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Patria, Nación, Estado (II)

Patria -Nación -Estado
(continuación)
por
)EAN OussET
Fundaci\363n Speiro

PATRIA-NACION-ESTADO
(Continuación.)
III
Después de una rápida introducción, simple recuerdo del ele­
mental
y piadoso deber que todo hombre tiene respecto a su
patria (1), y después de estudiar más extensamente lo que signi­
fican los términos de patria, nación
y Estado (2), debemos de­
finir más rigurosamente estas nociones.
Estudiaremos, en primer lugar, aquello que la sabiduría nos
ordena o recomienda en el plano que bien pudiéramos llamar de
una sana doctrina de la patria
y de la nación. Luego veremos __ las
tentaciones, los errores y las posibles o frecuentes desviaciones
que pueden ocurrir en ese campo. Asimismo, nos detendremos en
los fundamentos que más tarde nos servirán para resolver mejor ,el
problema internacional. Por último, trataremos la relación naciqn-.
Estado.
El patriotismo.
Ya hemos dicho que la patria pesa y actúa tan fuertemente
sobre
el corazón humano porque en forma directamente sensi­
ble
es el cuadro de nuestra vida física y moral. ,Por eso, es pb,,
jeto de sentimiento y afecto. Por su parte, el patriotismo será
principalmente afectivo. El es el amor que. nos une a lo que es
1:omo fa raíz de nosotros mismos, que nos une al suelo, al patri­
monio material, intelectual o
moral. que constituye nuestro pn~
·mer universo físic;o o espiritual.
(!) Cf. Verbo, núm. 34-35, págs. 222 y ss.
(2) Cf. Verbo, núm. 34-35, págs. 231 y ss.
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JEAN OUSSET
El patriotismo es, en primer lugar (y para muchos, sobre
todo), un asunto del corazón.
Es el amor que los hijos guardan
a sus padres, quizá a pesar de la indigencia y de la decadencia de
los últimos. E igual que "el corazón tiene razones que la razón no
conoce" (3), no es raro ver que el más ardiente patriotismo sostie­
ne ciertas contradicciones.
Los emigrados de que nos habla J oseph de Maistre eran pa­
triotas que no podían dejar de aplaudir los éxitos de las tropas
de aquella república que ellos mismos combatían. Y es que, a pe­
:::.ar de la oposición política y de las diferencias .sociales, un senti­
miento más fuerte les unía con sus adversarios y, a pesar suyo,.
les forzaba a sentirse miembros orgullosos de una misma
comu­
nidad. Ese sentimiento es el patríotismo.
A veces se dice que los pueblos son patriotas como los indi­
viduos son egoístas, por una especie de instinto de conservación.
En efecto, no hay duda que donde mejor se manifiesta la fuerza
del patriotismo es en la defensa de un territorio contra un agresor,.
o en las horas de mayor humillación de la patria. Repetimos una
vez más que el razonamiento entra poco en este asunto, pues en su
aspecto elemental y fundamental el patriotismo actúa como un re­
flejo que empuja a resistir firmemente lo que amenaza, y si es
necesario, a
resp:mder golpe por golpe. Tampoco es raro que el
patriotismo, en este grado, vaya acompañado por una cierta pa­
triotería. De aqui procede precisamente la necesidad de no que­
darse en este estado, puesto que en política los sentimientos, la
mera· afectividad, son insuficientes.
Amor inteligente de la patria.
Si solamente se tratara de fortalecer el sentido patriótico para
obtener que todos obedezcan mejor y sean más disciplinados y
abnegados, se conocerían bien los medios para conseguir tal cosa,.
pues Ios mismos son constantemente empleados por los regímenes.
(3) Pascal, Pensées.
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más o menos comunistas. Pero desde el momento en que uno no
se deja engañar por la exaltación desastrosa de fas tendencias
primarias, resulta
evidente que no basta desarrollar excesivamen­
te sólo el sentimiento.
Se ha dicho "que los sentimientos más naturales y más nece­
sarios pueden
ser ciegos y volverse contra lo que pret~nden servir.
El instino maternal, a pesar de optimistas comp1acencias, está
lejos
de ser infalible. Hay patriotas fanáticos que han conducido
a su
país a la catástrofe. El símbolo platónico lo dice todo: la.
sociedad, io mismo que el hombre, es simultáneamente cabeza~
corazón y vientre. No puede prescindir de los ardores del cora­
zón, pero con la condición de que la cabeza discierna y reine. A
esto llamaba Platón la justicia, pudiendo también ser llamado sa­
lud o virtud" (4).
No puede haber patriotismo verdadero
(y con esto queremos
decir: fecundo, armoniosamente ordenado
al mayor bien de la
patria) sin
una educación del patriotismo, .porque uno puede amar
profundamente a su patria y, no saber qué necesita ella para vivir
y durar ; o se puede amarla y mantener una conducta que no
esté acorde con ias normas que un cariño inteligente aconseja se­
guir o, inc~uso, servirla con una torpeza criminal.
