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La imagen económica. Impactos de la información

LA IMAGEN ECONÓMICA.
IMPACTOS DE LA INFORMACIÓN
POR
ANTONIO MAKr!N PUERTA
Como es bien conocido, a lo largo de la historia uno de los
aspectos
detenninantes a la hora de enjuiciar a las sociedades ha
sido el relacionado con su bienestar material y su prosperidad,
bien fuera ésta aparente o real.
Esta valoración acerca de la efectiva situación económica ha
venido condicionada
por factores tales como la posibilidad real
de obtención de correcta información,
por la capacidad de ade­
cuado análisis de la situación,
por factores como la envidia o la
autosuficiencia
y, por descontado, por factores como la manipu­
lación interesada y coaccionante ejercida
por los órganos de
comunicación, además de
por la aparición de las ideologías
como elemento distorsionante de cualquier juicio exacto.
La posibilidad de obtener datos ciertos sobre la situación
económica, sea sobre la propia o sobre la
de otros países -tan
vinculada al efectivo desarrollo de la econonúa como ciencia­
ha hecho que durante la historia este aspecto se haya basado a
veces en supuestos exactos y razonables, pero en no pocas oca­
siones en juicios disparatados fruto de las más extravagantes fa­
bulaciones.
En todo caso
la economía ha tardado muchos siglos en pasar
de estar conformada
por un conjunto de técnicas más o menos
elaboradas a finalmente
poder actuar con carácter científico a tra­
vés del
uso del análisis y de soportes estadísticos suficientes
como para poner
en ejecución medidas eficientes en cuanto a los
resultados buscados.
Es evidente que habiendo mediado un
Verbo, nóm. 391-392 (2001), 111-128. 111
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espacio cronológico de un siglo entre la España de la Restau­
ración canovista y la nuestra, sin embargo la distancia es de años
luz a la hora de valorar los conocimientos técnicos y científicos,
lo que facilita la exactitud de cualquier juicio acerca de la aplica­
ción de una medida económica.
Tales errores de juicio han llevado con frecuencia a invasio­
nes y conquistas de pafses considerados como
un Eldorado, que
una vez invadidos e incorporados a la potencia invasora resulta­
ban ser un lastre, provocando la conquista un coste económico
muy superior
al provecho económico obtenido.
Pero mientras estas frecuentes incorrecciones históricas para
evaluar han procedido de limitaciones propias de la información
o de la competencia de
una te01ía para obtener correctas con­
clusiones económicas, nada como la ideologfa
ha llegado a resul­
tar
un factor tan deformante de la capacidad de observación y de
análisis de la realidad, tanto de la propia como de la ajena.
En realidad
no podía resultar de otra manera, pues una ideo­
logfa siempre sigue el mismo proceso: selecciona una parte de
los hechos, presentes o pasados, como base para su desarrollo; a
continuación escinde ese aspecto elegido del resto de la realidad;
pasa a desarrollar
un sistema cerrado y supuestamente completo
basado
en ese aspecto parcial con la intención de explicar la tota­
lidad de las relaciones humanas. Y finahnente, como
buen idea­
lismo, concluye afirmando que la realidad
no son los hechos sino
las ideas, dando lugar a
una auténtica actitud de juicio enajena­
do que resulta sofocante e irrespirable para quienes no participan
de la ideologfa, ante la
proclamatión de todo tipo de absurdos
como dogmas indiscutibles.
Pero como la ideología, "per se", tiende a tener

carácter tota­
lizante, intentando
que ningún área le quede al margen, uno de
los aspectos básicos que suele incluir es precisamente el econó­
mico, generándose
as! afirmaciones como que la extinta Unión
Soviética era el parafso del proletariado, mientras los Estados
Unidos son el
peor rincón del planeta para un trabajador. Lo cier­
to es que por desvariado que pueda resultar el juicio, es sin
embargo coherente con la ideologfa de la que emana, pues
en
ésta lo real no es la realidad sino las ideas; de hecho una de las
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piedras de toque para saber si nos encontramos ante una actitud
ideológica es la peculiar característica de
que la realidad más
obvia que tenemos delante
de los ojos -en este caso la econó­
mica-no es reconocible a través de las afirmaciones derivadas
de la ideología.
