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El problema político de los católicos hispanoamericanos. Hispanidad y res publica christiana

EL PROBLEMA POLÍTICO DE LOS
CA TÓLICOS HISP ANOAMERICANOS
HISPANIDAD Y RES PUBLICA CHRISTIANA
Miguel Ayuso
1. Proemio
No es un tópico. El tema que he tenido que asumir en
esta ocasión, ante la imposibilidad de que lo hicieran plumas
mejor cortadas y –sobre todo– fundadas, se halla erizado de
dificultades. Historiográficas y teoréticas. Es fácil compren-
der que abocetar la historia política del continente hispano-
americano en la edad contemporánea no resulte empresa
fáci l, siq uiera para los especialistas en el tema. Razón de más
cuando la misma se contempla desde el prisma de un argu-
ment o transversal (au nque no secundario) co mo el del pen-
samiento y la acción política de los católicos, por no hablar
del pensamiento y acción políticos católic os, lo que nos con-
duce a terrenos aún más escarpados. Por donde emergen
problemas de bien difícil acometida, de índole ya filosófica,
que entrelazados con los precedentes hacen temblar al más
esforzado intérprete (1).
2. Sois hijos de la Revolución…
En más de una ocasión, y así he tenido ocasión de reco-
gerlo de labios de quienes sufrieron o al menos escucharon
la invectiva, Elías de Tejada apostrofó con esas palabras a
distintos corresponsales en el fragor de sus conversaciones
Verbo, núm. 527-528 (2014), 659-683. 659
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(1) Agradezco de todo corazón las observaciones, bien pensadas y
agudamente expuestas, como siempre, del profesor Juan Fernando
Segovia, a quien como es obvio no se puede en cambio reprochar en nin -
gún caso la torpeza con que eventualmente las haya podido acoger quie\
n
firma este artículo.
Fundaci\363n Speiro

MIGUEL AYUSO
oceánicas de sede o temática ultramarinas. Y no es obser va-
ción menor . Cuando el historiador Jean de Viguerie publicó
a fines del pasado siglo su ensayo sobre la idea de patria en
Francia, bajo la rúbrica de «las dos patrias» (2), y que susci -
tó una encendida polémica, ya tuve ocasión de glosarlo (3).
Viguerie indicaba que la Revolución había dado origen a
una nueva Francia, desligada de la tradicional, de modo que
lo que quedaba (pues entre tanto había sido ya azotado por
diversas transformaciones) del viejo patriotismo habría sido
engullido por el nuevo patriotismo revolucionario, ideológi -
co y humanitarista surgido de la Revolución. Y , además, sin
que los alféreces de aquél lo hubieran advertido: Francia ha
muerto porque el patriotismo revolucionario la ha matado
con la colaboración inconsciente de los que se tenían por
catholiques et français toujours . Añadí entonces por mi cuenta,
y he vuelto sobre el asunto más de una vez (4), que el análi -
sis se podía predicar de otros lares con tal de que se introdu -
jeran los distingos pertinentes. Así, considerada la empresa m o re hispanico, nos parece
que conserva todo su valor, y aun acrecido, la distinción neta
entre esas «dos patrias». Si bien el escolio debe ser matizado,
pues –a diferencia de lo acaecido ultrapirineos– el pensa-
miento tradicional no ha contribuido a la mixtificación
denunciada, ya que desde siempre y hasta hoy ha separado
nítidament e la tierra de los padres y la «ideología» nacional,
con distingos terminológicos o conceptuales más o menos
afortunados. No obstante acentos personales y, por lo
mismo, distintos, pero acomunados en un signo coincidente,
bien desde el ángulo de la psicología social, bien desde el de
la causa de diferenciación de los pueblos, bien –en suma–
660Verbo, núm. 527-528 (2014), 659-683.
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(2) Jean
DEVIGUERIE,Les deux patries. Essai historique sur l´idée de patrie
en France, Grez-en-Bouère, Dominique Martin Morin, 1998. Ciertamente
ha sido más el corolario que la tesis central lo que ha concitado el \
debate.
Cfr . Yannick C
HALMEL, «La “droite nationale” ou un siècle de bégaie-
ment» , Catholica (París), núm. 65 (1999), págs. 37 y sigs.
(3) Miguel A
YUSO, «recensión» al libro citado de Jean de Viguerie,
Razón Española (Madrid), núm. 102 (2000).
(4) I
D., El Estado en su laberinto. Las transformaciones de la política contem\
-
poránea, Barcelona, Scire, 2011. Se trata del capítulo primero «La identi -
dad nacional y sus equívocos».
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desde el de la teoría política, disponemos de un acervo que
llega hasta nosotros. ¿Y la conclusión? España también pare-
ce muerta, y también parece que algo tenga que ver en ese
óbito el tránsito de un viejo patriotismo a uno nuevo. Lo que
ocurre es que tal cambio no se ha producido ni por las mis-
mas causas ni con los mismos agentes que en el país vecino.
La historia española presenta una singularidad notable en lo
que toca al desarrollo de nuestra nacionalidad, y eso permi-
te que algunos –hijos, pero bastardos, de quienes cultivaban
el viejo patriotismo– rechacen el nuevo, para crear, a su
medida, otro de menor escala e idéntica naturaleza a éste;
mientras que otros, que quisieran perseverar en el antiguo,
se han t rasbordado inconscientemente al nuevo, y l os más se
han instalado en una versión l i g h tdel nuevo: la de un supues-
to patriotismo constitucional frente a los separatismos. En Hispanoamérica, finalmente, nos encontramos ante
otro escenario. Allí el nacimiento a la vida independiente de
las distintas repúblicas se produjo precisamente de resultas
de la revolución liberal, de modo que ésta y aquéllas no pue -
den sino mostrársenos inescindibles no sólo en su origen
sino aun en su devenir . Si en el viejo continente europeo
(rectius en la vieja Cristiandad) las naciones estuvieron en el
origen de los Estados (rectius de las comunidades políticas),
en la vieja América española –se ha dicho– son los Estados
los que hicieron a las naciones (5). Por más que no pueda
desconocerse el antecedente de que la monarquía hispáni -
ca fraguara en aquellas tierras de ultramar en unidades que,
andando el tiempo, tuvieron su peso en el florecer estatal
(nacional) a la hora de la secesión.
EL PROBLEMA POLÍTICO DE LOS CA TÓLICOS HISPANOAMERICANOS
Verbo, núm. 527-528 (2014), 659-683.
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(5) Cfr. Mario G
Ó N G O R A, El Estado en el derecho indiano. Época de su funda -
ción (1492-1571) , Santiago de Chile, Universidad de Chile, 1951, y Ensayo sobre
la noción de Estado en Chile en los siglos XIX y XX, Santiago de Chile, La Ciudad,
1981. Su colega y coterráneo Bernardino Bravo Lira lo ha hecho uno de sus
l e i t - m o t i v e n , mientras que ya se habrán advertido los matices que, por nuestra
parte, nos hemos permitido introducir. A causa del anacronismo de utilizar
la expresión Estado para referirla a una realidad, como la monarquía hispá-
nica, ajena al mismo. Cosa distinta es su aplicación, correcta, a los procesos
de la edad contemporánea. Es uno de los temas centrales de la obra de don
Álvaro d’Ors y, desde otro ángulo, de Dalmacio Negro. Pueden verse, de
ambos, respectivamente, Ensayos de teoría política, Pamplona, EUNSA, 1979,
págs. 57 y sigs., y G o b i e rno y Estado , Madrid, Marcial Pons, 2002.
