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1981

Los católicos y la acción política

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Por la restauración del orden político cristiano

POR LA RESTAURACION DEL ORDEN
POLITICO CRISTIANO
por
J, U RCELA Y ALONSO
Licenciado en Ciencias Biológicas

POR LA RESTAURACION DEL ORDEN
POLITICO CRISTIANO
La Constitución Pastoral Gaudium et S pes define el orden
político Cristiano como «ese modo de organización de la
socie­
dad que responde por igual a la naturaleza del hombre y a los
designios de Dios, que la doctrina social de la Iglesia
ha presen­
tado de forma explícita y sistemática», y que no es otra cosa
que la Ciudad Católica.
El orden político Cristiano así entendido, no es una entele­
quia.
Ha tenido una larga presencia en la historia, constituyendo
la llamada Cristiandad.
En ella confluyó lo mejor de la herencia
grecolatina para culminar, tras la conversión de los pueblos bár­
baros, en la unidad del Sacro Imperio Romano forjado por Car­
lomagno, y después en el esplendoroso siglo
xm que, abonado
por los sacrificios y gestas heroicas de las Cruzadas y la recon­
quista española, floreció con la sabiduría de Santo Tomás, el
apogeo de las órdenes religiosas, las universidades y el arte que
hicieron de
-Europa cordillera de catedrales y campanarios.
Si la Iglesia pudo crecer desde la predicación de aquel nú­
mero insignificante de primeros discípulos, dispersados por
el
Imperio a raíz de las persecuciones en Jerusalén -Dios escribe
derecho con renglones
torcidos-, para llegar a convertirse en la
religión oficial de Roma y
dar lugar como fruto de sus entrañas
al régimen de Cristiandad que vertebra todo el medievo, es por­
que la Iglesia, como explica Hilaire Belloc, no fue nunca una
opinión,
ni una moda ni una filosofía. No fue tampoco una teoría,
por elevada que fuera, ni un hábito. La Iglesia Católica fue
siem­
pre, por deseo de su Divino Fundador, un cuerpo social clara­
mente delimitado y basado en doctrinas definidas, celoso en
ex­
tremo de su unidad y de la precisión de sus convicciones, e im-
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J. URCELAY ALONSO
buido, como no lo estaba ninguna otra organización humana de
la época, de una convicción apasionada.
Y con este párrafo hemos sentado
ya lo que en mi modesta
opinión constituye el determinante principal de la crisis actual
del orden político Cristiano y, como corolario, la clave para su
restauración.
La Cristiandad, la civilización cristiana, la civilización occi­
dental, o como quiera llamarse, es hija de la Iglesia. Son sus
principios y el desbordamiento de su vida rebosante los que
constituyen los pilares y la savia nutricia de esa jerarquía de per­
sonas colectivas, de poderes organizados, de clases, que suben
desde la familia hasta la autoridad del
Rey y que constituyen
la sociedad cristiana. La sociedad participa así del ordenamiento
impuesto por el «principio y fundamento» ignaciano para todas
las criaturas: ayudar al hombre a alcanzar
el fin último para el
que fue creado; servir, alabar y dar gloria a Dios y con ello
sal­
var su alma y ganar la eternidad. La sociedad y el estado se hacen
católicos porque reconocen en sí mismos esa condición de medios
puestos por Dios para facilitar al hombre el logro de su destino
transcendente. Un régimen estable de Cristiandad supone, pues, necesaria­
mente una Iglesia firme en sus principios, comprometida con la
verdad
y unida a Cristo, que es Camino, Verdad y Vida, como
el cuerpo a la cabeza, como el sarmiento a la vid. Sólo así puede
dar frutos de Cristiandad.
Supone unos cristianos llenos de fe, de esperanza y caridad.
Pero de una fe que no es «ciego sentido religioso surgido de las
tenebrosas profundidades del subconsciente, moralmente informa­
do bajo la presión del corazón y
el impulso de la voluntad»;
sino de
esa fe auténtica, tal y como la Iglesia la defina, que es·
«verdadero asentimiento de la inteligencia a la verdad adquirida
extrínsecamente por la enseñanza recibida
ex auditu; asentimien­
to por
el cual creemos ( en razón de la autoridad de Dios, cuya
veracidad
es absoluta), todo lo que ha sido dicho, atestiguado
y revelado por un Dios personal, nuestro Creador y Maestro»:
Supone hombres verticales, con su estructura divina y natu-
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POR LA RESTAURACION DEL ORDEN POUTICO CRISTIANO
ral erguida: la fe por encima de la razón con la que dirige la
voluntad para sujetar las pasiones. Sustrato indispensable de la
naturaleza para que la gracia pueda operar.