Otros aspectos como la envidia (fundada o no) hacia supues­
tas o reales riquezas ajenas de países, grupos sociales o personas,
al igual que la soberbia y la autosuficiencia (igualmente con fun­
damento real o no), han
dado lugar a graves errores de juicio y
a decisiones equivocadas, han provocado revoluciones, guerras o
cierres del propio mercado, que en muchos casos han sido de
calamitosos efectos para el país o para los grupos sociales impli­
cados. Finalmente
la imagen a-eada por los actuales medios de co­
municación, nunca independientes y siempre al servicio de
alguien, que divide al mundo en dos partes como al final veremos,
pues en nuestra época la imagen económica domina casi toclo.
Lo que a continuación vamos a ver es una senda de ejempli­
ficaciones históricas referidas a algunos de los
países más influ­
yentes,
que prueban como la imagen económica, no su realidad
económica, ha sido determinante (o factor importante) a la hora
de enjuiciar regímenes, naciones e incluso civilizaciones y a la
hora de los fracasos de muchos intentos políticos y sociales.
l. El mundo romano
Una de las materias más tratadas por la historiograf'ia ha sido
la del apogeo y
caída del Imperio Romano. Se han llegado a ela­
borar hasta verdaderos listados de causas de la decadencia, y si
bien siempre ha habido serias divergencias
de criterio, ha habido
no obstante una cierta unanimidad en el enfoque relativo a lo
económico.
Es cierto que a partir del siglo m como consecuencia de la
situación más o menos latente de amenazas de guerras civiles y
de la creciente amenaza de los bárbaros
en las fronteras, el ejér­
cito cobró mayor importancia y dimensión, pasando de los
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350.000 soldados de Septimio Severo a los casi 500.000 de Dio­
cleciano
en el transcurso de un siglo; de hecho los tributos se ele­
van hasta llegar al momento en que con este último emperador
a comienzos del siglo
IV se hacen necesarias medidas generales
de intervención de precios
y una fiscalidad suficiente para man­
tener
no sólo al ejército sino a la aumentada burocracia.
Juzgando el fenómeno desde
el punto de vista liberal, es
conocido el párrafo de Ortega
al respecto:
"Este fue el sino lamentable de la civilización antigua. No tiene
duda
que el Estado imperial creado por los Julios y los Claudios
fue una máquina admirable, incomparablemente superior como
artefacto al viejo estado republicano de las familias patricias. Pero,
curiosa coincidencia, apenas llegó a su pleno desarrollo, comien­
za a decaer el cuerpo social. Ya en los tiempos de los Antoninos
(siglo 11) el Estado gravita con una antivital supremacía sobre la
sociedad. Esta empieza a ser esclavizada, a no pcxler vivir más que
en servicio del Estado. ( ... ) La burocratización de la vida produce
su mengua absoluta --en todos los órdenes-. (. .. ) Entonces el
Estado para subvenir a sus propias necesidades fuerza más la buro­
cratización de la existencia humana. (. .. ) A ésto lleva el interven­
cionismo del Estado: el pueblo se convierte en carne y· pasta que
alimenta el mero artefacto y máquina que es el Estado. El esque­
leto se come la carne en torno a él."
El anterior razonamiento, que es correcto en el extremo, ade­
más de haber sido reiterado con segunda intención por Ortega
en su momento contra los seguidores del fascismo, es uno más
de los que han reforzado la imagen de caída inevitable del impe­
rio
por agotamiento económico y social fruto de la absorción
estatal. No obstante,
no considera que la situación referida no era
consecuencia de teorías estatistas, sino resultado de necesidades
crecientes ante la falta de seguridad del Imperio. De no haber
existido la corriente invasora de los pueblos germánicos
el fenó­
meno económico y social probablemente
no se habña manifes­
tado de ese modo.
Un texto de
1986 del inglés Arthur Ferrill prescinde de la
explicación económica y social como causa de la caída del
Imperio.
