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El campesinado

En los países donde existe, en Francia particularmente, el campesinado constituye uno de los elementos de civilización más dignos de interés[1]. Profundamente acomodados a las necesidades y a la naturaleza del hombre, así como, a la doctrina, social de la Iglesia, fruto de la más estrecha y rigurosa alianza entre la propiedad, el trabajo y la persona misma del hombre, el campesinado es uno de los más preciosos reguladores de la vida de un pueblo; es una especie de "humus" nutritivo en el que las raíces de la nación pueden sumergirse sin agotar su bienhechora virtud.

Ahora bien, es una de las partes del edificio social de las más amenazadas hoy, en primer lugar, por la ignorancia de los mejores, pero también por la acción de instituciones perversas. En los "planes" oficiales la explotación familiar campesina no es admitida más que en las regiones de cultivo pobre y, por tanto, poco dignas de interés[2]; ¿no es el campesinado, para muchos una supervivencia de tiempos pasados? ¿No es perder el tiempo ocuparse de una categoría poco "dinámica" por naturaleza, a expensas de otras más eficaces?

Es, pues, necesario establecer la sana doctrina, sin debilidad ni concesión. Hay que devolver al campesinado, con su dignidad y prosperidad, la posibilidad de dar a los hombres el alimento del cuerpo y formarlo de nuevo para el servicio dé Cristo-Rey y el bien de las naciones, de Santa Genoveva, Santa Juana de Arco, San Vicente de Paul, Cathelineau, San Juan María Vianney, San Pío X, por no citar otros.

 

EL ORDEN CAMPESINO

"A pesar de todas las dificultades, el trabajo de los campos representa todavía el orden natural querido por Dios, es decir, que el hombre debe por su trabajo dominar las cosas materiales y no que éstas le dominen a él".

Pío XII, 15 de noviembre de 1946.

Forma de civilización, el campesinado es difícil de definir en función de criterios sociales simples, como el terreno o el oficio.

Se puede, sin embargo, precisar, en primer lugar, lo que no es: el campesinado no es ni el mundo rural ni la profesión agrícola. El campesino es agricultor, pero hay muchos agricultores que no son campesinos: es el caso de la mayoría de los propietarios, gerentes o granjeros de grandes explotaciones con organización industrial, con mano de obra obrera proletaria. En cuanto al mundo rural, incluye a todas las personas cuya actividad se dedica a la agricultura, es decir, no solamente a los cultivos, sino también a los comerciantes de simiente o abono, veterinarios, notarios, médicos, maestros, que no son de ninguna forma campesina.

El campesinado no es tampoco una clase social, definible por condiciones de salarios, por el importe de renta, por un nivel mediocre de instrucción, ¡por un género de vida bajo y tosco. Si la política revolucionaria ha buscado desde hace siglo y medio, y realmente lo ha conseguido, el empobrecimiento de la agricultura y especialmente del campesinado, hasta el punto de que éste está en trance de desaparecer, no hay que tomar esta situación como un carácter propio de esta clase. Había bajo el Antiguo Régimen una nobleza campesina que no figuraba en la Corte, pero que enviaba a sus hijos a los ejércitos del Rey y, por lo demás, trabajaba sus tierras, a veces con sus propias manos. Durante el siglo XIX, y hasta comienzo del XX, existían "burgueses del campo" que, habiendo pasado por colegios, leían el latín y a veces el griego mejor que nuestros bachilleres de hoy; tenían caballos y coche para asistir a misa los domingos, pero durante la semana,, encargándose de una parte de sus propiedades, llevaban una vida igual a la de sus arrendatarios y granjeros, que cultivaban el resto. Todavía hoy hay sensibles diferencias entre los campesinos. Los hay también instruidos y analfabetos; los unos y los otros son campesinos.

Si buscamos ahora los caracteres muy particulares del campesinado que nos permitan ver en qué se diferencia de las otras clases de la nación, encontramos que uno de los más apreciables es la casi imposibilidad de que pueda llegar a ser campesino una persona que no lo es. Hay en todas las otras categorías de la sociedad una intercambiabilidad casi total. De un hombre cualquiera, bajo reserva de sus capacidades físicas e intelectuales, se puede hacer un funcionario, un ingeniero, un obrero industrial, un abogado, etcétera; pero hacer un campesino es completamente diferente. El "retorno a la tierra" es una fórmula seductora, pero ¿en cuántos fracasos se han convertido los ensayos de su aplicación?[3].

Pero si no se llega a ser campesino, el que lo es continúa siéndolo siempre. Hay pocas dinastías de banqueros, de magistrados, de médicos, incluso de destacados industriales que sobrepasen tres o cuatro generaciones; los comerciantes anuncian con orgullo que su "casa" ha sido fundada hace ochenta o cien años, pero del campesino, en general, nadie puede decir de cuándo data su "casa", en qué tiempo lejano sus antepasados se instalaron en la propiedad que él cultiva, o al menos en el pueblo que habita. No son raros los casos en que sus apellidos, llevados ya por antiguos "labradores", ascendientes suyos, figuran en los más antiguos registros parroquiales.

De este lazo, que se podría llamar orgánico, entre el campesinado y la tierra, resultan otras dos características que permiten precisar aún más lo que es el campesinado y hacer evidente su destacado valor en la sociedad.

a) La economía campesina es esencialmente una economía familiar

Familiar en el tiempo, pues presenta una continuidad, por así decir, indefinida de generaciones a través de los siglos, es también familiar de padres e hijos. La extensión limitada del dominio, permitiendo el trabajo a un número de personas limitado a los miembros de la familia, aumentado a menudo con uno o dos de sus parientes próximos, con la ayuda a veces de un empleado, donde este precioso auxiliar existe todavía; por otra parte, la diversidad de tareas elementales permite utilizar a cada uno en lo que su edad, su sexo y su fuerza le permiten hacer, ¡Qué mejor amiento de unidad familiar que este trabajo común y compartido bajo la autoridad del jefe de familia!

Cuando llega un trabajo excepcional que, por su importancia o su urgencia, sobrepasa las posibilidades de la familia sola, existe entre vecinos un intercambio de servicios, gracias al cual cada uno llega fácilmente a finalizar su tarea. Y así la célula familiar toma asiento por una amistad, forma de amor al prójimo, en la comunidad de la aldea o del pueblo, primero de los elementos intermediarios en el orden social.

"Vuestras familias no son solamente una comunidad de consumo de bienes, decía Pío XII el 15 de noviembre de 1946, sino también y sobre todo una comunidad de producción... Vosotros constituís con vuestras familias una comunidad de trabajo. Vosotros sois también, vosotros y los vuestros, compañeros y asoldados de una comunidad de trabajo".

b) La economía campesina tiene un carácter de economía independiente

Se ¡puede decir, en efecto, que, en recompensa de la duradera y laboriosa fidelidad del hombre, la tierra se ofrece a darle todo lo que él necesita físicamente para vivir. Cualquier otro "productor", incluyendo comerciantes, funcionarios y otros "improductivos", "depende" en toda su vida del conjunto de sus semejantes, está "ligado" a ellos por sus necesidades, pues no puede satisfacerlas sin su ayuda. "El panadero me ha dicho en sueños: "Hago tu pan"..."

Los ciudadanos se han dado perfecta cuenta durante la última guerra, y ahora también, cuando una huelga de transportes, de minas, de electricidad interrumpen el abastecimiento, la calefacción o el alumbrado de pequeñas o grandes ciudades, su "dependencia" se hace sentir con fuerza.

Se puede concebir, al contrario, que la familia campesina, y con más razón un grupo campesino, podría, si fuera necesario, proveer por sus propios medios de su alimento, sus vestidos y su alojamiento, sin necesitar ayuda de ningún servicio exterior.

¿Es necesario precisar que éste no es el modo de vida que preconizamos para el campesinado? Sería absurdo, inhumano, contrario, por otra parte, al orden querido por Dios, hacer del campesinado una "clase" separada, una "casta" aislada del resto de los hombres, negándose a aprovecharse de las ventajas del perfeccionamiento de la industria y de una sana división del trabajo. Han pasado los tiempos en los que la familia campesina debía hilar y tejer la lana de sus corderos y cortar sus zuecos en los bosques de castaños (había ya en la Edad Media tejedores y almadreñeros para aliviarles de tales tareas).

Pero la simple posibilidad para ella de obtener directamente del propio trabajo de sus miembros los elementos básicos de su alimentación y un cierto número de otros bienes, le da una situación especial en la vida moderna, gracias a la independencia que esto le permite frente al dinero, frente al poder del dinero. Incluso frente a la tiranía de un Estado totalitario, el campesino se encuentra; en una dependencia menos completa y absoluta que el obrero de fábrica, el intelectual o el ex-burgués.

Independencia, trabajo familiar, unión a la tierra, tales se nos presentan las características del campesinado.

Ni una clase social, ni un oficio, y, sin embargo, un elemento; vivo, netamente distinto en el conjunto del cuerpo social de la ; nación. Siente uno la tentación de hablar de un "Orden de Campesinos", por analogía con el "Orden de la Nobleza" y el "Orden del Clero" de la antigua Francia. Los órdenes se distinguen no sólo por los servicios prestados a la nación, sino por sus cualidades y virtudes propias, o por el grado particular al que su modo de vida da cualidades y virtudes comunes.

Aparte de los campesinos, desde el punto de vista: del pan cotidiano ganado "con el sudor de la frente" (es decir, dejando a un lado el conjunto de todo el pueblo de servidores de Dios, sacerdotes seculares, religiosos y religiosas, todos hoy pobres e incluso ""mendigos", para los que no hay S. M. Y. G.[4] ni "mínimum vital" y que están fuera del "círculo económico"), aparte de los ' campesinos, no hay más que asalariados, del presidente de la sociedad anónima al barrendero de la calle, o comerciantes, especula- 1 dores en bolsa o vendedores ambulantes, con algunas "rentas'' todavía, últimos representantes del "Capital" carcomido"1 por las guerras y falsificaciones monetarias. ¡Qué sentimiento de dependencia, en el que se ven colocados, deben darles los acontecimientos, a veces los más lejanos, que ellos imaginan poder resistir en su profesión, en sus salarios, sus beneficios, sus cupones, es decir en sus medios de subsistencia; y también, los actos, palabras, y teorías de los hombres que ellos creen capaces de actuar en un sentido o en otro, sobre la marcha de las cosas! ¿Cómo conservar un juicio sereno y seguro sobre las gentes que les prometen, a fuerza de razones y palabras imaginadas[5], mejorar su suerte o, por el contrario, les hacen temer paro forzoso, pérdidas y miserias? Pero entre los campesinos, y sobre todo en una reunión de campesinos, ni el anuncio de la edad de oro desencadenará el entusiasmo, ni la previsión de catástrofes, como la inundación, la helada, el granizo o el incendio, producirá pánico. Su independencia material les permite una independencia de juicio, gracias a la cual pueden valorar a los hombres según los servicios que llevan a cabo, y el valor de las teorías según el conocimiento adquirido por propia experiencia. También los campesinos se muestran casi siempre más lentos en su apreciación, pero más firmes en su juicio[6].

