Volver
  • Índice

Introducción a la política (V)

INTRODUCCIÓN A LA POLÍTICA (V)

SEGUNDA PARTE

Principio y fundamento

A lo largo de toda la primera parte nos hemos ceñido al desarrollo de los datos estrictamente naturales, datos accesibles por la sola razón.

Ningún recurso a la Fe, a ese más alto nivel. Quedamos por debajo de su dominio.

Sus luces no eran necesarias ni para la correcta solución del problema de los universales, ni para la prueba de la existencia de Dios creador, ordenador, mantenedor del universo; ni para el esclarecimiento de la inmaterialidad, de la intelectualidad y, por tanto, de la inmortalidad del alma humana; ni para el establecimiento del método fundado sobre el hecho de que existe una verdad suficientemente conocida o conocible, el hecho de la existencia de un orden de cosas, etc.

Datos fundamentales, que forzosamente tienen que ser decisivos en esta parte de la organización de los asuntos humanos, del orden humano, que se llama la política...

Prueba de la sabiduría de la frase de Pío XI, que ahora entendemos mejor, sobre las desastrosas consecuencias de nuestra ignorancia del problema de los universales.

Que exista un Dios, que exista un orden de cosas, que nuestra alma sea inmortal, he ahí las verdades que, una vez conocidas, exigen mucho más que un simple asentimiento. Nada más insensato que esta manera tan común de creer en Dios, en la inmortalidad del alma, y no conceder a estas conclusiones más que una levísima atención sin relación con la importancia de las verdades vislumbradas.

Evidentemente, la sabiduría exige que en materia tan grave nos neguemos a darnos por satisfechos con el laconismo de estos simples datos.

Si mañana me dicen que he ganado un servilletero de rafia en la lotería de la parroquia, se comprenderá mi poca prisa por conocer el objeto y en ir a recogerlo. Pero si se muere un millonario del que yo soy el más directo heredero, nadie se extrañará de verme manifestar cierto interés por hacer valer mis derechos a la sucesión y entrar en posesión de mi herencia.

Por el contrario, no es anormal ver a la mayoría obcecarse por las verdades secundarias, obrando, por otra parte, como si las más importantes carecieran de interés.

O Dios no existe...; o si existe, difícilmente podremos negar que su existencia sea cosa seria.

O nuestra alma no es inmortal, o, si lo es, sería loco desentenderse de ello.

Toda luz proyectada sobre estos puntos, se adivina, puede trastornar de abajo arriba nuestras eventuales concepciones sobre el orden humano personal o colectivo.

Que nos convenga o no, y quizá sin que nos demos cuenta de ello, el hecho es que, según las palabras de Enrique Régnier: "lo que divide más a los hombres no es tanto su manera de interpretar esta vida, sino la otra."

Es lo mismo que Proudhon expresaba a su manera cuando encontraba "sorprendente que en el fondo de nuestra política siempre encontremos la teología".

Lo sorprendente sería que en cualquier caso, lo mismo si Dios existe como si no existe, tanto si todo acaba como no acaba en la tumba, tuviéramos la misma idea del orden humano, de la jerarquía de nuestros bienes, de nuestros placeres y del modo de adquirirlos o poseerlos.

Y si, como ha dicho Santo Tomás : "se debe considerar, ante todo, que gobernar un ser es conducirle como se debe a un fin preciso", es claro que un sentido agudo del fin del hombre, es decir, de su verdadero desarrollo, es indispensable para una sana inteligencia del orden político.

"Res specificantur a fine."

Idea primordial del fin.

Sería inconcebible que la respuesta aportada al problema de nuestro fin (y, por tanto, al problema de nuestro verdadero desarrollo) no tuviera interés en aquella parte que se ocupa de promover este desarrollo humano por la feliz circunstancia de un orden social razonable.

Es imposible que el hecho de admitir la existencia de Dios, la inmortalidad del alma y todo lo que de esto se deriva, deje de tener importancia en política, precisamente en el momento de resolver uno de los más graves problemas planteados, el del hombre considerado como animal social.

Se nos objetará que existe un cierto número de verdades naturales sobre las que pueden estar de acuerdo los creyentes o los no creyentes. Esto es evidente y no vamos a negarlo (1).

Pero lo que también es evidente es que este denominador común no puede ser nada más que un mínimo, que sólo realiza una igualdad en lo elemental. Asentimiento limitado a las verdades más rudimentarias y que implica siempre, poco o mucho, un clima de naturalismo, al menos en la práctica. Los mismos méritos que representan, tan a menudo, cierta destreza, cierta habilidad, la efectividad de cierto pragmatismo, en ningún caso podrían dispensar de esta clara visión y de esta profunda inteligencia del fin del hombre en el capítulo de la política. Porque, como ha dicho Pío XII (2): "un capitán puede de sobra saber dar las instrucciones precisas sobre la manera de maniobrar las máquinas y de disponer las velas para la navegación; pero si no conoce el destino y si no sabe consultar sus instrumentos o a las estrellas que resplandecen sobre su cabeza, la posición y la ruta de su navío, ¿adónde le conducirá su loca travesía?

