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La pérdida del sentido de la naturaleza en la modernidad

LA PERDIDA DEL SENTIDO DE LA NATURALEZA
EN LA MODERNIDAD
POR
JOSÉ MARIA Pl!TIT SUllÁ
INTRODUCCIÓN
El aristotelismo.
El concepto de naturaleza es muy originario y fundamental,
de modo que con el término «naturaleza» no se expresa un con·
cepto colectivo simplemente sinónimo del de «Mundo». El
concep­
to de naturaleza es de aquellos conceptos-clave cuya comprensión
manifiesta de por sí toda una
filosofía de modo parecido a como
sucede con el concepto mismo de ente.
La caracterización de este concepto alcanzada en la filosofía
de Aristóteles
se ha de considerar uno de los logros más impor­
tantes del pensamiento humano,
que no podía darse más que en
quien tuviese
-como el estagirita-una adecuada comprensión
del ente y del movimiento. Para el propósito de esta conferencia
sólo hay que destacar que pudo así superar el fisicismo de los
presocráticos, que era prácticamente en muchos de ellos
--espe­
cialmente en el caso de Empédocles-un verdadero materialis­
mo, y haber aprovechado el planteamiento platónico del Modelo
del mundo, pero superándolo muy ampliamente, al declarar la
respectividad de la materia hacia
la forma y evitar hacer de la
«jora» platónica -la «nodriza» del diálogo Timeo-un tercer
elementci autóctono, independiente y del todo extraño al hace­
dor, en la formación del mundo.
Señalemos de pasada que fue mérito indiscutible de Santo
Verbo, núm. 329-330 (1994), 901-919 901
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.JOSE MARIA PETIT SULLA
Tomás el haber superado el error aristotélico sobre la eternidad
del mundo sin caer por ello en la antigua tentaci6n de rechazar
la comprensi6n que de
la naturaleza se presentaba en dicha filo­
sofía, dándose cuenta de que el aristotelismo, a pesar de las fal­
sas interpretaciones averroístas, ofrecía el único marco válido para
entender
la trascendencia de Dios creador sobre el conjunto del
universo que, parad6jicamente, no podía salvar el aparente
re­
lato «creacionista» del Timeo.
Sintetizandd el pensamiento de Arist6teles, digamos que en­
tendemos por naturaleza la misma esencia de los entes en cuanto
que poseyendo
el principio de sus operaciones, tal como lo define
d aquinate en el De ente et essentia. De este modo la naturaleza
significa algo crucial en
la comprensi6n del mundo que, al pro­
fesor Prevosti y

a mí, nos place expresar con esta afirmaci6n
sin­
tética: la naturaleza significa el enraizamiento del devenir en el
ser, esto es, que en el obrar de cada ente natural se manifiesta
el mismo ser del que obra y así, no sólo lo finito y contingente
sino incluso lo cambiant~., manifiesta en este su movimiento, un
modo de ser. El movimiento no es, como en Heráclito, negaci6n
de ser y ni siquiera es, como en el platonismo, mezcla de ser y
no ser, sino precisamente una cási misterio~a patencia del mismo.
Aristóteles hizo por primera vez en la historia del pensamiento
humano
-y todo abandono de su concepción ha de recaer en
el monismo absoluto-un esfuerzo de comprensión de lo que
significa cambiar, mudar de forma sustancial o accidental. Ello
sólo puede expresarse con referencia a dos polos fundamentales,
interno uno y externo el otro. Por un lado, la naturaleza es, en
cada ente natural, una tendencia, una «hormé», por otro lado,
esta tendencia manifiesta el fin al que tiende· como la causa de
las causas, perdida Ja cual no queda en el mundo ninguna verda­
.dera cauSalidad, sino mera «transición» de objetos, como ex:preSó
la corta, pero sincera, perspectiva intelecrual de Hume.
Sirva este pequeño preámbulo para acceder a nuestra consi­
deraci6n sobre el significado actual de la pérdida del sentido de
la naturaleza en la modernidad, que pasamos ahora a desarrollar.
Entenderemos en esta conferencia por modernidad, no estríe-
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LA PERDIDA DEL SENTIDO DE LA NATURALEZA
tamente la modernidad romántica, que es uno de los objetos in­
mediatos de esta reuni6n de
AMIGOS DE LA CIUDAD CATOLICA. de
este año, sino la modernidad en sentido amplio,
es decir, de aque­
lla modernidad que, aunque toma nombre de
la llamada «filosofía
moderna» del siglo
XVII, según la propia expresi6n de sus pro­
tagonistas, en realidad aparece claramente
en el siglo anterior.
Modernidad signific6, simplemente, la nueva filosofía que
se que­
ría hacer al margen de la secular filosofía de las Escuelas y por
ello la filosofía moderna no fue, en la práctica, ni esta ni aquella
filosofía sino meramente filosofía no escolástica.
Como
es bien sabido, se quiso hacer Ja filosofía separada de
la teología, rechazando tanto su ayuda, al recibit luz revelada
sobre cuestiones fundamentales acerca de Dios, del hombre y del
mundo, como en su orientaci6n, su relaci6n de servicio
de la teo­
logía que la obligaba a ser precisamente del todo rigurosa. Este
distanciamiento, que culmina finalmente en
un rechazo e incluso
una aversi6n hacia lo sobrenatural, tom6 inicialmente la
forma
de una deliberada separación del aristotelismo, precisamente en
las cuestiones de filosofía
natural, en concreto, con una vuelta
arcaizante hacia el anterior platonismo, tanto en su vertiente
animista como
en su componente pitagórico, volviéndose luego
más explícitamente hacia el antiguo atomismo.