El autor no reconoce sino una causa militar: la derrota
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de Adrianópolis en el año 378 frente a los visigodos y la entrada
final
en Roma de éstos en el año 410, todo ello consecuencia de
una inadecuada estrategia militar impuesta desde los tiempos de
Diocleciano.
Digamos de paso
que también parece rechazable el argu­
mento de la supuesta corrupción de Roma, ciudad que hacía
tiempo
no jugaba sino un papel secundario, y del cristianismo
como elemento debilitante de
la antigua fortaleza moral de los
romanos: el argumento que acusa a los primitivos cristianos de
haber hecho perder a Roma su antigua vitalidad tampoco se sos­
tiene pues, de ser cierto, habría caído también Bizancio,
que per­
vivió mil años, aparte de que los visigodos eran todos cristianos
mientras no todos los romanos lo eran.
Y en cuanto a la afirmación marxista de inevitabilidad de la
decadencia de Roma como consecuencia de la opresiva estructu­
ra social (esclavitud, concentración de la propiedad) tampoco
resulta convincente, como cualquier otra teoría, por generalmen­
te aceptada que resulte, de las que buscan la explicación en los
aspectos económicos o sociales, dado que Constantinopla sobre­
vivió mil años habiendo partido del mismo modelo social,
eco­
nómico y religioso.
Como resumen
puede decirse que cabe poner tranquilamen­
te
en tela de juicio cualquier explicación sobre la decadencia de
Roma basada
en circunstancias económicas, por muy difundidas
que hayan llegado a estar tales teorías.
2. La españa imperial
Encontramos un caso histórico en cierto modo contrapuesto
en cuanto a la influencia admitida de lo económico en la de­
cadencia del imperio español. La imagen económica -de nuevo
la imagen,
no la realidad-fue un aspecto relevante en su man­
tenimiento y caída, si bien hay que establecer tres imágenes dis­
tintas, la que tenía España de si misma, la que tenían los demás
de ella y una tercera no menos importante, la que tenían entre sí
los distintos pueblos de
la monarquía común.
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La andadura iniciada con fa unión personal de dos coronas
independientes a través del matrimonio de los Reyes Católicos
en
1469 es seguida del desarrollo de la presencia europea a través
del matrimonio de sus hijos. Tal presencia extrapeninsular gene­
ró los conflictos militares
de todos conocidos, que desde un ini­
cio exigieron grandes gastos económicos cuya cobertura provo­
cada con el tiempo serios conflictos internos.
En efecto, pese a cuanto bienintencionadamente se pueda
afirmar acerca de una supuesta unidad armónica de los reinos
que conformaban la España imperial, son legítimas las más serias
dudas acerca
de la exactitud de esta afirmación. A dicha unidad,
que estuvo próxima a ser destruída ya
en 1505 cuando se pactó
la
boda de Fernando de Aragón con Germana de Foix, sobrina
del rey de Francia, es dificil atribuirle armonías excesivas cuando
el grado de
poder real era tan distinto en Aragón y en Castilla,
especialmente a partir de la derrota de los comuneros
en Villalar,
y cuando la visión sobre la figura del rey era tan distinta
en
ambas coronas. La consecuencia inmediata era que la diferente
posición del monarca implicaba forzosamente una muy diferente
capacidad
en cuanto a las exigencias de aportaciones tanto hu­
manas como económicas
para las inacabables guerras.
Por más
que se quiera obviar el hecho, lo cierto es que el
supuesto equilibrio armónico quedó seriamente
en duda desde el
momento en que los únicos recursos fiables para mantener los
intereses de la Corona de Aragón en Italia fueron el ejército y el
dinero castellanos a partir de los ataques de Carlos
VIII en 1494.
