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Variaciones sobre la idea de tolerancia

Bien y tolerancia del mal

Ante todo, hay que rechazar la idea de que la tolerancia de un mal pueda considerarse un bien en sentido estricto...

Puede ser un mal menor.

Decimos "puede ser". Pues no es seguro que lo sea siempre o, si se prefiere, que lo sea automática y necesariamente.

Por ello no puede ser querida a priori y en todas las condiciones. En ciertos casos puede ser escandalosa, criminal, inadmisible, porque no reúna las razones prudenciales (relativas y contingentes) que puedan justificarla.

Puede ser resultado de una grave cobardía, triste resultado de la debilidad de espíritu o del enervamiento de la voluntad. Traición pura y simple.

Puede ser un mal menor.

Es, por tanto, por este título (y prudencialmente) preferible a un mayor mal: ... a ese mal mayor que amenaza provocar una acción inhábil en favor de la verdad.

La sabiduría puede, pues, en tales circunstancias, exigir que se sufra, que se tolere el triunfo de un mal incluso odioso. Por temor a un mal peor.

La tolerancia de ese mal odioso es, en este caso, un mal menor.

Pero, por menor que sea con relación al mal peor, este mal menor es y sigue siendo un mal.

No es ni puede ser llamado un bien, en sentido estricto.

Pues al mal comía tal, el simple veredicto del hombre, "mal" le designa y le condena. El mal, en tanto que mal, sólo tiene el único inconveniente que la prohibición que le condena.

Si el mal no dependiese más que de la etiqueta "mal" que le denuncia, podría .parecer suficiente colgarle la etiqueta en cuestión, como basta señalar la zanja que corta la acera para impedir que se caiga en ella. Circunscrito así, un mal, un peligro de esta clase, se puede decir que queda circunscrito, hecho fracasar realmente. Se puede tolerar su amenaza sin demasiados inconvenientes; con toda paciencia. No hay más que pasar de largo para no sufrirle, pues una zanja en> una calle no representa un mal tentador, "atrayente", seductor, contagioso[1].

No se puede decir otro tanto del mal moral, del error intelectual comúnmente recibido y profesado. Sobre todo, cuando este error y este mal son en cierta forma instituidos, legalizados, oficializados. Un error y un mal que inspiran la ley, sancionados, y admitidos por el legislador.

Sin embargo, incluso en este grado, puede ser prudentemente necesario tolerarle. Pues incluso este mal tan grande puede ser un mal menor en relación con un mal mucho más grave aún.

Pero lo que jamás ha sido enseñado por un maestro digno de este nombre, es que la tolerancia del mal pueda ser como un principio fundamental de sabiduría, valedero en todas las condiciones, bueno en sí mismo y por sí mismo, una regla perentoria universal de prudencia política aplicable en todos los tiempos, todos los lugares, todos los medios y para todos los problemas.

El bien, como tal, consiste en hacer de manera que el mal sea rechazado, combatido, y vencido si es posible. Lo que implica en el plano teórico y práctico una lucha de todos los instantes. Lucha sin impaciencia, ciertamente, pero sin pusilanimidad. Lucha dirigida a la luz de una doctrina segura y suficientemente desarrollada. Lucha regulada por las exigencias de una prudencia auténtica.

Pues, repitámoslo, el mal, incluso legítimamente tolerado, no continúa por ello siendo menos mal en el aspecto moral de un veredicto que se podría llamar teórico, doctrinal sino que ese mal corroe, ese mal deshace, ese mal causa estragos y destruye prácticamente. Verdadero cáncer.

Por eso es inadmisible el principio absoluto de una tolerancia presentada como un bien.

Incluso en esta cita de Pío XII que se cree perentorio oponernos, este gran Papa Doctor se expresa así: "El deber de reprimir las desviaciones morales y religiosas no puede ser... una norma de acción[2]. Debe ser subordinado a normas más altas y más generales que, en ciertas circunstancias, permiten e incluso pueden quizá presentar como mejor partido no impedir el error para promover un mayor bien".

