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El marxismo-leninismo. [Prólogo a la edición argentina del libro de Jean Ousset]

Estamos en plena lucha y no acabamos de persuadirnos de que se trata de lucha a muerte organizada y dirigida con inteligencia y sin frenos morales de ninguna clase; llevada con decisión y sin rehuir medios de conquista. Estamos en plena lucha iniciada francamente hace ya muchos años y teniendo a la vista los pueblos europeos sojuzgados de detrás de la cortina de hierro, y la China inmensa sometida, en pleno adoctrinamiento, plegada a los esfuerzos de conquista, y no acabamos de persuadirnos que todos los pueblos de Occidente, América y los que aún en Asia resisten están en peligro gravísimo e inminente de sucumbir.

No se trata de una lucha de prevalencias económicas, comerciales, estratégicas o de simple expansión y de dominio. Se trata de una lucha eminentemente ideológica con la cual se intenta crear un mundo nuevo y mejor, fundamentándolo en lo que el Comunismo proclama la única realidad del mundo: la materia.

Lo trágico de esta hora y de esta lucha es que tal vez por esto mismo, porque es lucha que comienza negando todos los valores espirituales y proclamando que no habrá paz ni bienestar mientras no se destierre del universo lo «irreal» que hasta ahora ha adormecido a la humanidad, restando su progreso, y se lo sustituya por la materia y por el hombre, no se percibe ni el peligro tremendo ni las siniestras consecuencias de esta lucha.

Lo trágico de esta hora y de esta lucha es que siendo ella ideológica no se dé a las ideas la importancia esencial que les corresponde para la defensa y para la victoria. No solamente se permite la libre expansión e irrupción de las ideas materialistas y ateas en los países a conquistar, sino que en éstos, indirectamente también se las fomenta, contribuyendo así a que el enemigo malo conquiste primero las inteligencias y domine después el país con sus propias ideas para entrar luego como conquistador esperado, como salvador.

Esta es la verdad trágica y amarga en todas partes: «durum sed verum». Esta es la explicación del avance del Comunismo en el mundo.

Hay que reaccionar

Está bien que las Naciones, ante este peligro evidente, que gritan en su sometimiento inhumano las naciones cristianas y europeas dominadas, hayan reaccionado virilmente armándose y uniéndose. De no haberlo hecho así, tal vez ya habrían sido devoradas por un enemigo que no siente ni puede sentir asco al zarpazo y a la destrucción.

Pero lo que se ha logrado es diferir tan sólo una imposición a la que no se ha renunciado: se la busca permanente e insistentemente por sistema y lógicamente, dentro de la doctrina marxista, y se ha creado un estado de verdadera lucha que mantiene al mundo en tensión de guerra verdadera, velada con el título de «guerra fría».

Mientras que el adversario redobla sus esfuerzos sembrando en todo el mundo su ideología de principios falsos y deletéreos, los países a, conquistar apenas se preocupan de oponer a tales principios la verdad que poseen sobre la realidad de los valores del espíritu y, sobre todo, la verdad de la Realidad suprema Creadora y Ordenadora que es Dios, principio y fuente de toda razón y justicia en el orden natural.

La hora de la Verdad y la hora de Dios

 

Los hechos están reclamando, en esta hora, los derechos de la verdad y los derechos de Dios, relegados y pospuestos en la formación del hombre y en la solución de los problemas humanos, sociales, nacionales e internacionales.

La verdad sobre la cual no se quiere hablar y a la cual no se da importancia es el primero y más grande valor de la vida. Todavía la respuesta del cobarde Poncio Pilatos a Jesús parece elegante y hasta científica a muchos de nuestros contemporáneos. Ahí está Pilatos en su función de juez del Imperio Romano y frente a él Jesús, despreciado por Herodes, que se lo remitió vestido de blanco por insano.

Al afirmar Jesús que su Reino no es de este mundo, respondió a Pilatos: «Yo para esto nací y para esto vine al mundo, para dar testimonio de la verdad; todo el que es de la verdad (el que busca y ama la verdad) oye mi voz» (Juan XVIII, 37). Díjole Pilatos: «¿Qué es la verdad?».