Es importante considerar, puesto que hablamos de la visión de
las cosas, y
no necesariamente de su realidad, cómo veían los
hechos los participantes, para Francia era
una guerra entre
Francia y España; para Castilla
un uso abusivo de sus recursos
contra
un vecino con el que no tenía conflictos en beneficio de
otro reino de la monarquía que sí los tenía; y para los pueblos de
la Corona
de Aragón un asunto en cierto modo ajeno, de más
interés para su rey común que para ellos mismos. Ambas visio­
nes de los reinos hispánicos con su correlativo aspecto de exi­
gencias económicas a la
hora de las aportaciones a las necesida­
des bélicas serían en inicio diversas, y con el tiempo contrapues-
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LA IMAGEN ECONÓMICA. IMPACTOS DE LA INFORMACIÓN
tas, lo que vendña a generar uno de los más graves problemas
internos de la monarquía.
La guerra habría sido seguramente controlable de haber que­
dado circunscrita a la península italiana, pero la política de cerco
a Francia (de interés para Aragón
pero no para Castilla) situó a la
monarquía española
en el· centro del huracán al emparentar con
la Casa de Borgoña,
que había conocido mejores tiempos, ade­
más de con quienes durante largo tiempo se encontrarían en
situación política y económica mendicante: la que durante dos
siglos pasaría, paradójicamente, a ser la rama menor de la dinas­
tía, es decir los Habsburgo de Viena.
Porque lo cierto es que España, .básicamente con los recursos
de Castilla, estaba librando
una guerra de carácter mundial fren­
te a potencias que sólo desarrollaban guerras locales: luchaba
en
el Atlántico contra ingleses y holandeses, en los Países Bajos con­
tra holandeses y franceses, en Alemania contra los protestantes y
sus aliados,
en el Mediterráneo contra turcos y piratas norteafri­
canos, y además había que enviar recursos a la acosada rama
menor de los Habsburgo de Viena para incluso mantener allí una
guarnición que consolidara su posición contra turcos y protes­
tantes. Ciertamente
no todos estos frentes estaban abiertos simul­
táneamente, pero las épocas
de paz fueron más bien precarias y
no resultaban dilatadas.
Durante unas décadas se pensó, tal era la imagen que Castilla
tenía
de sí misma, que con los recursos provenientes de las flo­
tas de Indias había capacidad para mantener la presencia
en
todos aquellos frentes; ciertamente una política de predominio
mundial sólo puede triunfar
en un conflicto a largo plazo si, ade­
más de tener la casa en orden, cuenta con recursos de nivel y
origen mundiales, premisa ésta no suficientemente valorada en
su momento ni por Napoleón ni por Hitler. Y la monarquía espa­
ñola contaba con
una fuente de financiación de tal carácter ade­
más de las aportaciones de los diversos reinos;
la imagen de las
dos flotas anuales
que llegaban de América cargadas de plata con
la que pagar ejércitos enteros, no podía resultar más disuasoria
para quienes pretendían enfrentarse con el Rey de España. Pero
la imagen era
una cosa y la realidad otra, porque la monarquía
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vivía en una insuficiencia endémica de recursos y en una crisis
económica acuciante desde fines del
XVI, que para. ser salvadas
llevaron a proyectar en 1625 al Conde Duque la llamada Unión
de Armas, que buscaba
una aportación proporcional de cada
reino de la monarquia,
que por orden sería: Castilla e Indias
44.000 hombres; Cataluña, Nápoles y Portugal 16.000 hombres
cada una; Flandes 12.000; Milán 8.000 y Valencia, Sicilia y las islas
6.000 hasta llegar a los 140.000 hombres.
El problema es que si bien el planteamiento teórico era
correcto,
no se pudo poner en práctica de modo menos adecua­
do. Aquí resulta clave la imagen económica
que los pueblos de
la monarquia teman entre sí, porque las exigencias presentadas a
Cataluña, además de haberse efectuado
con las formas propias
de las exigencias del
poder en Castilla, en donde el poder real
era muy superior, se efectuaron sobre dos premisas ambas ine­
xactas: la primera de ellas la tradicional imagen de una Cataluña
superlativamente próspera y desconocedora de los agobios eco­
nómicos castellanos; la segunda basada en un error gravísimo,
procedente de la inexistencia de un censo general, pues la pobla­
ción castellana era del orden
de doce veces la catalana, lo que en
proporción hubiera debido exigir un esfuerzo en hombres doce
veces menor; para mantener la proporción Cataluña hubiera
debido aportar menos de 4.000 hombres mientras como hemos
visto se le pedían 16.000, o planteado de otra forma,
en caso de
que a Castilla se le hubiese exigido
la misma proporción, en lugar
de 44.000 hombres debería haber aportado del orden de 190.000.
