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La verdad liberadora

LA VERDAD LIBERADORA
POR
VICTORINO RODRÍGUEZ, o. P.
Es indudable que el hombre necesita comunicarse por la pa­
labra. ¡Y qué
mal lo pasa cuando en este mundo babélico (1)
quiere
comunicarse y no [e entienden, ni él entiende a los de­
más! La. Biblia refiere esta incomodidad de José en Egipto: «Oí
una lengua desconocida» (2). No nos bastan los ruidos o los
gestos supletorios que sirven a los animales para atraerse o re­
pelerse. Necesitamos la
palabra, pero

la palabra verdadera,
como.
la

empleaba a conciencia Cristo: «En verdad, en verdad os digo»,
solía decir a los Apóstoles (3)
y al buen ladrón (4), no la pala­
bra falsa

y
mendaz, detestada por Dios y por los hombres: « Yo,
la sabiduría, detesto la boca perversa ... ; el justo odia toda pa­
labra mentirosa» (5). Palabra verdadera, revestida de objetivi­
dad y de
certeza. «No seáis portadores

de incertidumbres, sino
de certezas de fe», decía Juan Pab.lo II a
los. sacerdotes . y

reli­
giosos peruanos en la Catedral de Lima (1 de febrero de 1985,
núm. 5),
insistiendo en

lo que había dicho a los religiosos
espa­
ñoles

tres años antes en Madrid (2
de_ noviembre

de 1982).
Pero para decir o manifestar
la verdad hace falta conocer y
vivir
la verdad. No se piensa porque se habla, sino que se habla
porque se piensa. Por mucho que hable el papagayo no logra pen­ sar una idea ni hacer un juicio de valor. De
la verdad pensada
(!) Gen 11, 7.
(2)
Salmo 81, 6.
(3) Jn 13, 16, 20, 21 y 38.
( 4) Luc 23, 43.
(5) Prov 8, 13; 13, 5.
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VICTORINO RODRIGUEZ, O. P.
y dicha nace la auténtica libertad: «La verdad os hará libres» ( 6 ),
amén de otras muchas cosas. ¿Qué es
la verdad y cuáles son sus modalidades? ¿Cuál es
su aprecio? ¿Quién conoce o puede conocer
la verdad? ¿Cuáles
son los efectos dignificantes de
la verdad? ¿Cuánta es la respon­
sabilidad .en el conocimiento y en la manifestación de
la ver­
dad? ¿Cambia
la verdad? ¿Cuáles son las raíces del error y de
la mentira? Un buen índice de problemas, cuya solución no es del
todo fácil. Busquemos aproximamos a
ella.
l.. LA VERDAD Y SUS MODALIDADES. .
A la pregunta escéptica, despreocupada y frívola de Pilato,
«¿Qué es la verdad?» (7), Cristo no dio respuesta. Pero a El sí
le preocupaba
la verdad como tema fundamental: « Yo para esto
he venido
al mundo, para dar testimonio de la verdad» ( 8 ), Es.
más, El personifica la Verdad, «Yo soy el camino, la verdad y
· la vida» (9),
es decir,

la verdad viva
y vitalizadora y la vida ver­
dadera.
•Y,' no

solamente Cristo, también el
Espíritu, que
proce­
de de
El y

del Padre (10), es «el
Esplritu de Verdad» (11).
Tan
Verdad son el Hijo y
el Espíritu como el Padre. Es lo que oye­
ron los Apóstoles de boca de Jesús, «Si me habéis conocido, co­
noceréis también a
mi Padre. Desde ahora lo conocéis y le ha­
béis visto.

Felipe le dijo: Señor, muéstranos
al Padre y nos
basta. Jesús le dijo: Felipe, ¿tanto tiempo ha que estoy con
v'Olsotros y

no
me habéis

conocido? El que me
ha visto a Mí ha
visto
al Padre» (12).
Jesús
es la Verdad y testifica la verdad, al principio imper-
(6) Jn 8, 32.
(7)
Jn 17, 38.
(8) Jn 18, 37.
(9)
Jn 14, 6.
(10)
Jn 15, 26.
(11) Jn 14, 17.
(12)
Jn 14, 7-9 ..
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LA VERDAD LIBERADORA
fecta o parcialmente, pues «ahora conozco sólo en parte» ( 13 ),
pero
«el Espíritu de verdad os guiará hacia la Verdad comple­
ta»
(14). Y, al final, la revelación de la verdad será total:
«Ahora vemos por un espejo
y oscuramente, entonces veremos
cara a cara»
(15); «seremos semejantes a El, porque le veremos
tal
cnal es» (16).
Al Evangelista San Juan impresionó, como a ningún otro
apóstol, este tema de la verdad en el ser y en
el decir de Jesús:
«Hemos visto su gloria, gloria como Unigénito del Padre, lleno
de gracia y de verdad» (17). «La verdad vino por Jesucristo» {18).
Consiguientemente «no hay para mí mayor alegría -dice--que
oír
de
mis hijos

que andan en la verdad»
(19).
Es el mismo San Juan quien lamenta la oposición de los
hombres a la verdad luminosa que viene
del Verbo Encarnado:
«La luz luce en las tinieblas, pero las tinieblas no la
abraza­
ron» (20). «Yo soy la luz del mundo -dice el mismo Cristo--;
el que me sigue no anda en tinieblas, sino que tendrá la luz de
b vida» (21 ). Pero «vino la foz al mundo, y .los hombres ama­
ron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas.
Porque todo el que obra
mal, aborrece la luz, y no viene a la luz
porque sus obras no sean reprendidas. Pero el que obra la
ver­
dad

viene a la luz para que sus obras sean manifiestas, pues es­
tán hechas en Dios»
(22). Precisamente el testimonio de la ver­
dad llevaría
a Cristo a la muerte: «Pero ahora buscáis quitarme
la vida a mí, un hombre que os ha hablado la verdad que oyó
de Dios ... ; porque os he
dicho la

verdad, no me creéis. ¿Quién
de vosotros me llrgilirá de pecado? Si os digo la verdad, ¿por
{13) I Cor 13, 12.
(14)
Jn 16, 13.
(15) I Cor 13, 12.
(16)
I Jn 3, 2.
(17)
Jn 1, 14.
(18)
Jn 1, 17.
(19) III Jn 4 ..
(20) Jn 1, 15.
(21)
Jn 8, 12.
(22)
Jn 3, 19-21.
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VICTORINO RQDRIGUEZ, O. P.
qué no me creéis? El que es de Dios oye las palabras de Dios;
por eso voootros no !las oís, porque no sois de lli:Js» (23 ). Sobre
estas palabras de Cristo volveremos más adelante.
A fin de enmarcar esta verdad concreta que es Cristo, va­
mos a generalizar un poco
el tema.
¿Qué es la verdad, en general?-En realidad no cabe defi­
nirla porque la verdad no es propiamente un
género l6gico, sino
un
transcendental, como el ser, la unidad, la bondad (24); tan
s6lo cabe describirla en sus principales modalidades: verdad del
ser
y verdad del conocer, verdad especulativa y verdad práctica,
verdad pensada y verdad dicha o proferida.
Etimológicamente, el término latino. abstracto veritas deri­
va del adjetivo
verum (lo verdadero), como unitas de unum, bo­
nitas
de bonum y caritas de carum. En el uso latino veritas, ade­
más de verdad,
significa rectitud,

veracidad, dicci6n. En español,
verdad
significa, ante

todo, «conformidad de las cosas con
el
concepto que de ellas forma la mente» y «conformidad de lo que
se dice con
lo que
se siente o se piensa». Parecido es el
signifi­
cado

de la palabra griega
alezeia. El término con que los hebreos
expresaban
la verdad era emet, que connota firmeza, garantía,
fidelidad. Su correlativo contrario es
el error y la mentira. La
verdad es un orden, principio de orden, mientras que
el error
es desorden y principio de desorden.
Total,

que la verdad tiene las siguientes
modalidades aná­
logas:
a) Conformidad o ad.ecuaci6n de las cosas en su ser, natu­
ral o artificial, con la idea creadora o rernodeladora de las mis­
mas (verdad
creada) o

simplemente autocontemplaci6n en perfec­
ta transparencia ( verdad increada). En este sentido es verdadero
(23) Jn 8, 40, 45-47.
(24) Sobre el lugar del «Verum» entre los demás transcendentales
«ens», «unum», «atiquid», «bonum», Puede verse Santo Tomás, De veri­
tate, 1, l.
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LA VERDAD UBERADORA
Dios en su perfecto autoconocinúento, pues «en Dios son una e idéntica cosa el entendimiento, lo entendido, la especie inteligi­
ble
y el mis~o entender» (25); son verdaderas todas las cosas
y acciones, efectos ad extra de la ciencia divina, porque «a las
creaturas no las conoce Dios porque existen, sinÜ. que existen
porque Dios las conoce» (26), «pues la ciencia de Dios está res­
pecto de todas las crearuras en la relación en que
• está

la ciencia
del artífice respecto de las obras de arte»
(27); y son verdaderas
las obras de arte en su sentido más amplio de producto de la in­
teligencia humana. En este sentido se habla del
verum ontoló­
gico, un transcendental convertible con el
ens y con el bonum.
Todo lo que existe es ser, es verdadero, es bueno. «La verdad
-decía Avicena- es el ser propio de cada cosa, tal como ha
sido establecido para
ella por la Naturaleza» (28).
b) Oonfomnidad o adecuaci6n del conrepto que produce la
mente a la realidad conocida. Es
la verdad· en sentido antropo­
lógico, propia del conocimiento intelectual: relación real de ade­ cuación del juicio conceptual engendrado por la mente con la
cosa conocida, en dependencia objetiva de
ella (29). Es la acep­
ción
más común