PRIMERA PARTE
La crisis moderna.
Entrando en nuestro objetivo especifico señalemos que en la
modernidad filos6fica, olvidando y apartándose de
las precisiones
aristotélicas, aparecen sucesivamente cuatro grandes maneras de
concebit la naturaleza, que de algún modo pueden aparejarse dos
a dos, como veremos. Aclaremos también que la originalidad
·de
estas concepciones es relativa, pues, a pesar de su afectada nove­
dad, si se conoce su .génesis y
-se atiende a sus textos concretos,
en realidad, son .desarrollos de
otras tantas concepciones del pen­
samiento expresado ya en la antigüedad prearistotélica.
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/OSE MARIA PETIT SULLA
La primera concepción «moderna» que se abre camino la r<>"
presenta la filosofía típicamente renacentista, tal como la puede
caracterizar,
de manera absoluta, Giordano Bruno, entre otros.
La concepción de la naturaleza que se quiere rehabilitar es, a
pretexto de la intrinsicidad del origen de su movimiento, la del
pansiquismo neoplatónico cuyo representante genuino había sido
Plotino.
La naturaleza es toda ella un gran organismo viviente,
un gran todo en
el que no cabe diferencia entre lo inaminado y
la vida, entre
pluralidad y unidad, entre. materia y forma, entre
lo finito y lo infinito, etc. Su mayor o menor radicalidad depen­
derá del autor considerado, pero la característica esencial
se man­
tendrá en todos; La naturaleza es tan «divina» que es monlstica­
mente. autosuficiente. ·
Así razona Teófi!o, en el diálogo de Bruno Sobre la causa, el
principio
y la unidad: «El espíritu, el alma, la vida, se encuentran
en todas las cosas»
... «Pues el .alma del mundo es el principio
formal constitutivo del universo
y de lo que en él está conteni-
do» ... «El alma viene a ser la forma de todas las cosas» ... «En-
tiendo que esta forma
es la misma en todas las cosas» ... «Así,
cambiando de sitio
y vicisitud, es imposible que esa forma quede
anulada»
... «Así, pues, tenemos un principio intrínseco, formal,
eterno
y subsistente» . . . «Dicen que el hombre es resultado de
una composición ; que el alma no
es más que la perfección y el
acto de un cuerpo» . . . «No hay pues que sorprenderse si hacen
tanto
caso y tienen tanto miedo a la muerte» .

. . «Contra tal
demencia gtita
la naturaleza en voz alta que ni los cuerpos ni las
almas deben temer a la muerte, porque tanto la materia
como la
forma son principios constantísimos» (Giordano Bruno:
Sobre la
causa, el principio y la unidad, 11).
Señalemos solamente que esta concepción parece,ser una «exa­
geración» de la peculiaridad de la naturaleza, una radical_ afirma­
dón de su originariedad y por ello superioridad sobre todo -lo
que
es obra del arte e industria humanos. Tal comprensión será
en buena parte recogida en el pensamiento romántico, pero de
modo inmediato
provocará, dialécticamente, una Nisión,del todo
opuesta.
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LA. PERDIDA. DEL SENTIDO "DE 'LA. NA.TURA.EEZA.
La segunda concepción, como hemos dicho en oposición dialéc­
tica a la anterior, la constituye
la filosofía del mecanicismo, cuyo
representante genuino fue Descartes, y que, en esencia, y par­
tiendo de tesis sustentadas
ya en el nominalismo escolástico, re­
tomó las antiguas concepciones de los pitagóricos, cuya influencia
fue .también grande en hombres como Galileo. Ahora la natura­
leza es «minimizada» en comparación con el arte. Desapa!ece
toda «divinización» e incluso todo misterio. Nada es más fácil de
comprender que
la naturaleza, porque es puramente matemática.
Es bien conocida la célebre expresión
de Galileo: «La filosofía
está escrita en este grandísimo
libro que tenemos abierto ante
los ojos, quiero decir, el universo, pero no se puede entender si
antes no se aprende a entender
la lengua, a conocer los caracte­
res en los que está escrito.
Está escrito en lengua matemática y
sus caracteres son triángulos, circulas y otras figuras geométri­
cas, sin las cuales
es imposible entender ni una palabra» (Galileo:
El ensayador, n. 6 ).
La naturaleza es vista bajo el prisma de la metafísica y, en
consecuencia, la Naturaleza
es entonces lo mismo que la ley. La
diferencia que hay entre el Caos y la Naturaleza -escribe reite­
radamente Descartes-- es solamente la presencia de las leyes. Es
en este período donde
la inversión respecto al concepto gennino
de naturaleza es más radical.
