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1992

La contrarrevolución

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Sobre el concepto de contrarrevolución, hoy

SOBRE EL CONCEPTO DE CONTRARREVOLUCION, HOY
l. Perspectiva.
POR
M:rGUEL AYUSO
Este congreso era necesario. Queridos amigos, no encuentro
mejor forma de comenzar esta intervención que reconocer la ne­
cesidad de dedicar unas de nuestras jornadas anuales de estudio y
reflexión a los problemas que suscita la contrarrevolución.
Y
es que, nuestra labor de formación cívica y acción cultural
según el derecho natural
y cristiano -así la definimos cada nú­
mero de
Verbo--presenta, a mi modo de ver, dos aspectos difo.
rendados aunque también estrechamente entrelazados. Tenemos,
en primer término, una componente que se sitúa de lleno dentro
de la dedicación a la filosofía política, más aún, en una cierta
escuela
filosófico-política que querríamos construir como católica.
Y encontramos, en segundo lugar, una dimensión que se adentra
propiamente en la doctrina social
y política de la Iglesia. Ambas
facetas
-lo acabo de decir-, con independencia de indudables
nexos, que en nuestra peculiar contextura originan una perfecta
imbricación, son susceptibles de tratamiento separado.
La primera, con esa tensión entre lo universal y lo particular
que
es su constitutivo noético, y en la que del sujeto -el hombre
que vive con los suyos en
sociedad-predicamos inteligibilidades
que nos permiten elevar nuestro conocimiento hasta la
condición
de episteme. Que aborda el estudio de las instituciones en aten­
ción a sus finalidades, esto es, a las tendencias que es capaz de
descubrir y según
las cuales los hombres se entregan en la bús­
queda del bien común. Que, en cierto sentido, es un saber de
Verbo, núm. 317-318 (1993), 737-750
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crisis, pues es la realidad del fracaso de la que mana la captación
de toda teoría política. Que finalmente, en cuanto que católica,
no
se confunde con la defensa de una política práctica o de una
ortodoxia pública católicas, por buenas que sean, sino que viene
de una serie de preguntas cuyas especificaciones
y determinaciones
brotan de
la experiencia del hombre católico, pero en las que el
ejercicio de la razón
se desenvuelve con arreglo a la filosofía ( 1 ).
La segunda, con su vinculación a la teología, y más ceñida­
mente a
la teología moral, lo que la separa terminantemente de
ideologías y programas políticos. Que resulta de formular cuida­
dosamente los resultados de
la reflexión sobre la vida del hombre
en sociedad a la luz de la fe. Que busca orientar la conducta cris­
tiana desde un
ángulo práctico-práctico o pastoral, por lo que no
puede desgajarse de
ningún modo de la realidad que los signos de
los tiempos imponen y que exige una constante actualización del
«carisma profético» que pertenece a
la Iglesia. Que, en consecuen­
cia, forma parte de la misión evangelizadora de la Iglesia (2).
Enlazando con estas últimas
-y escuetas-caracterizaciones
de la filosofía política y la doctrina social católicas, la elección de
los temas que presiden nuestras reuniones, siempre accesibles
des­
de tales ángulos, resulta consiguientemente siempre también acer­
tada. Pues el hombre, formado a imagen y semejanza de Dios, y
situado en el corazón de la Creación entera, es fuente inagotable
de indicaciones
y foco inextinguible de claridades para la resolu­
ción de todos los problemas sociales.
En la ciudad, en la polis, es
-según la enseñanza platónica-donde está escrito como en letra
grande lo que en el individuo aparece en minúsculas.
Lo que sola­
mente algunas veces ocurre es que, de consuno desde la filosofía
política
y desde la pastoral social de la Iglesia, un mismo asunto
(1) Cfr. FREDBRICK D, W1LHBLMSBN, «¿Qué es la filosof!a política»,
Verbo (Madrid), núm. 303-304 (1992), págs. 253-268; «Filosoffa política y
ciencia política», Verbo (Madrid), núm. 305-306 (1992), págs. 575-587; «¿Hay
una filosofía política cat6lica?», Verbo (Madrid), núm. 307-308 (1992),
págs. 857-871.
-
(2) Cfr. FRANc,sco CANALS, «La doctrina social católica» Verbo (Ma­
drid), núm. 255-256 (1987), p~gs. 639-652.
