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La familia

La familia está en el centro del orden humano. Interesa a la vida personal de sus miembros, siendo ella y no el individuo la CÉLULA SOCIAL ELEMENTAL. De ahí nace la importancia de los problemas que suscita; de ahí la enemiga que les profesa la Revolución, que trata de quitarle el sentido religioso para destruirla.

Porque, en primer lugar, la familia es una institución de derecho natural, que es tanto como decir de derecho divino. "Les hizo hombre y mujer": esta frase del Génesis nos sugiere, al mismo tiempo, la diversidad, la jerarquía, como se complementan las personas en la familia. Estos caracteres se encuentran en toda sociedad.

La armonía que de ello resulta se traduce en su fecundidad, reflejo de la de Dios y la de los Santos. De ahí la gran importancia de restaurar la noción de fecundidad en los espíritus y las costumbres.

En la familia el bien está ligado a la vida, por tanto, más claramente percibido, y la Autoridad nace de ahí; el mal va junto con la muerte y la anarquía.

La fecundidad, fin natural del matrimonio, es también la condición del pleno desenvolvimiento natural y sobrenatural de los esposos.

Porque el orden divino es un orden de amor: el amor se muestra como el valor supremo y la razón de ser de la libertad. Pero el subjetivismo liberal que todo lo corrompe lo ha hecho con el amor, de forma que se habla de un amor abstracto, separado del matrimonio y hasta de los hijos.

Si observamos, desde sus preámbulos hasta la cúspide de la Caridad la curva ascendente del amor en los diferentes escalones que ofrece el matrimonio, se comprobará que la familia en todos sus aspectos constituye la pieza más importante del mecanismo de la Creación.

Es entonces superfluo demostrar los males del divorcio, ruina del amor y por consiguiente de la familia, y azote social que ninguna "excepción" basta a justificar.

Porque LA FAMILIA ES UNA COSA SAGRADA, no un simple medio de vida carnal: mucho importa para deducir su valor y su función "política." estimarla en su justo precio y llegar hasta su santuario. Allí entenderemos que no hay dos espiritualidades. No hay una santidad de tipo conyugal distinta de una santidad de soltería. La misma dignidad de la virginidad y del celibato subraya el esplendor del plan divino que ha hecho de la familia, "vía común", "pequeño camino", no sólo de la escala de perfección de los más, sino también la célula central de todo el orden humano y el "principio de la sociedad" (Pío XII).

Esa importancia social de la familia ha llamado la atención de los modernos sociólogos, asustados sobre todo, por la despoblación, consecuencia de su destrucción. ¿Cuántos se han quedado sólo con este problema cuantitativo? Como remedio sólo piensan en instituciones, que la mayoría tienden a despojar a la familia de sus funciones, de sus atribuciones y de sus poderes bajo el pretexto de que en su actual estado de anemia (a que ha sido llevada por la hostilidad revolucionaria) no es capaz de asumirlas. "Deplorable desorden, dice Pío XII, de estos remedios que organizan el mal", disminuyendo la familia bajo el pretexto de ayudarla. Además, estas medidas mal pueden ser llamadas "sociales", porque "el objeto natural de toda intervención en materia social es ayudar a los miembros del cuerpo social y nunca destruirlos o absorberlos" (Pío XI).

Este "grave principio de filosofía social" encuentra su especial campo de aplicación en el capítulo de la nupcialidad. Interviniendo en las leyes del matrimonio, el Estado le ha disminuido su valor. Y, porque se ha quitado a la familia su carácter de sociedad fundamental, muchos fueron disuadidos de fundarla.

La fecundidad de la familia, será muy frecuentemente función de las instituciones: tributación, salarios, habitación, serán otros tantos problemas cuyas soluciones serán, según los casos, favorables u hostiles a la natalidad. No hay que minimizar el aspecto doctrinal del problema, en presencia de errores más o menos maltusianos. Por el contrario, ¿no tenemos que recordar que la "vida humana es sagrada"? ¿No es necesario, hoy en día un sentido bien exacto de la jerarquía de los bienes para entender el quinto mandamiento de Dios: "no matarás" y admitir todas las consecuencias?

Hay otro problema, demasiado ignorado hoy, en el que hemos de pensar: el de la herencia.

El hombre es, ante todo, un heredero, por la sangre. La importancia de esta herencia no hay en modo alguno que reducirlo a los estrechos y materialistas puntos de vista o a las abstracciones del evolucionismo.

El hombre es, después, un heredero por la instrucción y la educación: LA FAMILIA ES, POR DERECHO NATURAL, LA CÉLULA EDUCADORA. A este propósito no hay que confundir esta virtud con la particular de las cualidades de los padres. Sólo la familia ofrece tantas posibilidades y nada puede sustituirla a este respecto: la escuela misma debe intervenir como una ayuda, una prolongación y no un sustitutivo de la familia.

Incluso la herencia en el orden material pertenece estrictamente al orden natural, al orden cristiano, que consiste en ordenarlo todo, incluso los bienes materiales. La unión con Dios será así más fácil y con ello más total. ¿No es, pues, el objeto de la herencia permitir al hijo que viva en el ambiente para el que fue preparado y en el cual tendrá así más facilidades para desarrollarse y dar sus frutos?

Célula educadora, incluso santificante, la familia es la célula "noble" por excelencia. Y de hecho sólo hay nobleza y aristocracia familiar: la familia suscita en todas partes élites; ¿no es éste el signo distintivo del valor excepcional de la institución familiar?

 Notas

(1) En el verdadero sentida de la palabra «político»: el bien común de la Ciudad.