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Introducción a la política (VIII)

INTRODUCCIÓN A LA POLÍTICA

SEGUNDA PARTE (continuación)

Principio y fundamento

SEGUNDA PARTE ( fin)

Todas las "cosas que están en la tierra han sido... creadas..." para ayudar al hombre "a la consecución de su fin". Tal es, como acabamos de ver, el segundo tema de meditación ofrecido por el "Principio y Fundamento" de los "Ejercicios" de San Ignacio que Pío XI proponía como remedio soberano de los males actuales en los últimos párrafos de su gran encíclica social "Quadragessimo Anno".

No es, pues, sino bajo esta perspectiva, en efecto, como las cosas de la Ciudad, de la política, pueden interesar a un cristiano y merecen su atención y sus esfuerzos.

"En tanto que..."

Entended: "En tanto que" vea en ellas un medio poderoso de "facilitar la expansión espiritual personal, la salvación de las almas, por medio del establecimiento de un clima social favorable".

"Una atmósfera que lleve al bien en lugar de llevar al mal", como hemos, vista ha dicho el P. de Montcheuil. O, según Pío XII, "condiciones sociales capaces de hacer fácil y posible para todos una vida digna de hombre y de cristiano".

No se piense que hay aquí una causa de santificación. En el sentido estricto de la palabra: causa, no hay causa de santificación, ni siquiera causa de progreso moral. Solamente hay un conjunto de condiciones favorables a una y otra (1).

Dicho en otras palabras: estas condiciones favorables, por excelentes que sean, nunca podrán dispensar de la acción sobrenatural y del apostolado propiamente dichos.

Es como la mejor red de carreteras. No está trazada más que para facilitar los desplazamientos y las comunicaciones. No se le puede llamar "la causa" de esas comunicaciones y desplazamientos. Los favorece, pero no dispensa de recurrir a los vehículos, únicos medios de transporte en sentido estricto...

"NO "INSTALARSE" EN LO TEMPORAL

Pues aquí no tenemos la dudad permanente, sino que buscamos la dudad futura"…

SAN PABLO (Heb. XIII, 14.)

Otra idea más importante aún y que nunca será suficientemente destacada...

En ese interés del cristiano por la política, en ese cuidado que tiene del orden social, en su esfuerzo para salvaguardar las instituciones —si es verdaderamente fiel al espíritu del "Principio y Fundamento"—, sólo un fin le determina y debe determinarle, que es, con y para la salvación de las almas, "alabar, honrar y servir a Dios nuestro Señor".

Fin último completamente intemporal, por temporal que sea la naturaleza del esfuerzo en semejante materia.

En este combate social, cívico, político del cristiano, jamás podrán ser determinantes ni la ambición temporal ni cualquier deseo de poder tendente a regular según nuestros gustos las cosas de aquí abajo. Y éste es el momento de decir, a la manera de San Pablo, que el cristiano debe, en este terreno, estar en el mundo como si no estuviese en él.

Dicho en otras palabras: la política, en tanto tal, no merece que el cristiano se detenga por ella.

No le interesa más que "en tanto que...", "no más que...", según las necesidades de la más fácil salvación de las almas. Y solamente para eso.

Ninguna idea a priori por tanto. Ningún sistema que sea deseable, por ejemplo, por la única ambición de un hombre, de una clase, de una nación o incluso para la satisfacción del espíritu, para el contentamiento de una cierta estética social, para la mejor planificación u otro fin cualquiera.

Como señala el R. P. Joseph Thomas, S. J. (2): "Nunca "(nuestra fe) nos dirá cuál es el contenido preciso (hasta podríamos decir definitivamente establecido) de este arden, nunca nos dictará las determinaciones jurídicas de esta justicia...; hay una renovación constante (en efecto) de las fuerzas del desorden, una renovación también constante de las modalidades del misterio de iniquidad, siempre activo en el mundo, Hace falta una inventiva constante en el campo de las soluciones políticas, económicas y sociales. El orden natural de las cosas, la armonía de la Ciudad que tenemos que restaurar, son estructuras de orden moral, no son instituciones jurídicas o políticas... (congeladas definitivamente) ... de las que tengamos reservado el secreto en nombre de una revelación análoga a la de Mahoma", o —podríamos añadir nosotros— a tales prescripciones de la ley mosaica...

La idea importante es, como dice por su parte el R. P. Calmel, O. P. (3), que "de todas maneras la conversión de la humanidad será siempre labor a reemprender; las primaveras cristianas no se prolongan indefinidamente, en el pueblo de Dios estarán siempre mezclados justos e impíos. ¿Y entonces?..., ¿para qué gastar el tiempo trabajando? La respuesta no tiene duda... Si el "cristiano trabaja en esta tierra es por razones religiosas, y aún sobre todo por razones místicas; en efecto, es por el honor de Dios, y aún y sobre todo es por el amor de Dios. No es, en definitiva, por razones de éxito. Es cierto que sería propio de un imbécil perseguir el fracaso y querer obtener el desastre. Pero en definitiva no se quiere el éxito más que si Dios lo quiere y como El lo quiera; además, lo que es seguro es que el éxito no está nunca asegurado de una vez para siempre y que el modo de utilizar la victoria importa más que la victoria en sí misma..."

Todas estas reflexiones permiten comprender mejor por qué el cristiano, aun cuando se ocupa de lo temporal, no lo hace (no debe hacerlo) por una preocupación exclusivamente temporal. Y esto incluso si eso temporal (exclusivamente temporal) de que se ocupa fuese considerado católico.

Ya que, por el solo hecho de que el objetivo, el FIN, la naturaleza íntima de eso temporal, sean exclusivamente temporales (o si se prefiere limitados exclusivamente a una institución, a un ordenamiento de "aquí abajo", a un arreglo de lo que es "temporal") ... tal orden temporal no sería, no podría ser llamado verdaderamente católico, puesto que no estaría conforme con ese "Principio y Fundamento" que fija "fuera del tiempo" el fin tanto como la razón de ser del orden humano.

Nos hallamos aquí, sin duda, en un punto delicado y de una importancia extremada.

Tratemos de captar su interés con una formulación más práctica.

 

 

Nada de ciudad católica ideal

En el fondo, la idea básica en este punto es que NO EXISTE CIUDAD CATÓLICA IDEAL si es que se pretende sugerir con el empleo de este término una especie de modelo arquetipo, fijado, determinado, propuesto de una vez para siempre. Forma ejemplar de un orden temporal perfecto. Sistema social y político de líneas rígidas y estructuras definitivas. Sistema que, por encima de todo, sería propuesto como fin. EL FIN temporal del cristianismo aquí abajo. Desembocadura suprema EN LO TEMPORAL de un orden humano que no tendría otro principio, otra razón de ser, más que su éxito EN LO TEMPORAL.

En otras palabras: NADA DE CIUDAD CATÓLICA IDEAL si por ella se entiende un tipo de ciudad en que el orden, la fuerza, la armonía, la dicha, sólo fuesen deseados, juzgados, regulados con vistas a lo temporal. Ciudad que sería, una vez más, como la gran obra colectiva de los cristianos aquí abajo. Pero una gran obra temporal, perseguida independientemente de la búsqueda de ese FIN personal, sobrenatural señalado por el "Principio y Fundamento" (4).