En cuanto a la especial cohesión de la familia campesina, es todavía, a pesar de los duros ataques que le ha dirigido la legislación individualista de la Revolución, demasiado evidente para que sea necesario insistir más en ello. Mientras que en la vida de las ciudades el hogar no es más que un alojamiento común, donde por la noche padres e hijos se encuentran después de una jornada transcurrida en actividades diferentes y, en general, sin unión entre ellos (y este resto de unión la Revolución lo destruye también cuando se realiza plenamente)[7], el trabajo familiar bajo la dirección del padre, la colaboración, continua, la transmisión de la experiencia de generación en generación tienden a crear en la familia campesina una incomparable cohesión. Y mientras en la casa de los antepasados se mantenga el espíritu de la familia, se ejercerá un fuerte atractivo sobre los hijos que se fueron lejos.

Pero lo que caracteriza más especialmente al campesinado es, sobre todo, el estrecho vínculo del trabajo que le une a la tierra. Trabajo particular, porque produce bienes directamente utilizables y porqué el resultado se deriva de manera tangible del esfuerzo realizado por el hombre y de la experiencia que en él ha puesto. "La tierra no miente", no promete lo que no podría dar, pero no niega su fertilidad. Por otra parte, la tierra no engaña, no da buenas cosechas con malas semillas, no ofrece sus riquezas a un labrador superficial y sólo de apariencias.

La tierra no es sensible a los bellos discursos ni a las relumbrantes teorías, tiene sus leyes y quiere que las respeten. El más orgulloso debe someterse al ritmo de las estaciones, a la naturaleza de los suelos, a la situación de los terrenos y a otras muchas exigencias, cuya observación se manifiesta por las costumbres y usos de la sabiduría campesina.

Escuela de humildad por la sumisión a las leyes de la naturaleza, es decir, a una de las formas del orden querido por el Creador; escuela de verdad por el cuidado aportado a la ejecución de cada parte del trabajo; la unión del campesino con la tierra da también a éste el gusto de la estabilidad, pues él no abandonará con agrado su explotación, no dejará gustoso el terreno cultivado por sus padres, y si se ve obligado a ello por las circunstancias lo hará siempre a regañadientes.

Quede bien entendido que no pretendemos, de ninguna manera, que la virtud de la humildad, el sentido de la verdad, el gusto de la estabilidad, el espíritu familiar, la seguridad de juicio sean patrimonio exclusivo de los campesinos. No decimos, por otra parte, que todo campesino sea por naturaleza un modelo de todas estas virtudes. Son hombres como los demás y expuestos como todos a las tentaciones de mentira, egoísmo y orgullo. Hacemos constar solamente que están, por su estado de campesinos, mejor defendidos que los otros contra estas tentaciones y como obligados por él a practicar las virtudes contrarias.

iOh!, si miramos de cerca el campesino actual no encontraremos en él un cuadro sobrenatural de desintereses ni de caridad. No olvidemos que sobre él, como sobre nosotros, pesa más de siglo y medio de instituciones individualistas y materialistas y que el abatimiento, la desunión, la desmoralización que de ellos resultan no han dejado al campesino al abrigo de sus estragos. Los golpes que se le han dado no han podido menos de aminorar sus cualidades y de agravar los defectos contrarios.

Más cerca de nosotros, el trastorno económico de la guerra y de la ocupación y la práctica generalizada del mercado negro, que entrañan un enriquecimiento ficticio y malsano, inmediatamente transformado en empobrecimiento real y desastroso por las tasaciones excesivamente bajas, han acentuado y precipitado la desmoralización de los campesinos.

No obstante, desde 1789, durante el siglo XIX y principios del XX, el campesino se ha detenido, ha sido más lento que las otras partes de la nación en perder sus valores propios. Ha continuado durante ciento cincuenta años siendo el gran depósito de fuerzas sanas, el gran elemento de estabilidad, de buen sentido y, sobre todo, de fe cristiana en Francia. Esto muestra, mejor que todo razonamiento, que encuentra en sí mismo una solidez, una capacidad de resistencia particulares.

Y vemos en esto cuan legítima esperanza se puede tener en los campesinos restablecidos en su prosperidad, su dignidad y su valor social para la restauración cristiana de Francia y de las naciones.

 

LA IGLESIA Y EL CAMPESINO

 

Hasta una época muy reciente, las enseñanzas de la Iglesia no habían hecho mención especial de las cuestiones referentes a la vida agrícola y a la suerte de los campesinos; el trabajo de los campos era antiguamente la principal actividad de los hombres, no había problema de deserción ni de la equilibración entre la economía industrial y la agrícola; en una sociedad organizada, siguiendo las tradiciones adquiridas durante dieciocho siglos de cristianismo, la observación de los mandamientos bastaba para regular las relaciones entre los hombres y las corporaciones.

En el siglo XIX, la industrialización capitalista comienza a modificar la relación de los valores, pero la vida de los campos continúa el ritmo antiguo, y es entonces cuando, refiriéndose al trabajo de los campesinos, León XIII justificaba, en la primera parte de la Encíclica "Rerum novarum", el derecho de propiedad, consecuencia del trabajo.

"... aquellas cosas que son necesarias para conservar la vida, o más todavía, para perfeccionarla, las suministra ciertamente la tierra con suma largueza; pero no podría por sí misma hacerlo sin el cultivo y el cuidado de los hombres. Ahora bien, como quiera que el hombre, para obtener los bienes de la naturaleza, debe emplear el ingenio de su mente y las fuerzas de su cuerpo, por el mismo hecho hace suya aquella parte de la naturaleza corpórea que él cultivó y en la que dejó impresa como cierta huella de su persona, hasta el punto de que es completamente justo el que posea aquella parte como suya propia..."

"... el campo cambió por completo de condición por virtud del trabajo y del arte del cultivador, transformándose de silvestre en fructífero, de infecundo en feraz. Todas estas mejoras sé adhieren y mezclan con la tierra tan profundamente que, de ordinario, es absolutamente imposible separarlas".

El lazo íntimo, profundo, orgánico, que el trabajo crea entre el cultivador y la tierra cultivada, ha sido descrito por el Soberano Pontífice de manera tan objetiva y conmovedora, que no se podría definir mejor, en su origen mismo, este carácter esencial y primordial del campesinado.

Más recientemente, el 15 de noviembre de 1946, el Papa Pío XII proclama que "el trabajador del campo representa, todavía el orden natural querido por Dios, es decir, que el hombre debe, por su trabajo, dominar las cosas materiales y no que éstas le dominen a él". ¡Qué eminente dignidad para un campesino sano y cristiano representar en nuestro mundo, dominado por el, materialismo, el orden natural querido por Dios!

El 31 de agosto de 1947, considerando todo lo que entraña de bueno para el hombre esta participación directa en el plan divino, Pío XII declaraba también: "No se sabría decir... cómo el trabajo de la tierra es en sí generador de salud física y moral, pues nada tonifica tanto al cuerpo y al alma como el beneficioso constado con la naturaleza, salida directamente de la mano del Creador. La tierra no engaña, no está sujeta a caprichos, a espejismos, a los atractivos artificiales y febriles de las ciudades tentaculares. Su estabilidad, su curso regular y sabio, la majestuosa paciencia del ritmo de las estaciones son como reflejos de los atributos divinos".

Sin embargo, en nuestros días, la desintegración social, pollina parte, y el predominio dado, por otra, a la industria y el comercio en la política económica de las naciones, desvalorizan al campesinado, le minan materialmente y le corrompen moralmente, poniendo en peligro su propia existencia. Así, la voz del Soberano Pontífice se ha levantado muchas veces para defender a las familias campesinas y a su trabajo, elogiando su mérito y valor a fin de poner de relieve la necesidad de su conservación y restablecimiento.

a) Valor familiar

"No olvidéis, decía Pío XII el 27 de febrero de 1952 a los miembros de la Confederación Italiana de Agricultores, que la base sólida de la economía y el bienestar de los miembros de vuestra Confederación es la familia. Esta es la fuente de vuestra fuerza física y moral, el secreto de vuestra influencia e importancia en el Estado y en la política. Vuestra organización y la familia caminan juntas, la decadencia de la una entraña la de la otra".

El primero de junio de 1941 había declarado: "Entre todos los bienes que pueden ser objeto de propiedad privada, ninguno está más conforme con la naturaleza, según enseña la «Rerum Novarum», que la tierra, bien sobre el cual habita la familia y cuyos frutos la proveen totalmente, o al menos en parte, de lo necesario para vivir. Y es permanecer en el espíritu de la «Rerum Novarum» afirmar que, por regla general, esta estabilidad en la propiedad de un bien territorial hace de la familia la célula vital más perfecta y fecunda de la sociedad; esta posesión reúne en una progresiva cohesión las generaciones presentes y las venideras".

b) Valor social

Del valor familiar del campesinado se desprende su valor social, así lo decía Pío XII a los agricultores italianos el 15 de noviembre de 1946: "Es en este arraigamiento profundo, general, completo y, por tanto, tan conforme a la naturaleza de vuestra vida familiar en lo que se basa la fuerza económica, así como en los tiempos críticos la capacidad de resistencia de la que estáis dotados; por otra parte, vuestra importancia, basada en el buen desenvolvimiento del derecho y del orden público y privado de todo el pueblo, y, en fin, la indispensable tarea a la que habéis sido llamados, ya que debéis ser el origen y engranaje de una vida pura, moral y religiosa, hace de vosotros un vivero de hombres sanos de alma y cuerpo para todas las profesiones, para la 'Iglesia y para el Estado".

Diez años más tarde, el 11 de abril de 1956, un nuevo elogio: "La clase agrícola ha sido y es todavía la base de la vida de la nación, sea por la importante contribución que le aporta, sea por la salud, el vigor y la moralidad de que está enriquecida".

El 31 de agosto de 1947, hablando "del equilibrio y, más aún del desorden en que se encontraba sumergida la economía mundial, y junto a ella, la civilización y la cultura", el Papa señalaba, como una de las causas "el deplorable desafecto, cuando no desprecio, respecto a la vida agrícola y a sus múltiples y esenciales actividades...".