Para jefes y élites, clara conciencia del verdadero interés na­
cional.
El patriotismo tiene, por tanto, necesidad de ser iluminado
por una segura inteligencia de la jerarquía de los verdaderos
bienes,
de los verdaderos medios y de los Verdaderos fines: por
una doctrina del verdadero interés nacional. No pretendemos
reducir con esto el impulso patriótico a una simple adhesión
doctrinal, pues esta doctrina del verdadero interés
de la nación
sería estéril
sin las fuerzas afectivas del patriotismo. Ahora bien,
como el patriotismo en bruto es un cuerpo sin cabeza, son necesa-
( 4) L. Emery, La nation.
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rios los dos. Para todos (también para las clases inferiores de la
sociedad) es necesario
el patriotismo; pero las élites necesitan.
especialmente tener una inteligencia clara y un sentido justo de
1a sana doctrina
en este asunto.
Todo un pueblo puede y debe ser patriota, pcirqne el patriotis­
mo es un sentimiento natural en el corazón de todo hombre bien
nacido. Pero no podemos pedir a todos -particularmente a la
masa-este sentido justo y esta clara conciencia del verdadero
interés nacional (5).
Elección, orden, jerarquía constituyen el capital de la patria.
Necesidad de una doctrina.
Recibimos, por así decirlo, a granel el capital material, la he­
Tencia espiritual, intelectmrl y moral que nos han dejado nues­
tros abuelos. Ese capital, esa herencia consti.tuyen la patria. Po­
demos, pues, afirmar que
el patriotismo, considerado en su con­
jtinto, suele ser desordenado y confuso. Lejos de formar un todo
homogéneo, está compuesto de partes de desigual valor. Los ele­
mentos contradictorios son numerosos, de modo que los elementos
negativos están junto a los positivos, no habiendo orden ni uni­
tlad. Por lo tanto, es necesario separar, ordenar y elegir. Una
constante experiencia del género humano nos enseña con toda cla­
ridad ~a menos que queramos cegarnos-que "hay institucio­
nes, disciplinas, máximas
y métodos probados, que realizan con­
quistas sólidas, de resultados felices", mientras que otros nunca
han prevalecido "sin causar disolución, subversión, confusión, in­
estabilidad y rnina" (6). &, pnes, imprescindible rechazar esos
valores negativos que acarrean. descomposición, derrota o muerte.
(5) Precisemos lo que siempre entendimos por élites. No se trata so­
lamente de los dirigentes
de un país, sino de todos aquellos que -en
los diversos escalones del ·cuerpo social-ejercen una autoridad real, tie­
nen influencia.
En las democracias, el número y la importancia de las
.élites deberían tender a aumentar.
(6) Pierre Lasserre.
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PATRIA-N ACION-ESTADO
Esta unidad humana durable que es la nación, esta continui­
turas, sólo puede hacerse sobre estos valores, que por ser verda­
deros y eternos son también los que aseguran vida y duración a
las sociedades fundadas sobre ellos.
Si "ia verdadera tradición es crítica", lo es también 1a inte­
ligencia del verdadero y justo servicio de la patria. Antagonista
del verdadero amor es la aversión. Quien realmente arna a su pa­
tria no puede dejar de aborrecer lo que la amenaza, la disminuye
-0 pretende herirla mortalmente (7). No podemos amar simultá­
neamente un ser querido
y a la eufermedad que ha estado a punto
de arrebatárnoslo para siempre.
Comprendemos,
por consiguiente, que esta elevada inteligen­
cia de lo que exige la vida de la patria y de la nación es el fruto
-paciente y laborioso de una sana formación doctrinal y de un
riguroso estudio de la historia. Enseñanza de una recta razón
-iluminada por la fe, ilustrada por las innumerables experiencias
realizadas para nosotros por los que
han muerto. Con el ejemplo
de sus éxitos y 1as lecciones -de sus fracasos, todo el capital de la
patria aparece jerarquizado y ordenado, formándose una verda­
dera doctrina de leyes de vida, de duración, de más segura y
armoniosa expansión de la nación. Esa doctrina .descubre respec­
to de cada acontecimiento fo que precede y causa, clasificándolo
.según fuere feliz o desgraciado y denotando siempre elección, or­
(7) Casi huelga decir _que cuando esa amenaza, ese peligro se encarna
,en los hombres, la necesidad de aborrecer no puede ser universal y abso­
luta. Terigo el· deber de hallar detestable al enemigo de mi-·patria en tanto
es enemigo de mi patria y <;n la medida en que-lo es. Pero no puedo odiar..,
lo absolutamente. Incluso tengo el deber de amarlo, si considero que es
-pura y simultáneamente hombre, rescatado con la sangre de Jesucristo. -
Además~
cuando· no puede hacer daño,. o está herido o p:riSionero; deja de
ser un peligro -por lo menos, un peligro inmediato---, para mi patria y
-no tengo que violentarlo, bastando una sirhple vigilancia, o ciertas precau­
.ci0nes, etc. · ·
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lgualitarismo liberal.