Supone una sociedad cristiana, entretejido de relaciones hu­
manas que nace en la familia y en la asociación de familias, que
crece de abajo a arriba para satisfacción de
las necesidades sioo­
lógicas y materiales que el hombre no podría atender por sí solo,
que
es ambiente para el «arraigo» y la «domesticacÍón» por los
que
el hombre, oomo explican Saint Exupéry y Gambra, se abre
a los
demás y lo demás y alcanza su plenitud oomo persona.
Supone, finalmente,
un Estado, ordenamiento jurídico orien­
tado al bien común, armonizador de intereses
y moderador res­
petuoso de la vida social. Un Estado que es católico porque se
reconoce subordinado a un bien superior y a unos principios in­
mutables externos a sí mismo. Que es católico porque participa
de la alabanza universal de la Creación a su Creador. Que
es ca­
tólioo porque reconoce a la religión verdadera y a la única Iglesia
oomo sociedad perfecta oon la que el Estado colabora para que
el mismo hombre, que a ambas sociedades pertenece, pueda lograr
su fin último terrenal
y eterno.
Hombre, sociedad
y Estado, en interrelación armónica, y sus­
tentados, a su vez, en el basamento de la Iglesia, son los pilares
que oonstituyen la Civilización Cristiana.
Las conexiones mutuas de estos oomponentes son de tal
na­
turaleza que el deterioro de uno de ellos afecta necesariamente
a
los demás y oompromete, a sú vez, la estabilidad de todo el
edificio.
Especialmente ligados están los hombres
y la sociedad, pues
al ser ésta producto de la iniciativa de los hombres, cuando éstos
se corrompen también su fruto es amargo. Así como difícilmente
una familia
es virtuosa si sus componentes están dominados por
el vicio, así también es difícil que una sociedad sea cristiaua cuan­
do por un tiempo duradero y en un número grande
de personas,
se ha alterado esa estructura humano-divina que es el hombre na­
turalmente ordenado
y sobreelevado por la gracia.
Una sociedad cristiana «cristianiza» y ayuda a mantenerse bue~
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nos a los hombres que la componen, potenciando la virtud y po­
niendo trabas a la irrupción y extensión del mal. Por el contrario,
cuando debilitada por el comportamiento de los malos,
la socie­
dad acaba desctistianizándose, es preciso multiplicar el esfuerzo
exigido para mantenerse en
la virtud, mientras que las pasiones
incontroladas, el orgullo de la razón y la autonomía de la volun­
tad fácilmente acabarán corrompiendo a un número mayor.
Esta especie de «ley de conservación» de
las sociedades en
relación a los individuos que la componen y respecto a su ade­
cuación al régimen general de cristiandad, pone de relieve el
enorme interés que en orden a la salvación de las almas, objetivo
primario de la Iglesia, tiene el que las sociedades sean cristianas
y sactalizadas por la virtud de los buenos, sean a modo de
sacra­
mentos naturales que coadyuven a la salvación del mayor número
de hombres.
También son estrechas las relaciones entre la sociedad y
el
Estado, de forma tal que difícilmente pueden convivir siendo de
distinto signo. Diríamos que como un objeto frío y otro caliente
puestos juntos tienden a igualar sus temperaturas, así también
sociedad y Estado
se interinfluyen para bien o para mal. Sólo
la dictadura y la represión externa permitirían subsistir largo
tiempo a un Estado cuyo .contenido ideológico, y
más aún reli­
gioso, no se ajustase al de la sociedad a la que dicho Estado ver­
tebra. Y aun en
ese caso, tal situación sería inevitablemente in­
estable y provisional, puesto que antes o después la tensión se
resolvería en una de sus dos únicas salidas: o el cambio social,
ya sea por el apostolado o por la coacción y manipulación propa­
gandística por parte del Estado, o la revolución
más o menos ful­
gurante de ese ordenamiento jurídico que el cuerpo social no re­
conoce como propio. Es decir, o el Estado se impone a la socie­
dad o la sociedad al Estado. Quizás sea ésta una explicación su­
gestiva del desmantelamiento del régimen de Oliveira Salazar por
unos
cuantos capitanes con claveles en la boca de sus fusiles ante
la mirada condescendiente de una sociedad desde
hacía años infil­
trada de liberalismo y mentalidad premarxista y seguramente des­
cuartizada en cuanto a su trabazón orgánica. Pero, en cualquier
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POR LA RESTAURACION DEL ORDEN POUTICO CRISTIANO
caso, puede esta reflexión constituir una clave interpretativa de
los sucesos que actualmente tienen lugar en Polonia, donde una
sociedad cristiana lucha. por desembarazarse de un Estado
comu­
nista que por la fuerza se mantiene como parásito del cuerpo
social.
