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Un orden social católico, ¿todavía? El porqué de la situación actual

UN ORDEN SOCIAL CATÓLICO, ¿TODAVÍA?
EL PORQUÉ DE LA SITUACIÓN ACTUAL
POR
MIGUEL AYUSO
l. Unas simples -y pocas-palabras de introducción a la
XXXVI Reunión de amigos de la Ciudad Católica. Que sean a la
vez
de elucidación de su núcleo conceptual y de presentación de
los temas singulares
en que ha de descomponerse para su correc­
ta exposición.
2.
La rúbrica que envuelve nuestras reflexiones de estos días
contiene un interrogante. Y no se trata de una pregunta mera­
mente retórica, cuya respuesta, por obvia, fluya sin necesidad de
expresión. Por
el contrario, quisiéramos abordarla, y bien en
serio, ponderando todos sus aspectos, meditando sus matices,
tomando
en consideración cada perfil. En puridad, sin embargo,
el interrogante explicitado
presupone otro, esta vez implícito,
que es preciso tener presente. Pues, si nos preguntamos por la
vigencia -y no sólo en la praxis, también en el acervo doctrinal,
de la Iglesia-del orden social cristiano, estamos dando por
inconcusa su existencia o cuando menos su teorización.
En efecto, existe
un orden social y político cristiano. Como
existe
una doctrina social y política de la Iglesia. Y si ésta es legí­
tima tanto desde
el punto de vista de sus relaciones con la polí­
tica
que cabría apodar de •natural• como por la competencia de
la Iglesia para promulgarla (1), aquél no resulta sino de su plas-
(1) Cfr. MIGUEL AYUSO, •El orden político cristiano en la doctrina de la Iglesia•,
Verbo (Madrid) núm. 267-268 (1988), págs. 955 y sigs.; ESTANISLAO CANTERO,
"¿Existe una doctrina política católica?'', en el volumen colectivo Los católicos y la
acción política, Madrid, 1982, págs. 7 y sigs.
Verbo, núm. 371-372 (1999), 9-20. 9
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MIGUEL AYUSO
mación, principalmente en la Cristiandad histórica -«hubo un
tiempo en que la filosofía del Evangelio gobernaba los Esta­
dos» (2), en la afirmación contundente de León XIII en Inmortale
Dei-, aunque sin agotarla nunca. El problema, pues, se despla­
za,
como el título de nuestra reunión lo expresa adecuadamente,
a la realidad actual
de esa doctrina y orden sociales y políticos.
· 3. Pero paremos antes en una explicación doméstica, con­
cerniente a nuestro
quehacer de formación para la acción, en la
obra de amistad en la Verdad propia de la Ciudad Católica (3).
En efecto, después de una serie de años en que hemos dedicado
nuestras reuniones bien a cuestiones de alúshna especialización
-De la modernidad romántica a la postmodernidad anticristia­
na•, ,Dios y la naturaleza
de las cosas» o ,Pluralidad y pluralis­
mo»-, bien a profundizar en alguno de los sectores del orden
social -·La familia, fue el tema general del pasado encuentro-,
convenía hacer un alto en el camino e interrogamos por la situa­
ción de la Iglesia en el mundo de hoy y por las condiciones
actuales de nuestro propio actuar intelectual y apostólico.
Nos situamos, así, ante
una reunión que se convoca con el
designio de preguntarnos por la Iglesia, por el mundo y nosotros.
Lo que nos lleva a escrutar los signos de los tiempos, a ahondar
en el depósito de nuestra fe y a fortalecer nuestra esperanza, a
fin
de estar 1nejor dispuestos para dar razón de ella a quien nos
lo pida. Y es que todo grupo humano, de cuándo en cuándo, está
obligado a indagar sobre su existencia y continuidad, para recti­
ficar los errores que tienen su causa en la inercia y para apurar
los aciertos que la docilidad a la gracia le hayan podido procu­
rar. Muchos males se derivan de la continuación de obras cuyo
carisma
se ha desvitaliz~do, o agotado, y que se reconvierten más
(2) Cfr. en Doctrina pontificia úl). Documentos políticos, BAC, Madrid, 1958,
pág. 202.
