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Sobre la explotación familiar

Traducimos de la revista francesa L'homme nouveau, de 17 de mayo de 1964, este interesante trabajo—en el que el autor dialoga con el C.J.P.—, que estimamos de vivo interés también en España.

 

Se vuelve a hablar de la explotación agrícola. Un número muy reciente de la revista Jeunes Patrons, consagrado a "La nueva empresa agrícola", nos incita a reflexionar.

Al principio se pone como lema una cita de Antoine de Saint-Exupéry: "Crear el navío no es preverlo en detalle, pues todo se modificará al llegar el día... No tengo que conocer cada clavo del navío, pero debo aportar a los hombres la pendiente hacia el mar". Esta bella cita quiere ilustrar el trabajo y el espíritu de la revista Jeunes Patrons.

Los autores no quieren, pues, dar una imagen definitiva de la futura empresa agrícola, sino poner algunos jalones.

En busca de la dicha y la eficiencia

La primera tendencia que se desprende de la lectura de este trabajo es la necesidad de, adaptar la empresa en general y sus estructuras a las necesidades de la economía, es decir, a satisfacer las necesidades del hombre. Cuatro reglas presiden esta evolución:

1.° Utilizar el equipo que sea más eficaz;

2.° Permitir el acceso de los hombres a la máxima competencia;

3.° Respetar el principio de unidad de dirección;

4.° Finalmente, interesar a los hombres en el plano material y moral.

¿Quién no se apuntaría a tales aforismos llenos de buena voluntad, cuando se busca un camino intermedio entre la economía liberal y la economía marxista?

En lo que uno se puede sentir menos de acuerdo con los autores, es cuando afirman que las reglas enunciadas precedentemente llevan con certeza a la "concentración de toda clase de empresas". Desde luego, los siglos XIX y XX nos han mostrado, con Stuart Mili, Ricardo y Marx, o sin ellos, que el patronato industrial había comprendido perfectamente las ventajas técnicas que tiene el con-, centrarse: concentración de hombres, concentración de medios financieros, de producción, con la perspectiva de obtener siempre más eficacia, y solamente eficacia. Así resultaría admisible la afirmación del equipo de Jeunes Patrons, afirmación que parece mucho más una petición de principio que una demostración. Pues este mundo de la concentración, este mundo de masas, de muchedumbre que hemos visto desarrollarse principalmente, y que se desarrolla cada día más, en el sector de la gran industria, si es que responde efectiva y técnicamente a ciertas ventajas de productividad innegables, ¿es verdaderamente el mundo ideal, en el plano social primero y en el económico después, que debe ser presentado al hombre de esta segunda mitad del siglo XX, aunque sea agricultor?

No se puede reprochar a los "jóvenes patronos", por ser jóvenes, el haber sido y ser patronos. Buscan con generosidad conciliar en el seno de la empresa, que para ellos sigue siendo generar dora de beneficios, ciertas preocupaciones humanas a que hacen honor: "Iniciativa y libertad, gracias al trabajo en equipo; interés material, problema de seguridad del empleo..." He ahí algunas ideas mágicas que proponen en su preocupación de eliminar los inconvenientes que tiene sobre los hombres la concentración de las empresas. Pero aun en esto, es preciso decirlo, desde 1936, desde la Carta del trabajo de 1942-43, según la asociación del capital-trabajo, tan cara al R.P.F. y a la actual U.N.R.; desde las recientes ordenanzas tomadas en la materia, ¿ se ha logrado mucho en este terreno, salvo en el plano de los textos y declaraciones de motivos?

Puede uno, pues, mantenerse en reserva cuando los "jóvenes patronos" afirman: "La concentración es económicamente deseable y llega a ser humanamente aceptable". Si es económicamente posible en el simple plano económico, en algunos sectores (producción en masa) sí puede ser, en ciertas condiciones muy precisas, humanamente aceptable; pero en ningún caso es un ideal de vida social, se trate del taller, del equipo, de la empresa, y hasta, fuera de la vida profesional, de la vida familiar. Una sana concepción de los cuerpos intermedios supone la autonomía de la voluntad y la responsabilidad individual.

Somos de los que, como Monseñor Blanchet, rector del Instituto católico de París, piensan que "la concentración no es un ideal en sí misma". ¡Que se estime que un cierto decurso del tiempo, que un cierto mito de la Historia nos lleva irreversiblemente hacia una concentración ineludible, es una cosa... Que se alaben ciertas virtudes de la concentración en el plano de los rendimientos técnicos y los beneficios deseables y seguros, es otra cosa... Pero, por favor, que no se nos presente este medio, que no es más que un medio, una etapa tecnológica y sociológica, como una finalidad, y a la vez, esta falsa finalidad, como un don del cielo y el estado de felicidad por excelencia para el hombre. El espectáculo monstruoso, reconocido por todos, ya se trate de arreglos territoriales, de descentralización industrial, de las horas de trabajo, de la vida familiar, que nos ofrecen nuestras grandes ciudades modernas y las fábricas tentaculares, lo demuestra suficientemente.