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SOBRE EL CONCEPTO DE CONTRARREVOLUCION-, HOY
resulte imprescindible de t,¡atar. Y eso es Jo, que, como intentaré
probar
en el último trecho de esta sencilla intervención, acontece
hoy.
La contrarrevolución en los hechos, en las ideas. y en las ten­
dencias
-por seguir una enumeración paralela y contrapuesta a la
que el profesor Correa de Oliveira aplicó a la revolución (3 }--, se
nos muestra
en trance de desaparecer, al menos en el sentido prís­
tino y cabal
en que se ha conocido hasta ahora. Ello nos permite
apreciar, quizá con una nitidez hasta ahora
no alcanzada, sus con­
tornos y su núcleo conceptual y real. Sin embargo, y en la coyun,
tuta que vive estremecida la humanidad, diríase que esa contra­
rrevolución hoy declinante debería contemplarse como salida real
a una crisis por momentos endémica.
2. Aproximación a
la contrarrevolución.
Me resulta embarazoso en extremo tener que desarrollar este
tema, y creo que las razones
no escaparán al amable lector. Cuando
en objeto no excesivamente trillaclo, al menos de modo directo,
disponemos, sin embargo, de
un conjunto de ensayos en principio
conocidos por quienes forman el círculo de los potenciales recep­
tores, y entre
sí diferentes hasta el punto de cubrir los varios án­
gulos de visión posibles, no quedan más alternativas que el refrito
o la aportación novedosa. Y cuando el obligado a enfrentarse con
ese estudio es inapto para
el segundo y más noble género de los
recién aludidos,
es condenado por lo mismo a engrosar las filas de
la legión de cultivadores del primero, sólo tolerable en cuanto
introduce alguna recapitulación inexistente hasta el momento,
hace
accesible algún material de difícil consulta o recuerda. verdades.
que yacen en el olvido debido a la indigencia de los tiempos.
En nuestro caso, el tema de la contrarrevolución no ha sido
tratado de modo directo con especial profusión, lo que no quita
para que sea abundante la literatura relativa a alguna de sus
con-:
(3) Cfr. PLINIO CORREA DE ÜLIVEIRA, ~evolución y contrarrevoluci6n,
versión espafiola, Bilbao, 1978.
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creciones o incluso la dedicada a impugnar aspectos concretos de
la revoluci6n a que se opone. Al tiempo, quienes me leen es po­
sible tengan conocimiento de un pequeño número de estudios que
juzgo del máximo interés. Me refiero, citados sin
ningún orden
buscado, a
los de Jean Ousset, Plinio Correa de Oliveira, Thomas
Molnar y Luis María Sandoval. Ousset, en
Para que El reine, pre­
senta un cuadro abigarrado y rico del hecho revolucionario. y de
la acci6n que
se le ha opuesto. La amplitud de su calado hist6rico
y la agudeza de
sus sugerencias sobre las condiciones de eficacia
de la labor contrarrevolucionaria, hacen de su obra un instrumento
imprescindible ( 4
). Correa de Oliveira, que ya en el título coteja
revoluci6n y contrarrevoluci6n, destaca por la nitidez e incluso
linealidad de su exposición; Sin que pierda profundidad su
enfo­
que -en algunos detalles es verdaderamente asombrosa-, es esta
transparencia discursiva la que
más atrapa el interés del lector (5).
El libro del profesor Thomas Molnar, rubricado simplemente
La
contrarrevoluci6n, contrariamente, es un libro sugeridor más que
estrictamente afirmativo. No delimita los problemas tanto como
abre pistas para su más pleno conocimiento. En el estilo siempre
incitador de nuestro amigo hallamos, pues, otro palenque impo­
sible de orillar cuando se trata de aproximarse al tema que nos
ocupa ( 6 ). Finalmente, Luis María Sandoval, a quien me complace
poder con estas palabras rendir el homenaje que merece, nos ha
dado en
sus Consideraciones sobre la contrarrevoluci6n (7), luego
quintaesenciadas en
55 tesis sobre la contrarrevoluci6n (8), un
ejemplo
de ensayo acabado e impecable. Esquemático sin mutilar
parcelas de la realidad,
prospectivo al tiempo que explica finamente
(4) Cfr. JEAN 0uSSET, Para que El reine, versión española, Madrid, 1961.