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Así pues, estamos ante tres visiones diferentes de la «dua-
lidad» patriótica o nacional. En primer lugar , en Francia el
Estado (moderno) se hizo casi connatural –por más que en
el fondo sea una contradictio in terminis– con la monarquía,
preparando también en este punto el terreno a la Revo-
lución (6). He ahí la raíz, de otro modo inconcebible, de la
extraña mutación operada entre los que se diría defensores
de la tradición y que les habría llevado a contaminarse (aun -
que quizá no todos) con la Revolución: el «nacionalismo de
los tradicionales». Aunque hubo una vieille France, fue reab-
sorbida en la grandeur républicaine . En España, en cambio, la
monarquía, federativa (que no es lo mismo que federal) y
misionera, continuadora de la Cristiandad, se mantuvo inac -
cesible a la mentalidad estatal (7). Por eso, en España no
podía haber «nacionalismo de los tradicionales»: si a veces
se ha creído lo contrario es por no calibrar el signo cultural
moderno (fascista) del falangismo (8). Finalmente, en His-
panoamérica (9), y por la misma razón, todo ha de reposar
sobre los mitos fundacionales románticos del liberalismo,
forzando a quienes quieren ser fieles a la tradición a contor -
siones y contradicciones sin cuento para salvar una «tradi -
ción nacional» de naturaleza política (10).
3. La «máscara» de Fer nando VII… y la de Suár ez
Es sabido que los primeros «gritos de independencia»
no fueron tales, sino «vivas al Rey», como en las asonadas del
MIGUEL A YUSO
662Verbo,núm. 527-528 (2014), 659-683.
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(6) Es una aplicación de la conocida tesis de Alexis D
ETOCQUEVILLE,
L´ancien régime et la Révolution (1856). Puede verse la edición castellana de
R. V . de R., Madrid, Daniel Jorro, 1911.
(7) Cfr . el ensayo de Dalmacio N
EGRO,Sobre el Estado en España,
Madrid, 2007. (8) Rafael Gambra lo ha explicado en Tradición o mimetismo, Madrid,
Marcial Pons, 1976, págs. 203 y sigs.
(9) Está apuntado en mi Carlismo para hispanoamericanos. Fundamentos
de la unidad política de los pueblos hispánicos, Buenos Aires, Ediciones de la
Academia, 2007. (10) Son muy expresivas a este respecto, con referencia a Italia, que se
pueden extender sin dificultad al caso hispanoamericano, las últimas páginas
del libro de Pino T
O S C A, Il cammino della T r a d i z i o n e, Rimini, Il Cerchio, 1995.
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siglo anterior, contrapuestas tan sólo al «mal gobierno». Los
testimonios, a este respecto, son unánimes a la hora de des -
cribir el sentir popular no sólo en los años inmediatamente
anteriores a la independencia sino incluso durante ésta. De
ahí el necesario uso de un artificio a la hora de presentarla
a las sociedades: la «máscara de Fernando VII». Sin la misma
«la abolición de España y la invención de las naciones hispa\
-
noamericanas» no hubieran sido posibles (11). La careta,
claro está, tapaba la impiedad contra el Rey , a las que las
poblaciones eran tan sensibles, pero no acertaba a cubrir
otras vergüenzas de progenie diversa. Piénsese en la afirmación de Simón Bolívar: «La filosofí\
a
del siglo, la política inglesa, la ambición de Francia y la estu -
pidez de España redujeron súbitamente a la América a una
absoluta or fandad y la constituyeron indirectamente en un
estado de energía pasiva. Las luces de algunos aconsejaron
la independencia, esperando fundadamente su protección
en la nación británica, porque la causa era justa» (12). Fras\
e
probablemente justa en la enumeración de las causas que
contiene en su primera parte, pero que en modo alguno jus -
tifica la consecuencia que se desprende de la segunda. La
filosofía del siglo, en efecto, esto es, la ilustrada, había infi -
cionado la América española antes de la independencia,
contra la presentación corriente en cierta escuela de unas
élites tradicionales preser vadas por la Escolástica de la con -
taminación revolucionaria (13). La política inglesa y la
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Verbo, núm. 527-528 (2014), 659-683.
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(11) Cfr . José Antonio U
LLATE,Españoles que no pudier on serlo. La verda -
dera historia de la independencia de América, Madrid, LibrosLibres, 2009,
págs. 95 y sigs. Esta obra, que sigo en ocasiones en este epígrafe, combina
sabiamente historia y filosofía. Pese a su madurez y ponderación ha pro -
vocado alguna reacción hirsuta en las huestes del nacionalismo (conser -
vador). Véase, en este sentido, Enrique D
ÍAZARAUJO, «Otra utopía: el
pseudo- carlismo americano», G l a d i u s(Buenos Aires), núm. 79 (2010),
págs. 71 y sigs. Aunque podría extender sin dificultad la cita entre autores
que, a veces, esconden la mano.
(12) Simón B
OLÍV AR,Discursos, pr oclamas y epistolario político , edición de
Mario Hernández, 3.ª ed., Madrid, Editora Nacional, 1981, pág. 123. Se
trata de una carta a Sir Richard W ellesley, fechada en Kingston el 27 de
mayo de 1815. (13) Resulta de gran interés a este respecto el trabajo de la investiga-
dora puertorriqueña Monelisa P
ÉREZ-MARCHAND, Dos etapas ideológicas del
Fundaci\363n Speiro

ambición francesa actuaron de consuno en los reinos his-
pánicos de Ultramar olvidando sus guerras europeas (14).
Sin la estupide z de la polít ica española, del Rey abajo, en
el seno de una grave crisis reforzada por la invasión napo-
leónica, no puede siquiera concebirse, es cierto, el rápido
desenlace. Pero no parece que tal situación alcance en nin-
gún caso a legitimar un proceso que, antes bien, resulta
tocado por una indigna impiedad. Al fin y al cabo, según
texto muy conocido, «todo el inmenso continente, hoy
caos de confusión, de desorden y de miseria, se movía
entonces [en el momento de iniciarse la crisis] con unifor-
midad, sin violencia, podía decirse que sin esfuerzo, y todo
marchaba en orden progresivo hacia mejoras continuas y
sustanciales» (15). No es cuestión de colacionar aquí por menudo los
«relatos» de la independencia. Baste recordar a nuestros
efectos, en primer lugar, el inicial del liberalismo, que
entronca el movimiento emancipador con los fenómenos
revolucionarios, singularmente los acaecidos en Francia;
aunque también el que –contrariamente al anterior– carac-
teriza a los secesionistas como resistentes a las ideas enci-
clopedi stas frente a unos realistas penetrados por ellas; y
aun, finalmente, al que –en la línea del segundo– destaca
a los «fidelistas» con la mentalidad absolutista mientras los
MIGUEL A YUSO
664Verbo,núm. 527-528 (2014), 659-683.
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siglo XVIII en México a través de los papeles de la Inquisición , Ciudad de
Méjico, El Colegio de México, 1945.
(14) La actitud inglesa está ya consolidada a principios del siglo
XVIII, como muestra el opúsculo escrito en 1711 por una «persona dis -
tinguida», y editado en 1739, A proposal for humbling Spain. Véase el inte-
resante libro de Julio C. G
ONZÁLEZ,La involución hispanoamericana. De
pr ovincias de las Españas a ter ritorios tributarios, Buenos Aires, Hernandarias,
2010. Respecto de la política francesa, cfr . D. A. G. W
ADDELL, «La política
internacional y la independencia latinoamericana», en Leslie Bethell
(ed.), Historia de América Latina, vol. 5, Barcelona, Cambridge University
Press, 1991, pág. 211. Puede leerse una carta significativa de Napoleón al
duque de Bassano, Afese(Quito), núm. 48 (2008), págs. 170 y sigs.,
comentada por el historiador Pablo Núñez. (15) Se debe a Lucas Alamán, ministro mejicano tras la caída de
Iturbide, en su Historia de México desde los primer os movimientos que prepara-
r on su independencia en el año de 1808 hasta la época pr esente, Méjico,
Imprenta de J. M. Lara, 1849, tomo I, pág. 83.
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«patriotas» habrían seguido el pensamiento tradicional de
matriz suareciana (16). Esta última versión, en clave de justificación de la inde-
pendencia, ha gozado de notable penetración en el mundo
nacionalista y conser vador, particularmente clerical, ameri-
cano. Y pese a su apariencia sesuda, y su apoyatura erudita,
resulta infundada: una suerte de «máscara de Suárez» doc -
trinal prolongación de la otra máscara histórica. Es cierto
que la escolástica gozó en el predio hispano de una conti -
nuidad desconocida en otros. También lo es que la obra del
jesuita granadino, tan notable por muchos conceptos como
discutible por no pocos capítulos [lo que ahora no hace al
caso (17)], se difundió con rapidez y permeó la cultura cató -
lica hispánica (y no sólo). Pero las construcciones de un
Mariano Moreno o Camilo T orres sobre cómo «establecido
el pacto social entre el rey y los pueblos, la autoridad de los
pueblos se deriva de la reasunción del poder supremo que,
por el cautiverio del Rey, ha retrovertido al origen donde la
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(16) La primera de las lecturas, por general, excusa de la cita. En lo
que hace a la segunda puede llevarse hasta Marius A
NDRÉ,La fin de
l’Empir e espagnol en Amérique, París, Nouvelle Librairie Nationale, 1922.