Y añadía: "¿ No es significativo oír levantarse, como un grito de alarma de las regiones industriales, una llamada a la formación en los campos de una población campesina sana, fuerte, profunda e inteligentemente cristiana, que sea como un dique infranqueable contra el cual venga a estrellarse la creciente ola de corrupción física y moral?".

c) Valor religioso

Acabamos de ver cómo Pío XII designa al campesinado como- "un vivero ... para la Iglesia ..." Y es así, en efecto, como las familias campesinas se han revelado siempre como un medio más selecto para la aparición de vocaciones religiosas, la "crisis" de estas vocaciones se agrava a medida que se degenera, se empequeñece y proletariza el campesinado.

Pero yendo más lejos, el Soberano Pontífice describe magníficamente el espíritu religioso como la base esencial de lo que él llama "la verdadera civilización rural": "... el espíritu de trabajo, la sencillez de la vida y pureza de las costumbres, respeto a la autoridad, empezando por los padres, amor a la patria y fidelidad a las tradiciones que se han reconocido a través de los siglos fecundas y bienhechoras, la rapidez en ayudarse no sólo en el círculo familiar, sino de familia a familia, de casa a casa, y, en fin, este valor sin el cual los valores enumerados no tendrían ninguna consistencia, perdiendo toda su importancia, y se reducirían a una actividad de lucro desesperada: el verdadero espíritu religioso. El temor de Dios, la confianza en Dios, una fe viva, que encuentra su expresión cotidiana en la oración en común de la familia, deben regir y conservar la vida de los campesinos: la Iglesia debe ser el corazón del pueblo, el lazo sagrado que, siguiendo las santas tradiciones de los padres, de domingo en domingo reúna a los habitantes para elevar sus almas por encima de las cosas materiales en alabanza y servicio de Dios, para pedirle la fuerza de sentir y vivir cristianamente todos los días de la semana que empieza".

¡Cómo podríamos terminar mejor esta enumeración tan incompleta de textos pontificios sino con algunos pasajes de la más admirable y emocionante exhortación, que S. S. Juan XXIII dirigía el 22 de abril de 1959)[8] a los miembros de la Asociación Italiana de Cultivadores Directos (propietarios-cultivadores, colonos y granjeros)!:

 

"Queridos hijos e hijas:

"iAMAD LA TIERRA! Nos os decimos en primer lugar. Ella es el lazo dulce y fuerte que, además del de la familia, os une estrechamente a vuestro lugar de origen y trabajo y a todos los recuerdos que contiene y que se transmiten como una herencia sagrada de generación en generación. Es muy cierto que cultivar la tierra, como consecuencia del pecado-original, exige fatiga y trabajo..., y es igualmente cierto que la renta que produce es desproporcionada al trabajo realizado, empujando a menudo a buscar en las ciudades una existencia con ventajas económicas más inmediatas, aunque no siempre seguras.

"Así, teniendo confianza en que gracias al estudio continuo del problema rural y a la buena voluntad de los que tienen el deber de proveer soluciones inmediatas será posible remediar las dificultades actuales, Nos os decimos: ¡amad la tierra!, madre generosa y austera, que encierra en sus senos los tesoros de la Providencia, Amadla, porque hoy más que nunca se extiende una mentalidad peligrosa que amenaza los valores más sagrados del hombre, encontrad en ella el marco sereno para el desenvolvimiento y salvaguardia de vuestra personalidad completa, amadla, porque con su contacto y vuestro noble trabajo, vuestro espíritu podrá más fácilmente mejorarse y elevarse a Dios...

"... ¡AMAD A LA FAMILIA! Es el segundo pensamiento que Nos os ofrecemos. Sin este amor todo lo que Nos os hemos dicho anteriormente no tendría significación completa. El apego a la tierra no se comprende ni se aprecia más que en el amor de la propia familia, en la cual descansa el secreto de la integridad y la fuerza de cada nación. El abandono de los campos lleva consigo, como consecuencia directa, una herida y a veces una disgregación de la institución familiar, con la adopción de mentalidades y hábitos que le son perjudiciales...

"... ¡Amad, pues, a la familia! Nos dirigimos especialmente a las mujeres campesinas... El mejoramiento deseable de las condiciones de trabajo y de renta, el esfuerzo para el enriquecimiento cultural y espiritual deben tender únicamente al completo desarrollo de la vida familiar. Así, vuestra gloria, vuestra sana ambición debe ser tener una familia sana, honesta, trabajadora, sobre la cual pueda posarse con complacencia la mirada de Dios...

"¡AMAD A LA IGLESIA! Queridos hijos e hijas, como último pensamiento Nos os decimos: ¡Amad a la Iglesia! A través de los siglos ha encontrado siempre en las poblaciones campesinas el elemento sólido y capaz con el que ha formado la mayor parte de sus sacerdotes y de sus santos. Mientras que en estos últimos siglos, con el debilitamiento del esplendor de la fe y del «sentire cum Ecclesia», la estima por el alto don de la vocación religiosa y eclesiástica se ha perdido, la aportación de los campesinos al orden sacerdotal ha sido y es irreemplazable. De la misma forma, como consecuencia evidente, es en las familias campesinas donde el Señor ha querido escoger un gran número de sus santos, como flores las más perfumadas ... Nos bastará citar, en razón de circunstancias propias del momento, al santo cura de Ars, cuyo centenario de su muerte se ha celebrado este año, a D. Bosco, al que se le ha consagrado una Iglesia en Roma hace algunas semanas; a San Pío X, conducido temporalmente, en medio de una multitud fervorosa, a su querida Venecia. Conservad, pues, intacto este precioso espíritu religioso, que es vuestro mejor tesoro. Alimentad el deseo de conocer cada vez mejor la enseñanza materna de la Iglesia, que puede dar una respuesta de certeza tranquilizadora a todas vuestras preguntas; sed fervientes defensores de su doctrina social, pues de ella podéis sacar luz y reglas seguras".

 

RESTAURAR EL CAMPESINADO

"Se puede decir hoy que el destino de la humanidad está en juego, ¿Se llegará, sí o no, a proporcionar mejor esta influencia (de la economía capitalista industrial), de forma que se conserve en la vida espiritual, social, económica del mundo rural su fisonomía propia, asegurándole en la sociedad humana una acción, si no preponderante, al menos igual?

Pío XII, 2 de julio de 1951

 

¡Restaurar el Campesinado que dos siglos de ideología revolucionaría ha minado![9]. ¡Empresa ilusoria, pensarán algunos,, pérdida de tiempo y esfuerzo! No se puede volver atrás; el campesinado ha representado un gran papel, lo ha cumplido, ha alimentado a la humanidad durante muchos siglos, pero hoy está superado, las condiciones económicas modernas no le permiten ya vivir; no malgastemos en querer resucitarlo los cuidados que serían mejor empleados en crear, en caso necesario, algo que pueda reemplazarlo por la práctica de las nuevas virtudes que necesita el mundo de hoy.

No es éste nuestro punto de vista: en primer lugar, porque la Iglesia, cuando, por boca de su Jefe, habla del campesino, no habla del pasado como de una humilde sirvienta que, después de haber, durante mucho .tiempo y laboriosamente, puesto su parte en la obra de glorificación de Dios, no tiene que hacer más que acostarse para morir en la tierra que ha sido bendecida a través de ella. Cuando se dirige a los campesinos, el Papa no les aconseja renunciar a su estado, buscar en otra parte trabajo con el que puedan también servir a Dios y servir mejor a su prójimo. Por el contrario, discursos y exhortaciones les recuerdan que son siempre, si permanecen fíeles a su misión, la base de la nación, el precioso recurso de la Iglesia y del Estado, el dique contra la corrupción. Les impulsa a mantenerse, a perfeccionarse, a reconquistar su puesto en el plano de su vocación terrena". Si el campesino estuviese condenado a desaparecer, la Iglesia no defendería en él la fuerza del porvenir.

Esto es bello y bueno, dirá el materialismo tecnócrata o comunista, pero el rendimiento, la productividad, la baja del precio de costo, están del lado de las grandes explotaciones capitalistas o socializadas. El campesinado no puede competir con ellas y, por muy preciosas que sean sus virtudes, está ineludiblemente condenado a desaparecer o, en todo caso, a mantenerse a título de conmovedora superviví encía y curiosidad turística, mientras "reservas" o subvenciones gubernamentales le permitan subsistir.

Felizmente, los hechos no están de acuerdo con las teorías mecanicistas y se empieza a vislumbrar que la productividad y el rendimiento no son atributos de los grandes cultivos y que la explotación familiar no está condenada a escoger entre la miseria o la desaparición.

J.-F. Gravier escribía en 1955, según una valoración de productividad agrícola hecha en 1948 por M. H. Brousse, en el "Boletín de Estadística General de Francia", que "... en 287.000 km.2 de terreno agrícola, generalmente poco fértil, Alemania producía 6.980 millones de francos-oro, contra 4.980 millones en 385.000 km.2 de territorio agrícola francés. Italia producía un 23 por 100 más que Francia por unidad de superficie; Checoeslovaquia, 17 por 100; Austria, 14 por 100 y Hungría, 7 por 100...

"Los economistas están de acuerdo en que la agricultura intensiva, propia de la horticultura, es incompatible con una buena productividad del trabajo humano, o sea, con un nivel de vida satisfactorio".

Sin embargo, M. Gravier señala que "de 1936-1938, la agricultura americana y canadiense... no alcanzaba la productividad-hombre (valor de la producción neta dividida por el número de personas activas) de la agricultura danesa u holandesa. Pues los Estados Unidos contaban con 25 trabajadores agrícolas por mil hectáreas; Dinamarca, 140, y Holanda, 225. Conviene, pues, oponer a la fórmula fantástica: «un cultivador francés alimenta a cinco personas; un cultivador americano, a 14», la verdad todavía desconocida: «en 1938, el agricultor holandés producía en cuatro "hectáreas y media tanto como el agricultor americano en 40...».

"Estos hechos, que pueden parecer extraños al neófito en economía rural, indican que la vieja explotación familiar de Europa occidental ... permanece perfectamente viable si evoluciona al ritmo del progreso técnico"[10].