Pío XII no dice y no podía decir que esta promoción de un mayor bien sea el efecto directo y como esencial del solo hecho de tolerar el mal. El hecho de tolerar el mal (por el menor mal que ello supone y que lo puede justificar únicamente) permite, por otro lado, promover un mayor bien. Gomo el hecho de cortar una pierna gangrenada permite salvar al enfermo. Lo que jamás ha querido decir que, incluso en ese caso, el amputado pueda considerar un bien tener una pierna menos.

Tolerancia absoluta de los liberales y de los revolucionarios

Hacer de la tolerancia un principio absoluto es caer de lleno en un concepto de tolerancia revolucionaria esencialmente liberal. Instrumento ideal para el progreso del agnosticismo, del escepticismo en el mundo. Tolerancia sólo de la negación de la verdad, pues hay que destacar precisamente que los apóstoles de esa tolerancia toleran todo, salvo la verdad que se afirma como tal, aureolada de los caracteres que son suyos. Verdad objetiva, expresión de un orden querido por Dios, única fuente razonable de derechos…

De ahí la observación de René Groos. El liberalismo tiene como principio un respeto igual .para todas las opiniones. Es decir, condena la idea de una legítima preeminencia de la verdad (y el carácter de obligación moral que esta verdad implica cuando es conocida). A la vez, y a pesar del "tolerantismo" que profesa, condena de hecho toda opinión que no sea liberal.

Claramente: plantea el principio de la intolerancia sólo en provecho del agnosticismo, del indiferentismo religioso o filosófico, de la incertidumbre metódica y de la negación.

No hay, pues, intolerancia más pérfida, más mentirosa que esta pretendida tolerancia. Tolerancia sólo del laxismo, de la indiferencia y del escepticismo. Pero pretendida "tolerancia" despiadada de hecho ante toda proclamación de los derechos de la verdad.

¡Tolerancia revolucionaria!

Jamás los hombres se han degollado tan a placer y encarcelado tanto hasta el triunfo universal de esta concepción de la tolerancia...

Cualquiera que ame sinceramente la verdad, cualquiera que crea en la existencia de lo bello y del bien objetiva y universalmente fundados, cualquiera que busque promover el bienestar en el mundo no puede aceptar la noción de tolerancia como principio fundamental (decimos fundamental) de cualquier comportamiento. Dicho de otro modo: no puede aceptar que se haga de ella una regla soberana de conducta y de acción.

Para ser legítima, para ser defendible, la tolerancia debe suponer de antemano que, además y ANTE TODO, la verdad, lo bello y el bien sean proclamados, servidos, defendidos.

La tolerancia no es admisible más que con esta relación y en esta línea del combate positivo por la verdad.

Si fuese SOBERANAMENTE regla de acción, regla de actitud y comportamiento, la tolerancia dejaría de tener sentido. Coincidiría con la inconsistencia de un caos moral puro y simple...

Si se piensa que el aborto, que el divorcio son cosas legítimas y permitidas... hablar de tolerancia a su respecto es injusto...; pues "en el sentido estricto de la palabra "tolerar", hablar de la tolerancia de un bien es ridículo... No sé tolera un bien; Se tolera un mal.

Por lo tanto, en sentido estricto, para poder decir que se tolera realmente el divorcio o el aborto, se supone que el divorcio y el aborto son, por lo menos en algún lugar, designados y estigmatizados como males.

Fuera de estas reglas, la tolerancia no es tolerancia. Es indiferentismo.

Es esa anarquía de pensamiento y afectos implicada en la fórmula de DOSTOIEVSKY: "Si Dios no existe, todo está permitido En este caso, no hay nada que tolerar..., pues todo es legítimo.