de verdad, aunque no goce de
la transcendenta­
lidad del «verum ontologicum» del que hablaba en
el párrafo
anterior. Allí se trataba del ser, efecto. del conocer; aquí se trata
del

conocer, efecto del ser.
Para ambas acepciones de verdad, ontológica
y antropológi­
ca, sirve la descripción clásica de verdad atribuida al judío neo­
pliaitónioo Isaiac Israelí (t 940), oomo adaequatio rei et intellec­
tus.
Si lo referido y conformado es la «res», tenemos la verdad
ontológica; si · lo referido
y conformado es el «intellectus», te­
nemos
la verdad antropológica (30), Bien entendido ·que el
(25) Santo Tomás, Suma Teol6gica, I, 14, 4.
(26) San Agustín, De Trinitate, XV, 13; ML, 42, 1.076.
(27) Santo Tomás,
Suma Teol6gica, I, 14, 8.
(28)
Avicena, Meta/!sica, tract. 8, c. 6.
(29) Santo Tomás,
De veritate, 1, 5 ad 16.
(30) Puede verse una exposición más amplia en Santo Tomás, De
veritate, 1, 1; Suma Teológica, I, 16, 2 y 8.
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VICI'ORJNO RODRJGUEZ, O. P.
término «intellectus» de la verdad antropológica, más que a la
facultad intelectiva o inteligencia y que a la simple idea de la
«simple aprehensión», se refiere al concepto complejo o
iuicio,
por el que se afirma lo que es o se niega lo que no es: cuando
la
afirmación o la negación corresponden a lo que la cosa es o _
no

es
respectivamente, hay vet:dad; si no, hay fulstedad (31). Este
sentido preciso de la verdad lo recoge bien la noción que da Aris­
tóteles de ella: rectitud del iuicio (32).
A este concepto mental judicativo, constitutivo formal de la
verdad, corresponde

la dicción o palabra hablada verdadera, la
veracidad, en contraposición a la mentira. Esta nomenclatura se
extiende luego

también a las cosas, al valorarlas en su autentici­
dad o en su apariencia: oro auténtico u· oropel, pe,,la verdadera
o

falsificada, etc.
c) Cuando la idea y su palabra correspondiente tienen pro­
yección práctica para dirigir
la acción y la producción ( el agere
y el facere), en mayor o menor inmanencia (amar u odiar, es­
perar o rechazar, pasear o adiestrarse, pintar, construir o gober­
nar, etc.), se hacen
prácticas. La verdad especulativa o contem­
plativa deviene verdad práctica:
intel/ectus speculativus --dice
el

adagio
escolástico---exte11sione fit practicus. Tratándose de
esta verdad práctica, la
adaequatio intellectus (= del juicio con­
ceptual) más que con la cosa conocida (la
res) es con la acción
y obra a realizar correctamente. Y como se trata de un conoci­
miento regitivo o rector, su verdad se llama propiamente
rectitud
o dictamen recto,
en el mismo sentido en que a la conciencia
verdadera se la llama conciencia recta.
Santo Tomás precisó la diferencia entre la verdad especula­
tiva y la verdad práctica en estos términos: «La verdad prácti­
ca se entiende de distinta manera que la verdad especulativa se­
g,1n se dice en el libro VI de la Etica ( c. 2, n. 3 ), pues la ver-
(31) Cfr. Santo Tomás, Suma Teo16gica, I, 16, 2; De Veritate, 1, 3;
VI Metaph., lect. 4, n. 1.236; I Periher., lect. 7, n. 2; III De anima,
kct. 11, n. 760.
(32) Arist6teles, VI Ethicorum, 9, 3.
778
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LA VERDAD LIBERADO,RA
dad especulativa se entiende comb conformidad _ con

la cosa ... , mientras que la
verdad práctica se e11tiende Í:01110.
conformidad

con el apetito
. recto. Conformidad que no-tiene
lugar
en las cosas necesarias, que no están_
al arbitrio de la vo­
luntad humana, sino tan sólo en
las cosas

contingentes, que pue­
den ser hechas por nosotros, ya sean acciones interiores
(agibi­
lia),
ya sean obras exteriores (factibilia). De ahí qui, la. verdad
del entendimiento práctico verse únicamente sobre
las cosas
con­
tingentes, a saber: el arte, sobre las
produccionl'S y la proden­
cia, sobre las acciones» ( 3 3 ).
El dictamen, pues, práctico es recto o
verdadero cuando
se
atiene al orden natural con que el
fin postula unos_ medios

ade­
cuados, cuya
elección regula o normali1a la verdad práctica ( 34 ).
11. EL VALOR DE LA VERDAD.
El hecho de que Cristo se identifique con la Verdad ( 3 5) y
de
que nos diga que para esto
ha venido al mundo, «para dar
testimonio de la verdad» (36)- es decisivo
sobre el
valor
e,ocelso
de

la verdad, esto es, del conocimiento verdadero. Semejante
en'
comio,

en forma equivalente, aunque más abstracta,· se encuentra
en los libros sapienciales del Antiguo Testamento: «La sabidu­
ría vale más que las piedras preciosas,
y cuanto hay de codicia­
ble no puede
comparársele» (37).

«Si la riqueza
es un
bien
co­
diciable en la vida, ¿ qué cosa más rica que la sabiduría, que
todo
lo obra?» (38). «El labio veraz mantiene siempre la pala­
bra; la lengua mentirosa,
sólo por

un
instante»•. (39); ·«no ron-
(33) Santo Tomás, Suma Teológica, 1-II, 57, 5 ad 3. Cf. I, 79, 11 _ad
2; De veritate, 1, 2; De virtutibus in communi, 13.
(34) Santo Tomás, VI Ethic., lect. 2, n. 1.131.
(35) Jn 14, 6.
(36) Jn 18, 37.
(37)
Prov. 8, 11.
(38) Sap. 8, 5.
(39) Prov. 12, 19.
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VICfORJNO RODRlGUEZ, O. P.
tradigas a la verdad» ( 40 ). «Dios ama la misericordia y la ver­
dad»
(41). «Con misericordia

y verdad se
repara el

pecado» (42).
Por eso «Dios quiere que todos lleguen al conocimiento de la
verdad» ( 43 ). El apóstol
Santiago le

canta así:
«No mintáis con­
tra la verdad; que no será sabiduría de arriba la vuestra, sino
sabiduría terrena ... ;
la sabiduría de arriba es primeramente pura,
luego pacífica, modesta,· indulgente, llena de misericordia
y de
buenos frutos, imparo¡wl, ,sin hipocresía» ( 44 ).
No es, pues, extraño, que Santo Tomás llegase a decir que
«la verdad es algo divino», más excelente que
la amistad ( 45).
Es más, al iniciar el Liber de Veritate catbolicae fidei contra
e"ores infidelium, llamado más comúnmente Summa contra gen­
tes,
bajo el lema de Prov. 8,7: «mi boca meditará la verdad,
pues
aborrezco los

labios inicuos»,
. considera la verdad como
objeto primordial de
la sabiduría, por ser el fin último del uni­
verso ( 46 ). Más concretamente, la perfecci6n -máxima y fin ú[.
timo sobrenatural del hombre consiste en el conocimiento de la
verdad divina plenamente desvelada: «La mente racional es in­
formada

inmediatamente por Dios ..
, como
por su última forma
perfectiva, pues la mente creada se considera informe mientras
no se adhiera a la primera verdad
misma» ( 47).
Juan Pablo H, qtie en tatltas oca.iones e&tá tocando el tema
de la verdád desde distintos · puntos de vista, en la reciente Carta
Apostólica.
a

los j6venes
· del
mundo, con ocasion
del Año Inter­
nacionlail de J4 Juventud '(31 de ,narro de 1985), les habla de
«un problema de importancia fundamental para el hombre y es-
· (40) Eclo. 4, 30;
(41) Salmo 83, 12.
(42)
Prov. 16, 6.
(43) I Tim. 2, 15.
(44) Sant. 3, 14-17.
(45) Santo Tomás, I Ethic., lect. 6, n. 77.
(46) «Oportet igitur veritatem esse ultimum finem totius universi; et
circa eius considerationem princij;,aliter sapientiam insistere» (Santo Tomás,
Suma contra gentes, I, 1, n. 4).
(47) Santo Tomás, Suma Teol6gica, I, 106, 1 ad 3; cfr. !, 12, 1 y 5;
UI,4, 8,
780
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LA VERDAD IJBERADORA
pecialmente para el joven. Es el problema de la verdad. La ver­
dad es la luz de la inteligencia humana.
Si desde la juventud la
inteligencia humana intenta
conocer la

realidad en sus distintas
dimensiones; esto
lo hace con el fin de poseer la verdad: para
vivir la verdad. Tal es la estructura del espíritu humano. El
hambre
de verdad constituye su aspiración y expresión funda­
mental. Ctisto, dice: «Conoceréis la verdad, y la verdad os
hará
libres» (Jn 8, 32). De las palabras contenidas en el Evangelio,
éstas, ciertamente, están entre las más importantes» ( 48 ). Vol­
verá a insistir en el mes siguiente: «El destino del hombre se decide, desde siempre, en el frente de la verdad, de la elección
que, en virtud de la libertad que le
ha concedido el Creador,
el hombre realiza entre
el bien y el mal, entre la luz y las ti­
nieblas»· (49) .
. III. Ei. PODER. DE CONOCER LA VERDAD.
· Es sumamente valioso el conocimiento de la verdad, pero
no· siempre

fácil. Ya lo advertía Aristóteles: «El conocimiento
de la verdad es en parte fácil y en parte difícil» (50).
Es
especulativamente difícil muchas veces la verdad de las
coSll.S por