Más recientemente, M. Jacques Chevalier, antiguo decano de la Facultad de Letras de Grenoble, escribía: "... en cuanto a la explotación familiar, continúa siendo la piedra angular de la economía agrícola; como testimonio, entre otros muchos, tenemos las estadísticas de más allá del telón de acero (según las estadísticas dadas por Gomulka en la octava Sesión del Comité Central del Partido Obrero Polaco, las explotaciones familiares representan en Polonia el 78,8 por 100 de los terrenos cultivados, y el valor de la producción por hectárea es de 621 zlotis, mientras que en las granjas del Estado no es más que de 393 zlotis) o también el caso de Holanda, país de pequeñas o mediad a s explotaciones[11].

No intentamos hacer decir a las estadísticas más de lo que sus cifras significan, ni pretendernos, por ejemplo, que la explotación familiar sea, en todo y en todas partes, superior y preferible a la gran explotación. Cada una tiene valor propio y debe servir al bien común según su naturaleza y sus posibilidades. Constatamos solamente que, en despecho de los economistas planificadores, la explotación familiar es perfectamente viable, que su desaparición en la gran explotación, capitalista o socializada, no es obligada por el desarrollo económico y que esta desaparición, cuando se produce, no puede ser más que el resultado de instituciones destructoras, establecidas por la perversidad o ceguera de los hombres.

A pesar de estas instituciones, que actúan en Francia desde hace más de un siglo y medio, las explotaciones familiares que existen en nuestro país son más de dos millones y se extienden a un 55,5 por 100 de la superficie cultivada. Estas cifras prueban su vitalidad y muestran que al querer restaurar el campesinado francés no pretendemos resucitar a un cadáver ni hacer revivir a un moribundo; es, ciertamente, a un cuerpo enfermo, pero todavía vivo y aferrado a la vida, al que debemos proporcionar los medios para recobrar la salud, desembarazándole de lo que le asfixia, le debilita y le corrompe.

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Combatir las causas del mal y, en el dominio material, atacar en primer lugar a lo que quita al campesinado el fundamento necesario para su propia vida, esta perpetuidad del patrimonio que asegura a la vez la unión íntima con la tierra, la solidez de la unión familiar y su independencia. Restablecer una forma de herencia que dé a la propiedad familiar la posibilidad de perdurar, de no estar sometida a la obligación de disgregarse, de destruirse, que es actualmente su suerte.

¿Cuál es el medio de conseguirlo? No es tarea nuestra ni' de nuestra competencia determinarlo con detalles. Es tarea de los interesados el estudiar y preparar las relaciones .posibles, teniendo en cuenta las condiciones locales, inspirándose a veces en las antiguas costumbres. Diversas soluciones pueden ser consideradas y no es necesario que un modo de sucesión sea aplicado uniformemente para todo y en todas partes, siempre que sea reconocido y aplicado el principio esencial de respeto a la autoridad paterna, atemperado por la justicia con que deben ser tratados todos los hijos. Sobre todo, no hay que olvidar que la familia campesina, como toda familia, pero todavía de manera más sagrada, no es una continuación de individuos que se reemplazan el uno al otro, sino que está constituida por una sucesión de hombres unidos los irnos a los otros no sólo por la misma sangre, sino de manera más fuerte, por una misma fidelidad a la tierra. De esto se desprende que la propiedad campesina no puede considerarse como ligada a un individuo pasajero, sino como unida a una prole y contribuyendo a su continuidad. Importa, pues, que las instituciones no solamente no se opongan a la transmisión, sino que respeten y .aseguren su perpetuidad.

La unión y la continuidad de la familia campesina no están ligadas solamente a la transmisión del patrimonio material constituido por la tierra y la casa, sino también a la transmisión del patrimonio moral que constituye la experiencia adquirida por la sucesión de generaciones. El trabajo secular en un terreno, bajo un mismo clima, proporciona enseñanzas que no pueden dar las mejores escuelas; éstas pueden completarlas, aclararlas y hacer más fácil su .solución. El padre debe poder transmitir a su hijo las lecciones de su propio padre, y esto sólo es posible y provechoso a lo largo de un lento y afectuoso aprendizaje del trabajo en común. Es preciso, pues, que la organización escolar no contraríe este aprendizaje y que, reservando el tiempo necesario a la adquisición de conocimientos generales indispensables a todo hombre, deje a los niños el que necesitan para adquirir estos otros conocimientos, más vitales y formativos, que son su herencia, lo mismo que la tierra ancestral.

Asegurada la transmisión de los bienes y la experiencia, es preciso, además, que el buen empleo de los unos y de la otra permita a la familia campesina vivir, es decir, encontrar en su trabajo los medios para alimentarse, satisfacer sus necesidades legítimas; garantizarse contra los azares de los malos años, obtener un nivel de vida conveniente a su estado a fin de no estar expuesta a la tentación de ir a buscar lejos de la tierra un medio de existencia más remunerador y más seguro. La situación del campesinado francés, está,- en general, hoy en día bastante lejos de este nivel, y el "mecanismo de los precios" empuja, como lo desean los tecnócratas, a los trabajadores de la tierra a las ciudades y a la industria.

La cuestión de los precios agrícolas es delicada y compleja. No podrían aportarse soluciones sanas más que en un régimen de organización "por corporaciones" de la sociedad, por contacto y acuerdos entre " organismos realmente representativos, bajo el arbitraje de un Estado independiente y obedecido y, por tanto, liberado de su parasitismo actual[12].

Como, sin embargo, esta solución no puede ser inmediata y la situación del campesinado exige un mejoramiento rápido, se debe actuar en un punto preciso, de forma que el aumento de los recursos de la familia campesina haga posible aumentar el rendimiento de su trabajo. Este es el camino que S. S. Juan XXIII propone a, los agricultores: "Este amor a la tierra no significa que se deben adoptar con tranquilidad e indiferencia métodos arcaicos que no están conformes a las nuevas exigencias, sino que se deben estudiar y aplicar los nuevos procedimientos de cultivos y trabajo al ritmo incesante de un progreso continuo. A este respecto, Nos estimamos muy oportuno el tema del Congreso de los Grupos de Juventud, con vistas a «sostener el esfuerzo de los jóvenes para asegurar a los campos las energías capaces de hacerles progresar», tema ofrecido a la buena voluntad de los jóvenes mejor preparados para estimularlos a encontrar en la tierra las razones para amarla cada vez más, como el sabio ama sus instrumentos de precisión y los perfecciona continuamente para nuevas conquistas beneficiosas.

"Si Nuestra exhortación a amar a la tierra se dirige a todos los trabajadores, está dirigida muy especialmente a los jóvenes de cuerpo sano, a los de espíritu emprendedor, a los que se les confía la continuidad y el progreso de la vida rural y, por tanto, de toda la vida nacional".

Pío XII había dicho ya el 11 de noviembre de 1956: "La naturaleza espera el ser ayudada y guiada por la inteligencia y la mano del hombre... El agricultor de hoy no puede contentarse con métodos patriarcales, sino que debe adquirir el conocimiento técnico de su profesión, dejándose guiar por los que consideran a la agricultura como una ciencia y un arte. Los jóvenes, sobre todo, deben ser estimulados a adquirir una cultura profesional moderna, proporcionándoles tiempo y medios".

Estos consejos que dos Papas han dado a los agricultores italianos son válidos para los agricultores franceses. El esfuerzo del Estado para permitir a los jóvenes campesinos adquirir esta cultura profesional es prácticamente inexistente en nuestro país con respecto a los países extranjeros[13].

Sin embargo, de nuestras escasísimas escuelas de agricultura salen jóvenes formados según los modernos métodos de explotación y al corriente de los progresos realizados, tanto por el empleo de maquinaria como para la selección de cultivo o cría de ganado. Ya sean funcionarios o empresarios, pueden ser fuente de influencia, de irradiación, de consejo y, por consiguiente, elementos de elevación del campesinado.

Uno de los más graves síntomas de la enfermedad moral que sufren las sociedades modernas, ¿no es la fiebre de dinero que invade y corroe la actividad humana? No sólo la posesión de dinero es la llave de la alegría, el medio de satisfacer las ambiciones y el objeto de deseo de la mayoría de los hombres, pero la costumbre de atribuirle todo poder tiende a hacer del dinero la medida común de todo lo que sale de la mano y el espíritu del hombre. La palabra "valor" apenas tiene otro sentido que el de "precio" de las cosas; se habla todavía, en nuestros tiempos perturbados, de "valor militar", y también se cita en los elogios fúnebres el "valor moral"; pero, cuando se trata de "valor", simplemente se entiende "precio", "valor monetario", tanto de una casa como de un cuadro, de una ¡patente de invención como de un bello mármol, de una máquina como de un raro sello de correos.

Todo es "valorable", todo se mide en unidades monetarias. Hay en esto una influencia innegable de teorías liberales y marxistas. Se estudia esta cuestión oon más detalle en la obra "El Trabajo", al que nos remitimos"[14].

Pues el campesinado nos presenta el modelo de una actividad que tiene como fui no "ganar dinero", sino crear, en colaboración directa con las fuerzas de la naturaleza, sustancias vivas necesarias para conservar la vida de los hombres. El dinero puede colaborar en ello como auxiliar de transacciones o depósitos de reservas, pero no es ni el origen de la actividad ni su fin.

La libertad del campesinado respecto al dinero se observa en la independencia que da a la familia campesina el hecho de poder obtener directamente de la tierra los bienes esenciales necesarios para su subsistencia y conservación, independencia que no pueden conocer los otros hombres, inevitablemente sometidos, para alimentarse, vestirse y alojarse, a proveedores, a los que están ligados por dependencia recíproca.

Pero hay una causa más profunda que sustrae a la tierra y al trabajo agrícola del reino del dinero: es que ni el "valor" de la tierra ni el de su trabajo pueden ser realmente valorados en dinero. El capital de una empresa industrial está constituido por los edificios de las fábricas y oficinas y por su maquinaria, cosas cuyos precios son conocidos; el valor de una jornada obrera se calcula según el número de piezas realizadas en esta jornada. En la explotación familiar campesina el trabajo no puede ser considerado independiente del capital, es decir, de la tierra. "(El hombre) hace suya, por así decirlo, la porción de tierra que cultiva y deja en ella como un sello de su persona...", ha dicho León XIII. ¿Cómo se podrá distinguir lo que pertenece al trabajo para calcular un salario y lo que pertenece a la tierra para considerarlo como capital? Del producto del trabajo una parte queda incorporada a la tierra, que sin el trabajo no tiene valor propio.

Si se añade que la sucesión regular o no de las estaciones, la alternativa de tiempos secos o lluviosos, las heladas normales o tardías, el régimen de vientos, pueden lo mismo aumentar que reducir las cosechas y modificar la calidad, ¿cómo imaginar que se pueda calcular equitativa y uniformemente un precio al trabajo que ha contribuido a obtener estas cosechas? El mismo trabajo aplicado a una hectárea de viñedo, ¿valdría lo mismo si ésta estuviese en las llanuras de l'Hérault o en la colina de Bourgogne? Y este valor, ¿sería el mismo en un buen año que en uno mediocre?

