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1972

Acción y contemplación

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Palabras iniciales de la XI Reunión de amigos de la Ciudad Católica

PALABRAS INICIALES DE LA XI REUNION DE AMIGOS
DE LA CIUDAD CATOLICA
POR
GERMÁN ALVAR.BZ DE SOTOMAYOR.
Con una gran satisfacción, por el honor que para mi representa,
os saludo y os doy la bienvenida en nombre de quienes han llevado el
peso de
la organización de esta XI Rennión de Amigos de la Ciu­
dad Católica -a los que todos conocéis bien-, así como os .doy,
también, las gracias por haber acudido a esta convocatoria invirtiendo
en la tarea que hoy
iniciamos el tiempo que hubierais podido dedicar
a vuestros deberes o a vuestro descanse;>.
El lema que campea en la convocatoria. de esta XI Reunión reza
así: Contemplación y Acción.
¿Por qué esto y no «Pensamiento y Acción»? Pues, sencillamente,
po.i;que entendemos que contemplación expresa mejor nuestro pro­
pósito al ser esta una palabra que sei\ala una actMdad más profunda
y extensa que la de pensar. Pensamiento es cosa de la mente; con­
templación significa una intensa movilización del espíritu, una aten­
ción continuada y amorosa para el conocimiento y la posesión de algo
que está ante nosotros, fuera de nosotros pero no ajeno a nosotros.
Contemplación comprende, en efecto, una actividad pensante, pero
su raíz
es más honda. Se puede pensar eficazmente con. frialdad y
con alejamiento. La contemplación supone, en e:::ambio, un ansia sos­
tenida y paciente ante algo que nos atrae y cuyo sentido esperamos
nos
sea revelado, diríatnos, directamente, como por penetración más
que por razonamiento.
Es decir, la._ contemplación supone una disposición del espiritu
que nos muev.e ·irresistiblemente hacia la verdad y. hacia su acepta­
ción, más allá -de-)o. ,que sens01;ialmente o racionalmente seríamos
capaces. Cua.t1;do -. por el camino de la contemplación llegamos a des-
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GERMAN ALV AREZ DE SOTO MAYOR
cubrir y aceptar la verdad, nada puede ya separarnos de ella. Porque
ese camino lo hemos recorrido sin resentimiento, sin soberbia, se­
renamente.
Por ello, hemos preferido proponeros que sea la contemplación
mejor que el pensamiento lo que preceda como causa u origen a la
acción.
Contemplación, a la vez ardiente y paciente y accción inteligente,
viva y alegre, habrán de ser parte muy importante de nuestra actividad,
de nuestro esfuerzo moral, intelectual y hasta físico.
Más que nunca, ahora, nuestra movilización es necesaria y urgen­
te, aunque quizás no tanto como habrá de serlo en el tiempo próxi­
mo que ha de seguir. Hemos de anticiparos que, en efecto, muchos
de nosotros creemos firmemente que está a punto de llegar el día
en que
ya será tarde para hacer lo que aún podemos hacer. Pasado
ese ~ía, aunque no todos se darán por vencidos porque sepan encon­
trar la ayuda de Dios, será mucho más lo que tengamos que sopor­
tar que
lo que podamos hace,.
A
muchos parecerá pesimista y agorera esta afirmación y ojalá
lo fuera. Se prefiere pensar, porque es cómodo, que todo a nues­
tro alrededor nos invita a confiar sosegadamente en la eficacia de
nuestras instituciones, en la continuidad, en lo esencial, de nuestras
costumbres· y en el orden reinante,_ sólo_ alterado de vez en cuando
por iocidentes, bastante localizados y en ningún caso más graves que
los que vienen produciéndose en cualquier país civilizado.
Oimos decir que no hay que ser maniáticos, que el Mal
-'---<:on
mayúscula-ha existido y existirá siempre, aquí y en cualquier parte.
Nosotros decimos: el mal no es nada nuevo, en efecto. De ahí
el constante esfuerzo del hombre en la tierra debatiéndose entre el
Mal y el Bien. Pero el peligro de destrucción por las fuerzas del
Mal es tanto mayor y tanto más -próximo .cuanto más entretejidas
aparecen
las raíces y los frutos de uno y otro. La confusión es, pre­
cisamente, lo más grave. Aclaremos esto. Hay etapas en la Historia
en
las que las sociedades humanas logran -siempre, mediante la
religiosidad latente
en las almas y ea las mentes-descubrir unos
principios, unos_ valores que radican últimamente en la Divinidad,
en lo sobrenatural y que son empleados, por su firmeza e inmovili-
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PALABRAS INICIALES DE LA XI REUNION
dad, como cimiento en la formulación de normas y costumbres y en
la costrucción de una estructura en cuyo ámbito transcurre, con el
debido regimiento, la. vida personal y .la social. Esto permite que
cada individuo pueda conocer y distinguir con relativa facilidad
el
camino del Bien y dd Mal. En tal situación de .entorno claro y diá­
fano, cuando un hombre
cae --como tan frecuentemente caemos
todos-en tentación, y toma el mal camino, los demás, los suyos,
pueden ayudarle, simplemente, señalándole
la norma moral indis­
cutida.