"Res specificantur a fine...", enseñaban nuestros viejos maestros. Es por su fin por lo que las cosas se determinan. En política no puede ser de otra manera.

Preocuparse por un orden humano sin siquiera inquietarse por el fin de este orden, es una locura. A menos que esto no suponga la idea muy insidiosa y muy afirmada de que las cosas se organicen de hecho, por si solas por la atracción de una fuerza natural al contemplar solamente las evidencias más groseras. ¡Auténtico materialismo! Y tanto más hábil por cuanto esconde su origen. Materialismo práctico, no dogmático, cuyo ejemplo más perfecto lo ofrece el materialismo dialéctico marxista (3).

* * *

Se comprende ahora que León XIII no haya vacilado en designar como uno de los más seguros remedios para los males que sufre la sociedad el recuerdo inequívoco del fin verdadero del hombre, tal como se nos presenta en el "Principio y fundamento" de los "Ejercicios Espirituales" de San Ignacio. "Por sí misma, decía León XIII al clero de Carpinetto, esta famosa meditación sobre el fin del hombre bastará para el enderezamiento completo de la Ciudad."

Y el hecho es, como vamos a ver, que no existe mejor y más segura "introducción a la política", porque no hay texto que permita comprender mejor con la verdadera naturaleza del fin del hombre la armoniosa disposición de los innumerables medios que se le ofrecen para ayudarle precisamente en la consecución de este fin.

El "Principio y fundamento" de los "Ejercicios Espirituales" de San Ignacio.

Es al principio de la "primera semana", entended de la primera parte de sus "Ejercicios Espirituales", donde San Ignacio nos recuerda cuál es y cuál debe ser el "principio y fundamento" del orden humano.

"El hombre es criado para alabar, honrar y servir a Dios, nuestro Señor, y por este medio salvar su alma. Y las otras cosas que existen sobre la tierra han sido, creadas a causa del hombre y para ayudarle en la consecución del fin que le fue señalado por Dios al crearlo. De donde se sigue que debe usar de ellas en tanto le conduzcan a su fin y apartarse de ellas en tanto le aparten."

Todo está contenido en estas tres frases. Sólo falta considerarlo punto por punto. Pero no sin haber observado, ante todo, cómo la afirmación sobrenatural confirma aquí rigurosamente las conclusiones de la recta razón y de la sabiduría natural recordadas anteriormente: existencia de Dios, inmortalidad del alma.

Ninguna rotura, por tanto. La progresión es continua; y si bien es verdad que aquéllos a quienes faltan las luces de la fe pueden encontrarse aquí desorientados, la evidente sabiduría de las consecuencias de este "Principio y fundamento" no puede menos que impulsarles a creer en la excelencia del árbol que da tan hermosos frutos.

* * *

Para enumerar y mejor apreciar estos últimos, seguiremos el siguiente plan:

Examinaremos, en primer lugar, lo que implica en el plan social y político esta primera frase: "El hombre es criado para alabar, honrar y servir a Dios, nuestro Señor."

Estudiaremos a continuación lo que constituye el segundo aspecto de "Principio y fundamento"...  "Y las otras cosas... han sido creadas a causa del hombre.., para ayudarle en la consecución de su fin..."

 

El culto público, deber de los sociedades hacia Dios

"El hombre es criado para alabar, honrar y servir a Dios, nuestro Señor..."

Tal es el fin del hombre...; y, por consiguiente, el fin en relación al cual debe orientarse el orden humano.

En primer lugar, un deber de alabanza y reverencia.

"... Santificado sea Vuestro Nombre,.."

Y esto porque "el hombre ha sido creado..."

Esta absoluta dependencia respecto de Dios dimana que nosotros somos criaturas y El es el Creador. "Por tanto, no existe un solo ser en el mundo que, en la medida en que él participa del ser, no se halle bajo la dependencia actual y absoluta de Dios. Es de Dios, como de su primera causa, de quien él recibió el ser que tiene, no solamente en el sentido de que Dios le habrá comunicado en principio este ser, sino en el sentido de que Dios, inmediatamente o por intermedio de verdaderas causas segundas, continúa manteniéndole en cada instante el ser que le infundió desde el primer momento en que comenzó a ser" (4).

