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¿Confusión en la Iglesia o misterio de la Cruz?

¿Confusión en la Iglesia o Misterio de la Cruz?
por
]EAN ÜUSSET
Fundaci\363n Speiro

Hemos recibido carta de un suscriptor. Nos parece que basta
transcribir una parte de la misma para apreciar el estado de
ánimo de nuestro corresponsal.
"Según advierte la faja del último número de P·f!'Ymanences,
mi abono termina. Pese a que vuestra campaña es muy interesan­
te, no renovaré mi abono ... , porque la incoherencia de
la situa­
ción religiosa de Francia, la actitud y los propósitos de ciertos,
clérigos, el espíritu perfectamente conocido que anima a la pren­
sa católica más recomendada desde el púlp~to, el universal embo­
bamiento por Teilhard, el escándalo por el modo en que los ecle­
siásticos han disimulado los errores del movimiento Pa'X y las
advertencias vaticanas respecto a éste ... , me han hecho perder
totalmente la fe.
"Seglar católico (?), no admito que Dubois-Dumée, comenta­
dor en la televisión de
las "Cartas de amor de una religiosa portu­
guesa", pueda ser llamado mi representante en el Concilio.
"Las patochadas del psiquiatra Oraison contra los cardena­
les Pizzardo y Ottaviani me hacen vomitar.
"La confusión más espantosa reina
en la Iglesia, en la que
un prelado, y no de los menos importantes, osa hablar de hiper­
trofia det poder ¡pontificio. La "despacellización" está en su
apogeo. Muchos clérigos forman parte de los grupos de informa­
ción del Frente Argelino de Liberación Nacional ... Todo esto me
disgusta profundamente.
"Habréis podido callar y fingir que
no veis las calaveradas co­
tidianas de esta pandilla escandalosa, pero no por esto dejaréis de
ser abatidos por
ella en la primera ocasión. Batallaréis inútil­
mente para terminar siendo aplastados. ¿ Y qué significa ese
nombre de Renaudes? Cuidaos de no correr la misma suerte que
corrió
"la cabra del señor Seguin", la cual luchó toda la noche
contra el
lobo, aunque no pudo evitar que en la mañana éste la
devorara.
"Desde
ahora renuncio a interesarme en todas esas bagatelas ... ,,.
Reconozcámoslo : aunque con un final menos desastroso y
un comentario más breve, tales dramas no son raros. Los inci.
dentes ocurridos en Passy, Llesse, Pleyel, demuestran cuán pro­
fundo es el malestar del catolicismo francés.
Esto es Jo que nos incita no sólo a responder a la carta cuyos
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JEAN OUSSET
pasajes fundamentales acabamos de leer, sino a responder pú­
blicamente.
* * * Señor:
No es agradable responder a vuestra carta. Se necesitaría
para ello un volumen, sin que uno pueda asegurar que acertaba.
¿ CaJlar?
Confieso que
no puedo detenerme en esta solución. Y a su­
pondréis que no os escribo por el deseo de correr detrás de un
suscriptor que nos deja, sino porque la amistad hacia nosotros
que vuestras líneas manifiestan tiene derecho a esperar algo más
que un silencio p1"udente o desengañado. Creo que esa amistad ne­
cesita una respuesta tan brutal
-corno la cólera que os anima.
Aunque no sea más que para recordaros que la cólera es mala
consejera, pues se trata efectivamente de cólera.
Decís que ¡,erdísteis la
fe.
No estoy tan seguro de ello. Afirmo esto por lo que de vues­
tra carta se desprende, al menos, respecto del objeto mismo de
la fe. Vuestro escrito prueba que la le (en el sentido estricto del
juramento antimodernista: "Adhesión a una enseñanza ... ", etc.) es
en vos más lúcida y más ardiente, a pesar de ciertas caracterís­
ticas, que
la de esos devotos ingenuos que no saben lo que creen
y que están listos a comulgar con ruedas de molino en cuanto
compran, en la puerta de las iglesias, su periódico católico pre­
ferido.