(3) Cfr. JUAN VAllET DE GoYTISOLO, •Qué somos y cuál es nuestra tarea•, Verbo
(Madrid), núm. 151-152 (1977), págs. 29 y sigs.; EsTANISLAO CANTERO, •¿Qué es la
Ciudad Católica?·, en Verbo (Madrid), núm. 235-236 (1985), págs. 529 y sigs.;
MIGUEL AYUSO, •Meditación sobre la Ciudad Católica•, en Verbo (Madrid), núm.
295-296 (1991), págs. 816 y sigs.
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EL PORQUÉ DE LA -'>1TUACIÓN AGTUAL
o 1nenos conscientemente a otras tareas. Pecado ora de la falta
de perseverancia, ora del instinto de supervivencia de las orgarú­
zaciones, máxime si
la burocracia tiene en ellas un papel, por
modesto que fuera. Si el desarrollo de la sanidad militar no la
hubiera dejado sin campo de actuación, quizá la Cruz Roja no se
dedicara a propagandas ideológicas variadas bajo capa -tupida,
desde luego-de promocionar los ,derechos humanos•. Et sic de
caeteris ...
4. Entrando en el programa, son dos los capítulos que encie­
rran los diversos contenidos: el balance de la situación presente
y
el examen del status questionis del magisterio social católico
diversificado
por ámbitos.
Empecemos, como
se debe, por el primero. Cuando desde la
trinchera del catolicismo tradicional
se divisa el campo -en ver­
dad que de batalla-del orbe católico tras el Segundo Concilio
Vaticano, sólo la insinceridad, la inconsciencia o la estulticia
pue­
den acertar a disünular -y aun forzadamente-los devastadores
efectos
que éste ha tenido sobre la Cristiandad y sobre el mundo.
El 1nensaje de Nuestro Señor Jesucristo es una invitación a estar
en el mundo sin ser del mundo. Hay, eso sí, épocas y épocas.
Históricas y personales. Como
hay seducciones colectivas e indi­
viduales. Bajo algún
punto de vista pudo tener razón nuestro
Donoso al decir que los tiempos más inciertos son también los
1nás seguros,
porque uno sabe a qué atenerse acerca del mun­
do (4). Porque en las épocas turbulentas se agudiza la percep­
ción de que la tierra no es nuestra verdadera patria. Pero bien
1nirado, ¿no es también verdad que los tiempos tranquilos y prós­
peros
enseñan esa misma lección? Y es que -el propio Donoso
parece apuntarlo--- la abundancia también acaba por exhibir la
vanidad
de los bienes aparentes. Incluso, señalaba Thibon, este
segundo camino puede, por menos engañoso, resultar más segu-
(4) Cfr. JUAN DONOSO CORTÉS, •Carta al conde de Montalembert, de 26 de mayo
de 1849•, Obms completas, vol. JI, Madrid, 1970, pág. 328: •las revoluciones son los
fanales
de la Providencia y de la Historia; los que han tenido la fortuna o la des­
gracia
de vivir y morir en tiempos sosegados y apacibles, puede decirse que han
atravesado la vida, y
que han llegado a la muerte, sin salir de la infancia•.
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MIGUEL AYUSO
ro (5). En todo caso, en consolación y en desolación, saciados
como atribulados, sie1npre podrá decirse con san Francisco de
Sales que quien se entrega a medias es el que peor lo pasa, al no
recibir los consuelos de Dios ni los del mundo (6).
Bien está 1neditar las consecuencias de nuestro exigido estar
sin ser del mundo.
En ese sentido, perdonénseme las considera­
ciones que acaban de hacerse. Pero lo que en modo alguno auto­
riza lo anterior
es a denigrar la estabilidad del orden cristiano y
a encarecer los desvaríos de la revolución. El texto clásico de san
Pío X en Notre cbarge apostolique, quizá insípido para nosotros a
fuerza
de haberlo oído tantas veces, lo dice con gran claridad y
penetración: •La civilización no está por inventar ni la ciudad
nueva por construir en las nubes. Ha existido, existe: es la civili­
zación cristiana, es la ciudad católica. No se trata más que de ins­
taurarla y. restaurarla, sin cesar, contra los ataques sie1npre nue­
vos de la utopía malsana, de la revolución y de la impiedad" (7).
Afirmada sin ambages la existencia del orden cristiano, aun hoy,
entre ruinas, hay que
-no se trata más que--restaurarlo en lo
que ha sido herido e instaurarlo en lo muerto y en lo que exigen
las nuevas circunstancias.
