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Los cuerpos intermedios (IV). Sistemas totalitarios

 

PARTE CUARTA

Sistemas totalitarios

 

"En sustitución del ser individual y concreto, surgirán los nombres de organizaciones a la cabeza de las cuales figurará la noción abstracta del Estado, encarnando el principio de la realidad política... Su finalidad y el sentido de la vida individual... no dependen ya del desarrollo y de la madures del individuo, sino del cumplimiento de una razón de Estado, impuesta al hombre desde fuera; de la realización pues, de un concepto abstracto que tiene tendencia, en definitiva, a absorber toda la vida. El individuo se ve privado cada vez más de las decisiones morales, de la dirección y de la responsabilidad de su vida; en contrapartida, será, en tanto que unidad social, dirigido, administrado, alimentado, vestido, educado, alojado en unidades de vivienda confortables y cómodas, distraído según una organización de ocios prefabricados, culminando el conjunto en una satisfacción y un bienestar de las masas que constituyen el ideal".

C.-G. JUNG.
Présent et avenir.
Ed. Bucbet-Chastel.

 

I

ORIGEN DE LOS CONCEPTOS TOTALITARIOS DE LA VIDA SOCIAL

La descripción de los cuerpos intermedios, el estudio de su función supletoria y la del Estado, nos abren ya las perspectivas de una vida social formada por la gradación armoniosa de comunidades en las que el hombre desarrolla su personalidad.

También hemos visto ya las oposiciones a esta concepción natural de la vida social.

Nos han sido propuestos "nuevos" tipos de sociedad civil.

A pesar de nuestro propósito de subrayar principalmente los aspectos positivos, racionales, dinámicos de los cuerpos intermedios, no podemos, objetivamente, callar los ataques de que han sido objeto, ni las consecuencias que de ello se desprenden.

Rousseau, padre de los sistemas liberales y totalitarios

Hemos visto más arriba que se oponen a los cuerpos intermedios dos escuelas aparentemente enemigas: de una parte, el liberalismo; de la otra, los totalitarismos[1].

Para comprender esta coincidencia, es instructivo referirse al Contrato social, de Juan-Jacobo Rousseau.

"El hombre ha nacido libre —escribe— y en todas partes está aherrojado"[2].

Rousseau advierte este hecho: la pertenencia a comunidades sociales constriñe. Impide hacer lo que nos viene en gana. No podemos dar rienda suelta a los impulsos personales, sin lesionar usos, costumbres e ideas acreditadas.

A Juan-Jacobo, cuyo sueño es no obedecer más que a su conciencia, juez infalible del bien y del mal[3], le parece que los cuerpos sociales extinguen la personalidad y frenan la libertad, erigida en absoluto.

Lo que nosotros consideramos como "natural", es a sus ojos una esclavitud perpetua.

Lo que nosotros llamamos "autoridades competentes", es el resultado de una dominación prolongada y sufrida sin reacción[4].

Con el tiempo, una cortina de tiranías se ha interpuesto entre el hombre y el orden primitivo de las sociedades, fundado, si se cree a Rousseau, sobre la libertad absoluta de cada cual.

La "liberación" del hombre consiste, pues, en rechazar en bloque los cuerpos intermedios, y en encontrar una nueva forma de asociación entre los hombres totalmente libres.

"Dado que ningún hombre tiene una autoridad natural sobre su semejante[5] y que la fuerza no crea ningún derecho, quedan, pues, las convenciones como base de toda autoridad legítima entre los hombres".

Desde este momento, "encontrar una forma de asimilación que defienda y proteja de toda fuerza común a la persona y a los bienes de cada asociado y por la cual cada uno, uniéndose a todos, no obedezca más que a sí mismo y quede tan libre como antes, es el problema fundamental, cuya solución da el contrato social[6].

Conviene observar esta concepción puramente abstracta del hombre y de su libertad, que no considera la finalidad de la vida, ni las circunstancias prácticas en las que vive el hombre, ni las condiciones para ejercitar una libertad auténtica. Esta misma libertad se propone como un absoluto, sin que se prevea nada para demostrar el fundamento de una afirmación grávida de consecuencias.

Pero si los hombres no tienen que obedecer "más que a sí mismos", ¿cómo hablar de someterse a una alianza? El contrato social ¿no habrá caducado aun antes de que se hubieran fijado sus cláusulas? Un pueblo en que cada uno es rey, corre el riesgo de despertarse en la anarquía. Y como la anarquía jamás ha sido un estado durable, terminará en la tiranía de un hombre, de un clan, del dinero o de otra fuerza cualquiera, los cuales serán quienes dicten las leyes.

La supresión de los cuerpos intermedios trae aparentemente muy pocas ventajas para la libertad del hombre.

¿Esperaba Rousseau eludir este obstáculo en su contrato social?

He aquí su principal modalidad. Las cláusulas de este pacto, dice, "... se reducen a una sola, a saber; La enajenación total de cada socio, con todos sus derechos, en favor de toda la comunidad... Cada uno de nosotros cederá al común toda su persona y todo su poder bajo la suprema dirección de la voluntad general y recibiremos a cada miembro como a parte indivisible del todo[7]". "... quienquiera que rehúse obedecer a la voluntad general será obligado a ello por todo el cuerpo: lo que no quiere decir sino que se le forzará a ser libre; porque tal es la condición que, dando cada ciudadano a la patria, ésta le garantiza contra toda dependencia personal"[8].

Así, pues, en el mismo momento en que Juan-Jacobo afronta la libertad, la pone de nuevo totalmente entre las manos de la colectividad anónima. En el momento en que pretende liberar al hombre de "toda dependencia personal" en el seno de las comunidades sociales, le somete a la dominación total, irremediable y sin rostro del Estado.

Paso radical, inmediato, lógico, del liberalismo a los sistemas totalitarios. Resultado esencial de un desconocimiento de la verdadera noción de libertad.

Si la actividad libre de cada uno no conociera más límites que su fantasía momentánea, ¿quién tendría fuerza bastante para garantizar semejante libertad?[9]. Cuando se quiere gobernar a un pueblo de dioses, hay que tener el puño de hierro del Estado-dios, heredero de esas divinidades particulares y divergentes. Desde ese momento, la sociedad ya no está al servicio del hombre. Es el hombre quien se hace esclavo de la sociedad, bajo el yugo del totalitarismo.

Y ya se siga el totalitarismo o el estatismo, se acaba siempre aplastando al hombre con una fórmula totalitaria[10].

"Desde el siglo XVIII —advierte J. Le Cour Grandmaison[11]—, el orden social —comprendiendo en él al político— está concebido en función del número, ya se defina éste por la sociedad, por el pueblo, por la masa, por el Estado... Todos estos sistemas tienen un rasgo común: subordinan —y no dudan en sacrificar— el individuo a la colectividad. Y es el interés (real o supuesto) de la colectividad el que constituye la ley suprema. Por muy paradójico que parezca, el liberalismo de nuestros padres acaba en el mismo resultado que la dictadura de hierro de los totalitarismos modernos: deja al hombre aislado, sin defensa y sin recursos, ante una masa que le aplasta, ¿Qué le importa la estructura liberal o totalitaria de esta masa? Un montón de arena aplastada como un bloque de cemento. En uno u otro caso el hombre es un "cero" ante el "infinito"..."[12].

¿Cuerpos intermedios o administración estatal?

¿Habla Rousseau de los cuerpos intermedios y qué piensa de ellos? Cuestión interesante, ya que estamos aquí dentro del nudo del problema y que hemos de ver surgir del sistema de Rousseau las oposiciones convergentes.

De ellas habla, pero en un sentido opuesto al nuestro.

"¿Qué es, pues, el gobierno? pregunta[13]. Un cuerpo intermedio establecido entre los súbditos y el soberano para su mutua correspondencia, encargado de la ejecución de las leyes y del mantenimiento de la libertad, tanto civil como política..." "Es en el gobierno, dice aún, en donde se hallan las fuerzas intermedias cuyas relaciones componen la del todo al todo o del soberano al Estado".

Entre el pueblo, teóricamente soberano, y el Estado totalitario, un solo intermediario: ¡el gobierno del Estado!

La armonía social de cuerpos vivos cede su puesto al reino del despacho central; la política del Estado se transforma en administración.

Desde este punto de vista, Rousseau viene a ser como un precursor cuando se examinan las consecuencias de su doctrina en nuestro tiempo. Esto es lo que vamos a hacer.

 

II

LIBERALISMO

Los partidarios y los enemigos del liberalismo están conformes en definirlo como un sistema en el que la libertad aparece como la noción primera, la fundamental, la que revaloriza todo en el orden del pensamiento como en el orden de la acción, la noción en función de la cual todo debe estar sometido, ordenado, regulado en el orden humano.

En el plan económico reivindica la libertad total del trabajo y de los intercambios[14]. La ley suprema es el "dejad hacer, dejad pasar".

El Estado no debería intervenir más que para garantizar estas libertades dentro de la nación y con respecto al extranjero. Los cuerpos intermedios, cuando son aceptados[15], deberían limitarse a acuerdos económicos con el fin de facilitar los intercambios. No tienen estatuto político y, sobre todo, su derecho no se funda en ningún poder práctico para hacer ejecutar las medidas tomadas en común.

La última palabra pertenece a los particulares[16].

El liberalismo pone su confianza en el mecanismo de la oferta y la demanda, el cual —asegura— llevará fatalmente a la prosperidad.

Todos se beneficiarán, ya que los niveles de vida subirán.

Las intervenciones del Estado o las de los cuerpos intermedios frenarían el mecanismo y desequilibrarían la economía.

Si interviniere el Estado, piensa el liberalismo, debería intervenir cada vez más, porque está obligado a compensar por medio de medidas ficticias (devaluación de la moneda, protección estatal, etc.) la perturbación que cause en la ley del mercado.

E igualmente, respecto de los cuerpos intermedios, que pondrían freno al libre ejercicio de la concurrencia.

Algunos liberales pretenden sostener que el Estado totalitario se sirve de los cuerpos intermedios para yugular la libre iniciativa[17].

Neoliberalismo internacional

Se concibe que con el desarrollo de las técnicas de fabricación y de los transportes, el liberalismo, después de haber provocado en el siglo último las grandes concurrencias y la economía cerrada[18], se haya visto forzado a traspasar las fronteras y a encontrar un terreno de aplicación más amplio.

El "ajuste progresivo de las diferentes economías entre sí por medio del mecanismo del mercado"[19] transforma el ejercicio de la concurrencia personal. La lucha queda circunscrita en adelante a las grandes convenciones internacionales que las comunidades de Estado, en la tesis liberal, deben amparar[20].

Insuficiencia de las tesis liberales

El error de los liberales no está en la defensa de la ley de la oferta y la demanda, estimulante irreemplazable del comercio y de toda actividad económica. Sería difícil discutírselo.

El error está en que hacen de esta ley el único principio de la vida social. Confiando excesivamente en este mecanismo, esperan de él la prosperidad general y el bienestar de todos.