Prologado por Maurras, su autoridad arrastró al error a nuestro maestro
Eugenio V egas Latapie, quien antepuso un estudio preliminar a su ver -
sión castellana (Santander , Cultura Española, 1939). Camino parecido al
que, por la vía de un por lo menos parcialmente injusto antiborbonismo
de matriz menéndezpelayiana, condujo a veces (sólo a veces) a af\
irmacio -
nes erróneas en idéntico sentido a nuestro también maestro Francisco
Elías de T ejada. La tercera, finalmente, es de hallar en Manuel G
IMÉNEZ
FERNÁNDEZ,Las doctrinas populistas en la independencia de Hispano-América ,
Sevilla, Escuela de Estudios Hispanoamericanos, 1947. Y, con posteriori -
dad, en las investigaciones de O. Carlos S
TOETZER, en particular El pensa-
miento político de la América española durante el período de la emancipación
(1789-1825) , Madrid, IEP, 1966, y Las raíces escolásticas de la emancipación de
la América española , Madrid, CEC, 1982. Puede verse, para un plantea -
miento al tiempo equilibrado y con proyección, el ensayo –de presenta -
ción modesta– de Federico S
UÁREZVERDEGUER, «El problema de la
independencia de América», Revista de Estudios Americanos(Sevilla), núm.
2 (1949), que he reproducido en 2006, con motivo de la muerte de su
autor , en el volumen correspondiente de los Anales de la Fundación Elías de
Tejada. (17) Para quien esté interesado remito al pedagógico y transparente
ensayo de Eugenio V
EGASLATAPIE, «Origen y fundamento del poder»,
Verbo (Madrid), núm. 85-86 (1970), págs. 405 y sigs.
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MIGUEL AYUSO
666Verbo,núm. 527-528 (2014), 659-683.
Monarquía lo derivaba y el ejercicio de éste es susceptible de
nuevas formas que libremente quieran dársele», si son tesis
suarecianas lo son deformadas, vulgarizadas, poco más que
consignas (18). Porque las discusiones escolásticas sobre el
origen del poder no entraban normalmente en los cursos de
la Compañía de Jesús, vehículo privilegiado de la educació\
n
superior en el continente americano (19). Porque, en todo
caso, tal doctrina no guarda relación con la tradicional
tomista sobre el origen del poder . Porque, además, resulta
especiosa la atribución que se le hace de padre del republi -
canismo secesionista cuando el Doctor Eximio nunca ocultó
su preferencia por la monarquía hispánica. Y porque, en
definitiva, más bien parece que es Rousseau quien despunta
tras la careta.
4. La defección del cler o y los notables: de la época de la
revolución al Kulturkampfvernáculo
La mayoría del clero (y también de los notables, en
buena medida pertenecientes al ordo clericalis ) se fue plegan-
do más por conveniencia que por convicción, lo que no
quita para que puedan contarse excepciones tanto del lado
del clero «refractario» como –sobre todo– del clero «jura -
mentado», a la situación creada por las revoluciones de la
independencia. La toma de posición de Pío VII, una vez
liberado de su cautiverio, en 1816, con su encíclica Etsi lon-
gissimo ter rarum, llegó por lo general demasiado tarde. El
giro producido en la España peninsular en 1820, con el rey
coaccionado por los liberales radicales, terminó además de
arruinar pronto cualquier esperanza (20). Los gobiernos
neonatos, como quiera que sea, buscaron neutralizar a la
–––––––––––– (18) Cfr. José Antonio U
LLATE,Españoles que no pudier on serlo, cit.,
págs. 107 y sigs.
(19) Puede verse, por ejemplo, a estos efectos el libro del padre
Miguel B
ATLLORI, S. J., El abate Vizcardo: historia y mito de la inter vención de
los jesuitas en la independencia de Hispanoamérica , Madrid, Fundación
Mapfre, 1995. (20) Cfr. Pedro L
E T U R I A, La encíclica de Pío VII sobre la revolución hispano-
americana, Sevilla, Escuela de Estudios Hispano-Americanos, 1948.
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Iglesia, tanto con la dependencia económica, a través de las
desamortizaciones, que al mismo tiempo consolidaban una
clase propietaria al servicio de la revolución, como con el con-
trol de la formación religiosa, por medio del cierre de los
seminarios. El clero, así, fue cada vez más ahormado por la
revolución y resultó siempre más funcional a sus gobiernos.
Pocos fueron los que, con mayor o menor agudeza y presteza,
alzaron la voz advirtiendo de los funestos caminos de la revo-
lución. Los hechos se habían impuesto a sus deseos. Así, el
rioplaten se padre Castañeda, diez años después de la
Revolución de mayo de 1810, y sin verdadera rectificación, no
duda en evocar sin embargo retóricamente respecto de
España el comportamiento del hijo pródigo (21). Menos aún
los que, distanciándose de la competición por exhibirse más
criollo o «patriota», mantuvieron la fidelidad a la here nc i a
españo la. Co mo el peru an o O sto laza, firman te del
Manifiesto de los Persas de 1814 y finalmente carlista (22).
La separación producida entre los nuevos gobiernos y el
Papado, que se extendió hasta bien entrado el siglo XIX por
lo común, afianzó curiosamente la política regalista –única
herencia española no repudiada– y significó la dependencia
total del clero respecto de los gobiernos revolucionarios.
Sólo en los aledaños del II Concilio V aticano, y hasta la
negociación de nuevos concordatos, se alteró la situación,
modus vivendi incómodo para Roma aunque beneficioso
––––––––––––
(21) Francisco de Paula C
ASTAÑEDA, O.F .M., Desengañador gauchipolíti -
co (Buenos Aires), 4 de agosto de 1820: « De no hacerlo así, ya no queda
otro recurso que el del hijo pródigo […]. La España de quien jamás
hemos estado tan quejosos como de nosotros mismos; la España y su reg\
a -
zo será nuestro único asilo donde podremos acogernos cuando, por n\
ues -
tra incredulidad, el hijo persiga al padre con un puñal, las hijas a la
madre, y cuando un huésped no esté seguro de otro huésped a causa de
ser todos ladrones». Véase Guillermo F
URLONG, S. J., Vida y obra de fray
Francisco de Paula Castañeda: un testigo de la naciente patria argentina (1810-
1830), Buenos Aires, Ediciones Castañeda, 1994, pág. 484. El padre
Alfredo Sáenz, en su artículo «Dos cosmovisiones en pugna y la \
figura del
padre Castañeda», Gladius (Buenos Aires), núm. 78 (2010), págs. 25-51,
sigue la orientación desiderativa de su hermano de orden.
(22) Véase Fernán A
LTUVE-FEBRES, «Blas de Ostolaza, un apasionado
de la fidelidad», Anales de la Fundación Francisco Elías de T ejada(Madrid),
núm. 13 (2007), págs. 141 y sigs.