NADA DE CIUDAD CATOLICA IDEAL, de quererse indicar con este nombre que, de todas las combinaciones institucionales ideadas por el hombre, hay una fórmula llamada católica que aparecería como netamente diferente y superior a las demás únicamente por la armonía, las comodidades, que pudiera ofrecer (siempre desde el punto de vista temporal solamente).

Demos un paso más.

NADA DE CIUDAD CATOLICA IDEAL... incluso si para justificar semejante etiqueta debiéramos apoyarnos en tales proclamaciones religiosas de los poderes públicos, en tales consagraciones, en tales manifestaciones católicas del Estado. Nada de ciudad católica ideal, aunque parezca que en esa ciudad todo se desarrolla con música de campanas, con ritmo de procesiones, con murmullo de salmos y bajo perpetuo perfume de incienso.

Ciertamente, todo esto, al menos como tal, no bastaría para hacer de esta ciudad una verdadera ciudad católica si por otro lado no se acentuara el esfuerzo hacia la justa orientación y, para decir todo de una vez, la única finalidad permitida al orden humano, la que indica el "Principio y Fundamento".

Y a este respecto recordamos una conferencia pronunciada hace poco por un escritor católico. El principio de la exposición fue admirable. Buena doctrina. Excelente recordatorio de los derechos de Dios sobre la sociedad. Pero presentado de tal manera que el culto público en las naciones aparecía como el único aspecto del problema político que merecía llamar la atención de los cristianos. Culto oficial designado de esa manera como único principio de organización, FIN supremo de la sociedad aquí abajo.

Insuficiencia grave. Pero que pudo permitir la extraña pirueta ejecutada por el conferenciante en la segunda mitad de su disertación. De creerle a él, el culto oficial de las naciones hacia Dios es inconcebible en el estado actual de los espíritus. Lo mejor sería esperar el retorno de los hombres a Jesucristo. Las naciones se volverían católicas por ese mismo hecho y entonces el culto oficial reclamado por "Quas Primas" se restablecería ipso facto sin el menor esfuerzo y sin tiranteces.

En otros términos, y si se quiere reflexionar sobre ello, resultaba de esa conferencia que el FIN supremo (completamente temporal en el fondo, lo repetimos) del orden político estaría en el establecimiento temporal (aunque retrasado sine die) del culto social dado a Dios por las naciones. Como si bastara a una sociedad comunista o a un falansterio de Fourier reconocer a Dios oficialmente y adorar a Jesucristo para merecer, sin más cambios, el titulo de sociedad católica (5).

Es aquí donde un retorno al "Principio y Fundamento" de San Ignacio muestra inmediatamente el defecto de esas concepciones ideales e idealistas (6) de una ciudad católica.

 

El orden natural, disposición de las "cosas que están sobre la tierra" con vistas a la salvación de las almas

Sin duda, "alabar, honrar y servir a Dios" es el primer deber de toda criatura inteligente. De ahí "Quas Primas" y su recordatorio del culto debido a Dios por todas las naciones, por todos los pueblos de la tierra.

Esto, sin embargo, no basta para determinar, al menos explícitamente, un orden social católico. Y hasta casi podría decirse: ¡qué importa una cierta alabanza, un cierto servicio (sólo externo) a Dios si por otro lado reinan el desorden y la injusticia en la ley! El Evangelio es tajante: "No es el que dice Señor, Señor, quien entrará en el reino de los cielos, sino aquel que hace la voluntad de mi Padre..." (7). ¡Qué importa cierta alabanza oficial a nuestro Señor si, por otro lado, se desprecia el orden natural querido por El, si las instituciones, si el medio social son tales que impiden al hombre tender hacia ese fin que Dios le ha marcado al crearle!

De ahí la precisión de San Ignacio: "... y por ese medio salvar su alma".

He ahí lo que disipa irreprochablemente el error y la falsedad que cierto romanticismo puede mantener tan fácilmente so capa de la alabanza y del servicio divinos.

Y San Ignacio rehúsa detenerse ahí. Insiste. Precisa... : "las demás cosas que hay sobre la tierra han sido creadas para el hombre y para ayudarle en la consecución del fin para el que ha sido creado…"

Por consiguiente, esta alabanza, esta honra, este servicio a Dios, no sólo son inseparables de la salvación de las almas, sino que implican la disposición de las otras cosas que están en la tierra para ayudar al hombre "en la consecución del fin para que ha sido creado".

Ya que es para el hombre y ya no tanto a causa de Dios (aunque estén ordenadas finalmente a Su gloria) para lo que "las cosas que hay sobre la tierra han sido creadas" (8).

Tal es el orden verdadero, el orden católico. Tal debe ser, en consecuencia, el orden de la ciudad para que pueda ser llamada católica.

No es, no puede ser, acabamos de verlo, una ciudad en la que la disposición de "las cosas que hay sobre la tierra" tienda a ser un FIN como tal, una especie de obra maestra temporal buscada con ese título.

Ha de ser una ciudad en esencia donde "las cosas que hay sobre la tierra" sean ordenadas, regidas de tal manera que constituyan una condición favorable a la salvación más fácil de las almas y al más fácil completo desarrollo personal de aquellos que la componen.

Y éste es un punto de capital importancia. Más importante incluso, en cierto sentido, que la adoración y alabanza debidas a Dios por las sociedades en tanto tales. Ya que, repitámoslo, esta adoración y esta alabanza pueden ser meramente externas, y por ello desagradables a Dios (9), mientras que no existe en este mundo nada más grande a sus ojos, nada más preciado, que la salvación de las almas.

Testimonio supremo, esta vez, que no puede engañarnos.

Si el único fin de nuestra acción temporal es, en efecto, la instauración del culto público que las naciones deben a Dios, puede, en rigor, parecer razonable, dado el laicismo imperante y la falta de preparación de los espíritus, la postura de aguardar con paciencia, esperando que los hombres vuelvan a ser cristianos, para que el restablecimiento de ese culto público llegue a tener lugar en medio de un entusiasmo unánime.

Pero si resulta, como ha dicho Pío XII (10), que "de la forma dada a la sociedad, conforme o no a las leyes divinas, depende y resulta el bien o el mal de las almas", el problema es, en definitiva, muy diferente. El cristiano no tiene que limitarse a deplorar la apostasía de las naciones modernas. Su reacción es mucho más práctica. Su visión de las cosas mucho más profunda. Comprende que si el clima político y social de su país es tal que hace "ardua y prácticamente imposible una conducta cristiana conforme con los mandamientos del Soberano Legislador" (11), es una locura esperar, en esas condiciones, ese retorno general de los hombres a Dios, que es lo único que permitiría el restablecimiento sin trabas del culto oficial de la nación.

