidas en el
Tratado de la Unión Eu ropea, tomadas en su conjunto, equi va l e n
a lo que podríamos llamar una “inva r i a n t e” de política económi-
ca, esto es, un conjunto de reglas de rigurosa y obligada obser va n-
cia (21). Se llega, pues, al resultado de que si el pensamiento
democrático excluyó siempre de su horizonte la existencia de una
“ i n v ariante moral del orden político”, ahora, su deriva tecnocráti-
ca, recupera la exigencia de unas normas incuestionables, pero
que en vez de situarse en el terreno moral, se limitan tan sólo al
e c o n ó m i c o . Pe ro, además, esta dinámica recupera también la dis-
tinción entre potestad y autoridad, aunque no tanto de la limita-
ción de la potestad por una autoridad independiente –siempre
salutífera para el orden político–, sino más bien de absorción de
la potestad por la autoridad, vicio opuesto al democrático de dilu-
ción de la autoridad en la potestad (22). Por ahí va a aparecer la democracia apodada deliberativa, que
a la larga va a fragmentar y desleír la (pseudo)autoridad, re f o rz a n-
do por tanto el proceso de descomposición de la r e p re s e n t a c i ó n .
5. De la comunidad al comunita ri s m o .
El giro postmoderno también ha tenido su impacto re s p e c t o
de la comunidad política (23). Y al mismo responde lo que se ha
dado en llamar, con expresión procedente de los Estados U n i d o s ,
el “ c o m u n i t a r i s m o ” (24). No es de extrañar, para empe z a r, que se
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(21) JUAN MANUEL R O ZAS, “La invariante económica en el Tratado de
Ma s t r i q u e ”, Ve r b o ( Mad rid) n.º 321-322 (1994) , págs. 17 y sigs.
(22) ÁLV A RO D´ORS, Escritos varios sobre el derecho en crisis , Ma d r i d - R o m a ,
1973. (23) S i n t e t i zo aquí mi “From States to Clubs: Passing through Civil S o c i e t y”, en
EOIN G. CASSIDY (ed.), C o m m u n i t y, Constitution, E t h o s, Dublín, 2008, págs. 125 y sigs.
(24) Cfr., p or todo s, STEPHEN MULHALL Y ADAM SWIFT, Li b e r als &
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haya producido precisamente allí el alumbramiento de tal mov i-
miento de ideas y acciones. Pues es en su seno donde se ha fragua-
do la particular relación entre sociedad civil y política que ha
conducido a la “hegemonía liberal” (25). Esto se explica, desde
luego, por el contexto particular en que nacieron los Estados
Unidos, casi como encarnación histórica de un “contrato social”
que mientras en el viejo mundo no podía por definición sino
resultar ahistórico, allí por el contrario, precedido por un singular
“ p l u r a l i s m o ”, iba a ser funcional a la creación de un cuerpo polí-
tico, originando un “ f e d e r a l i s m o” bien distinto de la practica del
“principio federativo” medieval, pero también del más tarde ex-
p o rtado a Eu ropa, que luego se perpetuaría. P e ro también, desde
o t ro ángulo, por el contexto particular de la tradición intelectual
anglosajona, empirista y pragmatista. En cierto sentido, pues,
puede decirse que los Estados Unidos nacen ya desembarazados
de la existencia de l a “Cr i s t i a n d a d”, así como que no ha dejado de
gravitar en ellos la tensión entre la Ilustración a la francesa o la
alemana (les L u m i è res o Au f k l ä ru n g ) y la inglesa (E n l i g h t m e n t) .
Ambos aspectos están presentes, a no dudarlo, en la toma de
posición comunitarista, que si critica el liberalismo lo hace desde
d e n t r o: en puridad el primero es una suerte de relativismo teñi-
do de historicismo y sociologismo, pero –a diferencia del segun-
do– no individual sino colectivo. Su antropología, deudora de
una metafísica, o más bien de una ausencia de ella, por lo menos
en su significado para el realismo clásico, rechaza cualquier uni-
versalidad, y resulta incompatible por lo mismo con la razón y la
ley naturales. Y no en el sentido de distinguir entre una raciona-
lidad o un derecho natural racionalistas (dogmáticos) frente a
o t ros clásicos (problemáticos), aquéllos idealistas mientras que
éstos radicados en la historia, sino directamente en el de la diso-
lución de la racionalidad y la justicia como realidades con una
dimensión universal (26).
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C o m m u n i t a r i a n s , Oxford, 1992, presentación madrugadora y sintética del debate. Se
trata de autores, críticos de Rawls, tales como Charles T a y l o r, Michael W a l ze r,
Alasdair Ma c In t y re o Michael S a n d e l .
