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Editorial. [Sobre el diálogo]

¡Diálogo!

¡Necesidad del diálogo!

Nuevo dogma. Imperioso. Temible.

Desgraciado quien lo rechace o le profese sin fervor. Condenado a un ostracismo inmediato y universal, tendrá que darse cuenta pronto de que si los cristianos han podido sin inconveniente mostrar sus desaprobación ante la proclamación de la Infalibilidad Pontificia o del dogma de la Asunción, si algunos apenas sienten reparo para expresar su temor de ver a la Iglesia presentar como verdad "de fe" la tradicional creencia en María, mediadora de todas las gracias, el dogma del "diálogo", ese sí que tiene otra importancia y otra gravedad.

Dogma soberano. Nuevo Verbo, fuente de ortodoxia.

Principio de verdad sin el cual nada se ha podido hacer y nada se podrá hacer en adelante.

No hay ninguna duda de que todos y cada uno tengan el deber de examinarse en este aspecto. ¡Y nosotros los primeros!

¿Dialogamos? ¡Realmente, sinceramente!

O, como ha escrito un editorialista, con una notable finura y sentido de los matices... (¡para los prosoviéticos de Toronto!) ; ¿rehusamos el diálogo por preferir a él la Inquisición?

Para responder debidamente a esta grave cuestión se admitirá que es necesaria una elemental definición del diálogo.

Recurramos, pues, al clásico "Petit Larousse"... "impreso en el Canadá", página 320. Se lee en la palabra "diálogo": "conversación entre dos o varias personas..., obra en forma de conversación...".

Y el diccionario de sinónimos de Henri Benac (Hachette), página 254: ... en la palabra "diálogo" una flecha indica sólo la palabra "conversación", remitiéndonos a ella. «Conversación» es "un intercambio de frases entre dos o varias personas". Conversación es un término general y absoluto... y se refiere, sobre todo, a la acción que tiene lugar entre varias personas, más bien con referencia a su forma, en general familiar, ligera y agradable. "La entrevista" tiene lugar entre algunas personas o sólo dos... "Tete ó tete", entrevista entre dos personas a solas. "Coloquio", término del lenguaje religioso, conversación o conferencia (Coloquio de Poissy)... "Conciábulo", conversación o coloquio secreto presidido por la malevolencia o la hostilidad... "Diálogo", obra literaria o filosófica que tiene la forma de una conversación o una entrevista entre dos o más personas...; conversaciones supuestas entre personajes literarios, en el teatro, en una égloga, en la novela; designa también la entrevista entre dos personas insistiendo en el intercambio formal de palabras; pero en nuestros dios no es siempre familiar, como dice la Academia, y puede implicar un intercambio de ideas elevadas, un esfuerzo por conocerse, por explicarse: el diálogo del alma con Dios; el diálogo entre el Este y el Oeste...

Estas distinciones nos parecen esclarecedoras: Una conversación entre varias personas...

Este es el primer rasgo y como la noción básica. Y sólo en la medida en que la literatura, el teatro, la égloga, le imitan y reproducen, el término "diálogo" puede ser efectivamente aplicado a las obras así designadas. Sigue ocurriendo que estas obras literarias llamadas "diálogos" no son, en realidad, más que diálogos en imágenes y en pintura. Imitaciones de diálogos más que reales diálogos.

El verdadero, el auténtico diálogo, efectivamente, cuyas diversas imitaciones toman de él el nombre, es, ante todo y sobre todo, "conversación, entrevista entre dos o varias personas".

El modelo, el original es esto. Lo demás es una forma de decir o hablar.

Una conversación artificial, simples discursos entrecruzados, simple sucesión de artículos entre facciones o grupos diversos, no pueden ser llamados diálogos más que por aproximación; "diálogos" en sentido amplio; "diálogos" convencionales, si no es comedia o fingidos.

Una conversación, una entrevista... "... entre personas...": ¡El rasgo es capital!

En términos rigurosos no se puede decir que las muchedumbres o los grupos importantes puedan dialogar. Tampoco los partidos o asociaciones. Y lo que se designa por diálogo en este grado no es frecuentemente más que la reunión y la conversación de sus jefes respectivos o de sus delegados... Prueba de que no hay diálogo posible, diálogo verdadero, más que en el plano de una reunión de "dos o más personal'... Sólo por extensión o metafóricamente se habla del diálogo de dos grupos o de dos partidos cuando, a decir verdad, sólo se reúnen los jefes.

Finalmente, como hacía notar el P. Dejaifve: "Primordialmente importa que (el diálogo) sea un verdadero diálogo y no dos soliloquios que apuntan, por encima del interlocutor, a fines partidistas o publicitarios".

¡Nuevo rasgo capital!

Permite comprender hasta qué punto tales series de artículos, de emisiones, tales publicaciones de obras, no son, dígase lo que se dijere, verdaderos diálogos... Pues el espíritu, el tono, los argumentos, son totalmente diferentes, según se trate de la conversación que unos amigos pueden tener en la intimidad, la libertad, la confianza, la cordialidad del hogar de uno de ellos, o según que se trate, de hecho, de diálogos, de esos debates periodísticos o televisados en los que, bajo pena de quedar en ridículo, cada uno debe probar que tiene razón antes del final de la serie de artículos o del último segundo de emisión.

Por eso nos negamos a creer que tantos diálogos escritos o hablados sean diálogos.