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para los Estados. Las constituciones liberales, por su parte,
no hicieron sino poner en letras de molde lo que había sido
práctica de los Estados nacientes. A este propósito resulta
sorprendente la miopía del juicio de algunos sectores que se
dirían tradicionales ante el fenómeno del constitucionalis-
mo liberal moderado. Pongamos por caso la Constitución
argentina de 1853, tomada con poca sagacidad como ejem -
plo de Estado católico, cuando no deja de ser nuevamente
un artificio, otra máscara, en este caso la del catolicismo,
para hacer pasar el Estado liberal (23). Como si en otros
lugares no se hubiera dado idéntico proceso y con los mis -
mos resultados. Pero sobre el asunto habremos de volver
hacia el final. Por ahí se da la mano la actitud del clero con la de los
notables. Cuando vence la revolución son muy pocos los que
quedan del lado del derrotado, que en nuestro caso era la
tradición católica hispánica. Hay una tendencia muy huma-
na, demasiado humana, a acomodarse a lo que sucede, más
aún a lo que triunfa. En nuestro caso, al instinto de super v i-
vencia deben sumarse la permanencia –ya apuntada– del
regalismo y, sobre todo, la convicción liberal (aun templada)
ampliamente difundida. Ilustrémoslos nuevamente desde la
Argentina. El primero de los factores con fray Mamerto
Esquiú, famoso po r el sermón favorable a la Constitución de
1853, que introducía la libertad de cultos, pese a su reputa-
ción de antiliberal (24). Y el segundo con la actitud del tam-
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(23) Cfr ., como ejemplo, Ambrosio R
OMERO, Alberto RODRÍGUEZ
VARELAy Eduardo VENTURA,Manual de historia política y constitucional argen -
tina (1776-1976) , Buenos Aires, A-Z editora, 1977. Pero es tesis más difun-
dida, del civilista Llambías al constitucionalista Bidart Campos. He
criticado una tesis semejante, aplicada a España, en mi La constitución cris-
tiana de los Estados , Barcelona, Scire, 2008, págs. 105-108.
(24) Cfr ., por ejemplo, Alberto C
ATURELLI,Mamer to Esquiú. Vida y pen -
samiento, Córdoba, T euco, 1971. Más cauto es Horacio S
ÁNCHEZDELORIA,
Las ideas político-r eligiosas de fray Mamer to Esquiú, Buenos Aires, Quórum-
Educa, 2002. El elogio se contrae en estos autores principalmente a la
prudencia del fraile, mientras que en otros decididamente se refiere a su
signo intelectual (liberal): cfr . José Ignacio S
ARANYANA(ed.), Teología en
América Latina, vol. II/2, «De las guerras de independencia hasta finales del
siglo XIX (1810-1899)», Francoforte de Meno, Iberoamericana-V ervuert,
20 08 , pág. 50 0. El autor del epígrafe es el profesor de la Universidad
Fundaci\363n Speiro

bién clérigo Francisco Bruno de Rivarola, que en 1809
exhorta a mantenerse «firmes en la fe que habéis debido a la
piedad de los Reyes Católicos» desde una postura regalista de
matriz protestante y galicana (ajeno, pues, a las prácticas his-
panas de igual nombre) que será más tarde útil a los revolu-
cionarios, sin más cambio que el de la dedicatoria y algunas
referencias menores, adhiriéndose tras la revolución de
mayo de 1810 al grupo liderado por Artigas (25). Con un clero y una intelectualidad mayoritariamente
liberales se fue abriendo camino el ultramontanismo como
única posibilidad de teoría (y en su caso práctica) política
católica. Los ejemplos, en este caso, podemos extraerlos del
Perú y del Ecuador .
En el último bastión del realismo continental hallamos,
en los mismos días en que en otras partes de la monarquía se
había iniciado la secesión, al canónigo don José Ignacio
Moreno, a quien se ha inscrito en las filas de una «Ilustración
católica» (26) que no podía sino concluir en el conser v a t i s-
mo. Así, si exhortó a la «sumisión y a la concordia» con moti-
vo de la revuelta de Huánuco en 1812, pocos meses después
expresaba votos de que la nueva monarquía constitucional
instaurada por la carta gaditana fuese «moderada», para
años después acept ar la independencia, que –eso sí– intentó
c o n s e r vase la monarquía. Y es que, como buena parte de la
élite virreinal limeña, ante el dilema de 1820 –ha escrito una
autorizada pluma coterránea suya– optó por «un conser v a t i s m o
vestido con el traje del separatismo patriota»: «A diferencia
del trujillano Blas de Ostolaza que encarnó el pensamiento
contrailustrado de cuño español, o del chuquisaqueño Ber-
nardo de Monteagudo que trajo al Perú el ideario conser v a-
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Verbo, núm. 527-528 (2014), 659-683.
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Católica Argentina Néstor T omás Auza, quien lo califica de «modelo de
sacerdote de la transición al régimen de las libertades». (25) Cfr . el excelente trabajo de Juan Fernando S
EGOVIA, «Fidelismo
y regalismo en Francisco Bruno de Rivarola», Revista Cruz del Sur (Buenos
Aires), núm. 3 (2012), págs. 27 y sigs. (26) Puede verse para este concepto, algunos de cuyos perfiles son
muy discutibles, el artículo de Mario G
ÓNGORA, «Aspectos de la ilustración
ca t ó li ca e n e l p en sa mi e nt o y l a vi d a e cl e siá s t ica ch il en a » , H i s t o r i a
(Santiago de Chile), núm. 8 (1969), págs. 43 y sigs. Cfr . también Francisco
P
UY, El pensamiento político tradicional en la España del siglo XVIII (1700-
1760), Madrid, IEP , 1966.
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dor de perfil inglés, José Ignacio Moreno acogió la crítica de
los contrarrevolucionarios franceses contra el liberalismo
adaptándolas a la realidad hispanoamericana, pues creía
que el derrumbe de la monarquía en este continente había
abierto una crisis de legitimidad tan grande que no podría
ser solucionada si no se reconocía a la tradición política cris\
-
tiana como única fuente para recomponer a una civilización
fracturada por la rebelión laicista […]. Dentro de esta
visión, América había quedado en la or fandad de una dinas-
tía y por eso solo se podía recurrir al Papado –una verdadera
monarquía universal– en tanto única institución que queda -
ba como garante de los valores tradicionales y que podía res -
taurar el orden perdido» (27). T odavía en el Perú, pero ya
en la generación siguiente, está el caso de Bartolomé
Herrera, que –al igual que Donoso Cortés, con el que pre -
senta un notable paralelismo– pasó del liberalismo doctrina -
rio a sostener , en este caso desde 1861, esto es, cuando tras
abandonar la política fue entronizado obispo de Arequipa,
doctrinas abiertamente contrarrevolucionarias, en la senda
del Pío IX que publicaría el año de la muerte de aquél el af\
a -
mado Syllabus (28).
T omemos finalmente el caso de don Gabriel García
Moreno, sobrino por cierto del canónigo peruano de quien
líneas atrás hablábamos. De convicciones monárquicas, alza -
do a la presidencia del Ecuador por dos veces, puede ser
adscrito al ultramontanismo americano, del que incluso
constituiría uno de los modelos más destacados, si bien pre -
senta características singulares (29). Hasta el punto de que
se ha identificado su proyecto político con las notas de la
MIGUEL A YUSO
670Verbo,núm. 527-528 (2014), 659-683.
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(27) Fernán A
LTUVE-FEBRES, «José Ignacio Moreno y la ilustración
católica», Anales de la Fundación Elías de T ejada(Madrid), año XIV (2008),
págs. 143 y sigs., y en concreto la pág. 149. (28) Cfr . Fernán A
LTUVE-FEBRES(ed.), Bartolomé Her rera y su tiempo,
Lima, Quinto Reino, 2010. Son las actas del Congreso internacional con -
memorativo del bicentenario del natalicio de Bartolomé Herrera, cele -
brado en 2008.
(29) Influido por Balmes y elogiado por Louis V euillot, expresa en
cambio –antes de su acceso al poder– su admiración por Napoleón III.
Cfr . su carta a Roberto Ascásubi, fechada el 15 de Julio de 1855, y publi-
cada por Wilfrido L
OOR,Car tas de Gar cía Moreno (1846-1854), Quito, La
Prensa Católica, 1953, pág. 99.
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«modernidad católica republicana» (30). En efecto, fijó en
la unidad de creencia la clave de la identidad ecuatoriana,
apuntó a la reforma del clero como base de la reforma
moral del país, logró la firma del Concordato con Roma
durante su primera presidencia (1861-1865) y emprendió
un haz de ambiciosas reformas sociales tocantes al gobierno,
la educación, la universidad y las condiciones materiales de
vida. El machete que segó la que hubiera sido su tercera pre-
sidencia atajó también ese camino político.