(5) ffi. PLINIO CORREA DE ÜLIVEIRA, op. cit.
(6) Gr. THOMAS MoLNAR, La contrarrevoluci6n, versión española, Ma­
drid, 1975.
(7) Cfr. Ltns MARÍA SANDOVAL, «Consideraciones sobre la contrarre­
volución», Verbo (Madrid), núm. 281-282 (1990), págs, 211-290.
(8) Cfr.
In., «55 tesis sobre la contrarrevolución», Verbo (Madrid),
núm. 305-306 (1992), págs. 501-515.
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SOBRE EL CONCEPTO DB CONTRA.RREVOLUCION, HOY
la historia, resulta difícil no volver permanentemente sobre sus
páginas a la hora de redactar estas en que ahora me ocupo.
En esta tesitura sólo me queda la salida, ya que tan breve es­
pacio como el que debo llenar no podría acoger una recapitulación
de las aportaciones relevantes, de conformarme con el recordatorio
de lo que, por ser verdaderamente vigente en todo tiempo,
es tam­
bién permanentemente actual.
3. La esencia de la ~ontrarrevolución.
El programa de la reunión previamente nos ha · aproximado al
concepto de revolución, referente obligado del que nos disponemos
a tratar en su esencia. Por encima de
sus significados etimológico
y gramatical, en cuanto que nombre sustantivd común, ha desta­
cado su acepción histórica como nombre sustantivo propio asociado
a
la pretensión de subvertir el orden natural y divino (9). Sin
embargo, no porque esta pretensión sea de todo
tiempd, hay que
dejar de proseguir en el esfuerzo elucidador. Así, en
el «proceso
revolucionario», cabe resaltar la trascendencia de la Revolución
francesa o, si se quiere, de las ideas que la pusieron por obra y
que luegd a través de ella
se expandieron. Pues supuso el ensayo
de nna acción descristianizadora sistemática por medio del influjo
de las ideas e instituciones políticas. Es decir, como ha escrito
Jean Madiran, «la puesta en plural del pecado original» ( 10).
Es esta concreción la que nos descubre el concepto propio de
contrarrevolución, pues surge cómo reacción proporcionada a ese
ataque revolucionario. Y a una herejía social propone
un remedio
social. Por eso, en nn texto del maestro francés que acabo de citar,
y del que he hecho uso en abundantes ocasiones, se afirma que
(9) Cfr. JuAN VALLET DE GoYTISOLO, «En torno a la palabra Revolu­
ci6n», Verbo (Madrid), núm. 123 (1974), págs. 277-282; MICHELE FEDERICO
ScIACCA, «Revoluci6n, conservadurismo, tradición», Verbo (Madrid), núm.
123 (1974), págs. 283-296; JosÉ MARÍA GIL MoRBNO DE MoRA, «La Revo­
lución», Verbo (Madrid), núm. 123 (1974), págs. 297-306.
(10) JEAN MADIRAN, Les deux démocraties, París, 1977, pág: 17.
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«la secreta y verdadera línea de demarcación trazada por 1a izquier­
da
no concierne a la fe cristiana en sí misma, sino a la princip,tl
obra temporal de la fe, a la cual algunos incrédulos han. podido
contribuir y que. otros creyentes han podido desconocer: es la
Cristiandad». De modo que d designio constituyente de la revo­
lución es aniquilar la Cristiandad o la civilización cristiana, es
decir, «la moral del cristianismo enseñada
por la tradición católica
e inscrita
en las instituciones políticas» ( 11 ).
Lo anterior no pretende negar que en la revolución late un
móvil anticristiano, ni que operen factores preternaturales. El cul­
tivo de la
doctrina social de la Iglesia salva a nuestra perspectiva
estrictamente filosófico-política de cualquier reduccionismo natu­
ralista y, así,
no se nos escapa la advertencia de San Pablo de que
«no es nuestra lucha contra la sangre y la carne, sino contra los
principados, contra las potestades, contra los dominadores
de este
mundo tenebroso, contra los espíritus malos de los aires» (Eph., 6,
12). Simplemente, y
pese a lo incontestable de esa versión, pre­
tende aunar
--de acuerdo con las exigencias de la precisión con­
ceptual-la captación de la esencia de la revolución, que pertenece
a
la filosofía, con la descripción de su especifidad en la edad con­
temporánea, lo que pertenece a
la historia. Por tanto, no disminu'
ye el valor de las eonsecuencias lesivas para 1a fe que acompañan
a· cualquier estadio del proceso revolucionario ; sino que lo que
afirma -supuesto eso-es la diferencia existente entre la faz de
la revolución desde la Revolución francesa y otros ataques que la
fe ha sufrido a lo largo de la historia.