Me parece que más bien pecáis contra la virtud de la
espe­
ranza. No de la esperanza según el mundo, hecha de optimismo
beato, por no decir que de un impulso exclusivamente pasional,
sino contra
la auténtica ·esperanza cristiana, virtud teologal, so­
brenatural, serena,
aunque exenta. de ilusiones, y que es más fuer­
te que la muerte y que los peores escándalos en cuanto está ali­
mentada
por buena doctrina y conoce suficientemente la historia
de la Iglesia.
Ahora bien, si pecar contra la esperanza puede ser tan desas­
troso como
pecar contra la fe, no se responde a un pecado con­
tra la primera como se responde a un pecado contra la última.
Me hacéis pensar en un soldado que abandonaría
el servido
de su patria y dejaría de amarla porque
no puede soportar más las
miserias o los errores de quienes la gobiernan. Situación trági­
ctt, ciertamente, aunque no tanto como aquella a la que pueden
llevar semejantes deserciones o rebeliones.
* * *
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;CONFUSION EN LA IGLESIA O MISTERIO DE LA CRUU
Os escandalizan y os hacen perder la fe tantos excesos de los
€clesiásticos.
A menudo se rechaza la fe protestando contra todo exceso
análogo
al que os turba: "Escándalo para los judíos y locura
para los gentiles" es que Dios descienda hasta nosotros, que
sufra, que muera clavado en una cruz entre dos ladrones, es­
carnecido
por los insultos y los sarcasmos de los considerados
como la crema
y nata por la religión legítima de entonces. Confu­
sión, como
decís, que disipó de un golpe el coraje de los prime­
ros discipulos, pero que en la mañana de la Resurrección, en el
camino
de Emaús, el Maestro comentó gustoso con dos de los dis­
cípulos, diciéndoles: "Espíritus sin inteligencia, tardos en creer lo
que los profetas anunciaron, ¿ no era necesario que Cristo muriera
para entrar en la gloria? Y comenzando por Moisés y citando to­
dos los profetas, etc.", según cuenta
San Lucas en el capítulo sép­
timo de
su evangelio.
Lo mismo ocurre con la Iglesia.
No importa que también ella tenga que sufrir, como el Maes­
tro, antes de convertirse en la Jerusalén celestial. Esto es natu­
ral en cierto modo, puesto que la vida,
el ser de la Iglesia son 1s
vida, el ser de Jesucristo proyectados en las vicisitudes de la
historia y en
la muchedumbre de las naciones. "Comenzando por
Moisés y citando todos los profetas ... "
He alú el método.
Y también, comenzando
por el estudio de los orígenes de la
Iglesia
y recorriendo toda su historia.
Porque ignoramos cuánto ha sufrido la Iglesia a lo largo de
veinte siglos, nos hácemos de nuestra santa religión
una idea
insulsa, totahnente impregnada de conformismo clerical. Desde
el Calvario, Dios
ha ,¡,ermitido y permite que la historia de la
Iglesia, por lo menos según cierto aspecto, sea un drama clerical,
análogo
al de la vida y la pasión del Señor.
Habláis de
"la terrible confusión actual".
Aun concediendo que sea verdadero, tal argumento es débil,
puesto que se limita a la sola "confusión" actual,
en tanto, que, en
cierto sentido, la historia de
la Iglesia es la historia de una perpetua
confusión.
Hasta el punto de que, si se debiera perder la fe por
tales confusiones, se pecaría por defecto, no _por exceso, evocan-
do solamente la confusión de hoy.
·
Si hay que sublevarse, ¿por qué hacerlo sólo en nombre de la
última parte, cuando se puede hacerlo
·en nombre del .todo?
Llevado hasta sus últimas consecuencias, el argumento- se
retuerce contra
el que argumenta.
7,
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JEAN OUSSET
Hay que tomar el "todo" y no sólo la parte que más nos afecta
porque la vivimos. ("Comenzando por Moisés y citando, etc.")
Es decir, hay que considerar la historia de la Iglesia desde los
orígenes del cristianismo y examinar cómo se renuevan tales
dramas a lo largo de los siglos. Así, lo que fragmentariamente con­
siderado podría hacer perder la fe, se vuelve argumento en favor
de esta última por poco que se lo medite en su totalidad.