Por el mismo título que todas los seres cualesquiera que sean, plantas o piedras, peces o cuadrúpedos, el hombre en cada minuto de su vida es deudor a Dios de esta vida misma. Pero mientras plantas y piedras, peces y cuadrúpedos poseen la existencia sin conocerlo y, por consiguiente, sin poder dar gracias a Aquel que hace que ellos existan, el hambre es inteligente: sabe, puede saber, puede conocer y reconocer a Aquel a quien debe todo.

En el estricto sentido del término, puede ser y debe ser agradecido. Debe dar gracias. Debe alabar y honrar a Aquel que le mantiene su existencia de segundo en segundo. La inteligencia ha sido dada al hombre nada más que para esto. Es su deber. Es su razón de existir. Esto será su felicidad eterna.

La alabanza y adoración explícitas son obligatorias para todo ser razonable; por tanto, a todo ser humano que habita la tierra, a todo aquello que esté dotado de una vida inteligente, tanto los individuos como a los cuerpos sociales. Así lo decía León. XIII en la encíclica "Inmortale Dei": "los hombres unidos por los lazos de una sociedad común no dependen menos de Dios que considerados aisladamente; por lo menos en igual medida que el individuo, la sociedad debe dar gracias a Dios, de quien le viene la existencia, la conservación y la incontable multitud de sus bienes".

"Sí, el Estado y la sociedad deben a Dios en estricta justicia un culto público. No basta que todos los ciudadanos le rindan un culto privado, aunque sea externo... La sociedad se compone de dos elementos principales: la autoridad y el pueblo. Es en quienes gobiernan en donde reside la autoridad. Ellos deben, por lo tanto, culto a Dios, no tan sólo como individuos, sino, además, como gobernantes, ya que dependen de Dios directamente por este título" (5).

San Agustín escribía: "una cosa es para el príncipe servir "a Dios en su calidad de individuo, otra cosa en su calidad de príncipe. Como hombre, le sirve viviendo fielmente; como rey, promulgando leyes religiosas y haciéndolas cumplir con un vigor conveniente. Los reyes sirven al Señor en cuanto reyes cuando hacen por su causa lo que sólo los reyes pueden hacer".

Para que se pueda decir que la sociedad, corno tal, rinde culto al Creador no basta que sus jefes, sus hombres de gobierno sean creyentes y practicantes a título privado. "La sociedad civil en tanto sociedad, añade León XIII en su encíclica "Libertas", debe necesariamente reconocer a Dios como su principio y Creador, y en consecuencia rendir el homenaje de su culto a su Poder y Autoridad. ¡Ni por la justicia, ni por la razón, el Estado puede ser ateo!"

* * *

Por la justicia y por la razón.

¿No lo han reconocido así las mismas generaciones paganas? La sociedad antigua tenía corno base la religión. Sólo los esfuerzos perseverantes de la impiedad revolucionaria han podido realizar lo que en este mundo no se había visto jamás hasta ahora: una sociedad que pretende prescindir de Dios.

Parece, por tanto, que los paganos habrían tenido mil excusas si hubiesen separado toda referencia religiosa de la constitución de sus ciudades. La idea que se hacían de dios, de sus dioses, habría podido parecerles una razón suficiente para arrojar muy lejos de las costumbres cívicas y políticas el ejemplo escandaloso de un Olimpo de mala fama.

Nosotros lo hemos sobrepasado: Aunque sólo lo consideremos desde el punto de vista natural, nuestra idea de Dios se ha precisado, depurado y ennoblecido. Más digna de su objeto. Y esto es así aun para los incrédulos. Veinte siglos de cristianismo no han pasado en balde por el mundo.

Bien es verdad que el ateísmo se ha hecho más agresivo. Pero no creemos que esto sea peor que la putrefacta confusión de un politeísmo (6) definitivamente borrado de las esferas intelectuales del mundo civilizado (7).

Claro es que al plantear el problema de Dios hace falta plantearlo debidamente, pues de otro modo sería burlarse de Aquel de quien nos dice San Pablo que nadie se ríe impunemente.

Así, pues, Dios. Y no solamente un dios, sino el único verdadero Dios. Otra cosa sería tomar a Dios por un bodoque.

Que la sociedad debe rendirle un culto en este sentido no es más que un mínimo. No se podrá pretender, en efecto, sin caer en el error liberal, que a la sociedad le basta con ser religiosa, desde luego, importando poco la religión.