"¿Cómo determinar el valor del tiempo pasado y del trabajo empleado en hacer o reparar palas, rastrillos, mangas, muros, fosos, etc.? ¿Quién podría valorar la mano de obra cuando el hijo pequeño lleva a pastar a los gansos o las ovejas, el padre corta y prepara la leña para la caldera de los cerdos o el horno de la cocina, la comida de las gallinas, el pienso caliente de los becerros, al mismo tiempo que la comida de la familia? El descanso dominical del campesino, ¿no merece salario? Y, sin embargo, durante el paseo que puede dar, cuántas observaciones, cuántas reflexiones, de las que dependerá el trabajo del día siguiente, de la semana e incluso de la estación...

"Si el precio de la mano de obra no se puede valorar en dinero, ¿cómo establecer un precio de coste?"[15].

Un artículo reciente, aparecido en "Études"[16], muestra, la imposibilidad práctica de calcular, bien lo que la agricultura representa en la renta nacional, bien el valor corriente de la propiedad agrícola en Francia, utilizando para ello las reglas aplicables a la industria y el comercio. La materia agrícola escapa a estas reglas. Los calculadores del fisco, "que disponen de medios poderosos", no pueden calcular los "beneficios agrícolas" más que de una forma global en la mayoría de los casos. En cuanto a las estadísticas del Instituto Nacional de Estadística y de Estudios Económicos, no consiguen cifras que presenten alguna verosimilitud si no es considerando toda la agricultura francesa como una empresa única, es decir, mezclando explotaciones campesinas y cultivos industriales: trigo, vino, cría de ganado y frutos, y renunciando a considerar en sus cálculos factores tan importantes como el trabajo propio del jefe de explotación (elección de cultivos sucesivos, utilización adecuada del ganado, obligaciones fiscales, etc.).

Esta imposibilidad de someter la agricultura, y sobre todo la agricultura campesina, a los cálculos financieros aplicables a los otros géneros de actividades, ¿no indica que el trabajo de la tierra escapa a la regla financiera de estas actividades y que la medida por unidades monetarias, la evaluación dineraria, no se aplica a la tierra ni al trabajo de los campesinos?

El dinero no entrará, pues, en la economía de la familia campesina más que como una cómoda ayuda para realizar intercambios. Se podría, por otra parte, hacerlos sin él, directamente, como ocurre todavía parcialmente: el tendero de ultramarinos de la aldea intercambia sus especies por mantequilla, huevos, etc...., necesarios para el consumo familiar. El dinero es una reserva para los malos años, para renovar maquinaria, reparar construcciones, ampliar la propiedad y casar a los hijos[17]. El ahorro del campesino no son los "valores financieros" que los apoderados de bancos les proponen (y que les ocasionan, en general, más decepciones que rentas); es su tierra, que él mejora y amplía en provecho de sus hijos y de los hijos de sus hijos.

Este aspecto del campesinado, junto con el de la explotación en familia, es capital para la vida del país; esta libertad del campesinado frente al dinero debe ser puesta de relieve y considerada como un honor de ésta clase social, a fin de que sirva de modelo a otras actividades que, desinteresadas por vocación, se han dejado corromper por el dinero, y a fin de que todos los hombres puedan ver, incluso en el orden natural, que su destino y su felicidad están en otra parte que en la posesión del dinero.

"Vivero de hombres", así lo llamaba Pío XII, el campesinado constituye igualmente una reserva de verdaderas riquezas, resultado de una propiedad que es realmente el fruto del trabajo. Esta propiedad no es anónima. Se conoce al "patrón", quien es al mismo tiempo, según la etimología, "el pater" el padre de familia, que trabaja sobre esta propiedad y que representa su estabilidad en el tiempo.

No decimos, sin embargo, que la industria es condenable. Sería negar el deber de los hombres de hacer fructificar todos los dones que la Providencia les ofrece. Queremos solamente destacar que la industrialización tiende, por su misma naturaleza, a hacer descansar el capital en la posesión de "valores" monetarios, bancarios u otros semejantes. Acciones, obligaciones, bonos financieros, etc., son "valores" mobiliarios, a menudo anónimos, incluso cosmopolitas. Esto entraña, como decíamos antes, en "el orden campesino, un mayor determinismo de la economía. Los poseedores de estos capitales, mucho más que los campesinos, están sometidos a fluctuaciones políticas, nacionales o mundiales, y las crisis de tal o cual profesión repercuten mucho más gravemente sobre ellos.

Frente a tal situación, la industria necesita del campesinado, no sólo para encontraren su prosperidad un nuevo poder de compra, sino también para mantener al capital de la nación su carácter personal.

La industria necesita del campesinado como de un compensador.

Defensa de la propiedad particular, defensa de la propiedad familiar, la propiedad y el trabajo, elemento de equilibrio frente a la economía industrial y al factor "dinero", tal se nos muestra la importancia del campesinado y de las corporaciones campesinas destinadas a asegurar su defensa y su restauración.

Si es importante en Francia la restauración del campesinado, no lo es menos en ciertos "nuevos" países de América latina, donde su ausencia se hace sentir gravemente; la agricultura tiende también a una proletarización peligrosa. Lo mismo se podría decir a propósito de las naciones africanas que se están constituyendo. Un campesinado y una organización por corporaciones profesionales serán los únicos medios para evitar la concentración, en torno a grandes centros urbanos, de una multitud desarraigada, sin recursos suficientes, presa fácil del marxismo.

El papel de fijación, de estabilización social y económica, representado por el campesinado, es un freno poderoso contra las ideologías destructoras del orden querido por Dios.

¡Es necesario que el espíritu y el alma de los campesinos no sean corrompidos!

Normalmente, el campesinado chino, muy numeroso, hubiera podido paralizar la conquista de los comunistas. Los jefes del Partido lo comprendieron tan bien que no se dirigieron a China con teorías económicas, sino que se entregaron, para destruir este campesinado, a una verdadera educación ideológica. Para restaurar el campesinado es necesario que el alma de los campesinos encuentre de nuevo fe en su estado de vida.

Sería vano imaginar que la posibilidad de transmisión del patrimonio familiar, el retorno a la formación familiar de los hijos y la elevación del nivel de vida por la mejora de los métodos de explotación, serán suficientes para restablecer un campesinado sano y duradero. No sólo son medios materiales los que devolverán a la familia campesina la posesión completa de su tierra y la posibilidad de vivir. Ya que un campesinado materializado no sería,, como lo decía PIO XII, "la base de la vida de la nación", solamente por el alimento que le suministra, sino también "por la salud, el vigor y la moralidad en los que abunda".

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De todas formas, la austeridad no estará jamás ausente de la vida de la familia campesina; esta vida implica siempre sacrificios que la sola preocupación de ganancia material haría que no se aceptasen indefinidamente. El trabajo de la tierra es duro y apremiante: sigue el ritmo del sol, que no practica la semana de cuarenta horas e ignora las vacaciones pagadas[18]. Sus descansos son cortos y las diversiones escasas, mientras que las preocupaciones son permanentes. La ciudad, al contrario, propone un trabajo limitado, más regular, descansos largos y frecuentes, las diversiones aparecen numerosas y tentadoras. ¿Cómo pensar que los hombres aceptarán indefinidamente para ellos y para sus hijos la vida campesina, si no tienen en sí mismos una luz, una orientación de espíritu y corazón que les permita, incluso inconscientemente, disfrutar de una alegría de vivir, una paz y serenidad de alma muy superiores a todo k> que ofrece la vida urbana? Hay que recristianizar al campesinado y darle esta luz, este sentido espiritual que, acercándole a Dios, le elevará por encima de las asperezas y preocupaciones de su trabajo material.

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La acción de levantar, de restaurar al campesinado, ¿por quién será llevada a cabo? ¿Dónde encontraremos a los verdaderos hombres, competentes y capaces, si no es en el mismo campesinado y en los elementos del mundo rural que viven a su alrededor y formando parte de él?

Entre los medios que hemos indicado para esta restauración[19], la reforma del derecho sucesorio y la de la organización escolar competen a los legisladores, y se podría, pues, pensar en dejarles actuar en el dominio de estas reformas. Pero hay que convencerse de que está bien claro que no será con leyes y decretos con lo que se restaurará el campesinado. Esperar que los legisladores actúen por sí mismos, sin ser empujados y en cierta forma obligados, sería exponerse a graves desengaños. Es a los interesados a quienes incumbe preparar las reformas, crear en torno a ellas un clima, un consensus que obligue al poder a hacerlas pasar a las instituciones. Es ésta una acción que incumbe a los cuadros del campesinado.

Estos cuadros son muy poco numerosos hoy, gracias a la pulverización y a la nivelación revolucionaría, y gracias también a la escuela, que ha tomado demasiado a menudo por tarea "leccionar" los mejores alumnos para "sacarlos" de su medio, en el que ellos hubieran podido llegar a ser personajes notables y elementos representativos.

Queda, sin embargo, una élite: se la encuentra en los movimientos de juventud, en los que se manifiesta una feliz voluntad de sujetar a los campesinos a la tierra, devolviéndoles el sentimiento de su dignidad y valor; en los consejos municipales y generales que, en regiones de campesinos, pueden constituir el atractivo de una representación campesina en las cooperativas, las cuales, después de ser desembarazadas de injerencias políticas masónicas y socialistas, llegarán a ser núcleos de organismos profesionales.

Son casi siempre cuadros potenciales que ignoran la influencia que pueden tener y la misión que pueden desempeñar en la salud del campesinado. Será, en general, a los cuerpos vecinos ya instruidos a los que les corresponderá informarles o instruirles: médicos, veterinarios, farmacéuticos, comerciantes, notarios en contacto con los campesinos y que conocen sus problemas, incluso funcionarios, y, sobre todo, esta joven élite, salida de las escuelas agrícolas, de la que ya hemos indicado la influencia que puede tener para la revalorización técnica del trabajo de la tierra, y cuyo papel no será menos importante en la revalorización social del campesinado.

Su-acción puede ejercerse en las relaciones constantes que ellos tienen con las familias campesinas, a través de conferencias, entrevistas, charlas. Es aquí donde aparece el papel posible de las redes y células de "La Ciudad Católica". Deben multiplicarse y extenderse en los medios campesinos para el estudio y difusión de la doctrina social de la Iglesia, pues, como lo ha dicho S. S. Juan XXIII, en ella "se puede obtener luz y regla segura" que "pueden dar una respuesta tranquilizadora a todas sus preguntas".