su
muiscendencia ootol.ógioa, como es fa verdad sobre
los
mistetios de

Dios o por su intimidad y recondidez, como es
la· verdad

sobre nuestra propia
almá y sus contenidos. Verdades
arduas que provocaban las mayores
ansias de San Agustín: «Deum
et

animam scire cupio. Nihilne plus? Nihil omnino» (51), cuya
posesión compensa, sin embargo, todos los esfuerzos, porque,
(48) Juan Pablo II, Carta Apost6lica a los i6venes del mundo con
ocasi6n del Año Internacional de la Juventud, n. 12, 31 de marzo de 1985.
(49) Juau Pablo ll, Mensa¡e Pontificio a la Jornada Mundial de las
Comunicaciones Sociales, «L'Osservatore Romano», ed. española, 5 de
mayo de 1985, pág. 12, n. 3. ·
(50) Arist6teles, I Metaph. (a), cap. 1, l.
(51)
«Quiero conocer a Dios y al alma. ¿Nada· más? Absolutamente
nada• (San Agustín, Soliloquia, L, I, c. 2).
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VIC1'0RINO RODRIGUBZ, O. P.
como,dice Santo Tomás, de atuerdo con Aristóteles, «el,.núnimo
conocimiento:

que podemos tener de las cosas más elevadas es
más deseable que el
conocimiento certísimo que

podemos tener
de k,s cosas ínfimas,,. (52); «es preferible el oonocimiento menos
cierto
de las cosas más
· altas y nobles que el conocimiento más
cierto de las
cosas inferiores» (53 ).
El mismo
Santo· Tomás,
que
vivió
001110 pocos el ansia de la verdad, hasta el punto de sugerirle
la · idea

de que el
corazón del

hombre no puede descansar sino
en
el conbcimiento de

la
esencia divina

(54 ),
para persl!lldir la
conveniencia

razonáble de la revelación personal
de Dios de de­
terminadas verdades, argumenta así, en el primer artículo de la
Suma Teol6gica: «porque (sin.la divina revelación) pocos hom­
bres, después de mucho tiempo y con mezcla de muchos erro­
res llegarían al conocimiento de la verdad sobre Dios, de la cual
pende la
salvación del hombre, que se cifra en

Dios (55).
Más
difícil resulta conocer la verdad práctica o mantenerse
en ella cuando compromete radicalmente
la vida en su integridad,
como es
la verdad religiosa, que re-liga negativamente u obsta­
culiza las apetencias nacidas de la soberbia, la avaricia, la lu­ juria,
etc. Ahí está una de las principales motivaciones del ateís­
mo postulatorio
.. «Todo
el que obra el mal -dice
el mismo Gris'
to-aborreoe la luz, y no viene a la luz porque sus obras no
sean reprendidas» (56). El

abandono de la acción honesta con­
secuente con la verdad práctica mina a ésta en su base. Tam­
bién
s~n de

Cristo estas palabras: «El que oye y no hace es
se-
(52) Santo Tomás, Suma Teol6gica, I, !, 5 ad !.
(53) Santo Tomás, Suma Teol6gica, 1-11, 66, 5 ad 3.
(54)
Santo Tomás,
Suma Teo/6gica, I, 12, !: «Es innato en el hombre el deseo na rural de conocer la causa cuando contempla un -:efecto. Por
tanto si el entendimiento de la creaturá racional no pudiese alcanzar el
conocimiento de la primera causa de las cosas, quedaría frustrado el deseo
de la naturaleza. Por tanto, hay que reconocer absolutamente que los bi~­
aventurados ven la esencia de Dios».
(55)
Santo Tomás Suma Teológica, I, 1, 1. Más ampliamente en Suma
contra %!."ntes,
I,

4. Ha hecho
suya -esta apreciaci6n el

I Concilio
Vatica­
no, Ses. II. cap. 2, DS 3005.
(56) Jn 3 20.
782
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LA VERDAD UBERADORA
mejante .,¡ hombre que edifka su oam sobre tierra, sin cimentar,
sobre la cual choca el río y luego se cae» (57 ). Insiste en lo mis­
mo el apóstol Santiago el Menor: «Quien se contenta con sólo·
oír
la palabra sin practicarla, será semejante al varón que con­
templa en un espejo su rostro y, apenas se contempla, se va, y, ru1
instante se olvida de cómo era» (58 ), Es el sentido de la máxima
de Pablo Bourget: «Hay que vivir como se piensa, porque si
no, pronto o tarde, se termina pensando como se vive» (59). Bien observaba Jean
Le Bruyere: « Yo quisiera ver ·a un hombre
sobrio, moderado, casto, justo, declarar que Dios no existe; por
lo menos hablaría
sin interés; pero tal hombre no 'se encuen­
tra»
(60).
Especialmente para
esta verdad
práctica,vale el dic­
tamen de Jung: «el escepticismo no es tanto una incapacidad de
la mente para reconocer
la verdad como una herida· del cora­
zón sin cicatrizar que impide servirla» (61). Porque, de suyo,
la inteligencia busca la verdad. «Todos los
hombres
desean naturalmente saber», decía Aristóteles en el co­
mienzo
de la Metafísica (62), ya que «el bien del entendimiento
es
la verdad» (63); «en la naturaleza del entendimiento está el
que se conforme a las cosas» ( 64 ),
verificando ru;í la relación trans­
cendental

del entendimiento a
Ia verdad. Por eso «no hay mayor
deleite -confesaba San Agustín- que el que experimenta el
corazón humano, fiel y santo,
al contemplar la verdad» ( 65).
El logro de esta perfección humana o humanización por el
conocimiento
de la verdad, tanto especulativa como práctica, se
(57) Luc 6, 49.
(58) Sant 1, 23-24.
(59)
Pablo Bourget, Le d!mon de Midi, II, 375.
(60) Jcan La Bruyerc, Los caracteres, Barce!ooa, 1968, pág. 295.
(61) Citado por R. Gambra, Tradici6n y mimetismo, Madrid, Instituto
de Estudios Pol!ticos, 1976, pág. 286.
(62) «Omnes hom.ines natura scire desiderant»; cfr. comentario de San.
to Tomás, lect. 1, nn. 14.
(63) Santo Tomás, Suma contra Gentes, III, 118, n, 2905. Cfr. In
VI Ethic .. lect. 2 n. 1130.
(64) Santo Tomás, De veritate, 1, 9.
(65) San Agustín, Serm6n 179, Obras, BAC, VII, pág. 10.
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VICTORINO RODRJGUEZ, O. P.
lleva a cabo de di1'tintos modos y divel"ISCJS ¡¡rt,dos, debklo tanto
a la complejidad de la realidad cognoscible ( objetos de orden fí­
sico y material, experimentables o verificables, de orden psico­
lógico o espiritual, de orden ético y político, de orden
matemá­
tico,

de orden metafísico y estético, de orden teológico
y sobre­
natural),

como a
la complejidad de las facultades de aprehensión
y discernimiento de la verdad ( sentidos externos e internos, in­
teligencia
y apetitos condicionantes de las estimaciones prácti­
cas). La aprehensión simple
y simultánea y omnicomprensiva es
exclusiva de Dios. Nuestro conocimiento es mucho más compli­
cado
y evolutivo. Además, algunas veces median accidentes per­
turbadoi:_es, como
pueden ser anomalías orgánicas, v. gr. el
dal­
tonismo,en la vista, o indisposiciones adquiridas en la mente o
en el corazón; otras veces es la misma arduidad de la verdad, que presupone ingenio, método y dedicación.
De
.Ja dificultad

en comprender y practicar la verdad que les
enseñaba Cristo nos dejaron testimonio los Apóstoles: «Luego
de haberlo oído (el sermón eucarístico), muchos de sus discípu­
los dijeron: ¡Duras son estas palabras! ¿Quién puede oírlas?
Desde entonces muchos de sus discípulos se retiraron
y ya no
le seguían; y dijo Jesús a los doce: ¿Queréis iros VOISOll!Os tam­
bién? Respondióle Simón Pedro: Señor, ¿a quién iríamos? Tú
tienes
palabras de

vida
eterna»' (66).

También
a Nicodemo
le
resultaba inconcebible el renacimiento de gracia: « ¿Cómo pue­
de el hombre nacer siendo viejo? ¿
Adtso puede

ehtrar de nuevo
en el ,seno de su madre
y volver a nacer?» (67). Incluso la mis­
ma moral natural del mattimonio les resultaba ardua: «Dijéronle
los discípulos: si tal es la condición del hombre con la mujer,
preferible es no casarse» ( 68).
Sobre la complejidad
y variedad de aptitudes para la capta­
ción de la verdad nos trazó Santo Tomás un cuadro de tipolo­
gía científica que

merece recordarse:
784
(66) Jn 6, 60 y 66-68.
(67)
Jn 3, 4.
(68)
Mt 19, 10.
Fundaci\363n Speiro

