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Necesidad de evitar los equívocos y las actitudes ambiguas y de vivir según la verdad (Carta pastoral del Excmo. Sr. Arzobispo de Dakar, Monseñor Marcel Lefebvre, a los fieles de la diócesis de 26-III-61)

 

El mensaje de Nuestro Santo Padre el Papa Juan XXIII, dirigido al mundo con ocasión de la fiesta de Navidad del año pasado (1960), ha tenido por objeto la Verdad[1].

Prólogo: Aspiración a la verdad

Quisiéramos, en nuestra diócesis, ser eco de este mensaje tan oportuno de Nuestro Santo Padre el Papa y advertiros, queridos diocesanos, sobre la necesidad de huir de los errores y de las fuentes del error para que os adhiráis con toda vuestra alma a la Verdad, tal como nos es transmitida por la Iglesia.

Muchos motivos deben suscitar en nuestras almas la sed de la Verdad. Nuestras almas están hechas para la Verdad. Nuestras inteligencias, reflejo del Espíritu divino, nos han sido dadas para que conozcamos la Verdad; para darnos la Luz que nos indicará el fin hacia el que debe orientarse toda nuestra vida.

El Apóstol que ha expresado estas realidades con gran profundidad de pensamiento y una elocuencia punzante, es el Apóstol San Juan. Su Evangelio, sus epístolas imprimen en nuestra alma un deseo ardiente de aproximarnos a esa luz "que alumbra a todo hombre que viene a este mundo" (Joan. I, 9), como alumbró a Nicodemo, a la samaritana y a tantos otros después de ellos.

También es él quien nos cuenta el episodio del ciego de nacimiento y el comentario de Nuestro Señor sobre los ciegos. Nuestro Señor reprende a los escribas y fariseos que pretenden ver la Luz, tener la Verdad, cuando en realidad están ciegos. Y alaba, en cambio, a quienes se acercan a Él, como ciegos, porque ellos verán la Luz (Joan., IX, 35 y 39).

Imagen son, escribas y fariseos, de los que vienen hacia la Iglesia, dueña de la Verdad, con la pretensión de imponerle sus ideas, sus propias concepciones, en lugar de venir a Ella con una inteligencia siempre sedienta de Verdad y dispuesta a recibirla y a hacerla fructificar.

Dichosos aquellos que beben en las verdaderas fuentes de la Luz, y que evitan las dudosas y reprobadas por la Iglesia.

¿Por qué las almas desean tan intensamente la Verdad? Es que la Verdad, como lo reafirma Nuestro Santo Padre el Papa, es la realidad. La inteligencia que está en la verdad, comulga con la realidad del ser divino o del ser creado.

El error

Aquel que se forja su propia Verdad, vive en la ilusión, en un mundo imaginario; crea en su espíritu un conjunto de pensamientos que no tienen más que las apariencias de la realidad. Vivir en lo irreal y, sobre todo, esforzarse en poner en práctica concepciones creadas totalmente por la imaginación, es desgraciadamente la fuente de todos los males de la humanidad. La corrupción de las inteligencias es mucho peor que la de las costumbres. El escándalo de las costumbres es más limitado que el escándalo de los errores. Estos se expanden mucho más rápidamente y corrompen a pueblos enteros.

Deber de denunciar los errores

Por esto, el deber más apremiante de vuestros pastores, que deben enseñaros la Verdad, es el de diagnosticaros esas enfermedades del espíritu que son los errores. La Iglesia no cesa de enseñar la Verdad y de señalar por ese mismo hecho el error. Pero, desgraciadamente, es preciso constatar que muchos espíritus, incluso entre los fieles, o bien no se preocupan de instruirse con la verdad, o incluso cierran sus oídos a las advertencias. Y, ¡cómo no vamos a deplorar, como ya lo hacía San Pablo, el que algunos de los que han recibido la misión de predicar la Verdad no tengan ya el valor de decirla, o la presenten de una forma tan equívoca que no se sabe ya dónde se encuentra el límite entre verdad y error!

Quisiéramos, en las breves consideraciones que siguen, señalaros, queridos hijos, el peligro de ciertas tendencias, a fin de que las evitéis cuidadosamente. Si reconocéis que son las vuestras, tened la virtud y el valor de renunciar a ellas, buscando la verdadera Luz allí donde ha sido dada en toda su pureza.

