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El tradicionalismo filosófico en España

EL TRADICIONALISMO FILOSOFICO EN ESPMilA (*)
POR
FRANCISCO CANAIS VIDAL
La costumbre de proyectlllr wbre <:11 p.-lo históriro t6tmi­
nos ruyo significado se ha gest>lldo en ambientes sociales dive:L'S06,
o con poSterioridad y a través de procesos kgos y complejos,
unida a las 1Whigiiedades, conexalS muchas veces con prejuicios
y pel'spectivas ~, constlÍltUye un foctor pemnaoonte de
confosi6n en la tarea de los historiadores y de los sociólogos.
Viétre a resultrur así, en ooasiones, tarea muy ardua la com­
prensión
del dinamismo y orientación de 1m actitudes pollticas y
del sentido de i1as ooooepciones y corrientes que las impulsan ' e
inspiran.
La inevitable, y en cierto sentido exigida, ox:eptación de los
usos signifiaitivos """1-ientemente admitidos, no dispensa; de la
refilexión sobre su génesis, ni. mucho menos exime del debet-de
revisar 1()1; prejuicios y las ambigüedades que han venido a con­
solidarse con el paso del tiempo. No cabe presoripaión en los
juicioo históricos ni en las oairacterizaciOllleS sorciológooas.
El término «,ttadJ.cion:aJlismo» es, sin duda, utilizado con mu­
cha freouencia como sigru!ficando ll!IS ooooepciones y los idesles
que alentaron la secu1,r resi&tencia: española frente "'1 libera,li,.mo,
realizada couoretameote en el· ca:rli,;mo, pero iniciada ye en décru- ·
(*) Con expresa autorización de su autor el profesor FRANCISCO CA·
NALS VmAL, tenemos el honor de publicar este estudio que constituye el
título del libro de JOSÉ M.uúA ALsrnA RocA: El tradicionalismo filosófico
en
Españtl. Su ghiesis en

la
generación. romántica catalana (Barcelona,"P.P.
U., 1985), del que proximamente publicaremos una amplia resefia ·biblio-
-'"·
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das ll!tlteriores, y manifestada guerras como 1a de la Regm,cia de Urge!, OOltll!tlte el trienio li­
beral 1820-1823, y la de los «A1!1'1viatlos» de 1827.
Hay que comenzar por advertir que de este modo una pal,,bra,
asumida s6lo bastantes déc,;das después de la, ptimem guerra car­
lista, y sólo geooralliooa ron posterioridoo a la segunda y a las si­
ruaciones que siguieron a el1a, vi= a reoohrir, ron aqool des­
plazanriento cronol6gico, una arepai6n muy mnplia y que habría
que calificax, por las ~ que enseguida veremos, tn.ás bien
como confusa.
Porque, si queremos riombnm: como «tmdicionalismo» el pen­
samiento y las actitudes que dieron impulso a las mesisteucias
contra
el ronstitucionalliiamo l:iheral y a la ptimem guerra dinás­
tica,
aquel
término teudria que penmrs1e abanx:lmdo t11mbién las
doctrinas y los seutltnienros de los atlversrutios del libeMlismo de
las Cortes de Cádiz, e 'incluso de los impugnadores espaiiol,,s del
enciclopedismo. Indl.uiríamos .,,.¡, como una prinwa etltpa del
.. tradicionaliismo»
español, a toda uoo amplia oonstelaci6n de es­
crirdra;, caracterizados por· haberse mowdo, en su intransigente
polémica contra las ideas libenales, eu el contexto de una pma
tradroi6n
escolástica, sin cont:attniiru,cones filooófix:as ni culturales
derivadas de [as posioiones que combatían: Jerónimo Ceballos . y
el Pediie Alvaratlo, el «Filósofo Rancio»; el tmllorquín Puigsever,
dominico, y Fray Ramón Strauch, &an.::iscano mtmlán, dmpués
obispo de Vich, máttir de la fe eu 1823; los dominicos mtai1anes
Francisco Xame y N..rciso Puig; el mercedario catalán Magín
Fei,rer,
el domimro vai1enciano José VuW.
A!! decir de Menéndez y Pelayo, en un texto que ha ejercido
influencia
determiruinte eu inter¡,retaciones posteriores, esta co­
rriente de pensamrento escolástico h,,brfu agotado su vigenci,i entre:
los

mismos
'sectores «realistas», es decii,, adversrurios del cons­
tirtucionalismo libeNI, annes de que terminase el reiníado de Fer­
nando VII, para set sustituida por otra, derivada del pensamiento
de lOIS apologistas cat6licos de los tiempos de !la Restauración en
füaincia.
«Toda vía a ¡,rincipios del 'siglo -- 832
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EL TRADICIONALISMO FILOSOFICO EN ESPA1M
especialmente en las Ordenes Religiosas y en el seno de algunas
universidades, tradiciones veoori,hlllS, mmque por lo común de
puro escolasticismo; y en tatl escuela se formaron algunos nota­
bles apolojjistas, férreos en el estilo, pero sólidos en la doctrina ... ;
pero su

obra
resultó estériJ en gran parte, así por la sujeción
demasiado rumia que mostraron al pe:nmmiento escolástico, sin
hareme cargo de la diferencia de tiempos y lectores, cuanto por
la intransigencia de que hicieron alarde respecto de toda ótra fi­
loooffa.. . Este escolasticismo póollllmO no solmnente no sia-vió pllill
convencer a loo liberares, sino que, entre los realis11a1S mismos
hizo
p1otos prosélitos; siendo SUJStituido pronto, y sin ninguna ven­
taja de Ja cwtura nacional, por traducciones e,tropelladas de aque­
llos
eloouenoos y peligrosos apologistas neooatól.icos del tiempo
de
.Ja Restauración ftameoo, Chateaubriand, De Maistre, Bonalcl,
Lamennais
(en