Tropezáis con los escándalos de cierto clericalismo actual. Creed
que es .preciso tropezar mu.cho más para caer verdaderamente de
rodillas. Porque el espectáculo de este "mucho más" es tal que
no puede haber equívoco. De grado o por fuerza hay que recono­
cer en todo ello la marca
de un drama divino: tragedia de la Re­
dención que continúa y continuará obrando '~hasta que el número
de los elegidos esté completo".
Así, el argumento en contra se convierte en argumento a
favor desde que se lo examina a la luz sobrenatural de la pasión
del Señor.
¡ El infierno no se desarma nunca!
j Cuán reconfortante es esto ! ¡ Qué signo admirable de la eter­
na actualidad de nuestra fe!
¡ Y cuánto debemos preferir este es­
tado de incesante alarma a la vida de tantas "religiones" sin
alborotos, que Satanás no se cuida de cribar. (Luc.
XXII, 31.)
El mal, el terrible mal estriba en que los católicos no cono­
cemos ni meditamos la historia de la Iglesia. Nos parecen incon­
fesables ciertas luchas, ciertos trastornos, porque creernos que la
calma y la
paz deberían ser las únicas características de la divi­
nidad de la Iglesia.
Dejamos difundir más
y más ese lema publicitario que pre­
tende que nuestra vida es más apacible y serena que la de cual­
quier otra comunidad. Y nos asombramos de
la inercia generaL
Como decía Bernanos: "Escriben en
el frontispicio de su tem­
plo: Aquí se come mejor que allá. Y luego se asombran de
no
reclutar más que vientres."
Admitimos que algunas persecuciones vengan del exterior, pero
perdemos la
confían.za cuando trastornos, traiciones, escándalos~
proceden del interior, de nosotros mismos.
Sin embargo, ni
la doctrina ni la experiencia de una historia
veinte veces secular permiten asegurar que la Iglesia militante
debe necesariamente estar compuesta
de fieles edificantes, de
sacerdotes henchidos de buena doctrina y de gracia sobrenatural,
de obispos que carezcan de respeto humano, que sean valientes
frente al César y sumisos de corazón a la Santa Sede; de
papas
impecables, además de infalibles.
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;CONFUSION EN LA IGLESIA O MISTERIO DE LA CRUZr
Es necesario que haya herejías, escribe uu autor poco sospe­
choso de integrismo,
Karl Rahner, porque ellas son más que meras
consecuencias de una libertad arbitraria: .pertenecen a esas som­
bras que deben existir para que nadie, incluida la "verdad" de1
hombre, pueda glorificarse delante de Dios.
"Así, el cristiano no debe asombrarse de hallar herejías. Más.
bien, las esperará, las considerará como una tentación inevita­
ble, incluso corno la tentación (la prueba) más alta, más sublime)
aquella en la cual el ángel de tinieblas se disfraza de ángel de luz.
Y si el cristiano no tropieza con ninguna herejía, no considera
semejante paz espiritual como ·algo normal. Con temor, se pre­
guntará más bien si los ojos de su espíritu se habrán cegado
y su corazón se habrá vuelto insensible para distin.guir verdad y
error, hasta el punto de no discernir ya la herejía."
Si conociéramos mejor la historia de la Iglesia, no duda­
ríamos más de la predilección de Dios por este género de prueba~
Se carece de un sentido justo de lo divino al ignorar, callar,.
ocultar deliberadamente lo que Dios ha hecho abundar de modo
tan manifiesto en los anales cristianos.
¿ Se habrá equivocado? ¿ O no será más bien que nosotros
preferimos una comedia insulsa a la tragedia perturbadora de la
Redención?
Los santos paladearon
el sabor de este vino y con él se em­
briagaron. Nuestros supuestos cristianos "adultos'' prefieren el
agua embotellada.
Muchos cristianos se desaniman cuando tropiezan con ciertos
obstáculos. Curiosos soldados de uua hipotética Iglesia militan­
te,
¿ dónde creen que están estos guerreros turbados por los pri­
meros indicios de la batalla? ¿ Por qué Dios nos escatimaría lo que
no escatimó a ninguna generación cristiana?
¿ Y de qué os quejáis? .
