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L'Inesauribile Mistero. (Realismo cristiano y realismo materialista). Radiomensaje de Navidad de 1956

Pesa, sin duda, sobre la humanidad del siglo XX una flagrante contradicción que hiere su orgullo. De %ma parte, la esperanza confiada del hombre moderno, artífice y testigo de la "segunda revolución técnica", de poder crear un mundo abundoso de bienes y de obras, libre de la pobreza y de la incertidumbre; de otra parte, la amarga realidad de largos años de luto y de ruinas, con el consiguiente temor, agravado en estos últimos meses, de no» poder echar el fundamento, tan siquiera, de un modesto principio de armonía duradera y de paz. Hay algo que no funciona debidamente en el complejo sistema de la vida moderna; un error esencial lo corroe radicalmente. ¿Dónde se esconde ese error? ¿Cómo y quién lo puede corregir? En una palabra: ¿llegará el hombre moderno a superar, sobre todo en su interior, esta contradicción que le atormenta, de la cual es autor y victima?

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El primer paso hacia la superación interna de la actual contradicción parte del conocimiento y aceptación de la realidad humana en toda su amplitud. En el camina hacia la conquista de esta verdad, por el cual trabajosamente se arriesgó el pensamiento de la antigüedad, el creyente se mueve más expeditamente, porque la fe le allana el camino, quitándole prejuicios y rémoras, como la desconfianza del escéptico o el corto respiro del racionalista, que impiden todo adelanto hacia la luz. Con la mente Ubre y abierta a toda grandeza posible, el cristiano no tiene más que inclinarse ante la cuna de Belén paira aprender la verdad sobre la naturaleza humana, reunida, como en una síntesis visible, en el Hijo de Dios recién nacido.

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En efecto, ante la cima del Redentor, el creyente conoce la bondad originaria y fa fuerza del hombre, que le fue concedida por gracia, sin serle debida, en la felicidad del paraíso. Pero medita también sobre su debilidad, que se manifestó primero en el pecado de nuestros primeros padres y que fue después la herencia dolorosa que le acompañó, con el flujo incesante de otras culpas, por todo el camino restante, en una tierra convertida casi en hostil para él.

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Sin embargo, el adorador del recién nacido Hijo de Dios sabe también que la culpa original y. sus consecuencias privaron al hombre, no del dominio de la tierra, sino de la seguridad de su ejercicio, y del mismo modo sabe que con la decadencia que siguió a la primera culpa no se destruyeron, la capacidad y el destino del hombre a formar la historia, pero sí que dominaría arrastrándose con el progreso penoso, con una mezcla de confianza y de angustia, de riqueza y de miseria, de ascensión y de retroceso, de vida y de muerte, de seguridad y de incertidumbre, hasta la decisión postrera a las puertas de la eternidad.

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Sabe, en efecto, que en aquella cuma yace el Salvador humano y divino, su Redentor, que vino a vivir entre los hombres para sanar las heridas causadas a sus almas por el pecado, restituirles la dignidad de la filiación divina y darles las fuerzas de la gracia con que superen, si no siempre exteriormente, al menos interiormente, el desorden general provocado por el pecado original y agravado por tas culpas personales.

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¿Qué actitud deberá adoptar el creyente ante la penosa contradicción que gravita sobre el mundo moderno y de la que acabemos de hablar? Aunque se encuentre en la posesión feliz de todos los elementos aptos para dominarla en su interior, no podría ni debería eximirse de contribuir a resolverla también exteriormente. Por lo tanto, el primer deber del cristiano será el de persuadir al hombre moderno que no considere la naturaleza humana ni con pesimismo sistemático ni con optimismo gratuito, sino que reconozca las dimensiones reales de su poder. Se empleará, además, en hacer comprender a tos contemporáneos de la "segunda revolución técnica'' que no tienen necesidad de liberarse del peso de la religión para superar la contradicción, ni siquiera para no sentirla más de hecho. Al contrario, precisamente, la religión cristiana pone la contradicción bajo aquella luz que sabe separar lo verdadero de lo falso y ofrecer a cuantos sufren sus ataques el único paso para esquivarlo sin sacudidas ni rumas.