Aunque esta perspectiva sea entre todas la preferida, no es principalmente por el deseo del aumento de gloria dada a Dios con la restauración del culto oficial, por lo que el cristiano actúa en lo temporal. Comprende que la verdadera mayor gloria de Dios radica en la salvación de las almas. Si le parece que las almas se marchitan y mueren por culpa de un clima social corrompido, el deber de "caridad política" le impulsa sin demora a poner manos a la obra prudentemente, pacientemente, sin duda, pero lo más eficazmente posible, ad maiorem Dei gloriam (12).

Como dice el R. P. Thomas, S. J. (13): "Cristo quiere que las mismas instituciones estén a su servicio..." pero precisamente... "en la medida en que respetando la vocación espiritual del hombre están al servicio de esta misma vocación. Sin embargo, creer que, al construir una ciudad adaptada a esta vocación superior, se construye con ello el Reino de Dios es incurrir en una confusión grave que es preciso denunciar".

En efecto, no se construye el Reino de Dios (14), se busca solamente crear condiciones sociales capaces de hacer más fácil la instauración de dicho Reino. Pero es precisamente "para que El reine" por lo que se hace. Para hacer más fácil la salvación de las almas. Para ayudar al hombre en la consecución del fin que Dios le ha señalado al crearle (15).

¡No!, el FIN de una verdadera ciudad católica no es la persecución de cierto tipo temporal de ciudad ideal. Su FIN, como el fin de las cosas que hay sobre la tierra, es ayudar al hombre en su caminar hacia Dios.

"Que la tierra sea como los escalones de la Iglesia" —ha dicho Péguy en su peculiar estilo rico en imágenes—. "Que sea, para subir al cielo, como los peldaños de la Iglesia son también para subir y entrar a la Iglesia. No nos está prohibido. Tenemos derecho a ello. Está incluso ordenado en la oración... Una ciudad de la tierra que sea como un anticipo del cielo..." "Y que sobre todo nos prepare a él. "Tenemos derecho a que la tierra sea el umbral de vuestro cielo."

 

Utopías y sano realismo político

¡He ahí la utopía!, gritarán algunos irónicos.

¡De ningún modo!

La utopía ha sido y será siempre el castigo de aquellos que pretenden fijar en el tiempo el FIN de la ciudad.

Sea "la República" de Platón, sea "la Política" de Aristóteles. ¿Cómo explicar las locuras que rezuman esas obras? ¿Cómo explicar la ceguera de espíritus tan selectos? Si se presta mucha atención se da uno cuenta de que esos grandes filósofos se han equivocado porque han tratado de hacer una ciudad de la tierra que tenga un valor absoluto, tipo definitivo, sociedad ideal, terminal, perfecta, fin supremo de todo el esfuerzo humano.

Si se busca la causa de este error se encuentra en el hecho de que esos filósofos ignoraban en el fondo... lo que expresa el "Principio y Fundamento".

Buscando un absoluto que pudiera ser el fin del orden humano, creyeron encontrarlo en un ideal de ciudad perfecta. Sin duda se equivocaban. Sin duda deberían haber comprendido que no puede haber otro absoluto más que Dios. Pero ¿quiénes eran sus dioses? Sórdidos "juerguistas". ¿Qué era su cielo? Un mal lugar. Incapaces, pues, de imaginar aquel FIN para el que hemos sido creados; estos pensadores trataron de hacer de la ciudad de la tierra una ciudad que ocupara el lugar de la ciudad del cielo.

¡He aquí la quimera, la utopía!

Por el contrario, al rechazar una CIUDAD CATOLICA IDEAL o, si se prefiere, al aceptar el método dimanante del "Principio y Fundamento", podemos llegar a establecer el único método riguroso existente en política.

Porque nos recuerda que Dios es nuestro único FIN; que la ciudad del cielo es la única perfecta, terminal, definitiva; que todo lo de aquí abajo es transitorio, sometido a cambios; que todo es aquí relativo, pero relativo a Dios. La meditación del "Principio y Fundamento" no puede menos que hacernos descubrir el único método político cristiano.

Único método realista, en el sentido común de la palabra, puesto que prohíbe toda ilusión, toda construcción a priori en el capítulo de la ciudad terrestre, puesto que muestra la futilidad de las concepciones ideales, que sólo pretenden situarse en el tiempo.

Vanidad; pues, estupidez, de aquel que trabajase para la instauración del sistema social más seductor para el espíritu, Ciudad teóricamente perfecta a la sola mirada de la razón pura.

¿Qué significarían semejantes construcciones?

La sociedad es un medio, medio que debe ser ordenado a su fin. Está ordenado, en efecto..., ¿"en tanto que...", "no más que"? Es, pues, legitimo. Es, pues, bueno. Por el contrario, ¿se aparta? Debe ser rechazado (16).

Realismo político que se apoya en que "el reino de Dios", como dice el R. P. J. Thomas (17), está precisamente "más allá "de ese horizonte que encierra nuestra historia y nuestros combates".

Con eso estamos advertidos.

Sabiendo que no tenemos que encontrar aquí abajo un tipo de ciudad ideal, aun católica, no nos queda más que buscar, teniendo en cuenta las mil circunstancias de tiempo y lugar, aquello que permita, en el plano de la ciudad terrena, ayudar al hombre en la persecución de su FIN.

Ya, pues, la falta de ilusión del católico no debe ser motivo de inercia. Una vez comprendido que "de la forma dada a la sociedad conforme o no a las leyes divinas depende y surge el bien o el mal de las almas" (18), si rehúsa el buscar aquí abajo el equivalente ideal de la Ciudad de Dios no deja en cambio de considerar como un "deber sagrado" (19) la mejora de los medios que ayuden a los hombres a marchar con más seguridad hacia ella.

Pero tender a la perfección, en orden a los medios, a las condiciones, a los métodos, no es buscar determinado tipo de sociedad decretada y regulada en detalle, no es proponer un sistema político standard que las variaciones del tiempo condenarían a envejecer.

Es perseguir, en medio de la "renovación de las fuerzas del desorden"... y de las fuerzas del orden, la búsqueda de fórmulas ágiles y bien adaptables al tiempo, al país, al medio social de que se trate.

Esencia y existencia, principios y práctica, doctrina y programas...

Vanidad de las construcciones abstractas.

Necesidad de saber cómo son las cosas de hecho y no en teoría. Necesidad de conocer al hombre, de saber tanto lo que debe ser como lo que es. Necesidad de saber cómo actúa y reacciona, qué pasiones le mueven, cuáles son sus debilidades, sus cualidades; aquello contra lo que debe protegérsele, en lo que puede ayudarle la sociedad, en Io que puede perjudicarle, etc...

Materia inmensa compuesta de mil nociones, mil observaciones, mil rasgos, pero en los que una inteligencia recta se percata rápidamente de su armonía, de sus estructuras fundamentales y de cuáles son sus principios directores.