Ahora bien, como todos los mecanismos, el de la concurrencia es ciego. Ignora demasiado frecuentemente las realidades sociales, las de la vida de los hombres y de su finalidad. Sin que la mítica prosperidad hubiese beneficiado a todas las capas sociales, se observó en el pasado siglo una concentración progresiva de las fortunas y un empobrecimiento casi general de los trabajadores[21].

En la actualidad, son las firmas internacionales, cada vez más importantes, las que monopolizan los negocios ejerciendo de esta manera presión sobre los Estados y sobre las comunidades de Estados[22].

Los cuerpos intermedios, en donde existen, ejercen el papel de amortiguadores entre el mecanismo de los mercados y de las realidades sociales: existencia decente para los individuos y sus familias, respeto a los derechos de los pobres, defensa de las regiones y profesiones menos favorecidas.

Permiten el mantenimiento de una justa jerarquía de valores.

Mientras el liberalismo parte, de hecho, de una concepción materialista de la vida, encaminando el fin de la sociedad a la acumulación creciente de riquezas, los cuerpos intermedios, inversamente, proporcionan a los bienes espirituales un medio institucional para que se mantengan en su rango, por encima de los bienes materiales, que no deben ser más que servidores.

De esta forma, desarrollan el sentido de la justicia social y del verdadero progreso humano contra el implacable mecanismo liberal[23].

Consecuencia del mecanismo liberal: las intervenciones estatales

Cuando el liberalismo sacrifica las libertades y la vida de los seres de carne y hueso a la "libertad de los mercados", tiene entonces el Estado el derecho de intervenir, sobre todo si los cuerpos intermedios no existen o son incapaces de hacerlo.

El liberalismo reclama, de hecho, la intervención del Estado, que rechaza en teoría, en tanto la justa repartición y la justa jerarquía de bienes no quede asegurada por los cuerpos intermedios adecuados[24].

Ahora bien, como deploran los liberales, cuanto más interviene el Estado, más tiene que intervenir. Tanto más disminuye la iniciativa privada cuanto más se hipertrofia el Estado. Y cuanto más disminuya la iniciativa privada, tanto más es forzado el Estado a ampliar su campo de función supletoria.

El totalitarismo es siempre la consecuencia lógica, ineludible, del proceso liberal, ya se trate del totalitarismo de las potencias financieras internacionales, o del totalitarismo de los Estados o de los superestados.

Cuanto más vivos sean los cuerpos intermedios, menos debe intervenir el Estado.

Cuanto más languidezcan los cuerpos intermedios, más pronto el mecanismo liberal lleva al Estado totalitario.

Socialismo liberal del superestado

El neoliberalismo se da perfecta cuenta de ello, y aprovecha las intervenciones del superestado.

Maurice Allais ¿no acaba de incitar a que se tomen medidas autoritarias contra los Estados poco propicios a las empresas de los "grandes mercados"? "La unión política —termina— debe preceder a la unión económica"[25].

El cerco está cerrado. El camino, trazado con miras a una alianza de los socialismos y del liberalismo, dentro de la visión totalitaria de un mundo en el que los "grandes imperativos" de la economía, nuevos ídolos, devoran cada día a los hombres, a sus intereses, a sus almas destinadas por Dios para otra suerte.

 

III

LA BARBARIE SOCIALISTA

Llámesela socialismo, colectivismo, estatismo, dirigismo, jacobinismo[26]; que sea marxista, proudhoniana, fabiania, laborista, "democrática", o que alcance su forma más exacerbada en el comunismo, esta corriente del pensamiento reside esencialmente en la visión totalitaria de la vida social.

El Estado está concebido como una totalidad: el único lazo social que tiende a absorber a toda otra forma de comunidad, lo mismo en el plano económico que en los de la instrucción, formación o información de los ciudadanos, hasta la absorción de su vida entera[27].

Entre el Estado y los individuos no hay cuerpo intermedio como tal[28].

"No debe haber sociedades particulares dentro del Estado", escribe Rousseau[29].

¿Seguridad social o seguridad estatal?

Si nos oponemos al socialismo, no es por una oposición sistemática hacia el Estado. Hemos señalado, en el capítulo de las nacionalizaciones[30] que las intervenciones estatales son legítimas cuando ayudan a los cuerpos intermedios, expresión de las libertades concretas de las personas. No resultan inaceptables más que cuando el "príncipe" pretende inmiscuirse en lo que las comunidades naturales son capaces de hacer por sí mismas.

Este criterio no se aplica solamente a la economía, sino a todos los aspectos de la vida en sociedad.

Por ello, uno de los cebos del socialismo es la promesa de unos seguros sociales" enteramente estatizados. Ya no más riesgos debidos a cargas de familia, accidentes, enfermedades, muertes, vejez...: el Estado se encarga de todo, subviene a todo.

Pío XII ha señalado bien el peligro de esta fórmula[31].

"Tememos no solamente, dice, que la sociedad civil se ocupe de una cosa que de suyo es extraña a sus atribuciones, sino también que el sentido de la vida cristiana y el mismo plan de su organización queden heridos, y aun dañados de muerte... Para los cristianos y, en general, para todos aquellos que creen en Dios, los seguros sociales no pueden ser sino seguros dentro de una sociedad y con una sociedad que mire a la vida natural del hombre y al desarrollo de la familia como al fundamento sobre el que se apoya la misma sociedad, para ejercer regularmente y con seguridad todas sus cargas y obligaciones".

Este texto pone en evidencia la confusión entre seguros sociales y seguros estatales.

Unos verdaderos seguros sociales se apoyan en "la vida natural" del hombre, con sus libertades, su capacidad de organizar su propia vida, de velar por su porvenir y sobre el "desarrollo de su familia".

No solamente el Estado socializante se mezcla en cuestiones que no dependen esencialmente de su poder[32], sino que además viola el orden natural sobre el que descansa la sociedad. Tiende a absorber totalmente a las personas en vez de ayudarlas. De ahí, esa ruina de la libertad y de la iniciativa que han hecho la grandeza del hombre.

El Papa Juan XXIII ha insistido mucho en Mater et Magistra sobre la necesidad del ahorro y sobre la difusión de la propiedad privada, porque éstos son los medios con los que el hombre puede organizar su vida y la de su familia. Los cuerpos intermedios, con sus patrimonios, ayudan a sus miembros, cuando el patrimonio familiar no basta a prevenir los riesgos o a asegurar el porvenir, Pero su oficio no es más que supletorio, y la persona queda directamente unida al cuerpo intermedio más cercano, ligada a él por un interés mutuo[33].

Otra cosa acontece en el Estado socializante.

Este paga todo, subviene a todo, garantiza todo. ¿No es normal que, a cambio, lo pida todo, comprendiendo en ello el inmiscuirse en la vida familiar y personal de los ciudadanos, destruyendo los fundamentos de la sociedad?

No tachamos de totalitarios a los socialistas para insultarles. Lo son, en realidad, por definición, por su concepción de la vida social. ''No pidáis demasiado al Estado —decía el Mariscal Petain— no puede dar más de lo que recibe." Para dar todo el Estado tiene que poseerlo todo. Es tanto más devorador, cuanto más se le pide; tanto más totalitario, cuanto más los hombres, para asegurar su propia seguridad, renuncian a sí mismos, a sus familias y a sus cuerpos intermedios[34].

El Estado socialista tiene el arte de dominar, de reducir a servidumbre a los que ayuda... con dinero de ellos mismos.

Se podrían tomar a broma las triquiñuelas administrativas que hacen las delicias de un Courteline o de un Fernando Reynaud. Pero no se tiene ganas de reír cuando la salud, el retiro de los ancianos, la orientación profesional, la educación de los hijos, dependen de algún reglamento anónimo o caprichoso[35].

Consecuencias del sistema

La "cadena sin fin" de los socialismos no es una palabra vana.

Cuanto más arruine el Estado a los cuerpos intermedios, tanto más tiende él a reemplazar lo que ha destruido.

Los corolarios de esta intrusión son: la despersonalización de las relaciones sociales, la masificación, la pérdida del sentido social. El socialismo cambia las relaciones de hombre a hombre por el lazo artificial de las relaciones administrativas. ¿Por qué ocuparse de otras? "colectividad" estatal, ¿no está hecha para esto? Toda solidaridad se reduce a ella, no es posible más que en ella y para ella[36].

Para funcionar, el aparato tiene necesidad de vastas simplificaciones, normalizaciones, nivelaciones en las que serán deliberadamente sacrificadas estas variedades, estas diferencias saludables, esta benéfica diversidad de cuerpos intermedios, que son la manifestación de lo real.

Nada mejor para mandar a estos hombres despersonalizados, que agruparlos en vastas masas anónimas dirigidas por un partido, por un clan de "organizadores", con los medios de presión teledirigidos por el equipo en el poder[37].

Esta masificación favorece revoluciones y golpes de Estado, ya porque facilita el "reclutamiento de grupos subversivos entre los que nada tienen que perder[38], ya porque vuelve indiferente a la multitud con respecto a las sanas exigencias del orden político.

Aventureros o vividores pueden hacerse una carrera hasta conseguir establecer uno de esos regímenes policíacos que impiden, por el terror, el intento de nuevos levantamientos.

Suprimiendo los cuerpos intermedios, la centralización abusiva hace imposible al ciudadano toda "autoridad en los negocios públicos, que por la monstruosidad de sus dimensiones, sobrepasan su competencia normal.

Hastiado de "la política", se repliega en una pasividad de autómata, dejando el sitio a los políticos y a los tecnócratas[39].

¿Ha evolucionado el socialismo?

La barbarie de los socialismos explica por qué los soberanos pontífices no los han condenado únicamente por motivos religiosos. Si así hubiera sido, habría que tener por legítimo, como se proclama aquí o allá, un socialismo que fuera respetuoso con el culto, con el clero.

Por tanto, cuando se lee el pasaje de Mater et Magistra en el que Juan XXIII recuerda la condenación del socialismo, aun "moderado", se aprecia que se limita a invocar los argumentos de derecho natural, admisibles por todos los hombres dotados de razón, sean o no cristianos.

"Pío XI, se lee, añade que no se puede admitir de ninguna manera que los católicos de su adhesión al socialismo moderado:

— bien porque sea una concepción de vida limitada a lo temporal, en la que el bienestar está considerado como el objetivo supremo de la sociedad;

— bien porque persiga una organización social de la vida común considerando sólo la producción, con gran perjuicio para la libertad humana;

— bien porque en él falte todo principio de verdadera autoridad social".

A pesar de la insistencia pontificia sobre su carácter antinatural, ciertos novadores estiman que el socialismo ha evolucionado y no presenta ya los mismos peligros[40].

Los argumentos de Mater et Magistra permiten responder a estas alegaciones:

1.° Aunque respetuosas con el culto católico, las "nuevas" formas del socialismo, ¿ conciben la sociedad de otro modo que limitada a lo temporal? ¿Han renunciado a la primacía del factor económico en la organización de la ciudad? ¿Se proponen restablecer la justa jerarquía de valores, y de considerar, en primer lugar, el fin natural y sobrenatural de la vida humana?[41].