Si está probado que Dios, el Dios vivo, se ha molestado en manifestarse, "revelarse" a nosotros... ¿no sería la última inconveniencia despreciar esta Revelación y continuar ateniéndose a un simple concepto metafísico, que, por lo tanto, no tiene valor nada más que en la medida en que es digno anticipado de este Dios de Verdad que no puede ser íntimamente revelado nada más que por Si mismo? Pero, además, si es verdad que este Dios, por un prodigio incomprensible de su amor, quiso encarnarse, vivir como nosotros, sufrir el sufrimiento y morir con la más ignominiosa de las muertes para salvarnos y merecernos la Vida Eterna; si es verdad que Jesucristo es el Verbo de Dios, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, ¿no es insensato continuar venerando el resultado lejano de una laboriosa argumentación racionalista, siendo así que el Eterno, el Todopoderoso se ha dignado nacer del seno de una Virgen para "habitar entre nosotros? "

 

Dios Vivo y Personal

Un Dios, el Dios Vivo y Personal.

Dios creador, ordenador, legislador y, por tanto, soberano maestro.

Nuestro Señor.

Si se reflexiona sobre ello seriamente, sólo esto es exacto, sabio... normal.

La falta de fe impediría, aquí, una plena adhesión a estas fórmulas, por lo demás tan racionales, pues simplemente con sacar a la luz sus consecuencias, indudablemente quedará demostrada a posteriori su excelencia.

Es suficiente, para convencerse, el considerar una tras otra cada una de estas fórmulas divinas.

* * *

Ante todo, un Dios Vivo y Personal.

Podríamos decir que esto constituye un mínimo. Porque no sic concibe que por encima de los seres vivos, inteligentes, personales que nosotros somos, pudiera existir un Dios que no tenga al menos estos caracteres eminentes. Nada más absurdo que un Dios vago, principio ciego e inconsciente del orden del mundo, al que le faltase la sabiduría de la inteligencia que, sin embargo, este orden manifiesta. He aquí cómo es satisfactorio que, por el contrario, sea presentado un Dios vivo y personal como el fin personal de los seres personales que nosotros somos.

Todo lo que tienda a separarnos de esto parece inadecuado.

¡Qué no se habrá hecho, sin embargo, desde hace dos o tres siglos, para encontrar la fórmula o procedimiento que permitiera silenciar a Dios en este punto! Conceptos diversos, abstracciones más o menos adornadas con mayúsculas. La Naturaleza, la Ley, la Moral, la Virtud, sino la Sociedad, la Patria, la Humanidad, la Clase o la Raza, hasta esta desalentadora proposición lanzada no ha mucho de la "necesidad de un mito" para dar sentido y fuerza al aliento social o nacional, etc..., con lo que parece que todo ha sido dicho ya. Sin embargo nada se ha tenido en pie, nada se sostiene. El mínimo grano de buen sentido, una pizca de lógica bastan para mostrar la inconsistencia de estos espejismos.

 

Dios, fundamento único de la obligación moral

Espejismo de ese concepto de naturaleza, que tan frecuentemente se evoca.

Sin embargo, se sabe cuánto insiste la Iglesia para hacer del orden natural uno de los fundamentos de la moral. Pero puesto que precisamente ve en este orden natural el orden querido por el Creador, y, por consiguiente, una expresión de la Divina Voluntad, es el único principio legítimo de una moral universal.

La obligación moral del orden natural es lógicamente perentoria tan sólo si se refiere a Dios, porque es Dios, y ni es sólo quien obliga moralmente a través del orden natural. Orden natural que aparece desde este momento como una expresión de este ser viviente y personal: Dios.

Toda la fuerza de una obligación verdadera, razonable, auténtica obligación moral, queda contenida en esta frase. No es, no puede ser, a la naturaleza a quien rindamos cuentas al final de la vida, sino a un juez vivo y personal.

Sin Dios, la naturaleza no es más que una antología de consejos. Si quieres conseguir esto, haz aquello... Si deseas que aquello se realice, procede de tal manera. Estos son sus argumentos corrientes... Ella sugiere, aconseja, pero no ordena. Siempre es posible contestarle: ¿Y si yo no quiero esto? ¿Y si no deseo que tal cosa se realice? ¿Quién puede oponerse a ello? ¿Quién puede obligarme? ¿Quién puede probar que me equivoco si contesto: gracias por el consejo, pero prefiero hacer otra cosa? Si soy para mí mi propio fin, ¿quién será nunca capaz de obligarme a nada?

Sin Dios, los veredictos de la naturaleza no son realmente una obligación, en el sentido estricto; y cada uno queda libre de apartarse de sus leyes, a poco que se acepte tal riesgo.

—"No bebas alcohol, porque te dañará tu hígado."

—"Hay muchos que se quejan del hígado y sólo han bebido agua."

—"El alcoholismo arruina la raza."

—"Yo me arreglaré para no tener hijos."

—"El alcohol mata lentamente."

— (Contestación corriente.) "La verdad, no tengo prisa. Y, además, tanto da morir de esto como de aquello. Así, mejor morir con un vaso de buen vino en la mano."