Diálogos engañabobos.

Diálogos publicitarios y de propaganda.

Diálogos sofisticados entre el Este y el Oeste.

Diálogos falsos entre los pretendidos partidarios del pasado y los que se presentan modestamente a sí mismos como los hombres del porvenir. Diálogos entre derechas e izquierdas, etc.

Diálogos de comedia, enmascaramientos insidiosos de una lucha tanto más pérfida, cuanto que algunos la realizan bajo máscara de una imparcialidad, de urna amplitud de espíritu que no son más que mentira y engaño, como lo prueba el sectarismo ordinario de estos buenos apóstoles.

Dialogadores de sentido único y que no conciben aperturas y acercamientos más que en provecho de los peores enemigos de la Iglesia, contra sus hermanos católicos, quizá lo suficientemente desgraciados como para continuar denunciando la casi universal penetración del marxismo en el mundo.

(Nota: No deja de ser provechoso citar en este lugar lo que el cardenal Montini escribía en el Mensaje dirigido a su diócesis con ocasión de la Jornada del Apostolado cristiano (9 de marzo de 1962): "Para convertir a los hombres hay que acercarse a ellos, comprenderlos; hay que saber graduar las gestiones. Pero esta táctica y esta moderación han debilitado a veces el ardor apostólico, le han impuesto formas inofensivas, marcadas por la discusión, por la negociación, por la concesión. Y esto hasta el punto de hacer temer en ciertos casos que la tolerancia degenere en acomodo y en indiferencia, en renuncia al apostolado y a la conquista. El sentido de la oportunidad puede deslizarse hasta el oportunismo, la moderación hacia la debilidad; la milicia católica podría preferir la maniobra al combate (...) El militante católico deberá mostrarse siempre comprensivo hacia Sus adversarios, pero jamás hasta el punto de llevar agua a su molino cuando trabajan manifiestamente contra nuestra causa".)

El verdadero diálogo, los verdaderos dialogadores no están ahí, no son éstos.

¡Una conversación entre dos o varias personas!

¡Personas! Y no esos seres abstractos, unilateralmente presentados como progresistas o integristas, conservadores o liberales, creditistas o separatistas, de derecha o de izquierda, etc. Personajes sin relieve y sin vida profunda, considerados siempre desde un mismo ángulo, desde una sola faceta, la de la etiqueta prefabricada que se les ha impuesto más o menos justamente.

Estos no son personas. No son criaturas humanas realmente vivas, consideradas en 1a plenitud, la diversidad, los contrastes de su personalidad.

Hombres o mujeres que llevan un nombre, jóvenes o viejos, que pueden ser, sin duda, conservadores o liberales, creditistas o separatistas, pero que son también habitantes de tal ciudad, tal barrio; vecinos de X y de Y; muy bien (a pesar, acaso, de divergencias de opinión) con los dos; compañeros de trabajo de Julio y Víctor; viejos c amar odas de clase o de equipo deportivo de Pablo o Andrés; unidos a las "Cosas"; enemigos abiertos, en cambio, de las "Máquinas"; aficionados a Bach, detestan la televisión o viceversa, etc., etc...

Tal es el gran abanico de personas reales, de personas vivas...

Y no hay diálogo vivo, diálogo plenamente real más que en el plano concreto, viviente de estos seres.

Personas que pueden estar en desacuerdo en mil puntos, pero en profunda unión y simpatía en otros mil. Personas que disputan sobre Kennedy o De Gaulle, pero que se prestan la máquina de segar el césped, juegan al bridge o se van juntos a pescar. Acaso vecinos intratables, pero cuyas esposas simpatizan y cuyos hijos pertenecen al mismo equipo deportivo.

Sí, el diálogo es posible entre tales seres, porque en este grado tan elemental, el judío y el cristiano, vecinos de descansillo, pueden simpatizar, discutir libremente, con toda confianza, sin temor a ningún compromiso. En este grado, el enfermo musulmán puede hablar sin excesiva desconfianza con el médico católico que le cuida. En este grado, el comunista militante acepta hablar con el "compañero" clerical, porque no pueden hacer otra cosa que tomar el mismo tren o autobús para volver de su trabajo por la tarde.

Pero, ¿qué es esto?

De no equivocarnos, es el trabajo, son los mismos métodos de "La Ciudad Católica"...

Así, ¡dialogando sin saberlo! ¡Ah! ¡Sí! ¿Quién lo hubiese creído? ¿Quién lo hubiese dicho?

¡Alabado sea Dios!

Cuán agradable es encontrarse de perfecto acuerdo por una vez con las exigencias del servicio de Cristo, y las exigencias del servicio de Cristo con las exigencias del culto de este nuevo ídolo: el diálogo.

Tanto más, cuanto que, como diálogo, ningún trabajo, ninguna acción son más auténticamente "diálogos" que los nuestros.

¡Diálogos! Conversaciones confiadas, abiertas entre algunos amigos reunidos sin otra ley que la de su buena gana, de sus afinidades psicológicas. Sin que el judío, el musulmán, el comunista o el agnóstico se sienta atraído, comprometido en una "Trampa de curas". No, nada más que el fenómeno1 psicológico de amagos que se reúnen amistosamente en casa de otros amigos para "mirar" algo de esta doctrina social de la Iglesia, de la que, sin duda, hablan muchos, pero de la que la mayoría no conoce nada.