Sea cual fuere el resultado final de la confrontación casi
teológica de la
Polonia católica contra sus opresores, no cabe
duda de que a la luz de estas consideraciones
el derrumbamiento
final de todo Estado comunista es inevitable,
ya que, según lo
dicho, el Estado comunista necesitaría como sustentación una
sociedad sin clases, comunista también,
y esa sociedad, a la que
la Unión Soviética
ya debería haber arribado hace años si fuera
cierta la teoría marxista,
ni existe ni podrá existir jamás fuera de
las mentes de los creadores del comunismo.
No
es lo mismo una sociedad sin clases, de hombres iguales,
que una sociedad oprimida de hombres aplastados. Esta diferen­
cia, antes o después, y para bien de la libertad del género huma­
no,
es la que acabará derrumbando estrepitosamente esa alianza
entre el demonio y los hombres que son los Estados comunistas.
En punto a la persistencia del régimen de Cristiandad, los
cambios a nivel de la
sociedad son más perdurables que los que
operan sobre
el Estado. Mientras que la sociedad se modifica len­
tamente y en necesaria continuidad con su propio pasado, de
mo­
do que sobre ella a cada momento pesa, además del presente, el
carácter y la obra de las generaciones pasadas, el Estado, producto
casi exclusivo de un acto de voluntad, puede, y de hecho ocurre
con frecuencia, variar a saltos, cambiarse de la noche a la mañana
y romper así, a fuerza de Boletin Oficial, con la constitución se­
cular del Estado de una nación. De hecho, prácticamente con la
única excepción del Reino Unido, el resto de
los Estados actua­
les son producto de rupturas radicales con
la situación legal in­
mediatamente anterior.
Por eso, los cambios históricamente transcendentes en la vida
de los pueblos son, sobre todo, los que a paso lento afectan
al
hombre y a la estructura social, puesto que son éstos los que
exigen o consolidan aquellos otros que con brusquedad pueden
operarse en el Estado. Por eso tiene razón Gabriel García
Can-
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J. URCELAY ALONSO
tero cuando afirma que la introducción del divorcio en España
es más grave que un cambio de régimen como supondría la pro­
clamación de una nueva república.
Por último, las relaciones de los hombres
como individuos con
el Estado operan normalmente a través de la sociedad como in­
termediaria en el régimen de Cristiandad que estamos conside­
rando. Sin embargo, en la actualidad, con el advenimiento
de los
totalitarismos y la destrucción de todo resto de sociedad, es
mu­
chas veces el individuo el que queda como desguarnecido inter­
locutor del Estado omnipotente, bien
sea para caer a su servicio
en un
una auténtica estadolatría, bien sea para enfrentarse en de­
sigual combate prefiriendo el Gulag o la tortura antes que vivir
como un esclavo.
Hombres, sociedades y Estados se apoyan en un régimen de
Cristiandad sobre el basamento firme de la Iglesia, fuerza
gene­
ratriz de todo el Orden Político Cristiano.
Los cuatro elementos sufren a
lo largo de la historia los em­
bates de la Revolución que pretende la destrucción de la Civili­
zación Cristiana.
También la Iglesia
es blanco de la Revolución. La barca de
Pedro cuenta con el auxilio del Espíritu Santo descendido sobre
la Iglesia el día
de Pentecostés, de forma tal que las puertas del
infierno no
prevalecerán contra ella. Pero que la barca no se
hunda no quiere decir que la travesía sea tranquila y que la tor­
menta y el oleaje no puedan zarandearla. «Simón, Simón, he
aquí que Satanás
os ha pedido para cribaros como al trigo; más
yo rogué por tí, para que tu fe no desfallezca; y tú, una vez con­
vertido, confirma a tus hermanos» (Le 22, 31.32).