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Aunque es indudable que los obstáculos serán graves y numerosas las resistencias, habrá que aportar a la tarea de restauración del campesinado todo el valor y perseverancia necesarios, y sobre todo pedir al Espíritu Santo la Sabiduría, Prudencia y Fuerza precisas.

Que nuestros amigos campesinos trabajen en su ambiente para restaurar en el campesinado la conciencia de su valor y el espíritu religioso, de los que necesita para superar la austeridad de su vida. Que nuestros amigos no-campesinos, desterrando todo espíritu de oposición entre "clases" sociales, defiendan en su medio la causa del campesinado, que hagan conocer la enseñanza de la Iglesia a este respecto, que ayuden a restablecer las condiciones de perpetuidad, salud y prosperidad de la familia campesina.

Tarea, pues, cuyo éxito tendrá directa o indirectamente consecuencias muy importantes para el mejoramiento del conjunto de la nación.

La restauración de continuidad y unidad de la familia campesina entrañará la misma restauración en las otras familias; el restablecimiento de una prosperidad estable en la economía agrícola permitirá la realización de un equilibrio estable en la economía nacional[20]; la recristianización del campesinado abrirá de nuevo para el clero secular y las comunidades religiosas una fuente de abundantes vocaciones.

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Restaurar el campesinado significará, pues, restaurar en la sociedad un elemento de base que será, por su misma naturaleza, independiente de la mentalidad individual de algunos de sus miembros; ajeno al torbellino en el que vemos disgregarse a la civilización cristiana y que opondrá un poderoso freno a ese torbellino satánico.

Dichosas las naciones en las que todos los grados de la escala social se están constantemente renovando por las aportaciones procedentes de un campesinado robusto y sano. En ellas no se conocerá ese "mal inquieto" de que habla la Escritura, y que termina siempre, ha dicho el cardenal Píe, "por alterar ese espíritu de ciudad del que se deriva la palabra ciudadano y también la bella palabra civilización, de la que nos sentimos tan orgullosos; que disuelve los lazos preciosos de familia, municipio, patria, fuera de los cuales no queda más que la disposición nómada y vagabunda y el espíritu de indiferencia de los pueblos cosmopolitas y de los pueblos bárbaros".

 

LA REVOLUCIÓN CONTRA EL CAMPESINADO

"Además del odio a Dios, a su Cristo a su Iglesia, a sus sacerdotes, a sus fieles, de la corrupción moral e intelectual, se puede añadir, como otro carácter satánico de la Revolución, la destrucción sistemática de todo orden político y social. Más exactamente, destrucción de los cuadros, de los fundamentos naturales de todo orden social político digno de este nombre, lo mismo respecto al fin natural y sobrenatural del pleno desarrollo humano..." ("Para que Él reine", pág. 156).
"Frenesí satánico, gusto de la nada negación de la estabilidad de la paz social..." (Idem, pág. 157).
"Voluntad sistemática de ruptura con el pasado, con la tradición..." (Idem, página 158).

 

 

La estabilidad del campesinado, la continuidad familiar, la sumisión a las realidades naturales, el apego al suelo, a las tradiciones y a la fe de los antepasados, todo este hace de él una "base de la vida de la nación", pero lo pone también en oposición natural e inevitable con las "ideas nuevas", que son voluntad de cambio, gusto de la subversión, rechazo y negación, tanto de la ley natural como de las leyes divinas.

Puede haber, hubo y todavía hay campesinos revolucionarios, pero no han podido serlo más que renegando de su condición de campesinos y poniéndose en contradicción, a veces en oposición violenta, con el mismo campesinado. Por lo demás, el campesinado ordinariamente no proporciona jefes ni doctrinarios políticos a la subversión, mientras que ha dado a la Iglesia cardenales, papas y santos.

Por tanto, no es sorprendente ver a la ideología "moderna" y a sus agentes buscar siempre y en todas partes la manera, tan pronto brutal como paciente, de destruir o disolver el campesinado, a fin de hacerle desaparecer de la sociedad que tratan de edificar.

En Rusia, este aniquilamiento brutal se ha buscado desde el principio.

Y, sin embargo, el estado aparente del campesinado ruso parecía propicio a su inserción en la revolución: la esclavitud, apenas abolida hacía medio siglo, la subsistencia de inmensos dominios duramente trabajados en provecho de dueños lejanos, parecía ya hacer de los campesinos casi proletarios, y la prefiguración de una colectivización de la propiedad en el sistema del "Mir"[21] no les proporcionaba esa ligazón, de la familia y de la tierra que es el principal carácter del campesinado, tal como existe en Francia y en los países del occidente europeo.

Pero los dialécticos marxistas no se equivocaron:

"A pesar de la superioridad numérica del campesinado, se lee en la «Historia del Partido Comunista de la U.R.S.S.», publicada en Moscú, y como el proletariado (industrial) fue relativamente poco numeroso, era precisamente en el proletariado, en su crecimiento, en lo que los revolucionarios tenían que fundar su principal esperanza.

"¿Por qué precisamente en el proletariado? Porque el proletariado, a pesar de su debilidad numérica actual, es la clase trabajadora unida a la forma más avanzada de la economía, a la gran producción, y porque tiene como consecuencia un gran porvenir. Porque el proletariado, como clase, crece de año en año, se desenvuelve políticamente, se presta fácilmente a la organización como consecuencia de las condiciones de trabajo en la gran producción, y es eminentemente revolucionario en razón misma de su condición proletaria, ya que en la revolución no tiene que perder más que sus cadenas.

"Ocurre lo contrario en el campesinado. Este, a pesar de su fuerza numérica, es la clase trabajadora unida a la forma más elemental de la economía, a la pequeña producción, y como consecuencia no tiene, no puede tener un gran porvenir. El campesinado no solamente no aumenta como clase, sino que, al contrario, se descompone de año en año en burguesía (koulaks) y en campesinado pobre (proletarios, semi-proletarios). Además, los campesinos se prestan más difícilmente a la organización como consecuencia de su dispersión y en razón de su situación de pequeños propietarios, afiliándose menos gustosos que el proletariado al movimiento revolucionario".

Stalin, en su "Doctrina de la U.R.S.S."[22], ha reconocido que la cuestión campesina forma parte del problema general de la dictadura del proletariado, pero que... sólo una clase determinada, a saber, los obreros urbanos y en general los obreros industriales de las fábricas y talleres, es capaz de dirigir a toda la masa de trabajadores... en la obra de fundación del nuevo régimen social, socialista, el campesinado constituye solamente la reserva y aliada de la clase obrera".

Se encuentra en estas citas la confesión de que-el campesinado como tal no es una fuerza revolucionaria, y que puede ser utilizada a lo sumo como reserva humana y ayuda táctica momentánea» Los hechos muestran, por otra parte, que se ha manifestado sobre todo como una dificultad imprevista para la dictadura bolchevique. La política agrícola del régimen comunista se debate entre la doctrina que quiere la desaparición de la explotación familiar y la naturaleza de las cosas que traduce esta desaparición en una baja de la producción alimenticia.

En 1917-1918, se reparte a los campesinos la tierra de las grandes propiedades, a la vez para atraerles al nuevo régimen y para destruir el sentido de la propiedad legítima. Pero inmediatamente después aparecen las requisas de cosechas, y las colectivizaciones. De ellas resulta un hambre general que obliga al gobierno revolucionario a "tirar el lastre", que de 1923 a 1926 eran los campesinos. Pero la ideología comunista no. puede tolerar durante mucho tiempo una libertad parcial. Los géneros reaparecen en los mercados, que vuelven a ser activos y restablecen una cierta facilidad para los campesinos. Pero la ideología comunista no puede tolerar mucho tiempo este retorno de relativa prosperidad; desde 1927 un aumento de los impuestos en especie reduce de manera masiva .la cantidad de productos que pueden disponer los productores. Los campesinos enriquecidos, "koulaks", que se resisten, son deportados a Siberia y la socialización restablece, con la creación de "kolkhoses", explotaciones comunitarias dirigidas o controladas .por agentes del partido comunista.

A partir de 1929 aparecen los planes quinquenales que, para la agricultura, apuntan a la industrialización intensiva y la colectivización total, sin que, sin embargo, se haya podido hasta ahora, por razón de los resultados insuficientes de las explotaciones del Estado, suprimir totalmente los sistemas de semipropiedad que subsisten localmente.

Que la lucha de la Revolución contra el campesinado fue difícil, es algo de que uno se da cuenta recordando que durante el período sangriento de 1917 a 1923, en una cifra total de 1.761.000 personas ejecutadas, hubo 815.000 campesinos; en segundo lugar figuran los intelectuales, con 344.000 víctimas. Y todavía se ignora cuántos cientos de miles han sido deportados a Siberia y muertos a lo largo de los caminos o en los campos de trabajo.

¿Cuál será, pues, el final de esta lucha contra el campesinado?

"La solución —decía Stalin, según refiere "La Historia del "P.C. de la U.R.S.S " (pág. 242)—, la solución está en pasar, de las pequeñas explotaciones campesinas dispersas, a las grandes explotaciones centralizadas, basadas en el trabajo de la tierra en común; está en pasar al cultivo colectivo de la tierra basado en una técnica nueva, superior. La solución está en agrupar las pequeñas, minúsculas explotaciones campesinas, progresivamente, pero sin cansancio:—no ejerciendo presión sino por la enseñanza de los hechos y la persuasión—, en grandes explotaciones centralizadas, basadas en el trabajo de la tierra en común, por asociación, colectividades, empleando máquinas agrícolas y tractores, con la ayuda de procedimientos científicos, de intensificación de la agricultura. No hay otra solución".

Esta es la solución que señalaba Stalin para la insuficiencia de producción que ponía en peligro a la economía rusa; pero creer que a esto se limitaban sus deseos sería olvidar que en todas las cosas el revolucionario tiene por fin el desenvolvimiento, la extensión, la generalización de la Revolución. Como lo ha escrito Rappoport: "El Comunismo es la conclusión de esta concentración (de empresas)". Esta concentración fabrica proletarios. Multiplicar las concentraciones es multiplicar el proletariado (en nuestro caso es transformar a Los. campesinos en proletarios), es, pues, multiplicar la fuerza revolucionaria.

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Si dirigimos nuestra mirada a Francia, comprobamos que el trabajo de disolución del campesinado ha seguido allí una marcha muy diferente, si no al principio, al menos durante el largo período que ha seguido a los años de subversión violenta.