2.° Los "nuevos" socialismos, ¿favorecen concretamente el uso de las libertades individuales, profesionales, locales? ¿Favorecen una "amplia difusión de la propiedad privada"?[42].

3.° Su concepción del Estado, ¿ya no es un totalitarismo, ni en la teoría ni en la práctica?

Cuando los "nuevos" socialismos defiendan con vigor a los cuerpos intermedios contra el "poderío opresivo de toda legítima autonomía", que es el Estado socialista clásico; cuando se conviertan en los campeones del derecho natural, que la Iglesia es casi la única que recuerda en la actualidad en su doctrina social, entonces aceptaremos a tales "socialismos".

Desgraciadamente, la etiqueta hasta ahora sólo oculta un dominio totalitario del Estado, correspondiente a la visión totalitaria de la vida social y política[43].

Siempre es por medio de un refuerzo de la máquina estatal —o superestatal—, siempre por una disminución concomitante de las libertades reales y de los cuerpos intermedios, con lo que se rematan las campañas socialistas, "moderadas" o no[44].

Afirmar que un tal socialismo es cristianizable sería lo mismo que pretender que el orden natural no tiene relación alguna con el orden de la gracia, ya que Dios ¡"santificaría" una forma de estructuras sociales opuestas a su plan creador!

¿Cómo encajar en las perfecciones divinas tal incoherencia?[45].

¿Es fatal el socialismo?

Un sistema que va contra los fundamentos constantes del orden humano no se instaura "fatalmente". Si puede acelerar su propio desarrollo en un clima de errores y de pasiones, suscita, en cambio, reacciones de la naturaleza humana vejada[46].

El socialismo no es término de un movimiento irreversible. Su historia muestra que ha sido, y lo es todavía, deseado, preparado metódicamente, pacientemente.

¿"Evolución"? ¡Puede ser! Pero también es el resultado de actuaciones revolucionarias cuidadosamente calculadas[47].

Es deber de los "hombres de buena voluntad" el oponer, en un combate reflexivo y tenaz, un orden social de cuerpos intermedios a la barbarie totalitaria.

Tienen en su contra: el embrutecimiento progresivo de los individuos por los medios de presión, los apremios del Estado, la sincronización a escala mundial de los esfuerzos revolucionarios.

Pero tienen a su favor el poderío de la verdad, del sentido común, de la justicia, la fuerza latente de las libertades humanas subyugadas y la ayuda de la gracia, cuando la saben pedir a Dios.

En esta situación, ¿qué cristiano, qué hombre de buen sentido, permanecerá sordo a las llamadas reiteradas de Pío XII?

"Hay que evitar —decía[48]— que la persona y la sociedad se dejen arrastrar al abismo, al que las quiere lanzar la socialización de todas las cosas, socialización en cuyo término la imagen terrífica del Leviatán llegaría a ser una horrible realidad. Con su última energía, la Iglesia libraría la batalla en la que están en juego los valores supremos: la dignidad del hombre y la salvación eterna de las almas".

Y aún más: "El estado está a punto de renunciar a su misión de defensor del derecho, para transformarse en ese Leviatán del Antiguo Testamento que domina iodo, porque quiere atraer todo hacia sí"[49].

 

IV

EL MUNDO CERRADO DE LOS TECNÓCRATAS

En el siglo pasado, los socialistas y los anarquistas se presentaban como los destructores del Estado[50].

En cuanto a los liberales, éstos querían justamente conservar lo preciso de autoridad pública para poder conservar sus cajas de caudales.

Parece que después de esta dislocación del orden social tradicional, las fuerzas adversas tienden a organizar un "orden nuevo", enteramente condicionado por la producción y apoyado sobre un fundamento materialista[51]. Ya hemos visto cómo el liberalismo contemporáneo sabe hacer buenas migas con la organización socialista internacional[52].

La concentración capitalista, descrita por Carlos Marx, actuó por largo tiempo en provecho de patronos personales: los "reyes" del petróleo, del caucho...

El poderío económico se va haciendo cada vez más anónimo. La riqueza ya no tiene rostro[53]. El colectivismo ya no es solamente estatal. Desde ahora existe un colectivismo del capital: el de la "fortuna anónima y vagabunda", como lo llamaba el duque de Orleáns[54].

A despecho de las divisiones entre potencias "orientales" y "occidentales", entre países comunistas y "burgueses"; a despecho de las luchas de clases, de partidos, de grupos financieros o étnicos, se converge en el materialismo, con vistas al reino universal del homo oeconomicus.

Sinarcas y tecnócratas. La era de los organizadores

El cardenal Spellman refiere en sus Memorias las curiosas confidencias del presidente Roosevelt sobre el reparto del mundo concertado entre las grandes potencias. Estas extrañas alianzas aparecen de nuevo en las ayudas prestadas por las altas finanzas a las revoluciones comunista y nazi, especialmente en el sostén simultáneo a Hitler y a Stalin hacia 1943. La participación creciente de los grandes encargados de negocios en los gobiernos progresistas, el recibimiento hecho a Kruschef por las altas finanzas americanas, la neutralización de toda resistencia efectiva al comunismo desde que brilla el oro de Wall Street, el éxito de ciertos diarios socialistas entre los "businessmen", estos hechos revelan la existencia de un elemento sincronizador, aparente u oculto, entre sectas, "grupos", masonerías, potencias del dinero y escuelas revolucionarias de toda categoría, elemento al cual se le suele dar el nombre de sinarquía[55].

A estas observaciones históricas es conveniente añadir otra de orden económico.

Juan XXIII habla, en Mater et Magistra, del foso que se agranda entre la propiedad de los bienes de producción y la administración de las empresas[56].

Es un pequeño número de grandes accionistas el que dirige a las sociedades financieras importantes esparcidas por el mundo entero. Ejerce un poder enorme, ligados sus miembros entre sí por alianzas de familias o por la mutua imbricación de las sociedades (comprendiendo entre éstas a las nacionalizadas que tengan intereses en esos trusts).

Y en cuanto a la explotación administrativa, técnica, comercial de estas sociedades, tiende cada vez más a restringirse entre las manos de algunos grandes técnicos, que controlan de esta forma sectores económicos enteros.

"¿Qué es la tecnocracia? ¿Qué son, qué quieren los tecnócratas?, pregunta Henri Costón[57]. Se puede calificar de tecnocracia a un sistema que da el poder de organización y de decisión sólo al Estado y a la gran empresa, que lo pone en manos de un grupo de técnicos. Los tecnócratas, ligados por una formación común, por un "espíritu de cuerpo", no son sólo técnicos, sino partidarios del gobierno de los técnicos. Gozando de una autonomía creciente con respecto a los grupos capitalistas y a los ministros que los han hecho sus mandatarios, ejercen (o intentan ejercer) el poder real en sus puestos"[58].

Aseguran su señorío por medio de la concentración industrial, comercial, administrativa, por la supresión de las pequeñas y medianas empresas, de las aldeas, de lo que les es un freno para el dominio anónimo y totalitario sobre los bienes, las personas y las instituciones.

"Situados en los engranajes esenciales del Estado, escribe George Virebeau[59], los tecnócratas tienen un papel considerable dentro de la nación. Son los que organizan, prevén, deciden, ordenan, planifican; hasta el punto de que el gobierno no es más, sobre todo en el campo financiero, económico y social, que la fachada del poder tecnocrático"[60]. Y se puede encontrar lo mismo bajo una forma comunista, que liberal o sinárquica.

Es la "era de los organizadores", de la que habló el filósofo americano Burnham.

Peligro para la humanidad de esta convergencia totalitaria

Jacques Ellul, especialista en el estudio de las cuestiones de publicidad y de propaganda, traza este cuadro, esbozando al "hombre de 1970"[61].

El hombre occidental de 1970 es un profesional, ante todo. Todas sus otras actividades, todas sus otras relaciones, todos sus otros centros de interés no son más que anexos. El hombre está preparado, por medio de la enseñanza cada vez más especializada, para realizar una función y no para ser un hombre (¡en el sentido más amplio o completo que se quiera!). Está incorporado a una profesión que le reclama lo mejor de su inteligencia, de sus fuerzas y de su tiempo. En ello encuentra a la vez el sentido, lo serio de su vida, e igualmente la posibilidad de su felicidad... Todas las otras actividades aparecen, por ello, como un anejo del resto y como cosa superfina. La vida intelectual, la vida familiar, la vida religiosa, la creación personal, etc., todo esto se hace en el tiempo que le queda libre, todo es a la vez función de lo que puede ser su profesión y es igualmente fútil, porque no se puede considerar artefacto ni colocar entre lo que resulta de la producción industrial; en fin, es algo poco importante por el hecho de ser individual.

El hombre se pierde asimismo en sus ocios, "diversiones que le vienen del exterior, que le ofrece la sociedad: televisión, cine, periódicos, espectáculos deportivos... Se divierte. No tiene ciertamente tiempo para conocerse a sí mismo ni para crear una relación compleja, difícil y molesta, con los demás. La diversión confirma la tendencia general; este hombre está bastante bien equilibrado, pero perfectamente extravertido"[62].

¿Quién va a dar el impulso a estos hombres aglomerados, gregarizados?

El hombre (de 1970), advierte Ellul, está muy politizado. "Politizado, por estar viviendo en una sociedad en la que el poder político asume la totalidad de las actividades, organiza la vida de cada uno, pidiendo al mismo tiempo a cada uno el máximo de servicios y de esfuerzos. Politizado, porque espera todo, en definitiva, de las intervenciones y decisiones del Estado: éste se manifiesta como el agente de cada pulsación colectiva o de cada reivindicación social.

"El Estado es una especie de mediador entre el hombre y todos sus problemas personales o generales. Por medio del Estado todo se puede arreglar; es el Estado de donde el hombre espera, en efecto, la respuesta a cada acontecimiento aun en la vida privada: los servicios sociales sirven para los problemas individuales".

Destrucción física del hombre

No es solamente la libertad, lo que el hombre pierde en este campo de concentración mundial de la tecnocracia. Pierde su razón y hasta su vida.

Los nacimientos están planeados de antemano, el aborto se mantiene como una práctica generalizada. La muerte es el solo método preconizado por los "organizadores" para arreglar los problemas... ¡de la vida![63].

Al pensamiento se le cambia por el reflejo condicionado, resultado de la domesticación de los animales. La facultad de juicio y de elección, que caracteriza la actividad intelectual del hombre y su libertad, cede el sitio a las determinaciones globales que las masas ejecutan pasivamente.

"Ganado manso y educado", preveía ya Saint-Exupéry[64].

"El hombre, nos dice también Ellul, recibe un cierto número de señales determinadas por razones globales y a ellas responde por reflejos", como el automovilista ante las luces rojas o verdes...[65]. "Este hombre está de tal forma incitado por esas señales, que adopta una actitud total de pasividad, atendiendo la señal para actuar... A medida que el organismo socio-económico se vuelve más técnico, las señales se vuelven más indispensables y más numerosas, y al mismo tiempo un número creciente de acciones humanas queda así determinado"[66].