Del taller a la empresa, ¿pero cuál?

Lo que es preciso decir y proclamar bien alto es que nuestra sociedad industrializada, nuestro mundo mecanizado y materialista, nuestra era de organización de masas no han encontrado los remedios, los antídotos correspondientes al desequilibrio biológico, económico y social, de la concentración industrial.

Si, como declaran los "jóvenes patronos", la agricultura de 1964 no escapa a las reglas de la concentración, ya se trata de capitales, de equipo, de superficie cultivable, de organización del trabajo o de comercialización de los productos, los remedios que deseamos para la industria y la concentración industrial hará falta encontrarlas para ta agricultura. Aunque la comprobada carencia de remedios para la industria no sea lo más estimulante para animar a tal búsqueda.

¿Será necesario, por falta de imaginación o de realismo, que se vuelva a plantear en 1964, para la agricultura, bajo la forma de empresas, de talleres, el problema de la asociación capital-trabajo y el de interesar al personal en la gestión y beneficios, problemas, como señalamos anteriormente, no resueltos en la industria?

¿Será necesario que después de haber escrito tantas y tantas páginas sobre una "nueva empresa agrícola", haya que volver de nuevo sobre una reforma global de la empresa que esta vez no será empresa comercial o industrial sino la empresa agrícola de nueva fórmula?

En definitiva, es deseable evitar a la agricultura el tiempo trágico del desarraigamiento de las familias, de la explotación sórdida del hombre por e] hombre, tal como lo ha mostrado la industria en el siglo XIX. Será preciso evitar a cualquier precio a la agricultura la experiencia desesperanzados de las relaciones entre el capital y el trabajo en la primera mitad del siglo XX.

La segunda parte del estudio sobre la nueva empresa agrícola se titula: "De los objetivos que concretan la evolución deseada".

En la primera parte los autores tratan de encontrar un equilibrio entre la empresa agrícola y los diferentes grupos que la rodean: cooperativas de servicios, grupos de explotación en común, agrupaciones de productores, futuros comités económicos agrícolas. Tratan objetivamente de sacar las ventajas y límites de la fórmula de la agrupación, y entonces se les aparece el escollo difícilmente evitable de la conciliación entre la libertad natural e individual, la responsabilidad del hombre y las formas de las agrupaciones. Por eso dicen que "las agrupaciones en las que los miembros no participan efectivamente en las decisiones, no son aconsejables. Por lo que es indispensable que la agrupación sea voluntaria, que nadie sea jamás obligado a adherirse a ella y que las reglas de funcionamiento impuestas al grupo desde fuera no sean demasiado restrictivas".

El capítulo II, el más interesante a nuestro juicio, da una somera imagen de lo que podría ser mañana esta nueva empresa agrícola. Como base estaría el hombre aislado, que, al no poder subsistir, se agruparía rápidamente en un taller guiado por un responsable. Rápidamente, aparece la nueva empresa agrícola bajo la forma de una agrupación de talleres colocada bajo la autoridad de un jefe. ¿Cuáles serán las ventajas de esta nueva empresa agrícola? El futuro no nos debe llegar por los profetas, y en este punto solamente la historia nos dará alguna respuesta. El éxito material, y también social, en el mundo llamado occidental ha estado hasta ahora íntimamente ligado a la fórmula de empresa libre. En cambio, desde el punto de vista jurídico, la nueva empresa agrícola es una sociedad cuya naturaleza jurídica es muy imprecisa. Sabemos que los miembros de la nueva empresa agrícola aportan sus bienes, bienes raíces y de explotación, y que sus títulos de propiedad se convierten en acciones de la sociedad. Según el proceso establecido en toda sociedad comercial e industrial, hay una parte reservada a la autofinanciación, pues las aportaciones de cada uno son remuneradas, así como la aportación del equipo, según los resultados de la empresa. Permanecemos, pues, en una órbita de beneficios y provecho capitalista que el mundo marxista, por otro lado, bajo la fórmula soviética, no ha podido tampoco evitar con su capitalismo de Estado.

¿Empresa o familia?