Ni fue elegante ni fue seria la respuesta escéptica de este juez que, no conociendo ni respetando la verdad contenida en el Derecho Romano, precisamente por eso invirtió el orden de la justicia, ofreciendo a las turbas, como juez, para aplacarlas, que eligieran entre Jesús, a quien declaraba inocente, y Barrabás, a quien sabia ladrón y homicida.

Ni elegante ni seria, su respuesta fue criminal. Ellos eligieron a Barrabás, y Pilatos, para salvarle, ordenó que flagelaran a Jesús. Así lo hicieran los soldados cumpliendo la orden, y luego, abusando brutalmente ante quien percibieron como juez indeciso y sin la envergadura de defensor de la verdad, por su cuenta le coronaron de espinas.

El juez desconocedor de la verdad le presentó así al pueblo: «He aquí que os lo presento para que conozcáis que no encuentro en él ninguna culpa» (ibidem XIX, 4).

Estas fueron las primeras consecuencias del descreimiento y desconocimiento de la verdad; de la respuesta aparentemente elegante y escéptica, pero, en realidad, criminal de Pilatos. Ante el griterío que reclamaba la crucifixión, puso de nuevo a Jesús ante su tribunal. Bien hizo Jesús en no responderle: a Herodes no le respondió por homicida, lujurioso y adúltero; a Pilatos, por descreído e injusto.

Pero entonces la conciencia de este juez, que no cree en la verdad, se irguió para decir a JESÚS: «¿A mí no me respondes?» «¿Ignoras que tengo potestad de crucificarte y que la tengo también para liberarte?».

Por los frutos conoceréis el árbol, había enseñado el Señor. Veamos el desenlace de este enfrentamiento entre el juez, que se desentiende de la verdad, que no rige su vida, y Jesús, que vive y está dispuesto a morir por la verdad.

La respuesta es un relámpago intenso en medio de las tinieblas: serena, limpia y augusta sigue resonando en el mundo y proclamando el imperio de la verdad: «No tendrías potestad alguna sobre mí, si no se te hubiese dado de arriba Por eso quien me entregó a ti tiene mayor pecado».

Valiente para amenazar a Jesús, fue cobarde para librarle ante las turbas, este juez que no creyó en la verdad, lo entregó para que lo crucificaran.

La Víctima, desde la Cátedra de la Cruz, todavía dictó, con sus últimas siete palabras, lecciones supremas de verdad y sabiduría que siguen rigiendo los destinos morales y espirituales del mando y que todavía pueden salvarlo.

Por estos frutos conocemos que es el hombre desconfiado, indiferente y descreído ante la verdad: frente a los acontecimientos es Pilatos y obra siempre como él.

El primero y grande valor de la vida

El primero y grande valor de la vida es, sin duda alguna, la verdad conocida y aplicada a la solución de los problemas en todos los órdenes. No hacemos dificultad alguna en admitirlo en el orden físico, en el biológico y así en todas las actividades que regulan la vida.

Nadie edifica ni construye sin tener en cuenta la ley de la gravedad y de la resistencia de los materiales. Nadie obra, frente a las fuerzas físicas, frente a la electricidad sin tener en cuenta la verdad científica. Nadie ingiere alimentos ni remedios sin tener en cuenta la verdad que nos revela la naturaleza de los mismos. El médico que se respeta a sí mismo y respeta la vida de sus enfermos, respeta y obra de acuerdo a la verdad conocida sobre la etiología de la enfermedad y sobre la fisiología y morfología de los órganos enfermos.

¿Por qué se desconfía, por qué se niega hasta la posibilidad de la verdad moral y religiosa? Así como hay un ordenamiento físico y biológico de la naturaleza, también lo hay moral y religioso de la conciencia humana, de la familia y de la sociedad civil, en el orden nacional e internacional.

Sin embargo, en estos órdenes, es más que frecuente oír a nuestros contemporáneos ante tal afirmación: ¿y qué es la verdad?

No es pregunta que investigue o inquiera: esto siempre sería camino hacia la verdad. Es duda, desconfianza, desesperanza de alcanzarla: es negación elegante encubierta de escepticismo racional y hasta científico y filosófico.

Pero los hechos están reclamando, en esta hora, los derechos de la verdad y los derechos de Dios. Ante la negación absoluta de todos los valores espirituales y de la Realidad Suprema de Dios, llevada a la práctica con decisión implacable, con la destrucción sistemática de todo cuanto sostiene la ideología espiritualista y teísta, no abriguemos ilusiones.