Esta verdadera mecanización del hombre, su reducción a un estado de robot, no deja de influir sobre su constitución psico-fisiológica, provocando una verdadera degeneración, como lo ha mostrado Gonzague de Reynold.

Es éste el porvenir dorado prometido a la juventud por Armand y Drancourt[67] y expresado en la extraña ecuación:

"Técnica + organización = cultura?"[68].

 

CONCLUSIÓN

LA CIVILIZACIÓN

"Un pueblo no es un número determinado de individuos arbitrariamente contados. Un pueblo es una jerarquía de familias, de profesiones, de comunidades, de responsabilidades administrativas, de familias espirituales, articuladas y federadas para hacer una patria. La solución consiste en restablecer al ciudadano en la realidad familiar, profesional, comunal, provincial y nacional..."

Mariscal PETAIN.

"A la luz de esta unidad dé derecho y de hecho de la humanidad entera, no nos parece que los individuos carezcan de relación entre sí, como granos de arena, sino, más bien, que están unidos por relaciones orgánicas, armoniosas y mutuas, distintas según la variedad de los tiempos —relaciones que son el efecto del destino y del impulso natural y sobrenatural del hombre

PIO XII, Summi Pontificatus.

 

I

ACTUALIDAD DE LOS CUERPOS INTERMEDIOS

La gravedad de los peligros que amenazan a la sociedad no debe hacer olvidar que existe un remedio, siempre al alcance de los hombres: el retorno a un orden social fundado sobre los cuerpos intermedios. Ellul subraya, en su estudio, la ansiedad del hombre de 1970, cogido como una rata entre las mallas totalitarias. Pero, a diferencia de la rata, siempre le es posible escapar, con la condición de que quiera hacerlo y que sepa cómo hacerlo. Dicho de otra forma, le falta al hombre contemporáneo una doctrina social.

Muchos cuerpos intermedios renacerían o harían fracasar las intrigas socialista-sinárquicas, sí sus miembros conocieran los principios del derecho natural y cristiano.

"Se habría ensayado todo, decía el cardenal Pie, si se hubiera ensayado la verdad".

Decir que los progresos de las ciencias y de la técnica, han vuelto caduca la noción de los cuerpos intermedios y provocado el ineludible empuje totalitario, sería un error histórico.

Cuando se produjo la "revolución industrial" del siglo xix, en Inglaterra primero, después en Francia, en Alemania y finalmente en los Estados Unidos, los cuerpos intermedios habían dejado de existir, aplastados por las teorías jacobinas de la Revolución llamada francesa.

La evolución hacia los totalitarismos actuales no es una consecuencia del progreso material. Es el fruto de la concepción del hombre y de la sociedad que ya hemos analizado en la parte cuarta de esta obra.

Si se hubieran aplicado a la organización social los principios del derecho natural y cristiano, los mismos progresos se habrían producido, pero dentro de un espíritu que hubiera sido beneficioso para el hombre, en vez de haber provocado su decadencia.

Desgraciadamente, estos principios, que la Iglesia no cesa de proponer a los hombres[69], fueron desconocidos o, aún peor, menospreciados, rechazados. A mediados del siglo XIX, el consejero Dupin lanzaba la divisa: "Cada uno en su casa, cada uno para sí." Hoy los tecnócratas (sinarcas o comunistas) dirán: "Poseer todo, dominar todo." Unos y otros están en las antípodas de las enseñanzas sociales del catolicismo.

De nosotros solos depende el volver a ellas —aunque no fuéramos creyentes—porque son el fruto de una prudencia y de una sabiduría eternas y de un sentido del hombre que sobrepasa las ambiciones temporales o los triunfos políticos de un día. Y ante todo, rompiendo esta "conspiración del silencio", voluntario o tácito, que rodea al derecho natural y cristiano.

Pero les faltan aún a los hombres "prácticos" de nuestro tiempo otros motivos de acción que la sola certeza teórica de estar en lo cierto. El materialismo ambiente ha arruinado en muchos corazones el amor de "gestas" heroicas por una verdad claramente percibida.

Ahora bien, la evolución de la técnica y de la industria, lejos de debilitar la doctrina de los cuerpos intermedios, la vuelve aún más factible. Renueva su fecundidad para todo lo que los descubrimientos modernos permiten poner en práctica.

Numerosos indicios muestran que el redescubrimiento de los cuerpos intermedios es objeto de atención creciente por parte de economistas clarividentes, amigos auténticos del progreso, de todos, aquellos que no se ciegan con prejuicios totalitarios ya retrógrados[70].

Folklore y descentralización

Se confunde demasiado frecuentemente la descentralización con el folklore, lo que incita a la gente "práctica" a considerar aquélla como el sueño de los tocadores de gaita y tamboril, agradables supervivencias de un tiempo acabado. Ciertamente que el folklore desarrolla Un papel importante. Nos recuerda lo que la vida provinciana pudo producir antaño de hermoso y bueno[71].

Pero una provincia, un condado, una región no son un traje ni un tocado. Son una realidad profunda que hoy puede manifestarse de una forma muy diferente en sus aspectos secundarios, transitorios.

No hay regionalismo eficaz, si no es institucional; de otra forma, todo serán tinglados para turistas, decoraciones para comicios agrícolas[72].

Hoy, el alcance de los cuerpos intermedios y de la descentralización es mucho más importante.

Los cuerpos intermedios y el fenómeno de la "socialización"

Juan XXIII observa en la encíclica Mater et Magistra[73]: "Hay que añadir, a las características más importantes que parecen propias de nuestro tiempo, principalmente los incrementos de las relaciones sociales; es decir, las mutuas y cada día mayores necesidades de los ciudadanos, los cuales en su vida y actividades formaron asociaciones que han sido frecuentemente recogidas en el derecho privado o en el público"[74].

"Varias cosas son las que parecen como el origen y fuente y que han dado a luz a esta edad presente: entre ellas, los incrementos en la enseñanza y en las artes, medios más eficaces para la creación de obras, una manera de ser más cultivada de los ciudadanos".

Las consecuencias normales de esta evolución son una reducción del campo de actividades exclusivamente personales y la tendencia a una "intervención creciente de los poderes públicos". De ahí el riesgo de un dominio totalitario, riesgo que el Papa no disimula. La única posibilidad de "sacar ventaja" de tal estado de cosas y de '"conjurar o reducir sus efectos negativos" sería "la autonomía de los cuerpos intermedios ante los poderes públicos"[75].

Desarrollando el ejercicio de la libertad personal en el caso de las comunidades naturales, aquéllos pueden compensar ampliamente lo que esta libertad puede perder de hecho en el "crecimiento de las relaciones humanas".

Hay otros signos de su oportunidad.

Los cuerpos intermedios, condición del progreso social

1.° Confluyen en la misma dirección que el progreso técnico.— Philippe Ribot escribe[76]: "Desde 1930 aproximadamente, época en la que grandes descubrimientos alcanzan al sector industrial, estamos en "la edad neo técnica", es decir, en la edad de nuevas técnicas.

Esta época, la nuestra, está caracterizada, contrariamente a las precedentes, por una gama muy rica y muy flexible:

- de fuentes de energía,

- de materias primas,

- de medios de transporte.

Por ello, la electricidad térmica y, sobre todo, la hidráulica se transporta por cables, el petróleo por oleoductos, en camiones.

En cuanto a la energía nuclear, se sabe bastante por los numerosos ejemplos citados, cuán fácil será usarla. Los medios de transporte se vuelven instrumentos más y más útiles, permitiendo alcanzar zonas cada vez más lejanas. Contrariamente al ferrocarril, favorecen el fraccionamiento de los cargamentos". El autor cita, siguiendo a J.-F. Gravier, "el hecho de que un comerciante de no importa qué rincón recóndito de La Lozère, emplea menos tiempo en su automóvil "dos caballos" para llegar a Mende, que un comerciante de Gennevilliers para ir a la Prefectura del Sena"[77].

Se puede fabricar ahora cualquier cosa, escribe Gravier[78], siempre que haya:

- hombres,

- carreteras,

- electricidad.

La concentración industrial es una visión retrógrada y no puede defenderse sino por espíritu de sistema, especialmente por los marxistas.

Sin embargo, queda todavía un riesgo, aun para las actividades más descentralizadas: la interdependencia creciente de los sectores económicos. "Los distintos aspectos de la técnica moderna —escribe Harry R. Welton[79]— están muy entrelazados, lo que hace el complejo sumamente sensible, incluso en lugares aparentemente de poca importancia. Se vio esto claro cuando Londres casi se paralizó por una huelga que hizo faltar el oxígeno líquido durante diez días; por esta circunstancia se advirtió que el "pequeño sindicato" que había desatado el movimiento en el "pequeño sector", aparentemente marginal, había sido conquistado por los comunistas desde hacía largo tiempo, sin que nadie lo notase"[80].

Lejos de desvirtuar la necesidad de los cuerpos intermedios, estos ejemplos los confirman. El Estado tiene que ser totalmente independiente de los diversos sectores económicos para velar por la seguridad general con la libertad y la autoridad que esta tarea exige.

Y, finalmente, la infiltración de los sindicatos de elementos subversivos es bastante más difícil cuando estos sindicatos ejercen sus actividades dentro del marco de una profesión, que cuando son instrumentos dóciles de las fuerzas políticas que buscan el poder.

2.° Favorecen el progreso económico.—Una "política de conjunto de la economía"[81] se hace indispensable dentro de cada país a causa de la multiplicación de los intercambios internacionales y para salvaguardar los intereses de los ciudadanos contra los "grupos" de negocios cosmopolitas. Para alcanzar su meta, esta "política de conjuntó" debe comprender la participación de los cuerpos intermedios en su elaboración y puesta en práctica. En caso contrario, se cae en la planificación totalitaria.

3.° Coincidir con los otros progresos.

Se ha visto cómo la descentralización coincide con el verdadero progreso político, salvaguardando la más auténtica representación democrática, como lo intuía Pío XII, a la altura de las competencias y directamente ligada a la vida de los ciudadanos.

Los progresos del espíritu están en función de esta libertad "en la búsqueda de la verdad, esencial en el hombre", como lo ha recordado Juan XXIII en Pacem in terris. El estatismo, ya lo hemos dicho, es esterilizante. No es él quien estimulará los descubrimientos y la cultura.

Se podrá decir otro tanto del progreso de la vida espiritual y religiosa, íntimamente ligada con el respeto al orden natural.

En cualquier dirección que se mire en la hora presente, se observa siempre esta alternativa:

— o el retorno a la barbarie con las diversas formas de totalitarismo, que hemos descrito;

— o el progreso de la civilización por la descentralización y los cuerpos intermedios, progreso que analizaremos para terminar.

 

II

CUERPOS INTERMEDIOS Y CIVILIZACIÓN

¿Qué es la civilización?