Etcétera.

Tal es el bello diálogo, de una lógica implacable, que será siempre posible escuchar mientras la naturaleza sea la única interlocutora. Agradables obligaciones morales: ¡he ahí todo!

Hace falta comprender, en efecto, el sentido de la argumentación en este lugar. Todo descansa sobre la propia definición del hombre, animal racional, y todo depende de ella. En tanto este último es verdaderamente razonable, permanece fuera de objeción. ¿Acaso no es razonable buscar obtener el máximo de goce de una naturaleza indiferente e inconsciente, cuando se estima que no hay nada ni nadie por encima de esta naturaleza ciega? ¿Cada uno, en este caso, no es razonablemente libre de concebir la felicidad a su manera? Y quién podrá negar que —siempre dentro de la lógica del caso— la sabiduría consiste en utilizar hábilmente las leyes de la llamada naturaleza, en orientarlas a su comodidad, para un placer o una felicidad cada vez mayor. Robar sin ser detenido, beber sabiendo evitar la cirrosis hepática, se convierten en estos días en las formas de una virtud superior. Y el "vomitorium" de los romanos debería ser proclamado como un rasgo de ingenio para la consecución del desarrollo humano.

Pero cuando se vuelve a colocar por encima y más allá de la naturaleza a este ser vivo, personal, inteligente que se llama Dios, termina la mascarada. Porque, "de Dios nadie se burla", como, efectivamente, uno se puede burlar de la naturaleza... ¡Y desde este momento cambia el argumento de la razón! Lo que era habilidad, sino sabiduría, a la vista de la sola naturaleza, resulta locura frente a Dios...

Por consiguiente, resulta nulo el argumento que consiste en decir: "¿Y si incluso en este caso, se encuentran hombres capaces de burlarse de Dios?" La respuesta es fácil: BURLARSE DE DIOS ES RACIONALMENTE INSENSATO; MIENTRAS QUE BURLARSE DE LA NATURALEZA NO LO ES. En el primer caso, el hombre es, por consiguiente, culpable contra sí mismo (en nombre de su definición misma de animal racional); mientras que en el segundo caso no podría ser acusado de sinrazón por haber conseguido más hábil y más agradable partido de los bienes o de las leyes de una naturaleza en si misma estúpida (8).

¡Y el concepto de Ley (con L mayúscula) con el que algunos querrían corregir lo que hay precisamente de demasiado benigno en el concepto de naturaleza, no vale ciertamente mucho más! Porque la ley no puede tener nada más que la autoridad de aquel .que la dicta. Es una palabra vana, si no es la expresión de la voluntad de ALGUIEN. De no serlo, lo que hemos dicho más arriba de la naturaleza puede ser repetido aquí: la suprema virtud consistirá en saber jugar con la ley y burlarla sin perjuicio.

 

Dios o nada

Un razonamiento análogo es siempre posible, cualesquiera que sean las abstracciones por las cuales se busca tan a menudo reemplazar a Dios o escamotear el problema de nuestro verdadero fin en el capítulo de la organización dé la Ciudad.

La Moral y la Virtud mismas no pueden ya ser presentadas como este fin.

No pueden serlo: sólo son un MEDIO. El medio de alcanzar el verdadero FIN del hombre. Sin el que moral y virtud serían solamente supercherías. Separadas de este fin, que es Dios, sólo son un "ideal" quizá respetable, pero del que no vemos lo que se podría imponer en conciencia. Volvemos a parar al argumento de la naturaleza. Si yo me siento poco atraído por la virtud, y si Dios no existe, ¿quién me podrá demostrar que yo estoy razonablemente obligado a ser virtuoso?

Dios, al menos, no es un "ideal", una abstracción, fruto de nuestra imaginación o de nuestra inteligencia. No es una fuerza anónima, más o menos ciega e inconsciente. Es, en el sentido más fuerte de esta expresión: ALGUIEN. Una persona viva, inteligente, dotada de voluntad. Un ser que puede mandar, que, razonablemente, tiene el derecho y el poder, puesto que es el creador y el mantenedor en la existencia del universo con todas sus criaturas. Juez que puede recompensar o castigar.

¡Ciertamente que es otra cosa completamente diferente que la Naturaleza, la Ley, la Moral o la Virtud!

Dios, principio y fin del universo. Esto es razonable.

Dios, principio de todo poder, de toda obligación, porque es creador y ordenador, consciente y voluntario de un mundo de criaturas que sólo subsisten por El. Esto es razonable.

Un Dios personal, fin de las personas que nosotros somos. Esto es razonable.