El hombre caído en pecado contra los demás -y por supuesto
y primordialmente, contra sí mü:mo-puede levantarse, si quiere.
Tiene siempre donde asirse para ponerse
· en paz consigo mismo y
con los demás.
Pero en otras etapas de la Historia, al perder el hombre la fe, al
erosionarse sus ligaduras con la Divinidad, con lo sobrenatural y al
perder, en consecuencia, las normas, los principios y los valores,
su
única raíz -la sobrenatural-capaz de conferirles legitimidad y vi­
gencia indiscutibles, ,pierden asimismo
su eficacia, víctimas de la
misma erosión.
Así, el cumplimiento desganado de toda norma, la
rutinaria apelación a los altos valores cuando éstos se encu~ntran ya
degradados y como en caricatura ·de los auténticos y puros, produce,
inevitablemente, la disolución
y la dispersión de la sociedad, al acae­
cer la destrucción de los arquetipos idea'les de las instituciones su­
periores, de la familia, de la persona y de. sus comportamientos. El
ignorante
y el malvado pueden ya codearse, de igual a igual, con -el
sabio
y con el justo. Estos llegan a desaparecer y de ellos queda,
si acaso, un recuerdo como de animales antidiluvianos.
A partir de este momento la vida personal evoluciQna con la
so­
cial hacia la indignidad y la abyección.
Pues bien, en el momento en que
v1v1mos, en el mundo, pero
muy concretamente, en este país nuestro, el
mal total, íntegro y uni­
versal parece haber sido asumido
por la Revolución. Pero el Mal,
asumido
y administrado como decimos por la Revolución, no se li­
mita a atacar al hombre, a la persona, por medio de la tentación,
como lo hacía
el viejo Diablo que aprovechando la fragilidad innata
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GERMAN.ALVAREZ DE SOTOMAYOR
de la criatura humana la invitaba a la satisfacción de ·toda clase de
apetitos ·s'i se atrevía a escapar de la riorma, de la Ley.
No; el mal hoy ataca a la sociedad en sus propias bases.· La Re­
volución sabe muy bien que destruyendo éstas' bases en su raíz so­
brenatural -la fe, los valores, los principios, las normas-, el hom-'
bre, todos 'los hombres se encontrarán inerines ante ella;· ¿Para hacer
qué? ¿Para liberarlos?
Bien. Veamos cuál es la liberación que la Re­
volucióri rios ofrece. Su voz nos dice:
Olvidemos a Dios .que está fuera de nuestro alcance y que
nos ignora.
El hombre ha de ser dueño de su destino.
-El hombre es capaz de transformar la Naturaleza y de trans­
formarse a sí mismo.
-El hombre puede Construir uná. sociedad perfecta, llegar a un
paraíso terrenal, sin «alienarse» -es decir, sin _buscar ni m1 •
rar a Dios-, por el camino del socialismo.
Si preguntamos: ¿Y -eómo se puede llegar a ello?, la Revolución
nos dice:
Eliminando todos aquellos factores
< al hombre en un estado primitivo
y bárbaro de ~u evolución. De ahí
la
neéesidad de la' desacralización de todos I0s fundamentos divinos
y sobrenaturales de la sociedad. De ahí la ruptura con la tradición
y la necesidad de la racionalización extrema de los actos humanos en
menoscabó
-hasta la destrucción, si preciso fuera-de los ví,naúos
y de los sentimientos familiares, en menoscabo del innáto· apego a
un determinado
rincón de la tierra.
Para eliminar
estos . frenos7 la Revolución nos dice que cualquier
método
es bueno siempre que su empleo no suscite una enérgica re·
acción defensiva del cuerpo ·social. Así, la Revolución, ·unas veces hace
la exaltación del pacifismo, como otras
glorifica la guerra de rebeldía
contra
la < das f~nciones y prerrogativas asumidas por países o por grupos pre·
ponderantes en· determinadas ·etapas de la historia, ataca, no a tales
abusos sino al legítimo uso de
esas necesarias funciones y prerroga-
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tivas. Así, la presencia y la acción de un pueblo de cultura superior
cerca de otro, en muchos aspectos rezagado e indefenso,
se denomina
colonialismo, queriendo borrar que, precisamente, estos encuentros
-siempre difíciles-entre dos pueblos en tal situación relativa, ha
sido el instrumento providencial para el avance de
la civilización.