El modelo de la naturaleza es ahora
nada menos que el arte, atiéndase bien,
el arte humano, es decir,
aquel en donde las relaciones cuantitativas espaciales,
es decir, la
geometría, impone su ley constructiva. Este
es ahora el modelo
de
la naturaleza. Hay un breve párrafo del astrónomo J. Kepler
en la dedicatoria de su obra
Mysterium Cosmographicum que
anuncia, quizá por primera vez, esta concepción: «No me deten­
dré en observar que mi tema constituye un valioso testimonio del
hecho de
la creación que ciertos filósofos han negado. Vemos,
en efecto, que Dios. ha intervenido en
la formación del universo
siguiendo un orden y una regla, asemejándose a un··_ arquitecto
humano y disponiéndolo todo · de tal modo que pudiera creerse
que, lejos de
· haber e] . arte· tomado por . modelo a la naturaleza,
el propio Dios se ha
inspirado para su créadón en los modos de
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construir del futuro hombre». En el umbral del paso del rena­
cimientd
al racionalismo, se recogen en este texto tanto el antro'
pocentri&mo renacentista -el modelo divino es el arte humano-­
como la primacía de la cantidad sobre
la cualidad: Dios hace
geometría.
La ley que constituye la entraña del universo implica, eo ipso,
un_ legislador que no es otro que un Dios, Deus ex machina, que
se hace coincidir con el Dios de la Biblia. Dicha concepción se
presentó por tanto, al principio, _como genuinamente «teísta»·,
pues Dios daba «razón» del orden matemático del mundo, pero
el orden natural se presentaba como puramente externo y mera­
mente mecánico produciéndose el frontal rechazo de la finalidad
intrínseca y de
la jerarquía universal. Desapareció así la idea de
tendencia y por ello la idea de bien propio común, para ser todo
engullido por la primacía de la indifetente cantidad. El mundo
no era ni siquiera bueno, sino simplemente salido
de la voluntad
divina, que debía necesariamente expresarse como verdad mate­
mática porque es lo que el hombre entiende de manera elata y
distinta. Muchos pátrafos cartesianos, desde el Tratado
Del Mundo o
del Hombre, o del Discurso del método d de los Principios de
filoso/la
abundan en esta idea. En el Mundo no hay más que pura
extensión, pues tal es y
no otra cosa la naturaleza de cualquier
cuetpo, y a esta extensión sólo le compete movimiento local (re­
ducido a su vez a ser un mero «modo» de la extensión) y son
simplemente unas, muy pocas,
leyes fundamentales las que dan
razón de todo el comportamiento del Mundo: la
inercia y la con­
setvación de la cantidad . de movimiento en el choque. La tercera
ley es la curvatura de todo movimiento (los célebres torbellinos)
que debían soslayar la dificultad cartesiana para explicat
la po­
sibilidad del movimiento· y que, obviamente, es incompatible con
la primeta
ley y de consiguiente expresa sólo una facticidad de
la naturaleza.
Esta concepción ejerció influencia en
la matcha de la futura
inmediata ciencia natural,· aunque ésta nunca
se dejó reducir del
todo al puro mecanicismo. Fue principalmente la noción clave
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LA PERDIDA DEL SENTIDO DE LA NATVRALEZA
de fuerza la que se negó a dejarse expresar como pura cantidad.
Tanto el Leibniz
filósofo como el Newton científico se apartaron
del cartesianismo. Pero
la nueva concepción de la naturaleza,
desarraigada de su ser verdaderamente
natural, se erigió en para­
digma hacia el que, en todo caso, había que tender, según las
mentes preilustradas,
y, como no podía ser menos, fue también
exponente del orden moral que quedaba del todo absorbido por
la sola voluntad, al principio divina, pero pronto puramente
hu­
mana. El orden ético y político acabaron creándose supuestos
paradigmas, pretendidamente racionales, que querían imitar como
modelo hipotético el mundo de la necesidad de las leyes matemá­
ticas. Pero las explícitas consecuencias del mecanicismo se
saca•
ron en el siglo de la Ilustración.
La tercera concepción que se acaba de apuntar sigue ya bien
pronto a la anterior. y en esencia conserva la· forma de una natu­
raleza mecánica, pero, a diferencia de Descartes, se produce una
especial aceptación del antiguo atomismo filosófico -propugna­
do ya por contemporáneos cartesianos como Gassendi y Boyle-,
y tomando, .cada vez más, sus características más filosóficas, como
son su eternidad, su
necesidad ciega, Su omnipresencia y su auto­
suficiencia. Es la filosofía natural del empirismo, especialmente
a partir de Hume, que radicaliza el planteamiento de
Locke. En
sucesivas e inmediatas radicalizaciones ~Helvetius, La Mettrie,
el barón de Holbach, etc.~ no se hace sino repetir las tesis , del
más estricto monismo materialista de los filósofos presocráticos
más fisicistas. Así, por ejemplo, escribe La Mettrie su obra titu­
lada
El hombre máquina, título como se ·ve bien sugestivo, en
1748, donde escribe: «Si se admite que la materia organizada
está dotada de un principio de movimiento que
es lo único que
la distingue de
la materia no organizada ( ¿y quién podrá negarlo
frente a tantas irrefutables observaciones?),
y además que en los
,inimales todo depende de las diferencias en la organización, según
he demostrado
de· modo suficiente, basta con esto para despejar
d enigma de la sustancia y del hombre. Es evidente que no hay
en el mundo más que una sustancia, y que el hombre es su más
completa expresión». Es el mismo planieamiento cartesiano, pero
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JOSE 'MARIA PETIT SULLA
del que ha desaparecido la res cogitans; desaparición que tiene
.su lógica interna en la imposibilidad cartesiana -verdadera con­
moción del cartesianismo posterior-:-en explicar la comunica­
ción de las · dos sustancias.