Lenguaje equívoco

Antes de denunciar ciertas orientaciones del pensamiento, atraemos vuestra atención sobre la manera en que son expresadas esas orientaciones por quienes las profesan. Puede decirse que existe hoy en día una cierta literatura religiosa, o que pretende ocuparse de la religión, que tiene la habilidad de emplear palabras equívocas o de forjar neologismos, de tal manera que no se sabe ya, a punto cierto, lo que quiere decir. Los que escriben o hablan de esta manera esperan la aprobación de la Iglesia, a la vez que satisfacen a los que están fuera de la Iglesia o la persiguen.

De esta forma, con los términos de "libertad", "humanismo", "civilización", "socialismo", "paternalismo", "colectivismo", y se podrían añadir muchos más, se llega a afirmar lo contrario de lo que las palabras significan. Se guardan de definirlas, de dar las precisiones necesarias, o incluso se las define de una manera nueva y personal, de tal suerte que se está lejos de la significación usual. Con lo cual se satisface a quienes dan a esas palabras su verdadero sentido, y a la vez uno se justifica dándoles un sentido totalmente distinto.

Esta concepción del lenguaje es el signo de la corrupción de los pensamientos y quizás, en algunos, de una positiva cobardía. Es también el signo de los espíritus débiles que temen la luz y la claridad.

Cuán numerosos son los que emplean un lenguaje al que nos han habituado los comunistas y que, sin embargo, se guardan de abrazar la doctrina de éstos.

Peligros de la actitud ambigua

Esta manera de expresarse y de pensar proviene quizá de un buen sentimiento, el de llegar a cualquier precio a un acuerdo con los que están alejados de la Iglesia. En lugar de buscar las causas profundas de este alejamiento y de dar a los medios queridos por Nuestro Señor su plena eficacia, esos espíritus bien intencionados, pero ignorantes de la verdadera doctrina de la Iglesia, se esfuerzan en atenuar las distancias y las diferencias tanto doctrinales como morales y sociales entre la Iglesia y aquellos que la desconocen o incluso la combaten.

A fin de acercarse más todavía a estos extraviados, se estimará una obligación el afirmar y exagerar con ellos cuanto en la Iglesia parece a éstos, con razón o sin ella, anticuado, reprensible. En esto no se dudará formar "coro" con los enemigos de la Iglesia.

Al proceder así, se forjan ilusiones sobre el resultado de su acción: no hacen más que afirmar en su error a los que son ignorantes o enemigos de la Iglesia, y no les dan la verdadera luz de las almas: Nuestro Señor Jesucristo y su obra de predilección, la Iglesia.

Ahora bien, quienes no ven aspiran íntimamente a la Luz, y ellos mismos se sorprenden al ver que coinciden con los que, normalmente, deberían oponerse a esas concepciones.

Su eficacia ilusoria... respecto de los paganos

De tal modo, los paganos no esperan de nosotros que justifiquemos todas sus costumbres. Si hay algunas pocas de ellas asimilables, saben perfectamente que la mayoría comportan actos inmorales o injustos. Ellos esperan de nosotros a Nuestro Señor Jesucristo, Su gracia todopoderosa, Su obra de redención y de misericordia apareciendo a través de nosotros.

... Respecto de los protestantes

Los protestantes no esperan de los católicos que adopten todas sus maneras de pensar y de juzgar. Conocen sus innumerables divisiones, tanto doctrinales como pastorales. Tampoco ellos nos piden que abandonemos nuestra fe y nuestra unidad: hoy día son más bien razones sociales, morales, una tradición secular lo que les impide venir a la Iglesia, que razones doctrinales o pretendidos defectos de la Iglesia.

... Respecto de lo musulmanes

Lo mismo ocurre con los musulmanes, que se sienten felices al comprobar una cierta similitud de creencias entre ellos y los católicos, pero que no comprenden y desconfían con justa causa de los católicos que aparentan no ver más que similitudes entre el Islam y la Iglesia. Estos son considerados por los musulmanes o bien como gentes falsas y peligrosas, o como católicos poco convencidos de su religión y, por consiguiente, despreciables. ¿Como no dar la razón a los musulmanes si estiman al católico convencido, practicante, que cree firmemente en su religión y se esfuerza en manifestar la Verdad y los beneficios de ella?

A éstos prestan confianza, más bien que a los otros.