La propiedad en todas sus formas y la libertad de iniciativa en
lo económico se denomina siempre, para simplificar, capitalismo, voz
esta que, en verdad, no es estrictamente sino la concentración de ca­
pital y de medios de producción que las necesidades de la vida mo­
derna
han hecho inevitable. Díganlo si no los propios países comu­
nistas con su supercapitalismo estatal.
En el orden de las virtudes sociales y personales, la Revolución,
aprovechando una vez más las deformaciones y las falsificaciones, evi­
dentes y desgrru:iadamente frecuentes de tales virtudes, ataca, no a
los vicios que las adulteran, sino su propia raíz. Para ello las envuel­
ve- en epítetos
y denominaciones. peyorativas que, al hacerse de uso
común, las hace aparecer como indeseables
o, al menos, «superadas».
Así, la obediencia
es tachada de servilismo. La noble relación
eutre padre e hijo
es paternalismo. La autoridad es opresión. El pu­
dor, el patriotismo, el honor, son
hipocresía o mojiganga. ¿Para qué,
seguir? Por este camino, va la Revolución eliminando los frenos y
produciendo el desarme de los hombres para llegar al final. Pues
bien, supongamos que ya hemos llegado.
No hay normas, no hay
principios inmutables.
Ningún asidero terrenal ni sobrenatural para
el hombre. Ya está «liberado». Unos pocos mandan, todos los demás
a obedecer. En este juego no habrá ningún principio, ni norma, ni
valor permanentes que hayan de ser respetados tanto por el que man­
da como por el que obedece.
Las normas, los principios y los valores serán, únicamente, los
positivos, los que ocasionalmente dicten según su conveniencia, pa­
ra mantenerse en el poder, los que mandan. Estos, que han llegado
a destruir tan racionalmente los valores que mantenían, según nos
dicen,
la «alienación» del hombre; éstos, que no han vacilado en
emplear sin el menor escrúpulo todas las armas
y todos los métodos
que
les ha permitido el triunfo de la Revolución, no van a «arrugar­
se» en el último momento. Sabrán aplicar una dureza como quizás
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no se haya conocido nunca para no dejarse arrebatar las riendas
de la humanidad en su veloz carrera hacia el Estado Socialista
que
ha de conceder al hombre, sin necesidad de Dios, sin referencia al­
guna fija respecto del Bien y del Mal, sin virtnd ni pecado, el Pa­
raiso en la tierra, el Paraíso tecnológico del Desarrollo y del pleno
dominio de la Naturaleza.
Ahora una pregunta nuestra: ¿Por qué resulta más
fácil para tan­
ta gente creer en esta utopía que en la Verdad Revelada, transmitida
por nuestra Iglesia a lo largo de veinte siglos?
Se nos dice que la Revolución a partir de Carlos Marx es ya una
mecánica infalible, puesto que la doctrina que ahora la sirve es cien­
tífica, como lo es la interpretación materialista de la Historia que
preconiza el famoso pensador. Merced a este carácter taumatúgico
que lo «científico» presta a una tal doctrina, se nos induce a creer
otra afirmación : Que la conducción marxista de 1a Revolución ha
sabido encauzar ésta. en la dirección del «Viento de la Historia>>.
Es decir; que ya sabemos que hay un viento invariable para la Histo­
ria
y Sabemos a dónde y a qué, este viento nos conduce.
¿No
os parece, amigos, que sabemos demasiadas cosas? O, más
bien, ¿no
es demasiado lo que hemos de creer que sabemos?
Es curioso. Siempre la fe. ¿Por qué, entonces, tanta apelación a
la «ciencia>>.
Si las consecuencias de este plaoteamiento o despliegue semi-filo­
sófico de la Revolución no hubieran sido trágicas,
casi podrían mover
a risa. ¿Cómo entonces, podemos explicarnos, que
tant.a utopía en
unión de tanto destrozo brutal e inútil haya podido arrastrar a masas
y pueblos en una entrega loca de su propio ser
{ de su futnro?
Personalmente, no he creído nunca en
la capacidad de arrastre de
las construcciones semi-filosóficas y de las visiones futuristas de la
Revolución, formuladas por sus mil$ calificados definidores y con­
ductores.