(25) THOMAS MOLNAR, L´hégémonie liberale, Lausana, 1992. En mi ¿Después
del Leviathan? Sobr e el Estado y su signo, Madrid, 1996, se comenta y discute su tesis.
(26) ALASDAIR MA C I N TYRE, Whose Justice? Which Ra t i o n a l i t y ? ,No t r e Dame, 1988.
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Sin embargo, de un lado, la batalla sostenida contra el libera-
lismo individualista, así como –de otro– la disgregación p ro g re s i-
va y acelerada de las sociedades occidentales, ha conducido a
muchos que se reclaman fieles al pensamiento clásico a caer en la
tentación. Una tentación que se concreta en la renuncia a la ve r-
dadera comunidad política, plenaria o –según otra terminología
no exenta tampoco de riesgos– “ p e r f e c t a”, y que se contenta con
la yuxtaposición de comunidades, irreductibles, que simplemente
aspiran a ser reconocidas. Ya no es, siquiera, la sociedad civil auto-
r reg ulada e independiente de la política, sino la disolución de la
idea de la comunidad de los hombres, con sus eternas tensiones
e n t re identidad y comunicación, c o n s e n s u sy sobre-ti, sustituida
por el repliegue sobre una identidad hiper t rofiada y en la que las
opciones dejan de ser humanas para ser ideológicas y, por lo
mismo, en el fondo irracionales. Es no sólo la deserción de la polí-
tica, sino también de la sociedad. Y de la nación. Al tiempo que
es la clausura sobre el yo y los que le son iguales, cuando la radi-
calidad de la convivencia, que brota de todos los estratos de la per-
sonalidad, procede precisamente de las diferencias entre los
h o m b re s . C l a ro que puede entenderse la reacción comunitarista dentro
de la dinámica de la modernidad tardía, decadente y re a c t i va al
mismo tiempo respecto del paradigma moderno, hipermoderna
finalmente. Más aún, como hemos dicho, en el universo mental
“ a m e r i c a n o ”. Las citas de Aristóteles y su acogida por cierto cato-
licismo, en general llamado “ t r a d i c i o n a l i s t a”, no deben sin embar-
go engañarnos (27). El comunitarismo ensambla confusamente
materiales en parte contradictorios entre sí, pero que co nve r g e n
en una suerte de fideísmo gnóstico. Estamos, pues, bien lejos del
pensamiento clásico y católico (28).
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(27) En Francia particularmente se ha producido últimamente un i ntere s a n t e
debate en el seno del catolicismo “ t r a d i c i o n a l i s t a” a propósito de la “tentación comu-
n i t a r i s t a ”. Véase, por ejemplo, JOËL HAU T E B E RT, “Vers l´abandon de la politi-
q u e”, La Ne f ( París) n.º 182 (2007) , págs. 24 y sigs. Sería interesante examinar el peso
que en la discusión ha tenido la corriente teológica llamada “Radical Ort h o d ox y” y
a u t o r es como William Cavanaugh, Catharine Pickstock o John Milbank. Lo que
e xced e de los límites de estas páginas.
(28) En u n co nt exto más amplio , pu eden verse las reflexi ones d e DANI LO
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6. Del laicismo a la laicidad.Laicismo y laicidad. Dos términos emparentados. Con signi-
ficados, por lo mismo, entrelazados. El primero, lo denota el sufi-
jo “ismo”, ligado a una ideología. Una ideología, la liberal, basada
en la marginación de la Iglesia de las realidades humanas y socia-
les. En efecto, el naturalismo racionalista puesto por obra en la
R e v olución liberal, y condenado por el magisterio de la I g l e s i a ,
recibió entre otros el nombre de laicismo. El segundo, re l a c i o n a-
do en su inicio con una situación generada por esa ideología en la
Francia del último tercio del ochocientos. Así pues, laicismo y lai-
cidad como términos que expresan un mismo concepto. Hoy, en cambio, parece que hay sectores interesados en con-
traponerlos. Principalmente el “ c l e r i c a l i s m o” (tomando el térmi-
no en el sentido que le daba Augusto del Noce (29), esto es, la
s u b o r dinación del discurso político e intelectual católico al domi-
nante en cada momento) y la democracia cristiana. El laicismo
a g re s i v o se diferenciaría, así, de la laicidad respetuosa, y la par e j a
“laicismo y laicidad” se interpretaría disyuntivamente como “lai-
cismo o laicidad”. P e ro, ¿resulta fundada una tal oposición? ¿O
más bien es dado hallar en la misma un simple matiz entre dos
versiones de una misma ideología? Un indicio, entre muchos, y de
singular re l e vanc ia, nos conduce hacia esta segunda posibilidad: la
p rot esta que hacen los secuaces de la laicidad de respetar la “ s e p a-
r a c i ó n ” entre la Iglesia y el Estado, con el consiguiente re c h a zo de
la tesis del Estado católico. Ahora bien, la Iglesia no puede (sin
traicionar su misión) dejar de afirmar que hay una ley moral natu-
ral, que Ella custodia, y a la que los poderes públicos deben some-
terse (30). Esto es, el núcleo del Estado (que no es el Estado
moderno sino la comunidad política clásica) católico, de lo que se
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C A S T E L LANO, “Multiculturalismo e identità religiose: un problema politico”, en
LUCIANO V AC C A RO Y CL AUDIO STR O P PA (eds.), Ora et labora. Le comuni tà
religiose nella società contempor a n e a, Busto Arsizio, 2003, págs. 182 y sigs.