-De que ciertos clérigos admiren insensatamente a Teilhard,.
lo que os choca por el evidente desprecio que entraña respecto de
las prescripciones romanas ;
De una "despacellización" que nos desalienta;
- Del asunto Davezie, con sus intervenciones anejas ;
-Del asunto Pax;
-De una página de cierta "semana religiosa" sobre el diálo-
go con los francmasones (''cuya Filosofía merece ... ");
-De una caridad que no tiene más que un solo sentido, acor­
dada liberalmente a la "revolución argelina", pero sañudamente ne­
gada a Ios pieds noirs;
-De que toda protesta contra cierta prensa católica sea in-
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1EAN OUSSET
mediatamente sofocada, mientras que las calumnias más odiosas
("los peores enemigos de la Iglesia", "fautores de atentados") son
lanzadas contra otros cristianos sin que ningún árbitro, ningún
juez se conmueva;
-De que Dubois-Dumée, dirigente oficial del apostolado se­
glar internacional, presente en la televisión las "Cartas de amor
de una religiosa portuguesa" ;
-Del villancico de la revista Rallye J eunesse;
-De que la revista Routes proponga como autores H seguros"
a Gide, Sartre, etc. ;
-De la carta de los curas de Nantes;
-De las intervenciones de los dominicos J olif y Dubarle en
"'la semana del pensamiento marxista" y de la amistosísima carta
de los mismos a Kruschev ;
-De ciertos comentarios del jesuíta Rouquette, aparecidos en
la revista Etudes, sobre los últimos pontificados;
-De las brutales reacciones que todo esto provoca, corno
se vio en las iglesias de Passey y de Liesse y en la sala Pleyel.
Todo esto os parece indicio de
una terrible confusión y os
bace perder la fe, abandonarlo todo. Pero, ¿ no habéis reflexionado
nunca en que la serie de cismas
y herejías han producido inso­
lencias, rebeliones, bajezas comparadas con las cuales las que
ahora sufrimos son pequeñeces, incidencias, detalles?
Pensad en los gnósticos
y maniqueos del siglo I, en los monta­
nistas
y novacianos del segundo, acompañados por los cuarto­
decimanos, desbautizantes, milenaristas, antitrinitarios. Luego, do­
natistas y melecianos, precursores del arrianismo, que tuvo mu­
chos altibajos y aspectos. Después, Pelagio y Celestio, Nestorio
y Eutiques. Y todos los otros, hasta nuestros días, al compás
de tres o cuatro herejías por siglo.
Hoy, a la distancia, todo
parece perfectamente claro: fieles
de un lado; herejes y cismáticos de otro. Mas, para quienes vi­
vieron entonces también era aquello una "terrible confusión". No
.se sabía a quién seguir. El cura pertenecía a un partido y el vi­
cario a otro. Los obispos se
hallaban en colegial discordia. Los
Atanasias
y los Hilarios, en minúscula minoría. Y como siempre
ocurre, los que componían
la mayoría pretendían estar acordes
-con la historia y "presentes en el mundo", ser testigos del si­
g\o, etc.
El paso del tiempo deforma, ordenándolo excesivamente, cuan­
to fue una terrible y sangrienta confusión.
Imaginaos qué haríamos si tuviéramos ante los ojos los inevi-.
tables accesorios de estas aberraciones: sospechas, polémicas, in-
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¡CONFUSION EN LA IGLESIA O MISTERIO DE LA CRUZt
sultos, tumultos, conflictos, torturas, asesinatos, apostasías, trai­
ciones, cobardías que la historia no menciona porque está llena
de ellas.
Y puesto que atacáis a los clérigos, pensad
en lo que fue la
Iglesia del
siglo x. La peor época, sin escuelas ni enseñanza. La
ignorancia era tal, que algunos concilios, como el de Trosly,
de 909, se vieron obligados a recomendar a los clérigos que se
dedicaran a estudios tan rudimentarios que uno se queda estupe­
facto
al saberlo. Y, sin embargo, señor, no podemos dudar que ni
siquiera en esos períodos espantosos el Cielo tuvo el gozo de ver
que algunos fieles resistían, verdaderos consoladores
de Cristo ago-
nizante. '
Confusión del gran cisma de Occidente: dos papas e incluso
tres que se anatematizaban mutuamente. Confusión del concilio
de Basilea, que declara sospechoso al Papa. Confusión de pue­
blos enteros que se pasan a la herejía encabezados por el cleio.
