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El laicado católico, la mayor esperanza de la Iglesia

Exhortación de S. S. el Papa en su visita a la ciudad de Frascati

(1 de septiembre de 1963; texto italiano en "L'Osservatore Romano" del 2-3; traducción castellana de "Ecclesia") del 14-9, número 1.157).

El primer saludo del Papa es para el señor cardenal Cicognani, obispo de la iglesia suburbicaria de Frascati, su veneradísimo y dignísimo secretario de Estado. Seguidamente, al prelado y al clero de Frascati; al señor alcalde y a todas las autoridades civiles presentes; a los fervorosos fieles que en tan gran número se aprietan en torno al Papa que se encuentra entre ellos. Que todos reciban su saludo y bendición.

Glorias antiguas y nuevas de Frascati

Todos saben cuáles son los motivos de la visita. El principal, rendir homenaje a un Santo, que Frascati puede inscribir entre sus hijos honorarios: San Vicente Pallotti. Durante estos días, estos hijos queridos veneran profundamente y se ocupan de evocar el recuerdo de su vida, ejemplos y actividades, especialmente poniendo de relieve su santidad y, reafirmando también los propósitos de imitar sus ejemplos, trabajando para que la gran lección de San Vicente Pallotti, ofrecida al mundo de hoy, aquí también, mejor, especialmente aquí, donde él celebró su primera misa y escribió y consignó para el futuro las reglas de su Instituto, tenga, como herencia, un nuevo y hermoso florecimiento de iniciativas. Esta es la meta de la piadosa peregrinación de Pablo VI, que se asocia, con tanto agrado y veneración, al solemne acto de culto y participa también en las intenciones de sus hijos con profunda alegría y con el deseo de enriquecerlas con su exhortación y bendición.

Y por otra parte, no puede ser para vosotros una distracción, sino que parece formar parte del acontecimiento la alabanza que el Papa ha hecho, al entrar en la ciudad, de la fascinación de Frascati. No se puede entrar indiferente en Frascati, sin advertir, diríamos, una sinfonía de voces que, quien sabe escuchar, debe percibir y apreciar aquí. Los extranjeros son los primeros en hacerla célebre. En cuántas partes del mundo encontramos reproducido esté nombre, precisamente porque tiene notoriedad y encanto del todo particular. Los visitantes procedentes de otras naciones dicen: damos también nosotros el nombre de Frascati al ambiente que, en cierto sentido, evoca la belleza de esta ciudad., Por ello encontramos Frascati en Varsovia, en América, en Irlanda y en otras partes. Prueba de un verdadero poder de fascinación que otras ciudades no tienen. Quien tenga buen oído, que escuche aquí ecos lejanos, lejanísimos, los muchos y muchos que nutren lo mismo el mundo romántico que las memorias clásicas. Además, el que tenga más afinado el oído histórico escuchará con gran interés las voces de Túsculo y de los azares medievales, tan; dramáticas, oscuras, unas veces y con frecuencia muy importantes. Luego sentirá clara la voz de la edad moderna, de los siglos que siguieron al Renacimiento, que' dieron a Frascati la fisonomía que todavía conserva, con las iglesias, las villas y los insignes recuerdos de sus personajes. No deja de tener significado el hecho de que, después de Roma, ninguna ciudad ha dado tantos Papas a la Iglesia como Frascati. Ello atestigua una vitalidad espiritual, política, social y una cultura de tan alta resonancia y extensión como para participar en las vicisitudes de siglos enteros.

Una prueba aterradora

Sin embargo, no es éste el motivo del viaje de hoy del Papa a Frascati. Pero antes de manifestar su razón fundamental, goza recordando cómo le agrada la armonía de todas estas voces; y también, porque en cierto momento se llega a recuerdos recientes y el concierto se transforma, por desgracia, en fragores de guerra. Su Santidad conserva todavía ante sus ojos la escena de las inmensas llamas que brotaban de este suelo a continuación del terrible bombardeo, que pudo observarse desde la terraza de su departamento de la Ciudad del Vaticano. Recuerda las angustiadas exclamaciones de las personas presentes: ¡Mira, mira, Frascati está hecho fuego! ¡Mira cómo se pulveriza por la despiadada ruina que le cae del cielo! Y recuerda luego lo que siguió: el desierto de Frascati, el abandono, la huida de los aterrorizados supervivientes; y los episodios que honran, en verdad, al obispo auxiliar residente entonces aquí, a cuya heroica conducta debemos rendir homenaje: monseñor Biagio Budelacci. Con unas pocas personas vagaba por entre las ruinas para asistir y curar a los heridos; buscar y transportar los cadáveres. Trabajo dificilísimo por el exiguo número de habitantes supervivientes. ¡Pobre Frascati! Parecía el final. Esta imagen de guerra debe, sin embargo, perdurar, no para hacer triste la memoria de la ciudad, sino para evocar también sus horas trágicas que han de hacer mejores y más fieles a sus habitantes.

