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1990

La praxis democrática

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Los medios de comunicación de masas en la democracia

LOS MEDIOS DE COMUNICACION DE MASAS
EN LA DEMOCRACIA
POR
ANGEL MAEsTRO
Constituye ya un viejo tópico al hablar del poder de la pren­
sa el citarla comd el cuarto poder junto a la división clásica de
poderes ejecutivo, legislativo y judicial. Hoy, después de
la enor­
me proliferación de los medios radiofónicos, de
la gigantesca
influencia televisiva y de
las repercusiones y amplitud de los
mismos como luego veremos, resultaría averituradd otorgarle ca­
lificación, situarlo como el cuarto poder o el primero, el segundo
o el tercero, no me atrevo sinceramente a calificarlo en un pues­
to. Pero lo que sí es indudable es que se trata de un poder tan
amplio, tan omnímodo y tan poderoso que condiciona a los otros
tres poderes de una forma tan evidente, que sobre todo en los
países del sistema político
partitocrático, su condicionamiento
resulta vital para el desarrollo y existencia y el ejercicio de los
tres poderes clásicos.
Una característica básica que encontramos en el periodista
actual le diferencia sensiblemente de lo que ha sido habitual en
otros períodos
de la historia, Antes existían periódicos, y siguen
existiendo de partidd, o de una tendencia determinada. Esto ha
perdido de una forma clara su influencia y surgen publicaciones
pretendidamente apolíticas, que sólo hostilizan a una serie de
enemigos que amstituyen para ellos
el cúmulo y la simbología
de todo
el mal: los sistemas conservadores, las dictaduras que
nd son marxistas-leninistas, el tradicionalismo en general. Bajo
esta aureola progresista, el periodista actual, sin etiquetar su pen­
samiento y su expresión al servicio de un partido o idea se ma­
nifiesta como una persona que se encuentra por encima del bien
y del mal: haría falta ser una persona muy equilibrada con
gran
formación, de la que está ayuna, normalmente, el periodista
medio, persona de incultura generalmente manifiesta y cuyos
Verbo, núm. 291-292 (1991) 113
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ANGEL MAESTRO
conocimientos responden sólo a una serie de tópicos, para no
situarse por encima del bien
y del mal, y comprender que es un
ser que puede producir grandes perjuicios
y trastornos por sus
informaciones.
Supuesto portavoz de la masa, llega a hacer creer a ésta las
verdades pretendidas, no existentes
más que en el cerebro de sus
inductores, y muchas veces no responden tampoco a maquia­
vélicas posturas de influenciación de la opinión aunque en algu­
nos casos sí es indudable. Tenemos numerosos ejemplos de que
cuando un columnista
de moda o uno de los pretendidos porta­
voces de
la opinión pública repite una frase, un concepto, ésta es
enseguida absorbida profundamente por la masa. Así, ejemplos
pueriles
y nimios podríamos citar a montones.
Si tuviésemos que calificar en orden de influencia los facto­
res que han influido en el cambio casi total de la sociedad
espa­
ñola, habríamos de citar, en primer lugar, a los medios de co­
municación.
El martilleo continuo en una línea unidireccional de destruc­
ción de valores tradicionales
y la apología de la permisividad
como factor claro,
y por encima de toda discusión, ha sido su
lfnea constante. El efecto en la opinión pública, en la opinión
incluso no politizada en un sentido o en otro, cuya fuente de
formación de opinión lo constituyen los medios informativos,
y,
sobre todo, la televisión, ha sido de proporciones increíbles.
Resulta sorprendente para un
observador imparcial y despo­
litizado, que quiera hacer
un análisis objetivo desprovisto de los
medios informativos españoles, hacer un análisis lúcido
y des­
provisto de los medios informativos españoles al finalizar el
si­
glo xx. La unidireccionalidad de los mismos en sus líneas maes­
tras, su rutina, su identificación casi total al enfocar los proble­
mas, al efectuar cualquier comentario.
Da igual que dicho comentario, bien sea sobre aspectos de
política local, internacional, o
al abordar cualquier problema so­
ciológico. Es lo mismo el oir cualquier noticiario televisivo o
radiofónico, leer a varias
de las firmas tanto masculinas como
femeninas que a través de agencias vierten
sus comentarios en
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MEDIOS DE COMU'lfICACION DE MASAS Y DEMOCRACIA
periódicos de Madrid o .de provincias, leer a cualquiera de los
jóvenes rebeldes,
·a los clirectores · de periódicos más o menos
consagrados con fama de terribles.