El proceso erosionador
de la Cristiandad se inicia práctica­
mente con Lutero y
el protestantismo. Hasta entonces es cierto
que múltiples herejías habían surcado el firmamento de la
Cris­
tiandad, pero se trataba casi siempre de controversias sopre pun­
tos concretos del dogma, muchas
veces hasta ese momento no
enteramente definido. Después del consiguiente debate y
conse­
jo, y de la sentencia de la autoridad, se resolvía condenar la he­
rejía y se hacía pública una solución ortodoxa. Desde ese instante
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POR LA RESTAURACION DEL ORDEN POLITICO CRISTIANO
el hereje, si no se ponía a tono con la opinión definida, dejaba
de estar en comunión. En cualquier
caso, tanto su rechazo como
su insistencia inicial respecto a
la doctrina herética, son pruebas
de que implícitamente el hereje consideraba
la unidad y la defi­
nición
como dos notas necesarias a la verdad católica. Como re­
cuerda Belloc, ninguna herejía pretendió que la verdad fuese cosa
vaga e indefinida, y en ese sentido las herejías de los primeros
siglos tuvieron la contrapartida de obligar a la Iglesia a una
ma­
yor investigación teológica y definición del dogma.
El protestantismo supuso, por el contrario, un atentado de
primera
magnitud contra la Iglesia en cuanto basamento de la
Cristiandad, ante el que la Iglesia tuvo que reaccionar con ex­
traordinaria energía amputando el peligro, evitando, por dolo­
roso y desgarrador que resultara, el contagio a todo el organismo.
La contrarreforma católica combatió en Trento las desvia­
ciones doctrinales de la herejía, reforzando
el dogma y la defini­
ción de los principios católicos. Con San Ignacio, San Francis­
co Javier, Santa Teresa, San Juan de la Cruz, San Francisco de
Borja, por
no citar más que nombres españoles, la Iglesia dio tam­
bién una respuesta «vital»
al protestantismo, mereciendo por la
intercesión de los santos un torrente
de gracias del cielo que
hicieron posible el refortalecimiento
de la Cristiandad escindida.
Pero el luteranismo introdujo también un factor de pertur­
bación en el interior del hombre alterando su estructura humano­
divina al proclamar la autonomía de
la razón respecto de la fe.
Desde entonces latiría en el seno de la Cristiandad un peligroso
fermento cuyas últimas consecuencias, especialmente a nivel
so­
cial por las estrechas relaciones de las que ya hablamos, tarda­
rían algunos años en aflorar a superficie.
El camino de la Revolución avanza desde entonces por un
plano inclinado en el que los primeros efectos son, a
su vez, causa
de los siguientes.
Asi, al protestantismo sucede el absolutismo de los monar­
cas, que cambia sustancialmente el significado del Estado
cris­
tiano, limitado hasta ese momento por la acción contenedora de
los cuerpos intermedios. Y al absolutismo y la Ilustración el li-

J. URCELAY ALONSO
beralismo en sus distintas etapas, auténtica eclosión de los ma­
les que sobre el individuo, la sociedad y el Estado se venían
gestando.
La Revolución francesa marca así una verdadera re­
belión contra el régimen de cristiandad en el que hasta enton­
ces había vivido el mundo occidental.
El marxismo
y todas las demás facetas del proceso revolu­
cionario en nuestros días no son más que la estela de conclu~
siones lógicas a la vista de la concepción del hombre, la socie­
dad y el Estado implantadas por el liberalismo en sustitución de
los principios del orden social cristiano. Un hombre invertido,
horizontal, dominado por la pasión, prostituido en su razón, sin
más voluntad que el capricho o la veleidad. Una sociedad atomi­
zada, individualista
y sin arraigo ni tradición, entregada a la lu­
cha de clases. Un Estado laico, absorvente, totalitario, sin con­
tención moral ni social, muñeco de guiñol en manos de unas mi­
norías profesionales de oportunistas y ritiriteros.
