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Para que El reine

I

Después de algunas citas a. guisa de prefacio situando "Nuestro combate por la Ciudad Católica", la primera parte de este trabajo, central para nuestra obra, se inicia por la exposición de la tesis : CRISTO REY.

Cristo Rey se ha llamado a sí mismo Alfa y Omega, es decir, Autor y Fin de la Creación: éstos son los títulos por los que es su Rey, Rey Universal, todopoderoso; por consiguiente, Rey de todas las naciones.

Lo anterior nos lleva a investigar el significado de la frase: Mi reino no es de este mundo. En tanto que Hombre-Dios, Cristo es Rey de reyes, pero el carácter particular de Su Realeza reside en que reina por la Verdad. Todo liberalismo, es decir, toda no-afirmación de la Verdad plena y total —comenzando por el liberalismo de Herodes y de Pilato—, causa, pues, daño a la Realeza de Nuestro Señor Jesucristo.

La enseñanza de la Iglesia, tan coherente, no puede admitir este fallo: a saber, dar respuesta a todo problema humano individual y no darla para los problemas sociales.

La Iglesia profesa, por consiguiente, una doctrina social y política. Es la única entre todas las doctrinas "políticas" (o así calificadas) que han existido en el mundo a través de la Historia que se apoya en el principio de la diferenciación de los dos poderes: espiritual y temporal.

Diferenciación, más no separación, ni tampoco confusión: estas dos últimas actitudes son los fundamentos de las diversas gradaciones del laicismo.

Como quiera que la Iglesia tiene una doctrina política, todo cristiano tiene la obligación de profesar dicha doctrina.

Sin embargo, se impone una distinción: los clérigos no tienen la misma función que los seglares en el seno de la sociedad.

En efecto, la Iglesia enseña las verdades naturales, entre las cuales se encuentran las verdades políticas, pero no enseña las técnicas políticas contingentes: éstas son tareas propias del combate cívico, que corresponde a los seglares. En esta forma queda deshecho el equívoco de la famosa fórmula: "la Iglesia no hace política".

A nosotros, seglares católicos, hijos de la Iglesia, a nosotros, pues, nos incumbe realizar esta compenetración entre lo natural y lo sobrenatural, evitando así esa forma de naturalismo llamada "angelismo", que manteniéndonos fuera del ámbito de lo natural nos haría olvidar que FINES Y MEDIOS: TODO ESTÁ EN CRISTO.

Seguidamente se estudia la "hipótesis", es decir, las oposiciones hechas a la Tesis, a esta Realeza social de Nuestro Señor Jesucristo que acabamos de afirmar.

Después de la definición de estos términos, tesis e hipótesis (que no hay que confundir con su significado científico), destacamos las dificultades inherentes al estado de hecho, pero esas dificultades, aunque reales, no deben servir de excusa a la timidez y a la cobardía; el amor y por consiguiente el combate a favor de la tesis, a favor de la Realeza de Jesucristo sobre la sociedad humana, no son potestativos en ningún caso.

Ello nos conduce al detallado estudio de la actitud moderna por excelencia frente a esta tesis: el naturalismo.

El naturalismo, si bien es moderno por la difusión particularmente generalizada de que goza en nuestros días, es, no obstante un error antiguo por su origen: es el pecado de Satán, que indujo a su vez a nuestros primeros padres a semejante error.

Entre los adictos al naturalismo distinguiremos tres categorías:

Entre los naturalistas de la primera categoría, unos niegan toda existencia de lo sobrenatural (ateos, materialistas, panteístas); otros aceptan a Dios, pero rechazan a Jesucristo (deístas, "filósofos" del siglo XVIII, racionalistas); otros, en fin, consideran lo sobrenatural como real, pero que se ha vuelto inaccesible a la sociedad moderna, la cual, implica la necesidad de un Estado sin espíritu ni metafísica que se mantenga por encima de todas las creencias personales (laicistas).

Respecto a los naturalistas de la segunda categoría, si bien admiten lo sobrenatural, aceptan que algunos están dispensados, por considerar que la religión es necesaria al pueblo, pero que para la "élite", la filosofía es suficiente. Esta actitud les lleva ciertamente a disolver lo sobrenatural dentro de lo natural: Dios, como simple criatura de la inteligencia humana, sólo al alcance de la "elite" ilustrada; en tanto que el catolicismo, forma inferior, es suficiente para la pobreza de espíritu de la "masa".

Si bien los naturalistas de la tercera categoría admiten lo sobrenatural como verdaderamente divino, consideran empero, en nombre de la libertad humana, a este orden sobrenatural como: "materia de elección", y quieren guardar un "justo medio" entre el grosero materialismo y la afirmación pura y simple de la tesis.

Esta tercera posición presenta un carácter especialmente perverso en el sentido de que en ella se rechaza la adopción divina de todos los hombres y se niega la finalidad universal de la Encarnación y de la Redención, puesto que admite que algunos hombres pueden legítimamente prescindir de sus efectos. Lo que equivale a desviar, de hecha, al hombre de su verdadero fin y a admitir la posibilidad de rechazar la Gracia, que es necesaria para salvarse.