Verdadera tolerancia y servicio a la verdad: ejemplos

La tolerancia, pues, para poder ser llamada propiamente "tolerancia", no es concebible más que en relación al servicio previo y preeminente de la verdad. No es legítima más que en esta postura secundaria de servicio indirecto a esta verdad. Colocarla delante y como en el frontispicio de un comportamiento humano es una prueba de irreflexión. Muy lejos de prohibir la proclamación, o sea, el servicio a la verdad, la tolerancia, para ser razonable e inteligente, supone esta proclamación y este servicio. Es bastante sorprendente, por lo menos, que una proclamación, incluso vigorosa de la verdad, una estigmatización menos vigorosa del error y del mal pueda ser considerada una violación de las conciencias.

Algunos ejemplos harán comprender mejor .lo que interesa indicar aquí.

Elijamos, entre mil ilustraciones posibles, las del médico, el profesor, el misionero... y la de nuestro propio caso, de los amigos de La Ciudad Católica.

1.—Ejemplo del médico.

¿Quién admitirá que el primer principio de la acción médica sea la tolerancia del mal, de la enfermedad? Y ¿qué médico, qué cirujano, qué enfermero se ha dedicado jamás a su profesión con la primera intención de tolerar el sufrimiento, la enfermedad y. las innumerables afecciones con que está afligida la Humanidad? Muy al contrario, está fuera de duda que la medicina, al igual que el médico, no tienen sentido ni más razón y ser que el fin (intolerante sobre todas las cosas) de combatir, vencer y reducir a la nada la enfermedad.

Por ello se desviven los médicos. Por ello se trabaja en los laboratorios. Por ello los enfermeros y mozos de sala se relevan, noche y día en los hospitales..., etc.

Todo por un espíritu fundamental de intolerancia. ¡Intolerancia de la enfermedad! Para desembarazar de ella al mundo, si fuese posible. Pero, desgraciadamente, no lo es. Así, a pesar de tantos esfuerzos, tantas reflexiones, tantos cuidados, los médicos, de hecho, se ven obligados a tolerar el mal. ¡Véase! Brazos y piernas son amputados, estómagos suprimidos, ojos sacados, dientes arrancados, pulmones neutralizados, etc., ... Prueba de que en ciertos casos, médicos y cirujanos escogen deliberadamente estos menores males para evitar un peor mal … y, con ello, salvar a sus enfermos.

Tolerancia, pues.

Tolerancia de ver salir a un enfermo del hospital con una pierna menos.

Sin embargo, supongamos (desgraciadamente, en teoría) que por efecto de este espíritu de intolerancia de los sabios encarnizados en vencer el mal, se descubre mañana un remedio capaz de hacer nacer una pierna sana a quienes se les acaba de amputar. ¿Se cree que en nombre del principio soberano de tolerancia los cirujanos continuarán y deberán continuar cultivando el "unipernismo" de sus operados?

Si la tolerancia fuese un bien en sí misma, podrían hacerlo. Pero, como en realidad la tolerancia de un mal menor es, a pesar de todo, un mal, el deber del cirujano es hacer desaparecer este mal menor, sí es posible sin más graves inconvenientes.

2.—Ejemplo de los profesores.

Pero pasemos al segundo de los ejemplos anunciados: el de los profesores y maestros…

No se hace uno profesor o educador para tolerar la ignorancia o el vicio sino, por el contrario, para combatir la ignorancia natural en los niños y para hacerles amar la virtud...

Intolerancia, pues, en pretender consagrar su vida a recordar a los muchachos que dos y dos no son cinco, como creen a veces, que París no es la capital de Nicaragua y que Juana de Arco no hizo consagrar en la catedral de Reims a Enrique IV. Cuál no será la intolerancia del educador que rehúsa ponerse a favor de la pereza de uno, de la tendencia a la pereza de otro, de los fermentos de impureza que se adivinan en aquel otro, etc. ¿No es el colmo de la intolerancia que quien es tenido como buen educador se dedique a corregir, a desembarazar a sus alumnos de tales efectos?