LA VERDAD LIBERADORA
«Unos no entienden lo que se les dice si no se les dice de
modo matemático. Y esto se debe a la costumbre de su educa­
cicín
matemática. Y como la costumbre se asemeja a la naturale­
za, también a otros les ocurre lo mismo por indisposición, que son aquellos que tienen fuerte imaginación y entendimiento poco
elevado;
»Otros no quieren aceptar nada si no es a base de e;emplos
sensibles,
bien sea por cootumbre, bien sea por predonrinro de fu
parte sensitiva y debilidad de entendimiento.
»Otros hay que no dan crédito a nada si no se corrobora
con el
testimonio de algún poeta o de otro autor. Y esto se debe
igualmente o a
costumbre o

a defecto de juicio personal: no pue­
den juzgar por
sf mismos

de
la certeza de las razones, y, al des­
confiar de su juicio, buscan el juicio de algún otro conocido.
»También hay
algunos que quieren que todo se les diga cer­
titudinalmente,
esto es, con razones bien manifiestas. Y esto
acusa
perfección de entendimiento en el juicio e indagación de
las razones, mientras no se busque certeza donde no
la permite
la materia.
»A otros, en cambio, les fastidia que se apure la discusión
hasta llegar a
la certeza. Y esto puede ocurrir por dos cosas: pri­
mera, por su
incapacidad para entender: son mentalmente débiles
y no pueden seguir un razonamiento complejo; segunda, por con­
siderarlo
micrología, esto es, minuciosidad en el cómputo de las
cosas. Ocurre algo de esto en aquella búsqueda de certeza que no quiere dejar sin discusión hasta lo
más insignificante» (69).
En

cualquier caso, las
anornalfas que
puedan ocurrir acciden­
talmente en el proceso cognoscitivo y la incapacidad nativa o ad­
quirida para la búsqueda de
la certeza proporcionada a la mate­
ria de estudio, no pueden prejuzgar la ordenación natural en
el
hombre del conocimiento sensitivo al inteleceutal, del dubitativo
al cierto (70), cuyos
dictámenes primeros y fundamentales (los
(69) Santo Tomás, In II Metaph., lect. 5, n. 334.
(70) Santo Tomás, Suma Teológica" I, 77, 7; 78, 4 ad 5; 85, 1 ad 4;
91, 3 ad 3; I-II, 27, 1 ad 3; II-II, 141, 4 ad 3; In III Ethic., lect. 19.
785
Fundaci\363n Speiro

VICfORINO RODRIGUEZ, O. P.
primeros principios) son irul.efucriblemente oorrectos, pues «es
propib de estos principios no s6lo ser neceseriamente verdaderos
en sí mismos, sino vambién presen,tán,¡enos oomo ta!les, porque
tJiaJdre puede sinceramente pensarr lo contrario a ellos» (71).
IV. EFECTOS DIGNIFICANTES DE LA VERDAD.
El singular valor de la verdad, el «bonum intellectus», que
apunté en
el apartado II, cabe particularizarlo más en sus efec­
tos
dignificantes:
a) Efecto personalizador del conoczmtento de la verdad.­
Por ser la racionalidad la nota distintiva o cuasi específica de la
persona humana (
«rationalis naturae individua substaotia» ), nin­
guna perfección puede serle más entrañable que el conocimiento
de
fa verdad y la oonsigu:iente racionalliJirión de su vida. Com­
portarse como persona es comportarse · como ser inteligente y ra­
cional; es buscar la verdad
y complacerse en su posesión y co­
municación con gestos
y palabras y realizarla en su practicidad.
De ahí que el Salmista haga corresponder la falta de ejercicio de
inteligencia con la falta de personalidad: «no seas sin entendi­
miento como
el caballo y el mulo» (72). Incluso en el orden so­
brenatural,
sustentado en

la
fe, «sin la cual es imposible agra­
dar a Dios» (73),
el creyente busca espontáneamente, connatu­
ralmente, inteligencia en el misterio (74 ). De
ahí nace la sagrada
teología, como «fides
quaerens intellectum»,

que dijera San
An­
selmo (75)1 traduciendo el «crede ut intelligas» de Sao Agus­
tín (76).
b) La verdad, norma objetiva de la moralidad.-La «recta
ratio», que es
la verdad práctica, como aooraba anteriormente,
(71) Salmo 32, 9.
(73) Hebr. 11, 6; cfr. Concilio de Tnento, Ses. 6, c. 8, DS 1532.
(74)
I Concilio Vaticano, Ses. 3, c. 4, DS 30i6.
(75) San
Anselmo, Pros/ogion, prooemio, Padova, 1951, pdg. 75.
(76) San Agustfu, Sermo 43, 7-9; ML 38, 257.
786
Fundaci\363n Speiro

LA VERDAD UBERADORA
es el criterio de moralidad. De ahí La correlación formlll. de la. ver­
dad y
la santidad de vida. Así se comprende la súplica de Cristo
al Padre: «Santifícalos en
la verdad, pues tu palabra es ver­
dad»
(77). Por eso mismo, San Juan, que tanto insiste en la ca­
ridad, es también
el apóstol que más ha insistido en la verdad y
en la íntima vinculación de ambas. «No hay para mí mayor ale­
gría que oír de mis hijos que andan en la verdad» (78). «El que
dice que le conoce
y no guarda sus mandamientos, miente, y la
verdad no está en él. Pero el que ~ ,su pa1,b.tia, en ése la ca­
ridad de Dios es verdaderamente perfecta»
(79). Como en Dios
no
hay poo;ib1e separación eMre 1a verdad y la caridad, así dehen
ir unidas, responsablemente, en los hijos auténticos de Dios: no
verdad

sin vida ni vida sin verdad, pues «todo
el que ama ha
nacido de Dios y conoce a
Dios. Quien

no ama no ha conocido
a Dios, porque Dios es caridad»
(80), «Abrazados

a
la verdad
-exhortaba por su parte San Pablo- en todo crezcamos en
ca­
ridad-

(81); «tened ceñidos vuestros lomos con la verdad» (82);
«ruego que vuestra caridad crezca
más y más en conocimiento y
en toda discreción» (8.3). T=hién la lglesila es «sacramento uni­
versal de salvación» (84 ), siendo «columna
y fundamento de la
verdad» (85). Este criterio de verdad para medir
y valorar la vida moral
en su conjunto
y en sus particularidades es la extensión al orclen
ético-teológico de la ley que tiene vigor universal eu
el orden
psicológico:

«se ama y desea en
la medida en que se conoce» (86).
(77) Jn 17, 17.
(78)
III Jn 4.
(79)
I Jn 2, 4-5.
(80) I Jn 4, 7-8,
(81) Ef 4, 15.
(82) Ef 6, 14.
(83) Fz1ip. 1, 9.
(84) II Conc,1io Vaticano, Lumen gentium, n. 48.
(85) I Tim. 4, 14.
(86) «Secundum 8Utem quod aliquid cognóscltur, secundum hoc ama­
tur et desideratur» (S8Uto Tomás, III G. G., 118, n. 2904; cfr. Suma
Teológica, I-II, 19, 3-6.
787
Fundaci\363n Speiro

VICTORINO RODRIGUEZ, O. P.
Juan Pablo II viene insistiendo mucho en este valor mora­
lizador y
dignificante de la verdad: «La Jidelidad a la verdad es
condición imprescindible para que todos los cristianos puedan ejercer su misión profética en
el mundo. La verdad es la medi­
dida de
la moralidad: no pueden considerarse éticamente buenas
y, por lo tanto, merecedoras de aprobación, opciones y motivacio­
nes que no están conformes.
con., el

bien objetivo. La compren­
sión y
el respeto por el que yerra exigen también claridad de va­
loración sobre el error del que
es víctima.
Efectivamente, el res­
peto por las convicciC?nes de otros no implican la reriuncia a las
convicciones propias. La «conciencia de verdad», es decir, el sa­
berse portadores de la verdad que salva, es factor esencial del
dinamismo misionero de toda la comunidad eclesial, como atesti­
gua
la experiencia hecha por la Iglesia desde sus orígenes. Hoy,
en una situación en
la que es urgente empezar casi una nueva
«implantatio evangelica», incluso en un país como Italia, resul­
ta particularmente necesaria
una fuerte y difundida conciencia de
verdad» ( 87).
En este aprecio del gran don de la verdad había centrado el
Discurso a la Curia Pontificia en
la Navidad de 1984: «El Verbo
de Dios, al hacerse carne para habitar en medio de nosotros
·(cfr. Jn 1, 14), viene a traemos el don inestimabfe del conoci­
mientó
de la verdadi la verdad sobre El, la verdad sobre nosotros
y sobre nuestro destino trascendente. El hombre no puede cons­
ttuirse a sí mismo ni a su propia libertad si no es sobre el fun­
damento de esta verdad. Es un don extraordinariamente precio­ so, que es necesario custodiar y defender; el extravío incluso de
· una

parte solamente de la verdad integral, latente en el corazón
de aquel Nifio «envuelto en pafiales» en el pesebre
(Luc 2, 12),
significaría para
el hombre prejuzgar en me&da más o menos
grande la plena realización de sí
mismo.
De esto es consciente la Iglesia, que sabe que ha sido consti-
(87) Juan Pablo II, Discurso a la Aramblea General de los Obispos
.Italianos, -en Loreto, 11 de abril de· 198,, «L'Osservatore Romanó», ediM
clón espaliola, 28 de mayo de 1985, pág. 10; cfr. endclica Redemptor ho­
minis, n; 12.
788
Fundaci\363n Speiro