La lucha ideológica entre el materialismo dialéctico y ateísta no puede descentrarse de su campo esencial que es el de las ideas y de los principios, no sólo en el orden natural y filosófico, sino también en el orden religioso y sobrenatural.

Digamos la verdad: mostremos la verdad

¿Cuál será la causa principal de la pregunta que nuestros contemporáneos, como Pilatos, repiten con elegante escepticismo, también frente al Comunismo?; ¿y qué es la verdad? ¿y cuál será la causa de la indiferencia, de la tranquilidad, de la falta de responsabilidad de nuestros conciudadanos y contemporáneos frente al peligro gravísimo e inminente del Comunismo? ¿No será la ignorancia, principalmente?

Sin duda, alguna que lo es. Ignorancia de los fundamentos ideológicos del Comunismo, de sus finalidades supremas, de sus métodos y tácticas engañosas, de su desprecio por los derechos humanos, de los cuales se presenta como defensor; ignorancia de sus negaciones y de sus crímenes de lesa humanidad en su lucha desalmada contra sus víctimas; ignorancia de la destrucción de las libertades humanas, de vidas y haciendas ajenas y de pueblos enteros por el delito de genocidio.

Pero, más que todo esto, ignorancia de verdades y principios fundamentales de orden racional y moral que son fundamento del derecho natural y de la justicia; ignorancia del conocimiento racional de Dios, y, digámoslo sin reticencias porque así corresponde, ignorancia de Dios y de Su. Cristo, piedra angular del ordenamiento espiritual y sobrenatural de la familia de los hijos de Dios, fundada por El mismo para llevar a la humanidad a su perfección.

Se necesita, pues, presentar la verdad en un conjunto de condiciones que pueda iluminar el problema del Comunismo en sus fundamentos, en sus finalidades, en sus métodos y tácticas; en su actuación real y en sus pretensiones. No sería esto suficiente si no se le opusiera la verdad negada por él sobre esos mismos puntos señalados.

No bastaría presentar la verdad si no se lo hace con claridad, con método y con esa vivacidad que fluye espontáneamente de una mente capacitada y bien informada que ama la verdad, y conoce la psicología de la verdad y del hombre: de la verdad, que es el pan más apetecido del hombre, y de éste, que debe vivir para la verdad y que, en su búsqueda, debe superar grandes dificultades.

Un gran libro pequeño que reúne tales condiciones

«El Marxismo-Leninismo», de Jean Ousset, fundador en Francia de la obra «La Cité Catholique» y redactor de la revista «Verbe», llena bien tales condiciones.

Me complazco en presentarlo, en el ámbito de la Patria, a todos mis conciudadanos y, más allá de sus confines, a todos los ciudadanos de América Hispana. Por eso ha sido un acierto elegirlo para su traducción e imprimirlo para los lectores de habla hispana, como lo han hecho los hombres de «La Ciudad Católica» de la. Argentina.

No es problema fácil orientarse en la selva de afirmaciones y negaciones, de teorías y prácticas del comunismo: éste, por lo demás, se presenta como tal, como marxismo y como bolchevismo. Es menester, pues, definir y distinguir lo esencial de lo accidental.

Además, su origen y su realidad están relacionados a errores, antecedentes y acontecimientos que los actuaron. Tiene por padres a la negación del valor objetivo de las ideas generales y de los principios y a la Revolución: a la negación de la posibilidad de conocer con certeza la realidad de Dios en el orden teórico; y a la negación de Dios y de su Ley, de Cristo y de su Iglesia, llevada a la práctica por la Revolución.

El autor no ha cometido el error de temer el estudio serio para analizar los conceptos y distinguirlos, presentándonos la realidad del Comunismo desde su génesis hasta ahora, mostrando su parentesco con errores que ejercieron influencias nefastas sin que encontraran resistencia a pesar de haberlos denunciado la Iglesia como fuentes de desorientación y de destrucción.

Quiero advertir, por eso, que si este libro no ofrecerá dificultades a quienes poseen una cultura general seria, podrá, sin embargo, ofrecerla a quienes carecen de ella.

