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Las condiciones de un verdadero diálogo

Las condiciones de un verdadero diálogo
por
JHAN Ousssr
Fundaci\363n Speiro

Reproducimos traducida la parte principal de la Confe­
rencia dada por
J ean Ousset en la inmensa sala de actos de
la
Mulualité de París el 27 de abril de 1966, sobre el tema
"El diálogo es siempre imposible", en el curso de una
reuuión organizada por el Club de /,a Culture Franfaise, y
en la cual J ean Madiran y Michel de Saint Pierre hicieron
también uso de la palabra, ante un auditorio que llenaba
totalmente
el local.
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LAS CONDICIONES DE UN VERDADERO DIALOGO
"Una conversación, una -entrevista entre dos o más persa-·
nas" ... tal es el diálogo... si se presta crédito a los diccionarios.
Algunos relatos circunstanciales
y sucesivos en una misma tri­
buna,
una serie de artículos redactados por diversos autores ---aun­
que esos artículos fueran· complementarios-no pueden consti­
tuir un diálogo,
Constituye un abuso servirse del término
"diálogo" ~ra de­
signar a veces determinadas ponencias, determinados contactos de
grupos, partidos, pueblos o naciones, pues, en tales casos, el diá­
logo no es (y no puede ser) más que una reunión,_ una conversa­
ción de delegados o de jefes. Y sólo en sentido figurado se habla
hoy de diálogo entre América y Asia,
el Este y el Oeste, etc.
La realidad del diálogo es muy diferente, en efecto, según se
refiera a una conversación entre algunas personas, o según se
refiera a
esos debates periodísticos, televisados, en el curso de los
cuales (a desga de desprestigiarse) cada uno debe probar que tiene
razón antes de que termine la serie de artículos o el último segundo
de la emisión.
; Diálogos publicitarios y de propaganda! ¡ Diálogos de comedia.!
No diálogos ... sino soliloquios, que lejos de estar concebidos para
el interlocutor aparente, tienen por objeto impresionar a la ·masa
de los que escuchan o leen lo que se dice o escribe. El diálogo, el
verdadero diálogo, no consiste ni puede consistir, en eso, pues, por
esencia, es una "entrevista"; "una conversación o plática entre dos
o más personas''.
¿Se puede dialogar en lás sociedades de masas?
¡Personas! Es decir algo muy distinto que seres reducidos a la
realidad de
un simple atributo; consideradas bajo una sola faceta.
La de la etiqueta que se las pega, .la de la amalgama que sirve para
clasificarlas.
¡Individuos! i No personas! No criaturas humanas, realmente
vi'Vas, en la diversidad, en los contrastes de su ser. Hombres y
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JEAN OUSSET
mujeres que pueden, en verdad, exhibir tal insignia, pertenecer a
tal partido. Pero a los que no puede reducirse a esos elementos.
Hombres y mujeres que son también, al menos, habitantes de
una ciudad o de un pueblo, ligados a un oficio, emparentados con
los X, vecinos de los Y.
Personas que pueden estar en desacuerdo en mil cuestiortes,
pero en profunda nnión sobre otras mil. Vecinos intratables quizá,
pero cuyas esposas simpat.izan o cuyos hijos son inseparables.
Lo que hace que el diálogo sea siempre posible entre tales seres,
porque en este punto, el cristiano y
el judío, el comunista y el
apasionado· por las Encíclicas se conocen bajo otros rasgos que
aquellos que les separan.
Pueden, pues, conversar de un modo a la vez m·ás amplio y más
flexible, sin encontrarse como inm_ediatamente reducidos al "cam­
po cerrado" (cham,p clos) de las oposiciones o separaciones suge­
ridos por
un etiquetaje sumario.
Así concebido el diálogo, resulta tan natural, tan es¡x>ntáneo
como el encuentro diario de los hombres, como las relaciones de
vecindad.
Ello permite que comprendamos hasta qué punto las estructuras
gregarias de nuestras actuales sociedades de masas pueden ser con­
trarias a las condiciones que
se precisan para un verdadero diálogo.
Porque en ellas todo se encuentra y todo se opone, en tales di­
mensiones que hace inconcebible que puedan darse los caracteres
de un intercambio personal. Porque bajo el yugo de un totalita­
rismo invasor, las instituciones ya no están a la medida de los
hombres. Porque las estructuras sociales no pueden servir ya de
cuadros armoniosos para un diálogo personal.