Todos, obligatoriamente, hablarán del próximo «otoño calien­
te» de «la
boda del siglo» o de otras frases que parecen de
inserción obligada, cual
si fuesen las consignas de los primeros
tiempos del Antiguo
Régimen, que tanto denostan, y que cons­
tituye recursd insuperable para
justificar cualquier mal de nues­
tra sociedad actual, desde los fracasos de la escolarización, a la

in­
fraestructura del transporte o a los incendios forestales.
Asimismo, las críticas al sistema, aunque parezcan duras, sólo
afectarán a la cáscara del sistema, nunca a lo profundo del mis­
mo. Recientemente exponía Gonza1o Femández de la Mora, en
un editorial nítido
y brillante, cómo los Estados actuales redu­
cen la moral a tres escasos mandamientos: pagar los impuestos,
no cambiar las reglas del juego que permiten a las oligarquías
patitocráticas el monopolio del poder y ejercitar el soborno, pero
con cierta discreción.
Pues bien,
esos jóvenes, y no tan jóvenes, lobos y lobas del
periodismo, atacan la superficialidad de los defectos del sistema,
pero nunca su última consecuencia, cual las reglas del juego de
la oligarquía partitocrática. Hablarán de las corrupciones de de­
terminados personajes cercanos al poder, creyendo así ejercer
una labor profiláctica, y convencidos de efectuar
la labor crítica
del sistema. Pero nunca llegan a su consecuencia
definitiva, la
suplantación del poder por esa oligarquía partitocrática, que en
nombre de una hipotética libertad formal, asfixia
al ciudadano
y le impide solucionar sus problemas verdaderos. Eso sí, llenán­
dose de artículos
de las mismas plumas, que hablan del «buen
sentido popular», «del fino instinto del pueblo» «del sentimien­
to común de los votantes», condenados los pobres a arrojar una
papeleta en las urnas cada tres o cuatro años, donde
la posibi­
lidad de elección de unas listas cerradas por la oligarquía
parti­
tocrática, aliena a las masas creyendo que son soberanas, y no son
sino meras comparsas de
esa oligarquía despótica, perd disfra­
zada de democracia.
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ANGEL MAESTRO
Esos mismos lobos del periodismo escrito o radiofónico, que
despedazan reputaciones
y destruyen vidas en nombre de ese
pretendido sacrosanto derecho· a la libertad de expresión que ha
de privar según numerosas sentencias judiciales por encima de la
intimidad o
del honor, son cautos, más aún tímidos al tratar
ciertos temas «tabúes». Altos Miembros
de la Magistratura filtran
informes
y datos y sentencias para ser bien vistos por esos medios.
Así, una
vez constatado el hecho de que la prensa de dere­
chas nd existe, dejando aparte cierto venal medio y limitada a
la casi clandestinidad
de boletines y pequeñas publicaciones, es
un hecho que sólo la calificada de ultraizquierda se atreva, de
forma sumamente minoritaria, comparada con la globalidad de
esos medios informativos, a plantearse ciertas preguntas legíti­
mas en un Estado que fuese una democracia de verdad.
Recientemente
el filósofo de izquierdas Javier Sádaba, decía
con toda raz6n, al hablar del miedo, hablar de la República, el
porqué la figura del Jefe del Estado, se trata con
tal precaución
y cuidado, que parece que hablásemos, decía el citado filósofo,
de las tinieblas exteriores.
En efecto, esos periodistas agresivos, al hablar de la dinastía
reinante, incurren en tópicos gastados
y elogios mil veces repe­
tidos. Hombres y mujeres que dicen ser de una extraña ideolo­
gía izquierdista, escriben
de la habilidad del monarca, de la
sonrisa de los Borbones,
y, colmo del paraxismo y de su propia
majadería, hablan del actual jefe del Estado diciendo que es «un
cachondo mental». Claro que muy posiblemente el
propio jefe
del Estado
sonría halagado antes esas muestras de dudoso gusto.
Podrá discutirse, vituperar incluso, la actuación de tales o
cuales periódicos,
pero existirá un silencio casi total, sobre la
desprotección
del ciudadano que se cree libre, frente a la agre­
sión del monstruoso Leviatán, que es el nuevo Estado: recor­
dando el editorial antes comentado, habrá temas que no
se dis­
cutirán, cual el de pagar los impuestos, por más que sean abusi­
vos y confiscadores.