... Respecto de los medios descristianizados

Nos es preciso equiparar a estas actitudes las que adoptan esos mismos católicos respecto de los cristianos que han perdido la fe, o respecto a ciertos medios que no practican la religión. No es asemejándonos a ellos en lenguaje, vestido o trabajo, como los atraeremos a nosotros, sobre todo cuando se trata de un sacerdote. El sacerdote es hombre de Dios y debe presentarse como tal. Es por este título por el que tiene el derecho de guardar a sus ovejas y por el que la gracia de Nuestro Señor le acompaña. Las almas son creadas con deseo de Dios y de Nuestro Señor, e incluso cuando ellas rechazan a sus mensajeros, manifiestan su creencia íntima.

... Respecto de los comunistas

No diríamos todo, si no añadiéramos la tendencia de esos católicos a una apertura respecto del comunismo. También en esto es un grave error el querer encontrar a cualquier precio en el comunismo lo que habría de pretendidamente asimilable. Se alaban sus éxitos económicos, científicos, técnicos, etc... No se quiere admitir con la Iglesia que el comunismo es una concepción del hombre profundamente antinatural e inhumana; que es una construcción ideológica fundada sobre principios políticos, sociales, económicos totalmente opuestos a los de la Iglesia. Es una impostura decir, como afirman algunos, que lo mismo que la Iglesia ha condenado a la Revolución francesa y ha acabado por aceptarla, igualmente el comunismo, hoy día repudiado por la Iglesia, será más tarde asimilado por Ella. Porque es falso que la Iglesia ratificase los errores revolucionarios que ha denunciado y denuncia siempre.

Los que siguen esas tendencias y las expresan, traicionan inconscientemente a Nuestro Señor y a su Iglesia, traicionan igualmente a todos los cristianos mártires y a las iglesias mártires por haber afirmado su fe y haber rechazado los errores.

Y si los comunistas se aprovechan de esta apertura de ciertos católicos para activar su lucha mundial contra la Iglesia, los desprecian profundamente y no les perdonarán el día en que fueren los amos. Tienen más estima por aquellos que defienden valerosamente la fe.

Pero nos parece útil dar ejemplos de esas tendencias, a fin de hacerlas resaltar y ayudaros, queridos fieles, a reconocerlas y, eventualmente, a defenderos de ellas.

La Iglesia ha precisado mil veces su pensamiento en materia de sociología o de política, entendida en el sentido de los principios fundamentales de la sociedad.

Peligro del equívoco en el socialismo

Nos parece útil examinar a esta luz lo que hoy día se llama socialismo. Evidentemente, se puede dar al mismo término de socialismo una definición nueva, más compatible con los principios de la Iglesia; pero, expresándose de este modo, existe el peligro de reconocer en la práctica, aunque involuntariamente, la doctrina socialista, porque la concepción socialista de la sociedad forma un conjunto lógico en el que, de hecho, es muy difícil disociar los elementos.

Es fácil decir que se está a favor de un socialismo creyente o de un socialismo personalista, y esto significa que uno se esfuerza en repudiar un aspecto del socialismo. Sin embargo, si se quiere aplicar lógicamente la propia creencia a la vida pública y cívica, es preciso reconocer a Dios derechos sobre personas, familias, sociedad; reconocer que estas realidades traen en El su origen y que, en consecuencia, la autoridad de los jefes de familia, de los responsables de la sociedad viene de Él, que no reside esencialmente en el pueblo: otras tantas afirmaciones contrarias a la teoría socialista. De hecho, el socialismo no es solamente antirreligioso, sino que su negación de Dios atribuye al pueblo soberano, por así decirlo, y de hecho, al Estado, las mismas propiedades de Dios. Las decisiones del Estado se convierten en el fundamento del Derecho. Ningún principio de Derecho es superior al del Estado. Por esto, él legislará sobre los derechos de las personas —sobre la propiedad, en particular— de las familias, la educación de los hijos, el régimen matrimonial, el divorcio, las asociaciones cívicas, culturales, religiosas; y legislará absolutamente, según su arbitraria voluntad.

Se ve cuán difícil es no despreciar los derechos de Dios al legislar sobre sus criaturas de manera arbitraria.

Ciertamente, es preciso ser social, esto es, buscar el bien común para el progreso y el bienestar de todos los ciudadanos. Pero la coacción que sufren los ciudadanos por parte de las leyes que tienden a entregar al Estado toda iniciativa privada económica, social y cultural, es absolutamente contraria a la expansión y al progreso del bien común.