LA VERDAD. LIBERADORA
tuida depositaria y guardiana de tal verdad. Por ello, se siente
investida
de una especial misión que la hace deudora de un ser­
vicio

particular a la humanidad: a toda generación que llega a
pob]¡u:
la tierra debe revelarle eil designio m.-villoso que Dios
ha predispuesto, en el propio Hijo Unigénito, en beneficio de
todo hijo de hombre dispuesto a aceptar en la fe la iniciativa ad­
mirable de su amor.
Así,

pues,
la Iglesia, y en particular la sede romana de Pe­
dro, vigila junto a la cuna de Belén: vigila para que tales valo­
res
trascendentes, que el Creador
ha ofrecido a la hwnarúdad
-la verdad y la libertad en la verdad, que es como decir el
amor-, no sean ofuscados y mucho menos deformados; vigila
para que, a pesar de todas las corrientes
contrarias, tales

valo­
res revivan continuamente y cada vez
más se afirm,en en

la vida
de los individuos y de las familias, de
la. wmunidad cristiana

y
de la comunidad civil
y, en definitiva, en Ia vida de toda la fa­
milia hUillaDa» (88).
c) La verdad, dignificación y garantla de la conciencia.-La
verdad práctica, normativa, en su mayor proxinlidad a la acción­
omisión

responsables, es la .conciencia moral o
evaloación con­
creta

del bien
y del mal que el hombre ha hecho, está haciendo o
va a hacer. La éonciencia, pata que· sea
dignificante en

y en sus
efectos de regulación ética, ha de ser recia, es decir, verdadera,
no
err6nea. Porque

se
trata de

una
norma normalizada,
subordi­
nada a otra verdad superior, que es la
sindéresis natural ( «bonum
faciendum, malum vitandum») y la ley divina. La conciencia
in­
venciblemente .errónea, aunque excuse eventualmente de pecado,
no es criterio objetivo de verdad. La conciencia ha de educarse
en la verdad pata no incurrir
ni en

el subjetivismo voluntatista
ni en el amoralismo. Con ocasión del debate sobre .!a libertad re­
ligiosa durante el Concilio Vaticano II se .había cedido detna-
(88) Juan Pablo II, Discurso a. los Cardenales y a la Curia Romana,
21 de diciembre de 1984, «L'Ossetva.tore Romano»; 22-·de diciembre, 'de
1984, n. 2.
789
Fundaci\363n Speiro

VICI'ORINO ROVRIGUEZ, O. P.
siado, en determinados• ambientes liberales, al subjetivismo de
conciencia. Pablo VI
y, sobre todo, Juan Pablo II debieron cla­
rificar
este

extremo
y lo hicieron. Baste recordar aquí este pa­
saje de una de las •Catequesis de Juan Pablo II:
«Si .la conciencia

moral no es la instancia última que decide
lo que está bien
y lo que está mal, sino que ha de estar de acuer­
do con la verdad inmutable de la ley moral, resulta de ello que
no es juez infalible: puede errar.
»Este punto nrereoe hoy --enseña
el Ap6stol-a la mentalidad
de este mundo, sino re­
novaos por la transformación de
la mente" (Rom 12, 2). En los
juicios de nuestra conciencia anida siempre la posibilidad de
errar.
»La consecuencia que se deduce de tal error es muy seria;
cuando el hombre sigue
la propia conciencia
equivocada, su ac­
ción no

es recta, no pone en acto
objetivamente lo que está bien
para la persona humana, y ello por
el mero hecho de que el
juicio de la conciencia no es la
última instancia moral.
»Claro está que "no rara vez sucede que yerra la conciencia
por
ignorancia invencible",

como puntualiza enseguida el Con­
cilio
(Caudium et spes, 16). En este caso "no pierde su digui­
dad" (
cfr. ib!d. ), y el hombre que sigu~ dicho juicio no peca.
Pero el mismo texto. conciliar prosigue indicando "que esto no
puede afirmarse cuando el hombre se despreocupa de buscar la
verdad y
el bien, y la conciencia se va entenebreciendo gradual­
mente por el hábito del pecado" (ibld.).
»Por tanto, no es suficiente decir al hombre: "sigue siempre
tu conciencia". Es
necesario añadir enseguida y siempre: pregún­
tate si tu conciencia dice verdad o falsedad, y trata de conocer
la verdad
incansáhlemente. Si

no se hiciera esta necesaria puntua­
lización, el hombre correría peligro de encontrar en su conciencia
una fuerza destructora de su verdadera humanidad en vez de un
lugar santo donde Dios le revela su bien verdadero.
»Es neoesario "formar"
la propia conciencia. El cristiano
sabe que en esta tarea dispone de una ayuda especial en la doc­
trina de la Iglesia. "Pues por voluntad de Cristo la Iglesia ca-
790
Fundaci\363n Speiro

LA VERDAD LIBERA.DORA
tólica es la Maestra de la verdad, y su misi6n es exponer y en­
señar auténticamente
la Verdad, que es Cristo y, al mismo tiem­
po, declarar y confirmar con su autoridad los principios del or­
den moral que fluyen de la misma naturaleza humana" (Dignita­
tis humanae,
14)» (89).
«Formar la conciencia propia es tarea fundamental. La razón
es muy sencilla: nuestra conciencia poede errar. Y cuando sobre
ella prevalece el error ocasiona el daño más grave para
la per­
sona humana, que es el de impedir que el hombre se realice
a
sí mi~o, suboroinando el ejercicio de la liberitad 11 !a ver­
dad» (90).
En la citada Carta Apostólica a los jóvenes insiste: «Hace
falta,
sin embargo, que la conciencia no esté desviada, hace falta
que
la formulación fundamental de los principios de
la moral
no ceda a
la deformación bajo la acción de cualquier tipo de re­
lativismo o utilitarismo»
(91).
d) Fuerza unitiva y pacificadora de la verdad.-La ver­
dad es, por
definición, relación

unitiva, adecuación con
la reali­
dad, y, tratándose de
la verdad práctica, conformidad con el ape­
tito recto
y con la ley de Dios. Lo que se dice del efecto unitivo
de
la caridad con Dios y con los Hombres debe aplicarse también,
en su orden, a la verdad. Aquello que dice San Juan: «el que
vive en caridad permanece en Dios
y Dios en él» (92); «si de
esta manera nos amó Dios, también
nosotros debemos
amamos
unos a otros» (

9
3 ),

debe completarse con esto: «quien no ama
no
ha conocido a Dios, porque Dios es amor» (94), Es lo contra-
(89) Juan Pablo II, Alocuci6n del 17 de agosto de 1983, O. R., 28
de agosto de 1983.
(90) Juan Pablo
11, Alocud6n del 24 de agosto de 1983, O. R., 28
de agosto de 1983.
(91)
He expuesto más smpliamente este aspecto en el artículo Fun­
ci6n mediador~ de la conciencia, en .«Temas-clave de humanismo cristia­
no>, Madrid, Speiro, 1984, págs. 131-148,
(92) I Jn 4, 16 ..
(93) I Jn 4, 11.
(94) I Jn 4, 8.
791
Fundaci\363n Speiro

VICTORINO RODRIGUEZ, O. P.
río de lo que ocurre con el error, la mentira y el odio, que son
siempre

disgregadores y belicosos.
Pero, en
definitiva, la

verdad es más fuerte que el error, como
ei amor es más fuerte que el odio. «La verdad --dice Santo To­
más-- es fuerte en sí misma y no hay impugnación que la des­
truya». (95);
«en la

especulación lo más grande y lo más potente
es
la verdad» (96). A la verdad no se la mata a tiros ni se la apri­
siona con cadenas. En todo caso, «mejor es que la verdad cauti­
ve
al hombre voluntariamente --dice San Agustín- y no que
le
venza conm, su voluntad» ( 97 ).
Jnan Pablo

II, en los Mensajes para las Jornadas de la Paz
de 1980 y 1981, ha señalado muy precisamente esta. fundamen­
tación de la paz en
la verdad. «La verdad, fuerza de la paz»
era su lema. Decía así: «Unamos nuestros esfuerzos para asegu~
rar la paz haciendo una llamada a los recursos de la paz misma
y
en primer lugar a la verdad, que es la fuerza pacífica y podero­
sa de la paz por excelencia, dado que ella se comunica por su
propia irradiación fuera de toda coacción» (98). «Sí, esta es
mi
convicción: la verdad. fortalece la paz desde dentro, y un clima
de sinceridad más grande permite movilizar las energías huma­
nas
par'a la sola causa que es digna de las mismas: el pleno res­
peto de la verdad sobre la naturaleza y el destino del hombre, fuente de la verdadera
paz en la justicia y la amistad» (99). «La
verdad es la fuerza de la
paz, porque
revela y realiza
la unidad
del hombre con Dios, con
él mismo, con los demás» (100).
«Si
la paz debe realizarse en la verdad: debe construirse so­
bre
la justicia;· debe estar
animada por
el amor; debe hacerse
(95) Santo Tomás, IV C. G., 10, n. 3460.
(96)
Santo Torruls,Quodl., XII, q. 14, a. l.
(97) «Bonum est homini ut eum veritas vincat volentem, quia malum.
est homini ut eum veritas vincat invitum» (San Agustín, Eplstola 235, n. 29, ML 33, 1049.
(98) Juan Pablo II,
Mensa¡e ·en la XIII Jornada de la Paz, 1 de ene­ro de 1980, AAS 71 (1971), 1573.
(99) Ibld., n. 9, pág. 1579.
(100) Ibld., n. 10, pág. 1579.
792
Fundaci\363n Speiro