5. Del laicismo finisecular a las tentaciones totalitarias
Hasta después de la primera guerra mundial el clero fue
mayoritariamente liberal en política. Sólo en el periodo de
entreguerras en diversa medida sufrirá la tentación de las
nuevas ideas totalitarias, aunque en este punto fueron los
laicos los más afectados. La intelectualidad católica, por su
parte, se hizo cada vez más liberal, jugando el juego del régi -
men nuevo sin notar aparentemente contradicción alguna
con su fe. Cuando llegó el kulturkampfvernáculo, y lo hizo
en toda Hispanoamérica, en diferentes momentos, acompa -
sado a la evolución política de cada país, algunos intentaron
resistir . Formaron partidos católicos con escaso peso electo -
ral y político, abrieron periódicos de distribución minorita -
ria comparada con la de los oficiales, fundaron centros de
formación y actividad… Se enfrentaron a los gobiernos,
pero rara vez al régimen liberal. T omemos el ejemplo del
EL PROBLEMA POLÍTICO DE LOS CA TÓLICOS HISPANOAMERICANOS
Verbo, núm. 527-528 (2014), 659-683.
671
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(30) Cfr. Juan M
A I G U A S H C A, «El proyecto garciano de modernidad
católica republicana en Ecuador (1830-1875)», en Marta Irurozqui Victo-
riano (ed.), La mirada esquiva. Reflexiones históricas sobre la interacción del
Estado y la ciudadanía en los Andes (Bolivia, Ecuador y Perú) en el siglo XIX,
Madrid, CSIC, 2005, págs. 233 y sigs. Véase también Bernardino B
R A V O
LI R A, Constitución y reconstitución. Historia del Estado en Iberoamérica (1511-
2 0 0 9 ) , Santiago de Chile, Legal Publishing, 2010, pág. 97, quien lo aproxi-
ma al chileno Portales. De algún modo se parece también al español Bravo
Murillo. Elías de Tejada, en su «Ideas políticas y fracaso de Juan Bravo
Murillo», V e r b o(Madrid), núm. 167 (1978), págs. 807 y sigs., no ahorra en
cambio las críticas a su actitud desde el ángulo del pensamiento católico
t r a d i c i o n a l .
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argentino Estrada: católico modelo, de fe firme, pero liberal
en sus ideas y a quien no repugnaba mezclar a Kant con
Santo Tomás, pregonar la separación de la Iglesia y el Estado
contra lo enseñado por Pío IX o despotricar contra la obra
de España o el tirano Rosas (31). Es cierto que no cabía
esperar otra cosa de un catolicismo políticamente liberal y
enfeudado en los regímenes republicanos. Queda pendien -
te la pregunta, cuya respuesta no podemos aquí siquiera
esbozar , de por qué el manso liberalismo constitucionalista
se convirtió con el andar del tiempo en perseguidor abierto
de la Iglesia. Pero, por lo general, así fue. Una alternativa aparente al liberalismo católico fue el
catolicismo social. Seguía las enseñanzas de León XIII, pero
estaba condenado a no tener relevancia política… a no ser
que se pusiera en frente del régimen liberal (32). Pero eso
era ya otra cosa. Así que quedó en un catolicismo asistencia -
lista, gremialista, alejado de las ideas de una res publica chris -
tiana y de la hispanidad. Su importancia fue notable, no así
su peso político real. Pero el problema social, según había
dicho el propio León XIII, era consecuencia del político,
procedente –a su vez– del moral y religioso. Esto es, el pro -
testantismo produjo el liberalismo y éste la cuestión social.
La verdadera doctrina social de la Iglesia, pues, no podía
dejar de ser política (33). Pero el catolicismo social obvió
esta conexión y el régimen liberal, a cambio, lo toleró. Un
juicio severo sería el de que aplacaba la reacción tradicional
calmando los ánimos sociales. Tras la primera guerra mundial pueden distinguirse dos
MIGUEL A YUSO
672Verbo,núm. 527-528 (2014), 659-683.
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(31) De nuevo es imprescindible el trabajo de Juan Fernando S
EGO-
VIA, «Estrada y el liberalismo católico», Anales de la Fundación Elías de
T ejada (Madrid), núm. 8 (2002), págs. 99 y sigs.
(32) En Francia o en España el catolicismo social comenzó ligado
estrechamente al legitimismo y al carlismo. Esto es, consciente de la cone-
xión entre la cuestión social y el problema político. Sólo más adelante se
fue aproximando al catolicismo liberal a través de la conversión de la demo-
cracia cristiana de social en política. Aunque en España siempre quedó un
catolicismo social ajeno al liberalismo, en cuanto se desligó también del car-
lismo perdió toda eficacia política. Esto es lo que desde el origen, al no
haber una fuerza semejante al carlismo, se dio en la América española. (33) Cfr . Miguel A
YUSO,La constitución cristiana de los Estados , cit., espe-
cialmente el capítulo 2.
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corrientes, tanto en el clero como en la intelectualidad cató-
lica, si bien –como ya hemos anotado– entre los laicos las
ideas nuevas prendan con más vigor . En primer lugar se con-
ser va el viejo sector liberal, constitucionalista, que se ha
coloreado de «sentido social». Aunque no son reformistas
en el plano político o constitucional, como sus predeceso -
res, bregan por medidas que cautericen las heridas de los
menos favorecidos, que el régimen liberal inevitablemente
tiende a reabrir y a hurgar en ellas. Con la aparición de los
diferentes populismos se tornarán en defensores sin amba -
ges del antiguo régimen (liberal-constitucional) y críticos
del contenido neo-caudillista y antilegalista del «Estado
nuevo». Los demócrata-cristianos se unirán a ellos en segui -
da. Se encuentra, a continuación, un nuevo tronco católico
que se deja permear por los fascismos, incluido el nazismo.
En filosofía han sido ganados por el vitalismo y el existencia -
lismo, en la práctica se inclinan hacia los nuevos movimien -
tos contestatarios del liberalismo y algunos de entre ellos
son partidarios del Estado nuevo, es decir , de lo que se cono-
ce comúnmente como populismo (34). Podría sin embargo
hablarse de una tercera línea, la de los nacionalistas no fas -
cistas. Por varios motivos: a) porque en ellos hay mayor
conocimiento de la doctrina católica y por lo tanto no son
ganados tan fácilmente por las nuevas ideas; b) porque tam -
bién renace entre ellos el aprecio de lo hispánico y lo católico
como constitutivo esencial de las sociedades hispanoameri -
EL PROBLEMA POLÍTICO DE LOS CATÓLICOS HISPANOAMERICANOS
Verbo, núm. 527-528 (2014), 659-683.
673
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(34) El fascismo tiene una matriz moderna totalmente ajena a la cul -
tura católica. La adhesión al mismo de parte mundo católico sólo puede
entenderse por vía reactiva, en clave de anticomunismo y antiliberalismo
(político). Pero la mixtura no resulta en modo alguno natural. Allí\
donde
existió un catolicismo político activo la tentación fue limitada. Es el caso
español donde el carlismo no podía avenirse ni siquiera con el singular
fascismo que fue la Falange. Y no sólo por la incompatibilidad de doctri -
nas, sino aun por la de estilos. Cfr . Manuel D
ESANTACRUZ, «El estilo de
los carlistas», en Miguel A yuso (ed.), A los 175 años del Carlismo. Una r evi -
sión de la tradición política hispánica , Madrid, Itinerarios, 2011, págs. 27 y
sigs. En el mundo hispanoamericano, por el contrario, las contaminacio -
nes alcanzaron a la mayor parte de las fuerzas verdaderamente católicas,
por lo general inconscientes de las dificultades objetivas del asunto. E\
n las
personas de una cierta generación el peso de los sentimientos permiten
explicarlo (limitadamente). Para las de las siguientes, francamente, r\
esul -
ta mucho menos disculpable.