su
primera época). Tatl fue 111 más atúdua l del clero español y de los legos piadosos en los últimos años dcl
reinado

de
Fernoo.do VII; y por este mmino lia devoción española
vino a
oatu1" dicionalismo filosófico, de simboli-smo ooosófico, de abslutismo
teocrático,

de
legitimismo reudal y andantesco, y de otra porción
de ingredientes de la cocina ftanQOOa, que m,.J podfo:n avenirse
con nuestro modo de ser llaoo y aaistizo».
Este texto alude a dos diferenriws que caracte:ttizan II una y
otra corriente, en lo ideológico y en lo cultural. Hallamos de un
fado un pensamiento escolástico, al que se contrapone en la otra
escuda una doctrina uno de cuyos :rasgos centrales es eil .«tradi­
cionalismo filosófico», <1jeno
a la tradición escolástica e incom­
patJible con ella.
Se evitarían equívocOIS si se aceptllse la terminología sugerida
por
Elfas de

Tejada,
distinguiendo un «.tradicionalismo hispánico»,
del «tradiciona&mo europeo»,

originado en Fr un
pensamiento contratrevolucionario apoyado en ll.a teología y
filosofía
escolástica, y que fue posible precisamente por su inin­
terrumpida
vigencia en España y muy especialmente en Cataluña;
y un esfuerzo novedoso, con pretensión de defensa de la tradi­
ción, creado en ambientes en los que se había producido durante
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FRANCISCO CANALS VIDAL
algun"" dooad lógim.
En

lo
literario y cultural, hallamos un conttllSte entre la prosa
polémica, a veces férreamente irónica,, de ootoi:m ouyo ~o pa­
rece srutar por encima del aicademiclsmo neoclásico del siglo XVIII,
y el ambiente y el talante de los apologistas fumceses, en los
que
los rodeos del lenguaje de Menéodez y Pelaiyo --- ..i «sentimentalismo poético», .J. «legitimismo feooal. y eooantes­
co», a cierto «simbolismo teosófico» y ail. «tra.dirionali&mo filo­
sófico»- quieren ,sugerir inequívocamente la inmersión de la
escuela apologética de la Restauración en el movimiento lit:el.'ario
y cultum en el que se originó el Romanticismo.
El texto que

hemos
citado fue escrito por Mooéndez y Pe­
layo
en

1893, en
su Introducción a [os Ensayos Religiosos, Po­
l!ticos y Literarios de D. José Maria Quadrado. Impulsado por
una
intención polémica
contra el ,tredicionaH~rno integrista que
se había expresado en

1888 en
el «maniliiesto de Burgos», y de­
seoso en el fundo de defender su posici6n palítica que, con la
bandma de la U ni6n Católica, vetJJÍia a ser en la práctim liberall­
oonservadora, Menéndez
y Pelayo proyecta, sobre los años oote­
riores

a
la primera guemia catrlist:a, unos esquem11S ino:decuados,
que le llevan a atribuir a los sectores sociales en que se apoyó la
resiistencia «rea1ista» y antiliberall que se coooret6 en la causa,
ele Carlos V -evidentemente aludidos "1 :mencionar «el clero es­
pañol
y los legos piadosos»-el habetse nutrido en 18s fuentes
del tradicionalismo
fooocés.
Desde esta desenfocada perspectiva, :la intransigencia contra­
nrevoliuciomria que habrla sido la causa de la guenra oivll, y que,
para Menendez y Pelayo habría sido también resporooble del
frocaso de ¡.,. soluciones conciliadoras propuestas d,,spués por
Quadrado y · Balmes, sería aitribuible, no l1antO ad «cerrhlismo»
castizo de la «escolástica póstuma», sino muy conoretatmente a
la contaminación de los que llama «partidatrios del lll!ltiguo ré­
gimen» por. deletéreos elementos recibidos de los escritores fran­
ceses apologistas de J,. Restauración.
Según

este esquema
forj.ado por el pollgrafo de Santoocler,
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EL TRADICIONALISMO FIWSOFICO EN ESPANA
• habría ,sido en el seno de lo que, ron lenpje balmesiano, po­
dríamos llamai, «sociedad antigw,», en donde habría tenido l.ugat
el injento, filos6ficmnente ttadicioruilista y culturalmente román­
tico, de aquella corriente apologétim famaioa.
Ahora bien, lo que el documentado y ,riguroso .,.t,udio da!
profesor Alsina pone de manifiesto, medioote el acceso directo
a los hechos y a Lis fuentes, es una conexión que podrá sonar a
muchos como una pamadoja, pero que responde plemunente a la
relili,lad hlstórica: La corriente «ttarucipnaJista», si entendemos
por tal Jo · que en una pe,rapectiva europea arostumbra a ser así
denominada, ,se incorpora .,J pensamiento español aisi exclusiva­
mente a través de hombres, publicaciones y escuelas pertenecien­
tes a la «sociedad nueva», a la España liberal; y, muy princip.,J­
mente, y ron cl,w:a prima.cía en lb cronológico y en la amplitud
de la influencia y difusión, por hombr..., pu!filcaciones y grupos
culturales pertenecientes a la burguesía libend de ila generación
romántica

de
la Cauiluña isabelina.
En su estudio sobre «Balmes, su vida, su tiempo y sus obras»,
Ignam Gaisa:novas, por medio de una investigación histórica más
ceñida a los hechos y · met6cÍícs.meote documentada que la que
se
expresó en los amplios y desenfocados juicioi, de Menéndez y
Pelayo, habla mostrado ya como mago gener.,J a todos los hom­
bres de
,la que llama «escuda apologética cratal,ma», la aceptación
del tradicionalismo ffusófioo. Pero, en rontmste con Menéndez
y Pelayo, y a pesar de reconocer en el tradicionailismo filosófico
algo así como