He ahí lo que se tiene en pie. He ahí lo que es coherente. He ahí lo que legítimamente puede ser presentado como el fin del hombre. En cambio, es irrazonable e incoherente considerar como fin del hombre el simple juego de algunas ideas, fórmulas o abstracciones, aunque estas fórmulas o abstracciones se disfracen con los nombres de "moral" y de "virtud".

Cada vez es más saludable el repetir, Dios o lo absurdo. Dios o nada. "Si Dios no existe, todo está permitido", ha escrito Dostoievski. Tal es el grito de la razón.

 

Papel de la sociedad como medio de alcanzar el fin de las personas, el bien común universal: Dios

Esta finalidad personal, divina, por encima del universo temporal y material, es aún el supremo argumento en condenación del SOCIALISMO, así como de todo sistema que quiera convertir al hombre en una simple parte de la sociedad.

Como tal, en efecto, la parte no tiene sentido nada más que en relación al "todo", al que en consecuencia debe estarle esencialmente subordinada.

Si, por consiguiente, el hombre es "parte" y no es nada más que "parte" de este "todo" que es la sociedad, es lógico que el hombre esté totalmente sometido, ordenado, y por necesidad sacrificado a la sociedad. Pero, por muy extendida que esté, esta opinión es falsa. La sociedad (que se llame: patria, nación, Humanidad, etc., !poco importa!) no puede ser el fin del hombre, o, lo que resulta igual, el todo del que las personas humanas no serían nada más que las partes. Y esto es debido a la razón excelente de que las sociedades, las patrias, las colectividades de aquí abajo, no son precisamente más que, de aquí abajo y, por lo tanto, no podrían ser el fin de personas en las que el alma inmortal desborda las dimensiones de este aquí abajo.

El fin del hombre no es, no puede ser, la sociedad, porque la sociedad no es el todo del que la persona sería nada más que una parte, porque la sociedad es esencialmente temporal y la persona sobrepasa el orden de lo temporal.

"Hace falta subrayar, enseñaba Pío XII (9), que el hombre en su ser personal no está ordenado en fin y a cuenta de la utilidad de la sociedad, sino al contrario, la comunidad existe para el hombre...

La comunidad es el gran medio querido por Dios para ordenar los caminos donde se completan las necesidades reciprocas, para ayudar a cada uno a desarrollar totalmente su personalidad, según sus aptitudes individuales y sociales."

"La comunidad considerada como un todo no es una unidad física que subsiste en sí; cada uno de los miembros, por ejemplo la mano, el pie, el corazón, el ojo, es una parte integrante destinada POR TODO SU SER a insertarse en el conjunto del organismo. Fuera del organismo no tiene, por su propia naturaleza, ningún sentido, ninguna finalidad. Está enteramente absorbido por la totalidad del organismo al cual está unido" (10).

"Sucede todo lo contrario en la comunidad (social)... El todo no tiene aquí una unidad que subsiste en sí, sino una simple unidad de finalidad y de acción. En la comunidad los individuos no son nada más que los colaboradores e instrumentos para la realización del fin comunitario". Nada más. Pero cuando es, al contrario, cuestión de su fin esencialmente personal, todo se ordena directamente a Dios, según su voluntad, según su orden. Orden creado notoriamente, en el que la Sociedad no aparece nada más que a la manera de un MEDIO ORDENADO AL MAYOR Y MAS FACIL DESARROLLO DE LAS PERSONAS.

Dicho en otra forma: si bien la sociedad está ordenada para el desarrollo de las personas que la componen, estas personas, a su vez, deben, de alguna manera, ordenarse a la sociedad, por la sociedad y en la sociedad, no ciertamente para su fin, sino como una CONDICIÓN NATURAL, "MEDIO QUERIDO POR DIOS" de este desarrollo personal de su ser, del que El es la razón y el fin.

Dios sólo aparece, pues, en esta perspectiva, como el BIEN COMUN absolutamente universal en función del cual todo orden humano, personal y colectivo, es y debe ser ordenado (11). Hagamos, sin embargo, una distinción fundamental, a saber: que la persona está más directamente, más íntimamente... (inmortalmente) ordenada a Dios, que no la sociedad.

Es por esto que la persona es realmente sagrada (12).

 

Carácter sagrado de la persona humana

Esto no puede interpretarse estrictamente como absoluto, puesto que el carácter sagrado sólo se deriva del hecho de estar directamente (personalmente) ordenado hacia Dios, único absoluto.

Tampoco que la persona pueda, en nombre de este carácter sagrado de más directa referencia a Dios, desligarse desdeñosamente de los lazos sociales, puesto que la vida en sociedad es la condición impuesta por Dios al desarrollo completo de las personas (13).