En efecto, para este último todo es igual y vale lo mismo, ya
que, en realidad, nada tiene valor real según esta doctrina. La
única ley histórica admisible es una ciega y fatídica "evolución",.
un "progreso" tan mítico como indeterminado, privado de todo
criterio cualitativo. Sólo los
impulsos afectivos de un patriotismo
en bruto
Jo sumergen en una heroica voluptuosidad. Su romanti­
cismo,
su· congénito sentimentalismo se complacen en ello, sea
cual fuere
la forma que a Jo largo del tiempo hayan tomado o pu­
dieren tomar dichos sentimentalismo y romanticismo.
"La verdadera tradición es crítica".
La necesidad de elegir en el capital que oonstituye la patria, de
juzgar .los diversos elementos del patrimonio que representa, la
eventual necesidad de ordenar, rehusar, rechazar lo que en la he­
rencia puede y debe ser considerado inadmisible y ruinoso, es
sin duda lo que más repugna a nuestra mentalidad liberal.
Ante semejante perspectiva, y
a1 mezclarse un cierto pate­
tismo patriotero, hubo quien protestó.
(No es inútil observar que
quienes protestan son a menudo los que tienden a despreciar los
más santos
y nobles valores del patrimonio nacional.) Pero, por
conmovedora que sea dicha protesta, es necesario no dejarse en­
gañar por semejante liberalismo.
En efecto; ¿ por qué Jo que es evidente y se admite en la
piedad familiar no se ha de admitir en la piedad patriótica? Pero
la más santa fidelidad a la memoria del ,padre o de la madre que
nos han transmitido
sus bienes no nos obliga a conservar, exaltar
y cultivar
lo que constituye precisamente un inconveniente, un
peligro o la miseria del patrimonio heredado. Es más, ¿ qué lega­
tario,
JXlr muy agradecido que -estuviese, consideró nunca un de­
ber de afecto el no destruir las chinches de Ja vieja mansión, ni
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modificar la disposición incómocia de ciertas habitaciones, ni evi­
tar el peligro que pudiera suponer una pared ruinosa?
El respeto de una tradición familiar nunca perpetuó las ta­
ras que en dicha tradición puedan encontrarse. Y a nadie, so
pretexto de que
el abuelo fue un calavera y la bisabuela tenía
lengua viperina, se le ha ocurrido que la locura y la mafodicencia
.son piadosos deberes de hijos, nietos y bisnietos.
Se ha escrito con acierto que 11ninguna virtud, ni aunque sea
nacional, puede obligar a
la necedad. Es necesario amar a la pa­
tria, pero es necesario amarla bien, amando toda flor del ser en
que está comprendido o sobreentendido el espíritu. Lo cual per­
mite abarcarlo todo y distinguir, a la vez, cuanto es necesario no
confundir" (8). Porque, aunque se evite que el patriotismo venere,
cultive o transmita la vena de locura de1 abuelo o 'ios bellacos chis­
mes de la bisabuela, nada impide continuar alabando, amando e
imitando lo qu_e, por otra parte, pudiera haber de bueno en esos
antepasados de cabeza ligera o de lengua maldiciente.
Así es como nos conviene considerar las cosas en lo que
respecta a la patria y a la nación para evitar todo sectarismo.
Sirva de ejemplo el frenesí guerrero y el mesianismo revolucio-­
nario
de Francia durante los últimos años del siglo xvnr y los
primeros del :xrx.
B)s evidente que la ideología inspiradora de tal
desorden cerebral, nacional y mundial
no puede ser presentada
como
un valor positivo del patrimonio francés. Por consiguiente)
la sabidnría aconseja gnardarse de ella como de la peste y comba­
tirla en caso necesario, aunque esto no impida el admirar jus­
tamente
el valor de los soldados y la ciencia militar de los gene­
rales y de Bonaparte. El hecho de que ta1 epopeya haya sido más
nefasta que útil a la nación, es un motivo suplementario para
conservar mej
ar lo único que en toda ella se puede admirar : la
gloria militar. Pero el mal persistirá si 1a embriaguez de esa
gloria impulsara a reanudar semejantes locuras.
(8) Henri Massis.
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Destrucción de la patria y de la nación por los errores o cegue­
ras políticas.
Gracias a este ejemplo vemos que es necesario regular y con­
trolar al patriotismo mediante un sentido exacto del orden de las
cosas, so pena de destruir muy pronto patria y nación.
Como en todo, también en esto sólo la verdad libera y única­
mente a su luz se puede elegir sabiamente lo indispensable para
la justa armonía del patrimonio nacional. El error es signo de
degradación o muerte. Numerosas pueden ser las ilustraciones
que muestreu hasta qué punto los pueblos han sufrido, o sufren
aún, porque los errores que profesan, o las falsas religiones que
practican, les impiden apartar o neutra'lizar de su patrimonio
nacional cuanto significa descomposición, desorden,
hambre y
servidumbre.