una
enfermedad Íll(t.eleotual «aquella malura tradi­
cionalista»
de la que es excepci:6n únioattnente Balmes, elogia sus­
tancialmente
a la apologética francesa y a su versión o imitoción
cata!lana como dorada de 1lr€s msgos-que enouentra a faltar en
el pemamiento escolástico de aquellos afias: « Una gene:oom afu­
sión
de amor,
una tendencia estétiM y una acomodación a la
sociedad de su tiempo».
Para precisar el diverso sentido de los juicios de valor emiti­
dos
respectivamente por Menéndez y N.ayo e Ignasi Casooo=,
conviene no olvidar tampoco que el historiador catalán presenta
a los hombres de la «escuehii apologética catalana» como «dotados
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de una :inren&i hambre de cu1tura», profundamente religioSCJIS, a
pesa:r de que hubiese lkvado el morri6, es decir, el distintivo de
la Milicia nacioool, con lo que qrooda como algo indudable la
raraoterización rultura:1 y política de aquella genersci6n integrada
sociol6gioattnente .e,n. la burguesía moderada isabelina.
De aquí que, mientrns los dos ootores citados coinciden en
critica:r los aspectos negativos

de
Jos escritores contrattevolucio­
narios escolástioos,
a los que acusa de falta de diálogo con ot,ra,;
filosofías
y oorrada intransigencia polítiai, aunque ambos reco­
nocen en ellos solidez rncta&dca y teológica; discrepan not.ahle­
mente

en
la va.Ioraci6n del pensamiento tradicionalist.a de impor­
tación francesa. Menéndez y Pelayo se sitúa en una actitud de
casticismo españolista y habla de «ingredientes roalolientes», Ig­
riasi. Casanovas aprecia J., i.-ecepí;i6n del pensamiento spcJogético
francés
como aportación enriquecedora que abría perspectivas de
adapmción a Jos tiempos y de inoorporaci6n a nuevas perpectiva,;
venidas de Buropa.
Uno y otro juicio de va.lar ae explican obviamente desde las
distintas motivaciones rulturales
que animaban l!US respectivas
obras. Menéndez y
Pdayo intenmba desprestigia:r el «integrismo»
español

aousándole
de ccmtarninaci6n francesa y, por lo mismo,
de
inwtenticidad extranjerizante; Ignssi Casanovas deseaba va­
lorair el que podríamos llamar «tradicionalismo catalán» como UM
enriquecedora aportaci6n europeizante de la generaci6n román­
tica
catalana.
El tradicionalismo fitlos6fico es ciertamente la actitud doc­
trinaJ ooroún

a los hombres
de aquella escuela de apologistas ca­
talanes; pero el que ha de ser =nocido como el verdadero y
definitivo
introductor en España de la doctrina de Bonald, es
uno de
los roá,, íntimos colaboradores de Balmes: Ferrer y Su­
birana. Es éste un punto de decisiva importancia, que en este
estudio del profusor Alsina se pone en claro definitivamente, con
lo
que habría que considera:r como canceladas las representacio­
nes forjadas pot Menéndez y P tonces una influencia
deformadora en el enjuicwniento del pen­
samiento político español.
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EL TRADICIONAUSMO PILOSOFICO EN ESPA1M
La complejidad y ambivalencia de iki ohm de los apologistas
franceses, si :se explican oociológica y culituraJrnente desde sus
condiciomwúentos románticos ,,tienen su más roncreta y profun­
da crazón de ser en el sentido equívoco y ronfuso deJ. ttadicio­
nalismo
filosófico.

Este
ha sroo visto muchas v= como una
exageración y exceso en uina Jínea de afirmación de la fe reli­
giosa y de la autoirid..:I en el orden político, y así se le acostumbra
a señalar, con i!ntención de omim negativa, como raíz de las po­
siciones que hoy llamaríamos «integristas», y que a mediados del
siglo XIX eran denominadas en Francia como caract:erist:icas de un
«ultramontanismo innransigente».
Desde esta perspectiva, que es obviamente aquella en que
se sÍltÚa Menéndez y Pe!ayo, sería di#cil comprender que el pen­
samiento de De Mmstre y Bonald estuviese presente en las mo­
tivaciones
ultraniontanms y tradicionalistas de la aliamá realizada
en Bélgica entre los católicos y los hberales en. el movimiento por
su independencia en 1830. Sería itambién de imposible comprep.­
sión el hecho de que el radical tradicionalismo filosófico que pro­
fesó Lamenuais, con el nombre de filosofía del sentido común o
de
la razón general, impulsase desde las posiciones «ultra-realis­
tas»

de
sus primeros años hasta la fundación de la escuela de
L' Avenir, expresión de un catolicismo liberal que llevaría a cris"
tianismos izquierdistas y revolucionsrios, ,
El· tradicionalismo filosófico
estuvo inmerso en ooa confusión
y desenfoque radicales, no sólo en Lamennais, sino en el propio
Bonald. La relación entre el orden :racional humano y los cons­
tirtutivos naturales de la sociedad, con la presencia, en la vida
humana
individual y colectiva, de una autoridad de origen tras­
cendente
y ,sobrenatural anunciadora de la palabra revelada, es
transformada,
en un proceso inexpresado de inmanentización y
naturalización de Lis mis1ll.lls dimensiones sobrenaturales de la
religión.
Para Bonakl la revelación queda ,reducida a la ~ón de la
palabra humana, transmisora de un tradición · o «revelación» re­
bajada
a1 nivel de un. elemeoto constitutivo de la sociabilidad de
los
hombres;
mientmll en Laimennais b autoridad :infalible del
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FRANCISCO CANALS VIDAL
Rom,,no Pciintífice quiere ser sost:eni4a sobre la base de una in­
terpretación de la autoridad religio.sa suprema del Pontificado
como
el