La naturaleza triunfa entonces sobre . el entendimiento y la
libertad, cerrándose, cada vez .más sobre sí misma, hacia toda
cla­
se de determinismos. Es la naturaleza vista por la Ilustración y
continuada por los explícitos materialismos, principalmente fran­
ceses, hasta la primera mitad del siglo xrx, prolongándose hasta
nuestros días, de modo especial de la mano del marxismo. En su
inicio apenas encontró en Kant una tímida crítica, que intentó
en vano salvar lo trascendente
. en· el orden cognoscitivo y. la
libettad en el orden práctico. En nuestro siglo chocó con los
más
innovadores descubrimientos. de la .. nueva física, pero sin critica
filosófica que frenase su divulgación, bien puede decitse que
está muy lejos de desaparecer.
Hay que señalar, sin embargo,
que en el posterior romanti­
cismo que
sigue a la ilustración, y ligado inicialmente al idealismo
alemán,
la naturaleza vino a ser repensada, en buena medida,
como aquel todo originario, confuso, creador, vital, de fuerza
.irresistible,
en fin; como el verdadero Dios de· quien el hon:ibre
es sólo una peculiar y ambigua manifestaci6n -y al decir del
«primet postmoderno» Nietzsche,
·no 1a mejor. Se abandonó «ro­
mánticamente» el·mecánicismo;· pero se·con_servó el monismo an­
terior al mecaniciStrio, que hemós 'ya caracterizado, abisn:tándose
con complacencia en el materialismo posterior del que procedía
dialécticamente, allttque usasen y· abusasen del término «espíri­
tu». En el Tiefurter Journal se public6 un articulo titulado preci­
samente
Naturaleza -firmado por Goethe-del que expongo
ahora una buena parte
-ciado el interés . explícito que en este
Congreso recae sobre el romanticismo--, según
la traducción
hecha por
el Dr. Antonio Prevosti (puede leerse entero .en nues­
tra obra La filoso/la de la Naturaleza, págs. 251-252):
· «¡Naturaleza! Estamos rodeados y envueltos por ella -im­
potentes para salimos de ella, e impotentes para penetrar en ella
más profundamente. Nos toma, sin que se lo pidamos y despre-
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LA PERDIDA. DEL SENTIDO .DE LA NATURALEZA
venidos, en las vueltas de su danza y sigue con nosotros su curso
hasta que estamos
· agotados y nos caemos de sus brazos.
Eternamente produce nuevas formas; lo que
hay, no lo.hubo
aún jamás; lo qu·e-fue, no volverá -todo .es nuevo, y, .sin em­
bargo, siempre lo mismo de antes.
Vivimos en medio de ella,
y le somos extraños. Habla inre­
santemente con nosotros y no nos revela su secreto. Obramos
continuamente sobre ella y, con todo, no Jenemos ningún poder
sobre ella.
Parece haberlo ordenado.todo a
la .individualidad,.y no hace
ni caso del individuo. Siempre construye y siempre destruye, y
su taller
es inaccesible.
Vive en innumerables hijos;
¿y la madre, dónde está?. Es la
única artista: del materíal más simple a los mayores contrastes;
sin apariencia de esfuerzo hacia la mayor perfección
-a la más
exacta determinación, siempre revestida de algo suave. Cada una
de sus obras tiene una esencia propia, cada una de sus manifes­
taciones
el concepto más aislado, y aún así, todo hace una unidad.
Representa una comedia; no sabemos si ella misma la ve1 .pero
desde luego la representa para nosotros, que nos hallamos en un
rincón.
Hay en ella un eterno vivir, devenir y moverse, y con todo
no
avariza ni un ápice. Se transforma eternamente y no hay en
ella
ni un momento de reposo. No entiende de permanecer, y ha
lanzado su maldición sobre el reposo. Es
firme. Su paso es me­
surado, sus -excepciones -raras, sus leyes· .inmutables.
Ha pensado1 y continuamente medita; pero no como un hom­
bre, sino como naturaleza. Se ha reservado un sentido propio y
universal, que nadie le puede. descubrir.
También lo no natural es la naturaleza. Quien no la ve en
todas partes, no la ve correctamente en ningún lugar.
Se ama a sí misma y eternamente
se aferra con ojos y corazo­
nes sin número a sí misma. Se ha desplegado para disfrutarse a
sí misma. Siempre· hace surgir nuevos sibaritas, incansablemente,
para comunicarse.
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Sus hijos no tienen número. Con ninguno es mezquina en
todo, pero tiene predilectos, con los que malgasta mucho y a
los que sacrifica mucho. Ha vinculado su protección a ,lo grande.
De la nada rocía
sus criaturas y no les dice de dónde vienen
ni a dónde van. Sólo han de correr.
El camino lo sabe ella.
Su comedia siempre es nueva, porque siempre produce nue­
vos espectadores. La vida es su invención más bella y la muerte
es su truco para tener mucha vida.
Envuelve al hombre
en la insensibilidad, y lo espolea eterna­
mente hacia la luz.
Lo hace dependiente de la tierra, indolente
y pesado, y lo sacude siempre de nuevo.
Se obedece a sus leyes incluso cuando uno se resiste a ellas ;
se obra con. ella incluso cuando se quiere obrar. contra ella.
No tiene habla
ni lenguaje; pero produce lenguas y corazo.­
nes a través de los que siente y habla.