Esos pueblos son imagen de la_ herencia arruinada
por la locura del heredero incapaz de hacer fructificar ordenán­
dola. O, si se prefiere (refiriéndonos a las distinciones que antes.
establecimos), demuestran la ruiua de la patria (patrimonio) por
los errores o la ceguera de la nación.
¡ Errores o ceguera política ! En efecto, ¿ quién se atrevería
a sostener que el amor a su patria (patrimonio) imponía a los
polacos del siglo
XVIII conservar la pr-áctica -tradicional-de
ese liberum veto que fue la causa de la impoteucia política y de la
ruina de Polonia? (9). No cabe la menor duda de que había en
ello un elemento negativo y corruptor que un sabio patriotismo
rxigía rechazar, por antigua que fuera su institución.
Destrucción por los errores filosóficos y religiosos.
Pensamos aquí en 1a reqúisitoria de un periodista poco sos­
pechoso de sectarismo religioso, Raymoud Cartier, del París Match.
(9) El liberum veto reposaba sobre el p.rincipio de que ninguna ma­
yoría puede prevalecer contra la oposición toda reforma era casi
imposible, pues bastaba un traidor o un venal -y
siempre los había-para impedir el voto de una ley de la que dependía
1a salud del Estado. Desde 1652 a 1704, de 55 dietas, 48 fueron reducidas
:l la impotencia gracias al liberum veto.
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Se trata de una requisitoria contra las religiones de la India, por
ser responsables del hambre y de la miseria de dicho país, con su
estúpido y ruinoso culto de las vacas sagradas y de la vida de los
parásitos: monos, serpierites, ratas ...
Quizá es aún más ·elocuente el ejemplo del Islam, pues es
evidente que las naciones que lo abrazaron o que tuvieron que
sufrir su triunfo no tardaron en ver su .patrimonio, es decir, su
patria, la tierra de sus padres, arruinada por esta falsa religión_
"Recorramos las tierras musulmanas ---escribe Hans Zacha­
rias-. Si estas tierras son incultas, improductivas, labradas con
los instrumentos más primitivos, ciertamente estáis en tierra del
Islam.
Si el país es sórdido y la población habita eu cuchitriles,
en medio de una suciedad secular, ciertamente estáis en tierra
del Islam. Si a cada instante sois atrapados por niños que se os
pegan para arrebataros un batchich, estáis en tierra del Islam. Sí
las aceras están obstruidas por toda clase de miserables, a me­
nudo organizados; si los cafés morunos están llenos de fumado­
res
de narguiles, embriagándose con haxix; si a cada instantt:.
oís el eterno male'ch (me importa un bledo), estáis ciertamen­
te en tierra del Islam.
Batchich1 haxix, malech son las tres es­
trellas de la bandera musulmana.
El Islam que se nos propone
como guía del Occidente sólo
ha deparado al mundo suciedad,
inmundicia, ignorancia
y miseria. Y es el Jsl,o,m quien todavía
mantiene
la esclavitud. La mujer, recubierta con un velo elegante
o envuelta en sus andrajos,
es allí tan sólo una pobre criatura ...
Desde el punto de vista humano constituye un estancamiento de[
espíritu
y el elemento más nocivo para el desenvolvimiento de la
inteligencia.
"Se podrá objetar que la naturaleza del suelo pedregoso, ári­
do y desértico es la causa insuperable de todas estas miserias fí­
sicas morales e intelectuales. No admitimos estas excusas. En­
tremos en el Estado de Israel. Es la misma tierra, el mismo suelo,
pero a pesar de esta similitud fundamental,
al franquear la fron­
tera descubrimos
un mundo absolutamente nuevo. Los campos
están regados,
los árboles crecen en gran número, marchamos
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sobre césped, 'ias carreteras están bien conservadas, las chozas
árabes han desaparecido. Ni batchich, ni haxix, ni malech ... (10).
"Por costumbres adquiridas, los cristianos convertidos al Is­
lam trajeron con ellos su civilización; pero una v~z desaparecidas
estas primeras generaciones,
el Islam volvió a caer en su ignoran­
cia y en su estado sórdido. Esta corrupción total y universal, ¿ se
debe al carácter árabe? No ío podemos afirmar, pues, ¿acaso los
árabes cristianos del Oriente 1vledio no se comportan de modo
distinto de los árabes
musulmanes? En efecto, saben albergarse,
lavarse, comer limpiamente
y han aprendido a trabajar. Por las
calles de Beirut,
de Damasco y de Palestina, sin esfuerzo alguno y
con seguridad, se puede distinguir en mil detalles al árabe cristiano
del
árabe musulmán ...
"El desastre de Baalbek es obra de los árabes, escribe Mau­
rice Barres en su Enquete aux pays du Levant (vol. I, pág. 186).
N un.ca exageraremos los desastres, muchos más extensos que el
de Baalbek, causados a la humanidad por el Islam. Los coranis­
tas, que no
han hecho más que desflorar el problema islámico,
hablan muy gustosos
de las costwnbres tradicionales del Islam. En
eso se equivocan nuevamente, puesto que tradición no es estan­
camiento.