Sin embargo, es un hecho que el buen educador está animado ante todo por esta intolerancia de la ignorancia y del vicio, pero no por ello sabe tener menos paciencia y tolerancia. Pero ello en segundo plano. Como hecho y no como principio. Para ser verdaderamente justo y prudente, la tolerancia se practica, no se dogmatiza, o se practica lo menos posible. El mundo moderno está demasiado lleno, creemos, de innumerables ejemplos del sectarismo apasionado de los predicadores de tolerancia.

Muy al contrario, el buen educador, el buen profesor, si apenas habla de tolerancia a sus alumnos, la practica de hecho. ¿Qué director de colegio mantendría como maestro a quien, desde el principio de curso, tuviese en su clase el siguiente lenguaje: "Soy ente todo el apóstol de la tolerancia. Para evitar violentar vuestras conciencias sabré guardarme de criticar abiertamente vuestra ignorancia o vuestros defectos. Esperaré solamente a que la transformación del medio por el capellán me parezca conveniente"?

De hecho, el buen maestro y el buen profesor, según la recomendación de San Pablo a Timoteo, "predica la palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprende, suplica, amenaza, con toda paciencia y siempre instruyendo". (II, Tim. 4, 1-8.)

Con toda paciencia, ciertamente, pero sin cesar de instruir, de proclamar la verdad.

Es un hecho que los buenos maestros de nuestras instituciones o colegios toleran pacientemente, sin cesar de enseñar, las faltas de sus alumnos.

Las toleran para evitar el mal mayor que sería, por ejemplo, la desesperanza, el descorazonamiento del alumno ante la excesiva severidad de su profesor. Las toleran, porque saben que no se hace un bachiller en un día...

Dicho de otro modo: tienen paciencia, pero sin dejar de enseñar. Toleran, pero continúa, a pesar de todo, profesando la verdad, luchando contra la ignorancia, estigmatizando la pereza y el mal. Pero si esta pereza y ese mal sobrepasan ciertos límites, no los tolerarán ya y el alumno será no solamente castigado, sino suspendido. Lo que prueba que, incluso en su segundo grado, la tolerancia tiene sus límites.

3.—Ejemplo del misionero.

Análogas reflexiones son posibles a propósito de la tercera ilustración: la del misionero.

Cuando este último parte a evangelizar un mundo paganizado, ¿se cree que es movido primeramente por un espíritu de tolerancia. Parte, porque su fe de cristiano, su celo de sacerdote le impelen aceptar que Cristo; dos mil años, después del Calvario, continúe siendo el gran ausente, el gran desconocido en un número demasiado grande de medios y naciones ...

Como se suele decir: esto le resulta intolerable. La frase es clara. Y el misionero parte para hacer cesar tal estado de cosas. Ese es su fin, su razón suprema. Parte para "enseñar a todas las naciones", lo que es, pues, bastante diferente.

¿Se cree de verdad que Jean Marie Vianney, al ir hacia Ars para tomar allí posesión de su parroquia, se debía decir en el fondo de su corazón: voy a ese pueblo para tolerar en él los cabarets y los bailes? Sin embargo, es un hecho que no ha incendiado los primeros ni exorcizado a los que participaban en los segundos. Luchando contra los bailes y contra los cabarets, los ha tolerado, sin embargo. Igual que el misionero con más celo tolera de hecho el mal que sigue siendo dueño del alma de aquellos a quienes quisiera atraer a Cristo... Tolera, no se subleva contra la lentitud de la evangelización o los fracasos de ésta... Tolera, pero porque sabe que realmente no se le dan a Cristo aquellos a quienes se convierte a la fuerza, sin que comprendan, sin que le quieran o sin que le amen verdaderamente.

Por lo tanto, el misionero sabrá tener tanta paciencia como haga falta. Tolerará. Pero, ¿dejará.de predicar por eso?, ¿se callará?, ¿se le reprochará que viola las conciencias si continúa proclamando la verdad y denunciando el error?