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canas: lo predican en sus escritos políticos y, lo que es más
importante, emprenden la tarea de la revisión histórica para
exhibir esas nobles raíces; c) porque aunque es verdad que
no acertaron en una alternativa política práctica al régimen
liberal, que muchos confiaron a los instrumentos del régi -
men que criticaban, esto es de menor cuantía si se tiene en
cuenta el carácter intelectual de la reacción. Pero sobre esto
deberemos volver en seguida. La aparición de los populismos va a operar una nueva
división entre los católicos que se puede plantear en términos
esquemáticos: la antipatía de unos para con el Estado todopo-
deroso (que recibe distintos nombres como el de Estado
social o del bienestar) choca con la confianza que suscita en
otros. Al igual que los liberales se suman a los críticos, los fas-
cistas apoyan la experiencia del Estado nuevo. Las aguas se
entremezclan entonces y las corrientes se confunden de resul-
tas (35). Habría que mirar con singular detenimiento este
momento histórico, sobre todo por la influencia que ha de
tener más adelante. Estas oscuras confusiones y mezclas espu-
rias vienen de la misma naturaleza de los populismos. Y los
católicos no dejaron de ser afectados por éstos. La democracia cristiana emerge propiamente con la crí-
tica al populismo y al Estado nuevo, así como con el despe -
gue de los Estados Unidos como potencia continental y
mundial. Inmediatamente ganó el apoyo, e incluso el fer vor,
de los católicos liberales (pero no de los nacionalistas) y la
enemistad de los partidarios de populismo y Estado nuevo.
Se trata de un momento de gran tensión, porque si por un
lado se pierde el norte de la res publica christiana, por el otro
se adormece y atonta el hispanismo, que queda en muchos
casos prendido al franquismo o al falangismo. No vale la
pena hacer aquí un recuento de los cambios y las peripecias
políticos de la democracia cristiana (36), pero sí resaltar la
MIGUEL A YUSO
674Verbo,núm. 527-528 (2014), 659-683.
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(35) Un ejemplo conocido es el de nuestro admirado amigo Luis
Corsi Otálora: ideas tradicionales, noblemente hispánico, pero carcomi -
do por su defensa del Estado nuevo. Lo he escrito con toda simpatía en
el obituario que le dediqué: cfr . Miguel A
YUSO, «In memoriam Luis Corsi
Otálora», Verbo(Madrid), núm. 521-522 (2014).
(36) En los números 6, 7, 8 y 9 de la revista semestral hispanoamericana
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defección de los democristianos de las ideas de Cristiandad,
mayor o menor, en cuanto se dirigieron por los caminos
cada vez más confusos del régimen en sus variaciones histó -
ricas. Por estos años se aprecia también un renacimiento del
hispanismo, que se ha ido forjando por distintas causas y en
distintos momentos: en primer lugar, la guerra con los
Estados Unidos y la llorada pérdida de Cuba, si bien en la
base parece que estaba más el temor a la hegemonía yanqui
que un verdadero sentimiento hispánico; la guerra civil espa-
ñola, en segundo término, acabó por dividir a los bandos
católicos igual que en España: democráticos y fascistas, de
modo genérico (37), por cierto, pero despertó –ahora sí– una
verdadera convicción hispanista; finalmente la diplomacia
española, en la dictadura de Primo de Rivera, que envió de
embajador en Buenos Aires a Ramiro de Maeztu, y en el pri-
mer franquismo (por lo menos hasta los años cincuenta), que
contribuyó (entre promiscuidades e incoherencias varias) a la
difusión de las ideas del hispanismo político tradicional.
7. El triunfo del «americanismo»: el II Concilio V aticano y su
posteridad
Tras la segunda guerra mundial, el clero sigue a Roma y
su política favorable a la democracia cristiana, esto es, al
«americanismo» intelectual y práctico (38). Pocos y excep -
EL PROBLEMA POLÍTICO DE LOS CATÓLICOS HISPANOAMERICANOS
––––––––––––
de historia y política Fuego y Raya(Córdoba) puede verse un vasto desplie -
gue del argumento.
(37) Es de notar la negativa influencia de Maritain, que se paseó por
el continente pregonando la democracia y el antifascismo (según él lo
entendía). Su influjo fue notable por doquier , pero particularmente en la
Argentina, Chile y el Brasil. Cfr ., para una crítica de la posición de
Maritain y su influjo americano, sobre todo brasileño, Gustavo C
ORÇAO,O
seculo do nada, Río de Janiero, Record, 1973.
(38) Aunque referido principalmente a Italia, resulta de gran interés
el libro del profesor Danilo C
ASTELLANO,De christiana r epublica, Nápoles,
Edizioni Scientifiche Italiane, 2004. En relación con el americanismo
puede verse el dossierpublicado en el núm. 511-512 (2013) de Verbo, con
textos de Danilo Castellano, Miguel Ayuso y John Rao. Se trata de afirma\
r
el modelo de los Estados Unidos de Am érica, basado en una laicidad no
Verbo, núm. 527-528 (2014), 659-683.675
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cionalmente conservan la idea de la res publica christiana y la
defensa de las raíces hispánicas. Pues con Quas primas, de
algunos años antes, sucedió lo mismo que con el Syllabusy la
Quanta cura: fueron mal leídas, mal entendidas y peor apli -
cadas. Hasta el punto de que no se veía que estos pronuncia -
mientos del magisterio pudieran ser incompatibles con el
liberalismo y el democratismo. La teología del Reino de Cristo, así, tuvo notables reper-
cusiones devotas pero escasas consecuencias políticas. Salva
sea la excepción del Méjico cristero, heroica desde el ángulo
del testimonio y del martirio, pero no tanto desde el de una
comprensión de los procesos políticos acorde con la idea del
orden político cristiano. De nuevo, visto el asunto desde
España, adquiere notables perfiles distintos: el carlismo, de
un lado, y el monarquismo dinásticamente liberal pero doc-
trinalmente tradicionalista de Acción Española, de otro,
pero sobre todo aquél, determinaron el sentido religioso de
la guerra de 1936-1939, dotado de un signo político cons-
cientemente antiliberal (39), que no es dado encontrar en la
cristiada mejicana, defensiva de la religión frente a las agre-
siones laicistas, sí, pero basada casi en exclusiva en la recla-
mación de la libertad religiosa (aunque fuera la libertad de la
religión y no d ereligión) y de enseñanza de acuerdo con las
orientaciones de una Acción Católica en verdad democristia-
na (40). Bien mirado, en América el correlato político de la
MIGUEL A YUSO
676Verbo,núm. 527-528 (2014), 659-683.
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excluyente sino inclusiva, como el paradigma de las relaciones entre la
Iglesia y la comunidad política. Tesis condenada por León XIII y hoy, d e
f a c t o e incluso a veces pareciera que de iure , convertida en la más difundida
en los ambientes eclesiásticos llamados conservadores, por compartirla el
papa Ratzinger. Habrá que ver si es afectada por la inflexión francisquista. (39) Cfr . Rafael G
AMBRA,Tradición o mimetismo , cit.
(40) Una reflexión del tipo, en cambio, no se encuentra en la litera -
tura al uso. Sin embargo nos parece importante en extremo desarrollar
este filón, que en nada empece la heroicidad de los combatientes y los
mártires, sino que se limita a poner en su sitio el acontecimiento dentro
de su cuadro político correspondiente. Parece claro, en todo caso, que el
influjo democristiano procedería por la vía del clericalismo de la Acción
Católica y no del doblemente ponzoñoso del maritenismo. Plinio Correa
de Oliveira, años después, en su libro Em defesa da Ação Católica, São Paulo,
1943, detectó la evolución no sólo demócrata-cristiana sino \
marxista en la
Acción Católica de su tiempo, pero no parece que hubiera comprendido
ni las implicaciones metodológicas ni la entraña del asunto.
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teología del Reino de Cristo vendrá por caminos extraviados:
la teología de la liberación (41).Y es que el II Concilio V aticano favoreció en general en
Hispanoamérica una lectura izquierdista, revolucionaria en
sentido socialista-marxista: fue así la cuna de la teología de
la liberación y luego de la nueva teología latinoamericana o
del pueblo. De modo tal que, tras los años 70 se pueden ver
tres grandes corrientes en el clero: los viejos liberales, cons -
titucionalistas, que juegan un papel conser vador; los demo-
cristianos variopintos, y los tercermundistas, con variantes
populistas según los casos (en Argentina por el peronismo,
pero no fue diferente en Perú, Brasil o Méjico). Esto subsis -
te hasta el día de hoy . El clero de orientación tradicional es
minoritario y de ínfima influencia (salvo, claro está, los
seguidores) en la sociedad y en los fieles, entregados al pro -
gresismo modernista en materia de fe y política. Este punto es sumamente importante, pues las ovejas
siguen al pastor: si éste coge el fusil, aquéllas se vuelven gue -
rrilleras; si se apega a la constitución, se vuelven legalistas
liberales, conser vadores de un orden en el que se sienten
cómodos; si confiesa la democracia, las hace (además de
someterlas a una evolución ideológica propia de la demo -
cracia cristiana) carne de cañón de las elecciones.