De hecho, el propio magisterio de la Iglesia en la edad con­
temporánea
ha teuido el carácter diferencial de ocuparse, de un
modo inusitado en siglos anteriores, de cuestiones de orden polí­
tico, cultural, económico-social, etc., ofreciéndonos todo un cuerpo
de doctrina centrado en la proclamación del Reinado de Cristo
sobre las sociedades humanas como condición única de su
ordena-
(11) In., «Notre politíque», Itinéraires (París), núm. 256 (1981), págs. 3,
25; MIGUEL Aroso, «¿Cristiandad nueva o secularismo irreversible?», Roca
viva (Madrid), núm. 217 (1986), págs. 7-15.
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SOBRE EL CONCEPTO DE CONTRARREVOLUCJON. HOY
ci6n justa y de -su vida progresiva y pacífica. Nuestro amigo el
profésor Canals, recogiendo la enseñanza del jesuita padre Ram6n
Orlandis
-que ha expandido a través de una escuela cuyos frutos
se presentan granados ante nuestra vista-, ha escrito estas lumi­
nosas palabras referidas a España: «No podría, pues, pensar que
no hay relaci6n entre los procesos políticos de los
últimos años y
la ruina de la fe cat6lica entre los españoles. Afirmar esta cone­
xión, que a mí me. parece moralmente .cierta, entre, un proceso
político y el proceso descristiallizador, no me parece que pueda
ser acusado de confusi6n de planos o de equivocada interpretaci6n
de lo que es en sí mismo perteneciente al Evangelio y a la vida
cristiana. Precisamente porque aquel lenguaje profético del
Ma­
gisterio ilumina, con luz sobrenatural venida de Dios ·mismo, algo
que resulta
también patente a la experiencia social· y al análisis
filos6fico de las corrientes e ideologías a las que atribuimos aquel
intrínseco efecto
descristianizador. Lo que el estudio y la docilidad
al Magisterio pontificio ponen en claro, y dejan fuera de toda duda,
es que los movimientos políticos y sociales que han caracterizado
el curso de
la humanidad contemporánea en los últimos siglos, no
son s6lo opciones de orden ideol6gico o de preferencia por
tal o
cual sistema · de organizaci6n de la sociedad política o de la vida
econ6mica (
... ). Son la puesta en práctica en la vida colectiva, en
la vida de la sociedad
y de la política, del inmanentismo antropo­
céntrico
y antiteístico» (12).
De .consuno la filosofía política de
la contrarrevoluci6n y la
doctrina social de la Iglesia han consistido en una suerte de «con­
testaci6n cristiana del mnndo moderno». Hoy, como antes adver­
tía, no
sé hasta qué punto su sentido hist6rico -el de ambas,
aunque de modo distinto-está en trance de difuminarse, pei:o
en su raíz no signific6 sino la comprensi6n de· que los métodos
intelectuales
y, por ende, sus consecuencias, del mundo moderno,
de la revoluci6n, eran ajenos y contrarios
al orden sobrenatural,
(12} FR:ANc1sco CANALS, «Reflexión y súplica ante nuestros pastores y
maestros», Cristiandad (Barcelona), núm. 670-<>72 (1987), págs. 37-39. Cfr.
también, del mismo autor, «El ateísmo como soporte ideológico de la de,.
mocracia», Verbo (Madrid), núm. 217-218 (1982), págs. 893-900.
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y no en el mero sentido de un orden natural que desconoce la
gracia,
mas en el radical de que son tan extrañas a la naturaleza
como a la gracia (13
).
