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Editorial. [Sobre la síntesis entre el catolicismo y la heterodoxia]

Semi-pelagianismo tras la herejía de Pelagio, semi-luteranismo de Jansenio tras la pseudo-Reforma, semi-marxismo de los progresistas... La historia de la Iglesia está llena de esas metamorfosis del error en otros errores más difusos, de rebeliones abiertas en corrientes insidiosas y de aberraciones notorias en tendencias discretas, inaprehensibles.

Se pretende que las enfermedades infecciosas graves son menos frecuentes tras los progresos de la higiene y de la medicina.

Sin embargo, aparecen buen número de infecciones larvadas. Menos graves que las precedentes, están más extendidas y se manifiestan bajo unas formas y con unos síntomas que varían frecuentemente. La enfermedad espectacular ha cedido el puesto a una polvareda de afecciones más benignas, pero siempre "nuevas". Así, por lo menos, nos lo han confesado diversos médicos.

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¿No existirá cierta analogía con los males que padecen las almas y las sociedades?

El demonio, siempre en la brecha, aun cuando se hable poco de él, no cesa de actuar como las infecciones. Primeramente suscita una gran herejía, un error que devasta la Iglesia.

Esta reacciona: Precisa el contenido de la fe católica, envía misioneros, crea escuelas o seminarios, con vistas a la lucha contra los "novadores". A veces suscita o permite cruzadas, cuando el error adopta un carácter social y amenaza la vida de los pueblos.

¿Desaparecerá ese error?

Sería ilusión creerlo. En los países en los que haya triunfado se guardará muy bien de atenuaciones y de componendas. En cambio, allí donde no haya podido implantarse francamente, proseguirá, pero suavizado, sin violencia externa, de tal manera, que pueda, al fin, infiltrarse en la Iglesia bajo una forma atenuada.

Hasta tal punto estará diluido, entremezclado con la doctrina verdadera, que las personas buenas se dejarán coger por él. El oculto objetivo final está en llegar a que los enemigos de la aberración declarada, los que hacen profesión de combatirla, se impregnen de ella a su vez, inconscientemente, poco a poco, y hagan germinar el mismo error del que pretenden arrancar los frutos[1].

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Pelagio había ido demasiado lejos al pretender que el hombre podía salvarse sin el auxilio de la gracia.

Lutero había ido demasiado lejos al negar al hombre la posibilidad de merecer por sus buenas acciones.

El pelagianismo, condenado, rebrotó en un semi-pelagianismo, contra el cual intervino San Agustín durante los últimos años de su vida.

El luteranismo, condenado en el Concilio de Trento, surgió de nuevo a través de las proposiciones de Jansenio. Fue preciso que un San Vicente de Paúl cortara el paso a este semi-error. Le contrarrestó, pero no llegó a aplastarle: a todo lo largo del siglo XVIII había de ir trabajando sordamente, en igual sentido que el libertinaje del que pretendía ser adversario.

Igualmente podría demostrarse cómo el racionalismo ha reaparecido a medias tintas con el modernismo, cómo el liberalismo radical de los "Filósofos" ha reaparecido santurronamente con el catolicismo liberal, cómo el molinosismo ha encontrado en Fénelon un oído complaciente, y cómo en nuestros días el semi-quietismo del célebre obispo de Cambray se arrebuja en la espiritualidad "moderna" del "puro amor".

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Esos semi-errores, ¿son caso, menos graves que los errores plenos e íntegros?

Un mal es tanto más peligroso cuanto menos se advierte su dolor, sobre todo en sus comienzos. Cuando se le descubre ha causado ya infinitos estragos. De ahí la dificultad de combatirle prontamente, sin correr el riesgo de atacar a la inocencia o de ver por todas partes lobos en lugar de ovejas.

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El marxismo es el error capital de nuestro tiempo, la "puesta en forma" de las corrientes de errores y de Revolución que han atravesado los siglos. Decía Pío XII que en nuestra época no se ataca tan sólo a tal o cual dogma, a tal o cual verdad: se ataca a la religión en su raíz.

El mismo orden natural es negado por el espíritu dialéctico. La Iglesia condena al comunismo. Sus adeptos son excomulgados.

Desenmascarado así, cambia de táctica. Es la "mano tendida" de los años 1936 y 1946. Consecuencia: el semi-marxismo o progresismo.

Pretende éste contentarse con una "acción común" con los comunistas, sin compartir su punto de vista ateo.

Mas la Iglesia condena, el 4 de abril de 1959, "... a los partidos o candidatos que, aun cuando no profesen principios opuestos a la doctrina católica, atribuyéndose incluso la calificación de cristianos, se unan, no obstante, DE HECHO, a los comunistas y les FAVOREZCAN CON SU ACCIÓN".

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Asistimos en el presente a la expansión discreta de un semi-progresismo que, bajo apariencia inofensiva, hace su camino.

No critica a la religión, ni siquiera aspira a una "acción común", afirmada explícitamente, con el comunismo.

Su matiz es más sutil aún.

¿Cómo reprobar un "catolicismo" que se presenta como un esfuerzo de "interiorización", de "purificación" y de "profundización" del sentimiento religioso?

¿Cómo reprobar una "cultura cristiana" que quiere asimilar lo que hay de bueno en los valores profanos de nuestro tiempo?

¿Acaso no hubiera aplaudido San Francisco el primer proyecto? Y Santo Tomás, ¿no hubiera aplaudido el segundo?

¿Queréis saber adónde conduce esta nueva tendencia?

Leed este número especial.

J. 0.
M.C.

 

[1] L'Unità Cattolica, diario italiano, advertía ya el 1 de noviembre de 1908: "El modernismo, este monstruo de siete cabezas y diez cuernos, ha dado a luz al semi-modernismo, más extendido, más astuto y más pernicioso que su padre, hasta tal punto, que se ha infiltrado y ha tomado pie allí donde nadie, hace pocos años, hubiera imaginado jamás que pudiera hacerlo."