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Editorial. [El ideal cristiano. Sobre los fines de la Ciudad Católica y de sus miembros]

EDITORIAL

1. Dios es caridad, amor, como lo definió el apóstol San Juan, y nada hace ni puede hacer que no esté inspirado por el amor al Sumo Bien, que es Él mismo; y, en cuanto tiene relación con los hombres, por el amor al bien sobrenatural a que se dignó sublimarlos, confiriéndoles la dignidad de hijos adoptivos suyos, coherederos con el hijo natural y único, Jesucristo.

2. Pero ese amor de Dios a los hombres se nos ha manifestado con especial fulgor en Jesucristo. Jesucristo, en su ser, en su destino, en su obra redentora es la prueba contundente y espléndida del inefable amor que Dios Padre nos tiene. "Tanto amó Dios al mundo que le dio a su hijo Unigénito"(San Juan). Recordad las expresivas palabras del Credo, para ver también la caridad del Hijo que nos ama con el mismo amor de su Padre y porque el Padre nos ama: Qui propter nos homines et propter nostram salutem descendit de coelis, et incarnatus est de Spiritu Sancto ex Maria Virgine, et homo factus est. Crucifixus etiam pro nobis sub Pontio Pilato, passus et sepultus est…

Todo Jesucristo y toda su obra, desde la encarnación del Verbo Divino hasta su ascensión a los cielos y su entronización a la diestra del Padre, se ordena por el amor increado a nuestra salvación, que es nuestro máximo bien.

3. Cuando el cristiano toma viva conciencia de esta verdad inefable y de algún modo siente cuanto le ha amado Dios, que por amor le ha dado a su Hijo Unigénito y tantos bienes sobrenaturales incluidos en la divina adopción, entonces es cuando, según la expresión de San Pablo, se siente alcanzado y como cazado y aprisionado por Cristo, y exclama desde lo más intimo del corazón con el mismo Apóstol: Señor, ¿qué queréis que haga? ¿Qué daré yo a Dios por lo que me ha dado? ¿Cómo le pagaré tanto como le debo? ¡Es imposible! Porque aunque yo le amara con todas las humanas posibilidades de amar y le sirviera con toda solicitud y fidelidad, sólo podría ofrecerle algo finito, y Él es infinito y merecedor de infinito amor. Con todo, la caridad de. Cristo nos estimula y nos aprieta, y es menester que vivamos y muramos por Aquél que por nosotros vivió, murió y resucitó; es menester que nuestra vida sea Jesucristo.

A lo menos, pues, viviré únicamente para Él, Le diré con San Ignacio: Tomad Señor y recibid, toda mi libertad Mi ilusión será agradarle realizando su ideal en mí y, con mi trabajo y mis trabajos, en todos los hombres sin excepción, ya que, en la divina intención, todos fueron redimidos. Si amo a Jesucristo en correspondencia a su amor, ¿cómo voy a poder vivir sin afanarme para que los demás conozcan ese amor y le correspondan con amor y solicito servicio, realizando en sí mismos los adorables designios de salvación durante la existencia temporal y consumándolos con el triunfo de lo resurrección? El apostolado es efecto necesario del amor de correspondencia a Jesucristo.

4. De esta conciencia de correspondencia a la caridad del Padre y de Jesucristo ha nacido la Ciudad Católica, y ella misma es la fuente de energía con que debe alimentarse en su obra de apostolado. Cada miembro de la Ciudad Católica ha de asignarse por tarea suprema de su existencia contribuir cuanto pueda al establecimiento del reino de Cristo en los corazones, humanos: reino de fe, esperanza, caridad; de justicia y de amor fraterno, de ese amor propio de los hijos de Dios, de los miembros de la familia de Dios, según el mensaje del mismo Jesucristo transmitido incorrupto por la Sagrada Jerarquía a la que Él lo encomendó. Y en esta tarea trabajar siempre, para evitar engaños, bajo el magisterio y jurisdicción del Vicario de Cristo y de los Prelados sucesores de los Apóstoles por quienes se nos comunican las luces y los alientos del Espíritu Santo.

5. Pero nadie da lo que no tiene. Si no tenemos en nuestras almas el reino de Cristo, si Él no reina en nuestros corazones, ¿cómo podremos ser eficaces apóstoles para que reine en los demás? Médico, cúrate a ti mismo. Realicemos en nosotros el ideal de Cristo, y entonces nuestras palabras, apoyadas por los ejemplos, serán eficaces. Cristo nos tomará como instrumentos de su glorificación si somos otros Cristos.

6. Y aunque sabemos que el reino de Cristo se ha de realizar en último término en cada persona, pues ella ante todo es el objeto de la salvación, también sabemos dos cosas importantes:

1ª Que para que se salven los individuos ayuda eficazmente el ambiente cristiano de las instituciones en que el hombre desarrolla su acción existencial, y, por eso, la sociedad misma como tal ha de ser cristiana como siempre enseñaron los pontífices romanos y con particular insistencia Pío XII.

2ª Que Cristo es Rey de Reyes y de pueblos, de individuos y de sociedades, y también éstas han de reconocer su imperio y actuar según sus leyes y las de su Santa Iglesia. De forma que no ya el laicismo persecutorio, sino la simple neutralidad es una impiedad detestable, que se ha de combatir como opuesta en todo al plan divino, aunque, por la miseria de los tiempos, perdida en tantos grupos la verdadera fe católica, ese mismo plan divino no se pueda hoy realizar, idealmente al menos.

¡Qué desorden tan grande que en la Asamblea de todo el orbe se proscriba el nombre de Dios, y su santa ley no sea aceptada, como norma de todas las deliberaciones y resoluciones! ¡Qué en un país, el Estado, para, asegurar la paz y la vida de los ciudadanos, haya de prescindir de Cristo, Príncipe de la paz y Autor de la vida, pacificador, con su sangre, de todos los hombres y donador de la vida de la gracia y de la gloria eterna! Los miembros de la Ciudad Católica no renunciarán nunca a combatir contra tal misterio de iniquidad, sino que, al revés, consagrarán su vida a la instauración de aquel orden cristiano que San Pablo proclamó como bandera: todo vuestro, vosotros de Cristo y Cristo de Dios.

Imploremos el auxilio divino por medio de la Virgen María, Madre de Dios y nuestra, a fin de que en esta reunión fraternal trabajando y orando con humildad y caridad, se intensifique en todos el amor a Jesucristo, Salvador y Rey del mundo, y ese amor sea motor potente de una apostólica actividad que apresure su triunfo y el de Su Santa Iglesia. Adveniat regnum tuum. Amén.

EUSTAQUIO GUERRERO, S. I.

Exhortación inaugural en la III reunión de los amigos españoles de la Ciudad Católica, el 20 de abril de 1963.