4. El nombre y caracteres de la contrarrevolución.
La aproximación anterior nos permite contemplar con algo de
distanciamiento las posibles objeciones que al nombre de contra-­
rrevolución puedan oponerse. Es cierro que tiene un origen
cir­
cunscrito a Francia y que inicialmente fue concebido como dicterio
por los revolucionarios, siendo aceptado luego por aquellos a quie­
nes
se dirigía como arma arrojadiza. Es cierto también que nunca
ha sido acogido tal cual por los textos pontificios, a diferencia de
lo que sucede con otros de los
términos que suelen envolver la
misma cosmovisión. O que presenta demasiado frontalmente en
su propia construcción
la dimensión negativa o de rechazo, por
encima de la positiva o afirmativa. Sin embargo, no resulta menos
claro que otras expresiones que,
ya generalmente, o en algunos
supuestos históricamente circunscritos, se han utilizado como si­
nónimos del mismo, tampoco andan libres de precisiones o mati­
zaciones.
Así, reacdón incurre en idéntica dificultad, con la desventaja
de portar una mayor vaguedad y permanecer
·ajeno al hecho cru­
cial de la irrupción de
la revolución en la historia. Restauración,
por su parte, resalta más la dimensión constructiva y recuperado­
ra, frente a la puramente combativa, pero también viene demasiado
unida a coyunturas históricas concretas insertas en la propia diná­
mica de
la revolución -tanto en Francia como en España, aunque
en momentos alejados en el
tiempo--, por lo que evocan en ex­
ceso la conservaci6n de 1a propia revolución ( 14 ). Con esta última
(13) Cfr. J•AN MAn1RAN, L'hérésie du XX siecle, París, 1968, pág. 299;
MIGUEL AYUSO, «El orden i;,olitíco cristiano en la doctrina de la Iglesia»,
Verbo, (Madrid), núm. 267-268 (1988), págs. 955-991; In., «Una contesta­
ción cristiana», Roca viva (Madrid), núm.
281 (1991), págs. 362-364.
(14) Cfr. RAFAEL CALvo SERER, "Teoría de la Restauraci6n, Madrid;
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SOBRE EL CONCEPTO DE CONTRARREVOLUClONo HOY
frase también he dejado zanjado -quizás con excesiva celeridad,
pero también
con decisión-lo que respecta a conservadurismo o
conservatismo, que conocen muchas lecturas según el ángulo an­
g]oameticano, latino o getmáuico en que nos ubiquemos ( 15).
Incluso un término tan límpido
y tan evocador como el de tradi0
ción no queda a resguardo de malinterpretaciones, pues demasia­
das veces se hace preciso insistir en que la verdadera tradición no
es enemiga del progreso, sino que, por el contrario --en la certera
exposición de
Sciacca (16)-, conserva renovando y renueva con­
servando y es a la vez conservación y progreso de acuerdo con las
exigencias del detecho natural. Dificultades que se agrandan cuan­
do
se trata del tradicionalismo, hasta el punto de que Elías de
Tejada
se vio obligado a distinguir entre un «tradicionalismo his­
pánico»
y un «tradicionalismo europeo» (17). El primero, el núcleo
19.52; AURELE KoLNAI, «Revolución y Restauración», Arbor (Madrid), núm.
85 (1953), págs. 125-134. FRANCISCO CANALS, por su parte, ha impugnado
el «conservadurismo» que ha alentado en algunas de esas protestas «restau­
racionistas». Véanse algunos de los artículos compilados en
Politica españo­
la: pasado y futuro, Barcelona, 1977. Cfr. también FRANCISCO ELÍAS DE TE~.
JADA, La monarquía tradicional, Madrid, 1954, especialmente el capítulo
primero, tirulado «El menéndezpelayismo político».
(15) Cfr., para el complejo significado en el mundo anglosajón, RuSSELL
KIRK, La mentalidad conservadora efl lnglate"a y Estados Unidos, versión
espafiola, Madrid, 1956; In., Un programa para conservadores, versión es­
pañola.1 Madrid1 1957; PAUL GoTTFRIED, «El conserv9:tismo norteamericano»;
Razón
Española (Madrid), núm. 11 (1985), págs. 271-283; THOMAS Mot.­
NAR, «Retos del conservatísmo», Raz6n Española (Madrid), núm. 11 (1985),
págs. 285-290; FREDERICK D. WILHELMSEN, «El movimiento conservador'
norteamericano», Verbo (Madrid), núm. 301-302 (1992), págs. 109-123. El'
mundo latino presenta menos dificultades1 dr. PHILIPPE BiiNÉ'l'ON, Le con-­
servatisme, París, 1988. Finalmente, a título de ejemplo respecto del mundo.
alemán, cfr. G. K. KALTERBRUNNER, «Teoría del conservatismo», Raz6n Es­
pañola (Madrid), núm. 4 (1984), págs. 391-406; C. V. ScHRENCK-NornNG,
«Neoconservatismo alemán», Raz6n Española (Madrid), núm. 19 (1986), pá­
ginas 193-200.