Fervientes iniciativas pastorales

Hoy la ciudad es toda una flor. Sus villas se han reconstruido y se cuentan entre las más espléndidas del mundo. Sus instituciones hacen el suelo de Frascati profundamente rico en vida espiritual, que vierte hacia Roma y de Roma recibe corrientes espirituales magníficas: casas religiosas, colegios, instituciones varias, que han hecho siempre de Frascati una ciudad fiel a la Roma católica. El Padre Santo expresa su agradecimiento al señor cardenal Cicognani, porque la resurgida y restaurada ciudad recibe ahora gran impulso del corazón generoso del purpurado, asistido por el celoso obrero del Evangelio, el nuevo obispo monseñor Liverzani. El Papa se goza al ver que la ciudad no ha renacido sólo materialmente con su importante urbanismo, sino que está a la altura de sus tradiciones culturales, espirituales y católicas. De ello' se prueba, y casi presagio, la presencia del Santo, a cuyo pensamiento y veneración nuestro ánimo se dirige para rubricar, en este acto nuestro de culto, el propósito de que su obra continuará fecunda cual límpida fuente de nueva vida religiosa y cristiana. Pues es intención de su eminencia y del Obispo fundar aquí una casa de la Sociedad del Apostolado, que debe a San Vicente Pallotti su origen. Lo cual quiere decir honrar a Pallotti no solamente en sus veneradísimas reliquias, sitio tener a Pallotti vivo con su espíritu y con las energías que él supo despertar en la Iglesia de Dios.

Reina ya —y Su Santidad quiere honrar también la conclusión de la biografía tan interesante y edificante del Santo— la certeza de que San Vicente Pallotti fue un precursor. Se anticipó casi un siglo al descubrimiento —es quizá hacer un desacato a la tradición cristiana decir esta palabra, mas es preciso ser realista y usaría—, al descubrimiento de que también en el mundo de los seglares, hasta entonces pasivo, dormido, tímido e incapaz de expresarse, hay una capacidad de bien. El santo, zarandeando casi la conciencia del laicado, hizo brotar de ella nuevas energías; le dio la noción de sus posibilidades con respecto al bien, enriqueció la comunidad cristiana con una cantidad de Vocaciones no sólo para la aceptación pasiva y tranquila de la fe, sino para su profesión activa y militante.

La obra precursora dé Pallotti

Fue, usando una palabra del gran Pontífice Pío XI, "el precursor de la Acción Católica", es decir, de la forma de vida cristiana que asocia al laicado voluntario a la obra de evangelización, edificación, santificación, confiada como mandato específico a realizar, a la Jerarquía eclesiástica. Construyó así el puente entre el clero y el laicado, que es uno de los caminos más recorridos de la espiritualidad moderna y que proporciona mayores esperanzas a la Iglesia de Dios. Realidad ésta, apta para demostrar la perenne, la siempre primaveral, la eterna vitalidad de la Iglesia. Sin embargo, no es de tal forma comprendida, ni tan desarrollada ni honrada por el propio laicado católico, que no exija todavía hoy ser alentada y ser todavía hoy desarrollada. De Vicente Pallotti nos llega una lección en extremo actual: la de honrar la vocación, como hoy se acostumbra decir, de la edad adulta del laicado.

Sería interesante examinar cómo Vicente Pallotti consiguió, ante todo, lo que poseen los santos: una visión, que les resulta dolorosa y dramática en un principio; la visión del mal, de las necesidades, de las deficiencias, de la gran infidelidad a la misericordia y a la gracia de Dios. Muchos cristianos continúan pasivos, olvidadizos, por no decir desertores, algunas veces, de la gran llamada que Dios, con el cristianismo, ha lanzado al mundo. El ha llamado a todos para ser hijos, para ser seguidores de Cristo, para que profesen su fe y ejerciten su caridad. Esta humanidad, que ha recogido la gran vocación cristiana, no pocas veces, por desgracia, se olvida de ella, cae en el sopor o retorna a sus hábitos temporales y se enfanga en los intereses inmediatos de la vida material. Los cree mejores, positivos y capaces de saciar los deseos humanos, superiores a la gran invitación que brota del cielo con la revelación evangélica. De esta forma, la sociedad cristiana se convierte, con frecuencia, en inerte e insensible; los que son, por así decir, el manómetro revelador de las ondas divinas que agitan el mundo, son las almas grandes, los santos. Uno de estos santos, Pallotti, advirtió, ante todo, el vacío moral de su tiempo. Estamos en el período que sigue a la Revolución francesa, con todos los desastres y sus ideas desordenadas y caóticas, y al mismo tiempo hirvientes y todavía confiadas, que aquélla revolución puso en los hombres del siglo pasado. Había una gran necesidad de poner orden, y diríamos, de estatizarlo, de hacerlo sólido como debe ser. Al mismo tiempo se notaba el fermento de algunas cosas nuevas; había ideas vivas, coincidencias entre los grandes principios de la revolución, que no había hecho otra cosa que apropiarse de algunos conceptos cristianos, hermandad, libertad, igualdad, progreso, deseo de levantar a las clases humildes. Porque todo esto era cristiano, pero ahora había asumido un signo[1] anticristiano, laico, irreligioso, que tendía a desnaturalizar aquel trozo de patrimonio evangélico, dedicado a valorar la vida humana en un sentido más alto y más noble.