Y para hacerse idea del
peso social de las guerras baste recor­
dar
que en la propia Castilla ya tan pronto como durante las
Cortes de 1539 el condestable Iñigo Femández de Velasco prota­
gonizó
un famoso enfrentamiento con Carlos V por rechazar
como inaceptables las nuevas exigencias tributarias para sostener
el ejército imperial, de modo
que el emperador no volvió a con­
vocar a los grandes señores ni a los eclesiásticos.
El resultado
final fue
que la petición de Olivares fue rechazada por las Cortes
de Cataluña, lo mismo
que aportaciones económicas sustitutivas
que el conde-duque pidió
en igual proporción, no siendo tam­
poco aceptada la exigencia.
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LA IMAGEN ECONÓMICA. IMPACTOS DE LA INFORMACIÓN
Los efectos son conocidos: el problema se fue envenenando
hasta la sublevación de 1640, cuyas últimas consecuencias se
extinguieron
en 1652, teniendo lugar mientras tanto la derrota de
Rocroi frente
al pñncipe Condé, lo que selló el fin del poder
indiscutido de España en Europa.
En
ningún caso puede afirmarse que la guerra civil interna
fuera determinante de la crisis final y de la decadencia
de la
España imperial pues la explicación
es más simple: España no
tenía medios suficientes para desarrollar una estrategia tan amplia
como la
que provocó Femando el Católico, y la política econó­
mica de Castilla se basó
en planteamientos equivocados. Pero la
falta de cohesión de los reinos de la monarquía y los conflictos
internos favorecieron su decadencia, resultando en todo caso evi­
dente que la falta de planteamientos claros para las partes, la
carencia de dat-0s precisos tanto económicos como de población,
la falsa imagen económica, la falta de conocimiento,
por tanto,
de las propias capacidades, se encontraron entre los varios aspec­
tos influyentes
en la seria crisis interna que facilitaron la derrota
exterior.
Como escribió José Larraz: "Una política de fines desmesura­
dos, de estimación hiperbólica
de las posibilidades nacionales, de
posposición total
de lo económico y de grandes errores en este
campo tórnase contra la grandeza y el espíritu y el poderío del
pueblo
que la sigue".
Ciertamente
la imagen económica que Castilla tenía acerca de
sus capacidades y la
que tenía de sus vecinos fueron elementos
que facilitaron el desastre.
3. La revolución francesa
Cuanto más nos acercamos a los tiempos actuales más nota­
ble es el influjo de las posturas ideológicas a la hora de enjuicíar
los hechos económicos, lo
que establece una diferencia de base
con los posibles yerros anteriores: aquéllos procedían
de de­
ficiencias de planteamiento, de limitaciones para el análisis o de
razonamientos incorrectos;
por el contrario los procedentes de
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ANTONIO MARTÍN PUERTA
los sistemas ideológicos proceden de la dogmática creada por los
idealismos.