Principios. He ahí la gran palabra y la gran cosa. En tanto que la sociedad moderna no haya comprendido o rehúse el comprender que los principios son los remedios por excelencia, sus males permanecerán incurables. Sin los principios los expedientes no sirven nada más que para engañar al enfermo. Con los buenos principios, con los verdaderos, no hay dificultad en encontrar los expedientes para aplicarlos. Y la sabiduría aconseja dejar a los hombres inteligentes y rectos el cuidado de aplicar los principios según las condiciones del medio, y las condiciones del medio no son bien conocidas sino de aquellos que en él viven. Si los principios son generales pueden y deben ser afirmados de una manera general; si las aplicaciones son especiales es necesario reservar su economía a hombres especializados. Los mismos principios tienen aplicaciones muy diversas, según la diversidad de las localidades, de las profesiones y de los pueblos. Para que un principio permanezca en su verdad absoluta es preciso no particularizarlo demasiado. Basta con presentarlo a plena y clara luz, expresarlo en su fórmula más neta y dejar a los hombres de acción, a los especialistas, la labor de ponerlo en práctica en su detalle (20).

Siempre el problema de los universales, con relación al cual Pío XI no ha dudado en decir que el mundo marcha hoy mal porque no se sabe nada de ellos. Siempre surge esa distinción fundamental de lo universal y lo singular, de lo esencial, es decir, de lo perdurable y de lo accidental, esto es, de lo contingente (21).

Una doctrina, no un programa: he ahí lo que la Iglesia propone a sus hijos para guiarlos en lo temporal.

 

"La ciudad católica" ... y no determinado tipo de sistema social

Los grandes principios, las grandes líneas, las constantes del orden humano: eso es lo que San Pío X. llamó un día "la ciudad católica" y no determinado tipo bien encuadrado de sistema social. Lo que precisamente permite que "sin contradecirse" el mismo Pontífice haya podido escribir en "Il fermo proposito" (22): "... Y es necesario advertir ya desde ahora que no todo lo que pudo ser útil e incluso únicamente eficaz en los siglos pasados es hoy posible restablecer en la misma forma: tan grandes son los cambios que con el correr de los tiempos se introducen en la sociedad y en la vida pública, y tan grandes las nuevas necesidades que el cambio de las circunstancias suscita constantemente..." (23).

Pero lo que no cambia, lo que es perdurable en la organización política, son esos "fundamentos naturales y divinos" acerca de los cuales el mismo San Pío X decía que "la ciudad católica" debería ser "sin cesar... restaurada... contra los ataques siempre renovados de la utopía malsana, de la revolución y de la impiedad...".

Ya que "las cosas que hay sobre la tierra" ... no están en ella como ofrecidas arbitrariamente al hombre para ayudarle a conseguir su salvación. Hay un orden de las cosas. Y conocer ese orden es conocer la mejor manera, la manera divina, de utilizar las cosas para tender más fácilmente hacia Dios.

Quienquiera que pretenda trabajar para el perfeccionamiento del hombre no podría hacerlo fuera de las reglas que rigen ese orden en general, especialmente fuera de las reglas naturales que rigen la sociedad. Todo intento de perfeccionamiento contrario a las leyes eternas (24) de las sociedades humanas no es en realidad más que una decadencia.

No se cambian impunemente las bases naturales dadas por Dios a tal edificio. Por ingeniosa que sea, la industria humana no hará nunca más que cosas artificiales. Y lejos de poder reemplazar lo que es natural, perdurable, lo artificial lo destruye. No es posible querer construir de modo diferente a lo ordenado por Dios. Una construcción en la que las combinaciones humanas sustituyen a las instituciones divinas es ruinosa por su base. Nuestras instituciones son estériles y sin porvenir porque hemos querido construir una ciudad sin preocuparnos de los planes divinos.

Y la ciudad católica, según San Pío X, no es otra cosa que toda ciudad, cualquiera que sea su forma política concreta, que se aplique a regular su orden según ese plan divino fundamental.

EL "ORDEN SOCIAL CRISTIANO", CONDICIÓN DE SALVACIÓN DE LAS ALMAS.

Es también un efecto de las ideas revolucionarias que han penetrado en todas partes el defecto de hacernos ver únicamente el individuo que se pierde y hacernos olvidar la sociedad que muere, o más bien presentarnos esa ilusión de que la sociedad será reconstruida por los individuos sin restauración de las instituciones.

Santo Tomás, sin embargo, había ya señalado que "el bien de la ciudad y el bien de cualquier persona en particular no difieren solamente cuantitativamente o en más o menos, sino que su diferencia es de carácter formal" (25). De ahí el comentario del P. Pègue: "Comprendemos con esto el error profundo del individualismo, que quiere centrar en el individuo como unidad, tomando la familia y la sociedad como una simple cuestión de número. Nada de eso. El individuo tiene su propia razón, la familia tiene la suya e igualmente la sociedad. Son esencias distintas, gobernadas cada una por leyes especiales que no se pueden desconocer sin trastornar el orden humano."

Estupidez corriente —y muy extendida— que tiende a hacer creer que al multiplicar lo individual se alcanza lo esencial. Por ejemplo, esta objeción corriente: cuando los hombres se hayan convertido, el orden social será cristiano.

 

La vida social y política, ¿es inútil para la conversión de los hombres?

La frase, sin duda, parece edificante. Hay pocas, sin embargo, que expresen una ignorancia mayor del plan divino y de la utilidad de las "cosas que hay sobre la tierra" para ayudar al hombre "en la consecuención del fin que Dios le ha señalado al crearle".

Pues si el orden social cristiano no es un medio, una condición particularmente importante para la más general conversión de los hombres, ¿para qué sirve? ¿Cuál es su razón de ser?

¡Quién no ve que presentándolo así no faltaría nada para hacer de ello un fin, incluso el FIN de la conversión general de los hombres! ¡Lo que sería el colmo!

Si, como se quiere dar a entender, la conversión general de la humanidad (que es el FIN) puede obtenerse sin preocuparse del orden social cristiano (que es la condición, el medio), es necesario concluir que la vida en sociedad no tiene ningún sentido, ninguna utilidad, que está completamente fuera del orden implicado por el Principio y Fundamento. Nada más vano, entonces, en la Creación, nada que tenga menos razón de ser con relación al único FIN, que esta parte gigantesca del orden humano que es la vida en sociedad.

La alternativa resulta ineludible:

O es necesario decir que la vida en sociedad no presenta ningún interés en el capítulo de una inteligencia cristiana del orden humano. Y esto es inverosímil.

O bien es preciso decir, a la luz del "Principio y Fundamento", que la sociedad es el gran medio, la gran condición del perfeccionamiento humano individual y general a la vista de la unión divina... Y por ello salta a los ojos la estupidez de la objeción que, haciendo depender el medio del FIN, se atreve a presentar la instauración de un orden social cristiano como el resultado de la conversión general de los hombres.

***

Si esta objeción estuviera sólidamente fundamentada probaría la inocuidad del orden político. Porque si se probara, en efecto, que por el solo ejemplo, la sola irradiación de algunos individuos, la sola influencia, por ejemplo, de los grupos de Acción Católica, se puede crear y mantener de modo duradero un clima general "capaz de hacer a todos posible y fácil una vida digna de hombre y de cristiano" (26), tal éxito demostraría la inutilidad del Estado y de la sociedad política, al menos tal como han estado concebidos hasta hoy.