Estos, así como el jugar dentro de las reglas de la oligarquía,
se convierta en algo intocable. Nunca veremos a esas fumas, a
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MEDIOS DE COMUNICACION DE MASAS Y DEMOCRACIA
esos pretendidos nuevos W alter Lippmen españoles, atacar el
fondo de los asuntos.
En frase gramsciana, al que tantas veces
siguen sin saberlo, atacan la superestructura, mas no la estruc­
tura de los verdaderos males de la sociedad.
Si alguna voz osa discrepar de lo profundo, de lo fundamen­
tal, y no de
lo accesorio, como es la mera anécdota de que si
Juan Guerra
se ha llevado tantos o cuantos millones, si alguien
pone en tela de juicio la pretendidamente sacrosanta constitu­
ción de 1978
-por lo demás una más, entre las numerosas ha­
bidas en España, entre 1812 y 1978-, a ese sí se le arroja a
esas tinieblas exteriores.
Estos pretendidos sacerdotes y sacerdotistas de la libertad, a
la que dicen oficiar e incensar a través de sus comentarios,
actúan con tal uniformidad en los mismos, que podemes obser­
var en cualquier cambio de ministros, que sus comentarios, es­
critos o radiofónicos, ofrecerán una asombrosa unifomidad. Mas
no s6lo en las ideas a transmitir, sino en el mismo lenguaje.
Da la sensación de ver algo, que ya se conoce de sobra, pero
a tal punto como
si de un objeto que arrojásemos al aire, su­
piésemos de antemano, que su caída será un hecho absoluta­
mente cierto y previsto.
En vez de sacrosantos y esforzados defensores de esa plura­
lidad, diríanse que nos encontrásemos ante aquellos profesores
de periodismo soviético, que enseñaban a los periodistas: «la
información nd consiste en dar noticias, sino en efectuar la edu­
cación de las masas». Y como esa información, al tocar los temas
verdaderamente conflictivos es siempre unidireccional, podrlan
sustituyendo los postulados marxistas-leninistas, por los de la
permisividad a ultranza, salvo para los oponentes
al sistema y
no a los accesorios, decir también que «la información es un
instrumento de la lucha de clases», no un mirador para reflejar
con objetividad los acontecimientos.
Sustituyamos la lucha de clases por
la apología de determi­
nados estereotipos, y tendremos un resultado similar.
Y, por último, siempre queda el recurso supremo y que nun­
ca falla. Decir que el oponente plantea argumentos «fascistas».
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ANGEL MAESTRO
La suprema condenación habrá dictado la condena inapelable y
descalificadora a ultranza, contra el que
as! sea calificado, aunque
nunca haya vestido una camisa negra, ni conozca siquiera el
sig.
nificado del haz de lictores, o que, incluso, haya combatido contra
ese sistema: Será inútil ; una vez establecida la última condena:
fascista, «allea jacta .est».
Como no hace mucho leíamos en un ccimentario, todo el mun­
do es fascista. As! han sido calificados mutuamente entre ellos,
Stalin y Trotsky, o la revolución cultural de Mao, o la política de
Breznev, o
los presidentes liberales de los Estados Unidos. Es la
descalificación definitiva.
Pero terminando con España, esos informativos han moldea­
do a tal punto la opinión, que millones de personas que durante
el Antiguo Régimen eran políticamente neutras y anodinas, ahora
descubren el haber sido perseguidas y aherrojadas por el mismo.
Aunque critiquen al gobierno socialista, generalmente por esa
voracidad recaudatoria, pero no por
sus aspectos morales tan
importantes en la configuración de la saciedad futura, no echa­
rán la culpa
al sistema, sino al partido socialista, quien no hace
más que cumplir con
sus postulados.
Tanto Hitler como
Stalin anunciaron numerosisimas veces
en su obras cuál
sería su línea de conducta futura, por lo que
honradamente no
podían existir esas sorpresas mayúsculas que la
burguesía occidental se llevaba ante el cumplimiento de sus
anuncios. As!, el partido socialista obrero español no hace sino
cumplir, y a
veces muy atemperadamente, sus propósitos tantas
veces enunciados en sus programas ideológicos.
¿ Por qué la sor­
presa? Pero esa pretendida opinión pública, y esos pretendidos
formadores de opinión,
nd ven, a pesar de su pretendido prag­
matismo, las cosas como son, y como la realidad ineflexible lo
exige, sino como ellos quisieran que fuese.
Si llegamos a la política internacional, entonces los oráculos
son
el W asingbton Post y el New York Times. El resto no cuen­
ta ; más bien, no existe.
