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Introducción a la política (IX)

INTRODUCCIÓN A LA POLÍTICA

TERCERA PARTE.

Dios es amor

"... Un estado de dependencia y de libertad. Mejor aún: una servidumbre creadora de la libertad. ¿Es posible?

¡No!, proclama la sabiduría del mundo que comprende o ve la dependencia solamente en la sujeción coactiva.

Pero, para la Iglesia, llena del Espíritu de Dios, sólo hay una verdadera sumisión, la que inspira el amor, y ésta es la creadora de la libertad... Propio del amor es encadenar y liberar a la vez..."

S. EXC. MGR. THÉAS.

 

EL DEMONIO DE LA ORGANIZACIÓN Y EL AMBIENTE DE LO IMPERSONAL

Según Pío XII (2): "... pero el problema que hoy se presenta es éste: ¿será igualmente válido para ejercer una influencia feliz sobre la vida social en general, y en particular sobre aquellas tres instituciones fundamentales, un mundo que no reconoce sino la forma económica de un enorme organismo productivo? Tenemos que contestar que el carácter impersonal de un mundo así contrasta con la tendencia del todo personal de las instituciones que el Creador ha dado a la humana sociedad. En efecto, el matrimonio y la familia, el Estado, la propiedad privada, tienden por su naturaleza a formar y a desarrollar al hombre como persona, a protegerlo y a capacitarlo para contribuir, con su voluntaria colaboración y personal responsabilidad, al sostenimiento y desarrollo, igualmente personal, de la vida social. La sabiduría creadora de Dios queda, pues, fuera de ese sistema de unidad impersonal, que atenta contra la persona humana, origen y fin de la vida social, imagen de Dios en lo más íntimo de su ser."

"Desdichadamente, no se trata en la actualidad de hipótesis y previsiones, sino que ya existe esta triste realidad: allí donde el demonio de la organización invade y tiraniza al espíritu humano, se manifiestan rápidamente los síntomas de la falsa y anormal orientación del desarrollo social. En no pocos países, el Estado moderno va convirtiéndose en una gigantesca máquina administrativa: toda la escala de los sectores político, económico, social, intelectual, hasta el nacimiento y la muerte, quiere convertirlos en materia de su administración. No hay que asombrarse, por tanto, si en este ambiente de impersonalidad, que tiende a penetrar y envolver toda la vida, el sentido del bien común se entumece en las conciencias de los individuos y el Estado pierde cada vez más el primordial carácter de una comunidad moral de los ciudadanos."

"De este modo se revela el origen y el punto de partida de la corriente que arrastra a un estado de angustia al mundo moderno: su "despersonalización". Se le ha quitado en gran parte su fisonomía y su nombre; en muchas de las más importantes actividades de la vida ha sido reducido a puro objeto de la sociedad, puesto que ésta, a su vez, es transformada en un sistema impersonal, en una fría organización de fuerza."

"Desierto humano", diagnosticaba Saint-Exupery... "Época en que el hombre, bajo un totalitarismo universal, se convierte en ganado apacible, educado y tranquilo. Y nos han hecho creer que esto era un progreso moral" (3).

¡Qué lejos estamos del orden prescrito por el "Principio y Fundamento"!

Orden en el que, por encima de todo, cuenta la "entrega libre del alma a Dios", evocada por el P. de Montcheuil (4).

Orden que no atenta contra la persona humana, "principio y fin de la vida social; imagen de Dios en su ser más íntimo" (5).

 

Un orden social respetuoso del hombre y de su libertad

Pero en ese punto se nos plantea esta cuestión:

¿Cómo gobernar a los seres libres sin que dejen de serlo?, y, ¿cuál puede ser el orden de la libertad?

¿No hay en ello, quiérase o no, una paradoja, incluso una contradicción?

Se conoce, a propósito de la ciencia política llamada ciencia moral, la objeción que tiende a arruinar la alianza de estas dos palabras. Los actos morales, los actos humanos son libres, se afirma. Por tanto, quien dice libertad, dice indeterminación. ¿Cómo podrá existir una ciencia indeterminada?

De aquí la opinión, tan extendida, según la cual, autoridad y libertad son dos cosas que se excluyen, dos cosas inconciliables o, por lo menos, de muy difícil conciliación.

Sin embargo, el acuerdo fundamental entre la autoridad, entre la obediencia misma y la libertad, es uno de los temas más familiares al magisterio cristiano.