órgano
del ronsentinrient:o común o mzón general de la
Humanidad.
La adaptación a la ou!tura contemporánea, y la apertura de
una posibilidoo · de diálogo con ios adversarios, que Casanovas
elogia
en

el
¡,ensamientJo francés de la Restauración, tienm, pues,
una
raíz viciada, que iba a mcer muy probremática su eficacia
ulterior. Hay que reconocer que rugunas de aquellas defommcio­
nes
contaminaron r.ambién a pensadores y políticos con voluntad
sincera
de deferu;a de los valores cri8tianos y de su presencia en
la sociedad; pero resulitará si.empre justo Ol!lificatt, aquellos ele­
mento contamina;,tes presentes en el ttadi.cionalismo fumcés, y
concretados especialmente en llls po.siciones del ttadi.cionalismo'
filosófico,

como
una grave deficiencia del pensamiento católico
de
las generaciones romántk:as.
Conviene

sobre esto no
de¡;ar sin precisar, si se quieren su­
perar los equívocos muailes, que no pcx!tfa caracterizarse con jus­
ticia
la doctrina de Donoso Cortés en sus últimos ·años, en su
autenticidad
y originalidad profundas, como inmersa en esta co­
rriente contaminada. Un órgano representativo y autorizado de
la tradición escolástioa, como la revista romana La Civiltá Catto­
lica -que ejerció durante algunas décadas, a partir de su fun­
dación
en 1850, una influencia univem,I en el pensamiento ca­
tólico--mientras combatía tenai.mente el penaamiento de los
tradicionalistllS filosóficos, defendió a Donoso Oxtés, afumando
la ontodnxia de su pensamiento, y advirtiendo que su lenguaje,
si no era el utilizado por los escoLlsticos, podía ser reconocido
como heredero de

modos
de hablar recibidos de la tradición de
los
Santos Padres.
En rewlidad, Donoso Cortés, que en modo alguno coincide
con Bonald en la doctrina de éste sobre aas relociones entre co­
nocimiento y el ~je, se mueve en los planteamientos de un
«agustinismo político»; su tema no es la inmersión coofusi.onaria
de la fe y la revelación. en la tradición social y la autoridad hu­
mana, sino, por el contrario, el reconocimienito de la impotencia
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EL TRADICIONALISMO FILOSOFICO EN ESPAAA
de la naturaleza y de l.. razón humana en cu:anto viciooas por el
pecarlo. A diferencia del propio De Maistte, cuya apologétic;,. del
Pontificado y de w infalibilidad se mueve preferentemente en
un plamo institucional y sociológiro, en Donoso Cortés hallamos
una comprensión auténti:camenit.e teológica y sobrenaituial de la
realidad católica.
No tiene sentido hablar, como había hecho t:ambién el propio
Menéndez y

Pelayo en
su Historia de los Heterodoxos Españoles,
de un contraste según el rn:tail, mientras en Catalum se siguió
preferentemente a Balmes, los escritores oaitólioos de Ma.driid se
habrían
inclinaido más a la línea de Donoso y 1111 «tradiciooolismo».
Precisamente el propio autor notarría después en la citllda intro­
ducción a las obras de Qu,,dn,,io, que en éste aparece el tradi­
ciona:listtno filosófico
bonaldiano ya en 1843 y 1844, es decir,
siete a!ios antes de la puhlk,ación del Ensayo de Donoso Cortés,
y muy poro después de la entrada de la filosoff:a¡ de Bonakl en
Espa,ña por obra de Feroor y Subimna en Ban:el.ona.
Es también importante poner en obro, como lo hace con pre­
cisión y rigor el proresor Alsina, 1as l1llZOlleS que explkan que
Bailmes sea

en
Cataluña, o más propiatroonte, en el ambiente de
la generación romántka catalana, una excepción """"'1ttizada por
no haber aceptado la filoapfía de Bomild.. Las razones hay que
bUSCSl'las en ¡,. dohle formoción escoláSilÍca rectbid:a por Jaime,
Balmes, en el seminario de Vich y en ,]a Universidad de Getvera;
una dohle fomnación por la que Torras y Bages en La T radició
Catalana, le prarenta como receptor de unia doble herencia: la
del tomismo tradicional persistente siempre en Vich, y en la que
T ooras y Bages ve el pensamiento educador de Catalufía, y la de
la escuela más ecléctica, y con designio de apelltum a ciertos as,
pectos de la modernidad científica y filosófioa, que predominó
en }a Univiersidad de Cervera hacia :la mitlaid del siglo XVIII, y
que
se había prolongado, incluso después de la expulsión de los
jesuitas, por .Jgunos hombres continuadores de aquella !mea an­
tiquo-nova
de l:a escuela jesuítica cerv~.
A este propósito habría que reconocer que Jaime Bailmes ,;ería
tal vez mejor comprendido si m' se !e juzgase habitlllllmlente como
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FRANCISCO CANALS VIDAL
un iniciador del. ~o, y confrontándole con ett,pas
posteriores
en la !ll;laduraci6n de :la reat1auraci6n esoolástica, sino
más
bien como un continuador eminente de aquella escolástica
ecléotica
I®Pia de Jos jesuiltas de la Ull!iversidlllCI de Cervera. En
tocio caso, es claro que fue la doble herenci,, escolástica la que
ponía
a Bailmes fuera del ambiente en el que ,re pudo gestar ila
recepción del 1ll:>ldicionalismo filos6fico, uno de wyos condiciona­
mientos