Ella
lo es todo. Se premia a sí misma y se .. castiga a sí misma,
se alegra y se tortura a sí misma. Es ruda y suave, deliciosa y
espantosa, débil y todopoderosa. Todo existe siempre en ella. No
conoce pasado ni futuro. El presente es
para ella eternidad. Es
benévola.
La alabo con todas sus obras. Ella es sabia y silenciosa.
No
se le arranca del cuerpo explicación alguna, ni se le arrebata
regalo alguno, que no dé ella voluntariamente. Ella es
artera, .pero
a buen fin, y lo mejor
es no notar su artimaña.
Es entera, y, no obstante, siempre inacabada. Tal
C las trae, puede traérselas siempre.
A cada uno se le aparece con una forma propia. Se oculta en
mil nombres
y términos y siempre es la misma.
Ella
me ha introducido, y asimismo me expulsará. Yo me
confío a· elhi. Que disponga de mí. No odiará su obra. No he ha­
blado yo acerca de ella. No, lo verdadero y lo falso, todo ·10 ha
dicho ella. Todo es culpa suya, todo es mérito suyo».
Podemos valorar la calidad literaria y
la fuerza sugestiva de
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LA PERDIDA DEL SENTIDO DE LA· NATURALEZA
estos pensamientos poéticos, pero no cabe duda de que nos asalta
en su lectura un cierto miedo, incluso un creciente pánico, por
su mensaje monista, aniquilador del individuo. La exaltación del
individuo pasa por ser un tópico del romanticismo, pero
ha de
ser juzgada a la luz de este texto claramente monista.
La natu­
raleza
es amplia pero cerrada sohre sí, y su . supuesta ternura esta
teñida de crueldad y
preferencia por lo grandioso. La naturaleza
romántica no presenta propiamente jerarquías
y por ello en esta
naturaleza el hombre no tienen
más papel que el de ser «la voz
de la naturaleza». El mismo amor es fusión pero sin intimidad y
ofrece fecundidad pero sin donación singular, como mero efecto
de la actividad natural. Es la máxima manifestación de una na•
turaleza que no tiene otro fin que ella misma y, en definitiva,
es la expresión de la máxima inmanencia. Es, en fin, la natura­
leza que sustituye
al Dios personal, providente y misericordioso,
que tiene con nosotros una relación personal y que quiere elevar­
nos a participar de su vida divina. que es eminentemente perso­
nal, lo que queda especialmente puesto de relieve en
el misterio
de
la Trinidad de Dios.
Parece, en muchos sentidos, que-la concepción romántica de
la naturaleza representa una vuelta al pansiquismo renacentista
con un expreso rechazo
del matematicismo. Pero se trata en· el
fondo de una afirmación de la ciega necesidad propia del
más
estricto mecanicismo y materialismo, apuntando, en un sentido
muy preciso, a una idea que será característica de
la postmoder­
nidad y que, en el texto transcrito, viene representado, de modo
terrible, con aquel párrafo que dice así: «De
la nada rocía sus
criaturas y no
les dice de dónde vienen ni a dónde van. Sólo han
de correr.
El camino lo sabe ella». Difícilmente encontraríamos
un
texto más opuesto al concepto cristiano del cosmos ordenado
por Dios para
el homhre, y al concepto de la propia vida huma­
na. Evidentemente recuerda esto
el posterior, tantas veces citado,
verso de Machado,
y que tiene la misma significación: «Caminan­
te no hay camino; se hace camino al andar».
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JOSB MARIA PETIT SULLA
SEGUNDA PARTE
La postmodernidad.
Supuesto este sucinto panorama histórico de la modernidad,
podemos
hacernos ahora esta pregunta: ¿ Cuál de estas concepcio­
nes descritas predomina
en la postmodernidad actual? ¿En qué
medida estamos ante una nueva manera de entender la naturale­
za?
En un orden cronológico regresivo podemos ir. repasando las
actitudes que
caracterizan la mentalidad postmodi,ma en relación
con la descripción anterior. Hoy no somos románticos pero se
acepta todo
lo instintivo y se valora más que lo racional. Hoy se
afirma el valor absoluto de la libertad pero se tiene una concep­
ción materialista del hombre que
la hace metafísicamente impo,
sible, entendiendo la libertad como mera libertad de· coacción y
sintiendo
un anténtico horror por la libertad entendida como libre
arbitrio del hombre, como capacidad
de decidir, Hoy se habla
de continuo del papel fundamental del azar, pareciendo alejarse
-al igual que los románticos-de la preconfiguración mecani­
cista, pero sometido a la ciega necesidad, paradoja que muchos
no han comprendido en su verdadero significado, que no es otro
que el de su ciega y fatal necesidad. El azar -del que veremos
su preponderante papel en la visión de un postmoderno contem­
poráneo-significa sólo que todo devenir está fuera de toda
finalidad y
por ello la necesidad es su riguroso complemento que
expresa el carácter absoluto del
devenir sin fin. Hoy se niega
toda presencia espititual
en la naturaleza, tócla tensión hacia lo
alto, pero se afirma la existencia de «fuerzas .psíquicas» en nues~
tto cosmos y somos de continuo inVitad.Os a -creer seria.mente en
toda clase de astrologías cuya presencia social es creciente y que
cumplen el papel de la nueva religión
de la humanidad.
