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Rafael Gambra y la unidad católica de España

INFORMACION BIBLIOGRAFICA
· RAFAEL GAMBRA Y LA UNIDAD GATOLICA
DE
ESPA~A (1)
por
GABRIEL DE ARMAS ..
I
Los que aun deseamos
la unidad religiosa de España porque
estimamos, con Pablo VI, que es ella, quiérase o no reconocerlo,
un bien poseído, no ignoramos por eso que el hombre no puede
creer más que por propia voluntad. Ya San Pablo füatizó la fe
con la bella expresión de racional obseqt.tio. Desde los inicios de
la Iglesia, a través de San Agustín y hasta llegar a!Código de
Derecho Canónico actual, no existe un solo documento eclesiástico
que afirme u ordene lo contrario..
Es algo itlconcuso, pues, que
la religión no debe imponerse por la fuerza. Es .más: s~bemos
que contra la voluntad ex;presa _del padre es ilícito bautizar a una
criatura ...
Digo todo esto porque los pregoneros de la libertad religiosa
a ultran?:a suelen jugar en sus propagandas, más o i:nenos cons­
_cientemente, con el equívoco. Y claro. es~á, eSte peligroso juego
nunca nos ha parecido del todo
honesto._ Hace sólo unos días, por
.ej_emplo, una eminente personalidad del mundo eclesiástico,· como
quien descubre el Mediterránéo, afirmaba
qtiizá eón· vista a ·1a· ga­
lería: "La fe no puede ser impuesta por la ley." Nosotros .tene­
mos derecho a
preguntarnos: pero ¡ bueno !; ¿ es que alguien, con
verdadera ·autoridad magisterial,
ha dicho alguna vez lo cOntrario?
¿ O es que acaso el hecho de conservar nuestra unidad religiosa
lleva implícito el imponer nuestra fe a los que no la comparten?
(1)-Rafael Gambra: La imidad religiosa y . el derrotismo católico.
Estudio sobre. el principio religioso de las sociedades históricas y en par­
ticular sobre el Catolicismo en la nacionalidad española. Premio Vedruna
1965. Editorial Católica Española; S. A. Conde de Barajas, 15, Sevilla.
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GABRIEL DE ARMAS
No ahora, ,precisamente ahora, sino en los _duros tiempos en
que se forjaba, con dolor, la uuidad de España eu el yunque de
un ideal superregional eminentemente religioso, .las minorías aCa­
tólicas gozaban de un justo respeto a sus creencias. Así, "las comu­
nidades hebraicas o las colonias moriscas que vivían en nuestro
suelo
--410s dice Rafael Gambra-poseían un "fuero" o carta de
libertades concretas que les permitían vivir en paz y libertad in­
terna siempre que no atentaran contra el medio general en que
vivían".
Ahora-bien; una cosá. es que la fe no deba imponerse por ley,
y
otra bien diferente por cierto es que, constituyendo ella un
bien común, el más excelente del acervo nacional, la dejemos sin
defensa y protección frente a los ataques adversos. No podemos,
no, obligar a nadie a
abrazar la fe en que no cree; pero sí, desde
luego, debemos constreñir a respetarla, pública y privadameute,
en quienes, por la gracia de Dios, la poseen ...
II
Sin embargo, es tanto y tan contradictorio lo que se ha dicho
y se dice, de
palabra y por escrito, respecto al tema de la libertad
religiosa; y tanto lo que, por otra parte, se desvaría en el terreno
de los_· principios, aun por personas cuyo prestigio suele aducirse
como argumento de autoridad, que
ha sido posible, aunque parezca
mentira, que muchos españoles llegueu a preguntarse con to.da
buena fe: ¿ la defensa de nuestra unidad católica no será, tal vez,
un anacronismo? ¿ Tendrán aún valor positivo las. posturas doctri­
nalés de Balmes, de Menéndez Pelayo, de Vázquez de Mella, de
Manjón, de· Gol.Tlá, de Ramiro de Maeztu, de García Morente,
unánimes todos ~Uos en considerar la conservación de la unidad
_catóEca de España como algo constitutivo de nuestra propia nacio­
nalidad?. ¿ Es que existe, efectivamente, un cambio de mentalidad
en la Iglesia y; con él, una variación fundamental en los principios
de su doctriria perenne ?
A estas preguntas y a otras relacionadas con tan importantes
cuestiones viene
a contestar, con extensión, hondura y . solidez, la
obra de Ra:iael Gambra, "La unidad religiosa y el deriotisino
católico", premiq Vedrtina 1965, publicada· _recieritemente por la
Editorial Católica Española, S. A., y bajo los auspicios de la
misma.
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RAFAEL GAMBRA Y LA UNIDAD CATOLICA DE ESPANA
III
Parte Gambra del estudio de la sociedad humana y sus raíces
r.atura!es. El hombre es un ser social, si bietl claramente distinto
de
los animales gregarios. Su individualidad, por consiguiente, no
debe ser absorbida, ni amputada,
ni menos aniquilada por .el grupo.