La Iglesia hizo frente a la Revolución desde sus orígenes,
conservando el régimen político de
la Cristiandad y preserván­
dole de
sus enemigos. Con la definición del dogma sentó las ba­
ses; con su magisterio continuo y la condena de los errores y he­
rejías mantuvo siempre firmes los pilares; con su santidad sa­
ctalizó y dio vida fecunda, riego y nervadura, a individuos, so­
ciedades y estados. La Iglesia se mantuvo fiel y en tanto se man­
tuvo la Iglesia permaneció encendida la llama de la Cristian­
dad en un mundo secularizado que a todos los niveles
se apar­
taba de la Religión.
· Mientras el basamento se mantuvo firme,
como realidad, como expectativa o como eco de la conciencia,
la Cristiandad latió en Occidente. Es sólo cuando víctima del
can­
sancio, del derrotismo de los católicos, de la infiltración y de la
impregnación de
los ertores del siglo, la Iglesia se resquebraja
y aparecen esas grietas por las que entra el humo de Satanás,
cuando esa Cristiandad, abatida pero presente, amenaza con el
derrumbamiento final.
Recordamos el pensamiento de Belloc: si la Iglesia
se dis­
tinguió de las múltiples sectas que proliferaban por cada rincón
del Imperio,
si fue capaz de penetrar la cultura y las institucio-
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POR LA RESTAURACION DEL ORDEN POUTICO CRISTIANO
nes romanas dándoles un nuevo ser y alumbrar así toda una Ci­
vilización, fue porque «la Iglesia católica no era una opinión, ni
una moda, ni una filosofía, ni una teoría, ni un hábito; sino un
cuerpo social claramente delimitado y basado en muchas doctri­
nas exactas, celoso en extremo de su unidad y de la precisión de
sus definiciones, e imbuido, como ninguna otra organización hu­
mana de la época, de una convicción apasionada».
Y fueron
esa definición y ese celo los que conformaron el ge­
nio civilizador de la Iglesia como vehículo natural a través del
que operó la gracia y ayuda divinas haciendo posible la cristia­
nización de
lo salvable del Imperio, la evangelización de los
bárbaros y el alumbramiento de la Ciudad Católica.
La Iglesia fue civilizadora porque no creyó que el hombre
sea un ser áutosuficiente, ni tampoco que haya sido puesto, por
naturaleza, en posesión de las llaves que abren las puertas del
conocimiento total o del bienestar social completo. Porque pro­
puso sus doctrinas, no para ser sustentadas como opiniones, sino
como un cuerpo de fe. Porque propuso la afirmación en lugar de
la hipótesis, porque afirmó hechos históricos concretos, la pa­
sión y resurreoción de Cristo, en lugar de mitos sugestivos, y
consideró su ritual de misterios como realidades y no
como sím­
bolos.
En la medida en que una parte importante de la Iglesia, en
su componente visible, humano y fallible
se aparta de esta po­
sición para caer en posturas relativistas, en vagos acuerdos entre
opiniones individuales, no solamente
se aparta de la predicación
de Nuestro Señor, de su tradición y de su esencia y finalidad,
sino que pierde radicalmente su capacidad alumbradora de Civi­
lizaciones, su posibilidad de
constituir firme soporte de un orden
social armónico y estable.
Esta
es la obra del progresismo, la última crisis de la Cris­
tiandad, que atenta direcramente contra la Iglesia
y, con ello,
contra los mismos cimientos del Orden Político Cristiano,
ha­
ciendo imposible su persistencia.
En esta situación nos encontramos hoy. Tan profunda
es la
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J. URCELAY ALONSO
crisis. Tan radical ha de ser la restauración. Es todo un mundo
el que hay que reconstruir «desde sus cimientos».
Es cierto que todavía descubrimos aquí y allá restos de Cris­
tiandad, más importantes aún en España que en otros países:
familias católicas, educación crisúana, costumbres y tradiciones
...
seguramente mucho más de lo que nosotros mismos somos capa­
ces de valorar. Y será necesario que, sacudiéndonos cierto pesi­
mismo, agucemos nuestro olfato
y descubramos esos restos aún
humeantes, pues lejos de despreciarlos, han de ser los focos de
la nueva restauración, los puntos en qué apoyarnos, la vida qué
contagiar. Esas parcelas de Crisúandad que
se mantienen contra
el viento y la marea, a pesar de los embates de la Revolución,
son las Covadongas desde las que iniciar
la reconquista.