"El cristiano ha aprendido del Evangelio que existe para él, en cuanto persona, una vocación eterna a la gloria y a la vida, y que él tiene el deber de seguir esta vocación, comprometiéndose cada día en la acción hacia este supremo resultado, que es también la gloria de Dios que lo ha elegido. El conjunto de estos objetivos es, pues, esencialmente, finalista y trascendente y no podría coincidir con los horizontes exclusivamente terrenales..."

"En consecuencia..., un cristiano no puede aceptar los postulados históricos del idealismo y del marxismo, de una vida terrena privada de referencia trascendente y así orientada por el devenir histórico mismo que la sitúa y la absorbe en el incesante proceso dialéctico del pensamiento y de la economía..." (14).

Y no solamente un cristiano, sino todo hombre, todo animal racional no puede aceptar el principio socialista de una comunidad humana concebida como el fin del hombre o, lo que resulta igual, una comunidad humana que constituiría el todo y de la que las personas sólo serían las partes.

Y, siempre por la misma razón, imposibilidad de aceptar el sentido de esta evolución en la que parece enrolado el mundo moderno, según la cual el Estado tiende a convertirse en principio y fin de todo, tanto de la moral como de la formación y de la enseñanza de la juventud, el maestro supremo de cerebros y de los corazones por la acción cada vez más temible de una propaganda cada día más poderosa e insidiosa.

"Hay que impedir a la persona, exclamaba Pío XII (15), que se deje arrastrar al abismo en el que tiende a hundirla la socialización de todas las cosas, socialización al final de la cual la terrorífica imagen del Leviathan resultaría una horrible realidad (16). Con la máxima energía, la Iglesia librará esta batalla en la que están en juego los valores supremos: dignidad del hombre y salvación eterna de las almas."

Batalla contra este economismo que incluso llega a engañar a los mejores. Doctrina según la cual, si no en teoría, sí en la práctica, toda la vida social sólo está ordenada en función de la materia, de los bienes materiales, de la producción, del solo progreso técnico. ¡Como si en esto se contuvieran todas las finalidades humanas! Economismo, productividad, equipo industrial, planificación técnica, a las cuales se sacrifican —o ya han sido sacrificadas— las generaciones humanas.

Trasplante de poblaciones como si se desplazaran máquinas o ganado. El hombre sacrificado a la producción o al automatismo, como si, una vez más, la persona humana no fuera nada más que la parte de este todo que es la saciedad, parte que no tendría por consiguiente razón de ser más que en función de este todo y podría estarle enteramente subordinada, léase sacrificada.

* * *

Delante de tan lamentables consecuencias se comprende la importancia, en semejante capítulo, de un claro repaso y de un vivo conocimiento del verdadero fin del hombre. Y nosotros comenzamos a comprender mejor la gran sabiduría de León XIII al no tener temor de señalar como el más seguro remedio de los males que sufre hoy en día la sociedad, la meditación del famoso "Principio y fundamento" de San Ignacio: "El hombre ha sido "creado para alabar, honrar y servir a Dios, nuestro Señor, y "por este medio salvar su alma...".

Fuera de esto, acabamos de verlo, todo es absurdo y ruinoso, decadencia del hombre.

 

Notas

(1) Lo que igualmente es cierto es que incrédulos, imposibilitados por obstáculos subjetivos para prestar un asentimiento total y sobrenatural a la doctrina católica, pueden comprobar en la historia de los pueblos y por el ejemplo de las vidas individuales la bienhechora e irreemplazable influencia que dimana de nuestra fe. Pueden entonces aceptar una política basada, efectivamente, en nuestros principios, aunque el motivo de su aceptación sea deficiente y ésta, en sí misma, muy imperfecta. Sin llegar a una conformidad total en el plan político, aceptan de hecho lo esencial de una política verdaderamente cristiana, Y nosotros debemos considerar su postura como el fundamento de un acuerda real y como una inclinación natural favorable a un posible reconocimiento de la fe.

(2) Discurso a los miembros italianos de la Unión Nacional de San Lucas (12 noviembre 1944).

(3) Cfr. nuestro estudio: El marxismo-leninismo.

(4) R. P. Pegué, O. P.: Dictionnaire de la Somme Teologique, t. I, pág. 439 (Tequi et privas, edit.).

(5) Henri Hello, doctor en teología: Las libertades modernas según las Encíclicas (Descles de Brouwer, edit.). No deja de tener interés constatar que esta doctrina es precisamente la que la Iglesia profesa en la fiesta litúrgica de Cristo-Rey (último domingo de octubre), como puede comprobarse leyendo el himno del misal: "Te nationum Praesides — Honore tollant publico — Colant magistri judices — Leges et artes exprimant." —"Que los Jefes de las naciones os honren con culto público. Que los Maestros y los Jueces os reverencien. Que las Leyes y las Artes os proclamen." — Y no se diga que estos textos datan de la Edad Media. Apenas tienen un cuarto de siglo, pues esta fiesta fue instituida por Pío XI precisamente para recordar al mundo moderno la imprescriptible realeza de Jesucristo tanto sobre los individuos como sobre la sociedad. Tal como puede leerse en las primeras páginas del número 108 de Verbe, Su Santidad Juan XXIII no ha dudado en citar estos textos litúrgicos y comentarlos en su alocución de la fiesta de Cristo-Rey del 25 octubre 1959.