Las imágenes pueden variar. La idea permanece la misma.

 

Verdad y libertad

Veritas liberabit vos ("La verdad os hará libres").

Nada hay, no obstante, que exija el asentimiento, la sumisión de la inteligencia y de la voluntad tanto como la verdad, que el Señor nos ofrece como liberatriz, a pesar de todo.

Liberam servitutem... (Nuestra libre dependencia...), se lee en la colecta de las ordenaciones: "Que podamos aportar siempre a vuestro servicio nuestra libre dependencia."

"Servir a Dios es reinar...", decía San Gregorio. Y en la pos-comunión de la misa de San Ireneo: "i Oh Dios !..., a quien conocer es vivir y. servir es reinar..."

"Tibi servire libertas (Servirte es ser libre) (En servirte está "la libertad)", añade San Grignon de Montfort en su Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen.

Como explica San Pablo, en su Segunda Carta a los Corintios (III, 17): "El Señor es Espíritu, y donde está el Espíritu del Señor está la libertad." Es decir, que este Espíritu, al que es debida obediencia; este Espíritu, que no es otro que el Espíritu Soberano, Ordenador de todas las cosas, Actividad infinita, sin embargo, es presentado por el Apóstol como un Espíritu de libertad, un Espíritu que libera.

Para multiplicar estas referencias sólo tendríamos el trabajo de la búsqueda, ya que la idea que expresan es frecuente en las Escrituras, el Magisterio de la Iglesia y los innumerables textos de los santos.

Así se comprende que San Pío X haya lanzado como una exclamación de descorazonada sorpresa en su carta Notre charge apostolique, ante el desconocimiento de un punto de doctrina desde largo tiempo profesado. "Además —escribió—, ¿se puede afirmar con alguna sombra de razón que haya incompatibilidad entre la autoridad y la libertad, a menos que uno se engañe groseramente sobre el concepto de libertad?". "... que uno se engañe groseramente…", llegó a decir el Santo Padre para subrayar lo burdo del error indicado. No se trata, pues, de una inexactitud de detalle, que hasta los mejores espíritus pueden cometer, sino de un error grave.

Incluso... tanto más grave en cuanto concierne, nos dice San Pío X, a ese importante problema del orden humano que es el de la libertad.

Es de notar que, precisamente para explicar este error del Sillon, San Pío X no acusa a este último de estar equivocado sobre la noción de la autoridad, contra la que estaban tan injustamente prevenidos los sillonistas, sino "sobre el concepto de libertad"; es decir, sobre aquello en que podría creerse particularmente ilustrados a los discípulos de Marc Sagnier.

Hay en esto una gran lección.

 

LA LIBERTAD SEGÚN LOS LIBERALES Y ANARQUISTAS

Contrariamente a lo que piensa demasiada gente, el error del liberalismo (6) no se halla principalmente en su desconocimiento, en su repulsa de la autoridad. Radica en que los liberales, los libertarios (7), se equivocan, en principio, sobre "el concepto de la libertad". Es sobre esta libertad, de la cual se dicen y se creen los teóricos y los apóstoles, donde libertarios y liberales comienzan a equivocarse. Y, porque empiezan a errar sobre la libertad, están abocados a equivocarse no menos "groseramente" sobre la autoridad...

Así lo quiere el orden de las cosas.

Ya que está en el orden de las cosas, en las más imperiosas exigencias del orden humano, que el problema de nuestra libertad sea resuelto antes que cualquier otro.

 

 

Importancia de distinguir la verdadera de la falsa libertad

El hombre, ¿es o no libre?

Según la respuesta que demos a esta pregunta, podrán cambiar todas las perspectivas humanas. Tal como explicaremos seguidamente, la definición misma del hombre "como animal racional" se halla en juego, y con ella toda la moral, y tras la moral todas nuestras concepciones políticas, todas nuestras ideas sobre el bien social (8).

Si, en efecto, el hombre es libre, y si verdaderamente la libertad dimana de su naturaleza, si es algo de cuya privación resulta la destrucción de su integridad de hombre, para no dejar subsistir nada más que una abyecta bestialidad, es obvio que habrá que tener en cuenta esta libertad. La autoridad que deberá ejercerse sobre las seres humanos no podrá ni deberá ser la misma que la de la vaqueriza guardando sus vacas o la del chalán herrando sus caballos.