decisivos fue
precisamente el

olvido o
el desoooocimiento
de la tradición filosófio, de las e,acuelas, umda a cietta audacia
innovadora, demasiado carente de fundannootos metafísicos y teo­
lógicos.
En
relación con este punto hay que señalar como un acierto
del

propio
Ignasi Casanovas el negar la pertenencia de Ba,lmes a
la «escuela filosófica catalana» que en aquellos años se iniciaba
en
la obra de Martí d'EixaJa, que, a juicio del historiador jesuita,
había
de parecer a Balmes como dotada de insuficiente base me­
tafísica.
Las
conexiones
documen~te afimmdas en el presoote
estudio

del
profesor AJsina son especialmente fecundas en orden
a
la comprensión de una doble ilínea de problemática histórica y
sociológica. Me refiero,
por · una parte, a aquellas dimensiones
por las que el tradicion:a:lismo originado en Francia e injertado
en

España
por la tarea de la burguesía moderada catruana y balear,
pudo
ínfruir en actitudes posteriores del tradicionalismo político
español,
a
través de Ja incorporación a la causa caruista de hom­
bres, procedentes del
llamado neocatoliciomo, que constituyeron,
después
de la cáída de Isabel 11, la minaría monárquieo-01tólica
en las Cortes de 1869.
Pienso, por otra pamte, en el hecho de que el tradicionalismo
filos6fico,

carácter
dootrinaJ de

la
«escuela apologética catalana»,
constituye

también uno de
los elementos centrales que, en íntima
conexi6n con un romanticismo
historicista, y
con
las· orientacio­
nes de la nacienre «filosoffa oota.!ana», revelan Jos orígenes de
los
uJtetiores movimientos culturales

y
políticos que constituye­
ron
el cata.laniomo y

el
nacionalismo catalán, ya que, como not6
Allison

Peers,
la Renaixen~ prolongó en Catalufia el romanti-
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EL TRADICIONALISMO FIWSOFICO EN ESPA1M
cismo. Est:a génesis romántica comtituye una comprobación de
la tesis de quienes han sostenklo el carácter extrfin= a la tra­
dición
cista afirmada por Rovira i Virgiili en su Historia del moviments
nacionalistes, siguiendo a Afexaiad:re PJarui y Valetí Afmirall, con­
trarliciendo
a quienes querían presentar el movírníento catrulanista
romo una roncenttación y fott,,leciroiento de :las energú,s tradi­
cionales del pueblo cat:wlán.
Abordmdo la primera de las ,problemátiica,, apuntada:,,, hay
qu:e que éste· vino " ser como un escepticismo, pretendidamente pues­
to
al servicio de la . recepción vmdicionl!l de J., verdad; con ello
también :la mism¡t re revelada quedaba irunetsa y rebajada a un
orden
humano y ,sociaJ, preci,sament,e por desconodmiento de
sus bases oorurales, que tM rigurosameote habla afumooo santó
Tomás
de Aquino. Los creadores del ~smo filosófico
no deberían haber leído, ..I pettoor, ni :la i:uesitión primera de la
Summa Theologica ni loo primeros capítulos de la Contra Gentiles.
A'.hora bien, podría decirse que, en el orden de J... rel¡¡ciones
de Ja religi6n y Ja polítim, el movimleDto ultramontBIDQ, defensor
de la autoridad infalible del Pontifioado, de. la generación ro­
mántica francesa, aplicaba también on esquema parecido: el es­
cepticismo político vino a ser interpretado como si 1n1vrese una
conexión necesorla con :la· afirmecl6n de la SIUtoridad religiosa.
Las
fóro,,u:las que hablaban de ser «católioos a,nte todo» para in­
ferir inmecliattamente :la consigna de liberar el movimiento cató­
lico de rualquier concreción «legitimista», que fueron propias
del «partido católico» francés dunmte J.. mon¡,,rquia orleainista,
tiene sus mees ya en el i:,ensatmiento de :la primera época de La­
memiaÍ!s, e incluso :la apologética «romraniista» del conde De Mais­
tre sirvió también

a los
«cat61iros» han.ceses y belgas para iiniciar
el sorprendente modo de er¡¡umentiar que ha llegado hll9t» nues­
tros
días: se

invoca
la heterogenekmd y :la~ del «ca­
tolicismo»
-o del «cristianismo»--frente a cwil.quier causa po­
lítica, y ,se roncluye en iJ:a oonvOCIBJtorio. de tadoo !os ciudaidanos
creyentes en apoyo de una única opción polittÍl:111.
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FRANCISCO CANALS VIDAL
La inmanentización de la fu religiosa par efecto de la confu­
sión «tradicionalista», que tiettre su e,q,resi6n más mdk:al. en el
sistema
de

Lammnais, puede
h:aiber sido la e,¡,-profunda del
cutso ulterior de una rserie de '1Ctitudes, que pa,rea;n conexionarse
según
wi sotprendente proceso: se habló primero de «catolicis­
mo», eo1lendido romo um ideología y bandera polítim, que exi­
mía de cualquier otta opción e incluso exigía evit'alrla; 1mblaron
después otros de «catolicismo libeml»; adjetivando rusí la opción
religiosa ron
una califioación política; después, substituyendo por
«crist:ian.ismo» el término primeramente empl modo aludía a la realidad católioa, se su11tai!ltivizó la opción po­
lítroa, para utili= sólo como adjetivo la p,,mbm sigrufill8lliva de
lo
religioso, y se habló de «democracia cristiaw»; en nuestros
días