También en el país vecino los campesinos fueron guillotinados, ahogados y fusilados en gran número por el Terror. Trescientos mil campesinos vandeanos fueron asesinados como insurrectos, pero en otras partes esto fue debido, en general, a su resistencia a las leyes socialistas de expoliación o de imposiciones abusivas, por lo que los cultivadores fueron aprisionados y a menudo ejecutados[23].

Sin embargo, ellos no habían acogido desfavorablemente el principio de la revolución. No previendo la subversión de la que debían ser víctimas, esperaban del movimiento de 1789 la supresión de los derechos feudales, el alivio de una imposición fiscal desordenada y que pesaba duramente sobre la tierra, el mejoramiento de sus relaciones sociales,, el reparto de los bienes comunales, etc.... Si al principio tuvieron algunas satisfacciones, se dieron en seguida cuenta de que su suerte era la última de las preocupaciones de las asambleas[24], en las que no tenían representación real. En conjunto, resultaban perjudicados en la confusión general y su situación era peor que antes.

"A los deseos de la inmensa mayoría de los campesinos la Resolución no tuvo ninguna consideración. Propiamente hablando, no ha tenido política agraria específica; simplemente ha hecho entrar a la agricultura en los cuadros de la producción capitalista: libertad personal del individuo, libertad de la producción y circulación, movilidad de la propiedad. En lugar de satisfacer y fortificar a la vez a la comunidad campesina, la ha precipitado en la disolución...

"... Ensombreciendo el porvenir del campesino pobre ha preparado su éxodo; no faltaba más que edificar la fábrica: los obreros acudirían...

"En contraprestación del reclutamiento y del papel-moneda, ¿qué ventajas inmediatas (la Revolución) ha procurado a la mayoría de los campesinos? Desaparición de los derechos feudales propiamente dichos, igualdad ante el impuesto, cuyo beneficio estaba muy atenuado por el aumento de este último; en fin, derechos abstractos..."[25].

Al salir de la tormenta revolucionaria propiamente dicha, el campesinado no estaba, sin embargo, atacado todavía en sus fuerzas profundas, ni el comunismo terrorista lo había desarraigado de la tierra, ni el igualitarismo había disociado a la familia campesina, ni la persecución anticristiana le había arrancado su Fe. Fue en el siglo XIX, cuando el trabajo lento del liberalismo, del laicismo y del socialismo socavó estas fuerzas poco a poco.

Es notable que este trabajo se realizara de manera casi inadvertida, y no sólo sin violencia, sino sin que sea posible discernir, ni en los hombres ni en las leyes, voluntades propiamente destructoras. Incluso se podrían encontrar escritos o discursos elogiando los méritos de los campesinos y la grandeza de su trabajo; pero el liberalismo materialista de las instituciones no dejaba de hacer su obra, como esas termitas que carcomen sin ruido el maderamen de una casa, dejándole su apariencia de solidez hasta el día que se derrumba.

Heredero y continuador de la Revolución, Napoleón I aportó a la propiedad de la tierra y a su trasmisión familiar un golpe que, a distancia y al cabo de algunas generaciones, se revela mortal, cuando prescribió en el Código Civil la división igual de las herencias. Las costumbres del antiguo régimen eran muy diversas sobre este punto: si en ciertas regiones el sistema era el del derecho de primogenitura, en otras partes los usos establecían formas de división: diversas e incluso, a veces, admitían en la práctica la libertad del testador de disponer de sus bienes en favor de tal o cuál de sus hijos. Pero de una manera general, la transmisión de la casa y del bien principal estaban reglamentadas.

Al substituir a estos regímenes consuetudinarios, la obligación: legal y uniforme de la división terminó inevitablemente en el parcelamiento de la propiedad, es decir, en el empobrecimiento de cada uno de los herederos, y rápidamente en la imposibilidad de conservar una 'tierra incapaz de alimentar a una familia. En tiempo de prosperidad, cuando los productos de la tierra tenían un valor comercial equitativo, era posible al campesino, a fuerza de economía y a menudo en detrimento del arreglo y conservación de su casa, poner, por una parte, sumas suficientes para que la partición pudiera hacerse sin dividir, el bien principal; y así, la buena voluntad y el derecho de los herederos se prestaban a menudo a evaluaciones, permitiendo dejar la tierra y la casa al que designaba el padre de familia. Conocemos también familias que restringían a dos o tres el número de hijos para evitar una división ruinosa, y a otras en las que sólo un hijo se casaba, sus hermanos permanecían en casa solteros. Esto explica que, después de ciento cincuenta años, queden todavía familias campesinas fijadas a su propiedad y que puedan sacar de ella lo necesario para subsistir.

Es fácil ver cómo esta legislación es destructora del lazo que une al campesino a la tierra, cómo tiende a expulsarle de ella, hacer del propietario que trabaja su hacienda o del granjero familiarmente apegado al bien de otro propietario, un pobre diablo, obligado finalmente a ir a trabajar para otros o a dejar la tierra por la fábrica.

Y no es solamente el apego a la tierra lo que se destruye, sino que el mismo lazo familiar es atacado por las oposiciones, discordias, celos, procesos entre hermanos y hermanas, por la disminución de la autoridad del padre, que ve levantarse la ley entre sus hijos y él mismo.

Ni siquiera el sentimiento de la legitimidad permanente de la propiedad deja de ser disminuido cuando el hombre se ve impedido de disponer incluso de su hacienda, que tiende a no ser más que el objeto de un oficio temporal, a lo sumo un derecho vitalicio.

Después de que su patrimonio es puesto bajo la amenaza de una pulverización legal y su autoridad de jefe de familia negada, el campesino se ve también contrariado en su propia gestión por la permanente injerencia del Estado. Una legislación escolar cada vez más tiránica e invasora, que no respeta ni posibilidades ni necesidades y que pretende hacer absorber uniformemente por todos los niños la misma cantidad de conocimientos escolares, le arrebata a sus hijos e hijas de manera permanente, de forma que ya no pueden ayudarle y él no les puede formar. Sus empleados, cuando puede tenerlos, se convierten en obreros asalariados y sometidos a un horario de trabajo inspirado en el de la industria; el salario no es ya discutido con ellos ni, incluso, con un sindicato profesional; está impuesto por la ley, bajo la inspiración de una central lejana y política; los trabajadores, y el mismo campesino, son inscritos en una seguridad social del Estado que ignora todo respecto al trabajo agrícola. El no es ni siquiera dueño de su trabajo ni de sus productos, ya que debe hacer declaraciones de plantación y talas, de cosechas y stocks (depósitos); se le prohíbe a veces vender su trigo o su vino en un momento dado o se le obliga, al contrario, a deshacerse de ellos. Esta permanente injerencia de un Estado que frecuentemente no tiene para él otro rostro que el de una oficina impersonal, donde se encuentran funcionarios irresponsables, no puede más que acentuar su sentimiento de desposesión y la desgana cada vez mayor de un trabajo cuya independencia disminuye cada día.

De tales reglamentaciones no son, sin embargo, condenables todas. Es justo, por ejemplo, tratar de poner a los trabajadores de los campos, como a los de las fábricas, al abrigo de pérdidas, a veces de miseria, a las que pueden conducirles accidentes y enfermedades, y a los suyos su muerte prematura. Pero una asistencia administrativa, una seguridad social del Estado es muy capaz de estimar en su valor real los riesgos de la familia campesina y de sus raros auxiliares, y todavía más de proporcionar para su reparación una conveniente ayuda muy a menudo, una ayuda material será más útil que una indemnización en dinero. La organización corporativa más próxima al hombre será la única que podrá dar a los campesinos la seguridad necesaria sin imponerles cargas excesivas ni obligaciones superfluas.

Del mismo modo, las declaraciones, inscripciones y prescripciones que conciernen a los mismos productos podrían ser útilmente establecidas y aplicadas de manera aceptable en un régimen corporativo, competente y cercano al campesino. En manos de administraciones anónimas e irresponsables se convierten en insoportables complicaciones e incluso en odiosas servidumbres. Sin embargo, la actual legislación social, así como las otras injerencias del Estado, se revelan insoportables, odiosas y destructoras para el campesinado. El estatismo revolucionario dirá que no lo ha querido deliberadamente, que ha actuado de la forma mejor, según su propia naturaleza, que no ha querido de ningún modo perjudicar a la agricultura, y que la prueba de ello en el hecho de que, a estas medidas nocivas para el campesinado, la gran explotación agrícola llega a acomodarse sin demasiada dificultad. Por consiguiente, se terminará diciendo que la explotación campesina es un modo de "producción" anticuado y que, al no poder adaptarse al progreso moderno, debe desaparecer.

Tocamos otra consecuencia del espíritu revolucionario: la depreciación del trabajo de la tierra, su clasificación en una categoría muy inferior, su incompatibilidad con el "progreso". La Revolución rusa considera al campesino como un humilde auxiliar del proletariado industrial, en el que está llamado a fundirse por la generalización de la gran explotación; la tecnocracia en nuestro país le prepara la misma suerte.

Y, todavía insistimos, esto no proviene de una hostilidad de principio contra el campesinado; si se le condena a la desaparición es solamente para obedecer a los imperativos del "sentido de la historia".

Se podía leer en una reciente declaración que "en el año 2050 se prevé que el 90 por 100 de la población del globo vivirá en ciudades de más de 20.000 habitantes", y, por tanto, el quedar en el campo menos del 10 por 100 de la población supone una desaparición, completa de la pequeña explotación familiar. El autor estimaba hacer una previsión técnica, consignar una probabilidad matemática, sin juzgar si era buena o mala, beneficiosa o perjudicial.

Y el año precedente, otro texto nos enseñaba que "el mecanismo de los precios... deberá, casi permanentemente, empujar hacia las actividades industriales a los elementos de mano de obra agrícola excedentes", y que tendrá para esto "que rebajar las rentas agrícolas para mantenerlas por debajo de las rentas industriales". Y añadía que "el apego altamente respetable de la mano de obra rural a sus actividades tradicionales, acentúa todavía la amplitud de la relativa depresión de salario necesario para provocar la nueva clasificación de los trabajadores agrícolas sin empleo".

"Así, el mecanismo de los precios no cumplirá su misión en el sector agrícola más que al rebajar a los agricultores, casi permanentemente, a un nivel de vida muy inferior al de las otras categorías de trabajadores".

El autor comprueba una acción, que él juzga inevitable, del mecanismo de los precios, sin que se pueda decir que se felicite por ello ni lo deplore.