(16) Cfr. MrcHELE FEDERICO ScrACCA, loe. cit.
( 17) Cfr. FRANCISCO ELÍAS DE TEJADA, Joseph de Maistre en España,
Madrid, 1983.
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intelectual en que ha cuajado la resistencia popular al liberalismo,
en defensa de
la sociedad cristiana tradicional; pehsamiento conª
trarrevolucionario apoyado en la filosofía y en la teología escolás­
ticas, posible precisamente por su ininterrumpida vigencia en
Esa
paña y muy especialmente en Cataluña. El segundo, un esfuerzo
novedoso, con pretensi6n de defensa
de la tradici6n, creado en
ambientes en
los que se había producido duraote algunos decenios
un vacío y
ausehcia de tradici6n metafísica y teol6gica; pensa­
mientd mixtificador -ai.m en su _sana intención antirrevoluciona·
ria-que, andaodo el tiempo, desembocará en el catolicismo libe­
ral, merced a la desconcertaote efectividad revolucionada de t6picos
«tradicionalistas» extrañamente matizados por virtud del ambiente
colectivo del romaoticismo ( 18
).
Los anteriores distingos, con la. relativizaci6n en este punto
de las disputas terminol6gicas, que ceden aote la nitidez del
con­
cepto que buscan denotar, nos conducen a lo que Sandoval ha
llamado «el concepto análogo de contrarrevoluci6n» (19), que
se
c~;mstruye a partir de la superposición de tres nociones -reacción,
catolicidad y tradici6n-, dentro de cada una de las cuales existe
gradaci6n, y entre ellas jerarquizaci6n.
La reacci6n es, a no dudarlo, el componente más vaporoso de
los que
se integrao en el concepto de contratrevol~ci6n. Más que
la simple oposici6n, en cuanto que
es un agere contra, y aunque
no todas las reacciones son contrarrevolucionarias,
· en ella encon­
tramos algo de lo que Bernanos expresaba cuando respondía que
ser reaccionario quiere
decir· simplemente estar vivo, ya que s6lo
el cadáver no reacciona contra los gusanos que lo devoran. F6r,
,:nula que --como observa Molnar-podría haber sido tomada
como divisa por los contrarrevolucionarios,
ya que define magis­
tralmente la tarea que se hao propuesto: permanecer vivos, portar
·(18) Cfr. FRANCISCO CANALS, «Prólogo» a JoSÉ MARÍA ALSINA, El tra­
dicionalismo filos6fico
en España. Su génesis en la generaci6n romántica
cata/,ana, Barcelona, 1985, págs. IX-XXIII.
(19) Cfr .. Lms MARíA SANDOVAL, «Consideraciones .sobre la contrarrevo­
lución», loe. cit., pág. 238.
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SOBRE EL CONCEPTO DE CONTRARREVOLUCION, HOY
los gérmenes de la vida, dentro del cuerpo agonizante del Esta­
do (20).
Precisamente esta última
observaci6n demanda algún desarro­
llo en cuanto a

la naturaleza de esa reacción.
Aquí hemos de acudir
a la vieja expresión del conde
De Maistre, estampada al término
de sus
Consideraciones sobre Francia, uno de los primeros libros,
si no el primero, formalmente contrarrevolucionario: «La contra­
rrevolución no será una revolución contraria, sino lo contrario de
la revolución» (21). Esto ya nos resúlta cercano desde el propio
entendimiento de nuestra obra. La contrarrevolución es la doctrina
que
-al contrario que la revolución-hace descansar la sociedad
en
la ley de Dios; que, mientras su opuesta progresa y procede
deshaciendo
los lazos sociales naturales, no cesa de tejerlos incan­
sablemente; que construye en vez
de destruir, sigue humildemente
el orden en lugar de pretender recrearlo. Esta es la reacción en
que
se basa la contrarrevolución ( 22).