Es preciso no confundir la sangre que corre par las venas
de un ser vivo con la sangre coagulada que mata al organismo. A
pesar de sus millones de adherentes, el Islam sólo transporta gér­
menes de
muerte" ( 11 ).
Ejemplo del Uberum ve-to en la antigua Polonia; ejemplo de
las religiones de la India y del Islam -he ahí arc¡uetipos de esos
(10) En su libro sobre Santa Mónica (Colección Votre n-om, votre
saint), la señora André-Delastre cita autores de los primeros siglos cris­
tianos que designan a la actual Túnez como una tierra fértil. Al atrave­
sarla de Sur a Norte no se encontraban más que olivares. Desde que
se implantó en ella
el Islam, las arenas lo han invadido todo, los acueduc­
to.;; romanos se han derrumbado y las -ruinas de opulentas ciudades están ahora en pleno desierto.
(11)
Vrai Mohamed et fa'llí.% Coran (Nouvelles Editions Latines), pá­gina 44.
Según los especialistas, en los países africarios de raza negra las cos­
tumbres de clan y las
de herencia, las más nefastas .para la mujer y el
hogar y las que más esterilizan el patrimonio familiar, generalmente han
sido llevadas por el Islam.
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valores negativos cuyo respeto, so pretexto de tradición nacio­
na1, tiende a destruir las patrias (patrimonios) que los con­
tiene·n.
Pudiéramos hablar de naciones que son víctimas de esos erro•,
res, que son destructoras de su patria (patrimonio), y por ello
están amenazadas de destruirse, de degradarse a sí mismas. Por
lo cual, llevando las cosas hasta el extremo, casi se puede hablar
de naciones apátridas o patricidas, destructoras de su herencia,
pues tan ciegas son respedo _de su verdadero bien.
Por otra parte, es significativo que Dios, como signo -de pre­
dilección para Israel, haya dado al pueblo judío una patria, "la
tierra prometida", y que, por el contrario, para castigarlo le haya
condenado a la deportación y a
la dispersión.
Fuerza de la verdad. Unidad doctrinal y diversidad de los es­
píritus nacionales.
A la luz de ~stos ejemplos, no es posible negar durante más
tiempo la sabiduría de 1a doctrina -muy antiliberal, por cier­
to-que prohibe considerar igualmente santos y respetables los .
múltiples elementos que componen la patria (patrimonio) de una
nación. Esta doctrina sostiene que es necesario seleccionar, orde-.
nar, jerarquizar, y que para
su mayor bien una nación debe rehu­
sar el homenaje de su fidelidad -,y con mayor razón el.de su pie,­
dad patriótica-a todo lo que entraña locura, corrupción o
crimen.
Se comprende, pues, cuán importante es no engañarse en
esta,
selección,
y so pena de ser sectario, odioso e ilegítimo, dicho tra­
bajo de justa inteligencia y de sabia ordenación del patrimonio
nacional es inconcebible
si no está regulado por un agudo 'y
matizado sentido crítico de la única fuerza que puede dominar
al hombre sin que éste deje de
ser libre: la fuerza de la ver,.·
dad (12).
(12) Decimos matizado, porque en realidad las cosas son ~omplejas.
En las cosas concretas, a veces bien y mal son inextricables. Grandes bie-
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Sólo en ella está fa salud, porque sólo en ella se armonizan
lo singular y lo universal. Lejos de ella, las naciones, engañadas
por una pérfida complacencia en sí mismas, corren el peligro de­
exaltar con exceso lo que les es propio y, por esto, perderse en
el patrioterismo, a menos que tiendan a universalizar por la fuer­
za, a imponer a las otras lo que constituye únicamente el genio
particular de cada una.
En pocos puntos es más necesaria que en éste una inteligencia
armoniosa de lo singular y de lo universal, de lo accidental y de
lo esencial (13}. Como siempr.,, también aquí se trata de los uni­
versales.
Un temperamento nacional está hecho de ese tejido vi­
viente, de
·esos humores que .provienen del terruño, de la ali­
mentación, del género de· vida, de la raza o de fas razas asociadas,.
y se exterioriza mediante caracteres que cada pueblo exalta como
defectos privilegiados, aunque juzgue con aspereza esos mismos.
defectos en sus vecinos. Desde César hasta nuestros días,
los.
franceses no se disgustan al oír decir a los observadores extran-·
jeras que son charlatanes, inconstantes,
poco disciplinados, vani­
dosos
y casi ostentan con coquetería lo que proviene de su hu­
mor congénito. Asimismo, cada pueb'lo tiene una individualidad
particular que podemos describir aproximadamente mediante
]a_
actuación de un pueblo determinado en los grandes acontecimien-­
tos históricos.
Esta diversidad, esta pluralidad de dones, de caracteres,
de
espíritus nacioriales, es ciertamente un bien, un enorme bien,.
nes, santos valores pueden estar muy cerca de las más miserables vilezas_
Y a veces el mismo hecho de esta proximidad encierra preciosas-lecciones.