se
expresa abiertamente l!a redua:i6n a instrumen:to y medio
del id~ religiOISO, y se hab]¡¡ de «oristiSOO!< para el socieJlismo».
Ya en aquéllos años notaron pensadores de divelJSO signo que,
mlentm,; se invocaba !a mdependeocia de la I!!WSm respecto de
las causas polítims, se venía " exhortar a ios cat6licos a ponerse
al servicio del libeMlismo o de las más radicales TeVolmiones:
así
Jo notaron, por ejemplQ, hombres tan dlstinros romo Donoso
Cortés. y Dupsnloup, que después de la revolución de febrero de
1848, se' sentía enfrentado a ~es, si quisiémmos nombra,,les
según
esquem111S ronce¡:;tuale,; de hoy, human podklo ser llama­
dos
«cat6liros pma la República».
El indiferentismo político, que hallamos en décadlis poste­
riores en comentes tun opuésnls CO!llQ el ttadicionsilismo inte­
grista, escindido del legitimismo catlista, y en los que se inte,
graron en la «Unión católim» procedentes de los sertmes transi­
gent,es
de .la política «Monárquico.Gait6lica», tiene conexiones in­
ronfundibles con las «tmducciones» españolas del uitmmontarus­
mo francés, a,¡:no las que hallamos en El Católico, en José Ma­
ña Quadt:aid<1, y <;iii los ho¡nbre,, de la escuela apologétkia catalana.
El sohrenatura&mo · de · Donoso Cortés y el realismo meta­
físlro, oo cóntami:noo<1 por la filosofía tradicionailma, de Jaiore
Bwlmes, pueden dar J:ial¡:Ón, romo se analiza acettadamente en el
presente
estudio, de' que· rii uno rii otro aJiatten en España una
842
Fundaci\363n Speiro

EL TRADICIONALISMO FIWSOFICO EN ESPARA
bandera de «partido ca1t61ico». Se ha de :reronocer, no obstoore,
que el intento baJmesiano de conciliaci6n polftldw, que tenía romo
una de sus condiciones el enlace m:ttri.moniail por e1 que se hu­
biese
superado 1h 1ucba díinrástica ~intento fracasado no por la
resistencia del pueblo catlisto, de la que se ha hablado muchas
veces,
forjando con

ello
umi historia-ficcion, sino por la intran­
sigencia antittadiciot:iail de los liberales moderados, romo advirtió
con precisión Ignasi. Casanows--fue posteriormente . invocado
según
una dialéctica ronfum, que comienm llomando a ;J,a con­
ci,lfüción, incluso en

nombre de
11I10tivaciones religiosas, paira con,­
cluk simplemente en la caocelaci6n de J.os ideales y v.Jores tra­
dicioru,les y la entreg" al •servicio de 1m ideales opuestos; lo que
en
el fondo es un resultado contlradictorio con el intento baltne­
siano.
Contemplados IJas cosas desde Ca1ialuña, tal· vez hiabría qúe
recdnO!cer, en la inconsistencia dootrinal del tmdiciorutlismo füo­
s6fico y en las deliouescencias de la apologétkiaJ romántica, la
míz remota de la facilidad con que los .descerulientes aburgue­
sados de los menootrales o de las fmnilias rumies de la Cataluña
carlista, pasaton, después de 'rugunas genemciones, al campo, li­
beral en definitiva, del artalanismro «regiomlista». Este cambio
. de posici6n constituía en lo político, y en muchos aspectos tam­
bién en lo rultum! e ideológioo, una ruptw!a con la llr8dici6n. fa.
millar y social de aquella Cataluña canilista, en lo que persi!srtia,
hasta tiempos no muy lejanos, la Catieil,ufía en su modo de ser
tenazmente tram:ional.
Fue Rovima i Vttgili quien tuvo la sin­
ooridad de reconocer que «los herederos de 1640 y de 1714 son
en realklad los carlistas de la montaña catalana».
La conexión así afirmada entre las guerras cattalanas contra
la
«m que
se combatió reiteradamente contm el jacobinismo y el Estado
liberal, hace compreosible un hecho casi· gener:admente s&nci'1ido,
Bl pueblo Cll1!alán es "qué! que, entre todos los p,rebJ.os de Es­
paña o de Europa ha vivido en más ocasiones y durante más tiem­
po en guerra. contm el Estado inspi,t Revolución fraru:esa: la Gue"a gran; la Guetra de la fodepen-
843
Fundaci\363n Speiro

FRANCISCO CANALS VIDAL
dencia contra el Imperio na,pole6nko; la de Ju Regencia de Urge!
contra
la Constitución de Cádiz, dumme el· trienio liberal de
1820-23; la de los agraviats, en 1827; la «primera guenra c:air­
lista», la de los matiners, de 1846 a 1849; y tia «segunda guerra»
carlista, de 1872 1> 1876.
Paira au:acte:rimr, de una manera sociol6gjci,mente adecuada,
el injerto del ttadicionallsmo francés en España por mediación
del ambiente de la burguesía isahelina moderada de Úlitaluña,
es !lleeeSario no des!aitender eil hecho de la vigorosm pervivencia
de
la más pum tradición esrol:ástim en ila CataJluña misma y en
las tierras hermanas de Voilmci.a y Mallorc,¡,_ Una ttadición es­
colástica, tomista principalmente, a [a que pertenecieron nume­
rosos
apologistas y polemistlllS antiliberales de esw,s tierras, en las
que
la línm de pensamiento que Ipsi Casanovas oolifica de in­
transigente y
cerrada, y que Menéndez y Pelll¡yo denomina «es­
colástica póstuma», es superidt, por el número de sus represen­
tantes y por la infiluencia de su tarea, a la que haThimos en otras
tierras y puehlos hispánicos.
A los nombres ya mteriotmente ciroados podrf.a,n añadirse otros
como JOlS de Fra Esteve d'Olot, cl santo mí5iionero capuchino,
cuya