Confusión de obispos galicanos y jansenistas.
Los que queremos devolver a nuestra patria su señorial in­
fluencia, cómo no
heniOs de recordar la "confusión"' del !proce­
so de Juana de Arco. No se pudo pedir más. Un obispo, un vice­
inquisidor, muchos abades,
la flor y nata de los doctores de la
Sorbona, futuros expertos, en su mayor parte, del indigno con­
cilio de Basilea, que empezaría poco después.
Pensemos también en la tentación de revuelta o de desespe­
ración que debió levantarse en el corazón de la madre
de J uána
y de todos los buenos cristianos de Domrémy cuando llegó hasta
los meandros del Meuse
el anuncio de que la Santa sería quemada
en Rouen.
Es cierto que Juana fue rehabilitada, aunque no antes de que
el rey de Francia hubiese triun.fado. La diplomacia impide a me­
nudo que
se proclame la verdad y se defienda al inocente.
Y
Dios permite todo ello, como permitió la vida dolorosa y
la cruel pasión de su Hijo. Y siempre por la misma razón: su
mayor gloria y
la mayor gloria de sus elegidos.
Misterio de la Cruz redentora, misterio de la Iglesia, misterio
de las innumerables pruebas de todos los santos: una y la misma
perspectiva.
Perdemos la inteligencia y
el amor del misterio adorable de
la santa pasión de nuestra madre,
la Iglesia, porque nuestra
concepción de ésta se desnaturaliza y se racionaliza, concibiéndola
más y más acorde con
un supuesto sentido de la historia y con un
humanismo completamente humano.
¿ Qué hacer, entonces?
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IBAN OUSSET
Lo mismo que hicieron la Verónica y el Cirineo cuando pasó
el Maestro cubierto de sangre, polvo, salivazos, vomitajos apes­
tando a vino (según
lo afirma la Escritura, que no teme las pa­
labras rotundas), con la corona de espinas que le ceñía los cabellos
como un halo rojo, cou la cara tumefacta, tambaleándose bajo ei
peso de la Cruz, maltratado por la soldadesca, insultado por el
pueblo, condenado por los doctores, sacerdotes y te6!ogos de la
época.
Oaro está nuestro deber.
Ante todo, no tener miedo, burlamos de los sarcasmos, no
desertar, atravesar las filas de la multitud, avanzando resuelta­
mente hacia
Jesús y permanecer firmes en la fe.
Puesto que
desd.e hace veinte siglos el misterio se renueva,
no podríamos excusarnos si sólo nos sorprendiera el misterio
de hoy.
Estemos listos, más prestos todavía,
si fuere posible, que la
misma Verónica para reconocer bajo cualquier mancha la santa faz
de la Iglesia unida a la santa faz de Dios.
Y que con dulzura
y piedad sepamos devolver a esa faz que­
rida su esencial pureza.
Enjugar la santa faz, como Verónica, si bien procurando, como
ésta, no añadir nada a ese gran dolor; tratando de
no desollar la
con nuestras cóleras o nuestras impaciencias, de no reabrir sus
heridas, aunque
para alcanzarla hubiera sido necesario abrirse
paso, derribar mirones, transgredir prohibiciones legales, forzar
cordones
de legionarios.
Ayudemos, como Simón,
a llevar la Cruz, con eficacia, es
cierto, pero también con suavidad, sin torpezas, sin sobresaltos
dolorosos.
Sobre todo, guardémonos de apartar los ojos de la ignominia
de
tal espectáculo. Sepamos reconocer a Cristo y, por tanto, a la Igle­
sia, que parecen vacilar delante de nosotros. Pese a tanta
suciedad,.
a tantas magulladuras,

impidamos que se olviden
la pureza y la
santidad fundamentales del Señor y de su Iglesia.