En fin, pues, no podemos decir que estemos en una nueva
concepción acerca de la naturaleza, pero tampoco que
se hayan
rechazado ninguno de los anteriores errores filosóficos. De algu­
na manera en la postmodernidad anticristiana tóclos los errores
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LA PERDIDA DEL SENTIDO DE· LA -NAT_UR4L!$.ZA.
andan conjuntados y, aunque de suyo son incompatibles unos con
otros, la falta de rigor conceptual permite a nuestros actuales
sofistas
invocat en cada caso el error más idóneo con la falacia
política que
se quiere edificar. Conviene, sin embargo, señalar
un solo punto de coincidencia. Hay hoy un consenso unánime
acerca de la manera como se ha de entender la naturaleza,.o
me­
jor dicho, la manera como no se ha de aceptar en modo alguno.
La naturaleza no puede ser para la mentalidad orgullosa de la
filosofía actual nada que
se imponga de manera universal al. dis­
curso voraz de la voluntad humana. Pigo. discurso voraz porque
se trata de un verdadero engullimiento de la realidad natural y
digo de la voluntad porque el lenguaje ideológico
se mueve es­
trictamente en el te¡:reno de la pura voluntad .de ser y cir. Ningún razonamiento es hoy tolerado, ninguna disensión
intelectual es escuchada. Toda dilucidación · es tomada por esco­
lástica y toda discrepancia desoída como lo que no se mueve al
ritmo de la historia.
Profundicemos
. en . · esta unánime coincidencia postmodei:na:
.la naturaleza no puede ser aceptada en la postmodernidad como
algo que
se imponga como la realidad ineludible,. en ningún sen­
tido. Y no. puede ser aceptada no por esta o aquella concepción
natural contrapuesta sino porque la naturaleza ha de ser superada
por la historia, como
el ser ha de ser superado por el devenir.
El grito unánime es hoy que. no hay naturaleza humana, pues,
ambas expresiones
se consideran antinómicas. El hombre es su
historia
-se dice--, luego no tiene naturaleza. La desaparición
más absoluta y radical del derecho natural y , de la ley natural
jalonan hoy
el espíritu legislativo y la pral La naturaleza
es hoy pensada según este modelo antr9pol6-
gico, pero con la nueva concepci6n del hombre. El ho1nbre no
es, ha de ser; luego la naturaleza entera no
es sino que ha de
ser. La naturaleza, se piensa, no puede anteponerse a la voluntad
de construcci6n de un
futuro porque la naturaleza misma es obra
de la historia; tal es la conclusi6n más esencial
de la teoría evolu­
cionista
más allá de todo darwinismo. En la naturaleza ya riQ
hay propiamente objetos sino hechos; acaecimientos;· sucesos ... Es
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IOSB MARIA PBTIT SULLA.
así como comienza una obra breve pero muy influyente y sinto­
mática de la
filosofía contemporánea: «El mundo es lo que
acaece». «El mundo no
se· compone de objetos sino de hechos»
(proposición primera del
Tractatus de Wittgenstein}.
Recogiendo una idea, reiteradamente expuesta por el Dr. Ca­
nals, ditfa que el signo más evidente de que estamos en una época
que no tiene
parangón con las anteriores, lo que vulgarmente
llamamos época apocalíptica, se
mamfiesta precisamente en esto,
a saber, que
la naturaleza no sólo no es entendida como la crea­
ción,
lo .que exigiría la existencia del ser creador, Dios, sino que
tampoco
es vista como un sustituto de la idea de Dios que pre­
sentase una nueva
dogmática· meramente «natural». Hoy ya no
hay ni naturalismo, en la medida en que esta concepción implica
algo que
está' por encima del hombre. Según la advertencia de
San Pablo a los tesalonicenses, el hombre 'del pecado se alza con­
tra·todo lo que es Dios o recibe culto:
Tal idea la vemos múltiplemente expresada en la obra de un
filósofo francés
Contemporánro, en especia! en un libro iitulado
precisamente antinaturaleza, ·escrito en 1973. Las páginas inicia­
les
del. prologo de esta obrá 'son bien sigmficativas: «¿Cuándo
daremos término a
nuestros escrúpúlós · y prevenciones? ¿Cuán­
do
dejaremos de estar obcecados por todas~Stas sombras de Dios?
¿Cuándo
nos será al fin permitido, a nosotros lós hombres, comen­
zar a ser naturales, a "naturalizarnos", con la pura naturaleza, la
naturaleza recobrada, la naturaleza liberada?». «Tal esla cuestión
planteada por Nietzsché al final de un aforismo de La gaya ciencia
(aforismo 109); 'que describe la realidad como infraracional y a la
vez trascendiendo toda interpretación, es decir, ajena por defini­
ción
a todas lirs ideas que hayan podido tomarla como pretexto
(vida, finalidad, orden, necesiclad, armonía, ley). A ésta cuestión
le
Será propuesta aquí una respuesta concebida del siguiente
modo: el hombre
será.

"naturalizado"
el día en que asuma ple­
nrunente el artificio renunciando a la idea de la naturaleza misma,
que
puede ser considerada como una de las principales "somb,.,;s
de Dios",' si no comci el principio de todas las ideas, que contri­
buyen
a ''divinizar" la existencia (y,· de esta manera,· a despr6-
914
Fundaci\363n Speiro

LA PERDIDA DEL SENTIDO DE LA NATCJRA.LEZA·
ciarla como tal». (Clément Rosset: La anti-naturaleza, ed. Taurus,
prólogo, pág. 9).