5. En puridad, la restauración e instauración es una tarea
siempre inacabada, de ahí el adagio clásico según el cual Ecclesia
est semper reformanda. Los enemigos perennes del orden-aun­
que sus ataques sean siempre nuevos-también están identifica­
dos en el texto del único papa santo de este siglo: la utopía mal­
sana,
la revolución y la impiedad. El mundo. moderno -que
tiene una acepción cronológica, pero que sobre todo porta un
significado axiológico-marca la victoria del desorden. Por pro­
visional
que se quiera a los ojos de la indefectibilidad final de la
Iglesia,
no deja de ser definitiva en este mundo para las genera­
ciones
que han sufrido su peso, y también sabemos que el buen
(5) Cfr. GUSTAVE THIBON, Notre regard qui manque a la lumiere, vers. caste­
llana, Madrid, 1973, págs. 340 y sigs.
(6) Cfr. SAN FRANCISCO DE SALE'>, Introducción a /a vida devota, III, 7.
(j) Cfr. en Doctrina pontificia (II). Documentos politicos, BAC, Madrid, 1958,
pág. 408.
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EL PORQUÉ DE LA SITUACIÓN ACTUAL
pastor conoce por su nombre a sus ovejas y no deja que ningu­
na se pierda. Aunque no nos es 1nenos desconocido que es la
perdida la que busca con afán. Y la Iglesia, defensora del orden,
alza su contestación. Esto es cabalmente el magisterio social y
político de
la Iglesia. Y la escuela contrarrevolucionaria -siem­
pre que no demos, por mor de las palabras, prioridad al no-ser
respecto del ser, puesto que es la revolución la que atacó el ser1
de manera que a la reacción defensiva del mismo no conviene
una visión
en exceso «negativa-, al servicio de la misión de la
Iglesia, combatió las mismas batallas (8). Con mayor o menor for­
tuna. Y desde luego sin pretensión de inerrancia.
Hoy, y he ahí la novedad, esa contestación cristiana del mundo
moderno se ha mitigado, y pareciera que se busca una cierta adap­
tación al mismo (9). Lo cual no quita para que de tanto en tanto,
enfrentada con cuestiones que vienen a desempeñar el papel de
aporias, suene la
voz del non passumus y la doctrina se exponga
con la claridad de otros siglos. Nonnalmente,
en cambio, el palen­
que se instala en las estructuras políticas vigentes, aceptadas aun a
riesgo de incurrir
en alguna contradicción derivada de la dinámica
de
la democracia pluralista. Y es que la -nueva evangelización,,
pareciera
un abandono. Y no sólo de la Cristiandad, o de lo que
queda de ella -sombra de una sombra-, sino de la verdad de
orden natural que deriva de su experiencia.
6. Pero, cuestión
tan grave no puede cerrarse sin alguna otra
consideración, por impresionista que sea en una sede introduc­
toria como debe ser ésta. Quizá sea bueno tener
en cuenta, para
empezar, el dinamismo del orden natural al que acabamos de
referimos. Lo que no quita para reconocer la posible excepcio­
nalidad de la economia sobrenatural. Y digo posible,
porque en
(8) Cfr. MIGUEL AYUSO, •Sobre el concepto de contrarrevolución hoy,., en
Verbo (Madrid), núm. 317-318 (1993), págs. 737 y slgs. Cfr., también, DANILO
CASTELLANO, •Iglesia y contrarrevolución•, en Verbo (Madrid), núm. 335-336 (1995),
págs. 483 y sigs.
(9) Cfr. MIGUEL Ayuso, •El orden político cristiano en la doctrina de la Iglesia•,
cit.; lo., •La unidad católica y la España de mañana•, en Verbo (Madrid), núm. 279-
280 (1989), págs. 1421 y sigs.