Ved entonces al Santo percibir, por un lado, el vacío, la necesidad en aquello que por todas partes aparece, y por otro, escuchar esta voz descendida del cielo con la llamada clarísima: ¡Mira, es necesario recomponer una sociedad cristiana; es preciso volver á despertarla; ten en cuenta que somos responsables! Palabra tremenda, dinámica, inquietante, llena de energía; quien la comprende no puede permanecer indeciso e indiferente; se da cuenta que dicha palabra cambia, no poco, el programa mezquino y burgués, acaso, de su propia existencia. Somos responsables de nuestro tiempo, de la vida de nuestros hermanos; y somos responsables ante nuestra conciencia cristiana. Somos responsables ante Cristo, ante la Iglesia y la historia; ante la mirada de Dios. Palabra que inyecta un dinamismo especial en las almas de quienes la comprenden.

Responsabilidad imprescindible

Esta palabra es familiar a los santos. La aceptan y le dan su justo valor, porque, a veces, los términos responsabilidad, miseria, resurgimiento, podrían engendrar en muchos un sentido de escepticismo y de pesimismo, y casi desesperación, con la que con tanta frecuencia los modernos se resignan. Acaso no oímos con frecuencia el tedioso lamento: ¿Pero qué queréis que hagamos? El mundo ha sido siempre así; no es posible; el verdadero conocimiento de la naturaleza humana dice que está hecha de debilidad, de miserias. ¿Por qué insistir en la lucha, combatiendo en el vacío, queriendo ser los idealizadores de grandes conquistas, cuando la pobre arcilla humana no es capaz de tenerse en pie?

Poderosa previsión de los santos

Los santos, no; los santos se rebelan contra esta visión pesimista, contra las conclusiones que autorizan la pereza y la renuncia. Él santo ve y descubre. Ve que es posible; que hay algo escondido y que puede ser sacado fuera de esta psicología del hombre caído, del hombre frágil, del hombre habituado a la propia debilidad. Ve que el hombre "es redimible, que se le puede dar una nueva forma y estatura. Ve que, eficazmente dirigido y preparado, puede ser el santo, el héroe, el grande, el hombre verdadero, culto, bueno; el hombre de la sociedad nueva y moderna como nosotros la idealizamos. Es el pionero. El pionero de Cristo se dirige de ordinario a aquellos que están investidos para despertar santidad y fuerzas morales en el mundo: clero. Nos hace ver a nosotros, los sacerdotes, los males que circundan al consorcio humano, al mundo y a la Iglesia. El santo —y éste es el lado genial de su visión espiritual y social— sabe que el seglar mismo puede convertirse en elemento activo. Es uno de los temas más repetidos y más desarrollados desde que la Acción Católica, es decir, el vitalismo espiritual, comunicado también a los seglares en nuestros días, se ha convertido en doctrina ordinaria en nuestra historia religiosa. Sin embargo, no está todavía bastante predicado, ni, sobre todo, es suficientemente comprendido. Los seglares tienen que llegar a esta conciencia. Que no surge, es preciso saberlo, de la necesidad de prolongar los brazos del sacerdote que no llega a todos los ambientes y no consigue soportar todas las fatigas. Surge de algo más profundo y más esencial, del hecho de que también el laicado es cristiano. Del interior de su conciencia brota una voz: si soy cristiano debo aprovechar esta fortuna y esta vocación. Si soy cristiano no debo ser un elemento negativo, pasivo y neutro, y tal vez contrario a la ola de espiritualidad que el cristianismo lanza en las almas. Tengo que sumergirme también yo, y hasta dejarme arrastrar, diría, por el flujo de la gracia; y ser también yo, seglar, capaz, si no de otra cosa, de adherirme, de ayudar y de hacerme eco. Mas, una maravilla de nuestro tiempo es que, al paso que en otras épocas la Jerarquía había centrado en sí, completamente, tanto la responsabilidad como el ejercicio de todo el ministerio santificador, evangelizados y el seglar sólo era un buen fiel y un buen oyente; hoy el seglar se ha despertado con la cultura moderna a su vocación. Repite, por tanto, con entusiasmo: También yo, también yo debo hacer algo. No puedo ser solamente un instrumento pasivo e insensible.