El "Vocabulario técnico y crítico de la Filosofía", de Lalande[82], nos enseña que "una civilización es un conjunto complejo de fenómenos sociales de naturaleza transmisible, que presenta un carácter religioso, moral, estético, técnico o científico, común a todas las partes de una vasta sociedad o a múltiples sociedades relacionadas: la civilización china, la civilización mediterránea".

Esta definición es descriptiva e insiste sobre las civilizaciones concretas, variadas... "cuya originalidad —comenta Pierre Péronnet[83]— merece el respeto en la medida en que es valedera".

¿Qué es lo que nos permitirá llamarla así?

"La debilidad de nuestra definición, continúa Péronnet, procede de que ninguna jerarquía fundamental de valores se dibuja en ella... Porque no todas las civilizaciones están igualmente civilizadas. No solamente poseen riquezas más o menos abundantes y de diferentes órdenes, sino que en la misma proporción sufren los gérmenes de la muerte, los elementos destructores; son capaces de progresar, pero también de retroceder, y hasta de hundirse; acontece también que una decadencia profunda se disimula bajo ciertos progresos particulares o superficiales. Para juzgarlos hay un principio fundamental que fija la jerarquía de valores más o menos indispensables a la existencia de una civilización".

El autor de "Civilisation et Chrétienté" ve tres niveles en esta jerarquía de valores. En primer lugar, un conjunto de bienes y de 1 elementos materiales y temporales[84].

"En segundo lugar, una suma de valores intelectuales, morales, jurídicos, espirituales"[85], es decir, la "cultura", que es "como el alma de la civilización" y a la cual corresponde la primacía.

Y finalmente, "lo que hace a una civilización es la ciencia, pero más aún, las costumbres".

"Cuanto más desarrolla una sociedad al hombre total en todos los hombres que la constituyen —subraya el canónigo Bricout[86]—, y cuanto más les vuelve felices, tanto más civilizada es".

Sentido del hombre, de la plenitud a que ha sido llamado, en una palabra, sentido de lo universal en lo que respecta a las cualidades particulares de cada persona y de cada medio ambiente, tal podría ser el carácter de la verdadera civilización.

La etimología nos enseña que es una "acción de la ciudad" sobre los miembros que la componen.

Una civilización será tanto más civilizada, cuanto más ayude al hombre a desarrollar, en su medio ambiente, las cualidades personales con vistas a alcanzar su fin supremo: "Dios sobrenaturalmente conocido y amado"[87].

De ahí la afirmación neta de S. Pío X: "La civilización de la humanidad es una civilización cristiana"[88].

Los cuerpos intermedios, instrumentos necesarios de civilización

"Los hombres, se ha dicho, no han nacido para las grandes, cosas." Hay mucho de verdad en esta ironía. Los hombres están; hechos para amar las grandes cosas, porque están hechos por Dios; pero el orden de nuestros apegos está dispuesto de tal forma, que se nos lleva a los grandes amores y se nos sostiene en ellos por medio de un cariño directo para las cosas más humildes.

¿Por qué se habla de "amor al pueblo" o de "solidaridad humana", si se desconocen, si se destruyen las comunidades que pueden unir más directamente a los hombres entre sí?

El mejor medio, el medio normal de llevar a un amor real, eficaz: a la mayor parte de una importante comunidad, como la nación, o aún más vasta, es el de favorecer, mantener el ardiente amor a las comunidades intermedias.

El amor a la patria chica, ¿no es la mejor iniciación para el de la grande?[89].

Un orden social justo favorece la armonía de los intereses de la persona con los de la ciudad[90].

"El primer efecto de una constitución sana —escribe Gustave Thibon[91]— es doblegar el egoísmo individual[92] en servicio del bien común y hacer coincidir, en la más amplia medida posible, el interés privado con el deber social.

¿Cómo tender hacia esa armonía? Por medio de una organizaron de la ciudad en la que cada individuo, que faltase a su misión social, fuera necesariamente el objeto de sanciones orgánicas e inmediatas

"Está claro, ciertamente, que, aun en el orden más material, el conflicto entre el interés personal y el bien común no puede ser más que aparente o provisorio; en último análisis, el individuo no puede servir a su propio interés más que sirviendo también al de la colectividad, de la que depende; recíprocamente, no puede actuar contra el bien común, sino destruyéndose a sí mismo. Tarde o temprano, el egoísmo económico o social será sancionado. Ciertamente, entre las múltiples sanciones posibles de este egoísmo, hay algunas que son inmediatas, y en esta misma medida, eficaces, y hay otras lejanas, inoperantes. El agricultor que deja de dar a su cosecha o a su ganado los cuidados suficientes, el monarca que por su incuria o su tiranía lleva a su pueblo a la ruina, son castigados, personal y prontamente, en su rango social. Un funcionario perezoso, o al revés, un asegurado social que chupa de la "caja" escondida y lejana, un ministro efímero e irresponsable no son alcanzados por las sanciones más que durante una profunda catástrofe social (hundimiento de la moneda o del Estado, revolución, etc.), de la que pueden, por otra parte, escapar. Sanciones tan alejadas, tan aleatorias, tan impersonales, no podrían frenar eficazmente las tendencias antisociales de los individuos. Hace falta algo más que la oscura y lejana amenaza de un diluvio universal para mantener al hombre en su humilde deber particular"[93].

Clases medias y promoción de las élites

Desde la primera parte de esta obra, hemos visto el papel indispensable de los cuerpos intermedios en la educación permanente de cada individuo.

Al término de nuestro estudio, todo lo que ha sido demostrado precedentemente nos permite comprender el beneficio de los cuerpos intermedios para la sociedad, para la civilización.

Los individuos ceden a la ciudad lo que han recibido de ella por la feliz influencia de las comunidades naturales.

Si son necesarias autoridades sociales para que los cuerpos intermedios sean formados, animados, desarrollados; a su vez, los cuerpos intermedios serán un vivero de autoridades sociales, un poco como los colegios de frailes son el manantial normal del reclutamiento de los mismos frailes entre los alumnos.

Más independientes por su situación profesional, mejor colocadas para ser comprendidas, seguidas; más valientes, menos corruptibles, más estrechamente ligadas a los grupos de donde han salido; más competentes, pues, y más enérgicas en la defensa de estos grupos, tales son las verdaderas autoridades sociales[94].

¿Quién no ve que un papel así sólo puede quedar asegurado por el "arraigo" de estas élites en sus cuerpos sociales respectivos, mediante los diversos cargos que ocupan de arriba abajo en la escala social, sin riesgo de aventuras políticas?[95].

De esas élites sociales se debe sacar a quienes lleguen a los cargos públicos, sin precipitaciones, como una prolongación gradual, normal de los puestos cada vez más elevados que habrán de ocupar[96].

Bajo este aspecto, parece que una sociedad está tanto más civilizada, cuanto más rica es en comunidades intermedias más diversas, más prósperas. Como una escala con los peldaños más juntos, más fácil de escalar, de subida más accesible.

Es la obra maestra civilizadora de estas naciones ricas en "clases medias" muy diferenciadas[97].

"La sociedad se eleva —enseña Pío XII— cuando las virtudes -de una clase se difunden en las otras"[98]. Cada clase media, multiplicando las comunidades de un medio social a otro, permite esta difusión[99].

Toda sociedad tiende a aparecer como una sociedad de élites, trabajada, purificada, refinada. La aristocracia es cosa general: élites aldeanas, obreras, artesanas, élites locales, artísticas, intelectuales, espirituales, élites de servicio y de honor. Nada de esos vastos sectores de la masa social que avergüenza observar, ¡de tal forma, sus miembros son miserables, viles o groseros! Al contrario, las capas más humildes, hasta las más pobres no suelen ser así... Una rica cultura popular, exclusivamente oral a veces, es para ellas un tesoro más precioso que el relativo confort doméstico de ciertas poblaciones acondicionadas, en las que las estrellas del cine o los campeones deportivos son los únicos modelos de la perfección humana[100].

He aquí la sola justa y beneficiosa "promoción social" digna de protección contra la marea totalitaria[101].

"Sin cesar —había advertido Blanc de Saint-Bonnet— se están haciendo burgueses y nobles, y sin cesar se acaban, se hunden... Las almas son personalmente libres. Siempre hay quienes suben, siempre quienes bajan. La sociedad no es más que el medio para ayudar a todos a la vez. Ahí cada cual encuentra a su lado su nivel y su palanca; ahí cada uno sube por su virtud; y se ve, de esta forma, a todo un pueblo escalar la magnífica escala de la jerarquía... Es, pues, un signo de decadencia el que un pueblo envidie a su aristocracia, porque su aristocracia es él mismo. Sale de él y forma como su cerebro, el centro de su fuerza, el origen de su inervación..."[102].

No hay elección: o la barbarie o la civilización; o los totalitarismos o el orden social natural de los cuerpos intermedios.

 

[1] Bajo sus aspectos diversos: socialismo, comunismo, colectivismo... y sus numerosas formas híbridas.

[2] Libro I, cap. 1.

[3] "Lo que juzgo bueno, es bueno", escribe en otro sitio.

[4] "Los esclavos pierden todo en sus hierros, hasta el deseo de escaparse; aman su servidumbre... Si hay, pues, esclavos por naturaleza, es porque ha habido esclavos contra natura. La fuerza ha hecho los primeros esclavos; su dejadez los ha perpetuado". (Op. cit., L. I., cap. 2.)

[5] Rousseau lo afirma sin demostrarlo verdaderamente.

[6] Op. cit., L. I., cap. 6.

[7] Op. cit., L. I, cap. 6.

[8] Op. cit., L. I, cap. 7.

[9] Cf. sobre este punto el excelente folleto de Jean Ousset, Le couple liberté-autorité, "Collection Montalza, 16, rué Dufétel, Le Chesnay (S-O, Francia), y su obra Fondements de la Cité, Cercles canadiens de formation civique, case postale 3062 (Saint-Roch, Québec 3, Canadá); publicado en castellano en VERBO, núms. 14 y 15-16, en INTRODUCCIÓN A LA POLÍTICA, tercera parte.

[10] Es la frase de G. Thibon: "No se sale de la obediencia más que para caer en la servidumbre".

[11] La France catholique, 24 de noviembre de 1961, "La sociedad está hecha para el hombre".

[12] Rousseau afirma explícitamente su intención de disolver al hombre en el todo de la sociedad. Cf. capítulo 7 de la II parte del Contrato social: "Quien ose emprender la instrucción de un pueblo, debe sentirse capaz de cambiar, se podría decir,, la naturaleza humana, de transformar a cada individuo que por sí mismo es un todo perfecto y solitario, en parte de Un todo mayor, del que este individuo recibe de cierta manera su vida y su ser... Tiene, en una palabra, que quitarle al hombre sus propias fuerzas para hacérselas extrañas y para que no pueda usarlas sin la ayuda de otro: de suerte que si cada ciudadano no es nada, no puede hacer nada sino gracias a los demás..., se puede decir también que la legislación está a la mayor altura de perfección que es posible conseguir".