Hispanoamérica no dejó de padecer lo que cualquier
país católico la posteridad del II Concilio V aticano. El aban-
dono del concepto de res publica christiana pareció dar la
razón a liberales y democristianos, que hoy son gran mayo -
ría y no tienen ningún respeto (y sí desconocimiento cuan -
do no aversión) de la tradición política hispánica: no les
interesa sino la última moda doctrinal puesta en circulación
desde el V aticano. La singularidad de Hispanoamérica está,
otra vez, en el sumarse los católicos a revolución de izquier -
das con la teología de la liberación y sus derivados: a los
curas guerrilleros siguieron los católicos guerrilleros en casi
EL PROBLEMA POLÍTICO DE LOS CA TÓLICOS HISPANOAMERICANOS
Verbo, núm. 527-528 (2014), 659-683.
677
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(41) T ambién sería oportuno efectuar una indagación al objeto de
aceptar o rechazar tal conexión. Un poco osadamente, esto es sin apoyo
alguno, la afirma Josep Ignasi Saranyana en la introducción a la obra por
él coordinada Teología en América Latina, vol. III, El siglo de las teologías lati-
noamericanistas (1899-2001), Madrid, Editorial Iberoamericana, 2002.
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todos los países, de Norte a Sur. El origen católico de varios
movimientos guerrilleros, además, es tan indudable como
asombroso: el «compromiso del intelectual» se convierte en
«militancia» subversiva, durante mucho tiempo bajo la cóm-
plice mirada de los obispos y aun de Roma. A veces, los últi -
mos, critican los medios violentos, pero nadie pone el
cascabel al gato, es decir , nadie se atreve a condenar la fuen -
te ideológica, falsamente teológica, de donde nace esa vio -
lencia. Es más, durante decenios se saludará el diálogo
cristiano-marxista como admirable ejemplo de responsabili -
dad política. Más adelante cambiará el signo, pero gran
parte del mal estará hecho. Para completar la visión del período más cercano a noso-
tros, podemos añadir algunas obser vaciones (casi) conclusi-
vas.
Para comenzar , la carencia de soluciones típicamente
católicas e hispánicas, porque el militarismo no lo es. Ha
sido éste un funesto error de los católicos de esos pagos:
creer que el sentido del honor y del ser vicio del militar de
antaño se perpetuaba en los ejércitos de los Estados de
masa. Primer paso desde el que se pasaba al militarismo
como respuesta necesaria a la debacle de los Estados nacio -
nales, explotados económicamente, invadidos culturalmen -
te y extenuados por la política de los partidos políticos (42).
Es que al católico se le ha hecho difícil hallar una solución
política entre el demoliberalismo auspiciado en la práctica
(cuando no también en la teoría) por Roma, la revolución
tercermundista aliada de la izquierda y la ausencia de la
enseñanza tradicional. «La hora de la espada» que el argen -
tino Lugones anunció en el Perú, en el centenario de la
batalla de A yacucho (1924), fue el espejismo de muchos
católicos bienpensantes (en los dos sentidos del término,
esto es, el doctrinal, de la buena doctrina, y el sociológico,
de las buenas digestiones) hasta no hace poco.
MIGUEL A YUSO
678Verbo,núm. 527-528 (2014), 659-683.
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(42) El padre Leonardo Castellani, modo suo,denunció estos errores
de muchos nacionalistas en su epílogo al libro de Marcelo Sánchez
Sorondo, La revolución que anunciamos, Buenos Aires, Nueva Política,
1945, págs. 260 y sigs. Más descriptivo e institucional se muestra el histo -
riador chileno Bernardino B
RAVOLIRA, op. cit., págs. 266 y sigs.
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Seguidamente, la pérdida de la fe en muchos sectores y la
invasión de las sectas protestantes (en especial luteranas y
carismáticas) desde mediados del pasado siglo, han llevado
–en segundo lugar– a que muchos católicos separaran la vida
religiosa de la política. Lo político se convierte definitivamen-
te en una opción personal y se deja de pensar en la res publica
c h r i s t i a n a. Hasta los que serían considerados «íntegros» –a
veces incluso los «integristas»– vacilan ante el problema polí-
tico. El Vaticano II (en ocasiones inadvertidamente) y el diá-
logo con los protestantes los ha reblandecido más que la vieja
discusión con el marxismo cristiano.
Queda así, para terminar , un conformismo ayuno de
ideas, que podría ilustrarse con ejemplos extraídos del «con -
ser vatismo» (en el mundo hispánico destacadamente el
«Opus Dei», pero también otras instituciones nacidas poste -
riormente que o lo imitan o lo siguen en la búsqueda de su
éxito) eclesial. Conformismo, digo, porque se sienten a sus
anchas en el marasmo del demoliberalismo que enseñan y
predican como si fueran sus progenitores; y ayuno de ideas,
también, porque van a abrevar a unos intelectuales que se
han aplicado con entusado digno de mejor causa a desmon -
tar la tradición católica en todos sus ámbitos. «Aquellos polvos trajeron estos lodos», reza el refrán.
Porque los católicos –salvo contadísimos casos– fueron inca-
paces de conser var y trasmitir las ideas de la res publica chris -
tiana y de la tradición política española, me escribe un
querido amigo desde el Río de la Plata, «vivimos en lodazal
democrático y liberal como el hijo pródigo en el chiquero.
Pero éste añoraba la casa del Padre; nosotros, en cambio,
nos revolcamos cual chanchos sin memoria de nada».
8. Una conclusión: el carlismo como difer encia
Creo que de lo que precede puede extraerse una refle-
xión sobre la singularidad del dilema político hispanoame -
r ica n o . Q u e lo s ca t ó lico s h an d e v iv ir en m an er a
particularmente dramática. Los pueblos americanos miem -
bros de la familia hispánica sufren hoy la tentación de optar
EL PROBLEMA POLÍTICO DE LOS CA TÓLICOS HISPANOAMERICANOS
Verbo, núm. 527-528 (2014), 659-683.
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por seguir los ideales del occidente liberal y capitalista o
enfrentarse contra éste con sentimientos de «tercer mundo» e
ideología posmarxista. Este falso dilema –ha escrito un agudo
analista– es expresión de la pérdida del sentido de su historia
que, al modo como ocurrió también en España, fue efecto de
la Ilustración desarraigada de algunos núcleos dirigentes
desde el siglo XVIII; la llamada «independencia», así, fue en lo
social y económico el comienzo de su absorción, de hecho, en
el imperio de los pueblos anglosajones, y de su penetración en
lo cultural e ideológico por el espíritu de la Francia revolucio-
naria: «Capitalismo, liberalismo e imperialismo son hechos
sociales íntimamente conexos con la hegemonía mundial de
aquellas potencias protestantes cuyo engrandecimiento se rea-
lizó a costa de la decadencia del mundo hispánico. Por eso, las
pretendidas clases dirigentes que asimilaron aquellas ideas, y
posteriormente las del positivismo francés o anglosajón, han
venido a ser algo así como un “proletariado interno” de una
civilización que absorbió el mundo de las “ínclitas razas ubérri-
mas, sangre de Hispania fecunda” […]. En la historia la
Providencia escribe derecho con renglones torcidos. Hemos
visto después surgir el resentimiento contra los norteamerica-
nos en aquellos pueblos, que incluso ha sido en ocasiones ini-
cialmente alentado en lo ideológico por el desintegrador
izquierdismo anglosajón» (43).Son muchos los aspectos que siguen asociando íntima-
mente el problema político de los católicos en España y en
Hispanoamérica. Y también –como ha ido despuntando en
las páginas precedentes– alguna diferencia. Porque en
América, tras los primeros momentos de confusión, quienes
quisieron rechazar el liberalismo hubieron de hacer mil fili -
granas para evitar comprender en su rechazo a las propias
patrias devenidas «naciones», nacidas en efecto de procesos
impulsados por caudillos, unos y otros, tocados por la revo -
lución liberal (44). Esa es la razón por la que el tradiciona -
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(43) Francisco C
ANALS, «Hispanoamérica», en Obras completas, vol. 2,
Barcelona, Balmes, 2014, pág. 113. El artículo se publicó originalmente
en 1977. La referencia poética es, claro está, a la «Salutación del optimis -
ta» de Rubén Darío.