Los autores de este estudio terminan con una argumentación contra determinada forma de empresa: "la empresa familiar". Es el mismo tema que hallamos actualmente en cierto número de publicaciones: "La explotación o la empresa debe ser disociada de la familia... Es preciso buscar una empresa cada vez más rentable por la extensión de las superficies, por un material más adecuado, por una nueva organización del trabajo, poniendo en común los tríe dios de producción y los productos." "En suma, la noción de rentabilidad, el cálculo del beneficio privan sobre cualquier otro aspecto. La explotación, bajo esta perspectiva, está efectivamente disociada de la familia. Al ser necesaria la disociación de la familia y la empresa, la nueva empresa agrícola deberá ignorar la familia, que encontrará en otros medios solución a sus problemas." Tal afirmación es grave por sus consecuencias. Primeramente, porque, poniéndonos en la realidad, es preciso darse cuenta de que la explotación familiar sigue siendo la fórmula del 80 por 100 de las explotaciones agrícolas francesas. Además, porque en el plano competitivo, en el plano material de la rentabilidad, tampoco se debe olvidar que la explotación familiar, o la que se llama de tal forma, y que no se debe confundir con las explotaciones pequeñas o demasiado pequeñas (¿es que una explotación de 30 a 330 hectáreas, con un jefe de explotación, algunos miembros de la familia y algunos asalariados, no sigue siendo de estilo, familiar?), se mantiene y hasta se fomenta, lo mismo en la U.R.S.S., después del fracaso de los kolhoses, sovkhoses y sovnarkhoses, que en los Estados Unidos, donde se revela como la mejor forma de producción. Señalemos también que los progresos técnicos de esta forma de explotación han sido considerables en los últimos quince años; y que, por ello, se adapta perfectamente a tales progresos técnicos. Entonces, ¿qué?

¿Es que es preciso llegar, por sistema, por gusto a las definiciones hasta repudiar categóricamente la asociación, la explotación, la empresa y la familia? ¿Es preciso olvidar que Francia sigue siendo, como la mayoría de los países europeos, país de empresas medias y pequeñas, hasta un 85 por 100 en el sector industrial y hasta un 95 por 100 en el sector comercial, en contra de una opinión comúnmente extendida que asocia en seguida gigantismo y empresa? Entre 771.316 establecimientos industriales de Francia, según el I.N.S.E.E., 339.717 no emplean ningún asalariado y 354.518 emplean de uno a diez. ¿No es esto una forma de empresa industrial familiar que en el plano técnico tiene éxito, se mantiene y se desarrolla? ¿Se puede pasar por alto que de 1.029.790 establecimientos comerciales, 601.412 no tienen ningún asalariado y 369.412 sólo tienen empleados de uno a cinco? ¿Se puede recusar automáticamente, en el plano sociológico, técnico y económico, la asociación de empresa y familia, la asociación del capital territorial y del capital de explotación con el trabajo de una misma familia en el seno de una misma empresa? ¿Dónde pueden jugar mejor la libre empresa, las verdaderas responsabilidades, el conocimiento de los hombres y las solidaridades naturales que en un ambiente familiar? Dejando aparte el número considerable de mensajes, de textos y de encíclicas papales, antiguas y recientes, pero no caducas, que incitan a no disociar el binomio empresa-familia y a reintroducir en las empresas demasiado grandes del capitalismo privado o de Estado, esta mentalidad personalista familiar, individual y caritativa, a fin de humanizar las relaciones entre patronos y asalariados proletarizados, ¿ no debería servir de criterio clásico a toda empresa nueva (sin distinguir agricultura, comercio e industria) el servicio que presta?

Cálculo capitalista y consecuencias marxistas

En conclusión, pensamos que no es preciso considerar que los problemas de la empresa, en general, y de la explotación agrícola, más en particular, deben ser considerados solamente en términos de productividad, de rendimiento y de la mayor ganancia; esta perspectiva es una perspectiva capitalista, en el peor sentido de la palabra, es el predomino de la noción de beneficiok, aunque éste, económicamente no pueda ser recusado por completo. De este cálculo capitalista tememos que salga automáticamente un epílogo marxista: ¿no hay rentabilidad? Solo queda una solución: la concentración en todos los planos, sin preocuparse de los hombres, de sus hijos, de su porvenir y de su familia. Fuera de la concentración hay una salvación, y si aquélla no se puede evitar, todavía queda una salvación. Son numerosos los pasajes, por no citar más que las dos encíclicas más recientes, de Mater et magistra y de Pacem in terris, que responden fundamentalmente a este punto. Pero, ¿no es verdad que cierto activismo he reemplazado demasiado frecuentemente a la meditación y el sentido de la acción verdadera y profunda?