Hay, en tales casos, como una propensión a no entrar a fondo en el estudio de los problemas, pretendiendo conocer tan sólo una síntesis de sus conclusiones, creyendo asá ganar tiempo. En realidad, así se pierde el tiempo y la posibilidad de un conocimiento adecuado, que pueda orientar rectamente la vida.

Digo esto pensando en la necesidad de orientar a nuestras juventudes, las cuales, en los centros de estudios, podrían inmunizarse frente al peligro comunista con el estudio de este libro, siempre que dispusieran de un guía preparado que facilitara esta tarea.

No se trata de suprimir la lectura y el estudio Personal necesarios, sino de iluminar el sendero y facilitar su recorrido, evitando que se omita el estudio de partes del contenido que son fundamentales para comprender el desarrollo del Comunismo.

En manos de educadores en los estudios secundarios y de formadores de juventudes, este libro responde a una necesidad si queremos contar con dirigentes que puedan salvar nuestros países del peligro comunista.

A pesar de que el comunismo rechaza las ideas y los principios y solamente pregona la acción, él es fruto de ideas y de principios falsos. A pesar de que rechaza la noción del Bien y de la Verdad, ésta no muere jamás totalmente en el alma de los hombres.

A pesar de que el Comunismo se esfuerza en destruir la convicción de la realidad de Dios y de la Fe en El, la tendencia natural de la inteligencia humana, en la búsqueda de la verdad, no se detienen ante las causas inmediatas de los fenómenos, sino que va más allá hasta encontrar racionalmente la Causa de las causas y razón suprema de todas las cosas.

Pero es menester no abandonar nuestras juventudes, confiando en nociones elementales con las cuales las hemos iniciado en el conocimiento de la realidad de la verdad, del bien, del orden moral y de la Suprema Realidad que es Dios: hay que iniciarlas en el conocimiento filosófico enseñándolas a investigar y a recorrer el sendero de los grandes pensadores. En general, hay una falta de formación lamentable que expone a nuestras juventudes indefensas al impacto comunista.

Sea este libro, pues, estímulo de los educadores que los oriente y los encamine a una formación necesaria de nuestras juventudes, sin la cual corremos riesgo de perderlas.

Estamos en plena lucha, aunque aún, para una parte del mundo que se intenta conquistar, no han presionado las armas. Pero el combate no es menos real porque se realiza en el terreno de las ideas. La conquista del hombre es completa cuando se domina su inteligencia y su corazón: en cambio, dominado por las fuerzas físicas, puede resistir con su voluntad libre al servicio de una verdad conocida y amada.

Lepanto, como lucha y combate para salvar a Europa de la dominación del turco, fue preparada largamente: la escuadra que allí triunfó estaba bien organizada y conducida por capitanes esforzados e inteligentes y par un jefe dispuesto, como ellos, a morir por la más noble de las causas, y ellos supieron infundir su decisión y su temple a sus soldados.

En esta lucha del espíritu contra el más perverso de todos los errores y el más siniestro de todos los males hay que preparar el combate decisivo en el orden ideológico, ilustrando las inteligencias sólidamente con la verdad. Defendamos las inteligencias si queremos salvar los hombres y la civilización que llamamos cristiana de Occidente. Defendamos la verdad si queremos que se levanten generaciones que no solamente fueran oyentes de la verdad, sino realizadoras de la misma.

Porque esta civilización de Occidente, cristiana radicalmente y que se está desmoronando, ha de ser sostenida, defendida y encaminada de nuevo a sus altos destinos con una savia nueva que debemos infundirle.

Deberemos acercarnos a las fuentes de la verdad y de los principios naturales que heredamos de la sabiduría grecorromana y deberemos acercarla a las fuentes de aguas vivas de la Revelación cristiana para retomar un camino que se abandonó en mala hora.

Si siempre valió la pena vivir para defender la verdad, hoy lo es más que nunca: «vitam impendere yero».

Buenos Aires, 6 de febrero de 1961.

ANTONIO, CARDENAL CAGGIANO

Arzobispo de Buenos Aires. Primado de la Argentina.

Prólogo de la edición en castellano, verificada por "La Ciudad Católica" de Buenos Aires (Argentina), a la obra de Jean Ousset "Marxismo Leninismo" (mayo 1961).