El FIN, en efecto, sería alcanzado; el MEDIO, inútil. Entonces, ¿para qué el Estado, para qué las molestias y el entorpecimiento del colosal aparato que es el orden político si verdaderamente se demuestra que se puede llegar sin él al FIN?

 

A mal social, remedio social

"Decir que la sociedad sería cristiana si los individuos que la componen fuesen verdaderos cristianos es una verdad de Perogrullo" —señalaba Joseph Vassal (27)—. "Quedaría por probar, y eso sería más difícil, que puede haber verdaderos cristianos, en gran número, en un país en que las cuatro quintas partes de los niños reciben una educación sin Dios, o las nueve décimas de la prensa son malas, o la familia está disociada por la ley del divorcio, o la inmoralidad reina como dueña en fábricas y talleres y se propaga por todas partes en esa apoteosis de la carne que es el cine.

¿Qué puede resultar de un niño que tiene a sus padres separados y vueltos a casar? ¿Qué se puede esperar de una generación educada por maestros que tienen como mayor preocupación el volverla impía? ¿Cómo esperar seriamente el retorno a la fe de poblaciones a las que no llega ninguna propaganda católica y con ideas casi completamente paganas?...

Paliamos el mal, atenuamos ciertos efectos, no lo alcanzamos en su origen más profundo: leyes de laicismo que desmoralizan a las generaciones jóvenes, ley del divorcio que disocia las familias, ley contra las congregaciones que quita al apostolado católico recursos inapreciables, por encima de todo, difusión universal y casi sin contrapartida de la literatura malsana y el film corruptor..."

Así, pues, si bien es verdad que ese mal no es posiblemente sino social, es evidente por otra parte que, como social, lo es en su mayor parte; eso es incuestionable. Y lo propio de un mal social es el de no poder ser curado por la simple multiplicación de remedios individuales. En otras palabras, no es sólo a los individuos a quienes hay que devolver la salud, es a la sociedad. No es sólo a las personas a quienes hay que rehacer, es a las instituciones (28).

El bien hecho a cada persona en particular es sin duda un bien, pero no siempre es un bien social. Los individuos pasan. Las instituciones permanecen. No son los individuos, por numerosos que sean, quienes, como tales y par el solo hecho de su suma, hacen la sociedad. Son las instituciones. Es un cierto orden, una determinada combinación, las relaciones recíprocas de instituciones multiformes.

 

Remedios individuales que agravan el mal social

Y una acción que, pretendiendo ser social, no busca reformar, mejorar, consolidar (más o menos directamente) las instituciones, puede reportar beneficios bajo ciertos aspectos. Sin embargo, no es una acción social. Por bienhechora que sea en el plano individual, puede incluso ser antisocial.

Ya que existe, ¡ay!, una manera antisocial de organizar esta bienhechora acción individual, .y es la que ignora o desprecia el juego de las relaciones naturales, el orden vital de lo que es precisamente social (29).

¿Cómo llamar social, en efecto, un remedio que no tiende a reconstruir convenientemente el organismo social; dicho de otra forma, un remedio que no tiende a devolver a las personas sociales (institucionales) los medios, la voluntad, el conocimiento de sus deberes, de su papel, de sus responsabilidades específicamente sociales?

Lo que no se inspira en esta idea, lo que no parte de este principio, lo que no va hacia ese fin no merece el nombre de social. Por consiguiente, lo que una obra, para ser social, debe considerar ante todo no es al individuo en tanto que individuo, sino la incidencia institucional, el hombre en tanto que persona social y las lagunas de su papel social.

Así, desde este punto de vista, ¿cuál es la concepción que preside más frecuentemente nuestras acciones calificadas de sociales?

Vemos a los individuos que sufren o se pierden. Son, la mayor parte de las veces, víctimas de la anarquía o la inconsecuencia de nuestras instituciones. Y nos decimos: salvemos a esos desgraciados. Pero ese movimiento bienhechor, ¿se ejerce de una manera también bienhechora para la sociedad? ¿Qué hacemos muy a menudo? Dos cosas. En primer lugar hemos visto a los individuas que hay que salvar y hemos querido salvarlos: tal ha sido nuestro objetivo. Pero para salvarlos hemos sustituido a las personas (institucionales) que no cumplen su deber y hemos tomado su papel. Este ha sido nuestro método. Objetivo y método, ¿son esenciales? El objetivo no tiene por sí mismo (y esto es normal) nada de social; pero el método llega a ser muy pronto antisocial.

Método comparable al que en medicina supondría decir: usted sufre de su pierna, rápido, una pata de palo; usted sufre de los dientes, rápido, una dentadura postiza; su brazo está anquilosado, rápido, etc... En otras palabras, al sustituir total y sistemáticamente los organismos sociales deficientes en lugar de dedicarnos a volverlos a poner en funcionamiento, reanimarlos, recordarles su deber y su función, impulsarlos, forzarlos a volver a tomar su actividad normal, hemos acelerado su atrofia y con ello desquiciado el cuerpo social. Como un buen médico, era necesario curar verdaderamente el miembro deficiente o doloroso, era preciso combatir la anquilosis, era preciso obligar al enfermo a andar con SU pierna y no con un bastón. Etc...

En definitiva, la equivocación de muchas obras llamadas sociales es la de no detenerse más que en los males de los individuos y no haber comprendido nada del mal de la sociedad del que, en su mayor parte, se derivan los males de los individuos. Nuestra equivocación es haber creído y creer siempre que ocupando el lugar de las personas (institucionales) sociales bajo pretexto de ayudarlas reconstruiríamos la sociedad... En realidad hemos organizado su ruina.

Siempre la misma idea, el mismo error, la misma falta revolucionaria que consiste en creer que lo social se obtiene por simple multiplicación de lo individual.

Convertir las almas una por una es sin duda una obra santa, más preciosa por sí misma que la acción social en sí. Por numerosas que sean las conversiones individuales no constituyen sin embargo una obra social. Si se prefiere, la conversión de las almas una por una tendrá siempre los caracteres ordinarios de lo individual: extrema fragilidad, dimensiones miserables en el espacio y el tiempo, si no se hace nada en el plano social, en el plano de las instituciones, para multiplicar, prolongar o garantizar el beneficio de esa acción.

Para durar, en efecto, para sobrepasarse, la acción del hombre tiene necesidad de la palanca social de las instituciones. Y si es la Sociedad (con mayúscula) la que hace ese papel de palanca, la potencia, el desarrollo, la irradiación, pueden ser inmensos (30).

Si se nos permite una imagen para precisar nuestro pensamiento .compararíamos lo qué aquí se dice a la relación que puede existir entre el hecho de sembrar una semilla muy valiosa y el hecho de preparar la tierra a cultivar. En sí, el hecho de sembrar una semilla muy valiosa es directamente más fecundo, más rico en valor absoluto, que el hecho bastante neutro, bastante infecundo, en suma, de labrar, de fumigar, de limpiar un campo de las, malas hierbas, etc... Imagen del trabajo social. No tiene como tal, el precio, el valor, la fecundidad de la acción de sembrar propiamente dicha. Pero es indudable que sin la labor, sin la roturación, sin el abonado, la siembra del campo con la mejor de las semillas no dará apenas fruto... Mientras que en una buena tierra, bien labrada, bien abonada, bien limpia, cada grano, como dice el Evangelio, producirá "ciento por uno".