¡No!, pase lo que pasare, y a veces hasta el martirio, el buen misionero continúa diciendo dónde está el bien y dónde está el mal. Así continúa rindiendo "el mayor servicio que un hombre puede rendir a sus semejantes", al que alude Mons. Freppel cuando escribe: "La mayor desgracia para un pueblo o para un país es el abandono o el debilitamiento de la verdad. De todo lo demás se puede levantar; no se levanta jamás del sacrificio de los principios. Los caracteres pueden ceder en determinados momentos y las costumbres públicas sufrir algo por el vicio o los malos ejemplos, pero nada se ha perdido mientras las doctrinas verdaderas permanezcan en pie en su integridad. Con ellas todo se rehace tarde o temprano, los hombres y las instituciones, porque se es capaz siempre de volver al bien cuando no se ha abandonado la verdad. Lo que quitaría hasta la misma esperanza de salvación sería la deserción de los principios, lejos de los cuales no se puede edificar nada sólido y durable. Así, el mayor servicio que un hombre puede hacer a sus semejantes en las épocas de desfallecimiento o de oscuridad, es afirmar la verdad sin temor, aun cuando no se la escuche ; pues es un rayo de luz que se abre a través de las inteligencias y, si su voz no consigue por el momento dominar los ruidos, por lo menos será recogida en el porvenir como la mensajera de la salvación ..." (citado en "Pour qu'il règne", pág. 399, nota 22.)

Y el Cardenal Pie: "Es deber imperioso, es noble costumbre de la santa Iglesia rendir homenaje a la verdad sobre todo cuando es desconocida, profesarla cuando está amenazada. Es un mérito mediocre declararse su apóstol y su adherido cuando todos la reconocen y se adhieren. Hacer tanto caso del estado humano de la verdad, amarla tan poco por ella misma que se reniega de ella cuando no es popular, cuando ya no tiene el número, la autoridad, la preponderancia, el éxito, ¿no será una forma nueva de practicar el deber y de comprender el honor? Sépase que el bien sigue siendo bien y debe continuar siendo llamado por ese nombre INCLUSO CUANDO "NI UNO SOLO LO HACE" (Salmos XIII, 3). Basta, además, con un pequeño número de seguidores para salvar la integridad de las doctrinas; y la integridad de las doctrinas es la única posibilidad del restablecimiento del orden en el mundo..." (Cardenal Pie: Obras, t. V, pág. 203).

Difundir la buena doctrina cuando es más desconocida

Esta es toda la razón de ser y como la ley de nuestra lucha por La Ciudad Católica.

Constituir, mantener, sostener este pequeño número de seguidores que, pase lo que pasare, serán capaces de recordar, mantener en el plano cívico esta integridad doctrinal que aparece, desgraciadamente, cada vez más como la única oportunidad de restablecimiento del orden en el mundo.

Gomo tenemos poco gusto por las "tartufadas", confesaremos muy alegremente no haber emprendido nuestro trabajo empujados primeramente por un amplio espíritu de tolerancia. Muy al contrario; debido a que los progresos de la Revolución en el mundo nos parecerían cada vez más intolerantes, porque los medios empleados hasta ahora para combatirla nos parecían manifiestamente insuficientes, nos hemos decidido a realizar un trabajo para reforzar el despliegue ya existente. Trabajo que tiene por fin reforzar este despliegue en su punto que nos parecía más débil: la formación doctrinal. De ahí nuestra tarea, que no está en absoluto ordenada a la elaboración de una doctrina social, habida cuenta de que esta doctrina está ya totalmente hecha por la Iglesia y ofrecida por ella? todos los hombres de buena voluntad, quienquiera que sean... Pues es un hecho que hay entre los no cristianos un número cada vez mayor que, sin profesar la fe católica, no por ello proclaman menos la gran sabiduría de esta doctrina social tan magistralmente elaborada por los Romanas Pontífices[3], y de la que Pío XII no ha dudado en decir que es, no solamente "obligatoria", sino "clara en todos sus aspectos"[4].