La propuesta de Rosset se centr.a con estas.pa-.
labras: «El artificialismo del que se ha tratado y se tratará .en
el presente libro, designa, pues, esencialmente una negaci6n de
la naturaleza y una afirmaci6n universal del aza:r, sentido que se
sitúa en las antípodas de todas las formas de naturt4ismo antro­
pocéntrico
que se han manifestado tras Arist6teles, en la historia
de la filosofía» (ibid., pág. 59).
Esta tesis,
física y metafísicamente imposible, me recuerda el
acto primero de
la representaci6n de los populares .«pastorests»
catalanes, en concreto la obra llamada
L'Estel de Natzaret del
Dr. Pamies en que, en
el acto primero con que se inicia la re­
presentaci6n, se produce un diálogo entre el ángel fiel a Dios,
Miguel, y el ángel caldo, Luzbel, en que éste último, Satanás, le
dice a
San Miguel que él no ha sido creado por Dios sino que el
azar los creó a
ambos, tesis típicamente maniquea,. pero que viené
al caso recordar. El azar en la postmodernidad es creador. Este
es un mensaje insistente de los actuales medios de comunicaci6n
y de difusi6n cultural: todo procede del azar.
En vano podtíamos
nosotros aducir los textos del gran físico Newton rechazando de
plano
la tesis epicúrea de la existencia del sistema solar por a,,ar,
así
como en vano opondríamos a esta mentalidad el célebre afo­
rismo de Einstein: «Dios no juega a los dados». Digo en vano
porque hoy este es el mensaje fundamental, que está exigido para
negar en su misma raíz toda posibilidad de remontarse desde
este mundo hasta Dios.
Quien abrigase alguna duda sobre el carácter antiteísta de
esta aparente «propuesta filos6fica», s6lo tendría que leer el
ca:
pítulo
11 de la obra mencionada, titulada precisamente «Natura­
leza y religi6n», donde escribe párrafos como estos: «Frecuente­
mente la idea de naturaleza ha sido considerada
como lm arma
eficaz, y puede incluso que como
la más efi= de las armas, con­
tra todas las formas de superstici6n
y de creencia religiosa ...
Sea como sea, el que la naturaleza se opone a la religi6n,como
el progresismo al oscurantismo es una idea que aún hoy, :µ,fluye
profundamente en la mayoría de las conciencias: se aceptará de
,915
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JOSE MARlA -"PETIT SULLA
buen grado que los períodos de progreso intelectual y social han
sido aquellos que han hecho fracasar la ideología religiosa en
nombre
de la Qaturaleza, como lo acreditan el Renacimiento o la
Aufkliirung del siglo XVIII. No hay nada más ambiguo, en cambio,
que esa pretensión crítica en lo que a la idea de naturaleza se
refiere: podría ocurrir que ésta no sólo sustituya una religión por
otra, sino que además retómase siempre, so pretexto de -luchar_
contra la superstición, a la muy general y viva fuente de todas
las representaciones religiosas, dando de es.ta manera dos gran­
des pasos hacia atrás por cada pequeño paso hacia adelante».
Sigue diciendo, en
aclaración de su peculiar respuesta: «Según
una perspectiva naturalista, la idea de ®turaleza sigue a la idea
de sobrenaturaleza y
se halla investida de una función crítica con
respecto a esta última. Desde
el punto de vista de una filosofía
no naturalista, esta proposición sólo tiene sentido a la inversa:
la idea de naturaleza precede a la idea de sobrenaturaleza
y, lejos
de criticarla,
la favorece por la simple razón de ser la única capaz
de hacerla posible». Y UQas pocas líneas después continúa: «Una
interpretación religiosa del mundo sólo
es posible si hay un mun­
do que interpretar,
es decir, si lo que existe debe su existencia
a
principios y su duración a fuerzas que, actuando en la existen­
cia, le permitan sobrevivir»·. Y concluye: «La naturaleza es, pues,
el arma al servicio de la religión, que ciertos filósofos pretendie­
ron
dirigir contra ella únicamente por haber asimilado apresura­
damente
la religión a ciertas instituciones perecederas y por ha­
ber ignorado la profundidad de su propia religiosidad. Lo que
se opone a la idea de naturaleza no
es la ideología religiosa, sino
por el contrario el pensamiento materialista, que
se niega a ver
en
la. existencia tanto el efecto de fuerzas como el resultado de
principios: para dar cuenta de lo que los hombres
llaman natu­
raleza el materialismo
se contenta con invocar dos "negaciones
de principio" que son la
inercia (negarse a introducir la idea de
fuerza en
Ja existencia) y el azar ( el único capaz de explicar la
posibilidad· de producciones
. sin menoscabar el principio de iner­
cia)» (ibíd., págs. 35-37).
El filósofo postmoderno
· encuentra materialistas a La Metrrie,
916
Fundaci\363n Speiro

LA PERDIDA DEL SENTIDO DE LA NATURALEZA
a Helvetius y -en menor medida, dice-al bar6n de Holbach,
pero quien
es verdaderamente materialista a su juicio es Lucrecio,
para el cual la única causa
de los fenómenos es una «anticausa»:
el azar. Y concluye este capítulo con estas palabras: «La búsqueda
de una razón para las cosas constituye en definitiva el
dominio
privilegiado de la religión según Lucrecio, puesto que esta bús­
queda implica el deseo de elevarse por encima
de la observación
puramente material de los fenómenos ( deseo de elevación que
se
expresa precisamente en la. palabra supersticio); y que esta razón
sea reputada «natural» como en Aristóteles o en los estoicos, no
hace sino confirmar la opción metafísica. Naturaleza, razón y
dioses son de esta manera, para el autor del De
rerum natura,
tres fantasmas próximos e intercambiables, tributarios por igual
de una afectividad fundamentalmente religiosa que se uiega a
admitir que la existencia
-conocida su capacidad para compla­
cer o frustrar
al hombre--pueda producirse sin causa ni progra­
ma» (ibíd., pág. 47).