[13] Op. cit., L. I., cap. 1.

[14] Es la tesis del liberalismo más radical. Pero existe una variedad de tonalidades o de atenuaciones, según las escuelas.

[15] Esto sucede con algunas escuelas liberales.

[16] Que pueden ser también enormes sociedades internacionales.

[17] Los ejemplos están tomados generalmente de las experiencias desastrosas de los corporativismos de Estado (fascismo y otros).

[18] Cf. J. Ousset-M. Creuzet, El trabajo, 5º parte, cap. 6; Ediciones Speiro, Madrid, calle del General Sanjurjo, 38.

[19] Expresión de Mauricio Aliáis, L'Europe unie, route de la prospérité, Calmann Levy, editor, París.

[20] Ya no se habla más de Estados. No tienen otro derecho que ser los engranajes de transmisión de las "comunidades" supranacionales.

[21] "Mientras se acumulaban inmensas riquezas en manos de unos pocos, las masas obreras se encontraban en condiciones de malestar creciente: salarios insuficientes o de hambre, condiciones de trabajo agotadoras y sin preocupación alguna por la salud pública, las costumbres o la fe religiosa" (Juan XXIII, Mater et Magistra, parte I, § 13.

[22] "La dictadura económica ha suplantado al mercado libre; al deseo del lucro ha sucedido la desenfrenada ambición del poder; la economía toda se ha hecho horriblemente dura, inexorable, cruel (Pío XI, Quadragesimo anno). De aquí se seguía lógicamente que hasta las funciones públicas se pusieran al servicio de los económicamente poderosos; y de esta manera las riquezas acumuladas tiranizaban en cierto modo a todas las naciones." Juan XXIII, Mater et Magistra, § 35.

[23] "Lo que empuja al obrero americano a trabajar lo más eficazmente posible, escribe Maurice Aliáis (opus cit.), es el temor del despido o del paro forzoso, y este temor no es ilusorio, ya que el volumen del paro es siempre importante, y que, por otra parte, es usual despedir a los obreros ineficaces." Y el autor termina con toda serenidad: "Aquí (en Europa), no aceptamos esta regla de juego, mientras que los americanos se doblegan a ella". Para obtener un mejor rendimiento y "doblar el nivel de vida" habría que aceptar: ¡paro permanente, despido, desplazamiento de las poblaciones, etc.! No hay que sacrificar a los beneficios hipotéticos de un nivel de vida, acrecentado cada diez o veinte años, la seguridad y los patrimonios de millares o de millones de contemporáneos.

[24] Reducirlos a no ser, según lo verdaderamente liberal, más que coaliciones de intereses, sin poderes reales correspondientes, viene a ser como favorecer a los "grupos" y monopolios en detrimento de las comunidades sociales naturales. A éstas no les queda más que una teórica facultad de protestar... sin ningún medio de defensa de sus legítimos intereses.

[25] Contra las "resistencias particulares, pero muy fuertes (que) se manifiestan dentro de los marcos nacionales", Aliáis no tiene en cuenta a los Estados. Los obstáculos hallados "no podrán ser efectivamente superados si los poderes públicos nacionales permanecen totalmente dispuestos a tomar la defensa de sus intereses nacionales verdaderos o pretendidos, como habrá de ser el caso verosímilmente más frecuente". "Estas resistencias —añade— no podrán ser superadas efectivamente más que si los gobiernos nacionales se desentienden, en beneficio del gobierno europeo, del poder de tomar ulteriormente las medidas que se opongan a los programas establecidos inicialmente de común acuerdo con el fin de realizar la unión." No se puede decidir mejor la suerte de las naciones en virtud de vastos planes tecnocráticos, que, una vez admitidos, no dejan ya a los intereses reales de los hombres y de los cuerpos sociales el medio de defenderse por la voz de sus Estados. ¿Están dentro de lo justo estos abandonos tan radicales de la soberanía política? (Ver la tercera parte de esta obra, cap. primero, nota 27).

[26] Forma de centralismo debida al club de los jacobinos, en los tiempos de la Revolución "francesa". Algunos han conservado su espíritu aunque, por otro lado, no quieren llamarse ni comunistas ni socialistas.

"El centralismo jacobino —escribe Pierre Eflimlin— me parece que es una de las fuentes del mal que estamos sufriendo. Ha destruido y perseguido a los cuerpos intermedios y ha colocado al individuo frente a un Estado omnipotente" (Combat, 29 de mayo de 1961).

[27] Nos limitaremos a la línea directriz de los socialismos. Hay matices entre los mismos. Pero la omnipotencia del Estado ni siquiera se pone en duda por ninguno. Que haya habido alcaldes o diputados socialistas que resistiesen a las injerencias del Estado en las comunidades locales, no quita nada de lo que decimos de la visión socialista. Estos alcaldes o diputados, por quedar en ellos algo de las virtudes naturales, ya por el interés o ya por el aburguesamiento, reaccionan bien ante los abusos estatales. Pero no reaccionan entonces como socialistas.

[28] Decimos bien: como tal; ciertas teorías socialistas contemporáneas admitirían la existencia de cuerpos intermedios, pero solamente como engranajes del Estado, elementos de ejecución de un planismo de Estado. Lo que rechazan es la autoridad natural de estas agrupaciones.

[29] El contrato social.

[30] Tercera parte de esta obra, VERBO, núm. 25.

[31] Discurso a los obispos presentes en Roma para la proclamación del dogma de la Asunción, de 2 de noviembre de 1950.

[32] A no ser a título supletorio, cuando no sea capaz ninguna familia o ningún cuerpo intermedio de responder a una necesidad social determinada.

[33] Cf. primera y segunda parte de esta abra, VERBO, núms. 22 y 23.

[34] Síntoma grave, cuando los ciudadanos se vuelven espontáneamente hacía el Estado para educar a sus hijos, adquirir una vivienda, organizar un juego de bolos, determinar el precio de los alimentos o de la tierra, construir sus habitaciones, etc.

[35] La misma "rentabilidad" no se tiene en cuenta. Barbu, fundador de la comunidad de trabajo de Boismondeau, explicaba, en sus conferencias dadas en 1947-4S, que, sin ninguna intervención del Estado, su "comunidad" podía encargarse del retiro honroso, no solamente de los ancianos empleados de la fábrica, sino también de todos los del barrio. Aquélla entregaba su salario íntegro a los obreros enfermos y procuraba, sin ayuda ajena, la totalidad de las garantías sociales de su personal. Llegó un momento en que Banbu pidió a la administración francesa no entregar nada a los "Seguros sociales" del Estado, ya que la "comunidad" lo hacía mejor, sin reclamar nada a nadie. Esta petición, naturalmente, fue denegada.

[36] "Añádase a esto el hecho complementario de que hay siempre una amplia gama de situaciones angustiosas, de necesidades ocultas y al mismo tiempo graves, a las que no llegan las múltiples formas de acción del Estado y para cuyo remedio se halla éste totalmente incapacitado; por lo cual, siempre quedará abierto un vasto campo para el ejercicio de la misericordia y de la caridad cristiana por parte de los particulares. Por último, es evidente que para el fomento y estímulo de los valores del espíritu resulta más fecunda la iniciativa de los particulares o de los grupos privados, que la acción de los poderes públicos" (Mater et Magistra, parte II, § 120).

[37] Sobre el papel del partido único, que asegure la ejecución de las medidas totalitarias hasta en los más modestos escalafones, cf. Juan Madiran, La pratique de la dialectique, separata de Itinéraires (4, rué Garantiere, París, VIe).

[38] Verdaderos proletarios, gentes que nada tienen propio, que nada les importa, los ciudadanos del "nuevo orden" están perfectamente preparados para la acción revolucionaria. Es, sin género de duda, el fin de la "desalienación" marxista: arrancar al hombre de todo lo que le ata a algo fijo, inmutable (familia, oficio, patria, posesión de un patrimonio), con el fin que se injerte en el "movimiento de la historia". (Cf. J. Ousset, El Marxismo-leninismo, parte II, cap. II, ediciones Speiro, calle del General Sanjurjo, 38, Madríd-3.)

[39] Así lo ha podido observar Joseph Folliet. En los hombres ac tuales, perdidos totalmente en la masa, la única libertad posible es, prácticamente, la de la indiferencia: "Su libre arbitrio desaparece simultáneamente bajo las presiones sociológicas que le aplastan, y 'bajo el empuje de instintos que ninguna disciplina interior puede combatir. Esclavo de la imitación, de la moda, de las atracciones gregarias, el hombre de la masa ya no tiene fuerza para resistir a las corrientes sociales que le arrastran; por ello se explica su pasividad, que descubre menos una maldad individual, que la imposibilidad práctica de pensar y de actuar contra la fuerza del medio ambiente. Simultáneamente, falto de apoyos sociales, de educación y de vida interior, es asimismo el esclavo de sus instintos y, en particular, del instinto sexual" (Semana social de 1947: El advenimiento de las masas y la Revolución del siglo XX).

Convendría hablar también de la esterilidad en el orden intelectual, que resulta de un estrecho dogmatismo de Estado, de una burocratización de la investigación y de la enseñanza, etc.

[40] Los "socialismos africanos", entre otros, no tienen nada que ver con los "antiguos" socialismos europeos: los cristianos podrían, pues, aceptarlos.

[41] Y esto, en los hechos. No en los discursos, en los que la alusión al carácter sagrado de la persona humana forma parte de los floreos oratorios.

[42] Preconizada por Juan XXIII en Mater et Magistra.

[43] Las cosas no han cambiado mucho desde que Pío XI, que advertía ya en Quadragesimo anno: "Pero ¿qué decir si, en lo tocante a la lucha de clases y a la propiedad privada, el socialismo se suaviza y se enmienda hasta el punto de que, en cuanto a eso, nada haya de reprensible en él ? ¿Acaso abdicó ya por eso de su naturaleza, contraria a la religión cristiana? Es ésta una cuestión que tiene perplejos los ánimos de muchos. Y son muchos los católicos que sabiendo perfectamente que los principios cristianos jamás pueden abandonarse ni suprimirse, parecen volver los ojos a esta Santa Sede y pedir con insistencia que resolvamos si tal socialismo se ha limpiado de falsas doctrinas lo suficientemente, de modo que pueda ser admitido y en cierta manera bautizado, sin quebranto de ningún principio cristiano. Para satisfacer con nuestra paternal solicitud estos deseos, declaramos lo siguiente: considérese como doctrinal, como hecho histórico o como "acción" social, el socialismo, si sigue siendo verdadero socialismo, aun después de haber cedido a la verdad y a la justicia en los puntos indicados, es incompatible con los dogmas de la Iglesia católica, puesto que concibe la sociedad de una manera sumamente opuesta a la verdad cristiana (§ 117)... Socialismo religioso, socialismo cristiano, implican términos contradictorios: nadie puede ser a la vez buen católico y verdadero socialista (§ 120)".