Felices seremos si, como el centurión del Calvario, después
de
haberlo seguido, visto y escuchado todo, nos fuéramos profesando
sin vacilar, en alta
voz,, que este hombre es verdaderamente el Hijo
de Dios, que la Iglesia es realmente, siempre, la esposa inmacu­
lada de Cristo.
"No lo conocimos -profetiza Isaias---; sin brillo, sin belleza,
despreciado,
el último de los hombres, var6n de dolores, destro­
zado por el sufrimiento, con el rostro desfigurado, semejante a un
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;CONFUSION EN LA IGLESIA O MISTERIO DE LA CRUZf
leproso ... " Sí, todo esto es cierto; lo mismo de Cristo que de la
Iglesia.
"Su grau augustia [la de Jesucristo] -nos.dice Bernauos en
"El gran temor de los bienpensantes"- nace justamente por la
condición de este rebaño, sostenido, unido por .el hábito o el te­
mor, para el cual lo divino es sólo una suerte de coartada para su
pereza, para su horror de luchar virilmente, para su gusto enfer­
mizo de sufrir, de soportar y sobrellevar el yugo de un amo. Pero
si la Iglesia,
uo, ¿ quién los recogería? Ella sólo pide las con­
ciencias, no pretende más que regir el fuero interno, al que única­
mente Dios puede alcanzar, y trata de impedir que los partidos
políticos se adelanten.
Por esto se ve a una muchedumbre que se
apiña en torno de la Iglesia, que aparta a los sautos y que a veces
sólo busca en aquélla descanso, honores, rentas, incapaz de encon­
trar en otra parte el pan que sacie la ansiedad que la devora. Quien­
quiera que se asombrara de ver allí a esa multitud, se parecería a
los fariseos despreciativos que miraban con malos ojos al señor
Jesús, seguido por un cortejo de cojos, ciegos, mendigos y tam­
bién simuladores. Porque la Iglesia, que
es el panteón de los gran­
des hombres, se convierte, bajo la furia de la lluvia y el viento
eter·­
nos, en el refugio donde los más miserables reciben de Dios y de
sus santos, día tras día, alimentos con los cuales subsisten. mal que
bien
hasta el momento del eterno perdón."
Sin
duda, éste es, el aspecto leproso, carente de hermosura
y de brillo que se menciona en muchos pasajes de Isaías. Pero
no son menos exactos respecto de Cristo (y de la Iglesia) los tex­
tos sagrados que hablan del más hermoso de los hijos
de los hom­
bres, ataviado con vestidos blancos como la nieve y de rostro más
brillante que el sol.
Iglesia, fuente de santidad en la vida privada ; fuente de civili­
zación, de orden y de paz en la vida pública. Madre de santos,
de vírgenes, de mártires, de apóstoles, de doctores, de monjes des­
brozadores, agricultores y constructores;
_de liberadores de escla­
vos,
de enfermeros, de hospitales, de orfelinatos, de refugios, de
escuelas, de universidades, de la dignidad de las familias, del res­
peto a la mujer, del espíritu caballeresco, institutriz de los pue­
blos, madre de las encíclicas sociales, protectora
de las artes, ma­
dre
del gregoriano, de nuestras basílicas y de nuestras catedrales ...
Madre de las dos Teresas, de Francisco, de Buenaventura, de To-
1nás, de Ignacio, de Xavier, de Vicente ...
¿ Quién puede decir más ?
¿ Quién dura más?
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JEAN OUSSET
¿ Quién abarca más? ¿ Quién es mejor, más heroico, más cari­
tativo?
He aquí los valores que se abandonan, la causa de tantas de­
serciones, el ejército que se deja. ¿ Creéis que esto es digno, aun
admitiendo, como lo pretendéis, que un puñado de traidores no
espera más que la ocasión de destrozarnos?
¿ Creéis que Berna­
nos se aprestaba a abandonar el Arca Santa cuando no vacilaba
en escribir: "Comienza la nueva invasión modernista. Cien años
de concesiones, de equívocos, han permitido que la anarquía se
a,podere del clero. La causa del orden ya no puede contar con
muchos de estos descastados. Creo que nuestros hijos verán luchar
a muchos grupos católicos en favor de las fuerzas de la muerte_
Seré fusilado
por sacerdotes bolcheviques que llevarán el "Con­
trato social" en el bolsillo y la cruz sobre el pecho"?