(6) Religión que admite varios dioses. El politeísmo fue la religión de los griegos y romanos antes de la venida de Jesucristo. Todavía hoy es la religión de buen número de pueblos salvajes. Los tres sistemas politeístas principales son: la idolatría: adoración de varios dioses personificados en ídolos; el sabeísmo: culto de los astros y del fuego; y el fetichismo: adoración de todo lo que impresiona a la imaginación y a lo que se atribuye un poder.

(7) "No resulta fácil saber —escribe Gilson— hasta qué (punto las antiguos griegos avanzaron en esta dirección... Sin embargo, puede observarse en seguida que allí donde el monoteísmo ha sido reconocido y aceptado —es decir, en el mundo cristiano—, ha ocupado inmediatamente el sitio central y se impone como el principio de los principios. Ahora bien, no encontramos ningún sistema filosófico griego que haya reservado el nombre de Dios a un ser único y haya sometido el sistema del universo a dicho Dios... Que si hay un Dios, este Dios es único; he ahí lo que a partir del siglo XVII nadie se tomará ya la pena de demostrar como si se tratara de un principio inmediatamente evidente. No obstante, los griegos no lo habían pensada." Gilson: El espíritu de la filosofía medieval, cap. III.

(8) Blanc de Saint Bonnet escribía: "Hace más de un siglo que sólo oímos hablar de la naturaleza: dios cómodo, que no ve, que no habla y lo da todo sin pedir nada". L'Amour et la Chute, pág. 270.

(9) Alocución al Congreso de Histopatología del sistema nervioso (13 noviembre 1952).

(10) Dicho de otro modo, la mano, el pie, el corazón, el ojo sólo tienen un valor en cuanto forman parte de un cuerpo. Separados de éste carecen de finalidad, no tienen sentido. La mano, el pie, el corazón, el ojo, no son, pues, más que partes del cuerpo; partes totalmente ordenadas a este todo, sin otra finalidad que sobrepase la finalidad del cuerpo mismo. (Nota de la Cité Catholique.)

(11) Volveremos sobre este punto con bastante mayor amplitud.

(12) Es llamado sagrado, efectivamente, en el sentido estricto de la palabra, aquello que es más directamente de Dios, para Dios, por Dios. Así se llaman "sagrados" los cálices o ropas utilizados en la celebración de los santos misterios. Sagrada la música que acampana el oficio divino. Y sagrado el arte de construir o decorar los santuarios. Sagrada sobre todo la milicia de los sacerdotes, religiosos y religiosas. Y sagrada la vida humana, puesto que, a diferencia de la vida animal o vegetal, es la manifestación de un orden que Dios se ha reservado entera y directamente. "Porque la vida humana es la de un alma inmortal, alma que Dios ha creado directamente, no para ser puesta a otro servicio, sino sólo al Suyo. El hombre no está dirigido totalmente más que a Dios."

(13) No hay oposición, pues, entre la ley del desarrollo personal y la ley del verdadero progreso social. ¡Al contrario! Este género de personalismo, tan extendido, con tendencia a llegar a ser asocial si no antisocial; personalismo que tiende a dessocializar, a despolitizar las condiciones del desarrollo personal en este mundo; personalismo que tiende a desprender el hombre de las comunidades naturales, familia, patria, nación, bajo el pretexto de su trascendencia personal...; un personalismo tal no es conforme al plan divino ni verdaderamente ordenado al mejor bien de las personas.

(14) Observatore Romano. Del 19 y 24 febrero 1954.

(15) MENSAJE RADIOFÓNICO A LOS CATÓLICOS AUSTRIACOS, de 14 septiembre 1952 (Observatore Romano, 15-16 septiembre 1952).

(16) Nótese que en este texto la palabra socialización se emplea en el sentido antes usual de "hacer socialismo", es decir, conforme al Diccionario de la Lengua, de acción o efecto de "socializar", o sea "transferir al Estado u otro organismo colectivo las propiedades, industrias, etc., particulares". Significado distinto de la traducción por socialización de la expresión "sociales rationes incrementare" empleada en la Encíclica Mater et Magistra. Ver la nota de la página 84 del número 7 de VERBO (nota de Speiro).