En síntesis, de este hombre libre no se podrá disponer. No se tendrá derecho a manejarlo como se hace con un fruto o con una piedra, o como se utiliza un carro o un robot.

Vemos, pues, cuán fundamental es este problema de la libertad.

Todo error en esta materia conduce a una falsa concepción del orden humano. Y es por eso, porque la Revolución, porque el liberalismo, se han equivado "tan groseramente" sobre este punto, por lo que se ha extendido el desorden sobre el planeta entero, al generalizarse su falsa concepción de la libertad.

Es, por tanto, sencillo lo que debemos hacer:

No pudiéndose eludir ni evitar el problema de la libertad, es necesario esmerarse en distinguir la verdadera libertad de la falsa; la verdadera libertad de la revolucionaria.

Lo hemos dicho a menudo: en el trinomio masónico "Libertad, Igualdad, Fraternidad", los católicos podríamos ceder, sin pena, el uso de los dos últimos términos, puesto que, mejor que la "Fraternidad", tenemos la. Caridad; y mejor que la "Igualdad", tenernos "hambre y sed de justicia", que, aun sin salir del plano natural, es ya una noción más amplia, más armoniosa y más rica en matices humanos que el concepto, fríamente aritmético y deplorablemente injusto, de "Igualdad".

El término irreemplazable, en cambio —aquel que no podemos absolutamente abandonar a la revolución—, es el término "Libertad". Este término lo necesitamos a cualquier precio. Es muy frecuente oír decir a los contrarrevolucionarios que, por el deseo de salvaguardar el principio de la autoridad, estarían dispuestos a abandonar al adversario el vocablo "Libertad". Esto prueba que estos contrarrevolucionarios de hecho han adoptado lo más esencial de lo que pretenden combatir. Sin duda, están "por la autoridad", como dicen, mientras que los revolucionarios ponen su acento sobre la libertad. Pero... no dejan .de coincidir en que la libertad y la autoridad son dos cosas que se excluyen. Y bien, es en esto precisamente donde reside el error revolucionario. He ahí donde toma raíz su pecado. He ahí el nudo de la opción fundamental.

Por tanto, no caben dos soluciones. Solamente hay una. Esta palabra de "Libertad", de la que el enemigo ha hecho su mentira base, tenemos que reivindicarla. Hay que devolverle su verdadero sentido. Hay que arrancarla de las garras de los revolucionarios, desenmascarando, ante todo, la vacuidad, la inconsistencia, el absurdo de la idea que de ella tienen.

 

Repulsa liberal a todo determinismo: "Sólo yo"

Ya que, precisamente, no es malo saber que las objeciones formuladas por todos los que han rehusado creer en la libertad del hombre, apuntan y de hecho no se atienen más que a esta falsa idea de la libertad revolucionaria.

Libertad concebida esencialmente como un RECHAZO, UNA REPULSA DE TODO LO QUE, DESDE EL EXTERIOR, PUEDE ORDENAR LA ACCIÓN DEL HOMBRE...; DE TODO LO QUE, NO SIENDO EL MISMO HOMBRE, LE AMENAZA CON IMPONÉRSELE O ACTUAR EN LA DETERMINACIÓN DE SU COMPORTAMIENTO.

Según esta teoría, solamente soy libre en la medida en que yo pueda hacer "lo que me plazca", tomando aquí la palabra "placer" en su sentido más próximo a "capricho".

Concepción esencialmente negativa, de repulsa, de rechazo; concepción "nihilista" en un sentido pleno, pero muy exacto, del término.

Concepción falsa que, en su principio, es tan liberal como libertaria o anarquista, no existiendo ninguna diferencia esencial entre ambas, siendo su diferencia solamente de orden puramente cuantitativo; simple cuestión de grado en el desarrollo .de una noción fundamental común.

Así, el liberal arraigado, tipo Luis-Felipe, admitirá fácilmente que la libertad de uno no solamente deberá detenerse donde empieza la libertad de otro, sino, además, que la educación, las instituciones e incluso una cierta coacción social no la amenazan seriamente.

Por el contrario, los libertarios y anarquistas juzgarán inadmisibles y odiosas estas presiones, estas influencias y, con mayor razón, estas coacciones, más o menos sutiles, de la educación, de las instituciones y del clima social. Fuerzas todas ellas que, de creerles (¿y quién podría decir que no se hallan en la lógica del sistema?), amenazan o destruyen esta exclusiva disposición de uno mismo que ellos denominan libertad.