Durante las grandes investigaciones que se produjeron sobre
los servicios de información de los Estados Unidos, después del
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MEDIOS DE COMUNICACION DE MASAS y· DEMOCRACIA
asunto Watergate, los medios de comunicación desempeñaron
un papel primordial, nd. sólo de acicate, sino de juzgadores.
No fue el enemigo quien causó
daño, sino el deformador
sentimiento de culpabilidad nacional, hábilmente explotado por
hostiles. Muchos de esos jefes de servicios medios de información
extranjeros quedaron aterrados ante
el espectáculo de los Estados
Unidos sacando a rastras a la luz pública no sólo actuaciones
dudosas, sino también fuentes
y métodos de trabajo del servicio
de información; les parecía que los Estados Unidos
se hubieran
entregado a una orgía de autodenigración.
Los pretendidos progresistas, autoconsiderándose representan­
tes de una izquierda intelectual,
en la realidad, tan pronto se les
contraría, se transformaron en los más feroces estalinistas.
Todo aquel que hiciese una crítica del sistema soviético en la
época de Breznev era considerado como reaccionario. Sólo
se ha
admitido la crítica y reconocidos los errores soviéticos cuando
el «liberal» Gorbachov ha empezado a señalar los defectos de
sus antecesores. Los cuales, aunque deslumbre a nuestros «bu­
das», no
es nada nuevo, pues Jruschof achacaba la culpa de los
males del sistema, no a éste, sino Stalin y Breznev, a Jruschof,
a Breznev, Gorbachov, etc.
Volviendo a la alienación de la opinión española, ésta
ha
sido y es casi total. No dice lo que piensa, sino aquello que se
le dice que debe pensar. Todo, eso sí, dentro de una pretendida
atmósfera de libertad
y derecho a la expresión. Pero si algún
político osa discrepar, no de tal enmienda o del acierto o no en
la fijación de las fechas electorales, sino que si osa de discrepar del
sistema en uso de esa democracia, los rayos se desatan contra él.
Se le silencia, pero posteriormente; primero va el insulto, la deni­
gración, la negación total de cualquier valor en el individuo en
cuestión.
Parece ser uno de aquellos acusados de los procesos de Stalin
entre los años 1936-1938, una de aquellas
víboras lúbricas o
perros
rabio.sos, que en interés de la sociedad había que eliminar.
Con ocasión de la reciente ejecución por parte de elementos
incontrolados de unos jesuitas progresistas en El Salvador, las
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contadas voces que han osado discrepar de la vers1on manipu­
lada y representada como indiscutible, fueron tachados ensegui­
da
; C6mo no! de fascistas.
Voces que han ingnorado la persecución
de la Iglesia en otros
tiempos
y en otras latitudes ahora acusan de anticlericarismo
cavernario a los que osan decir que los jesuitas muertos habían
tomado una postura militante
y combativa que desbordaba in­
cluso la teología de la liberación.
Los obispos que no se atreven a condenar o a sancionar a
clérigos blasfemos
y abiertamente infractores, por miedo a que
la reacción de los medios de
comunicación les acuse de inmovi­
listas o retr6gados; no hay pecado peor.
Si acaso es el de fascis­
tas, pero esta es una excomunión grave reservada a ocasiones
excepcionales.
Son los nuevos portavoces de la opinión, los nuevos jacobi­
nos que imponen, imbuidos de su misi6n, las ideas de
la paz, fe­
licidad y progreso del pueblo, que las ignora muchas veces, y las
desconoce otras, pero al que, en un nuevo «1984», no sólo se le
somete, sino que se le llega a hacer creer, por esa propaganda
unidireccional y masiva, que es partícipe y no sólo partícipe sino
señor único, dueño de su destino.
Los tópicos se repiten sin cesar: «el pueblo con su fino ins­
tinto». «Los ·votantes en las Uínas castigaron ... », etc. Pero cuan­
do algunos votantes rompen ese estado alienante y votan algo
diametralmente distintd a lo sostenido por los «budas», entonces
no reconocen su error. Deberían decir uno de sus tópicos: «la
grandeza y servidumbre de la democracia». No, entonces son ma­
sas de borregos, votos despreciables a los que hay que adoctrinar.
O
más aún que en otras naciones occidentales y donde nadie
niega que
el sistema existente sea democracia, estos pretendidos
fortnadores de la
o'pini6n en España, han trascendido su misi6n
informativa.