Nuestra tarea, por tanto, es la de consagrarnos más especialmente a la difusión más penetrante; más intensamente conducida, más metódicamente organizada de esta doctrina, sabiendo bien que esta difusión cuanto más "capilarmente" es realizada, es una de las más poderosas que hay, por ignorado que ello sea.

Está, pues, bien claro que tal acción doctrinal no es, al menos en su principio primero, una tolerancia. Es un combate. Igual que la medicina, en su principio, no es tolerancia, sino combate contra la enfermedad. Como la pedagogía, en su principio, no es tolerancia, sino combate contra la ignorancia y la pereza. Como el apostolado de los misioneros, en su principio, no es tolerancia, sino combate para vencer el mal, disipar errores, llevar las almas no a un moralismo vago y sincrético, sino al único Dios y a su Hijo Jesucristo con exclusión de todo otro sistema tenido por religioso...

Pero como los médicos, pedagogos y misioneros toleran, nosotros también en nuestra labor toleramos, sufrimos, nos callamos.

Tenemos tanto espíritu de tolerancia que incluso nos hemos privado del derecho que tenemos, que tendríamos de decir: ¡no!, ¡fuera! a otras fórmulas que no nos gustan; a opiniones que no aprobamos; incluso a algunos actos o escritos que estimamos sería muy fácil probar que son lamentables y propiamente inadmisibles.

Muy al contrario, y esperando así promover un mayor bien, preferimos callarnos acerca de estos males... muy reales... que todos los días están de actualidad, para realizar en paz, lejos de todas las polémicas (salvo, bien, entendido, las que nos hagan) un trabajo más profundo de formación de cuadros.

De hecho, callamos.

De hecho, toleramos.

Sin embargo, igual que los demás, tenemos derecho a dar nuestra opinión sobre los acontecimientos, diciendo con muchos más detalles, por ejemplo, que sufrimos al ver a la Revolución encontrar tantas complicidades, tanto aplanamiento, tanta cobardía entre los que debieran combatirla con el doble título de su razón y de su fe. Tendríamos derecho a decir que la acogida dada por cierta prensa cristiana al advenimiento de Fidel Castro ha constituido un verdadero escándalo de ceguera sentenciosa y prevaricadora, e incluso ese tipo de, complicidad que consiste en no denunciar la Revolución más que cuando es ya muy tarde y está sólidamente establecida[5]. Tenemos derecho, en esta ocasión, de decir nuestro desacuerdo con quienes apenas se privan de entablar polémicas, tratando de polemistas a quienes atacan, aunque generalmente estos hayan tomado la decisión de dejar toda disputa. Etc.

"Resignación provisional" ante el mal… Medios eficaces para "el fin al que no se renuncia"

Una vez más preferimos callar.

Compruébese. No obstante, con limitarnos a la acción doctrinal, imponemos a ésta que no se ejerza más que por el funcionamiento de grupos ínfimos. Ello, para evitar, entre otras cosas, el "escándalo de los débiles", que podía provocar, en la atmósfera anónima de reuniones demasiado amplias, recordar verdades perfectamente justas y saludables, pero demasiado ignoradas de nuestros contemporáneos.

Nada más contrarío a nuestros métodos que ir a amotinar a las gentes denunciando los errores que, sin embargo, se hallan "instituidos." en nuestro derredor.

Método, lento, paciente, tolerante como el del misionero en país difícil, el del médico ante un enfermo delicado, el del profesor con alumnos muy retrasados o perezosos…

Método incluso preconizado por Pío XII (18 de septiembre de 1951): "Puede ocurrir que aquí o allí, en un punto o en otro, nos veamos en la necesidad de ceder ante las fuerzas políticas. Pero en este caso no se capitula, se tiene paciencia. Aún más, hace falta en tal caso que la doctrina permanezca a salvo, que todos los medios EFICACES se pongan a contribución para encaminar las cosas progresivamente al que al que no se renuncia".