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principio, en la fórmula tomasiana, la gracia no destruye la natu­
raleza sino
que la perfecciona (10). Principio fundamental para
cualquier planteamiento que aborde las relaciones entre fe y
razón
1 naturaleza y gracia, afinnado no sólo con las palabras sino
sobre todo con las obras en la civilización cristiana y, en cambio,
negado sistemáticamente por la civilización 111oderna, prolonga­
da en la postmodernidad emergente de su disolución al tiempo
que de su exasperación. ¡En cuántas ocasiones no ha sido el obje­
to directo de los ataques
tanto el orden sobrenatural co1110 el
natural,
de manera que, destruido éste, la gracia resulta atacada
reflejamente al ser sustituida
la carne por el plexiglás! Otra cosa
distinta
es que el origen de esos ataques al orden natural proce­
da de instancias pretematurales1 pues ya advierte san Pablo que
no es nuestra lucha contra la carne y la sangre, sino contra los
espíritus malignos
de los aires (Eph., 6, 12). Pero aun desde tal
instancia,
¡en cuántas ocasiones la batalla se ha centrado directa­
mente en el nivel natural! Sin excluir el milagro -y quizá la difu­
sión extraordinaria del primer cristianismo presenta una dünen­
sión milagrosa-, es cierto que la acción personal está en el ori­
gen de la evangelización, pero no lo es 1nenos que esta conquista
diaria e individual transita, co1110 no podía ser menos, por las vías
sociales
y comunitarias. Esto es, el esposo convierte a la esposa,
o ésta a aquél
1 y transmiten esa «nueva11 a sus lújos por la educa­
ción, y en su vida profesional y social se va manifestando cuan­
do las persecuciones no lo ünpiden e incluso a pesar de las
mismas
...
La socialidad arraiga en todos los estratos de la personalidad,
de 1nanera que la fe, íntima, 1nás íntima que nuestra propia inti­
midad,
según la conocida afirmación agustiniana, no puede sino
portar una radical dimensión social. -Igualmente, desde el otro
ángulo, la sociedad
humana aparece no sólo como una realidad
permeable a la inspiración religiosa
de fines y espíritu, sino c01110
algo esenciahnente religioso, precisamente por radicar en la natu­
raleza
humana a modo de proyección de sus tendencias y estra­
tos profundos. En efecto,
en la explicación del filósofo español
(10) Cfr. SANTO TOMÁS DE AQUINO, Suma teológica, I, 1, 8, ad. 2.
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EL PORQUÉ DE LA SITUACIÓN ACTUAL
Rafael Gambra, si la sociedad básica es proyección de las poten­
cialidades humanas, incluida la individualidad, una sociedad
tiene que aparecer como una estructura compleja en la que se
superponen elementos comunitarios y aglutinantes muy diversos,
legales
y organizativos unos, consuetudinarios y tradicionales
otros. Frente a quienes quieren concebirla
y estudiarla exclusiva­
mente desde un prisma racional, tiene sus orígenes en una cre­
encia
y una e1noción colectivas. Y es que si, de un lado, el hom­
bre está compuesto de cuerpo y alma, llamado por el orden de
la gracia al orden sobrenatural, y de otro la sociedad emerge
como eclosión de la misma naturaleza humana, no parece que
tenga explicación el hecho de que la sociedad, en sí, quiera pres.:.
cindir del aspecto trascendente de su vida: el hombre está reli­
gado con Dios pública y privadamente, individual y socialmen­
te (11). No
se ha de ocultar que aquí está la diferencia teorética
entre la filosofía cristiana, para la
que las formas de gobierno
-en sentido profundo y entiéndaseme bien-son esenciales, y
el indiferentismo político de ,liberalismos católicos• y «democra­
cias cristianas», así con10
que es el orden cristiano el que está en
el corazón mismo de la discrepancia.
7. Recuperando el hilo,
ha habido un conocido publicista
católico,
y buen amigo, que se ha preguntado, todavía velada­
mente, casi insinuantemente, si la situación
de Cristiandad no
habría sido algo así como un paréntesis, casi milagroso, de mane­
ra que el pluralis1no en que hoy nos parece -a veces irreme­
diablemente-hallarnos instalados se correspondería con la
situación
nonual de la humanidad. Me parece todo lo contrario.
Teológicamente
no me parece errado sostener cómo el Reino de
Cristo no es simplemente un modo de hablar característico de
cierto conservadurisn10 eclesial, sino que, por el contrario, apa­
rece implicado
en el designio de unidad revelado por Nuestro
Señor Jesucristo
en su llamada oración sacerdotal y que se corres-
(11) RAFAEL GAMBRA, La unidad religiosa y el denutisrno católico, Sevilla,
1965, págs. 11 y sigs. Cfr. MIGUEL Ayuso, Koinós. El pensamiento político de Rafael
Gambra, Madrid, 1998.