La buena ordenación y unidad del Estado no exige la supresión de las iniciativas privadas, sino que el Estado dirigirá el concurso y la actividad de esas iniciativas, organizándolas y armonizándolas para conseguir un proceso rápido y espontáneo de la sociedad entera; y esto, con gastos considerablemente reducidos. El socialismo, que entrega todo en manos del Estado, ahoga a la sociedad con reglamentos y la aplasta con impuestos. Su gestión, en efecto, necesita una burocracia monstruosa.

Del mismo modo que Dios ha colocado riquezas insospechadas en la naturaleza, así también ha colocado riquezas de inteligencia, arte, espíritu, iniciativa, inventiva, caridad y devoción en los espíritus y los corazones de los hombres, de las personas; riquezas insondables que, para desarrollarse y rendir toda su eficacia, deben permanecer en el marco natural querido por Dios. Si el Estado tiene algún derecho sobre el empleo de estas riquezas en vistas del bien común, al querer apropiárselas y estatizarlas las agota, como sí quisiera desplazar las fuentes del lugar de origen, o sacar un árbol frutal de su buena tierra para llevarlo a casa, a fin de apropiárselo y utilizar sus frutos. Dios, en su sabiduría, ha dado a cada uno su papel, sus competencias, sus responsabilidades. Al querer reemplazar a Dios, el hombre lo destruye todo.

Ciertamente, es alentador el comprobar que un buen número de gobiernos africanos, a la vez que afirmaban inspirarse en el socialismo, hayan renegado públicamente del ateísmo. Sólo queda desear que este reconocimiento de Dios no se limite al derecho de honrar a Dios públicamente, sino que se extienda también al reconocimiento de los fundamentos y principios del derecho natural, grabado por Dios mismo en la naturaleza de las personas, las familias y las sociedades, principios que los responsables de la ciudad pueden precisar por un derecho positivo, pero que no pueden ignorar sin destruir la obra de Dios y, por ese mismo hecho, introducir injusticias cuyas víctimas serán generalmente aquellos que no tienen los medios de defender sus derechos.

Tales son las consideraciones que nos ha parecido oportuno someter a vuestra reflexión, queridos diocesanos, y esto, con toda caridad y solicitud, a fin de esclarecer bien la orientación de vuestros pensamientos, según la advertencia de Nuestro Santo Padre el Papa Juan XXIII: "Es culpable no solamente aquel que desfigura deliberadamente la verdad, sino que lo es igualmente quien, por temor de no parecer completo y moderno, la traiciona por una actitud ambigua".

Verdadera actitud del cristianismo frente a la verdad

Quisiéramos, como complemento necesario a lo que os hemos expresado y para evitar esa culpabilidad de que nos habla el Santo Padre, poner bajo vuestros ojos algunas ideas del R.P. Daniélou[2] que expresan perfectamente la actitud del verdadero cristiano frente a la verdad. Nos animarán a avanzar por una ruta bien iluminada por la Luz de Nuestro Señor y de su Iglesia.

"Si no decimos la verdad a otros, es quizás porque a veces sentimos que no están dispuestos a recibirla; pero también muy a menudo es por cobardía, por egoísmo, porque no tenemos el valor de afrontar su descontento. Porque tememos disgustarles, no nos atrevemos a amarlos verdaderamente y hasta el fin. Porque amar a los demás es querer su bien, incluso contra ellos mismos. Amar a los demás es ayudarles a hacer triunfar en ellos la verdad sobre la pobre realidad cotidiana. Amar es ayudar a cada hombre a que realice en sí el designio de Dios. Es cierto que esta forma de caridad veda conceder a los otros lo que se sabe que no es su bien. El verdadero amante es aquel que fielmente, pacientemente, con realismo, en silencio (porque el amor es fiel, paciente, inteligente, lleno de tacto), intenta ayudar a los demás a actualizar lo mejor que llevan en sí.

"En el mundo de hoy, millones de almas están privadas del pan vivo de la verdad, y esto no podemos tolerarlo. Lo sobrellevamos demasiado fácilmente. Sacar de ello partido, no es amar. No se trata aquí de combatir, sino de salvar. Se piensa demasiado generalmente que no hay medio entre el conflicto y la complicidad. Hay uno: el amor. El amor que va a todos los hombres sin debilidades, que no toma el partido de ver a los hombres fuera de lo que sabe que es la verdadera vida, y que procura ayudarlos a realizar entre ellos esta vida. Solamente de este modo nuestra caridad será auténtica caridad.