Esta preparación de una tierra fértil es, en cierto sentido, lo que realiza, con relación al apostolado propiamente dicho, la buena acción social, cívica, política. Acción que, en tanto tal, no es ni fecunda ni de gran valor, pero que no deja de ser indispensable para la mayor fecundidad de la semilla (31).

Ningún espíritu ha sido jamás lo suficientemente loco como para poner en competencia e incluso en oposición la acción de labrar y la de sembrar. Es, pues, sorprendente el número tan elevado de los que hoy en día pierden el tiempo tratando de oponer la acción cívica a la acción católica. Como si el deber consistiera en elegir una de las dos. Como si el deber no consistiera en aplicarse a las dos (32).

Como si la preparación de las mejores condiciones para la mayor fecundidad de la semilla pudiera oponerse a la acción del sembrador propiamente dicho. Como muy bien ha dicho el P. de Monteheuil, S. J., según hemos visto (33): "el ideal apostólico" no podrá radicar nunca en la sola instauración de un medio social en el que el bien sea más fácil. Lo mismo que el ideal de la agricultura no podrá jamás estar en la labranza solamente.

El ideal no puede estar más que en la cosecha superabundante de las almas, lo que supone, sin duda, la acción del sembrador y la calidad de la semilla, pero también la preparación de la buena tierra de que habla la parábola. Sin lo cual —a pesar de los esfuerzos del sembrador y la excelencia del grano—, por culpa de las zarzas que proliferarán en libertad, por culpa de los pájaros que ningún espantapájaros alejará, a causa de las piedras que obstruyen el suelo sin que nadie se ocupe de amontonarlas, el dueño del campo —como la Virgen en la Salette— no podrá hacer más que llorar sobre la pobreza de la recolección.

CONCLUSIÓN SOBRE LA SEGUNDA PARTE DEL "PRINCIPIO Y FUNDAMENTO"

OPERACIÓN EN TRES TIEMPOS

Nada peor pensado que hacer depender de la conversión general de los hombres (perseguida individualmente) la instauración de un orden social cristiano. Ya que, por el contrario, la instauración de un orden social cristiano no tiene sentido más que para facilitar la conversión más general y más duradera de los hombres.

El único método válido..., entendámonos: el único método del cual la historia, bien estudiada, muestra que estuvo en el origen de todas las transformaciones sociales profundas... (cualquiera que haya sido, buena o mala, la calidad de esas transformaciones), el único método válido, y que lo haya sido siempre, se puede descomponer en tres tiempos:

1.° Trabajar primeramente en la formación intensa, en la preparación rigurosa de un determinado número de hombres de irradiación suficientemente extendidos en el conjunto del cuerpo social que desean transformar, mejorar, etc...

2.° Es este pequeño número, esta minoría activa que, por medio de una acción específicamente institucional (sirviéndose de las instituciones como palanca), puede trabajar para la instauración del sistema social preconizado...

3.° Sistema social, aparato institucional que permite entonces esa influencia general, esa acción profunda y duradera sobre el conjunto de los hombres que sólo la Sociedad (con mayúscula) es capaz de ejercer y dirigir aquí abajo.

Abreviando, y en lo que nos concierne: laicos = católicos: (1.°) trabajar en la formación de un cierto número de hombres que (2.°) actuando después sobre las instituciones como con una palanca trabajarán para la instauración de un orden social cristiano (imagen ACCIDENTAL de la ESENCIAL, ciudad católica evocada por San Pío X) para que (3. °) se haga más fácil, más fecunda la acción específicamente apostólica (34).

CÓNCLUSIÓN GENERAL SOBRE "PRINCIPIÓ Y FUNDAMENTO" (35)

Así se acaba esta larga meditación política sobre el "Principio y Fundamento" de los "Ejercicios Espirituales" de San Ignacio, de los que León XIII decía al clero de Carpinetto que su enseñanza bastaría para conseguir el enderezamiento de la Ciudad.

Verdad admitida confusamente al principio, pero el brillo de la cual no ha dejado de aumentar hasta el punto de alumbrar todo suntuosamente, divinamente.

¡Cómo a su luz aparece Nuestro Señor tal como es: el Alfa y la Omega, el Maestro Universal, Cristo Rey!...

Algunos se extrañarán quizá de que hayamos insistido tanto en este punto. No querrán admitir que deba concebirse así una "introducción a la política".

Pero, como escribía Dom Gueranguer, "¿no ha sido siempre la primera necesidad la de fortificar y proteger a los cristianos en su fe; y la segunda el acrecentar su número? Si conseguís el primer objetivo no habéis perdido el tiempo. En cuanto al segundo, es evidente que avanzaréis poco intentando persuadir a aquellos que no creen de que aquellos que creen piensan y hablan como ellos.

¿Y no sentís la necesidad de decir de una vez para siempre estas verdades a vuestro tiempo? ¿No hace ya demasiado tiempo que se la halaga y extravía no sosteniendo la verdad más que con una prudencia extremada... Esperando... la Sociedad, que perece porque no se le habla con franqueza y como es debido de Jesucristo, os pide cuentas de vuestros talentos, de vuestra influencia, ¡qué sé yo!, de vuestras convicciones cristianas, disimuladas tan a menudo bajo apariencias naturalistas".

Importa mucho recordar estas verdades, pues son desconocidas.

¿Es que los tiempos que vivimos son tan tranquilos como para que podamos encontrar en ellos una prueba de la verdad de los principios que rigen el mundo desde hace más de dos siglos? ¿Nos sería tan difícil apreciar en su justo valor la célebre frase del Cardenal Pie?: "Cuando Cristo no reina por los beneficios ligados a su presencia reina por todas las calamidades inseparables de su ausencia" (36).

Desdicha, pues, del enfermo que, incluso ante la agravación de su mal, persiste en buscar el remedio inoportuno. No es la doctrina la que está equivocada o la que hay que retocar cuando aparece tan claramente que se muere por su abandono.

El mundo espera que le suceda lo que nos dice la Sagrada Escritura que sucedió a un pueblo primitivo que también había llevado hasta el fin el desarrollo de las ciencias, de las artes y el refinamiento de los vicios. "Aquellos hijos del hombre, precisa el texto sagrado, aplicaban exclusivamente a la materia los cuidados de su inteligencia y producían cada día nuevas concepciones, construían ciudades, trabajaban los metales." Sin embargo, ese pueblo de gigantes, como lo llama el Espíritu Santo, desapareció de la tierra. "Non exoraverunt antiqui gigantes; qui destructi sunt confidentes virtuti suae.—Aquellos antiguos gigantes no oraban y aquellos hombres que confiaban en sus fuerzas fueron destruidos."