En un verdadero proceso dialéctico, han pasado de
ser periodistas
y comentaristas, a ideólogos. So pretexto de su
reverencia a
la voluntad sacrosanta del pueblo, éste ha de ir
orientado por ellos. Acorde con sus fines e intenciones.
La afinidad jacobina es indiscutible. Se disfraza de mero
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transmisor de la opinión, de que no hace más que cumplir coil
su labor de informador. A los que osen discutir esto, enseguida
se les calificará de reaccionarios que quieren amordazar la liber­
tad de opinión.
Las consignas superan incluso los antecedentes jacobinos; pa­
rece, incluso, que nos encontrásemos ante los «dazibaos» chinos
de
la gran revolucióo cultural destruyendo a los enemigos de
Mao, aunque el día anterior hubiesen sidd incluso compañeros de
viaje. Tal
es la unanimidad de los comentarios, evidentemente
contradictorios con una sociedad que
se autoproclama democrá­
tica, pero
en la que, lejos de existir comentarios discordantes,
éstos son forzosamente unánimes.
El experto en comunicación Bernard Cohen dijo que «la
prensa
nd puede imponer a la gente durante mucho tiempo lo
que tiene que pensar». El propio periodista se sitúa en nume­
re sos casos más a la izquierda en
el caso de periódicos no ideo­
lógicos, que
el público al que va dirigido el medio. Según el
profesor Wolfgang Donsabch, en
un interesante informe recogi­
do en español por Rafael de los Ríos, para Aceprensa muestra
cómo las carencias subjetivas de los comunicadores influyen de­
cisivamente en la confección de los contenidos y en la selección
de las informaciones: «Un sesgo
en la actitudes de los periodis­
tas necesariamente lleva a un sesgo en el contenido de los medios
de
comunicación».
Según dicho profesor, el periodismo atrae principalmente a
jóvenes situados
en la izquierda política, más que a los de ideo­
logía conservadora. Por ejemplo,
en un estudio realizado en
1987, por sólo un 8
% de los estudiantes británicos se defen­
dieron como conservadores, mientras que el 52 % se declararon
socialistas. Igual desequilibrio existe en los estudiantes alema­
nes: el
12 % se consideraban conservadores, frente al 41 %
que dijeron ser socialdemócratas. Imponen a la opinión una pe­
dagogía artificial, que conduce a domiilar el pensamiento de la
gente con su mensaje ideológico contra su propia voluntad.
Cuando casos como el de
la elección de Reagan en los Es­
tados Unidos o los éxitos de
Le Pen en Francia se producen
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de forma innegable, entonces comentan que el pueblo, ese pue­
blo maravilloso, entonces
se ha equivocado. El pueblo es la
fuente de las decisiones legítimas, pero siempre que la expresión
de ese pueblo esté subordinada a
los principios de la sociedad
liberal o a las tendencias izquierdistas fijada por
esos medios.
El político, según ellos, cuando la elección
no responde a sus
deseos, debe imponer su concepción del bien común y no ser el
simple mandatario de
las necesidades y de las demandas de la
sociedad. El nuevo formador de la sociedad, por el
momento
parece que intocable y ¡ ay l de quien se atreva discutirlo, es
ese periodista-ideólogo. Dispensador de patentes a políticos de
uno d otro signo, y destructor inmisicorde de aquellos que se
atrevan a desafiar el nuevo orden.
Pero terminando con España, vimos anteriormente cómo esos
medios informativos han moldeado a tal punto la opinión que
millones de personas que durante el Antiguo Régimen eran
po­
líticamente neutras y anodinas, ahora descubren el haber sido
perseguidos y aherrojados
por el mismo. Aunque critiquen al
gobierno socialista, generalmente por esa voracidad recaudatoria,
pero uo
por sus aspectos morales tan importantes en la confi­
guración de
la sociedad futura, no echarán la culpa al sistema,
sino
al partido socialista, quien no hace más que cumplir con
sus postulados.
En un documentado informe sobre el papel de los medios de
comunicación en España, publicado en el muy sensato y
bien
informado boletín del órgano de opinión Encuentros, se dice de
los medios de comunicación en la llamada transición que «ellos,
a través de la prensa, pero sobre todo de
la radio y de la televi­
sión han modelado la mentalidad colectiva de los españoles hasta
un grado tal que se necesitarían años y años de labor desintoxi­
cadora para corregir en parte sus efectos». No sólo actuaron sobre
los aspectos meramente políticos o instituciones del cambio, sino
que, sobre todo, insistieron en sus aspectos costumbristas, mo­
rales y éticos; por ello, el dima moral que hoy se respira entre
los españoles.