No podemos permitirnos el lujo de subestimar los muchos
elementos de Cristiandad que quedan a nuestro alrededor y que
quizás fueron borrados del mapa de otros países hace muchos
años:
el gran número de personas que se consideran católicas y
ei mimetismo en tantas ocasiones de la vida o al borde mismo
de la muerte de los que dicen no serlo, los muchos colegios cris­
úanos y la preponderancia de las congregaciones religiosas en la
educación de la infancia y la juventud,
el patriotismo y ejem­
plaridad de las Fuerzas Armadas, la Santa Misa dominical en una
televisión por lo demás socialistoide, los sacerdotes en los hospi­
tales, las procesiones, las romerías y todas las manifestaciones
de una piedad popular arraigada, las fiestas religiosas en el calen­
dario civil ... Tantos y tantos elementos dispersos y contradic­
torios, a veces, pero que son ese humus cristiano difícil de
eli­
minar para desgracia de algunos y que consútuye un esperan­
zado reflejo de hasta qué punto caló entre nosotros
la Cristian­
dad. Pequeños baluartes que hay que defender
· sin entregar un
solo palmo de terreno más a la Revolución. Cada uno lo que
esté en la esfera de su responsapilidad: los estudiantes, las
ca­
pillas en las facultades; los vecinos, las celebración del santo pa­
trón; los militares, las misas de campaña o los capellanes cas­
trenses.
El obligatorio descubrimiento y potenciación de esos rescol-
400

POR LA RESTAURACION DEL ORDEN POUTICO CRISTIANO
dos que aún humean no puede, sin embargo, confudirnos ni
llamarnos a engaño respecto a la profundidad de la crisis y el
orden
y alcance que ha de tener la empresa restautadora. Ni
creerse que todo
se ha perdido, ni pensar que aquí no ha pasado
nada
y que todo se reduce a tener que reconquistar un día de
febrero el Estado perdido por la traición, proclamar la confesio­
nalidad mediante una reforma en profundidad de la Constitu­
ción
y poner un policía de uniforme en la sede de cada partido
político.
No, no se barren con una decisión de gobierno cuatro siglos
de Revolución. No, no se pone en pie el edificio hundido tiran­
do hacia arriba de las cúpulas. ¿No tenemos acaso demasiados
ejemplos recientes?
La acción política, en sentido restringido, ha sido prioritaria
hasta ayer, porque era fundamental defender un Estado que por
virtud de la sangre y el heroísmo se había rescatado,
in extremis.
Pero aquel Estado cayó, víctima desde luego de la traición y la
corrupción, pero consecuencia también de esas interrelaciones en­
tre los elementos del Orden Político de las que hemos venido
hablando, de una sociedad desvitalizada en sus
r~des naturales,
de unos hombres que habían cambiado la tensión espiritual de la
postguerra por el consumismo y
la búsqueda del placer, y víc­
tima, finalmente, del progresismo y la crisis postconciliar de la
Iglesia.
Si queremos recomponer el Orden Político Cristiano de ver­
dad, de forma duradera, hay que hacerlo en todos sus elementos
y con prioridades acordes a la importancia de cada uno e interre­
laciones entre ellos.
Restaurar el Orden Político es así combatir el progresismo
religioso, luchar contra los errores y desviaciones doctrinales,
aumentar la santidad de la Iglesia, la fidelidad al Papa, la
co­
munión con el Magisterio, la continuidad con la Tradición; es
afirmar
la fe de nuestros prójimos, hacer apostolado y predicar
con el ejemplo, dar catequesis, hacer oración y vivir los sacra­
mentos; es ayudar en la parroquia, apoyar al buen sacerdote en
•• 401

]. URCELAY ALONSO
su labor, dar limosna, practicar la núserirurdia, embeberse de
devoción mariana.
Combatir
el error y aumentar el depósito de santidad de la
Iglesia
es restaurar el Orden Político, porque son sus principios
y
el desbordamiento de su vida rebosante, como ya dijimos, los
que constituyen los pilares y la savia nutricia de la sociedad cris­
tiana.
Sólo la Iglesia puede hacer nacer el hombre nuevo que la
Cristiandad necesita. Porque es
el hombre el eje de todo el sis­
tema, en él vive la Revolución cuando vive en pecado y su es­
tructura divino-natural se desmembra, y sólo él puede generar
una sociedad en la que la jerarquía de
sus componentes es pro­
yección del orden entre las formalidades del propio hombre, su
capacidad intelectiva, su capacidad sensible
y su formalidad de
ser, todo ello sobreelevado hasta
el nivel de la fe por la gracia.