A sí, pues, sería completamente erróneo que tendiéramos a considerar la.
selección de que hablamos como una ,especie de expurgación del tipo de
biblioteca rosa. En el fondo, tal selección se apoya esencialmente sobre un
juioio de valor.
Es necesario saber qué es lo bueno y qué lo malo, de­
nunciarlos y no conmoverse demasiado por la inmensidad de lo mediocre.
Cuando se trata de personajes o de obras limitadas con bastante clari­
diid, es preciso a veces distinguir luces y sombras : por ejemplo, lo que
un rey, o un escritor, tuvo de noble y de grande para rendirle home­
naje, y lo que tuvo de detestable
para deplorado y vituperarlo. Sólo
cuando el mal alcanza cierto grado de corrupción hay que reprobarlo
todo.
(13) Cf. lo que sobre este punto dijimos en nuestra Ititro&ucción a la
política, en Verbo, núms. 3, 4, 5 y 6.
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fuente de una armonía humana más variada y más rica. Sin em­
bargo, dicha variedad no sería más que un caos de bienes disper­
ws si no la ordenase, al menos en sus grandes líneas, un sen­
tido agudo de lo universal.
Por consiguiente -como lo enseña Juan XXIII en la en­
cíClica M a ter et magistra-, "las comunidades políticas se con­
dicionan mutuamente y se puede afirmar qlle una logra su pro­
pio desarrollo contribuyendo al desarrollo de las demás. Por lo
cual se impone
la mutua inteligencia y la colaboración entre ellas ...
Desgraciadamente (algunas concepciones ideológicas no reconO­
cen) ... la existencia del orden moral -orden trascendente, uni­
versal, absoluto, igual y valedero para todos. Con esto viene a
faltar la posibilidad de tomar contacto y de entenderse plena y
seguramente a la luz de una mis.i:na ley de justicia, admitida y
observada por todos
... " (14).
La ohra de civilización~ Sentido universal y amor de las pa­
trias y de las naciones.
Así, pues, es fácil comprender que por naturaleza la obra de
civilización debe conciliar dos exigencias opuestas. Por una par­
te, y como en sus primeras fuentes, ella es nacional y da testi­
monio de los dones de energía, heroísmo,
inte'ligencia, imaginación
y destreza que existen
en un pueblo. Pero, al mismo tiempo, debe
abrirse
a influencias generales y participar en movimientos que
siempre envuelven
un sentido de lo universal.
Se ha dicho que "el patriotismo ilustrado no se deja encerrar
por las pasiones de un momento ni cuaja en un exclusivismo ce­
loso, incomprensivo y rencoroso. Por la preocupación de conse­
guir mayor eficacia, lo mismo que por el sentimiento de respon­
sabilidad hacia lo que la civilización tiene de más elevado, dicho
patriotismo busca completarse descubriendo el panorama de
la
historia general y considerando con Justicia a las naciones veci-
(14) 3.ª parte, Colaboración mundial
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nas. Para él, enraizarse y ensancharse no son actitudes contradic­
torias, sino
más bien condiciones complementarias de un equili­
·brio
_vivlente: Abrirse a todas las influencias de fuera sin haber
multiplicado los lazos con una tierra, un pueblo y un pasado es
:correr el riesgo
de perderse en un cosmopolitismo vago y desen­
.carnado que nunca fue otra cosa que un concepto de intelectuales.
Pero, replegarse sobre sí mismo sin querer participar en la vida
internacional es hacer que
fa nación se contraiga, se ate con sus
±radiciones,' se separe de las grandes corrientes de vida o de pen­
samiento y multiplique por ello los peligros de cuanto ella no
.será capaz de comprender oportunamente" (15).
Del círculo familiar al universal. La inmensa pirámide federa­
tiva de las patrias.
Así regulado y definido, se comprende la armonía del ver­
to es necesario un justo sentido de la verdad para poder des­
.cubrir sin
error en ese capital que es la patria los valores univer­
.sales, que son los únicos que
pueden fortalecer, ilustrar y hacer
perdurar una nación.
El verdadero patriotismo tiene que querer su bien, su verda­
dero bien. El amor que lo anima ( desde que sabe defenderse del
error o de la pasión), lejos de inducirle a replegarse estérilmente, lo
vuelve ingenioso. Gracias a él, el patriotismo sabrá elegir, y po­
drá ser felicitado por tales elecciones, como lo fue Roma por Mon­
tesquieu : " ... tomar :la espada a los etruscos, la caballería a los
númidas, los navíos a los rodios, los arqueros a Creta, los honderos
a las Baleares, y

a
Atenas las reglas poéticas y las leyes del Arte".
No por ello se rebajó Roma. Al contrario, fue más humana.
Así vemos que un sabio patriotismo, iluminado por una feliz
inteligencia
de fo verdadero, puede ordenar acertadamente para el.
(15) L. Emcry, Op. cit.
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PATRIA-NACION-ESTADO
serv1c10 y mayor bien de la nacion no solamente al patrimonio
nacional, sino también el patrimonio de la humanidad entera.