Porque
si es cierto que el hombre desarrolla su vida y apti­
tudes dentro
de la colectividad, no lo es n:i,enos que debe conservar
un sentido y una finalidad
propios. Ni el radical individualismo
de Rousseau, ni el totalitarismo absorbente, han logrado superar
la concepción aristotélica del hombre ''animal político", proyectado
constitutivamente a vivir
en sociedad. La tesis del estagirita, arro­
pada cristianamente por Santo Tomás y por la filosofía esco­
lástica, es punto clave
-nos dice Gambra-para el esclareci­
mient9 y comprensión del problema que nos ocupa. Si el hombre
es, dé ·un lado, un compuesto de cuerpo, alma y gracia, estando
llamado, en consecuencia, al
orden sobrenatural, y de otro, la
sociedad emerge como eclosión de las misma naturaleza humana,
no parece que tenga explicación racional el hecho de que la so­
ciedad, en sí, quiera prescindir del aspecto trascendente de la
vida. El hombre está religado con 'Dios pública y privadamente,
individual
y socialmente. La ·sociedad, para Gambra, se afirma,
pues, como algo esencialmente religioso.
Ahora bien;
¿ qué decir de las bases estructurales del orden
social.
el Estado y el Derecho? ¿ Tendrán ellas también alguna
significación re1igiosa o permanecen_ en situación
de estricta inma­
nencia? Gambra analiza, con rigor científico
y crítico, las teorías
y sistemas que constituyen ese obligado estamento de una com­
pleta Filosofía de la Religión. Y así, tanto
la tradición paulino­
agustiniana coma
la tesis tomistp., sin olvidar las opiniones de
modernos autores como Guardini, Gilson
y Max Scheler, sort
examinados al corte del fino escalpelo de la pluma del filósofo
roncalés. Gambra nos conduce, con admirable acierto, a
la conclusión
de que el Estado, tanto en su origen como en su fin, lleva en. su:
entraña una relativa significación religiosa. En su ori.gen, porque
sus últimas raíces están
en Dios:, ya que toda potesta El.
En su fin, porque el poder público es un coadyuvante al bien
y fin últimas del hombre. De la misma manera cabe argumentar
respecto al Derecho:
¿ no es acaso él el más bajo escalón del orden
jurídico universal, cuyo vivo hontanar
se pierde en el seno de la
divina ley natural?
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GABRIEL DE ARMAS
Precisa luego Gambra la noción de comunidad. Algo muy su­
perior, desde luego, a la simp~e coexistencia. Mientras los lazos
de ésta son, por regla general, fríos y circunstanciales, la comunidad
µosee· vínculos permanentes derivados de motivaciones religiosas.
Por eso, la comunidad se nos presenta esencialmente como deber.
Deber frente a este
mundo de derechos desorbitados, en pugna
unos con otros, que ha .creado el imperante individualismo disgre­
gador.
La experiencia nos da que sólo el hombre portador de
una
arra'igada convicción religiosa es capaz de sacrificar su interés
personal en aras de valores objetivos
más altos. Convencer a una
mujer, IXJr ejemplo, de que su deber es tener hijos, y a un sol­
dado de que el suyo
está en luchar, hasta morir si es preciso, en las
trincheras,
es algo que solamente puede conseguirse a base de
insuflarles heroísmo, escribió poco
más o menos, en cierta ocasión,
Ramiro de Maeztu.
Aho_ra bien; téngase en cuenta que la razón
onto1ógica del heroísmo está en la fe: el más firme e irrompible
vínculo de unión dentro de
la comunidad. Confluencfa ésta de la
sociedad civil
y religiosa, el hombre, forzoso miembro de las dos
a la vez
y sujeto asimismo a la autoridad de ellas., necesita des­
cansar en la perfecta
armonía de ambas potestades. Surgen así,
eón
fluir espontáneo, las relaciones de la Iglesia y el Estado en
su triple aspecto: autoridad exclusiva de la Iglesia en materias
sobrén2.turales; autoridad suprema del Estado en los asuntos
temporales; muto acuerdo de ambas potestades en citestiones
m:xtas.
Caso típico de comunidad, transverberada toda ella por un
cálido sentido religioso, es España y los pueblos hipánicos. Re­
cordemos, con Eugenio Montes, que la historia de España, en el
más ambicioso sentido
del vocablo, es historia eclesiástica. Gambra
esgrime, en larga cita, el irrebatible testimonio de Menéndez
Pe­
la.yo, el más fino auscultadoi- de nué.stra psicología histórica. Es
evidente que cuantos elementos naturales nos caracterizan1 más
bien parecen converger a la dispersión que a la unidad. Sin em­
hi:trgO, el ideal religioso, además de forjar nuestra unión, nos brin­
dó rutas transidas de ecumenismo. Tales rutas son las que señalan,
sill desviación oportunista, ese trascendente sentido de España en
la historia universal, tesis que ·tan brillantemente nos dio a conocer,
en
su día, el genio historiográfico de García Vi1lada.