hija
espiritual fue Sranta Joaquina de Vedruñ,,, y que con
su
predicación ferviente, y explfcitatmente opuesta al oonstitucio­
oolismo libera[, parece habet alentado el espíritu rombartivo de
sus contempotáneos; o el Doctor Gdxail i Estirsdé, el que fue
Obispo de Seo de Urge1, y que orientó también la tarea apostó­
lica dcl ya belrtificado Manyanet y Viw.s. En definitiva, no ha­
brfu que

ignorar cuál fue
el mraigo socidlógico de toda aquella
generación de
fundadores y mi&ioneros, en Ullllll época de la que
afirmó Vicens Vives que «nunca en Clllt'alu!íil había habido tantos
santos como entotJJOes».
Conviene no dejm tampoco de . notl>r el revelador desenfoque
del icailíficlaitivo de «pósttmlll» atribuklo a aquella corriente. Por­
que
los
escritores escolá$icos contrarrevolucionarios de estit tie­
rra no sólo continuaron escribiendo dutan"te muchos ilustros, sino
que se hicieron
pr~ más allá de nuestras frontems. El do­
minico Xattié -presentado siempre como uno de los más intran-
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Fundaci\363n Speiro

EL TRADICIONALISMO FILOSOFICO EN ESPAAA
sigentes y anticuados entre aquellos representantes del puro es­
co'.lasticismo y de la inttaru;igencia antilibera:l~ :fiue e,r, Ja década
de los cuarenta del pasado siglo, despué.s de exiU.,11Se de España
al fin de la guerra cairlista, regente de estudios de Santa María
Sopra Minerva, la casa de estudios romana de la Oooen de Pre­
dicadores; su compañero de hábito y colaborador Narciso Puig
ocupó el mismo cargo en el Calegio T eológiro de Bldk,nl.,, cen­
tros ambos de decisiva lnrfiluencia en el cresurgh-del tomismo en
Italia. Xarrié y Puig puhlio,ron en colabbración, en 1861, en
loon, unas Instituciones T eol6gicas según la mente del Doctor
Angélico,
y en 1865 una obr11 polémica contra los errores vigen­
tes, en la tlínea del Syllabus de Pío IX, promulgaido el año anterior.
Si
en una pe,spectiva general española resulta irrisoria m ca­
lificación de póstuma atribuida a una corriente escolástica que
podríamos considerair como perviviendo desde entonces hwsta
nuestros días, en Ponsoca, Noobemo del Prado, SOOll:iago Ramírez
y sus discípulos; en una pe,,spectiva ootailana no resulta menos
sorprendente
el
calificativo, si no dej61DOS en el olvido Ja tenaz
persistencia de las tradiciones escolásticas en Cataluña; a las que
hay
que artribuir
[o más . nuclear del pensamiento de Torras y
Bages -para quien la filosofía y da. teologf¡a de santo Tomás C01ls­
tituía la raíz de la tradición culmrail y elemento esencial de la
eoocación colectiva del pueblo ca11alán-y que se prolongan hasta
nuestros días. Por ci4a tareas del ca11denal Vives y Tutó, del estudioso de la escuela frwn.
ciscana Miguel Oromí, del meta&íro ,suwrista Roig Gironella, y
el profundo impaicto de 1i aoción espiritual y ruituml que desa-
11r0lló en Bancelona el jesuita mallorquín Ramón Onlandis, maes­
tro y creaJor de la <1Ctual escuela tomista baircelonma.
Hay

que
atreverse a un acercamiento a

los hechos en
sí mis­
mos,
prescindiendo de las nebulosas que han encubiento Ias ro­
nexioru:s reales y los vrailores profuncb de la tradición de Cata-·
luña. Hay que prescindir del desdén oovooentista hacia Venla­
guer, y del olvido y ooultamiento del modo de ser de nuestro
pueblo, ocurrido en
las recientes décadas de marxistizoci.ón del
catalaiµsmo. Tiempo en que hemos tenido que sutrir el desco-
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Fundaci\363n Speiro

FRANCISCO CANALS VIDAL
nocimiento, por his nUCVilS genemciones, de tlm e,q,resiones más
auténticas
y populares de la ,liteljatma y de Ja música religiosa
c attfstico de Gaudí, por detener la OOl1$1'MJCÍÓn del templo de la
Sagrada Familia.
Si nos encammos con los mismos hechos, romo ocunre en el
presente estudio del profesor Alsina, enoob.trmemos que ,la in­
negable
calidad cultural de algunas de bs tareas de los l:lombres
de la generaci6n romántix:a qamlan,i no puede ocuilmr aquel desa­
rraigo

y
extrinsecismo de sus actitudes y vivencias. En un aspecto
literario,
aquella generaci6n pudo ser caractle112Jada por Antonio
Rubi6 y
Llucl:i -hablando en 1918 en la Universidad de Ban:e­
lbna sobre la figura de Milá y Fontanal&-como la que por pri­
melia vez desde los dÍJi6 de Boscán creaba en Catalufia una es­
cuela litenaria, castellana; y cuela, que parecía había de set la negaci6n de nuestm propia per­
sonalidad, y que iba a rellllizar la obtla de asimilación literaria, que
tres
siglos no habían
podido conseguir, sm,gió cabalmente nuestro
actual renacimiento, que en rigor no fue más que su continulaci6n
lógica».
El

propio
Ignasi Gaisanovas a:eronoce que se dan «dos irmp­
ciones poderosas, una la del romanticismo francés y lotra la del
romanticismo castellano, y

también
Menéndez y Pelayo hubo de
eooribir i:efiri.éndose a Rubi6 y Üfs, en 1889: «Debe edvertirse
que