(29) AU G U S TO DEL NOCE, “Giacomo Noventa: dagli errori della cultura
alle dificoltà in politica”, L ´ Eu ro p a( Roma) n.º 4 (1970).
(30) PÍO XI, Ubi arcano De i(1922) , n.º 18.
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llama con terminología de origen protestante la “c o n f e s i o n a l i d a d
del Estado”, y –con denominación tradicional que presupone una
m a yor ía sociológica– “unidad católica” (31).
Cuando se afirma que “ninguna confesión (religiosa) tendrá
carácter estatal” –según hace, por ejemplo, el artículo 16 de la
Constitución española– podría pensarse que no se ha salido del
ámbito de esa tesis tradicional, ya que el Estado católico lejos de
estatalizar la religión, se somete a su invariante moral del o rd e n
político (32). En la práctica, sin embargo, lo que se está postulan-
do es el agnosticismo político, que no puede sino concluir exi-
giendo la sumisión de la Iglesia (previo olvido de su misión de
garante de esa or t o d oxia pública) al Estado: la “laicidad del
E s t a d o ” siempre termina en la “laicidad de la I g l e s i a” (33), esto es,
en la pretensión de que ésta renuncie a su misión y se limite a
o f e r tar su “ p ro d u c t o ” (pura opción) dentro del respeto de las
reglas del “ m e r c a d o”. Esta ha sido siempre la lógica de la laicidad,
p e r o que ahora –pasado el momento fuerte de las “religiones civi-
l e s ”– se evidencia con toda claridad. Es la nueva laicidad del (en
sentido propio) “ a m e r i c a n i s m o”. Por lo mismo, ante la falsa opo-
sición entre laicismo y laicidad debe proclamarse que “ni laicismo
ni laicid ad” .
7. Conclusión.
En todos y cada uno de los niveles anteriores hemos visto una
realidad semejante: las transformaciones de la política moderna en
la postmodernidad podrían haberse encaminado a l a re c u p e r a c i ó n
(por lo menos parcial) de aspectos propios de la clásica, aunque en
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(31) Cfr. MIGUEL AYUSO, La constitución cristiana de los Es t a d o s, B a rc e l o n a ,
2 0 0 8 . (32) JOSÉ GUERRA CAMPOS, “La invariante moral del orden político”, en
AA . V V ., Hacia l a estabiliz ación política, vol. III, Madrid, 198 3, págs. 101 y s igs. Me
he ocupado del asunto al final del primer capítulo de mi libro El ágora y la pi rámide.
Una visión problemática de la Constitución española , Madrid, 2000 .
(33) Lo han explicado agudamente FRANCISCO CANALS, “Por qué descris-
tianiza el liberalismo”, Francisco Canals, “Por qué descristianiza el liberalismo ” ,
Cristia ndad ( Ba r celona) n.º 872 (2004) y, singularmente, JEAN MADIRAN, La la ï -
cité dans l´Églis e, Versalles, 2005.
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realidad, al final, hayan producido tan sólo la supresión de los ele-
mentos de ésta que aún permanecían en aquélla. Lo que parece un
signo fatal de los tiempos. La política clásica es una ciencia moral,
que Aristóteles apodaba “p r á c t i c a”, desenvuelta con un método
d i a l é c t i c o . La moderna, sin embargo, se afirmó como ciencia
social, esto es, como técnica al servicio del artefacto estatal, p re s i-
dida por una “ r a z ó n” que se concreta dogmáticamente. La des-
composición del Estado y la volatilización de su dogmática sólo
han conducido, sin embargo, finalmente, al nihilismo, hoy cam-
pante. Y es que el declinar de la ve rdadera humanidad, paralela a
la del sentido de lo sagrado, impide concebir rectamente la
nación, el gobierno, el consentimiento, la comunidad o el o rd e n
natural sujeto al divino.
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