Discurso citadlo en "Pour qu'Il règne" (en nota, pág. 296) y que, según creemos, permite perfectamente escribir: "... sépase bien: tolerar no quiere decir que se acepte, apruebe o que no se trate de convencer. Implica solamente que se redoblará la dulzura, la caridad, el amor, la paciencia" (pág. 414).

Creemos que es significativo que el canónigo Ravaud (en "Le Courrier", de Ginebra, del 10 y 11 de mayo de 1961) se refiera todavía a este párrafo.

"Se habrá visto, escribe, que la tolerancia de que habla La Ciudad Católica es una resignación provisional ante el mal que no se puede impedir: esto no quiere decir... que no se trate de eliminar..."

"Se habrá visto..."

Destacamos sobre todo que, mucho más que a nosotros, la requisitoria del señor canónigo alcanza al consejo formal de Pío XII ya citado: " Puede ocurrir que aquí o allí, en un punto o en otro nos veamos en la necesidad de ceder ante la superioridad de las fuerzas políticas. Pero, en este caso no se capitular se tiene paciencia Aún más, es necesario en tal caso que la doctrina permanezca a salvo, que todos los medios EFICACES se pongan a contribución para, encaminar (las cosas) progresivamente al fin al que no se renuncia...".

Esto nos parece claro...

¿Hemos dicho algo más?

Sin embargo, comprendemos que tal modo de considerar las cosas no le agrade a nuestro interlocutor. Toleramos de buena gana que piense lo que dice en "Le Courrier" de Ginebra. Quizá es, incluso, su derecho, pero ¿tolerará él que sea él nuestro preferir al suyo el parecer de Pío XII sobre el mismo punto? ¿Y esto no '' provisionalmente"?

JEAN OUSSET

 

 

[1] Señalar ese peligro no es por ello menos obligatorio: luces rojas, cuerdas protectoras durante la noche; y de día, el cartel: "Atención, peligro, obras". ¡Qué intolerancia! Sin embargo, ¿quién ha pensado jamás en dirigirse al obrero encargado de instalar esas señales salvadoras diciendo: "Amigo, ¡qué rigorismo! ¿Ignora Vd. el deber de tolerancia?" Pero, en realidad, ese obrero tolera. No está, incluso, encargado de cerrar la zanja. No deja de señalar .por ello el peligro. Le proclama a su manera, colgando linternas. La diferencia es que las nuestras son, si así puede decirse, linternas doctrinales.

[2] Con ello queda indicada la. inanidad de las fórmulas de acción esencialmente negativas. Necesidad de comenzar por una enseñanza positiva. Estar "a favor", en lugar de estar "en contra".

[3] "Numerosos hombres, industriales como vosotros, CATÓLICOS Y NO CATÓLICOS, también han declarado expresamente en varias, ocasiones que la doctrina social de la Iglesia —Y SOLO ELLA— es capaz de proporcionar los elementos esenciales para tina solución de la cuestión social (Pío XII, Discurso al IX Congreso de la Unión Internacional de Asociaciones Patronales Católicas, de 7 de mayo de 1949).

[4] 29 de abril de 1945.

[5] Véase la revista católica de información del 1º de marzo de 1959. donde se lee: "Fidel Castro: una era cristiana comienza para Cuba ..."

"La Revolución marcará una fecha importante en la historia del catolicismo cubano: ella manifiesta su despertar..." "¿Comunistas, Fidel Castro y su movimiento del 26 de Julio?" ... En el número especial de "La Quincena", el P. LUCAS IRUREGOYENA responde: "De comunismo, ni huella".

Véase igualmente la entrevista de Fidel Castro al "Diario de la Marina", recogida por el R. P. LLORENTE: "Cuba inaugura una era cristiana que irá en sentido cristiano", declaraba el dictador.

Pero, a la vez, algunos nos reprochaban las alusiones, bien discretas, sin embargo, al marxismo de Fidel Castro y de sus jefes barbudos, principalmente en el capítulo de los "titismos": Cf. "El Marxismo-leninismo", página 209.