Porque en las colectividades de "masa" -a la inversa de lo
que sucede con las sociedades bien estructuradas en cuerpos in­
termedios___. el ciudadano no puede tener esa experiencia, y por
tanto ese juicio suficientemente personal, que, solos, dan su pleno
valor social... y moral... al diálogo de los hombres.
En tales condiciones ... no hay, ni puede haber más que una
.recitación simultánea de lo que los robots de la Propaganda vier­
ten a
lo largo del día en los cerebros.
"Hombres a quienes se alimenta con cultura de confección, es­
cribía Saint Exupéry ... con cultura standa,-d, como se alimenta a
los bueyes con heno".
Si, pues, como se pretende, para desenvolverse
la Ciudad fe-
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lizmente debe ser una Ciudad del diálogo, es indispensable que
esta Ciudad sea también una Ciudad rica en cuerpos intermedios
prósperos. Porque no hay diálogo plenamente humano más que
en esos microgrupos. Porque en esos cuerpos donde los hombres
se conocen "personalmente", hablan rµejor de lo que_ ellos_ son,
así como de lo que saben.
Sobre todo,
es en tales condiciones como se realiza y puede,
normalmente, observarse lo qué Pablo ·vr ha dicho en "Ecclesiam
Suam" ... que "el clima del diálogo es la amistad". Y esto sin que
ese diálogo tenga que llegar a ser "una debilidad respecto a los
compromisos de nuestra fe"; sin que tenga que "transigir y trans­
formarse en compromiso
ambiguo respecto a lós -principios de
pensamiento
y de acción ... " .
Pues todo eso --esta "unión de la verdad -y de la caridad"-,
dice además
el Papa, esta alianza "de la inteligencia y del amor" ...
no es concebible, no es psicológicamente posible más que en ese
grado de familiaridad, de estima,
de confianza personales que es
el de las instituciones no masificadas por el totalitarismo, el de los
<:uerpos intermedios en los que, según Pío XII, los "hombres
profundamente penetrados del sentido de la responsabilidad" se
sienten "en más estrecha solidaridad con. el medio -en que viven".
Diálogos de etiquetas, alúmza de oontradiccwnes.
Respecto a esas exigencias absolutamente fundamentales, ¿ cómo
se ordena y qué significa el "diálogo" del que algnnos hablan en
torno nuestro ?
Basta, para reSponder, considerar cómo se establece el "diálo­
go". ¿ Según qué criterios? ¿ A partir de qué? -A partir de lo
que podríamos llamar contrario a la personalización
.evocada hace
un instante. A partir de amalgamas sumarias, de coaliciones (acro­
chages) previas, de etiquetas que no pueden dejar de constituir el
tipo mismo de esos juicios, de esas "condenaciones a priori", que
Pablo VI, precisamente, declara incompatibles con el diálogo.
Actitud que comienza por endurecer lo que se pretende resol­
ver. Y esto porque· toda amalgama, toda .clasificación
a priori no
puede dejar de transformar el diálogo proyectado en diálogo ...
(estaría mejor decir: en confrontación)
de etiquetas, no en diá­
logo de personas.
Lo que constituye el mejor modo de anular su
utilidad; pues, reducidos a la "etiqueta" que, con razón o sin ella,
los identifica, los hombres no pueden más que .oponerse o enten-
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derse más difícilmente. Están obligados por la exigencia, cuando
no
por la hipoteca, del emblema qne ostentan y no pueden dejar
de perseguir la defensa de su color, puesto que sólo a ese título
están llamados a "dialogar"; .están psicológicamente obligados a de­
fender el honor de su tendencia, de su tesis, de su partido, de su
confesión.
¿ Cómo evitar, por ejemplo, que un diálogo entre gentes 11a­
madas "de izquierda" y gentes llamadas "de derecha"; entre pro­
gresistas y aque1los a quienes se designa contra su voluntad como
integristas, no sea una "disputa"? Al menos en el sentido de esas
disputalw... que, en las universidades medievales, enfrentaban a
los campeones de doctrinas contrarias. Disputatio ... , cuyo último
acto se representaba a veces a puñaladas en el pré auz e/eres (1).
Diálogos de etiquetas, o de etiquetados, cuyo efecto dialecti­
zante
es inevitable, en la medida en que empiezan -y no pueden
comenzar de otro modo-para definir opos-iciones que son, menos
que otros, capaces de absorber.