La catolicidad es el rasgo más importante. Las precisiones
anteriormente expuestas sobre
la realeza social de Cristo; al am­
paro de fijar la esencia de la revolución inmediatamente en la des­
trucción de la civilización cristiana y mediatamente en
el ataque
al·orden sobrenatural,.entran de lleno plenamente en este
aspecto
del problema del concepto análogo de la contrarrevolución. Si el
primer rasgo nos · permite séparar la contrarrevolucióÍl de otrS:s
posturas que en ocasiones pueden parecer e incluso resultar par­
cialmente concomitantes, aquí
--dado que hemos tocado su núcleo
conceptual-, es donde nos es dado afinar su especifidad. Frente
al entimema sobre el que se ha fundado el predominio de la de­
mocracia· cristiana, que afirma que la religión no se confunde con
la política, porque está por encima de ella -con la finalidad ex­
presa de desolidarizar la Iglesia de la contrarrevolución-, y
con-
(20) Cfr. THoMAS MOLNAR, La contrarrevoluci6n, cit., pág. 112.
(21) JosEPH DE M.AtsTRE, Consideraciones sobre Francia, versión espa~
iiola, Madrid, 1955, pág. 234.
(22) Cfr. JtJAN VALLET DE GoYTISOLO, «Qué somos y cuál es nuestra
tarea», Verbo (Madrid), núm. 151-152 (1977), págs. 29-50, donde recoge
textos muy nítidos de-'Madíran, Ousset, etc.
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cluye que los cristianos de hoy tienen la obligación de pertenecer
políticamente a
la democtacia cristiana. La doctrina contrarrevo­
lucionaria, sin embatgo, siempre ha tenido por primer cuidado el
mantenimiento de los derechos de la. Iglesia en la sociedad cris­
tiana, librando a
sus hombres de las aporías a que arriba el ca­
tolicismo liberal: el encaraacionismo extremo y humanístico que
tiende a concebir como algo divino y evangélico las actuaciones
políticas de signo izquierdista, y el escatologismo utilizado para
desviar
la atención de la vigencia o restauración práctica y con'
creta del orden natural y cristiano. Para la contrarrevolución, en
suma, resulta inexcusable la fidelidad a la teología pol!tica católica
e,¡presada en la realeza social de Jesucristo (23 ).
He aquí un tema decisivo, en el que la convergencia de un
cierto «cambio de
frente,. de la Iglesia con la descristianización
real -inducida en parte por aquél-ha operado un claro debi­
litamiento de las posiciones contrarrevolucionarias.
Creo, incluso,
que constituye uno de los factores más relevantes en su «crisis de
identidad». Pero luego tendremos que retomar a esta cuestión.
Para cerrar lo relativo a ella sólo recordaré con Guerra Campos
que la misión de
la Iglesia en relación con cualquier comunidad
pol1tica, y quienquiera que sea el titular de la soberanía, es pre­
dicar en nombre de Dios que no sólo los actos y comportamientos
de los ciudadanos, sind además la misma
estructura constitucional
de la «ciudad», ha de. estar subordinada eficazmente al orden mo­
ral (24 ). Pues, de lo contrario, es la misma fe, especialmente la
de los «pobres», la que queda a la intemperie, desguarnecida. Y
esto resulta una realidad insobrepasable para la doctrina católica:
En tercer lugar, hallamos
el entronque y la inspiración en el
pasado institucional de la Cristiandad. Nuestro maestrd, el profe,
(23) Cfr. FRANCISCO CANALS, Política española: pasado y futuro, cit.1
págs. 211-230.
(-24) Cfr. JosÉ GuERRA CAMPOS, «La Iglesia" y Ia comunidad política.
Las incoherencias de la predicación actual descubren_ la necesidad de rCCdifiJ
car la doctrina de la Iglesia», Iglesia-Mundo (Madrid), núm. 384 (1989),
págs. 51~58; MIGUEL AYuso; «La nnidad católica y fa España de mañana»,
Verbo (Madrid), núm. 279-280 (1989), págs. 1.421-1.439.