¡Muera, pues, el orden social Abajo el cuadro modelador e "influyente", si se puede llamar así, de las instituciones! ¡Abajo todo orden objetivo, todo orden no específicamente nacido de uno mismo! ¡Abajo toda autoridad!

¡Abajo lo que se llama prejuicios, rutina, el "qué dirán", el espíritu burgués! ¡Muera toda moral!

¡Muerte a toda superioridad, a toda dominación, aun la de la gloria! Porque la gloria, la fama, actúan como una invitación tentadora a. ordenar nuestros actos según una jerarquía de valores exaltados por otros, y que, por consiguiente, tienden a imponérsenos.

Es lo mismo que decir: ¡muerte a todo..., excepto a uno mismo!

¡Y aún -más!

¡Muerte a esta parte de nosotros mismos que, muy lógicamente, será considerada por los anarquistas como si no fuera plenamente nosotros mismos, en la medida en que es un reflejo y como la presencia en nosotros del orden universal! Queremos hablar de la razón, de la inteligencia, en la medida que son en nosotros la voz (un anarquista diría: los cómplices) del orden natural y divino.

Concepción libertaria de la libertad: concepción típicamente romántica.

Para ambas concepciones, la razón y la inteligencia tienen un carácter demasiado objetivo, demasiado distinto del "sujeto", demasiado universal. Tienden demasiado a arrancarnos, a hacernos salir de nosotros mismos, para que no sean sospechosas a los ojos de aquellos para quienes la libertad significa rechazar toda influencia exterior a uno mismo.

¡Mueran, pues; la razón y la inteligencia, que tienden a dirigirnos según normas que no surgen del propio "yo", en lo que ese "yo" tiene de más cerrado, de más hurañamente replegado!

Dicho de otra manera: ¡muera todo aquello que no me sea exclusivamente propio!

Prácticamente (puesto que no queda ya otra cosa), ¡abajo todo lo que no sea el ímpetu brutal de nuestros sentidos, oscuro movimiento de nuestras pasiones!

 

 

Absurdo radical del liberalismo: exaltación de lo animal

¡He aquí el abismo!

Sea cual fuere el nombre con que el romanticismo decore un final tan deplorable, está claro que, nos encontramos aquí en los confines de la animalidad.

Y esto no es solamente la conclusión, ciertamente lógica, de un razonamiento del que cabría preguntarse si verdaderamente ha llevado jamás a un auténtico liberal a semejantes extremos. Esta referencia al animal, propuesto como modelo de libertad, se encuentra explícitamente formulada en muchos pasajes de autores revolucionarios.

He aquí algunas líneas, muy significativas, de Voltaire, extraídas de sus Estudios sobre el derecho de propiedad y el robo.

"Los animales —leemos—, inferiores por naturaleza, tienen sobre nosotros la ventaja de la independencia... En este estado natural de que disfrutan los cuadrúpedos indomados, los pájaros y los reptiles, el .hombre sería tan feliz como ellos."

¡Ideal del bípedo indómito! He aquí ciertamente, una cima de perfección que el catolicismo ni siquiera supo entrever. Concedamos a la Revolución que sólo ella podía imaginarla, ya que está perfectamente en la lógica de su sistema.

"Entre los animales no hay rey ni súbditos —podía leerse en una hoja masónica (9)—; todos se gobiernan a sí mismos, en plena posesión de su libertad."

Sí: lo que hay que tener es el cinismo de enseñar esto, cuando se admite la concepción liberal o libertaria de la libertad.

Concepción, de la que es necesario decir, que lleva directamente al absurdo, en el sentido más filosófico de la palabra (significa contradicción).

Absurdo, decimos, porque es, en efecto, contradictorio que el desarrollo lógico de una noción tan específicamente humana como es la noción de libertad, lleve derechamente a cualquier resultado no humano y sí específicamente animal.

 

Los que niegan toda libertad

Esta concepción es absurda; y lo es de tal modo que son muy pocos los que no hayan pensado en poner en duda la existencia de semejante libertad. El peligro estriba, a veces, en que, tomando esta falsa libertad por la libertad verdadera, algunos llegan a convencerse de que el hombre no es libre en modo alguno.

En efecto: ¿qué rehúsan admitir, por lo general, sino esa pretensión de independencia e indeterminación casi absolutas que es la esencia del concepto revolucionario de libertad?