Pero él tampoco se pregunta si es conforme a justicia el que el nivel de vida de los trabajadores de la tierra sea, casi permanentemente, inferior al de los otros trabajadores, y esto con "amplitud" bastante acentuada para contrarrestar "el apego altamente respetable" del campesino a su tradicional trabajo[26].

Al trabajo del campesinado se le atribuye así un valor inferior al de los otros trabajos, y el mismo campesino es despreciado por el hecho de que él vive de tal trabajo y por haberse entregado al mismo enteramente.

Esta desvalorización, esta disminución, esta humillación del hombre de la tierra no la encontramos solamente en las instituciones. La opinión, o más bien, el sentimiento general, tiende también a ver en él a un ser inferior, más cerca de sus bestias que de ese individuo ilustrado, liberado de ancestrales servidumbres, que es el hombre de las ciudades. Se reconocerá, a veces con condescendencia, su "buen sentido común", pero se le negará toda capacidad para levantar su espíritu por encima del cuidado de su labor y su ganado, para penetrar en la luz del pensamiento moderno. "El campesino es un incorregible", un "retrasado"; "muy necio "es el que va detrás de una carreta o de sus vacas". "Un falso espíritu de progreso ha extendido estas ideas un poco por todas partes, sobre todo en la clase media e incluso entre los campesinos, que han perdido, en parte, hasta el orgullo de su clase y de su profesión. Se piensa que la aldea está condenada a un eterno retraso, que sólo hay vida humana posible en la ciudad, con las "costumbres y ocupaciones ciudadanas"[27].

La palabra "campesino" se ha convertido si no en una injuria, al menos en un término de menosprecio, implicando necedad y torpe ingenuidad. El campesino es considerado como un "palurdo" (hombre, tosco y brutal, dice el "Larousse") y, desgraciadamente, a menudo él mismo ha llegado a considerarse como tal y a soportar su condición con repugnancia.

Es necesario añadir que esta aversión del campesino por su estado es debida en gran parte al oscurecimiento de su valor espiritual. Laicizando el trabajo de la tierra como se ha laicizado el trabajo del taller, se le quita su gran significación; de lo que era tina colaboración del hombre a la obra de creación divina se hace tina forma de ganapán de las más austeras y duras. El campesino, al dejar de rezar, cierra su espíritu a. las realidades superiores y su trabajo no es más que una dolorosa esclavitud a las anónimas fuerzas de la naturaleza.

El campesino que ya no levanta los ojos de la tierra no ve en su trabajo más que un dominio de las cosas materiales, y su unión con la tierra se convierte en un yugo que le humilla. Este apego se transforma en un amor desordenado, una pasión que le desvía y absorbe por completo. No es él quien posee su campo, es su campo quien le posee a él.

Esta forma de avaricia, como la del dinero, corroe el corazón y oscurece el espíritu. El campesino, que es su víctima, es duro con los pobres, duro con sus servidores, duro con su mujer y con sus hijos, duro consigo mismo. No conoce ya ni domingos, ni fiestas, ni alegrías de familia; apenas, el descanso de los brutos. Sus cualidades, sus virtudes campesinas, cuando ha desaparecido la luz sobrenatural que las vivificaba y orientaba hacia Dios, se han resecado y vuelto hacia la materia: se han corrompido y han envenenado el alma campesina.

Después de haber destruido las bases materiales de la existencia del campesinado y los medios indispensables para su continuidad, después de disminuir sus condiciones de vida y humillarlo en el espíritu de los hombres, la Revolución ha tratado de arrancarle la fe y la esperanza cristianas. Si lo consiguiere de manera completa, la obra de destrucción habría terminado; pero si quedasen después de esto campesinos, pobres diablos, miserables "palurdos", aferrados a Una tierra ingrata, ellos no dejarían de constituir este "vivero de hombres sanos de alma y corazón", de los que las naciones necesitan para vivir y la Iglesia para el servicio de Dios.

 

[1] El campesinado, que existe desde un tiempo inmemorial en Francia y en la mayoría de los países europeos, así como en ciertas naciones de Asia, no se encuentra de la misma forma en otros países más "nuevos". En algunos territorios de Africa y en Madagascar, la administración francesa había tratado de formar un campesinado autóctono. Es de desear que los esfuerzos realizados en tal sentido sean proseguidos y aumentados por los nuevos Estados constituidos en estos territorios. La estabilidad de las poblaciones, la continuidad y unidad de las familias dependerán de estos esfuerzos, a la vez que serán aumentadas y mejoradas las producciones alimenticias para estos pueblos, siempre deficientemente alimentados.

[2] Es exacto decir que sólo la explotación familiar es capaz de sacar partido de las regiones llamadas pobres. Cuando esta explotación desaparece, la tierra cae en el abandono y la esterilidad.

Sin embargo, en contra de la tecnocracia oficial, los funcionarios locales administran justicia, en general, al trabajo de los campesinos y procuran ayudarles en la medida de sus posibilidades.

[3] Hay, sin embargo, ejemplos de jóvenes que han abandonado la ciudad y se han instalado en el campo con éxito, pero se trata siempre de individuos jóvenes que aceptan un duro y largo período de aprendizaje con los verdaderos campesinos. Si se trata de hombres de edad, el fracaso se podría afirmar de seguro; mientras que a la inversa, un campesino adulto, incluso de edad madura, no tiene, desgraciadamente, gran dificultad en transformarse en obrero industrial e incluso, después de algún tiempo de aprendizaje, en obrero especializado.

[4] Salario mínimo interprofesional garantizado.

[5] En francés moderno, "slogans".

[6] "Nos está permitido igualmente hacer constar que son sobre todo nuestros campesinos los que aseguran a la nación su estabilidad'. Las grandes aglomeraciones se prestan fácilmente a sublevaciones de los molimientos del partido, a agitaciones sociales. Por su buen sentido y su prudente lentitud, nuestros campesinos mantienen los cimientos de la soledad " (Mgr. Gaudron).

[7] Sobre la destrucción de la familia en la China comunista, VERBE, núm. 99, pág. 61.

[8] "Nouvelles de Chrétienté", núm. 218-219, del 23 al 30 de abril de 1959.

[9] Cf. nuestro estudio anexo sobre "La Revolución contra el campesinado".

[10] J.-F. Gravier, "Descentralización y Progreso Técnico", páginas 201-202.

[11] J. Chevalier, "Ciencia y pensamiento", reproducido por "Nouvelles de Chrétienté" de 23-30 de abril de 1959.

[12] Una ordenación de los transportes y del comercio de los productos agrícolas reduciría la diferencia, a veces' enorme, que existe entre los precios pagados por los consumidores y los percibidos por los productores. Esto permitiría, levantar los últimos sin aumentar los primeros. Pero esta ordenación compete a las corporaciones profesionales. Los intentos hechos por el Estado han terminado en costosos fracasos.

[13] En su obra "Descentralización y Progreso Técnico", que ya hemos citado, M. J.-F. Gravier da numerosas referencias sobre el desenvolvimiento de la enseñanza agrícola en el extranjero. No podemos reproducirlas íntegramente; extraeremos solamente algunas cifras. En Alemania existe a veces un agrónomo por cada mil explotadores que cultivan una decena de millares de hectáreas. "Baviera tiene el doble de escuelas de agricultura que toda Francia", En Dinamarca, "la enseñanza secundaria (agrícola) es dada por 26 escuelas prácticas, lo que correspondería en Francia a una escuela por distrito". En Holanda, además de numerosas escuelas permanentes, instructores especializados organizan 1.043 cursos de invierno, a los que los jóvenes agricultores acuden dos veces por semana durante un año como mínimo; el número de consejeros de agricultura, de horticultura, de producción lechera o de cría de ganado correspondería en Francia a tres consejeros como mínimo por cantón.

Pensamos que en Francia un encuadramiento tan estrecho no sería necesario para transformar el trabajo de la tierra y la suerte de los campesinos. Pensamos más bien que este encuadramiento, asegurado en Holanda por el Estado, sería mejor organizado en Francia por los profesionales agrícolas.

[14] Jean Ousset-Michel Creuzet, "El Trabajo", traducción española dé la 2ª edición francesa, Speiro S. A., Madrid, 1963, págs. 191 y sígs.

[15] R. Nerón-Bancel, "La economía rural familiar y el dinero".

[16] F. Houillier, "¿Se puede valorar la renta agrícola?, "Études", abril de 1959.

[17] Es innegable que se debe dar en la economía campesina contemporánea una mayor importancia al dinero de la que se dio en una época en la que la riqueza principal del país era su agricultura. Pero esto no altera en nada lo que nosotros afirmamos: a saber, que el dinero ¡no es ni el origen ni el fin de la economía campesina.

[18] Uno de los hechos que muestran cómo el trabajo de la tierra es más conveniente a la naturaleza del hombre que el de las otras actividades, es que éste puede soportar ese trabajo durante jornadas largas y casi durante todo el año sin que le perjudique, mientras que los trabajos de taller o de oficina agotan sus fuerzas o alteran sus nervios si las horas no son limitadas y no hay descansos obligatorios.

[19] No pretendemos haberlos indicado todos, nos hemos limitado a los que nos han parecido esenciales; hay otros para cada uno de los; problemas de la vida campesina, los de arrendamiento, aparcería, acceso a la propiedad, los que se refieren a una región, equipo profesional o económico. A nuestros amigos los campesinos les compete buscarlos y definirlos.

[20] Se devolverá a la cuarta parte de la población francesa un poder de compra de los que se beneficiarán los productos de la industria.

[21] En el sistema del "MIR", la tierra pertenecía a la colectividad comunal, la que, por reparto hecho en asamblea, distribuía el usufructo entre las familias de la comuna.

[22] Citado por León de Poncins en "El Enigma del Comunismo".

[23] "En París, dos meses antes del 9 de Thermidor, había 2.000 granjeros encarcelados". (P. Gaxotte, "La Revolución Francesa").

[24] "Se objetaba (en las asambleas o los clubs) que la transformación económica y social considerada iba a costar muy cara a los campesinos pobres, trastornando sus condiciones de existencia... La burguesía respondía que no había otro medio de hacerlo y que el progreso no se hace más que a expensas de las gentes pobres..." (G. Lefebvre, La "Revolución Francesa y los Campesinos", en "Anales históricos de la Revolución", marzo-abril de 1933).

[25] G. Lefebvre, op. cit.

[26] Este fatalismo tecnocrático, ¿es diferente del materialismo revolucionario. cuando dice que el progreso no se hace más que a expensas de las gentes pobres?

[27] Dom Anschaire Mennesson, "Consideración sobre el problema de la tierra" en testimonios, "Cahiers de la Pierre qui Vire", abril de 1948.