La sabiduría antigua, el más bello de los logros humanos en lo que se refiere al espíritu del hombre, aunque estuviere privado de la Fe y de la Gracia, nos prueba, sin embargo, por sus deficiencias manifiestas, que las solas virtudes y luces naturales no bastan para realizar la síntesis de la "metafísica natural de la inteligencia humana", y que, con mayor razón no conducen al hombre, por si solas, a su último fin. ¡Si, el dogma es indispensable! ¡No, Jesucristo no es potestativo!

Desenmascarado así el error en la teoría, examinemos ahora el comportamiento de estas diferentes categorías de naturalistas. El naturalismo en acción tiene por nombre: Revolución; sus adictos y sus oponentes, de hecho lo han denominado siempre así.

Esta Revolución, verdadero ejército de los diversos errores fundidos en el naturalismo, tendrá naturalmente a su cabeza a Satanás, el cual, verdadero general en jefe, actuará conforme a sus móviles y métodos. Por odio al hombre —privilegiado del Amor Divino—, a la Santísima Virgen —privilegiada entre todos—, a Su Hijo —el Hombre-Dios–, a la Iglesia romana —por la cual El vivirá en la tierra hasta el fin de los tiempos— Satanás y la Revolución esparcirán la corrupción moral, individual y social, organizarán la destrucción del orden social, constituirán una verdadera contra-Iglesia.

Estos diferentes extremos pueden fácilmente descubrirse a lo largo de la Historia: desde los primeros siglos de la Era cristiana se han desarrollado sectas, que bajo nombres diversos reaparecerán periódicamente (gnosis, maniqueísmo, albigenismo, catarismo, cabala, Rosa-Cruz); todo este movimiento subterráneo se cristalizó con la Carta de Colonia, partida de nacimiento de la fracmasonería en el siglo XVI.

La Reforma, al romper la Cristiandad, constituyó la primera victoria de las sectas, llevando sus lejanos y eficaces frutos al filósofo y enciclopedista siglo XVIII (Voltaire no ha ocultado nunca su objetivo de corromper a Francia por arriba).

La Revolución de 1789 no representa más que la explosión de todos estos fermentos que buscan su "realización". El Imperio, la Restauración consagran las principales victorias de la Revolución. Por otra parte, la lucha se difunde por toda Europa, y en seguida la victoria: en 1848, Pío IX es expulsado de Roma y se inicia el derrumbamiento sucesivo de las monarquías cristianas. Por lo que respecta a Francia, durante la tercera República el laicismo se instala progresivamente: es trabajo confesado de la fracmasonería y del elemento judío.

Además de este ejército regular, y que se reconoce como tal, la Revolución posee su quinta columna. Desde los tiempos de Herodes, Jesucristo ha sido muchas veces traicionado por el poder espiritual, por estas herejías que rehúsan salir de la Iglesia (jansenismo, quietismo, galicanismo).

Las diversas tentativas de seducción de las inteligencias cristianas se han multiplicado en estos tiempos; así, Lamennais, el catolicismo-liberal, el movimiento del "Sillón", el americanismo, el modernismo, la cristiandad "nueva" y "no-sacral", el progresismo. Todo ello, intentos diversos de penetración de la Revolución y sus ideas fundamentales en el interior de la Iglesia, y todas ellas muy útiles .a la lucha de. Satanás contra Jesucristo.

Cuando Satanás no llega a seducir a los espíritus, intenta neutralizar nuestras posibilidades de acción. Hace enmudecer nuestra fe, nuestro lenguaje, equívoco, confunde en nuestros espíritus los conceptos de prudencia y claudicación, con lo cual nos lleva a tomar diversas actitudes cuyo resultado sea evitar que pueda desarrollarse la Contrarrevolución, que sólo, puede ser, católica.

Y sin embargo, frente a la Revolución triunfante, el contraataque es de una absoluta necesidad. S. S. Pío XII no, cesa de clamar a todos los vientos que no es ésta la hora de vanas tentativas de conciliación de un catolicismo disminuido, "naturalismo honrado", moderado, que disimula la Verdad por táctica; sólo tiene caridad para aplicarla a los enemigos .de la Iglesia pero la niega a sus hermanos en la Fe a poco que se produzcan como contrarrevolucionarios.

Un cierto número de objeciones, pocas, pero muy extendidas, constituyen todo el arsenal de los adversarios de la verdadera Contrarrevolución.

A continuación se expone cómo se destruyen rápidamente aquéllas, y esta visión de la hipótesis, concluye mostrándonos que si el combate contrarrevolucionario es necesario, encontraremos en el tesoro de las virtudes cristianas el medio más perfectamente humano y eficaz para realizarlo: fe, desinterés, humildad, prudencia, firmeza, paciencia, amor, verdadera caridad, verdadera tolerancia cristiana llena de odio para el error, amor a la Verdad, la verdadera Caridad al servicio de la. Verdad, única que puede reconstruir un mundo bajo la justicia y el Amor.