Gambra,
convertido de mo'mento en filósofo de la historia,
noS hace ver y sentir, en apretada síntesis plena de erudición, cómo
todos los jalones fundamentales de la zarandeada vida de
Rspaña
están vigorizados por este ideal superregional de contextura tras­
cendente.
¡ Ay, el día q_ue lo perdamos! Habremos de sustituirlo
entonces, a ejemplo de otros pueblos,
por idolillos vanos, donde
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RAFAEL CAMERA Y LA UNIDAD CATOUCA DE ESPAlvA
la irracionalidad se vierte en_. iidículo y la humillación humana
llega a límites inconcebibles. ·
Junto al estudio de la doctrina que aún sostiene, con argu­
mentos hasta el presente irrebatidos, la tesis de la unidad reli­
giosa, quedan registradas y desmenuzadas por Gambra sus dos
modernas antítesis : el ideal de coexistencia y
el llamado pro­
gresismo católico. Gambra, con implacable dialéctica y
pertrecha-:­
do de textos pontificios, claros y rotundos, responde inconcusa­
mente a todas las objeciones que Maritain ha formulado contra
el pensamiento tradicional. Y es curioso constatar, después de
leer a Garnbra, cómo desde León XIII hasta Pablo VI no existe
un solo documento papal que abone cuanto a este respecto ha
expuesto
el filósofo francés. Gambra, convencido él, conduce sua­
vemente
al lector a la convicción de que aún tiene validez -¡ ya
lo creo!-la defensa de la unidad católica como expresión del
deber,
por parte de la sociedad y del Estado, de rendir pleitesía
a Dios en
el único culto que disfruta de la autenticidad de lo
divino ...
Y del progresismo católico, ¿ qué decir? Gambra penetra en
sus hondones
para descubrirnos admirablemente su raíz histórica
y emocional. Tanto el mito del Progreso indefinido, hoy en de­
clive, cuanto
el mito de la Revolución, en pleno auge, han conside­
rado a la historia como
un turbión avasallador que se impone, al
que hay que acatar de modo fatalista. El progresismo católico,
alimentado por ambas corrientes, se introduce así, de lleno, en el
gran mito de la Historia. ¿ A qué luchar contra lo irremediable?
Si se equivocó
García Morente al afirmar que el hombre es el
único ser sobre la tierra que -puede ejecutar su propia melodía,
el cansancio y la deserción quedan justificados. Ese cansancio de
los buenos,
de que habló Pío XII ... Esa deserción de los buenos,
de que habló
Pablo VI... Pero es más : si fuera cierto que la Iglesia
ha quedado desfasada, inmovilista, como anuncia
el progresismo. y
que para ponerse al día, con renuncia a todo combate, debería acep­
tar íntegramente el espíritu revolucionario, ¿ qué significado ten­
dría va el
ser sal de la tierra ?
F.Ínaliza Gambra su excelente obra con un estudio sobre el caso
español, como tributo y esperanza. Llega
-dice-hasta nuestro
catolicismo
"una onda histórica que .procede de muy lejos, una
herencia santificadora que lo hace --quizá indignamente---------acreedor
;:.. una consideración especial y atenta". Palpita en él un germen
de expansión
y una esperanza, a la vez, para la Iglesia universal.
No, claro está, porque
·actualmente sea perfecto en sí mismo, sino
porque lleva en su entraña indudables gérmenes de superación
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GABRIEL DE ARMAS'
y perfeccionamiento ... Por algo, sí, por algo nos llamó Keyserling
reserva moral de Europa.
IV
Con un apotegma de Luis V euillot queremos poner punto
final a este
nuestro subjetivo comentario en torno. a la obra de
Rafael Gambra. De.cía el gran periodista francés, tenaz y aguerrido
luchador, que la verdad sólo fenece en manós de quienes 1a aban­
donan. Suele haber mayor
peligro en la omisión de los adictos
que vigilan que en
la acción directa del enemigo que ataca.
Rafael Gambra no ha querido abandonar en esta hora difícil,
cansado y desertor como otros, la
gran verdad de la unidad cató­
lica
de España. Su postura confortadora y paradigmática ha plas­
mado en esta obra bien concebida, bien pensada,
bien escrita y
b:en elaborada. Un extenso prólogo, excepcional por muchos con­
ceptos, de
Juan Vallet de Goytisolo, sírvete de pórtico literario.
Ambos, Vallet
y G-ambra, si merecen nuestra incondicional ad­
miración, son acreedores, sobre
todo, de nuestra más rendida gra­
titud.
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