Otro acontecimiento admirable: la misma Jerarquía llama hoy al seglar a colaborar con ella. Ya no es exclusiva, no es celosa —en realidad, no lo ha sido nunca—, sino que es magnífica su llamada. Venid conmigo —dice—, tratemos de coordinarnos; tratemos de despertar armonías de ideales y de programas para distribuir luego las actividades a realizar. Es la Jerarquía misma la que quiere al laicado a su lado para que la ayude. A todos llama, a todos les recuerda: ¡es la hora, la hora del laicado! Es la hora de las almas que han comprendido que ser cristianó es una fortuna, porque puede asociarlas precisamente a este ministerio de salvación, por junto que también puede constituir un gran peso, peligro y deber. Se trata, pues, de llevar con el clero la cruz del Señor en medio de la sociedad, y predicar a Cristo, que siempre tiene en su derredor el drama de la contradicción: hay quienes lo aceptan, quienes lo impugnan, quienes lo crucifican; se trata de llevar este drama a nuestro mundo moderno.

La actual llamada de la Jerarquía

Esta es la vocación que hemos de recoger de la presencia, del ejemplo, del culto que tributamos a Vicente Pallotti. Su voz invita a todos los seglares a asociarse en esta actividad superior de la Iglesia. La Iglesia lo ha hecho posible hasta a los niños, a los pequeños. Hablamos de las mujeres, de los hombres de estudio, de los hombres del trabajo, y también de los que no tienen los medios de la cultura y de la palabra. A todos les ha hecho posible ofrecer una ayuda positiva de acción y de testimonio cristiano.

Por ello, el Padre Santo, entre los fieles de Frascati, ciudad tan sensible, también en el pasado, a la llamada de la Iglesia, y que en su historia reciente demuestra su fidelidad militante, se goza repitiendo la invitación: También vosotros, fieles, también vosotros, seglares, venid a ayudar en la obra de la Iglesia. Venid a confortar a este clero, escaso e insuficiente para su vasto ministerio. Venid a consolar a estos alumnos del Seminario que pretenden entregarse al apostolado cristiano. Venid con vuestro conocimiento de las necesidades sociales que nos rodean y con la genialidad en descubrir los caminos nuevos por los que se puede hacer correr el mensaje de Cristo. Venid, sobre todo, con esa conciencia que el Papa hoy predica como concluyente exhortación de su presencia. Es hora de trabajar; es necesario trabajar hoy, hoy, porque esta es la ley de la conciencia cristiana. Cuando se ha comprendido un deber no se responde: lo haré mañana. Es preciso actuar inmediatamente.

En segundo lugar, este imperativo de actuar hoy e inmediatamente viene dado por las necesidades, que son verdaderamente grandes, precisamente para quien sabe ver. No se dice a uno que tiene hambre: ven mañana o pasado mañana. Hay que dar ayuda cristiana a todos estos movimientos que nos rodean, que pudieran ser fatales para la vida de nuestra historia, del país, y que tienen una necesidad inmensa de que alguien haga con ellos de apóstol y los saqué de los errores que los han conmovido y que todavía les encantan; un apóstol que sepa decir a las almas buenas y generosas de nuestro pueblo: no, ese camino, no, sino el camino de Cristo. El camino de nuestra civilización cristiana, de nuestra profesión católica; de la reconstrucción de una familia que la Iglesia traduce en sociedad católica activa.

Actuar inmediatamente, hoy mismo

Nosotros tenemos que reconstruir este orden vivo y palpitante. Es preciso trabajar hoy, porque mañana sería tarde. Los tiempos son graves, y sin necesidad de que se proclame con solemnidad, pueden revelarse como decisivos. Guardémonos de ser perezosos, lentos, indignos hijos del Evangelio y de la Iglesia. Traten todos de ser los fieles que llevan a la Iglesia su eficiente contribución de adhesión, de palabra, de ayuda, y sobre todo de acción. Esta es, en verdad, la fórmula que la Iglesia quiere hoy adoptar, y que el Señor, con su Espíritu, quiere sugerir para la salvación del mundo: actuar para que Cristo sea todavía, y siempre, nuestro Maestro .y nuestro Salvador.

 

 

[1] Nata de Speiro.—Creemos que "signo" es la traducción: correcta de "insegna", y no "enseñanza", como trae la versión de la revista "Ecclesia".