"Regnantibus impiis, nos dice la Escritura, ruinae hominum".—"Cuando reinan los impíos, el mundo está lleno de ruinas."

¿No sabíamos algo de esto?

 

Notas

(1) Sin entrar en las distinciones clásicas de los distintos tipos de causa, señalemos solamente que la causa puede ser definida: "la condición necesaria y suficiente".

Las "condiciones sociales" de que habla Pío XII no son "causas" de la santificación, puesto que, por lo menos, no son "suficientes" para la santificación; es necesario la "respuesta" de la voluntad personal a la "llamada" de la gracia... Pero condiciones muy sutiles, incluso indispensables en muchos casos..., aun cuando por sí mismas no basten para la obra de santificación.

(2) ... En un artículo de la revista Christus (núm. 28, pág. 572), que lejos de discrepar de Io que siempre hemos pensado y dicho expone, por el contrario, uno de los primeros temas que hemos querido subrayar en VERBE. (cfr. núms. 4 a 8). Caracteres fundamentales de la doctrina social católica que consiste en un conjunto de principios a respetar y no en una fórmula a aplicar (revista Christus, 35, rue de Sèvres, París).

(3) Cfr. Itinéraires, núm. 46, sep-oct. 1960, 4, rue Garancière, París.

(4) Error bien puesto de relieve en un artículo de 9, E. Mgr. Pirolley, aparecido en La semaine religieuse, de Nancy y Toul (20 noviembre 1960), que cita y comenta los siguientes pasajes del "Rapport doctrinal" de S. E. el Cardenal Lefebvre a la Asamblea plenaria del Episcopado francés en 1957:

"Puede decirse que la esperanza, en tanto comporta una vida totalmente orientada hacia el cielo, es apenas vivida y muy poco enseñada Se habla de la esperanza como forma de confianza en Dios y abandono en sus manos, pero éste no es más que un aspecto de la esperanza. Nuestros contemporáneos han tendido siempre hacia la constitución de una ciudad terrestre conforme a las exigencias del Evangelio, pero siempre manteniendo muy firmemente su fe en la existencia del Cielo, no permite a esta fe desarrollarse en una esperanza que debería penetrar y animar todas las actividades terrenas."

Y aún:

"Se diría que el mensaje evangélico es reduce a instaurar la justicia y la fraternidad entre los hombres."

"... Este mesianismo temporal existe incluso entre excelentes cristianos: trabajar para el alumbramiento de un mundo mejor, ayudar al prójimo, promover instituciones justas y benéficas, asegurar el bien común real en el seno de la ciudad terrena, les parece en sí mismo un fin, sin referencia necesaria a las perspectivas sobrenaturales..."

Así, añade Mgr. Pirolley, el naturalismo ambiente y la presión de los diversos humanistas, que no son todos ateos, pero no se preocupan apenas, aparentemente, de lo espiritual ni del destino eterno, son, para el cristiano de hoy día, como una tentación permanente."

"Y el cristiano se defiende mal porque esta tentación es solapada e insidiosa y porque las orientaciones que propone se adornan con motivos generosos."

(5) Si es verdad que en cierto sentido no hay Ciudad Católica ideal, arquetipo, veremos más adelante que el orden social católico presupone, tanto como la moral individual, el respeto del orden natural. De ahí las primeras condenas de Pío IX y León XIII hasta las de Pío XII contra el socialismo y el comunismo, destructores y violadores de los "fundamentos naturales del orden social". Por eso es inexacta la afirmación de ciertos autores actuales de que bastaría que el comunismo dejara de ser ateo para que su condena por la Iglesia quedara sin efecto.

(6) En el sentido filosófico de la palabra. Cfr. supra. VERBO, números 3, 4, 5 y 6.

(7) Mateo, VII, 21.

(8) Cfr. R. P. Thomas, "Opus", cit., pág. 567: "La Ciudad no le sirve más que porque sirve realmente a los hombres, porque les permite llegar libre y totalmente a Él.

(9) Cfr. las lamentaciones del mismo Dios en la Sagrada Escritura: "Este pueblo que me honra sólo con los labios."

(10) Pío XII, Cincuenta aniversario de Rerum Novarum (1 junio 1941).

(11) Ibid.

(12) "A mayor gloria de. Dios".

(13) Opus, cit., pág. 568.

(14) No se construye el Reino de Dios. Semejante empresa cae fuera de la Acción Católica propiamente dicha. La labor de la que aquí hablamos no se confunde con la "construcción del Reino de Dios". Lo que explica y justifica su carácter de acción cívica.

(15) No creemos inútil hacer observar que no tomamos aquí una orientación nueva. Lo que precede y lo que sigue no es más que la refundición del viejo VERBE, 5-6. Y diversos parágrafos del presente estudio son casi tan antiguos como la Cité Catholique. No han cesado nunca de alimentar el trabajo doctrinal de nuestras células.

(16) Permítasenos recordar lo que escribimos en VERBE, núm. 5-6, págs. 19 y 20: "Guardémonos de divinizar cosa alguna, es decir, de transformar nada en absoluto en el orden temporal...; guardémonos de interponer entre Dios y nosotros la mampara engañosa, siempre naturalista, de tal concepción ideal de la sociedad perfecta, que aparecería como la meta de nuestros esfuerzos colectivos, sociales o políticos. Sociedad ideal, es decir, ciudad de la tierra, que aparecería como un fin absoluto en sí misma... Sociedades ideales tan variadas, tan contradictorias, como el error, pero que tienen por carácter común el de ser presentadas como el punto culminante de las posibilidades humanas, el punto donde todo se fija, donde todo se detiene, donde nada parece necesario retocar, donde todo entra en reposo... Sociedades ideales que tienden a sustituir a Dios, ciudades terrenas que querrían ser como la Ciudad de Dios, espejismo satánico".

Hallamos recientemente en la alocución de su Eminencia el Cardenal Feltin a los miembros de las Asambleas francesas un toque de atención contra esta "divinización" del orden temporal.

La esperanza del Cielo... "os impide, en efecto, hacer de vuestra labor, de vuestra misión, un absoluto. Sois de la Ciudad de este mundo y procuráis con ardor promover su progreso. ¡Pero esperáis otra! ¡Estos hombres, por el bien de los cuales trabajáis, están también llamados a otro destino, distinto que el destino temporal de la sociedad en la que viven bajo vuestra guía! Vosotros no podéis subordinarlo todo a la Ciudad que construís. Hay una profunda libertad que hace falta salvaguardar en vosotros y respetar en ellos. No es para dañar la sinceridad de vuestra vocación ni a la eficacia de vuestra acción, es para conocer los límites y saber que no debéis ser esclavos de una política, ni siquiera de la política..."

(17) Opus, cit., pág. 565.

(18) Pío XII, cfr. supra.

(19) Pío XII, ibid.

(20) Lo subrayamos en VERBE, núm. 98 (Para una doctrina católica de la acción política y social): Hace falta dejar a los hombres en la esfera de sus respectivas competencias prácticas, en las redes sociales a las cuales pertenecen, pero esclarecer sus competencias mediante una sólida formación social.