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ponde con una tendencia -propiamente en sede de teología de
la
historia-inscrita en las esperanzas de la Iglesia (12). A este
propósito algo añadiré
al fin de este escolio. Pero es que, desde
la filosofía, no parece menos evidente, según acaba1nos de recor­
dar, que el orden social no puede sino portar lo más profundo
que reside en el corazón del hombre. En este sentido, el plura­
lismo, lejos
de lo que tantas veces hoy oímos decir, no puede
constituir paradigma alguno. La ley de la creación muestra la
implicación recíproca
de unidad y pluralidad, que se potencian;
el pluralismo,
en cambio, supone la eliminación de la unidad últi­
ma y por ello unifonna y mata la pluralidad 03). En el modelo
pluralista, la gracia no puede insuflar su aliento vivificador por­
que las todas realidades están incomunicadas a ese orden supe­
rior. Además de que,
por lo que luego ha de verse, en todo caso,
la buena nueva cristiana no se propone sino como una opción
más en el gran ,supermercado de los valores". El obispo Guerra
Campos, reciente1nente fallecido, señaló agudamente cómo la
politización radical de que se ha acusado por tantos a la doctri­
na tradicional de la Iglesia se da en mayor medida en la supues­
ta «no intervención~, si se cae en la tentación -y a menudo ocu­
rre-de reducir la acción de la Iglesia a ,facilitaP• la coexistencia
pluralista, debilitando para ello el ejercicio
de su misión propia.
Al final, ,el peligro que acecha es que cuando se renuncia a la
Iglesia-cristiandad para ser Iglesia-misión, sea la misión la que,
paradójicamente, se oscurezca• (14).
(12) Cfr. MIGUEL AYUSO, •La sociedad contemporánea a la luz del Reinado
social
de Cristo•, en Cristiandad (Barcelona), núm. 755-757 (1994), págs. 15 y sigs.
(13)
Cfr. MIGUEL AYUSO, •Pluralidad y unidad•, en Verbo (Madrid), núm. 357-
358 (1997), págs. 617 y sigs., así como el resto
de las contribuciones estampadas
en dicho número, monográfico bajo el título Pluralidad y pluralismo, a saber, de
Eudaldo Forment, Consuelo Martínez-Sicluna, José Miguel Serrano, Federico
Cantero, Danilo Castellano,
Juin Vallet de Goytisolo, Juan Cayón y José Maria
Petit.
(14) Cfr. JosÉ GUERRA CAMPOS, •La Iglesia y la comunidad política. Las inco­
herencias
de la predicación actual descubren la necesidad de reedificar la doctri­
na
de la Iglesia•, en Miguel Ayuso (ed.), XIV Centenario del III Concilio de Toledo,
Madrid, 1989, págs.
51 y sigs. Se trata del número (monográfico) 384 de la revis­
ta Iglesia-Mundo (Madrid).
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EL PORQUÉ DE LA SITUACIÓN ACTUAL
Desde cualquier ángulo de visión debe tenerse presente que
el orden natural exige contar
con los condicionamientos sociales
de la existencia, que constriñen a no dilapidar, hoy, el significa­
do de los medios de comunicación,
cmno ayer de las institucio­
nes políticas. El cardenal Daniélou lo vio lúcidamente en su pro­
vocador
La oración, problema polfttco; mientras sus contradicto­
res estaban cegados
por el optimismo de la utopía, en el más
nocivo de los significados de ésta (15). Sólo
puede haber un gran
pueblo cristiano cuando hay instituciones cristianas. De
no
haberlas, es la fe de los más •pobres•, de los que no tienen otro
sostén, la
que antes perece. ¿Cómo construir al margen de las ins­
tituciones, más
aún en su contra? Sólo pequeños grupos podrán
sobrevivir, creciendo o disminuyendo según las coyunturas del
momento, pero sin
preparar, en definitiva, esa unidad a la que
estamos llamados.
La cosmovisión liberal se basa en un entendimiento de la
espontaneidad y la libertad sociales profundamente destructivo.
Como es sabido, para la ideología liberal el
poder no hace refe­
rencia a la justicia, sino que es una pura fuerza corruptora de
quienes lo ostentan y opresiva de quienes lo sufren. De ahí la
necesidad de constreñirlo y limitarlo severamente. Sin embargo,
a
poco que reparemos, esa espontaneidad desemboca en el dar­
winismo, porque el poder es -debe ser-un instnunento del
orden, como se evidencia
en la sociedad familiar, en la laboral o
en la propia comunidad política. Lo mismo puede predicarse de
la Iglesia como sociedad.