LA VERDAD LIBERADORA
en la libertad» (101). Lo mismo que la reconciliación de los
hombres entre sí
y con Dios: «En cualquÍler oaiso la Iglesia pro­
mueve una reconciliación
en la verdad, sabiendo bien que ,no son
posibles
ni
la reconciliación ni la unidad contra o fuera de la
verdad» (102).
En
definitiva, la verdad une a las inteligencias en su propio
objeto común, el «verum», que se dan en
D~os, en
el murido
y
en los hombres; une o asemeja las inteligencias entre sí en su
confluencia de cara a la verdad;
y une, consiguientemente, los
corazones, los hace «con-cordes», en la apertura, aspiración
y
tranquila posesión del bien verdadero, del verum bonum.
e) Efecto liberador de la verdad.-Fl dk:hb de Cristo, la ver­
dad os hará libres
(103), se ha convertido, desde entonces, en
axiomático.
Los modos
y grados de esta liberación son variadí­
simos.
Primero, la Verdad de Cristo en persona, el gran Libertador
o
Redentor, que
vino
ail mundp como Luz, como Verdad, como
Logos, para
ilúmina.mos y redimirnos, que es la liberación más
radical. «El Verbo
era'Dios; en
El estaba la vida, y la vida era
la luz de los hombres. La luz luce en las tinieblas, pero las ti­ nieblas no la abrazaron. Era la
,luz verdadera

que, viniendo a este
mundo,
ilµmina a todo hombre, Y el Verbo &e hizo carne y ha>­
bitó entre nosotros,

lleno de gracia:
y de verdad» (104).
Segundo, 'la verdad, especulativa o teórica y práctica, libera
a la inteligencia de la ignorancia, del error, de
.las .. falsas

aprecia.
dones del bien
y de la angustia de la incertidumbre, ¡ Qué . sen­
sación
de liberación
.se sien;e al. salir

de Ja ignorancia o
del error!
¡
Eureka! Cierto que no toda la ,bc¡ndad humana se reduce al ,co,
nocimiento
de

la verdad, pero
indudabkmente la
verdad es fac-
(101) Juan Pablo II, Mensaje en la Jornada_ de la Paz,_ 1 de .enero
de 1981, n, 2, ASS 72 (1980), p~g. 126L
(102) Juan P~blo II, Exhortación Apo;t6lica Reconciliatio et paeiti'
tentia, 2 de diciembre de 1984, n. 9.
(103) Jn 8, 32.
(104)
Jn 1, !, 4, 5, 9, 14,
793
Fundaci\363n Speiro

VICTOIUNO RODRIGUEZ, O. P.
tor principalísimo de la perfección del hombre y condicionante
de )os demás, singularmente de los que dependen responsable­
mente. del

mismo hombre. Una mujer puede ser
bella siendo ig­
norlUlte, pero no puede ser buena sin saber haoer el bien. Como
la caridad mueve a buscar la verdad y se complace en ella (105),
la . verdad conduce al. amor verdadero.
Tercero, la verdád libera· a la misma libertad. ¿Cómo y de
qué? De sus abusos o libertinaje, señalando cauces de realización
dignificante y

objetivos verdaderamente buenos.
Juan Pablo II dedica una página espléndida, en
la enclclica
Redemptor hominis, a esta libertad verdadera:
«Dado que no en todo aquello que los diversos sistemas, y
tambifu los
hombres en particular, ven
y· propagan
como liber­
tad
está la verdadera libertad del hombre, tanto más la Iglesia,
én virtud

de su misión
divina, se
hace custodia de esta libertad
que es condición y base de la
verdadera dignidad de la persona
humana.
» Je~Ílcristo sale al encuentro del hombre de toda época, tam­
bifu de

nuestra época, con las mismas palabras: "conoceréis la
verdad y
la verdad os librará" (Jn 8, 32). Estas palabras encie­
rran una exigencia fundamental y al mismo tiempo una adverten­
cia: la
engencia de

una relación honesta con respecto a
lá ver­
dad,
como condici6n de una auténtica libertad;
y la advertencia,
además, de que se evite cualquier
libertad aparente, cualquier
libertad superficial
y unilateral, cualquier libertad que no pro­
fundiza en toda
fa verdad sobre el hombre y sobre el mundo.
También hoy, después de
dos. mil
años, Cristo aparece a nosotros
como Aquel que trae al hombre la libertad basada sobre la ver­
dad, cómo Aquel que
.libera al

hombre de lo que limita, dismi­
nuye y casi destruye esa
h"bertad en

sus mismas raíces, en el
alma del hombre, en su corazón, en su
conciencia. ¡Qué confir­
mación

tan estupenda de lo c¡ue han dado y
no cesan
de dar
aquellos que, gracias a Cristo y en Cristo, han alcanzado la ver-
(105) I Cor., 13, 6.
794
Fundaci\363n Speiro

dadera libertad y la han manifestado hasta en condiciones de
constricción
exterior!,. (106).
Cuarto, la verdad· es también factor fundamental de libera­
ción sociopolítica, no sólo en cuanto garantía de una auténtica o
verdadera justicia 'f· de una auténtica o verdadera amistad entre
los hombres, que es
un modo
de prevenir
la· esclavitud,· injusta
y rencorosa, o de mover a
salir· de

ella
(107),',sino también ·en
cuanto . exclusión · de . la insinceridad, de · 1a mentira, de la astu­
cia y del error de objetivÓs socio-políticos o de cálculos
utilitac
rios reñidos con la honestidad socio-política. En esta verdad · no
para mientes

la abusivamente llamada
·«teología de la liberaciól'.l,.
hispanoamericana, ya desde

el momento en
que reduce la verdad
(la ortodoxia)<• la acción, revolucionaria (oriopraxis). «Se ve
que
la
concepción misma

de
'la verdad en cuestión es la que· se
encuentra totalmente subvertida: se
pretelide''que sólo

hay
ver-
dad

en y
porla praxis partidaria» (108. · ,
Quinto, la verdad, totalmente desvelada, libera, 'finalmente,
a l~s Bienaventurad<>s en

el
Cieló d6 todas l~s lihútaéiones pro;
plais de esrta vkkl y de todas las mediaciones creadas. Bs'ro que nos
dice el apóstoÍ de la verdad,
· San Juan Evangelista: «Carísipi~s;
ahora
somos

hijos deDios,
aunque aún

no se ha
manifestádo lo
que hemos de ser. Sabemos que cuando se manifieste seremos
semejantes

a El, porque le veremos tal cual
es» (109).
(106) Juan Pablo II, Encíclica Redemptor hominis, 4 .de mar.zo de
1979, n. 12. Me ocupé más ampliamente de _este aspecto en Reali%aci6n
auténtica de la libertad, en «Temas-el.a.V~ de humanisi:no cristiano», Madrid,
Speiro, 1984, págs. 105-128.
(107) Santo
Tomás, Suma Teológica, II-II, 29, l.y 3.
(108) Sagrada Congregación para la Dictrina de ia_ Fe, Instrucción «LJ..
bertatis nuntius» sobr,e algunos aspectÓs de la teologia de la liberaci6n,
6 de agosto de 1984, n .. VIII, 4.
(109)
I Jn 3, 2.
795
Fundaci\363n Speiro

VlCTOE;JNO RODRIGUEZ,,0. P.
V. Er. DEBER-DERECHO DE CONOCER LA VI!RDAI) CON_ CERTEZA
Y DE DECJ.RLA_ CON CLARIDAI).
-Después de_ lo _ dicho sobre la fundamentalidad y trascenden.
cia de_

la verdad
p,¡ra el

hombre, fácilmente
~e infiere d deber­
derecho

de conocer la verdad
y de decirla, al que corresponde por
_ parte .de los

demás_
el deber de aceptarla y_ no. obstaculizarla. Una
gran responsabilidad,

obvia en principio, pero que reviste dis­
tintas mod)>lidades y urgenru;. por pa,rte de los sujetos. Del,er
de todos de saber, pero mw especialmente de .los estudiantes,
formandos
y profesionales de la investigacióu r _ enseñanza. De­
ber de todos ,de comunicar la_ verdad, pero espedaJmente de los
responsables_
del. magisterio

religioso ( obispos, sacerdotes, cate­
quistas).
y científico ( docentes en los diversos grados), de los
medios de comunicación social (prensa, radio, cine, tdevisión).
Al lado de estos deberes-derechos positivos, los -negativos
de no mentir_ ni dejarse engañar, ni ocultar· 1a verdad debida a los
demás.
¿f.!abrá y!Íf dades secretas o no debidas a los demás?
¿E,¡íste derecho a equivocarse o derecho al error? Son algunos
escollos que

necesitan aclararse. Concretemos un poco más todos
estos aspectos.
a)
Responsabilidad de la verdad religiosa.--San Pablo se
la inculcaba así a Timoteo: «Los hombres malos y seductores irán
de mal en peor, engañando y siendo engañados,
pero tó permane­
ces en lo que has aprendido y te
ha sido confiado, considerando
de quienes lo aprendiste... Predica la palabra, insist_e a tiempo
y a destiempo, arguye, enseña, exhorta con toda longanimidad
y
doctrina, pues vendrá un tiempo en que no sufrirán la sana doc­
trina;' ailtés, d~seosos .de, novedades, ·se amontonarán -maestros
conforme a stÍs pasiones y apartarán los oídos de la verdad para
volverlos a las fábulas» ( 11
O).
Juan Pablo II, en el discurso que tuvo ante los Obispos bis-
(110) II Tim. 3, 13-14; 4, 2-4.
796
Fundaci\363n Speiro