De ahí, la fuerza incontestable de estos argumentos con respecto a aquellos que ignoran que hay dos concepciones de la libertad, una falsa y otra verdadera: la concepción liberal y la concepción católica, y que, por tanto, nada tenemos que perder porque la falsa sea demolida. Lo importante es no confundir .¿No es doloroso, en efecto, ver tan frecuentemente a tantos de los nuestros turbados por objeciones que no tienen valor y sentido más que contra el liberalismo, puesta que el concepto católico de libertad está tan rigurosamente alejado de su trayectoria?

Esta sería la ocasión, sin embargo) de lanzar el famoso Suave mari magno. ¿Qué hemos de temer, .en efecto, y por qué no tener el humor de encontrar "suave" (permítasenos esta traducción, un poco libre, del verso de Lucrecio...), si "suave", es tener los pies en seco, mientras el enemigo está en el lago? Porque tal es justamente la situación en semejante aventura. ¿Qué tenemos que ver en estos conflictos, donde no hay comprometido nada de lo realmente nuestro?

Si la libertad es, en efecto, como implica la noción libertaria, la facultad de obrar sin determinación exterior, ¿por qué sorprendernos de que se la llame ilusoria, puesto que la misma evidencia lo proclama? En otros términos: si se admite que una acción ya no es libre desde el momento en que somos empujados por una razón cualquiera, resultará tan claro como la luz del día que el hombre no es libre en absoluto.

No es libre para beber, porque si bebe es debido a que le empuja la sed o el amor al vino, o la amistosa insistencia de quien le ofrece un aperitivo.

No es libre de escoger un oficio, pues si lo haces influido por su educación, las circunstancias, motivos de interés, de gusto o de comodidad.

Y no es libre tampoco para saltar de un tren en marcha, puesto que el instinto de conservación le impedirá optar por romperse la crisma, a menos que, estando acorralado por un loco furioso, este mismo instinto de conservación le obligue a. franquear la portezuela para intentar escapar del puñal que le amenaza. Pero, en uno u otro caso, nada de libertad..., es una razón más fuerte la que le determina, sea a saltar, sea a no saltar.

Y etcétera.

 

Una pretendida "libertad".., que se niega a sí misma

Argumentos, todos éstos que, deberemos reconocer que prueban la falta de libertad del hombre, si esta libertad se concibe según el esquema liberal. Y eso es de tal modo evidente, que los mismos liberales llegan a dudar de esta libertad. Y la prueba es que ellos experimentan, a veces, la necesidad de manifestarla de una manera más sensible, por Io que "un seguidor de Gide", por ejemplo, llama "acto gratuito", es decir, un acto sin ninguna otra razón que la de una manifestación exclusiva del yo. Así, por ejemplo, el de aquel existencialista que, queriendo probar su libertad, creyó perentorio embarcarse para Indochina por la sola razón de no tener razón alguna para ir allí. Por lo menos, así lo creía él, pues, en realidad, tenía la de no tenerla, razón que, para el existencialista de que se trataba, no podía dejar de ser una razón tiránicamente perentoria, como los hechos demostraron. De tal suerte que este pobre muchacho, que quiso pagar tan cara la prueba de su libertad, no supo darse cuenta del feroz determinismo de que fue víctima embarcándose, etc.

He aquí hasta dónde puede conducir la estupidez de la noción liberal de libertad.

¡Pobre madame Rolland, que no sabía cuán acertada estaba lanzando su famoso: "Libertad: ¡cuántos crímenes se cometen en tu nombre!"

Ciertamente, no es esto, no esta libertad de consecuencias sangrientas y grotescas, la que el Señor había previsto cuando creó libre al hombre.

¡No! Esta no es, en absoluto, la libertad de la cual la Sagrada Escritura nos dice que Dios mismo no la trata sino con gran reverencia "magna reverentia".

¡No! No está ni puede estar ahí lo que, juntamente con la Iglesia, debemos llamar "la santa libertad de los hijos de Dios".

 

VERDADERA LIBERTAD DE "HIJOS DE DIOS"

Libertad de hijos de Dios. La fórmula es más rigurosa, quizá, de lo que se cree.. No la consideramos solamente por una facilidad de ilación lógica. Contiene todo lo que nos queda por decir.