Así pues, lo que surge de las observa­
ciones anteriores es
que la reconstrucción social debe abordarse
en continuidad con lo que la constitución natural de las socieda­
des muestra y,
as 1, sin el concurso del poder, difícilmente puede
sanarse una sociedad. Lo que no dice relación solamente con el
Estado -como comunidad política, esto es, no necesaria1nente el
Estado moderno, producto de un •naturalismo• político que des-
(15) Cfr. JEAN DANIÉLOU, L~o~p_n, probleme politique, vers. castellana,
Barcelona,
1966. Me he referido a la polémica suscitada por la publicación de ese
libro
en mi •¿Cristiandad nueva o secularismo irreversible?•, en Roca Viva
(Madrid), núm. 217 (1986), págs. 7 y sigs.
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MIGUEL AYUSO
conoce la verdadera entraña de la politica (16)-, sino también
con la Iglesia. Por eso es tan grave la crisis contemporánea de la
Iglesia en un orden puramente natural, y ¡cuánto no lo será en
una consideración superior!
En tal sentido, el resto
de las acciones que no sean dirigidas
desde el poder sólo pueden ser preparatorias, si bien son indis­
pensables. Rostovzeff observa cómo las grandes reformas de
Diocleciano chocaron con la cotnpleta destrucción social, lo que
condujo a que no fueran intentos sino de clavar la carne podri­
da, que por lo mismo se desgarra (17). Es la mis1na idea que late
en el clásico latino: puede llegar el 1nomento en que una socie­
dad no soporte ni sus males ni sus remedios. En tal sentido1 hasta
hace bien poco, coexistían en las sociedades occidentales -Juan
Vallet de Goytisolo lo explicó ejemplarmente para España en su
Sociedad de masas y derecho, aunque quizá en menor medida
pudiera extenderse el diagnóstico a otros
paises-, de una parte
una sociedad integrada por familias, con el soporte material de la
propiedad, la previsión y el ahorro, y con el impulso de la res­
ponsabilidad de su cabeza;
y, de otra, una masa amorfa de pobla­
ción tutelada
por el Estado, con el porvenir sólo cubierto por la
seguridad social estatalizada y obligatoria, a la que se promete
liberarla de toda responsabilidad patrimonial.
La protección de
esas masas
-proletarizadas y desarraigadas-obedece inicial­
mente a una necesidad social y a una razón de justicia, pero
generalmente amplia y fomenta la propia masificación (18). Este
es
uno de los •signos contradictorios• de nuestra época que he
tratado de presentar en mi libro ¿Después del Leviathan?, subra­
yando cómo la crisis moral --en suma religiosa-no es en abso­
luto ajena al asunto (19). Desmasificar sólo se puede hacer a gran
escala desde el poder, pero necesita la palanca de núcleos moral-
(16) Cfr. DANILO CASTELLANO, ~La esencia de la política y el naturalismo polí­
tico•, en Verbo (Madrid), núm. 349-350 (1996), págs. 1109 y sigs.
(17) Cfr. MIGUEL ROSTOVZEFF, Historia social y económica del Imperio romano,
Madrid, 1962, págs. 475 y sigs.
(18) Cfr. JUAN VALLET DE GoYTISOLO, Sociedad de masas y derecho, Madrid1
1969.
(19) Cfr. MIGUEL AYUSO, ¿Después del Leviatban?, 2 . .a ed., Madrid, 1998.
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EL PORQUÉ DE LA SITUACIÓN ACTUAL
mente firmes y socialmente vivos, desde los que poder nutrir esa
acción directiva.
La mera dictadura ha dejado de ser solución en
las sociedades absolutamente escindidas, por lo que la compleji­
dad de la situación presente es notablemente más crecida (20).
8.