LA VERDAD UBERADORA
panoamericanos, en Puebla de los Angeles, el 28 de enero de
1979, les decia: «Como pastores tenéis la viva conciencia de que
vuestro
deber principal es el de ser maestros de la Verdad . . No de
una verdad humana
y racional, sino de la Verdad que viene de
Dios; que trae consigo
el principio de la auténtica liberaci6n del
hombr~: "Conoceréis

la verdad y la verdad os hará libres"
(Jn 8,
32); es verdad que es la única en ofrecer una base sólida para
la "praxis" adecuada. Vigilar por la pureza de la doctrina, base
de la edificación de la comunidad cristiana, es, pues, el
deber
primero
e insustituible del Pastor,. del Maestro de la fe».
Recuerda y hace suyas las palabras de Pablo VI en la Exhor­
tación Apostólica Evangelii Nuntiandi (n. 78): «El Evangelio
· que

nos ha sido encomendado es también palabra de verdad.
Una
verdad que nos hace libres y que es la única que procura la paz
del corazón: esto es
lo que la gente va buscando cuando anuncia­
mos la Buena Nueva. La verdad acerca de Dios, la verdad acerca
del hombre y de su misterioso destino, la verdad acerca del mun­
do ... El predicador del Evangelio será aquél que aún
a. costa
de

renuncias y sacrificios, busca siempre la verdad que debe trans­
mitir a los demás. No vende
ni disimula jamás la verdad por el
deseo de ágradar a los hombres, de causar asombro, ni por origi­
nalidad o deseo de aparentar... Pastores del Pueblo de Dios:
nuestro servicio pastoral nos pide que guardemos, defendamos y
comuniquemos la verdad, sin reparar en sacrificios» ( 111 ).
b) En grado muy próximo a la verdad evangélica confiada
a
los Apóstoles y a sus sucesores está la
verdad teol6gica, dogmá­
tico-moral, de la que son especialmente
respansables los· teólo­
gos.
Prefiero hablar de ella con palabras del mismo Juan Pa­
blo II:
«La t,eologla tuvo siempre y c.ontinúa teniendo una gran
importancia ¡,ara que

la Iglesia, Pueblo de Dios, pueda de ma­
nera creativa y fecunda participar en la misión profética de Cris-
(111) Juan Pablo II: Discurso inaugural de la III Conferenda Ge­
neral del Episcopado Latinoamericano, Puebla de los Angeles, 28 de ene­
ro de 1979, introd. y I, l.
797
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VICTORINO RODRIGUEZ, O. P.
to. Por eso, los teólogos, como servidores de la verdad divina,
dedican sus estudios
y trabajos a una comprensi6n siempre más
penetrante de
la misma, no pueden nunca perder de vista el sig­
nificado de

su servicio en la Iglesia, incluido el concepto del
"intellectus fidei". Este concepto funciona, por así decirlo, con
ritmo bilateral, según la expresi6n de San Agustín: "intellege, ut
credas; crede ut intellegas"
(Sermo 43, 7-9), y funciona de ma­
nera correcta cuando ellos buscan servir al Magisterio, confiado a
la Iglesia, a los Obispos, unidos con el vínculo de
la comuni6n
jerárquica con

el Sucesor de Pedro» (112).
«Aquí se funda la grave responsabilidad del te6logo, quien
debe tener siempre presente que el Pueblo de Dios,
y ante todo
los sacerdotes
y futuros sacerdotes que han de educar la fe de
ese pueblo, tienen el derecho a que se le explique, sin ambigüe­
dades ni reducciones, las verdades fundamentales de la fe cris­
tiana ... Sed· tenaces y constantes en la maduración continua de
vuestras ideas y en la exactitud de vuestro lenguaje» ( 113 ).
En esta responsabilidad, especialmente de los moralistas, in­
siste en la Exhorración Apostólica
Reconciliatio et paenitentia:
«Incluso en el terreno del pensamiento y de la vida eclesial al­
gunas tendencias favorecen inevitablemente la decadencia del sen­ tido del pecado.
Algunos, por

ejemplo, tienden a sustituir acti­
tudes exageradas del pasado con otras exageraciones; pasan de
ver pecado en todo a no verlo en ninguna parte; de acentuar de­
masiado
el temor de las penas eternas a predicar un amor de
Dios
que excluirla toda pen¡a; merecida por el pecado; de fa reve­
ridad

en el esfuerzo por corregir las conciencias
erróneas, a
un
supuesto respeto de la
conciencia, que

suprime el
deber de de­
cir la verdad.
Y, ¿por qué no añadir que la confusi6n, creáda en
la conciencia de numerosos fieles por la divergencia de opiniones
y enseñanzas en la teología, en la predicaci6n, en la catequesis,
en la direcci6n espiritual,
sobre cuestiones graves y delicadas de
(112) Juan Pablo II, Endclica Redemptor hominis, 4-3-1979, n. 19.
(113) Juan Pablo -II, Discurso a los te6logos españoles en la Univer­
sidad Pontificia de Salamanca, 1 de noviembre de 1982.
798
Fundaci\363n Speiro

LA VERDAD LIBERADORA
la moral cristiana, termina por hacer disminuir, hasta casi borrar­
lo, el verdadero sentido del pecado?» (114).
c) .Sobre la responsabilidad de la verdad por parte de los
medios de comunicación social, decía Juan Pablo
11: «Desde una
dimensión antropológica no reductiva, se podrá ofrecer un ser­
vicio de comunicación que responda a la verdad profunda del
hombre.
Y en la que las normas de la, ética profesional hallen
un sentido de convergencia con
la verdad que aporta el cristia­
nismo. La búsqueda de la verdad indeclinable exige un esfuerzo
constante, exige situarse en el adecuado nivel de conocimiento
y de selección crítica. No es fácil, lo sabemos bien. Cada hombre
lleva consigo sus propias ideas, sus preferencias
y hasta sus pre­
juicios. Pero
el· responsable

de la comunicación no puede escu­
darse en lo que suele llamarse
la imposible objetividad. Si es
difícil
una objetividad completa y total no lo es la lucha por dar
con la
verd~d, la

decisión de proponer la verdad, la praxis de
no manipular la verdad, la actitud de ser incorruptibles ante la
verdad. Con la sola
guía de la recta conciencia ética y sin clau­
dicaciones por motivos de falso prestigio, de interés personal,
político, económico o
de grupo» (115).
d)
Inexistente derecho a equivocarse y eventual deber de
no decir u ocultar la verdad.-Bien fuese por cierto cimplejo de
intolerancia o por cierto compromiso pseudo-ecuménico o por
·
falta

de aprecio
y celo por la verdad, en tiempos del II Concilio
Vaticano
algún que otro teólogo católico habló de los derechos
del error o del riesgo
a equivocarse. Era una concreción de la
«libertad de pensamiento
y de expresión» del liberalismo deci­
monónico, incorporado a la Declaración Universal de los Dere­
chos Humanos de 1948 (arrs. 17
y 18).
Hablando con propiedad, es inadmisible el derecho a equivo-
(114) Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Reconciliatio et paeni­
tentia, 2 de diciembre de 1984, n. 18.
(115) Juan Pablo II, Discurso a los representantes de los· medios de
comunicación social, en la Nunciatura Apost6lica de Madrid, 2 de noviem­
bre de 1982.
799
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VICTORINO RODRIGUEZ, O. P.
carse. El derecho, y máxime el derecho natural, es ordenación al
bien del hombre, a la perfección que le es debida ( 116 ), que en
el ámbito del conocimiento es la verdad, el «verum»; y, por ser
el derecho lo di-recto, el error, como desviación o torcedura, le
repugna formalmente: el derecho a equivocarse resulta contra­
dictorio en sí mismo. La justificación de una posible y deseable
tolerancia tiene otros caminos indirectos
(117), en los que se
presenta también, a veces, el deber de no decir u ocultar la ver­
dad por sus efectos accidentalmente contraproducentes, o porque
quien· inquiere no busca la verdad por sí misma, sino para uti­
lizarla mal, como la buscaba Herodes para matar al Niño Je­
sús (118) o el ~araón para matar a los niños hebreos (119), in­
teligenremente ewdidos por

los
Magos y fos commlronas egipcias,
respectivamente.
San

Agustín apuntó esta salvedad:
«Mas si
hay circunstancias
en que se debe callar la verdad, hay también ocasiones en las
que es necesario proclamarla a todos los vientos. Prolijo en de­
masía
sería el

citar
y enumerar aquí todas las causas que, a ve­
ces, pueden itnpelirnos a callar la verdad. Una de las princi­
pales es la de no hacer peores a los que no
la entienden, mien­
tras queremos hacer más doctos a los inteligentes, los cuales al
callarnos no se hacen más doctos, pero tampoco se hacen peores. ¿ Y qué haremos ante el dilema de que, si callamos la verdad, se
perjudica a los que pueden entenderla, y si la decimos, se hacen
peores los que no la entienden? ¿No es mejor decirla, y el que
pueda entender, que entienda, que callarla, con lo que ninguno
la entiende, pero precisamente el más inteligente se hace peor?
Tanto más que oyéndola
y entendiéndola puede enseñarla a otros
muchos, pues cuanto uno es más capaz de entender una cosa,
tanto más apto es para enseñársela a los demás» (120).
(116) Santo Tomás, Suma Teol6gica, I, 21, 1 ad 3.
( 117) Me he ocupado más ampliamente de este tema en el artículo So-
bre la libertad religiosa, en «La ciencia tomista», 91 (1964), págs. 381420.
(118)
Mt 2, 8.
(119)
Ex 1, 15-20.
(120) San Agust!n,
De dono perseoerantiae, c. 16, n. 40, ML 45, 1017.
800
Fundaci\363n Speiro

LA VERDAD UBERADORA
Pero por este deber eventual de no decir u ocultar la ver­
dad a quien inmoralmente la busca ( con violación del secreto o con intención perniciosa) no se puede
justificar la

mentira por
pequeña que sea o por grandes que sean sus beneficios pacifica­
dores, utilitarios, etc. Santo Tomás también rechaza en este tema
la ética de la elección del
mal menor para evitar el mal mayor:
«La mentira tiene razón de pecado no solamente por el daño que
inflige a otro, sino

por
su propio
desorden, según
quedn di­
cho.