Por otra parte, basta reflexionar un poco para comprender
que esta apertura
del verdadero patriotismo hacia lo alto, lo hu-·
mano y lo universal, muy lejos de oponerse a su impulso pro:...
fundo, desarrrolla, por el contrario, el movimiento original en el
que aquél se funda y del cual procede. Porque, al fin y al cabo,
no hay patrias por pequeñas que parezcan que no sean en mayor
o menor grado resultados de la unión de patrias aún más peque­
ñas. De modo que, tomándolo desde el origen, el movimiento pú:..­
diera describirse así : Al principio, un grupo de familiias consti­
tuye la forma más pequeña de la patria (denominada Hfogar", o,
simplemente "puebio", en el campo, y "barrio" o "distrito" en:
las ciudades). Este grupo de familias, movido por sus necesida­
des, se inserta en el grupo mayor de la ciudad o de 1a provin-­
cia, etc.
No es, pues, exagerado sostener que no eXlste patria 'de
:1Iguna importancia que no sea una inmensa pirámide federativa.
de innumerables pequeñas patrias.
Tal es el orden natural de las cosas. En cambio, el egoísmo,.
el chauvinismo, el rep}iegue sobre sí mismos son contrarios a
la tendencia inherente al hombre, nacido
para lo universal y que
tiende siempre hacia un horizonte más amplio, más elevado.
Ensanchar a la patria para enriquecerla, no para ahogarla.
Cuanto acabamos d.e decir es benefiicioso sólo en el caso de
que -esa ampliación enriquezca realmente a la nación con los
verdaderos bienes humanos y no sea una invasión de gran can­
tidad de elementos extraños al espíritu nacional que terminen
desnaturalizando a éste último. Bueno es que la patria pequeña
se inserte en la grande para conservar allí lo que es y tiene y
para conseguir la felicidad. Pero hay que evitar que la grande
:: bsorba a la pequeña y que ésta sea destruida en la masa anó­
nima, sin rostro y sin alma. Todo progreso en este último sen­
tido es ilegítimo, puesto
que sólo entraña una mayor concentración,
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puramente cuantitativa y materialista, indiferente a la defensa y
a la promoción de lo único que puede asegurar la armoniosa ex­
pansión de la persona humana.
Una gran patria que asegure a las pequeñas que la componen
su más completo desarrollo ( defendiendo -repetimos-lo que
.son y tienen y ofreciéndoles más aún por las ventajas que tiene
la comunidad mayor,
·más fuerte y más rica), he aquí el orden,
d único y verdadero progreso -no el ideal devastador que pro­
pone Gustave Naquet: "Sobre los escombros de las patrias ni­
veladas se fundará la república de los Estados Unidos de la Ci­
vilización,-de la que Francia sólo será un cantón ... " (16). Por
mil indicios se puede adivinar cuáles serían la medida y los be­
neficios de tan magnífica operación sinárquica. Creemos, pues,
que
no hay tiempo que perder y que se debe recordar, respecto de
la defensa de la patria, la argumentación de León XIII contra
una sociedad abusiva y mutiladora: "... Si los hombres entran­
do en sociedad ( diríamos nosotros:
si las patrias, insertándose en
una comunidad política mayor ... ) encontrasen en ella, en lugar
de sostén, un obstáculo ; en lugar de protección, menos derechos, la
sociedad (y por tanto -añadimos-esa comunidad mayor de
que antes hablamos) sería más temible que deseable".
Pnesto que
la doctrina social de la Iglesia -como lo recuerda
Juan XXIII-"lleva consigo ... la reconstrucción de organismos
intermedios autónomos ... , creados libremente ¡x>r los respecti­
vos miembros ... " 1(17), y puesto que la Iglesia condena el estatis­
mo creador de institticiones que no correspondan a la naturaleza
humana, es absurdo imaginar que aquélla no defienda cuerpos pri­
vilegiados, de una categoría tan elevada como lo son patrias y na­
ciones, incluso
.cuando unas y otras están incorporadas a una patr~
o a una nación más vasta. En efecto, un olub de repartidores de
telegramas, o nna corporación de un oficio cualquiera, podría
contar con el apoyo de la Iglesia; pero, ¿ se encontrarían aban­
donadas por ella la comunidad provenzal, la comunidad bretona?
¿ Quién admitirá tan estúpida incongruencia ?
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(16) Cf. su obra L'lvwmanité" et la patrie.
(17) Cf. Mater et magistra, I parte.
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Principio de suhsidiariedad.
Por sí solo el principio · de subsidiariedad -que, después
de Pío XI y de Pío XII, fue recordado . vigorosameute por
Juan XXIII-bastaría para impedir semejante locura, porque
hoy,
lo mismo que ayer, la Iglesia considera que Hen la Filosofía
social sigue fijo el importantísimo principio que no puede ser
suprimido ni alterado : así como es ilícito quitar a
los particulares
lo que con su :propia iniciativa y su propia industria pueden rea­
lizar para encomendarlo a la comunidad, también es injusto
y,
al mismo tiempo, gravemente perjudicial y perturbador para el
r.ecto arden social confiar a una sociedad mayor y más elevada
1o que pueden hacer y procurar comunidades menores e inferiores.