"Pero si la primera de las caridades es dar la verdad, esta verdad debe darse en la caridad. Hay una manera de servir a la verdad que, precisamente porque no la sirve bastante en la caridad, acaba por hacer daño a la verdad. Sabemos muy bien que puede haber en nuestra manera de servir la verdad algo muy impuro: la verdad se convierte entonces en nuestro negocio y su triunfo en nuestro triunfo. A partir de este momento, ya no es a ella a quien servimos, sino a nosotros mismos. Y después, estamos satisfechos de poseer la verdad, en tanto que otros no la poseen. Abordamos al otro como el propietario al indigente.

"La verdadera actitud es muy diferente. Yo soy tan pobre como el otro, por mí mismo no tengo absolutamente nada. La verdad no es mi verdad, me ha sido dada, y debiera percatarme de cuán mal la recibo. Por esto, debo simplemente dar testimonio, sintiendo que soy completamente indigno de ella. Lejos de decir a los otros: «Haced como yo», debo decir: «Imitad a Cristo, El es la verdadera Vida. Yo no soy más que un testigo imperfecto que trata de seguirle. Aquello de que doy testimonio me ha sido dado, me sobrepasa infinitamente y es el bien común de todos los hombres». Así puedo servir a la verdad en la humildad, sin humillar a la verdad. Esto también es verdadero en el aspecto colectivo. Si Occidente ha sido el primero en recibir al cristianismo, no es de ningún modo su propietario, sino únicamente su depositario.

"Otra forma defectuosa de presentar la verdad sería la de buscar, ante todo, resultados aparentes y rápidos. «La caridad es paciente», ha dicho San Pablo. Ser paciente no significa abstenerse de resolver. La paciencia es una actitud eminentemente activa; sin forzar el designio de Dios, comprende sus largas dilaciones. Es ésta una actitud respetuosa de las personas, término medio entre un proselitismo intempestivo y una falsa tolerancia que lo equipararía todo.

"Así vemos, pues, que la unión de la caridad y la verdad es algo íntimo. Pero es preciso ir más lejos aún. No solamente el dar la verdad es una forma de caridad, sino que la verdad misma es caridad, porque su objeto es el amor. En efecto, según la verdad que sólo Cristo nos revela y que descubre el fondo de la realidad, Dios es caridad, porque en Él el amor existe eternamente en el misterio trinitario. Dios nos ama y existir es ser amado por El. Debemos amarnos los unos a los otros como Cristo nos ha amado. De esta verdad debemos dar testimonio".

Este lenguaje es claro y límpido y nos lleva al verdadero pensamiento de la Iglesia, lejos de los compromisos, de las confusiones, de los equívocos.

Seamos y permanezcamos siempre fieles discípulos de Nuestro Señor Jesucristo, firmemente cristianos, católicos, adheridos a la Iglesia, que es nuestra Madre; siempre profundamente respetuosos de las personas, pero ardientemente deseosos de verlas participar de nuestra dicha, dispuestos a soportarlo todo y a sufrirlo todo por la salvación de las almas, que sólo se consigue por medio de Nuestro Señor.

Puedan estas pocas páginas haceros comprender mejor, muy queridos diocesanos, que el medio verdadero y más seguro de ser caritativos y de hacer el bien a vuestro alrededor, es que os mostréis cristianos totalmente, que Cristo se manifieste en vosotros y por vosotros, en vuestras palabras, en vuestras acciones, en toda vuestra vida.

Que la Virgen María os ayude en todas las circunstancias a llevar a Jesús en vosotros y a comunicarle a las almas. Este es nuestro deseo más ardiente.

Dakar, 26 de marzo de 1961.

Marcel LEFEBVRE
Arzobispo de Dakar.

 

[1] Nota de Speiro.—El radiomensaje de Juan XXIII, de 22 de diciembre de 1960, puede leerse en el vol. II, págs. 2291-2297, de la "Colección de Encíclicas y documentos pontificios", editada por la Acción Católica Española.

[2] Cahiers du Cercle St-Jean-Baptiste, junio-julio de 1960.