Ahora bien, no es lícito usar desorden ilícito
alguno para
impedir

daños o defectos de los demás: del mismo modo que no
es lícito hurtar para hacer limosna (al no ser, tal vez, en caso
de necesidad en que todas las cosas son comunes). Por lo tanto
no es lícito mentir para que alguien libre a otro de cualquier
peligro. Sin embargo, es lícito ocultar prudentemente
la verdad
con

alguna disimulación,
como; dice

San Agustín,
Contra men-
dacium,
c. 10» (121). ,,
VJ. LAs RAÍl;ES DEL ERROR Y DE LA MENTIRA.
La mentira es el error en su proyección social, es el error
proferido en palabras
y simulaciones. El error añade a la igno­
rancia

o carencia del
conocimiento debido

un juicio falso, con·
trario a la verdad,
afinnando mentalmente

lo que es o negando
mentalmente lo que no es. El error responsable es pecado en sí mismo, como desorden
que es de la mente,
naturalmente"ordenada a

la verdad. La men­
tira contrae, además, la malicia del desorden social a
qué indu­
ce;

contraría a la virtud social de la
veracidad.
" ¿A qué se debe el error y por qué se miente? El error es­
peéulativo, lo mismo que la ignorancia, ··no son apetecibles; más
bien son humillantes y vergonzosos. A todo hombre le duele ser
o que le tengan por ignorante o equivocado: «Muchos he tra­
tado a quienes gusta engañar;
pero que

quieran ser engañados
(121} Santo Tomás, Suma Teológica, II-II, 110, 3 ad 4. 801
Fundaci\363n Speiro

VICTORINO RODRIGUEZ, O. P.
ninguno» (122). Y, sin embargo, ignora muchas cosas, porque,
según dice
el refrán, «quien mucho sabe más ignora»; y no ra­
ramente se equivoca. Yerra
el hombre sin quererlo: o por in­
flujo de los demás
y deformación mental; o por incapacidad para
discernir lo verdadero, especialmente cuando se trata de verda­
des complicadas
y difíciles; o por inducción incompleta y sínte­
sis precipitada de los datos de experiencia; o por deducción o
razonamiento mal llevado, sin criterio adecuado. Más explicable, aunque menos justificable, es la
mentira en
sus causas. Las dificultades
de la verdad práctica de orden ético,
tan condicionada por las disposiciones aíectivas, según la obser­
vasión aristotélica de que
qualis unusquisque est ta/is finis vi­
detur

ei
(según es cada uno, asfle parece a él el fin (123)), no
s6lo inducen a e"º' práctico;· sino también a la mentira, que,
aparte
de

esta fuente turbia, irracional, tiene otras motivaciones
más o

menos inmorales, según se trate de la mentira
perniciosa
(intencionadamente' dañina), de la mentira oficiosa (piadosa o
utilitaria) o de la mentira
iocosa (graciosa o divertida) (124).
San Agustín explica cómo las disposiciones afectivas discon­
formes con la verdad ética hacen molesta
y odiosa a la verdad,
amable de suyo: «Pero, ¿por qué
"la verdad
pare el odio"»
(Terencio)
y les hace enemigo tú nombre, que les predica la ver­
dad, amando como aman la vida feliz, que no es otra cosa que gozo de
la verdad? No es, por otra cosa, sino porque de tal
modo se ama la verdad, que quienes aman otra cosa que ella
quisieran que esto que aman
fuese la vettlad. Y como no qureren
ser engafíados, tampoco quieren·.-ser convictos de error; y, así,
odian la verdad por causa de aquello mismo que aman en lugar
de la verdad. Amanla cuando brilla, ódianla cuando se les
re­
prende; y porque no quieren ser engañados y gustan de engañar,
ámanla cuando se descubre en
s! y ódianla cuando les descubre
(121) Santo Tomás, Suma Teol6gica, II-II, 110, 3 ad 4.
(122) San
Agustín, Confesiones, lib. X, c. 23, n. 33.
(123)

Aristóteles,
III Ethicorum, c. 5, n. 17; cfr. Santo Tomás, In
III Ethic ..
lect. 13. n. 516.
(124) Santo Tomás, Suma Teol6gica, II-II, 110, 2.
802
Fundaci\363n Speiro

LA VERDAD UBERADORA
a ellos: Pero ella les dará su merecido, descubriéndoles contra
su voluntad; ellos, que no quieren ser descubiertos por ella, sin
que a
la vez ésta se les manifieste» (125). «Los impíos son arro­
jados de aquella herencia que se posee entendiendo y viendo a
Dios, como son rechazados los ojos enfermizos por
el fulgor de
la luz, la cual sirve a éstos de tormento y a los sanos de ale­
gría» (126).
VII. ¿INTERCAMBIABLF.S LA VERDAD y EL ERROR?
La perennidad de la verdad, teológica o filosófica, divina o
humana, en una gnoseología
realista (no agnóstica ni idealista)
debe ser entendida con todas las modalidades y matices de la
perennidad de su
obieto, el «verum» (divino o humano, perma­
nente o transitorio, histórico o metahistórico, verificable o
sim­
plemente inteligible) y de la facultad, la inteligencia (divina o
humana, intuitiva o racional). El hombre pasa normalmente
de
la ignorancia a la verdad, dado que trae consigo el entendimiento
«como una tabla en la que no hay nada
escrito» (127), y avanza
progresivamente de
la verdad imperfectamente poseída a su ma­
yor radicación, profundización, extensión y difusión. También
puede errar en la búsqueda de
la verdad pura y, sobre todo, en
las estimaciones prácticas, en los
dictámenes de
la conciencia y
puede ceder innoblemente a la tentación de la mentira.
Lo que no puede ocurrir es que lo que aquí y ahora es ver­
dad, mañana o en otro sitio sea error, o que lo que es error aquí
y ahora sea verdad mañana o en otro sitio; que la «ortodoxia»
de hoy sea la
«heterpdoxia» o herejía de
mañana, y viceversa,
como se empeña en sostener el teólogo contestarlo Eduardo Schil­
lebeeckx: «En la historia se da de hecho un
movimiento pendu-
(125) San Agustln, Confesiones, lib. X, c. 23, n. 34.
(126) San Agustln, In
Psalmum 5, n.

14.
(127)
Aristóteles, De anima, III, c. 4; cfr. Santo Tomás, In III De
anima, lect. 9, 722.
803
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VICTORJNO. RODRJGUEZ, O. P.
lar, la "ortodoxia" de un siglo no raras veces es la prehistoria
de la "heterodoxia" de la época subsiguiente, y viceversa» ( 128 ).
Este autor
ha perdido la confianza en la verdad . y en sus
criterios objetivos, apuntándose al agnosticismo kantiano y al
neopositivismo. Al igual que se cambió el hábito dominicano por
la corbata, cambió el ancestral lema de su Orden
Veritas ( 129)
por el
quid est veritas?, escéptico de Pondo Pilato.
Tanto en
e.l orden

teológico como en el orden filosófico,
tan­
to en el orden metafísico como en el orden físico, tanto en las
relaciones necesarias como en las contingentes, la verdad va, de
suyo, inseparablemente unida a la condición de su objetivo. Otra
cosa es que el_ reconocimien.to de la misma sea más o menos apro­
ximativo, y que su múltiple expresión sea más o menos ajustada
o feliz. Lo absolutamente inmutable. (Dios) ( 130), fo común y
específico de

las criaturas permanece y, con ello, su verdad;
lo
individual y variable cambia, pero aún as! pueden mantener cier­
tas constantes, que dan pie a una probabilidad de futuro y a
una certeza del pasado, puesto que el pasado ya entró en orden de lo necesario (131). Y, .desde luego y siempre, la palabra de
Dios es inmutable y eterna: «el cielo
y la tierra pasarán; mis
palabras no
pasarán» (

132).
(128) E. Schillebeeckx, Interpretaci6n de la fe, Ed. Sígueme, Salaman·
ca, 1973,
pág. 78.
(129) En
el siglo xrv, en tiempo de Juan XXII, los te6logos domini­
cos sostuvieron, con gran entereza, contradiciendo incluso la opinión «per~
sonal» del Papa, la doctrina de la visión beatífica, que pasaría a ser muy
pronto dogma de fe (Constitución dogmática Benedictus Deus, DS 1000).
Fue entonces cuando Juan XXII
proclamó: verdaderamente

ésta es la
Orden de la Verdad. · En addante, los dominicos incorporaron este lema a
su escudo. Puede
verse la
historia de esta controversia en
J. M. Ramfrez,
O. P.: De hominis beatitudine, t. V, págs. 555-608, ed. de V. Rodríguez,
O. P., Madrid, C.S.I.C., 1972.
(130)
Mal., 3, 6; Sant., 1, 17.
(131) «Praeterita autem in necessitatem quandam transeup_t: quia im­
possibile est non esse quod factum est» (Santo Tomás, Suma Teol6gica,
II,II 49, 6).
(132) Mt. 24, 35; Gal. 1, 8. Sobre la inmutabilidad del ser y de la
verdad de Dios y sobre la mutabilidad del ser y de la verdad del hom-
804
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LA VERDAD UBBRADORA
Uno puede acertar primero y errar después, o viceversa, pero
este cambio de actitud en
el sujeto no cambia la verdad obje­
tiva,
el «verum» convertible con el «ens», ni la ordenación na­
tural de la inteligencia a ella.
Lo que era verdad ayer, es ver­
dad hoy y lo
será maña!lll en

su multiplicidad analógica, aunque
varíe en unos y otros su reconocimiento y certidumbre, en la
medida que su consistencia objetiva
y la perspicacia del sujeto
lo
permitan. Yerra

el sabio
y se corrige; pero más sabio fue el
que acertó a la
primera, sin

necesidad de
retrac;tarse.
Santo

Tomás, al estudiante que le pidió consejo sobre
el
modo de estudiar, le dijo, entre otras cosas, que no cejase en
la búsqueda de la verdad dondequiera que se encuentre y díga­
la quien la diga, y que procurase certificarse en las dudas (133).
Bu,;dir
la oerteza en la veroid y decirla sin ambigüedades. Cosa
difícil, pero sumamente

valiosa y urgente.
bre; pueden verse las reflexiones de Santo Tomás en Suma Teólógica, I,
9, 1-2; 10. 1-2; 16, 7-8.
(133) Santo Tomás, De modo studendi, Opuscula theologica, I, pá­
gina-451, ed. R. Verardo, Marietti, Turin-Roma, 1954.
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