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Autoridad y totalitarismo

 

Antes de entrar en el análisis del concepto de Autoridad, sus fines y sus límites, es necesario resolver previamente el problema de la sociabilidad natural del hombre. A través de Aristóteles, Santo Tomás de Aquino y León XIII, llegamos a conclusiones exactas. También la experiencia y la historia responden afirmativamente. Y tras el estudio sociológico del "Cuerpo Místico", podemos deducir nuestra sociabilidad divina y sobrenatural.

En toda sociedad bien constituida es necesaria una Autoridad que la rija y la gobierne. La Autoridad, según Taparelli, "es el derecho de reunir las operaciones de todos los socios para el bien común". La doctrina pontificia puntualiza y perfila, con esmero, sus límites y sus fines. Son muchísimos los textos de León XIII, Pío XI y Pío XII —algunos de los cuales se citan— que esclarecen puntos esenciales de doctrina política en relación con el concepto de Autoridad.

Ahora bien; la. Autoridad puede corromperse por defecto o por exceso. En el primer caso nos encontramos en presencia del Anarquismo, que equivale a una atrofia de la Autoridad. Su hipertrofia —por el contrario— es el Totalitarismo o corrupción por exceso. Ambos extremos coinciden en un punto clave: matan la libertad humana. Debe tenerse en cuenta que la ley es presupuesto obligado de nuestra libertad. Sin ley —Anarquismo—, o con una ley absorbente, sin sujeción a postulados superiores —Totalitarismo--, la libertad del hombre periclita.

El Totalitarismo entraña, una doble vertiente herética, señalada ya previsoramente por Donoso Cortés : es un ultraje a la majestad de Dios y, a la vez, un ultraje a la dignidad del hombre. En el Totalitarismo, Dios es suplantado por el Estado. La teología es convertida en política. La Iglesia se trasfunde en el Partido. Y el Jefe, indiscutido e indiscutible, de quien emana todo poder, exaltado con ritos sacramentales y fanáticas propagandas dirigidas, sustituye a Cristo. Varios textos de Carl Schmitt y de Adolfo Hitler —que se citan— confirman lo dicho.

El ultraje a la majestad de Dios trae, corno ineludible consecuencia, el ultraje a la dignidad del hombre. En el Totalitarismo el hombre no es sujeto de derechos, sino de deberes para con el Estado. Aquí cobra todo su vigor dramático la famosa frase de Lenin: "La libertad, ¿para qué?"

El estado es el amo. El hombre es su esclavo. Se le despersonaliza y se le castra para la lucha de oposición. Se le obliga a enajenar en favor de la colectividad sus derechos personales e innatos. Cuando Eichman, acusado de asesinar a seis millones de hombres, afirmó a modo de exculpación que sólo había cumplido con su deber, tenía razón desde el punto de vista totalitario. Si no hay Derecho Natural al que esté sometida la Autoridad Pública el deber será cumplir a rajatabla sus mandatos, aunque nos parezcan crímenes odiosos.

Frente a esta monstruosa herejía, la que ha recibido seguramente más condenas por parte de la Iglesia, las Encíclicas Pontificias están llenas de advertencias, admoniciones y condenas. Pío IX, Pío XI, Pío XII y Juan XXIII han hablado claramente al respecto. "La justicia exige —afirmó Pío XII— que todos reconozcan y defiendan los sacrosantos derechos de la dignidad y libertad humana".

Ante la caótica situación del mundo, el cristiano debe mantenerse alejado de pesimismos eunucos y de optimismos frívolos. Un realismo sano y equilibrado debe presidir su actuación. En la seguridad de que, una vez restablecido en el mundo político el verdadero concepto de Autoridad; automáticamente habrá de experimentar un alza, como valor de inestimable contización, la dignidad intangible de la persona humana.