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SOBRE EL CONCEPTO DE CONTRARREVOLUCION; HOY
sor Rafael Gambra, ha ilustrado perfectamente este aspecto en
polémica con la famosa obra de Maritain sobre la «nueva
Cris'
tiandad» (25). Parte de reconocer que, en cierto sentido, podría
haber otras formas
de civilización cristiana distintas de la Cristian­
dad,
y que el Evangelio puede fecundar a sociedades y Estados
de variadas configuraciones, hasta el punto de que sería
más ro­
rrecto hablar de aquélla como una civilización cristiana, en vez de
la civilización cristiana. Pero añade una segunda batería de argu­
mentos que militan en dirección opuesta. En primer lugar, la
Cristiandad fue la mejor
y más densa impregnación alcanzada en
la historia de
las estructuras sociales y políticas por el mensaje
bíblico
y el magisterio de la Iglesia. En segundo lugar, y a salvo
lo que pueda suceder en el curso futuro de la historia, hemos de
reservar el determinante
la para la única civilización que real y
verdaderamente existió con siguo cristiano. Pero, incluso, en ter­
cer lugar, puede afirmarse más, ya · que «una nueva civilización,
comunidad de base cristiana, diferente por entero en su estructu­
ra
y desconectada de la Cristiandad histórica es simplemente im­
pensable, porque el primero de los mandamientos comunitarios
(referentes al prójimo) es el de «honrar padre y madre». Uria
«nueva Cristiandad» al estilo de Maritain, Mounier u otros, habría
de ser siempre una forma de impregnación del cristianismo
sobre
la sociedad y sus miembros, y nunca podría olvidar, tal precepto y,
con él, el principio patriarcal-familiar y la pietas debida a la patria
y a la tradición».
5. · Hacia un balance.
He tratado, en las páginas anteriores,· de· ofrecer una serie de
consideraciones --desenvueltas
con ese mínimo de linealidad que
es necesaria en toda exposición, aunque sin despreciar del todo
una cierta dimensión circular por la presencia inevitable de temas
recurrentes--que nos acerquen a la problemática actual de la
"(25) Cfr. RAFAEL GAMBRA, Tradición o mimetismo, Madrid, 1976, pá~
ginas 4 5 y sigs. ·
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MIGUEL AYUSO
contrarrevolución. ¿ Cuál es la situación actual de las doctrinas y
movimientos contrarrevolucionarios?
¿Cu~! es su futuro?.
Sería excesivo pretender, al término de esta exposición intro­
ductoria, dar respuesta a ~tas cuestion~ y otras que le son co­
nexas. Sí me parece oportuno, en cualquier caso, aportar una
reflexión
al acervo que este congreso aspira a reunir y que quizá
pueda servir para encontrar esas respuestas.
Rafael Gambra ha. resaltado en alguna ocasión cómo tras la
destrucción de la unidad de
la Cristiandad se muestran como in­
solidarios los elementos que antes aparecían firmemente integra­
dos (26).
Todos los días percibimos ahora que la defensa de las
causas nobles en que el pensamiento cristiano
se halla implicado
se. hace, en el mejor de los casos, desde la desconexión con sus
premisas ideológicas
y políticas, cuando no desde palenques grave­
mente desenfocados. Incluso en las exposiciones de la doctrina
social de
la Iglesia, impulsadas por. el pontificado de Juan Pablo II,
se percibe una tendencia a aceptar las estructuras políticas vigen­
tes, aun a riesgo de incurrir en alguna grave contradicción deri­
vada de la aceptación de la democracia pluralista. Paralelamente,
el trasvase de caudales producido entre la doctrina contrarrevolu­
cionaria y
el pensamiento que -en la terminología de Réné Ré­
mond-podríamos denominar «bonapartista», también opera como
factor de fragmentación
(27).
Concluyo por donde empecé. La filosofía política muestra la
veracidad de los postulados contrarrevolucionarios y de sus análi­
sis históricos, y su superioridad sobre la parcialidad de liberal­
conservadurismos, democracias cristianas y bonapartismos fascis.
tizantes o populistas. La doctrina social de la Iglesia, en su sentido
cabal,
nos lleva a la necesidad de una ciudad católica. Por ambos
y
cruzados focos deberíamos, todos, hacer un esfuerzo para que
no se pierda er hilo de la tradición contrarrevolucionaria.
{26) ·cfr. In., La monarquía social y representativa en el pensamiento
tradicional, Madrid, 1954, donde muchos pasajes tributan a este juicio.
(27)
Cfr. RENÉ R.ÉMOND, Les droites en France, París, 1982, donde dis­
tingue entre una-derecha liberal, una contrarrevolucionaria y una última
bonapartista.
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