La deuda metafísica de esta posición «natural» con Nietzsche,
Schoppenhauer, Marx y
Sartre -sin olvidar en ningún modo a
Heidegger-es evidente. En definitiva parece que resuena la
tesis once de las tesis de Marx sobre Feuerbach y que, en otras
ocasiones hemos citado. «Cuando
.se ha descubierto, dice Marx,
que
la familia celestial se funda sobre la familia terrena es a· ésta
a la que hay que destruir en
la teoría y en la práctica». Pues, bien,
en la medida· en que no
ya la familia monógama e indisoluble,
sino la misma naturaleza puede ser el punto de partida de la
existencia de Dios
-recordemos la carta a los Romanos y el
salmo en el que San Pablo se
inspira-, es esta naturaleza la que
ha de ser negada.
El pensamiento postmoderno ha emprendido, como no se ha­
bía hecho antes,
la crítica más revolucionaria a la noción de na­
turaleza.
Comd ejemplo de pensamiento artificialista, no naturalista, en
el plano de la filosofía política encuentra el . filósofo francés a
Maquiavelo y
a Hobbes. Nada menos sorprendente que esto. Del
primero alaba su falta absoluta de moralidad, con estas palabras
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JOSE MARIA PETIT SULLA
sintéticas: «Si Maquiavelo no habla jamás de moral, es en primer
lugar porque desconoce una instancia que sirve de· fundamento
necesario a toda preocupación moral: la idea de naturaleza. Y
precisamente porque ignora la idea de naturaleza, Maquiavelo
ig­
nora también toda exigencia de orden moral» (ibíd., pág. 192).
Más revelador ha de resultar el juicio sobre el Leviathan de
Hobbes. Apenas hay una línea de desperdicio en este capítulo que
ya comienza con toda la presentación de la tesis, por otro lado,
ya nada sorprendente, conociendo a Hobbes y conociendo la tesis
del autor francés: «Desde las primeras líneas del Leviathan
-es­
cribe Rosset-Hobbes define la organización política como el
reino del artificio». Y completa en el párrafo siguiente
las carac­
terísticas de este artificio político que es el Estado: «Que todo
sea producción implica que todo
es azar, en el sentido que la
producción no acompaña su acto productivo de un diploma de
necesidad natural y metafísica: ley fundamental de todo pensa­
miento artificialista.
De esto resulta en el pensamiento de Hobbes,
un cierto número de negaciones características: en
el plano físico
negarse a considerar una naturaleza que es algo más que una
red de producciones no producidas por el hombre, pero
no menos
artificiales que las producciones humanas
; en el plano moral ne­
garse a todo principio, excepto aquellos que resultarán artificial­
mente
del Estado y de sus prescripciones soberanas; en lógica,
negarse a toda necesidad excepto aquellas producidas por la
con­
vención del lenguaje, o mejor de los lenguajes humanos». Y po­
demos añadir una tercera cita para terminar esta descripción so­
mera de este pensamiento «desnaturalizador»: «El Leviatban, del
que el Larouse del siglo xx dice que es una "obra maestra de
lógica cruel
y pesimista", aparece como una lógica muy rigurosa
de lo peor o, lo que viene a ser lo mismo, una lógica de lo mejor
en
el peor de los mundos posibles: es decir, en el mundo del
azar, que podemos también llamar ausencia de mundo
(mundo,
por su origen etimológico-mundus-, implica una idea de ela­
boración estética resultado de una. voluntad creadora incompatible
con la idea
.del azar). La clave de esta lógica hobbiana reside en
esta intuición de que todo orden debe ser íntegramente construí-
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LA PERDIDA DEL SENTIDO DE LA NATURALEZA
do, sin esperar una guía o algún tipo de ayuda por parte de una
naturaleza del hombre o del mundo: en
un mundo en que todo
es artificialmente construido, toda construcción (políúca o social)
debe
Jdl ,0:bitráriamenté''inventada .. Dlcht>. Je cÍtrá manera: una
construca_ · ón lo s_ erá sin punto de apoyo o. no lo será» ( ibíd., págs. . ._, . . . ,, --· .-! . , • ,,·, -· .
209-211).
Podemos definir -para concluir-el pensamiento postmo­
derno sobre
la naturaleza como la más alta recusación de Dios,
realizada sobre su obra, .la creación. El pensamiento ¡,ostmoderno
no
usa ya intermediarios «mode.rnr,s» en su rechazo de Dios que
de algún modo
sustitúya~ a Dios. Augusto Comte 'decía.'. ;,sólo se
destruye lo que se sustituye». ·Pero Comte no era todavía un
postmoderno.
La tentación a qµe está sometido el pensamiento
actual no pasa ya por la mediación de lo que puede suplantar a
Dios, sino que
se elige su dire;ta antltesis.
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