Operación dialectizante, por determinación previa, lo más a
menudo arbitraria, de actividades extremas que ( después de ha­
berse descrito como irreductibles) no dejan de estar invitadas a
fundirse por
efecto de no se sabe demasiado qué virtud.
Pero virtud de la que los marxistas cometerían gfave error
de no estar satisfechos con ella, pues hay pocas que puedan, con
tanta eficacia, habituar el espíritu a esa perpetúa alianza de con­
tradictorios que constituye el principio mismo de la dialéctica mar­
xista. Alianza
de contradictorios (repitásmolo) puede desde luego ser
una "confrontación", pero en modo alguno un "diálogo".
Pues no basta, para que exista diálogo, con una simple
yux­
taposición de tesis, artículos, opiniones o discursos ... Tipo perfecto
de ese falso diálogo que
el pueblo sano llama "diálogo de sordos".
Para que haya diálogo se precisa una cierta comunidad de
inteligencia. Se precisa un mínimo de examen
recíprOco, de de­
bate, de respuesta a lo que el otro piensa o dice. Lo que supone
una referencia suficiente a algunos valores superiores, a la luz de
los cuales acepta cada uno someter sus opiniones o afirmaciones.
Por lo demás, ¿ no basta con abrir los ojos o aguzar el oído?
Cuando los comunistas son invitados a una tribuna cristiana,.
o.-.. recíprocamente, cuando los cristianos, y a veces clérigos, son
(1) Ter.reno llano que se extendía en una parte del actual recinto de
París, donde ahora está el barrio
de Saint Germain ; era el lugar de cita
ordinario de los estudiantes y el lugar en que se celebraban los desafíos.
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invitados a tomar la palabra sobre un estrado comunista, ¿ puede
pensarse
por ese solo hecho que se establece un diálogo entre los
unos
y los otros?
En realidad, cada uno va allí a decir lo suyo ( declaration
auz étoiles). El discurse que sigue ignora, o afecta ignorar, lo
que
ha sido dicho en el precedente. Nadie responde en serio al
otro.
El intercambio de ideas es o prácticamente nulo o ·misera­
blemente equívoco.
Nada de argumentación metódicamente em­
prendida. Cada uno
va a lo suyo. Y el público aplaude con igual
entusiasmo las tesis más contradictorias.
Por ello uno se pregunta si puede existir una escuela mejor
de conciliación de lo. inconciliable ... ·; una escuela mejor de sin­
cretismo, cuando no
de esceptismo; una escuela mejor de despre­
cio a toda lógica en
el encadenamiento de las ideas; una escuela
mejor de desprecio del principio de identidad; una escuela, en
la que pueda perder mejor el sentimiento de la coherencia y
de
la plenitud de la Verdad.
Uno se pregunta si puede existir una escuela que pueda pre­
parar mejor a la concepción marxista (o lo que es decir: dia­
léctica
y contradictoria) de la Verdad. Pues, en semejantes diá­
logos, no .puede
por menos de disolverse hasta la noción misma
de verdad, no puede más que perder ese carácter objetivo que
contituye su valor
y su universalidad.
En tales diálogos, la verdad está condenada a no ser más
que
una fórmula bastarda. Una constante verdad a medias. Una
especie de manzana destinada perpetuamente a ser cortada por
mitad. Media de dos errores1 cuando .no media de un error y de
un fragmento de verdad.
En semejante juego, la verdad no pu.ede ser más que un com­
promiso subjetivamente determinado. Válido
para el tiempo, el
lugar
y las circunstancias en que se ha establecido ese compromiso.
Válido hasta
el día (y ese día siempre está cercano) en el que
alguna nueva contradicción incite a volver a poner en cuestión ese
fragmento de verdad
para dialectizarle, descuartizarte, reducirle
un poco más.
Eso explica el entusiasmo que conceden, a esas pretendidas
sesiones de diálogo quienes no tienen (o no tienen bastante) el
sentido
y el gusto de la Verdad. Eso justifica el papel que los
comunistas están llamados a representar en ese género de sesiones.
Más que cualquier otro, es normal que ellos se sientan en su casa.
Como también es normal que nosotros seamos expulsados.
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JEAN OÜSSET
LoS-excluidos' del diálogo y el "apostolado selectivo".
Esto ofrece la ventaja de mostrar claramente que el diálogo
en cuestión, el diálogo publicitario, no es más que la insignia en­
gañadora. de una política muy hábil de invitaciones y de exclu­
siones.