Se puede decir, sin temor alguno a exagerar, que
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sometieron al país a un auténtico «lavado de cerebro», con los
resultados que se pueden constatar.
Desarrollaron una verdadera labor de «agit-prop» con estilo
de auténticos militautes marxistas, llegaudo aún más lejos que lo
maudado
en los propios programas del PSOE. Y, todo ello, me­
diaute un nivel cultural en general ayuno de rigor intelectual,
pero acaso por eso muy afectivo, dada la altura cultural de la
masa de españoles.
Y no ha habido campo en el que no actuasen. Hau sembrado
sus consignas sobre cuestiones políticas, institucionales, cultura­
rales, jurídicas, militares, históricas, regionales, religiosas, de
cos­
tumbres, etc. En realidad, se ha implaotado y ha arraigado en
España
el modelo constitucional y social -entendido el término
social en su sentido más
amplio--que tales periodistas hao que­
rido implautar. (En tal sentido los políticos forjadores del
cam­
bio siempre fueron a remolque de esos periodistas). Fueron, son,
los auténticos moldeadores del alma colectiva actual de los
es­
pañoles.
Contra ellos nada prevalece y frente ellos todo
se doblega.
Son auténticamente seguidos y temidos, y, ¡ ay quien se atreva
a desafiar su poder!, pues sería laminado de inmediato. ¡ Ay del
político e incluso de aquel juez que intentase poner a uno de esos
periodistas en su verdadero sitio ! El único político que en la
trausición
se permitió enfrentarse en ocasiones a algunos de ellos
fue Fraga y ya vimos cómo fue calificado y tratado a lo largo
de años y años. (A ellos
se debió en buena parte el continuado
fracaso político de tal líder). Quien quisiera enfrentarse con
menos bagaje intelectual, menos ejecutoria pública que el citado,
sería tauto como suicidarse políticamente.
Una
vez alcanzaudo el cambio, ¿ hay síntomas de que tales
periodistas
se reintegren a su verdadera función informativa abau­
donaudo la de conformar la opinión pública? En modo alguno.
Una vez tomado
el gusto a la función de ideólogo y político,
el periodista que venimos definiendo no se conforma con los
parámetros estrictos de su profesión. Incluso cuaodo aparece
que algunos
se repliegau a su función esencial, el tratamiento
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que dan a la pura noticia demuestra que han cambiado de tác•
tíca pero no de intención.
Si alguien dijo que«el motor del cambio» había sido el Rey,
creemos que
se olvid6 de otros artífices de ese cambio. Esos
artífices fueron algunos periodistas. Sin ellos, los políticos no
habrían hecho nada práctico.
En un lugar común de enormes dimensiones el decir que la
democracia es el gobierno del pueblo, sin embargo, aun los apolo­
gistas de la democracia reconocen que
pocos estados modernos
conocen el gobierno por el pueblo. S6lo se conoce el gobierno
por delegaci6n del pueblo, la cual puede otorgarse de muy dife­
rentes maneras. La democracia -admiten sus grandes bonzos­
no es autogobierno del pueblo, sino gobierno con conseotimiento
del pueblo constitucionalmente y peri6dicamente revocado.
De­
trás de cada consulta electoral se oyen siempre las voces de los
oráculos de los medios informativos defendiendo lo que el pueblo
ha querido decir verdaderamente, cual ha sido el significado de
la vocaci6n, sin que esos grandes depositarios de la gracia no
recibida del pueblo, cual son los medios de comunicaci6n, no
parezcan nunca dispuestos a renunciar a su privilegio interpre­
tativo.
Los medios de comunicación, que cada vez más son una fuer­
za dominante en el ejercicio del poder, son tal como hemos vis­
to una pequeña minoría que interpreta de forma inexorable el
mito de
la representaci6n del pueblo. Aunque esto no se quiera
reconocer, el régimeo de todos los países desarrollados o no,
es
oligárquicd, y la lucha política es sólo lucha entre las distiotas
oligarquías, alegando cada una para justificar sus aspiraciones
al
mando, que su título representativo es el de mejor calidad.
Los medios informativos están dejando de ser un sistema de
búsqueda y clasificación para convertirse en un
principio orga­
nizador de la sociedad civil y política.
Acabo
ya con. una última referencia a nuestra época reciente,
a
la tan traída transición. ¿ Puede alguien negar que no han sido
al menos, uno de los motores de cambio? Más aún, posiblemente
el factor decisivo.
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