[44] Grandes concentraciones urbanas, escuela única del Estado, centralización industrial y administrativa, ocios organizados, juventud de Estado, prensa del Estado, planificación de los nacimientos, destrucción progresiva de la propiedad privada...: éstas son las perspectivas generalmente ofrecidas. Altamente alentadoras, como se puede ver.

[45] En múltiples ocasiones, Juan XXIII insiste, en la encíclica Pacem in terris, sobre este orden fundamental deseado por Dios dentro de las sociedades: "Pero una opinión equivocada induce con frecuencia a muchos, al error de pensar por las relaciones de los individuos con sus respectivas comunidades políticas pueden regularse por las mismas leyes que rigen las fuerzas y elementos irracionales del universo, siendo así que tales leyes son de otro género y hay que buscarlas solamente allí donde las ha grabado el Creador de todo, esto es, en la naturaleza del hombre." (Preámbulo, § 6.)

[46] Todo fallo en el estatismo es inmediatamente explotado por lo que queda de ingenio personal dentro de una población colectivizada.

Se ha visto recientemente a los aldeanos rusos hacer transportar a Moscú, por avión, tomates cultivados en la parte de huerto personal que el régimen les ha concedido, ¡en su propio bien! Corrían el riesgo de un transporte oneroso, estando convencidos de que sus productos, más hermosos, más cuidados que los de los kholkhoses", serían adquiridos con toda seguridad.

[47] Cf. el abate Lefèvre: "Es a la cristiandad, es a la Iglesia a quienes —con una lucidez evidentemente genial— se ha podido pensar en sorprender más eficazmente, desgarrando primeramente los lazos sociales naturales de los hombres... ¿Qué dominio podría ejercer la Iglesia, en efecto, sobre una masa informe de proletarios desarraigados, excomulgados? ¿Qué podría hacer la Iglesia sin las familias y sin las ciudades ? Es por su constitución, que le dio Cristo, una sociedad —sociedad exterior y visible— que se funda sobre una roca sólida y que supone la existencia y el crecimiento de otras sociedades inferiores..." (La pensée catholique, núm. 8, página 92)

[48] Mensaje radiofónico a los católicos austríacos, de 14 de septiembre de 1952.

[49] Alocución al Consistorio, de 20. de febrero de 1946.

[50] León XIII habla así del socialismo: "Sin dificultad alguna comprenderéis, venerables hermanos, que nos referimos a esos hombres sectarios que, con diversos y casi bárbaros nombres, se denominan socialistas, comunistas y nihilistas. Esparcidos por toda la tierra y coaligados estrechamente entre sí con una inicua asociación, no buscan ya la defensa en las tinieblas de las reuniones ocultas, sino que confiados y a cara descubierta salen a la luz pública y se empeñan en ejecutar el plan, hace tiempo concebido, de derribar los fundamentos de la sociedad civil" (Encíclica Quod apostolici muneris, § 1). Y en otra parte: "Para solucionar este mal, los socialistas, atizando el odio de los indigentes contra los ricos, tratan de acabar con la propiedad privada de los bienes, estimando mejor que, en su lugar, todos los bienes sean comunes y administrados por las personas que rigen el municipio o gobiernan la nación. Creen que con este traslado de los bienes de los particulares a la comunidad, distribuyendo por igual las riquezas y el bienestar entre todos los ciudadanos, se podría curar el mal presente. Pero esta medida es tan inadecuada para resolver la contienda, que incluso llega a perjudicar a las propias clases obreras; y además, sumamente injusta, pues ejerce violencia contra los legítimos poseedores, altera la misión de la república y agita el fundamento de las naciones" (Rerum novarum, § 2).

[51] Dom Paul Nau advierte: "Mientras que León XIII, después de las revoluciones de comienzos del siglo XIX, debía insistir sobre el deber de la obediencia que incumbe a los ciudadanos, Pío XI y Pío XII más bien insistieron en hacer resaltar los excesos de los totalitarismos" (Le Magistère pontifical ordinaire, lien théologique, artículo de la Revue Thomiste, reproducido en VERBO, núm. 14, págs. 31-621).

[52] ¿Es en el espíritu de esta conjunción en el que el ministro francés Frey ha declarado al diario Notre République: "... hay que remodelar el aspecto de Francia. En verdad que hay que mantener los departamentos —este marco tradicional siempre ha asegurado el dominio del Estado—; pero hay que hacer saltar las barreras económicas interiores. El objetivo que han de conseguirse en los meses por venir será doble: estructurar administrativamente, liberar económicamente"? (Citado por Aspects de la France, de 24 de enero de 1963.)

[53] "Soy un asalariado como Vds.", podrá contestar el director de una gran sociedad al personal que proteste contra una decisión injusta; comunicaré la protesta al consejo de administración". Antes, los exaltados hablaban mucho de "colgar a los gordos patronos". Pronto dejará de haber gordos patronos en carne y hueso, para haber solamente "sociedades" sin rostro humano: ¡no se puede colgar a una "persona moral"!

[54] Peligro señalado en Mater et Magistra, parte I, § 34.

[55] En sentido exacto: gobierno simultáneo de varias personas o de varios grupos.

[56] "No olvidó, sin embargo, Pío XI que, a lo largo de los cuarenta años transcurridos desde la publicación de la encíclica de León XIII, la realidad de la época había experimentado profundo cambio. Varios hechos lo probaban, entre ellos, la libre competencia, la cual, arrastrada por su dinamismo intrínseco, había terminado por casi destruirse y por acumular una enorme masa de riquezas y el consiguiente poder económico en menoscabo de unos pocos, los cuales, la mayoría de las veces, no son dueños, sino sólo depositarios y administradores de bienes que manejan al arbitrio de su voluntad" (Mater et Magistra, parte I, pág. 35).

[57] Les technocrates et la synarchie, artículo publicado en Lectures françaises, número especial de febrero de 1962 (58, rue Mazarine, Paris VIe).

[58] "Se les recluta prácticamente por votación interna, continúa Costón, lo mismo entre los expertos financieros y los directores de las grandes administraciones públicas o privadas, que entre los dirigentes de los organismos internacionales o de los trusts. Los ingenieros y los técnicos subalternos, lo mismo que los investigadores especializados, no entran en la categoría de los tecnócratas, porque no tienen ningún poder de decisión sobre la marcha del ministerio o de la empresa".

[59] Les technocrates et la synarchie, op. cit.

[60] Cf. ciertos pasajes del libro de Armand y Drancourt, Plaidoyer pour L’avenir, especialmente en la pagina 99 (Calmann-Levy, edit. Paris).

[61] Reproducido en Ingénieurs ICAM (Ingénieurs anciens élèves de l'Institut catholique d'arts et métiers de Lille), núm. 98, octubre 1962.

[62] "... los ocios y las distracciones se han transformado en operaciones colectivas —prosigue Ellul—; basta pensar en las muchedumbres ante los cines parisienses en domingo, en las muchedumbres de las playas en verano. Asimismo, la cultura se ha transformado igualmente en "cultura de masas"... Parece como si el individuo ya no buscase escapar de allí: la soledad material le parece una prueba temible. Y en cuanto se le deja solo, intenta aglomerarse".

[63] La O.N.U. envía a las Indias enfermeras especializadas que hacen propaganda en favor de la esterilización voluntaria de las mujeres.

[64] Lettre au général X...

[65] Ellul continúa: "Si se desea examinar de cerca la vida concreta del hombre de nuestra sociedad, se advierte que no son solamente las luces rojas o verdes las que intervienen. Su día entero (por ejemplo, en su trabajo, llamadas telefónicas, timbre de la máquina de escribir, luces rojas y verdes de las máquinas de la fábrica, etc.) está marcada por señales que provocan reflejos."

[66] "Además hay que poner todo esto en relación con el fenómeno de las señales psicológicas. Se sabe que, para muchos psicólogos americanos, una gran parte de la vida psicológica está constituida por la acción del "estímulo-respuesta". Ahora bien, su aplicación está requerida por los técnicos para la influencia psicológica, para la publicidad, para la acción psicológica, etc.; se llegan a establecer conexiones infalibles, reflejos condicionados creados sistemáticamente, de tal modo que la acción del individuo queda entonces determinada por una señal (palabra, enseña, bandera, sigla) que actúa no ya sobre los actos inmediatos, sino sobre los sentimientos, sobre las "ideas" y sobre las imágenes" (op. cit., ibíd.).

[67]Op. cit.

[68] En esta masificación totalitaria dom Delatte ve una inspiración satánica. Comenta este pasaje de la Epístola de San Pablo a los Tesalonicenses (cap. II, 5-8): "¿No recordáis que, estando entre vosotros, ya os decía esto? Y ahora sabéis qué es lo que le retiene hasta que llegue el tiempo de manifestarse. Porque el misterio de iniquidad está ya en acción, sólo falta que el que le retiene sea apartado. Entonces se manifestará el inicuo, a quien el Señor Jesús matará con el aliento de su boca..."

Dom Delatte ve ese poder que contiene en "la fuerza social y la energía del orden (que) había entonces en el Imperio romano", en tiempos del Apóstol.

"Es evidente, prosigue el ilustre abad de Solesmes, que el día en que este poder de orden y de paz, que de manos de la Roma pagana ha pasado a la Roma cristiana, después de haber sido lentamente minado por los legitas, sacudido por la pretendida Reforma y por la Revolución, fuese definitivamente arruinado por el asalto del mal desencadenado, las puertas quedarán abiertas y las entradas libres para el mal. Nada podrá ya detener a este último."

"Contra ese poder de orden, paz y armonía, que no solamente tiene por misión asegurar, en el seno de Dios, la dicha eterna de todos los miembros de la familia humana que hayan querido unirse a él, sino que, por designio divino, es —repitámoslo— la sola condición del orden en el hombre, en la familia, en la sociedad, en la nación, en toda la humanidad; contra ese poder, todo está coaligado, lo mismo las pasiones populares, que minan el orden, como los políticos que arden por su propia ruina... (entonces)... nada impedirá el advenimiento del enemigo de Cristo..." ... "Tendrá todos los derechos, toda la autoridad; se llamará el Estado y doblegará todo ante él..." (Les Epitres de Saint-Paul replacées dans le milieu historique des Actes des apôtres, Mame, edit, Tours, París).

[69] No solamente desde León XIII, como se escribe demasiado frecuentemente. La Iglesia, en todas las épocas de su historia, ha recordado las exigencias del derecho natural. Se levantó la primera contra los principios liberales cuya aplicación social, en el siglo XIX, iba a ser tan nefasta. Que haya habido clérigos o laicos excesivamente oportunistas, que cayeron en -el liberalismo o que callaron sus fechorías, no quita valor a las enseñanzas del catolicismo. La carencia de hombres no hace más que demostrar los peligros de la ignorancia y de la "apatía de los 'buenos", fustigada por Pío XII. Sobre el papel social de la Iglesia en el siglo XIX, cf. A. d'Andigné, Un apôtre de la charité, Armand de Melun, 2.a parte, cap. I.