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Aún admitiendo, como es verdad, que el hombre siente el impulso de muchos desarrollos naturales y complejos funcionales, permanece, sin embargo, por encima de ellos con gran diferencia respecto de la materia, la planta y el animal, y aunque reconoce su sentido e importancia, siempre será su señor, que con libre causalidad, de un modo o de otro, los introduce en el curso de los acontecimientos. El hombre domina los desarrollos y las complejidades porque es, sobre todo, una sustancia espiritual, uno, persona, un sujeto de libre acción y omisión, y no solamente el punto de enlace en el desarrollo de esos procesos naturales. En esto consiste su dignidad, pero también su limitación. Por esto, es capaz de hacer el bien, pero también el mal; capaz de actuar todas las posibilidades y disposiciones positivas de su ser, pero también de ponerlas en peligro. Ahora bien, precisamente este peligro, que a causa de los grandes valores puestos en fuego ha tomado en el siglo XX proporciones muy vastas, crea y explica la angustiosa contradicción advertida por los contemporáneos. No hay más remedio para superarlo que la vuelta al verdadero realismo, al realismo cristiano, que abraza con la misma certeza la dignidad del hombre, y también sus limitaciones, la capacidad de superarse, y también la realidad del pecado.

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No así aquel falso realismo, del cual deseamos señalar algunas de sus nefastas aplicaciones. Es cosa clara que mina en su raíz la moralidad pública y privada, vaciando de todo valor positivo los conceptos de conciencia y responsabilidad y debilitando el de Ubre albredio. Igualmente dañosas son las consecuencias en el terreno de la educación, como ya desde ahora se puede notar allí donde ésta siente el influjo, más o menos encubierto, del falso realismo: escuelas que no se posponen enteramente o sólo subordinadamente una finalidad pedagógica; padres reducidos a la incapacidad moral de educar rectamente a los hijos con el ejemplo y con la dirección; todo esto es cama del fracaso, hoy abiertamente deplorado, de la educación, en grado mayor que tos defectos y tas equivocaciones, igualmente atendibles, de los mismos hijos. Corno el hombre maduro, así los educadores y los niños, en la preparación a la vida, deberían volver a confesar la realidad del pecado y de la gracia, no dando oídos a términos de puras y simples predisposiciones, que remediarían la medicina y la psicología.

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El segundo error del pensamiento llamado realista, que está en la base de la contradicción de hoy día, consiste en la pretensión de crecer una sociedad completamente nueva, sin preocuparse de la realidad histórica del hombre, así como del acto libre que la determina ni de la religión que nutre y sanciona esta libertad. Hs imposible prever todas las consecuencias de este error; pero la más inmediata es la destrucción de la seguridad, ya tan inestable, que el mundo ardientemente ansia.

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la repulsa de los tres Valores —realidad histórica, acto libre y religión— como lastre que entorpece o impide en su marcha la nave del progreso moderno es una consecuencia de la indicada actitud del pensamiento realista que no admite límites al poder del hombre, trata todas las cosas con método técnico, fomenta una plena confianza en la ciencia tecnológica.

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¡La seguridad! ¡La más viva aspiración de los contemporáneos! Se h piden a la sociedad y sus ordenaciones. Mas los pretendidos realistas de este siglo han demostrado que no están en situación de darla, precisamente porque se quiere sustituir al Creador, convirtiéndose en árbitros del orden en la creación.

En cambio, la religión y la realidad del pasado enseñan que las estructuras sociales, corno el matrimonio y la familia, la comunidad y las profesiones mancomunadas, la unión social dentro de la propiedad personal, son células esenciales que aseguran la libertad del hombre) y, con ésta, su papel en la historia. Son intangibles, por tanto, y la sustancia de ellas no puede estar sujeta a arbitrarias revisiones.

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Quien de veras busca la libertad y la seguridad debe restituir la sociedad a su verdadero y supremo Ordenador, persuadiéndose que solamente el concepto de sociedad que se deriva de Dios lo protege en sus empresas más importantes. El ateísmo teórico y aun práctico de quienes idolatran la tecnología y el proceso mecánico de los acontecimientos, acaba necesariamente por convertirse en enemigo de la, verdadera libertad humana, puesto que trata con el hombre corno con las cosas inanimadas de un laboratorio.

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De esta manera el respeto hacia todo lo que la historia ha producido es señal dé la genuina voluntad de introducir reformas y garantía de su resultado feliz. Esto tiene valor para la historia como reino de la realidad humana, al que el hombre social debe aplicarse no sólo con las fuerzas de la naturaleza, sino también consigo mismo. Como responsable que es ante los que fueron y tos que serán, le ha sido encomendado el encargo de modelar incesantemente la vida común, donde siempre hay una evolución dinámica por medio de la acción personal y Ubre sin qué desaparezca la seguridad que se tiene en la saciedad y por la sociedad, y donde, por otra parte, siempre hay un cierto fondo de tradición y de estática para salvaguardar la seguridad, sin que la sociedad impida la acción libre y personal del individuo.