En el lenguaje de la Sagrada Escritura, como en el de los pueblos antiguos, la condición libre por excelencia, en oposición a la condición de esclavo, ¿no es, acaso, la condición de hijo? "Ser hijo o ser libre —observa el Cardenal Pie— es una misma cosa: liber. Sin embargo, la condición de hijo es también una condición que implica obediencia y subordinación... Llegar a ser libre no es, pues, necesariamente, salir de las filas de los esclavos para pasar a las de los rebeldes. ¡No! Es ser liberado del yugo del amo para colocarse bajo la potestad del padre.; pasar de la condición de cosa a la condición de persona, es salir de la servidumbre para ser agregado a la familia."

Digamos que supone, a la vez, tanto el deber de sumisión al padre como la seguridad de reinar con él.

 

"Donación libre del alma de Dios", "nuestro Padre"

Pero, "libertad de hijos de Dios", ¿qué es sino decir que Dios es Padre, "nuestro Padre"?

Y nadie es más padre que El. Nemo tam, pater, enseña Tertuliano.

Y si Dios puede ser declarado así el Padre por excelencia, ¿no es, acaso, porque El es amor? Deus caritas est, nos dice San Juan.

¡Todo radica en esto!

¡Y nada existiría sin esto!

He aquí, en el principio como en el fin, la razón de todo y, por tanto, la razón de nuestra libertad.

Pero razón que se nos aparece con riqueza y fecundidad extraordinarias. Ya que si el amor de Dios es, en efecto, causa universal, veremos que, en lo concerniente a nuestra libertad, esta causalidad divina se hará, si cabe, más adorablemente delicada, más inefablemente tierna, de tal modo que no podríamos, ciertamente, descubrirla si la refiriésemos solamente a lo que tiene de más exquisito o más preciado el universo mineral, vegetal o animal.

Hay, en efecto, en el capítulo de la libertad, algo que no se encuentra en ninguna otra parte.. : la reciprocidad exacta de la libertad con el amor. Dicho de otra manera: el amor de Dios, para complacerse verdaderamente en una criatura, debe hacerla libre. Porque si el amor, en efecto, según frase de Santa Teresa de Lisieux, "sólo se paga con amor", está bien claro que el amor exige, por esto mismo, la libertad, porque no hay ni puede haber amor directamente obligado.

No hay posibilidad de intercambio amoroso con robots.

Así, pues, para que efectivamente Su Amor pudiera ser pagado con amor, Dios no podía sino crear seres libres, seres que no le pagasen con oro ni con plata, sino con el libre impulsa de todo su ser hacia EL.

"Lo que cuenta es esta libre donación del alma a Dios", ha dicho muy bien el P. de Montcheuil.

¡Prueba suprema del amor!

Era imposible que Dios nos obligara directamente a amarle para que pudiera ser realmente correspondido en el amor. Jean Daujat lo ha dicho bien: "Si Dios nos ha creado para darse enteramente a nosotros en un intercambio de amor, ha sido necesario que nos creara libres para que libremente eligiéramos amarle." Lejos, pues, de presentarse a nosotras bajo el esplendor de una Omnipotencia que sólo podría imponerse, este. Dios de amor, al contrario, tenderá a esfumarse, se hará Deus absconditus —Dios escondido—, un Dios que quiere, sobre todo, dejar hablar primero a las maravillas que nos ofrece en Su Creación, en Su Redención, en Su Iglesia (10).

Se hará "mendigo de amor", como esos "enamorados" que se consumen y que no saben cómo hacer para obtener del ser amado una libre respuesta de amor dada con todo el encanto de su espontaneidad.

Y es un hecho que el padre Romagnan (11) se afana en proclamar. Toda: la creación —hace él observar— proclama la Omnipotencia de Dios. Bastó una chispa de Su Voluntad para que los mundos, las galaxias, hayan tomado dócilmente su curso en el espacio. Todo el Universo, físico o químico, vegetal o animal, ha obedecido, y obedece aún, sin desviarse, las prescripciones de la Soberanía Infinita. Pero cuando se trata de nosotros, seres libres, la Omnipotencia parece desvanecerse. Y esto no sólo porque Ella nos ha creado "lo menos posible", según bonita frase de Blanc de Saint-Bonnet, sino porque Dios parece verdaderamente detenido ante la libertad del hombre. Aquél, a quien obedecen las estrellas, el mar y los vientos, aparece de repente sin saber qué hacer, pata obtener la libre respuesta del amor.