[70] Estos prejuicios pueden dominar en la actualidad, pueden haber llegado al cénit: Pero miles de señales hacen presentir que retrocederán, en tanto avanzan las ideas contrarias dentro de la sociología contemporánea. Socialistas y tecnócratas de 1963 no tardarán en aparecer como luisfilipenses. retrasados, como los que se veían todavía antes de la guerra de 1939.

[71] Alocución de Pío XII a grupos de folkloristas de diferentes países, de 13 de junio de 1953: "Los recursos íntimos de un pueblo se reflejan naturalísimamente por el conjunto de sus usos, por las narraciones, leyendas,, juegos y procesiones en los que se despliegan el esplendor de las costumbres y la originalidad de los grupos y de las imágenes. Las almas que quedaron, en contacto permanente con 3as duras exigencias de la vida, poseían frecuentemente por instinto un sentido artístico que, de tina simple materia, consiguieron lograr magníficos resultados. En estas fiestas populares, en las que el folklore de buena ley ocupa el lugar que le corresponde, cada cual goza, del patrimonio común y con él se enriquece tanto más, cuanto más le lleva su aportación personal".

[72] "No hay que perder de vista, observa Pío XII, que en los países, cristianos, o que lo fueron antaño, la fe religiosa y la vida popular formaban una unidad comparable con la unidad del alma y del cuerpo. En las regiones en las que esta unidad se conserva aún, el folklore no es, pues, una supervivencia curiosa de una época pasada, sino la manifestación de la vida actual, que reconoce lo que debe al pasado, intenta continuarlo y adaptarlo inteligentemente a las muevas situaciones".

[73] Parte II, § 59.

[74] Este "progreso de las relaciones sociales" designado como "uno de los aspectos característicos de nuestra época", es llamado "socialización" en muchas traducciones de la encíclica, y "fenómeno asociativo" en la obra española Doctrina social de la Iglesia desde la Rerum novarum a la Mater et Magistra (publicada por la Comisión Episcopal de Apostolado Social, ediciones Rialp, Preciados 44, Madrid). El término "societización" ha sido propuesto juiciosamente por De Cafarelli, en una conferencia dada en el Centro de Estudios Políticos y Cívicos de París.

[75] Mater et Magistra, parte II.

[76] Les corps intermédiaires, condition du progrès social, J. Ousset, M. Creuzet, El Trabajo, anejo III, pag. 372, edic. Speiro, Madrid.

[77] Gennevilliers es un municipio industrial de los alrededores de París. Mende es la capital del departamento de La Loztère, departamento muy pobre del sureste de Francia.

[78] Jeune Patrom, febrero de 1960.

[79] Sabotage économique soviétique, en Vie ou mort du monde libre, pág. 12.

[80] Basta cortar la corriente en una central para paralizar la industria, una parte de los transportes y aun suprimir la calefacción de fuel-oil, lo que puede provocar verdaderas catástrofes en los países fríos.

[81] La expresión es de Pío XII.

[82] Págs. 141-142.

[83] Civilisation et chrétienté estudio aparecido en la revista Verbe, mún. 115 (3, rue Copernic, París XVIe).

[84] Pío XI, Carta de la secretaría de Estado a Duthoit, de 18 de julio de 1936.

[85] Pío XI, ibid.

[86] Dictionnaire pratique des connaissances religieuses, t. II, pág. 181, col. 1.

[87] Una civilización que permitiera conocer y amar naturalmente a Dios, sería buena (en teoría), pero imperfecta, porque los hombres están llamados también a un fin sobrenatural, que no es facultativo. En la práctica, por otro lado, la negligencia de este fin sobrenatural entraña el menosprecio del mismo orden natural, por causa de la debilidad debida al pecado original (cf. Pío XII, Humani generis). Péronnet subraya oportunamente los siguientes tres puntos de la encíclica Mit brennender Sorge, 14 de marzo de 1937:

"1.° No cree en Dios aquel que se limita a usar la palabra de Dios en sus discursos, sino únicamente aquel que une a esta palabra sagrada el verdadero y digno concepto de la Divinidad..."

"2.° Ninguna fe en Dios puede conservarse duraderamente pura y sin mezcla, sí no es sostenida por la fe en Cristo..."

"3."° La fe en Dios no se podrá mantener pura y sin mezcla, si no es protegida y sostenida por la fe en la Iglesia, columna y fundamento de la verdad (I Tim., III, 15)."

[88] II fermo proposito (11 de junio de 1905).

[89] "No me relaciono con mi familia, mi pueblo, mi provincia, por medio de mi país en primer lugar (aunque éste les dé su total significación) —escribe Louis Salieron—; al contrario, me relaciono con mí país y lo siento plenamente, porque llego a él mediante mi familia, mi pueblo, mi provincia..."

[90] El respeto a las libertades sociales en la Confederación helvética, por ejemplo, valoriza el destino del más humilde de los suizos, asociándolo no a la administración verbal de un Estado abstracto; sino a la administración real de comunidades concretas. Y, por esto mismo, el país es un semillero de élites que, a su vez, valorizan a la Confederación.

[91] "Diagnósticos de fisiología social"; Editora Nacional, Madrid.

[92] No se trata de alabar moralmente este egoísmo. Hay que manifestar que existe, que existirá siempre, que descansa sobre la búsqueda legítima de intereses, pero viciada por el desequilibrio de las pasiones. Al menos, es necesario que esta miseria humana, lejos de disolver a la sociedad, sirva al bien común. G. Thibon lo ha dicho en otra forma: "Es menester que el deber vaya en el mismo sentido que el interés. No se puede pedir a los hombres que sean siempre héroes de generosidad. Un aldeano a quien la avaricia inclina noche y; día 'hacia el suelo, un jefe de empresa, devorado por la actividad, son egoístas. Un financiero cosmopolita, un demagogo corruptor, un funcionario parásito, un beneficiario de seguros sociales cuya única preocupación sea ordeñar todo lo posible la vaca estatal, lo son igualmente. No se trata de cargar sobre estos diversos egoísmos un veredicto moral. Basta observar que unos sirven a la armonía y a la prosperidad colectiva, y que los otros actúan en sentido inverso. Esto supuesto, es fácil comprender que las instituciones que tienden a cultivar y a multiplicar este egoísmo antisocial, se condenan a sí mismas..."

[93] Beneficio de enraizamiento tan bien sacado a la luz por Simome Weil: "El enraizamiento —escribe— puede ser la necesidad más importante y más desconocida del alma. Es una de las más difíciles de definir. Por su participación real, activa y natural en la existencia de una colectividad, el ser humano tiene una raíz que conserva vivos ciertos tesoros y ciertos presentimientos del porvenir. Participación natural, es decir, efectuada automáticamente por medio del lugar, nacimiento, profesión, medio ambiente. El ser humano tiene necesidad de tener múltiples raíces. Necesita recibir casi la totalidad de su vida moral, intelectual, espiritual, por el intermedio del ambiente del que forma naturalmente parte".

[94] "Cuando son propuestas para el gobierno local —escribía Le Play— se sirven de su ascendiente personal para mantener en la obediencia a la población y para engrandecer, en la opinión de ésta, al soberano en nombre del cual tienen constantemente que ejercer ciertas presiones. Al contrario, las autoridades ficticias que se encargan del gobierno local en las. regiones de centralización exagerada, no aportan por sí mismas ningún concurso a la conservación de la paz pública y no pueden más que comprometer al soberano que las ha nombrado; no pueden tampoco criticar al gobierno cuando es fuerte, ni sostenerlo cuando se debilita".

[95] El desarraigo de los jefes, su formación fuera de toda tradición viviente, fuera de todo medio natural, es el tipo mismo de la concepción revolucionaria de las élites. Jean Ousset pone en guardia contra esta idea, a veces extendida aun entre los antícomunistas. Cf. su obra: Pour une doctrine catholique d'action politique et sociale, pág. 81 y siguientes, ediciones Cité Catholique (3, rué Copernic, París XVIe).

[96] Pero estas élites tienen que estar convencidas dé su papel. El fracaso de los notables reunidos por Turgot dependió ciertamente de que la mayoría ya no creía en su misión. De ahí la necesidad' de una formación constante de los espíritus, de una acción doctrinal.

Las élites deben evitar atascarse en la rutina, deben ser técnicamente aptas para su labor. También deben tener gusto por los negocio® públicos. Pero, ¿cómo lo podrán tener si nada les anima a ocuparse de ellos?

[97] Las sociedades bárbaras, antiguas o modernas, son mucho más unitarias, reducidas a la tribu, al clan o, como en la actualidad, a algunas relaciones económico-políticas. La ausencia de clases medias provoca el estancamiento social y ofrece un terreno propicio a las luchas de clases y a los acontecimientos revolucionarios. El ejemplo de Rusia es sintomático.

[98] Alocución al patriciado y a la nobleza romanos.

[99] "La nota particular de esta clase —declara Pío XII— es la independencia económica, gracias a la cual le es posible asegurarse la estabilidad social y la producción de bienes, formando así una feliz armonía entre el trabajo personal y la propiedad privada. Por su propio esfuerzo y su propio trabajo el hombre de la clase media conserva su autonomía y su dignidad, sin estar obligado a mendigar su subsistencia; por medio de sus bienes privados realiza una sana y digna división de la propiedad, la cual guarda así su carácter de responsabilidad, sin degenerar en las formas del colectivismo anónimo y conservando su verdadera función de columna del orden social..." (Carta pontifícia de Mons. J. B. Montini, sustituto, a S. Exc. Mons. Fr. Albino González Menéndez-Reigada, obispo de Córdoba, con ocasión de la Semana social de Barcelona, de 16-22 de abril de 1951).

[100] Entre los tesoros culturales de las poblaciones obreras no hay que despreciar la posesión de un oficio, verdadera forma del arte, en el sentido más amplio de la palabra. Pero ¿cómo interesar en un oficio a un obrero "taylorizado" y perdido en el anonimato de empresas sin "verdadera comunidad"? Advirtamos, a este respecto, que la utilización de las máquinas automáticas muy complicadas puede obligar a volver al principio de una élite obrera cualitativamente formada. El tipo social de peón está felizmente en declive, si se ha de creer a los especialistas en estas cuestiones.

[101] "La clase obrera, en sus mejores elementos —escribe Marcel de Corte—, sube sin cesar por medio del pequeño comercio, de la artesanía, de la pequeña industria, del estudio y del saber, a uno u otro de los múltiples sectores de estas "clases medias" que le están ampliamente abiertas. Se quiera o no, la suerte de las "clases medias" y la del obrero son solidarias. Los hechos lo proclaman".

[102] La aristocracia no es una clase del pasado que haya sobrevivido más o menos. En toda sociedad hay una aristocracia, cuando no es la de la sangre, del ¡mérito o de los servicios rendidos es la del dinero, la del partido. Que el pueblo sea hostil a esta última categoría, que rechace, por otro lado, identificar la aristocracia con los vestigios sociales de otro tiempo, se comprende. Son sanas reacciones de un sentido del orden verdadero y viviente.