(21) Se comprende por qué hemos comenzado esta "Introducción a la Política" por un estudio de los Universales. La sabiduría del "realismo integral", que capta en lo real tan perfectamente las nociones inteligibles universales corno los datos sensibles concretos, es una sabiduría que resulta indispensable en el plano político (cfr. VERBO, números 3, 4, 5 y 6).

(22) 4 enero 1905.

(23) "El texto continúa así: "... Pero la Iglesia, en su larga historía, siempre y en toda ocasión ha demostrado luminosamente que posee una virtud maravillosa de adaptación a las condiciones variables de la sociedad civil; sin poner nunca en peligro la integridad o la inmutabilidad de la fe, de la moral y salvaguardando siempre sus derechos sagrados, se pliega y se acomoda fácilmente en todo lo que es contingente y accidental a las vicisitudes de los tiempos y a las nuevas exigencias de la sociedad".

(24) Con estas palabras, "orden-natural", "reglas naturales", "leyes eternas", se entiende que el orden fundamental y divino de que aquí hablamos es muy diferente y a veces incluso contrario al que corrientemente se llama "orden establecido", el orden de facto (accidental) de las instituciones humanas en medio de las que vivimos. El orden de las cosas, el orden natural del que aquí nos ocupamos, es el orden esencial, el Orden (con O mayúscula) impuesto por Dios en su creación, y como este plan de Dios se aplica particularmente al mundo en que vivimos, el orden del mundo (por su aplicación) se ocupa más especialmente de las leyes instituidas por Dios para este mundo; el conjunto de la leyes naturales que siguen este conjunto de naturalezas creadas que constituye más particularmente el mundo.

(25) Summa Teologica, IIa, IIaI. Question LV000, art. 7.

(26) Cfr. Pío XII, supra.

(27) Citado en "Le Messagère du Cœur de Jésus", enero, 1941, página 48. Apostolado y medio social.

(28) Cuando S. S. Juan XXIII advirtió al mundo de los grandes peligros que corre, ¿no se dirigió en primer término, para remediarlos, a los "hombres de bien" y a los "Jefes de Estado" colocados en la gobernación de los pueblos y las naciones, que soportan las más graves responsabilidades en las Asambleas nacionales e internacionales, a fin de que se orienten con decisión hacia la salvaguardia de la justicia y de la libertad?

(29) Sobre este punto existe un excelente folleto —"A reculons"— editado en Lille por René Guiard, 2, rue Royale ("Reflexiones de un amigo", publicadas por E. du Passaje). Citado en nuestra obra La Famille, pág. 132 y sigs.

(30) Cfr. en el precedente estudia las citas de San Juan Eudes y de San Alfonso Mª de Ligorio.

Esa importancia de las instituciones sociales la ha puesto de relieve su Eme. el Cardenal Feltin en su Conferencia al Congreso Internacional de "Pax Christi (28 octubre 1960).

Hablando de la preocupación de la Iglesia por los países subalimentados: "¿A qué título, dice el Cardenal, ejerce la Iglesia esta solicitud? ¿Supliendo las lagunas de la hora presente, el Episcopado y los Seglares estrechamente unidos ejercen respecto a los países depauperados el papel del antiguo defensor civitatis? Puede ser. Pero seguramente por una razón más esencial: la responsabilidad moral permanente de la Iglesia respecto de las realidades temporales.

En tanto es una sociedad espiritual ante toda, la Iglesia, que encarna y continúa a Cristo sobre, la tierra, goza de todas sus prerrogativas: ¿Cristo reina? Su realeza no se limita a lo espiritual, sino a todos los valores creados. ¿Cristo juzga? Sólo la Iglesia, hablando en nombre del Señor, está facultada para juzgar el valor humano de las instituciones y de las acciones realizadas por la sociedad o por los individuos...

Por, su misión —salvar al hombre totalmente y salvar a todos los hombres, salvando la Comunidad humana—, la Iglesia no puede ni debe evadirse de este mundo en fermentación; debe velar de cerca por las condiciones económicas, culturales, sociales, que condicionan ampliamente sus posibilidades de recibir la gracia de lo alto."

(31) Cfr. la imagen empleada por S. S. Juan XXIII en el texto citado en exergo: "... englobar todo y penetrar todo lo que viene del rocío del cielo y de la fertilidad de la tierra".

(32) Después de haber exhortado el "humanismo de la cruz", camino de la santificación para todos, los Obispos de los Países Bajos, en su "Carta colectiva" de 1953, añaden: "No se sigue que el cristiano, a causa de esta orientación sobrenatural y de esta regeneración en Cristo, niegue o minimice los valores de la naturaleza o de las fuerzas y virtudes naturales...; es por lo que no tenemos que ceder a nadie en la estima por las virtudes naturales, como son el sentido social, el patriotismo, el sentido cívico, la piedad, la firmeza de carácter. Al contrario, el orden de la revelación les confiere un valor muy superior y la cruz les da una fuerza mayor."

(33) Cfr. en nuestro precedente estudio la larga cita que hemos hecho del P. de Montcheuil, S. J.

(34) Se lee en la Carta colectiva del Episcopado holandés de 1953: Vuestros Obispos deben aquí limitarse a proclamar la doctrina y a estimular la acción. La Santa Iglesia tiene su propio campo. Establece las normas y los principios de la moralidad y, comprendidos en éstos, los de la actividad social y económica, pero debe dejar la reglamentación técnica y las aplicaciones concretas a aquellos que en la vida cívica y social tienen competencia y ministerio para eso.

Da, según palabras de Pío XI, "las directrices claras que enseñan el camino para asegurar el feliz progreso de la sociedad", pero es a sus miembros a quienes corresponde aplicarlas "según las condiciones de lugar, de tiempos y de los pueblos". Es, pues, la labor propia de los seglares y, en particular, de las organizaciones sociales católicas, es a ellos a quienes corresponde estudiar y discutir conjuntamente para llegar a una aplicación armónica de los principios .y realizar así, en lo concreto la doctrina social de la Iglesia.

(34) VERBO, núms. 8, 9-10, 11 y 12, 2ª parte de la Introducción a la Política.

(36) ¿Quién no recuerda los términos de la entrevista que en abril de 1856 Mons. Pie tuvo con Napoleón III? Como el Ilustre Obispo le hizo observar que la Constitución del Imperio "estaba lejos de ser la adecuada a un Estado cristiano", el Emperador le interrumpió: ¿Creéis, le dijo, que la época en que vivimos admite ese estado de cosas y que ha llegado el momento de establecer este reino exclusivamente religioso que me pedís? ¿No creéis que esto sería desencadenar todas las malas pasiones? Señor, respondió Monseñor Pie, cuando los grandes políticos como vuestra Majestad me objetan que no es llegado el momento, yo no tengo más que inclinarme, porque no soy un gran político. Pero soy Obispo, y como Obispo yo os contesto: ¿No ha llegado el momento de que Cristo reine?, ¡pues bien, entonces tampoco ha llegado el momento de que los Gobiernos duren!