Sabemos hasta dónde llegó la adorable paradoja...: hasta la humillación de un Dios rebajándose y sufriendo; hasta Su muerte, "et mortem autem crucis, se sorprende San Pablo, anonadado —y "hasta Su muerte en la cruz".

¡Sí! Tal es la fuerza de nuestra libertad, que hemos podido ver a un Dios rebajarse ante ella; solamente porque tal es la ley del amor.

 

Amor y libertad: palabras-clave del orden humano

¡Amor y libertad: las dos palabras-clave del orden humano! Dos palabras que expresan lo que hay en nosotros de más fundamental y divino, que es imposible que el hombre las escuche sin sentirse conmovido en sus fibras más intimas. Incluso cuando ha perdido el sentido exacto de las mismas no dejan de ejercer sobre él un cierto encanto, lo cual indica que, incluso en nuestros más siniestros desórdenes, la ley profunda de nuestro ser es justamente la de la libertad y el amor.

Amor y libertad: palabras-clave del orden humano

También, parafraseando un célebre pasaje de Bossuet, podemos decir que... todo el bien, toda la felicidad del hombre consisten en que su libertad, y, por tanto, su amor, sean verdaderamente lo que deben ser. Toda su desgracia, todo el desorden, toda inmoralidad, toda la Revolución, consisten, por el contrario, en una deformación, en una caricatura blasfema de la libertad y del amor.

Es en nombre de la verdadera libertad y del verdadero amor que los santos llegaron, y llegan, a ser lo que son, del mismo modo que es en, nombre de la libertad, pero de la falsa, y en nombre del amor, pero del amor engañoso, que se cometen todas las indignidades individuales y sociales.

Esta es la alternativa: lo mejor o lo peor.

 

El amor, única razón ,de ser de nuestra libertad

La libertad es ley de amor, como hemos dicho, porque no hay ni puede haber amor directamente obligado.

Directamente constreñido.

Todo está contenido en estas palabras.

El amor no sería en absoluto amor, en efecto, si no buscarnos conquistar, forzar el corazón del ser amado para obligarle a amar a su vez.

Algún lógico, cegado, podrá gritar: ¡Paradoja!

Para contestarle, basta evocar la fórmula tan a menudo repetida por todos los que se lanzan a la conquista de una beldad, al principio desdeñosa: "Tanto os amaré que os obligaré a amarme." Y sin duda se trata aquí de "forzar a amar libremente".

Porque, si no puede haber amor directamente obligado, ya que el amor quiere ser pagado con amor libre, queda sólo la posibilidad de que esta presión pueda ser ejercida indirectamente.

¿Pensáis, en efecto, que hablando de "obligar a amar", nuestro enamorado haya pensado en alguna coacción directa, como seria, por ejemplo, la amenaza de un puñal o un revólver, o una paliza, hasta que surja el amor?

¡No! Se esfuerza, en cambio, en conquistarla con un conjunto más o menos abundante de causas segundas susceptibles de provocar el amor en su amada. Causas segundas, que pueden ir desde un mayor cuidado en la toilette, golpe de peine y exceso de cosmético, oferta de joyas, hasta la exquisita delicadeza de innumerables atenciones: corrección de una actitud o conducta, dudosas hasta entonces, incluso a veces hasta una transformación completa de sí mismo para hacerse más digno de afecto.

Todo se hace para que, ante la generosa magnificencia de este ramillete de mil bienes ofrecidos a sus pies, la bella no pueda permanecer insensible y sienta nacer verdaderamente en el fondo de su corazón este libre impulso de amor, que es el único precio del amor.

Táctica del enamorado de Magali, popularizada por la canción de Mireya; táctica de todos los enamorados de la Tierra, pero táctica que es también la de Dios.

El tampoco busca, ni puede, ni quiere coaccionar directamente nuestros corazones. Pero, ¡qué locura seria creer, por esto, que El se desinteresa de obligarnos a amarle! Por el contrario, pondrá todo en acción para llegar a ello, pero indirectamente.

En un desbordamiento de inagotable BONDAD, nos colmará, nos prevendrá, nos rodeará de mil bienes, de mil solicitudes, para que, tocados, finalmente, por tantas gracias, nuestra corazón responda libremente a Su Amor.

He aquí, pues, que entrevemos ya la solución del problema que nos ocupa. Se deriva de la doble comprobación que acabamos de hacer:

LA LIBERTAD ES LA CONDICIÓN DEL AMOR.