(44) Alguna excepción puede encontrarse sin embargo: el anteceden-
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lismo carlista –lo he dicho en alguna ocasión, sin ánimo
polémico y con pocas esperanzas de ser comprendido (45)–
encuentra serios obstáculos en muchos ambientes de
América, ganados por el «nacionalismo», un nacionalismo
que si en sede doctrinal podría hallar sin dificultad con
aquél amplios puntos de acuerdo –también algunos de desa-
cuerdo por las razones que nos llevarían bien lejos, pero q u e
derivan de contaminaciones modernas (46)–, no deja de
tener delante el obstáculo insalvable de las «fiestas patrias»,
los «patricios» y los «libertadores». Ese origen parricida y
espurio no deja de gravitar inexorablemente en todo y en
todos, impidiendo la apertura natural al tradicionalismo, un
tradicionalismo que es una doctrina que se hace carne en
una historia.La España peninsular , en cambio, cuando se produce la
revolución liberal, y bien pronto la usurpación dinástica,
aunque mutilada, está hecha. El carlismo precisamente por
ello es la continuidad de la verdadera España, que se opone
a un liberalismo que lejos de ser constituyente de la
«nación» (como en América) es allí simplemente instru-
mento de desmedulamiento y disolución (47). Permítaseme
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te del caudillo mestizo pastuso Agustín Agualongo y la actitud de los
negros novogranadinos en la independencia (cfr . Luis C
ORSIOTÁLORA,
Los negros en la independencia: ¡viva el Rei!, Buenos Aires, Nueva Hispanidad,
2006), o la de Antonio Huachaca, campesino indígena realista y la rebe -
lón de los iquichanos en el Perú (cfr . Fernán A
LTUVE-FEBRES, «El carlismo
en el Perú», en el volumen editado por mí y ya citado A los 175 años del
carlismo, págs. 217 y sigs. Fenómenos que –como indica Fernán Altuve-
Febres, quien prepara un libro sobre el asunto bajo el título de Tradición
y r esistencia – se reproducen andando el siglo en la revuelta indígena de
Matagalpa (Nicaragua) en 1881, la guerra de Canudos en el Brasil (1896-
1897), hasta llegar en el veinte con la guerra del Contestado (1912-19\
16),
también en Brasil, o la ya aludida Cristiada mejicana, que tuvo una reci -
diva entre 1934 y 1938. (4 5) Puede verse mi ya citado Carlismo para hispanoamericanos.
Fundamentos de la unidad de los pueblos hispánicos .
(46) Aunque con resultado contrario a la intención del autor, es la
conclusión que se extrae del trabajo de Enrique D
Í A ZAR A U J O,
«Movimientos cristianos en Hispanoamérica», Ve r b o (Buenos Aires), núm.
216 (1981), págs. 39 y sigs. Se trata de un centón de datos, casi todos inte-
resantes, pero mal escritos y peor articulados, según la marca de la casa. (47) Miguel A
YUSO,Qué es el carlismo. Una intr oducción al tradicionalis-
mo hispánico , Buenos Aires, Ediciones de la Academia, 2005.
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ilustrar lo que vengo diciendo a través de una comparación
con el proceso constituyente europeo. En el documento que
la Comunión Tradicionalista, a través de la Secretaría
Política de S.A.R. Don Sixto Enrique de Borbón, hizo públi-
co en enero de 2005 enero con motivo del referéndum para
la ratificación del T ratado por el que se instituye una
Constitución para Europa, como se sabe luego varado por la
oposición francesa y holandesa, se leía esta contundente
afirmación: «La laicidad, o el laicismo, pues no son sino dos
versiones de una misma ideología, están inscritos igualmen -
te en el corazón de la “construcción europea”. Como previa -
mente lo estuvieron en la “constitución” de los Estados
modernos, a partir de las revoluciones liberales de finales
del siglo XVIII y principios del XIX. Pero las viejas naciones
“nacieron” cristianas, de modo que la revolución hubo de
aplicarse a cancelar su filiación dejándolas huérfanas. La
nueva Europa, en cambio, nace ya expósita» (48). Esa coincidencia fatal de independencia y liberalismo es
la que impide la definitiva clarificación del problema político.
No sólo, entiéndase bien, en cuanto a los primeros momen-
tos del cami nar hispanoamericano. Sino respecto de su ente-
ra trayectoria. En el viejo mundo el carlismo salvó idealmente
la pervivencia de España. Pero no limitó a eso su benéfico
influjo. Como guardián del orden de la Cristiandad, que en
la confederación de las Españas fue Cristiandad menor y que
se redujo en la Comunión Tradicionalista a Cristiandad míni-
ma, impidió que la Tradición católica se confundiera con el
«moderantismo» (liberal) de Narváez o con el «conser v a t i s-
mo» (también liberal) de Cánovas… Como impidió que las
Repúblicas revolucionarias lograran su consolidación (49).
Así, frente a unos y otras, levantó no sólo los Ejércitos de
voluntarios, sino la C a rta de la Princesa de Beira a los Españoles ,
la defensa de la Unidad Católica en las Cortes o los
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(48) Puede verse completo en La Esperanza. Boletín de Orientación
T radicionalista (Madrid), núm. 1 (2005).
(49) El libro de José María G
ARCÍAESCUDERO,De Canovas a la
República, Madrid, Rialp, 1951, es una excelente ilustración. El autor , sin
embargo, no tardó en repudiar su interpretación, ofreciendo donosa-
mente años después, con los mismos datos, otra opuesta en Historia políti-
ca de las dos Españas, Madrid, BAC, 1976.
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Fundamentos Permanentes de la Legitimidad del Rey Don
Alfonso Carlos (50). Nada de ello podía ocurrir en América.
Donde un Iturbide o un Rosas (sin negar ninguno de sus
méritos) no podían entroncar con la íntegra tradición,
debiendo limitarse a salvar pedazos de ella. Y donde los pro -
pios partidos conser vadores (como en Colombia) no deja-
ban de presentar notables contaminaciones de la revolución
liberal. Por no hablar de momentos posteriores. Repárese
en cambio que, incluso en el siglo XX, pese a sus fuerzas dis -
minuidas, son los carlistas quienes transforman un «pronun -
ciamiento» (del Ejército liberal, pues nunca dejó de serlo)
en un Alzamiento del pueblo católico contra el proyecto
marxista (y liberal) de arrancar el catolicismo de la configu -
ración comunitaria de España. Y quienes contribuyen a que
el Estado nacido de la guerra, religiosa, en que desembocó
el fracaso de aquel Alzamiento, adquiera tintes parcialmen -
te (y por momentos sustancia) católicos.
Para concluir , podría añadirse todavía una reflexión
sobre el distinto tempode la marcha en ambas orillas de
nuestra común nación. Pues, transitando un mismo, y equi -
vocado, camino, diríase que haya habido un desfase entre el
paso de España y el de América, más rápido en la primera.
Esto ya era evidente en los años cincuenta del siglo XX, pues
en América todavía se podía conversar con viejos liberales
de café, redacción de periódico y casa de huéspedes, mundo
fenecido en España veinte años antes. Pero aún lo es más
hoy . Y va camino todavía de acelerarse, en unas magnitudes
que podrían empezar a poner en riesgo el paralelismo con
perjuicio, esta vez, para la España peninsular , ganada por la
estabilización de un liberalismo que, en cambio, sigue sien -
do inestable en el Ultramar .
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(50) Cfr. Melchor F
ERRER,Historia del tradicionalismo español, 30 vols.,
Sevilla, 1941-1979.
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