Creo más bien que el avance realmente impresionante de
la Re­
volución
se debe mucho más a factores que yo llamaría calientes.
Factores humanos, como la frustración, el resentimiento, el odio y
¿por qué no decirlo? el ansia desesperada de perfección y de justicia
de muchos con
la fe perdida. El haber sabido jugar con estos fac-
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tores, sin piedad y aplicando en ese juego una novísima técnica real­
mente diabólica,
es_ lo que ha permitido a la Revolución su gran avan­
ce. Pero, aun así y en este terreno humano y, por tanto, caliente,
nos sorprende la facilidad con que las gentes caen en la trampa, por­
que no se diga que ésta no se ve. Las apelaciones y las invocaciones
de la Revolución a
la justicia, a las reivindicaciones human!_LS, sola­
mente persiguen una finalidad táctica: movilización de
las masas
contra todo valor. o principio que pueda reagrupar orgánica
y armo­
niosamente a las gentes, como pueblo, no como masa, para, así, des­
truir todo freno que se oponga a la utópica sociedad paradisíaca.
La Revolución, por sus propios paladines, se ríe poco de esas metas
humanas de justicia, de paz y de bienestar. A todo esto le llaman
< ¿Cómo, entonces, ante ese sucio juego, ante ese despliegue de to­
das las fuerzas del mal, cada vez los riesgos de caida de todos los
pueblos son mayores?
La explicación de ello empieza a estar clara. Resulta que la Re­
volución no puede ya avanzar en pueblos
de rica tradición cristiana,
a bandera desplegada pese al olvido de su origen y al desorden mo­
ral reinante. Tiene que ocultarse y pactar. Simula aceptar, por ejem­
plo, una situación que no le es favorable y ofrece tregua. a cambio
de que se le permita alguna justificación velada
y siempre, claro está,
al hilo de propósitos comunes, y para objetivos limitados y que pue­
da compartirse. La Revolución avanza porque es esto lo que hace y
porque los pueblos con su fe perdida y sin más ideal que el desarro­
llo tecnológico y el biénestar carecen de vigor y prefieren no ver, no
saber, para no tener que defenderse.
Aquí, en este país y, ahora, se está haciendo un ensayo general
de este método de penetración, con unos resultados que a muchos
nos parecen sorprendentes. No puedo extenderme en esta ocasión
para croquizar el esquema de cuanto está ya bien visible respecto del
entramado que
se está fraguando, pero sí he de decir que cuanto
estamos viendo nos resulta incomprensible y escandaloso. Y lo más
estremecedor
es el silencio, la mansa aceptación por parte de todos
-de las jerarquías y de las gentes-de este inexorable y cada vez
más vertiginoso avance del mal en ola devastadora ante cuya forma-
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ción y ante cuyo paso no sabe uno qué admirat más: si la inteligencia
que la promueve y que tao hábilmente la conduce o la ridícula
inge,
mudad
y benevolencia de quienes la ven engrosar cada día, con un
poco de susto, quizás, pero, también, confiados -o esforzándose en
parecerlo-de que esto es, simplemente, el desarrollo, el progreso.
No podemos comprender el que nadie, con puesto y con respon­
sabilidad de guía, denuncie el mal que está
ya a la vista de todos y
dé la voz de alarma. No comprendemos cómo, en vez de hacer esto,
quienes tienen la misión de guiaros, esbozan una sonrisa por nuestro
infundado temor, como
si ellos estuvieran en el secreto de que todo
se debe a una martingala de alta política, en tanto se mantienen en
mano
y firmemerite todos los resortes, todos los dispositivos para que
al caer el telón todo haya acabado bien.
Pero no se trata, ahora -pues no es este el lugar ni es esta la
ocasión'--de dar un paso adelaote y pisar el campo de la política para
formular demandas
y exigir aclaraciones. Se trata de. soliátar de vos­
otros una atención intensa, continuada y paciente por cuanto acontece
a nuestro alrededor, por cuantos medios naturales o sobrenaturales
pueden encontrarse a nuestra disposición para poder ocupar nuestro
puesto de lucha contra
la confusión. Os pedimos una actividad de
contemplación para emprender de
nuevo, cada día, una acción.
Pedimos vuestra ayuda.
Nada a cambio os podemos ofrecer. Na­
die aquí dispone de «influencias».
No se distribuyen cargos ni ho­
nores. Sólo el trabajo que cada uno pueda asumir. Mil gracias por
cuanto podáis hacer en adelante. Y gracias por vuestra atención.
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