en
ellas ----'ell sus poesíials--se revela a cada paso la intención
de
hacer _poesía catail:ana ... pero tiene más bien el oolor generail
de

la
poesía romántica francesa y espafíola en que su autor se
educ6.
Víctor Hugo y· Zorrilla fueron sus principales maestros».
«Es

poesía
enteramente moderna, y a esto debe su vitalidad y
fuerza».
Postedormente, hablando en Baroelona en 1908 sobre Milá
y Fontanals, reconocería que «la poesía popular salvó a la lite­
ratura
catlllana», citando

en su apoyo a
Miuian Aguiló. «Sin

esta
benéfica levadura. . . la ret111ciente poesía se hubieta exttlaviado
por fos fáciles senderos de la imitación de los románticos fran­
ceses y castellanos». Es claro que esta «poesla popular» es muy
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Fundaci\363n Speiro

EL TRADICIONALISMO FIWSOFICO EN ESPANA
prim:ipaht=te !la de Mossen Cinto Verdaguer, aquel por quien
«,a la homniga ie nacieron ailas de águila», y que internarionaliz6
la lengua mmlana desde um fuet7ia de eom:izai¡niento wmarcal
apoyado en su entorno vinil y familim de !11 «Plana de Vich».
A pesar del caráot.er exoopci<>Qa} de la Oda de Arlbau y de 1a
obra poética catalana de Rubió y Om, resulta extmordinariamen­
te significativo el que fuese Rovira i Vttgili, historiador y teórico
del nacionalismo Qan,lán, quien de forma más expn,sa atribuyese
a los hombres de aquella generación , liremriameote caotellani­
zada, el caráctet de iniciadores del posterior catalooismo cu1tul'ail
y polítiro. Con rotunda sinceridad !mbla de la supervivencia de
una literatura en J.enp <111~, decadente y «vallfogaoosca»,
para afirmar que el espírirru de mord.emk1,ocl, que haría posible el
ulterior nacionalismo, se gestó en escritores que en su mayol:ÚI
etan cultiwdores exclusivos de ila lengua mstellana. Su juicio es,
tembién en esto, cldherente con la interprefilción extrincesista de
los orígenes del catalanismo.
· Por esto es posible que, quietles di.crepamos radíca1mente de
sus juicios de valor, eoincidamn,¡ con él en el juicio de hecho
sobre el carácter extrínseco a las =:u:lares y profundas energías
de
1a tradición catailana, de aquel movimiento generado por un
impacto
«revblucion..rio», matizado de romanticismo iliterario
WrutletSCOttiano, de historicismo jurkliro, de psicologismo filosó­
firo «escocés», y en los hombres y tareas de que se ocupa el
presente estudio,
de [os element'OII ideológicos y actitudes apo­
logéticas
carax:terístia,s del ttadicoomlismo &a:océs.
Es un encubrimiento del problema segui~ urtilizando [os tó­
picoo que poosen1"'ll un contraste entre una Oatllluña del interior,
de 1a montaoo, de mentali luña del iliroral, abie,ta, libetal y progresiv", para presentar des­
pués [os movimientos cultwales y · pi,liticos cata[anistas, espe­
cialmente a pa11Iir de 1's décadas de la polftim «regionalista»,
como

un
esfuerzo de síntesis y convergencila de aquella dohle
,tradición. De este modo

se
em:ubre aquel odgen eirtrínseco, su
caráctet

de
impacto cuJtwal producido en la déc:ada que sigue
al año cuarenta del pasado siglo, en ilos sectores de una burgue-
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FRANCISCO CANALS VIDAL
sía barcelonesa plenmnente inmersa en la sociedad de la «España
nuevia» de la monarquía borbónica isabelina, pero que constituía
por Jo mismo como un islote en la Gatalufia rml de enronces, e
incluso en mU!Chos aspeotos deooenttado de lia vida real que se
continuaría también en posteriores generaciones catalanas.
Si, busoando los anteoodeotes que hicieron posible la rultura
de
fa generación romántica -iniciiadas ya por ;J... tareas de El
Vapor
durnnte la guerra civil, y El Europeo en el trienio Ji.he­
r~, ilós pudiésemos haJ.lattc en los IJustrados wtal.anes, o en eil
hum Cervera a mediados del siglo XVIII, romo lo sugieren las investi­
gaciones
te.spootivas de

Bonet
Bailtá, o

de Casanovas
y Batllori,
nos enconlira!Íamds con un origen más remoto cronológioamente,
pero no menos «extrínseco» que el afirmado por Rovira i Vir­
gili. Estarnos, en efeoto, en ambientes y actitudés de los que,
desde una perspectivia interna al modo de ser catalán, no sólo
habría que decir que 'se movían en los condicionamientos impues­
tos en España ¡,or el sdvenimieoto de la ditmstía borbónica, sino
que también, por ello ,mismo, tendrían que ser calificados como
botiflers.
Tal vez el ,sentido de ,aquella cultura de la bmguesía mode­
rada, que el propio Marag¡all describió como «de un aire serib y
provinciano, un matiz discreto pero un poco triste, porque la
verdadera vida de la tierra no se bahía despertado tbdaivía», y
el posterior empeño de coofundir «la voluntad de ser» de Cata­
luña con

la
radicalización y genemili$ci6n de corrientes e:xttínse­
oas a su tradición, expliquen el hecho, que podría pm-,,cer para­
dójico, de

que el pretendido
autenticismb, búsqueda de identi­
dad y voluntad de ser del tiaciomlismo oatalán, fengan tantas
Vieees el carácter de un esfuerzo para hacer de Cataluña un pueblo
desmemoriado y desmedulado.
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