Toda acción de la sociedad debe, por su naturaleza, prestar auxi­
lio a los miembros del c.uerpo social, pero nunca absorberlos ni
destruirlos ... " (18).
I'or tanto, aunque sólo fuese por el título de cuerpos inter­
medios,
las patrias, las naciones, por humildes que sean, deben
ser defendidas de toda inserción en una comunidad política más
vasta,
si tal inserción ofrece únicamente ventajas de crecimiento
cuantitativo, material, pero, en cambio,
se corre con ella el ries­
go de arruinar
los .mil valores humanos de esa solidaridad más
íntima, más cálida, mas armoniosamente
matizada, más personal
y menos gregaria que todo hombre encuentra normalmente en su
nación, en su patria. Sobre todo, hay que rechazar dicha inserción
en la medida en que la posesión de los bienes supremos del espíritu
y del alma (bienes espirituales, bienes religiosos) corran el riesgo
de debilitarse con el sincretismo totalmeute liberal de un indife­
rentismo intelectual y moral sin consistencia, y hasta de un corrup­
tor interconfesionalismo.
Sabio es procurar que una patria pequeña se inserte en
una
mayor para gozar en ésta con más seguridad de una suma ma­
yor de verdaderos bienes. Francia no se hizo de otro modo. Pero
(18) Pío XI, Quadragesimo anno, citado en Mater et rnagistra,
11 parte.
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reprobamos el ideal propuesto por Naquet de una sociedad nnm­
dial de apátridas acuartelados, de vividores sin cultura ni verda­
dera civilización; de un universo lleno de escombros, constituido
por ·patrias niveladas. Es evidente que cuanto se ha dicho contra la
provincia vale contra 1a patria y contra la nación. Y vkeversa.
Ni la muerte de las patrias ui la exaltación patriotera.
Sostener
que todas las naciones, todas las patrias tienen dere­
cho a la vida y merecen ser defendidas, nunca significó que cada
patria, cada nación, tenga necesariamente derecho a ser indepen­
c1iente, políticamente autónoma (19). También en esto la sabi­
duría estriba en conciliar dos exigencias opuestas: ni la extinción
de las
patrias ni la exaltación patriotera.
Se debe respetar a las naciones, pero no cultivar sistemática­
mente la ruptura, el aislamiento, el metódico repliegue de ·cada co­
munidad sobre sí misma. Deben ser denunciados los graves pe­
ligros de las federaciones gregarias,
pero también hay que per­
catarse de que es un grave error el alentar el patriotismo de cam­
panario.
· Nunca podrá ser descartado el principio unificador porque
uniones -imprudentes lleven consigo riesgos, y puedan ser desas­
trosas.
Por el contrario, si tales uniones son verdaderamente sa­
bias y armoniosas, la unidad constituirá un gran bien, siendo una
especie de eco de la divina palabra : U t sint unum.
Así, pues, es indudable que una mayor· unidad política (con
1a condición constante de que no se aplaste a las naciones· en
ella incluidas) es bella y buena. Cuando es armoniosa, no exis­
te mayor obra maestra de la prudencia y del arte políticos.
Es una locura aplaudir por principio si esta unidad se disgrega
y cada uno de sus elementos retorna a su soledad. Cuando se
desplomó el Imperio Romano; ningún alma grande, ningún co­
razón sabio y cristiano dejó de deplorar la unidad perdida.
(19) Volveremos más ampliamente sobre esta dificultad en Un es­
tudio próximo.
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El propio Maurras, tan nacionalista y tan celoso de la gran­
deza
de Francia, reprobó a los sádicos que pudieran complacerse
contemplando semejantes dislocaciones (20).
Por consiguiente, si conviene que las naciones vivan y se
desarrollen, no es menos cierto que la unidad política de nacio­
nes reunidas en
una nación mayor ( sin que esas naciones sean por
ello asfixiadas) constituye un bien mayor que la ampulosa inde­
pendencia de naciones menores, sistemáticamente aisladas
y re­
plegadas sobre sí mismas.
La obra maestra del genio romano fue
un inmenso concierto de naciones reunidas en un destino común.
También Francia debió su existencia y su grandeza a una obra
maestra análoga.
(20) Cf. Lettre a Saint Pie X: "No es ;espirítu de partido sino pa­
triotismo ; no es nacionalismo estrecho, sino el sentimiento europeo y
planetario -del verdadero bien de todos los ¡pueblos". Cf. Kiel et Tanger:
"El género humano está menos unificado que en tiempos de San Luis, en
que todas las
-eoronas cristianas se hallaban federadas bajo la tierra. La
Reforma del siglo XVI y, por consiguiente, la Guerra de los Treinta Años,
ban
constituido las nacionalidades como otros tantos cismas ... " (Pág. 328.)
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