Es preciso reconquistar al hombre, hacer proselitismo, saber
tallar pacientemente la buena madera que descubramos en los
demás a nuestro alrededor, con inmensa humildad para sabernos
solamente cincel en manos de Dios; con inmensa caridad para
comprender que Dios quiere que todos
los hombres se salven,
que son los pecadores y los enfermos los que necesitan médico,
que
es en el cielo mayor la alegría por una oveja que estaba per­
dida y que
se ha recuperado que por otras noventa y nueve que
permanecieron en
el redil.
Estoy convencido de que la situación actual no
es para esta­
blecer.
más barreras que las que nos protejan del contagio, y que
lo que hay que hacer
es impregnarse de un nuevo sentido apos­
tólico, porque a los tiempos apostólicos se han vuelto a parecer
nuestros tiempos, y, como San Pablo, hacerse todo a todos para
ganar a todos.
Hay que ganar
al hombre y con él formar escuelas en las
que el Ideal se conozca y se fortalezca, en las que se prepare a
todos para rendir al máximo todas
sus potencialidades humanas
y sobrenaturales, aportando también ahora, como los primeros
cristianos, lo mejor que tenga de sí: su experiencia, su ciencia,
su dinero, sus relaciones, sus horas libres ...
402

POR LA REST AURACION DEL ORDEN POLITJCO CRISTIANO
Y con el hombre, comenzar la restauración social de los cuer­
pos intermedios mediante una efectiva acción capilar, en armonía
con el propio medio vital, movilizando a los que conviven en el
mismo medio por problemas que directamente les afectan y sien­
ten propios, creando hermandades de todo tipo, sindicatos de
empresarios
y trabajadores, asociaciones de vecinos de barriada
o municipio, fomentando
la creación de colegios o universidades
católicos, de asociaciones de padres, de antiguos alumnos, de
amas de casa, círculos culturales, revistas y publicaciones ... , par­
ticipando, en suma, en una acción. cívica desarrollada en aquellos
ámbitos en los que naturalmente nos movemos y en los que nos
sentimos responsables
y competentes.
Sólo cuando exista toda esta labor previa o simultánea tiene
sentido la acción ·específicamente política, la que se ordena di­
rectamente al Estado para su conquista o para la elaboración y
desarrollo de determinados programas de gobierno. Porque si
la política es la acción de los frutos espectaculares a corto plazo,
sl no va acompañada de una acción apostólica y de una acción
cívica, que atiendan
al hombre y a las redes sociales, es también
la creadora de las grandes ficciones, de gigantescos muñecos con
pies de barro que, como casa construida sobre arena, amenazan
siempre con venirse abajo.
A la acción política, la superior en dignidad pero la última
en
el tiempo, como también va después en el tiempo el Estado
que la sociedad
y ésta que los individuos, le está reservada desde
el principio la dirección y coordinación de toda la empresa res­
tauradora, estudiando las necesidades ante cada circunstancia, do­
sificando esfuerzos.
Llegado
el momento, cuando la situación estuviera oportuna­
mente madura, sería cuando la acción política cobraría todo
su
protagonismo; reclamando el Estado, en nombre de todos, esos
recursos humanos y fuerza social movilizados.
Así como la reconquista española duró siete siglos, también
ahora la empresa restauradora que nos convoca será una tarea
de generaciones, en la que sólo a unos pocos les será dado ver
el triunfo final. Todos tenemos en ella un puesto y una misión,
403

J. ÜRCELAY ALONSO
por modesta que parezca. Lo que nosotros no hagamos quedará
eter.riamente sin hacer. Todos tenemos ante la restauración de la
Cristiandad una responsabilidad. Dios, que conoció el corazón
de
la pobre viuda que con unas perras chicas fue más generosa
que los fariseos con sus trompetas y sus millones, premiará, a
buen seguro, nuestra entrega a esta Causa que es la Suya.
Y acabo con las palabras de Pío XII que tantas veces hemos
repetido:
es todo un mundo el que hay que reconstruir desde
sus cimientos.
¡ Bienaventurados nosotros si además de combatir sabemos
ser civilizadores!
404