Y EL AMOR ES LA ÚNICA RAZÓN DE SER DE NUESTRA LIBERTAD.

 

Notas

(1) Boletín religioso de Tarbes y Lourdes, 7 julio 1955.

(2) Radio Mensaje: Navidad 1952.

(3) Carta al general X... Citada en "Para que El reine", págs. 499 y siguientes.

(4) Opus cit., cf. estudios precedentes VERBO, núms. 11 y 12.

(5) Pío XII, cf. supra.

(6) Cf. H. Collin, "Manuel de Philosophie thomiste", t II, pág. 375 (Tequi, París): "El liberalismo es la doctrina que hace de la libertad el principio fundamental en relación al cual todo debe organizarse de hecho, en relación al cual todo debe juzgarse en derecho..." Libertad —principio que tiende de por sí a una disolución general de todo orden... Orden familiar arruinado por las teorías más o menos avanzadas de la unión libre (divorcio, aborto: "tu cuerpo es para ti"). Orden económico y social, arruinado por una libre competencia ilimitada ("laisser faire", "laisser passer"), la libertad de defender las proposiciones o las causas más subversivas, etcétera. Orden intelectual o moral arruinado por "la libertad de pensamiento"; es decir, por rehusar admitir una verdad objetiva ("todas las opiniones son buenas, todas las acciones son válidas en lo absoluto..."). La libertad de la que aquí se trata no es el libre albedrío interior, pues muchísimos liberales lo rechazan para el hombre; es la libertad exterior de actuar a capricho, considerada como el bien supremo del hombre, Bien supremo que debe respetar toda ley, toda sociedad, sin que jamás lo violenten de modo alguno. "Entendido en este sentido, el liberalismo se puede considerar como una de las principales epidemias anticristianas que han azotado al mundo..." (R. P. Belliot dixit, Manuel de Sociologie Catholique, pág. 56. Lethielloux édit.) "Prácticamente, el liberalismo hace de la libertad exterior el fin último del hombre en la Tierra y reivindica esta libertad para todo y para todos, incluso para el mal y el error." La libertad, por tanto, no deberá ser un fin en sí, sino solamente un medio, bueno o malo, según la cosa elegida. La libertad exterior no debe ser salvaguardada y garantizada por la autoridad pública encargada por su función de defender los intereses de sus subordinados más que en aquello en que no es nociva a su bien espiritual, intelectual, moral, material, presente o futuro... "La libertad exterior sólo es respetable en tanto que se ejerce para el bien; si no es así, degenera en licencia, y debe ser refrenada. Es la verdad del buen sentido que expresa admirablemente la divisa del presidente-mártir del Ecuador, García Moreno: "Libertad para todos y para todo, excepto para el mal y los malhechores". "Considerado en su principio, el liberalismo no es más que un esfuerzo de sublevar al individuo, llamándole sedicente autónomo, contra las reglas objetivas de su actividad normal: autoridad religiosa, autoridad pública, autoridad de la evidencia de los objetos que se imponen a la adhesión de nuestra inteligencia, autoridad de las leyes de la moral, autoridad de las reglas de la belleza y del arte. Así, se emparenta más o menos estrechamente con el protestantismo, el democratismo anárquico, el sujetivismo, la moral independiente, el romanticismo y todas las escuelas de arte individualista..." (H. Collin, opus cit., pág. 875.)

(7) Entre liberales y libertarios, en efecto, no hay ninguna diferencia esencial, sino simple diferencia de grados. Los que llamamos comúnmente liberales no llegan, en efecto, hasta el desarrollo extremo de las consecuencias, como hacen los libertarios.

(8) Se comprende por qué hemos tenido interés en situar este problema de carácter específico del orden humano desde el principio de la presente "Introducción a la política"; cf. VERBO, núm. 3.

(9) Cf. Dom Paul Benoit, La Cité anti-chrétienne, IIª Parte, 7, 1, página 94.

(10) Y; para, tomar conciencia precisamente de la infinidad de bienes de que nos ha colmado, el efecto es de tal modo sorprendente que San Ignacio ha hecho de esta toma de conciencia lo que se podría llamar el argumento general de su famosa meditación: "Para obtener el amor divino", que es como el final de sus Ejercicios.

(11) ... de los Cooperadores parroquiales de Cristo Rey (Chabeuil. Drôme).