La conclusión de lo hasta aquí dicho es para t1Ú clara. Sea
cual
sea el designio del magisterio de la Iglesia en su apertura a
la libertad religiosa y a
su consiguiente abandono del Estado con­
fesional
-en su día se nos dijo en España que una cosa no impli­
caba la otra; hoy,
por contra, se trata de explicamos que es éste
el que ha llevado a aquélla-, y sea cual sea el juicio que humil­
demente nos merezca,
no se nos puede forzar a seguir la senda
del liberalismo. Si es «posible• que no podamos pedir a la Iglesia
otra estrategia,
es «seguro» que nosotros -herederos de una
tradición doctrinal purísima-no debetnos contentarnos con
ella (21). Como dice el mensaje del Angel apocalíptico a la Iglesia
de Thyatira: •Non mittam super vos aliud pondos: tamen id quod
habetis, tenete donec veniam, (Ap., 2, 24-25). Sí, queremos aga­
rrarnos a tradiciones
que parecen periclitadas ... Pero, en este
punto, escucharemos
al profesor Thomas Molnar, que nos ha
dejado no hace mucho una reflexión sobre la Iglesia, «peregrina
de siglos• (22), y abordará la espinosa cuestión, que podría haber
ido acompañada del exa1nen de la consiguiente creciente 1nargi­
nación del pensamiento político tradicional del mundo católico.
El profesor Andrés Gambra, sobrecargado de ocupaciones, no ha
encentra.do tiempo para

entregarnos unas páginas sobre esto últi-
1no. Sirva de disculpa para la mayor extensión de estas conside­
raciones preliminares.
(20) Cfr. MIGUEL AYUSO, THOMAS MOLNAR y JUAN VALLRI' DE GoYTISOLO, A vuel­
tas con la sociedad
civi~ Madrid, 1996. Se trata de una separata de Verbo (Madrid),
núm. 341-342 (1996), págs. 85 y sigs., que debe completarse con el ulterior ensa­
yo del profesor MOI.NAR •Notas sobre la evolución de la sociedad civil•, en Verbo
(Madrid), núm. 347-348 (1996), págs. 745 y sigs.
(21) Ha de volverse siempre, al rozarse estas cuestiones, al texto nítido, cor­
tante,
de JEAN MADIRAN, •Notre desacord sur Algérie et la marche du monde•, en
Jtinéraires (Paris), núm. 67 (1962), págs. 197 y sigs.
(22)
Cfr. THOMAS MOLNAR, The Church, Pilgrlm of Centurles, Grand Rapids,
1990.
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MIGUEL AYUSO
El balance emprendido, sin e1nbargo, centrado en su univer­
salidad, requiere una referencia más cercana, más concreta, a
España. Cuya experiencia histórica, secular y reciente, caracteri­
za con rasgos singulares el cuadro general. Así, el profesor José
María Alsina nos ofrece un agudo cmnentario sobre el cambio
sociológico en España, con especial detenimiento en el papel de
la familia. Mientras que Francisco José Fernández de la Cigoña,
por su parte, perfila la mutación desde el ángulo religioso-políti­
co.
Que entre nosotros se ha producido lo que el profesor Canals
denominó la ruina espiritual de
un pueblo por efecto de una polí­
tica parece
dificilmente discutible (23). Como que en una consi­
deración más amplia
-ha insistido especialmente en ello el pro­
fesor
Castellano-ha causado grandes ruinas la estrategia demo­
cristiana de pretender influir sobre el interior del sistema demoli­
beral (24).
9. Y llegamos al término. Porque Estanislao Cantero y An­
tonio Segura, inaugurando el segundo bloque, aquilatan respec­
tivamente el magisterio político-social y económico de la Iglesia
en nuestros días, mientras que Juan Vallet y Francisco Canals
vuelven a ascender hacia la recapitulación y la prospección.
Vallet en el desgranar de los caracteres de nuestro combate cul­
tural. Canals desde las atalayas, a él tan caras, y
que se remontan
a la escuela del padre Ramón Orlandis, y
aún más lejos, al padre
Henri Ramiere, ambos de la Compañía de Jesús, de la teología de
la historia. Que el Señor se digne iluminar nuestros estudios y
bendecir nuestros trabajos.
(23) Cfr. FRANasco CANAts, ,El ateísmo como soporte ideológico de la demo­
cracia•, en Verbo (Madrid), núm. 217-218 (1982), págs. 893 y sigs.
(24)
Cfr. DANJLO CASTELLANO, •Cuestión católica y cuestión democristiana•, en
Verbo (Madrid), núm. 331-332 (1995), págs. 31 y sigs.; MIGUEL AYUSO, •En torno a
la "cuestión
democristiana''., en Verbo (Madrid), núm. 331-332 (1995), págs. 21
y sigs.
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