Lo que Dios, hasta ahora y a pesar de todo, aún no ha permi­
tido. Advertidlo: esto prueba que
El sigue siendo el Señor ... j O
que nos lo reserva todavía!
A este respecto,
el nombre de Renaudes profetizaría lo que nos.
espera. ¡ Que Dios os escuche! Puesto que, al fin y al cabo, esta
"vieja Renaude" resistió al lobo toda la noche, rehusando acos­
tarse
para morir antes de que saliera el sol. ¿ Hay suerte más en­
vídiable para el soldado de Cristo que rehusa esconderse?
Porque la noche es el tiempo de los lobos, cuando éstos apro­
vechan de las tinieblas
para que se los acepte disfrazados de pas­
tores; cuando, con la garganta llena de palabras de P AX, avanzan
para diezmar el rebaño.
La noche es el tiempo en que se desbandan los cobardes, en
que se desaniman los tímidos de que habla la Escritura; cuando el
mal pastor prefiere quedarse en cama y los apóstoles tienen los pár­
pados cargados de sueño; cuando Ju das actúa y el Maestro está
solo. Pero es también el tiempo en que el Esposo se regocija al
encontrar a las vírgenes sabias con la lámpara repleta de aceite
y encendida.
Es, pues,
en la noche, y pese a la noche, cuando hay que resis­
tir y combatir. Por .tanto, bienaventuradas las Renaudes que, inque­
brantablemente decididas a luchar, no se acostarán para morir an­
tes de que despunte la aurora.
Porque --advertidlo-la aurora es de todos modos la victo­
ria de las Renaudes, el término de su misión; aunque los lobos
se
retiraran después de haberlas destrozado, la aurora es el mo­
mento
en que los lobos huyen de la luz, cuando se alejan del redil
y los pastores, aun los mediocres, se despiertan; cuando los dé­
biles recobran ánimos
y el rebaño puede caminar sin temor.
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¡CONFUSION EN LA IGLESIA O MISTERIO DE LA CRUZr
Dios haga de nosotros verdaderas Renaudes. Y cuando llegare
la hora de acostarnos
para morir, que podamos ver hacia el Este
el ardiente fulgor, no de una estrella, sino de ese lumen gentium.
de ese sol justitiae que es Jesucristo : aurora de un nuevo orden
social cristiano sobre el mundo.
Lo demás importa poco. No siendo quien siembra el mismo
que recoge, no hay por qué alarmarse si las Renaudes
desapa.re­
cen al nacer el día. La gloria de la Iglesia no puede ser una gloria
humana. Tiene que ser santa como a pesar nuestro.
¿ Osaréis decir que la Iglesia nos ha dejado sin enseñanzas?
¿ Os faltan las encíclicas para ver claro? ¿No os parecen suficien­
temente precisos los discursos
y mensajes pontificios? Vuestras
reacciones contra el progresismo de ciertos clérigos serían menos
violentas si supiérais mejor cómo ignoran esos
"expertos" la doc­
trina
de la Iglesia en tales materias.
¿Entonces? ¿ Qué pensaría un oficial del soldado que hubiera
decidido cumplir su deber sólo en
el caso de que nadie desobede­
ciera o atacara
por la espalda? ¿ No se podría desertar desde que
alguien diese un solo mal ejemplo ?
i Prueba dolorosa, ciertamente! Prueba de nuestra esperanza y
nuestra fe eu la Iglesía y en la Cruz.
V amos, querido amigo, reportémonos. Y como dice poco
más
o menos el autor de la "Imitación": No hay razón seria para de­
tenerse. Ciertamente, Jesús nos cargará la Cruz, pero también El
nos sostendrá. El, único jefe y guía nuestro. He aquí que nues­
tro Rey marcha delante de nosotros. El combatirá por nosotros.
Sigamos valerosos; que nadie nos asuste. Estemus listos para mo­
rir generosamente en esta guerra y no manchemos nuestra gloria
con la vergüenza de haber huido de la Cruz.
(De &nitatione Chris­
ti, III, 56.)
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