II

La "Hipótesis" o nuestras razones para creer en el triunfo del Reinado de Nuestro Señor Jesucristo.

Terminado el estudio de la tesis: la Realeza social de Nuestro Señor Jesucristo; y el de la hipótesis presente, es decir, el de las fuerzas que la Revolución opone a nuestra voluntad de restaurar esta Realeza de Cristo, vamos ahora a exponer nuestra "moral".

¿Cuáles son los argumentos de nuestra esperanza, tanto sobrenaturales como naturales? Fuerza de la fe, voluntad de organizar el "combate católico", condiciones para obtener de Dios la gracia de la victoria.

Según confiesan los mismos revolucionarios, el mundo contemporáneo se encuentra en el "momento de escoger" entre el universo "concentracionario" y el orden social católico.

Si el estudio de la Revolución nos ha enseñado cómo el humanismo que ella ha .creado se atiene rigurosamente al orden humano y aparta todo lo que sea sobrenatural, debemos tomar de nuevo contacto con el universalismo católico liberándosenos de los peligrosos sofismas del ateísmo.

Ante el "drama del humanismo ateo" ponemos el Ecce Homo. He aquí el Hombre-Dios, el Dios que tomó sobre sí toda nuestra humanidad.

¿ Cómo sería posible que un orden social sobre el que El reina no pudiera abarcar todos los aspectos de nuestra vida y, por tanto, de la civilización?

Solamente siguiendo la estela del Hombre-Dios y con la seguridad de la "primacía de lo sobrenatural" sabremos eficazmente "defender lo natural". Los grandes problemas humanos: la vida, el dolor, la muerte, la alegría, encuentran su solución tan sólo en esta gran perspectiva.

Cristo es Sólo el único humanismo.

Pero este Reinado de Cristo ya lo tenemos entre nosotros: El Reino de Cristo lo constituye la Iglesia.

La historia de los dos últimos siglos nos prueba el realismo y la sabiduría del catolicismo que la Revolución querría haber tenido al margen de la vida del mundo.

Queriendo relegarlo al plano de las verdades abstractas, los acontecimientos se encargan de demostrar que estas verdades contenían una realidad práctica indiscutible; pero somos nosotros los que debemos sacar partido. El bloque sin grietas que constituye la doctrina católica, los medios de salvación que la Iglesia nos proporciona sin cesar (desde los misioneros de San Luis Mª de Montfort forjando la resistencia vandeana, a la Legión de María, fortaleza del catolicismo chino, y hasta las posibilidades del hombre adulto), constituyen los elementos que tenemos a nuestra disposición para reñir este combate católico.

Así, pues, ¿qué es el cristiano? Podemos legítimamente preguntarnos llegados a este punto.

El cristiano es un soldado, y ahora que los términos han sido bien definidos, atrevámonos a decir: un soldado de la Contrarrevolución, y ello, por deber de estado.

El cristiano, se niega a limitar su religión a su vida privada, tiene el sentido de la unidad católica y sabe que está movilizado "por toda su vida" en la lucha contra los enemigos del Reino de Dios. Su código es el Sermón de la montaña: "Beati..." Despego de las riquezas, espíritu de misericordia y dulzura, obsesión por la justicia y la verdad, hasta las lágrimas, si aquéllas no llegaran a realizarse, pureza, integridad de la fe, limpieza de la inteligencia, amor a la paz (no a la pasividad), fuerza y sangre fría en la persecución.

Unidad, cohesión de la doctrina, multiplicidad de la acción como le ofrece la Iglesia, prestigio de su jefe el Papa, ejemplo y fuerza de Aquel que es su Señor y su Dios; ¿ qué les falta, pues, a los Cristianos para que sean la esperanza del mundo?

La "Hipótesis" o lo que pide de nosotros la lucha por la Ciudad Católica.

Esta parte consiste en el desarrollo metódico de la introducción que figura en las primeras páginas de este fascículo.

Después de haber precisado nuestro propio terreno de acción, bisagra entre la "Acción Católica" y la acción política, con el fin de difundir más eficazmente la doctrina de la Iglesia en los diversos cuerpos o clases sociales, se examinan minuciosamente las diversas formas y modos de acción existentes: partido católico, "fracmasonería blanca", "el impreso", los diversos contactos humanos posibles: reuniones, conferencias, cursos, escuelas de cuadros, redes de círculos de estudio. Todas estas formas de acción son estudiadas en función de trece nociones, tratando de reunir las condiciones más eficaces para el éxito de esta acción. Tan sólo una última fórmula será la coronada a través de tan laboriosa confrontación o examen.

Después de los principios, he ahí la herramienta que les permitirá encontrar su terreno de aplicación... si nosotros lo queremos.

Al combate por la Ciudad Católica!