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De esta suerte, el hombre teje su historia, es decir, coopera con Dios en la a-ctuación de urna realidad digna de su persona y juntamente digna del designio del Creador. Bs un oficio. tan sublime como arduo que solamente podrá-desempeñar felizmente quien comprende lo que es historia y libertad, armonizando el dinamismo de las reformas con la estática de las tradiciones y el acto libre con ta seguridad común. El cristiano que se postra ante la ama de Belén comprende plenamente su necesidad y gravedad, pero, al mismo tiempo, saca luz y fuerza de esa cuna para cumplir dignamente tan elevado encargo.

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La libertad y la responsabilidad personal, la sociabilidad y la ordenación social, el progreso bien entendido, son, pues, valores humanos porque el hombre los actúa y saca de ellos ventajas, aun religiosas y divinas, si se mira la fuente de donde dimanan.

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Ahora bien, en los tiempos modernos se ha pretendido que la sociedad quebrante y olvide el íntimo fundamento de dichos valores, aun en Occidente, en nombre del laicismo y de la vana autosuficiencia del hombre. Se ha llegado así a la condición singular de que no pocos hombres de la vida pública, aun privados de un vivo sentimiento religioso, en gracia del bien común, quieren y deben defender los valores fundamentales que sólo en la religión y en Dios tienen subsistencia.

A los pretendidos realistas no les agrada reconocer tal afirmación, y más bien inculpan a la religión de querer convertir en hucha religiosa lo que, según ellos, no pasaría de ser una divergencia en el campo político y económico. Pintan con vivos colores el terror y la crueldad de las antiguas guerras de religión para hacer creer que los conflictos actuales entre Occidente y Oriente son, por el contrario, inofensivos y que bastaría con que hubiese m ambas partes un poco más de sentido práctico para hacer que se aquietasen los intereses económicos y las relaciones concretas de poder político. El apelar a valores absolutos, según ellos, falsifica infaustamente el estado real de las cosas, atiza las pasiones y hace más dificultoso el camino hacia una unión práctica y razonable.

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Nos, por nuestra parte, como Cabeza de la Iglesia, al presente, como en ocasiones precedentes, hemos huido de convocar a la cristiandad a una cruzada. Podemos, sm embargo, exigir que se tenga compresión plena del hecho de que, donde la religión es una herencia viva de los antepasados, los hombres conciben como una cruzada la lucha que injustamente les impone el enemigo. Pero lo que sí afirmamos para todos, en vista de las tentativas de hacer aparecer como inofensivas algunas tendencias dañosas, es que se trata de cuestiones que atañen a los valores absolutos del hombre y de la sociedad. En virtud de nuestra grave responsabilidad no podemos permitir que esto se oculte en la niebla de los equívocos.

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Si la triste realidad nos obliga a establecer con lenguaje claro los términos de la lucha, ninguno honradamente puede reprochamos de que favorecemos el rígido distanciamiento de los dos frentes opuestos y menos aún de que nos hemos alejado de la misión de paz que se deriva de nuestro oficio apostólico. Si calláramos, tendríamos que temer aún más el juicio de Dios. Permanecemos firmemente ligados a la causa de la paz, y sólo Dios sabe cuánto gozaríamos si pudiésemos anunciarla plena y alegremente, como los ángeles de Belén. Pero precisamente para salvarla de las presentes amenazas debemos indicar dónde se esconde el peligro, cuáles son las tácticas de sus enemigos y lo que los señala como tales. No de otra manera el recién nacido Hijo de Dios, la misma bondad infinita, no vaciló en trazar líneas claras de separación y en afrontar la muerte por la verdad.

Nos estamos persuadido de que también hoy, frente a un enemigo resuelto a imponer, de un modo o de otro, a todos los pueblos una particular e intolerable forma de vida, soto una unánime y fuerte actitud de todos los amantes de la verdad y del bien puede salvar la paz, y la salvará.

S.S. PIO XII
L’INESAURIBILE MISTERO
(Realismo cristiano y realismo materialista)
Radiomensaje de Navidad de 1956.