Exclusiones e invitaciones características. Pues si hay un diá­
logo
público y honorable: aquel en que participan los comunis­
tas, los ateos, los decla:radamente no católicos; hay otros ... al que
a veces
se nos 'inVita: diálogo a puerta cerrada. Cordial quizá,
siempre que quede sin eco. Dicho de otro modo: un diálogo muy
diferente del que vemos exaltado ... entre cristianos y eomunistas,
por ejemplo. De este diálogo· no se avergüenzan, ni tratan de
ahogar su eco. Diálogo que se hace público a los cuatro vientos,
del que se está orgulloso y que cuenta a los ojos del público.
En tanto que el diálogo que, a veces, se deSea comenzar con
nosotros es el diálogo vergonzoso. El diálogo de que no se jactan
y cuyo eco no debe amplificarse en modo alguno.
El diálogo ...
"piadosa-carga-de-familia" ... El que se soporta, por escrúpulo sen­
timental, con el tío gagá o con la vieja parienta que chochea.
Digámoslo claramente;
nada que suponga un diálogo serio ...
. .. Sociológico, como se dice ahora. El único que se concede a
"interlocutores válidos".
Lo que equivale a decir: a cualquiera.
Pues todos están invitados: ortodoxos, protestantes, judíos·, bu­
distas, hinduistas, ateos, eomunistas, masones. A todos menos a
esa categoría de católicos decididos a combatir a la Revolución.
Lo que, sin juzgar en modo alguno ]as intencioties, permite
afirmar
_que ese diálogo tierie el inconveniente de dialectizar a la
Iglesia como primer resultado.
"Prueba, como dice Madiran, que
lo que están edificando de esa manera
no es ciertamente una co­
munidad cristiana". Y que es hasta lo contrario del único, del ver­
dadero, del primer diálogo que debe establecerse o restablecerse:
el diálogo entre cristianos.
En: tanto que asistimos a un fenómeno
permanente de segregación no confesada,
o, como ha escrito Mi­
ehel de ·Saint Pierre, "de apostolado selectivo".
Política de grupos de presión, de centrales de prensa que,
si son · muy conciliadores en
la defensa de la Verdad, están fir­
memente decididos a mantener sus privilegios y a no consentir
ningún abandono de poderío, de prestigio o de provecho.
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LAS CONDICIONES DE UN VERDADERO DIALOGO
EL VERDADERO DIÁLOGO.
Muy lejos uos encontramos de ese diálogo de personas (del
que hablábamos al empezar) que, lejos
de tender inmediata"
mente a la conciliación directa de tesis contrarias, tiene por ele­
mentos de partida los recursos, innumerables
y multiformes, de
esas reuniones Íainiliares, amistosas, profesionales, culturales, de­
portivas, de copropietarios de inmuebles
... , tales como los que
la vida nqs presenta diariamente a cada uno de nosotros.
- Diálogos que no se establecen, en
primer lugar, en una
atmósfera de "campo cerrado", entre campeones designados de
tendencias contrarias.
____. Diálogos en los que pueden ser deseables concesiones y
compromisos; pero diálogos ell los que esas concesiones y com­
promisos no aparecen como el fin obligado de la
reutJ.ión.
Unicos diálogos cuya autoridad ( dice Pablo VI en Ecclesimm
Suam,) viene del interior, de la verdad que en él se expone.
Pues en estos diálogos de que hablamos últimamente, en estos
diálogos de personas, las etiquetas, las fórmulas prefabricadas y
Tepeti.das de memoria pierden su fuerza.
El debate es demasiado familiar en ellos para que el interlo­
cutor se calle ante el argumento, sólido quizá, pero que entiende
mal.
Quiere saber. Quiere comprender. Y se atreve a decirlo. No
hay en estas reuniones nada que imponga esas prudencias, habi­
lidades o reservas que son inherentes a los diálogos oficiales ... ;
el·mismo argumento de autoridad, provocando difícilmente el asen­
timiento si no está basado o acompañado por algún argumento
de razón bastante convincente. En una palabra: no bastá con
decir verdad, es necesario, en esos diálogos, decir los "porqués"
de esa verdad. Lo que lejos de evacuar esa noción de verdad
objetiva que tanto molesta a los
promotores de los diálogos de
etiquetas, de los diálogos
por confrontación gregaria, supone, por
el contrario, un sentido mucho más vivo de esa verdad.
Sentido de
una verdad conocida desde su germen; mucho más
lejos de las
fórmulas prefabricadas y recitadas de memoria.
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