La primera y más extendida manifestación de esta forma de
análisisis ideológico, aún más extendida
en el tiempo y en el
espacio que la marxista,
es la del enjuiciamiento de la calda del
Antiguo Régimen con su correspondiente secuela de argumentos
económicos. Junto
al habitual elogio de la modernización económica y
social de
la Revolución y del Imperio y de su supuesto progre­
so material, nada más común que escuchar las más severas criti­
cas acerca de la situación económica y social de
la Francia de
Luis XVI, cuando era con diferencia el pais de Europa en donde
mejor se vivía, sin
que ello suponga otorgar todas las razones a
quienes idealizan el Antiguo Régimen. En efecto, si
bien el pais
adelantaba en prosperidad al resto, vivía una transitoria situación
de crisis financiera y presupuestaria que requeña serias atencio­
nes; la agricultura durante los diez años anteriores a la Revo­
lución había pasado
por una situación sin duda peor que la de
los tiempos de
Luis XV, y Francia era un país básicamente agñ­
cola. De hecho el tratado comercial con Inglaterra de 1786 era el
caracteñstico entre
un país agñcola y otro industrial, y Francia no
se había desarrollado industrialmente como lnglaterra por tener
un excedente de mano de obra que no precisaba la maquiniza­
ción, con una población de
26 millones de habitantes frente a los
nueve de Inglaterra, si bien Francia contaba igualmente con sec­
tores de desarrollo industrial, muchos de los cuáles se vieron per­
judicados
por dicho tratado.
Nada más aclaratorio sobre la supuesta mejora económica
fruto de
la Revolución como la constatación de que habiendo
aumentado las tierras cultivadas como consecuencia
de la enaje­
nación de los llamados bienes nacionales procedentes
de la
Iglesia, de aquellos nobles
que se opusieron a la Revolución o de
los 70.000
que huyeron y de los bienes municipales, se produjo
una reducción
de la producción y de los rendimientos agñcolas;
concretamente la venta
de bienes comunales arruinó a muchos
pequeños campesinos, de modo
que muchos burgueses se enri­
quecieron
y muchos pobres bajaron aún más de nivel. Ya en
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LA IMAGEN ECONÓMICA. IMPACTOS DE LA INPORMAC/ÓN
noviembre de 1789 se aprueba un decreto de Mirabeau según el
cuál "todos los bienes eclesiásticos pasan a disposición de la
nación, que toma a su cargo la conveniente cobertura
de los gas­
tos del culto, el mantenimiento de los sacerdotes y el alivio de
los pobres".
En conjunto un 20% de las tierras cambia de pro­
pietario, lo
que consolidó la Revolución. Como dijo Michelet:
"Los jacobinos se hicieron adquirentes y los adquirentes se hicie­
ron jacobinos".
En el aspecto industrial las vísperas de la Revolución fueron
de crisis y de bajas salariales generales que favorecieron la parti­
cipación
de muchos en los tumultos de la época, siendo nocivo
para Francia
el tratado con Inglaterra de 1786. Pero es que en
1800, la producción industrial era el 60% de la que había a
comienzos de
la Revolución, y si bien a partir de comienzos de
siglo el producto nacional comienza a crecer a un ritmo que se
ha estimado de
en torno a un 3% hasta 1815, puede afirmarse
que la producción industrial en el momento de la caída de
Napoleón era como mucho el 90% de la existente antes de la
Revolución; si descontamos
la demanda generada por las necesi­
dades militares, el resultado
es cualquier cosa menos brillante.
En cuanto al comercio exterior, las guerras exteriores, la des­
trucción de buques por los ingleses y el bloqueo continental con­
tra Napoleón lo
habían dejado a niveles que no admiten compa­
ración con el del Antiguo Régimen. Para ver quién había ganado
la partida basta decir que
en 1815, a la caída de Napoleón, once
doceavos del tonelaje mundial de buques mercantes era inglés,
con lo
que tranquilamente se puede decir que el Emperador de
los franceses fue el mejor basamento del Imperio británico.
Esa
es la realidad económica que acompaña a la pérdidas de
unos dos millones de personas
con las guerras revolucionarias y
napoleónicas, seguida de
una situación de marasmo que dura
décadas. Pero, ¿cuál es la imagen difundida sino la contraria?
¿Qué opinión tienen la mayoria de las gentes salvo que fue el
nacimiento de
un nuevo mundo que destruyó todas las miserias
anteriores? ¿Cuántos son los que se atreven a decir que en caso
de no haberse producido la Revolución la distancia económica
entre Francia e Inglaterra habría sido menor?
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La imagen económica creada por la ideologia ha resultado
triunfante, pero
no podía resultar de otro modo: una ideologia es
un triunfo transitorio contra la realidad hasta finalmente darse de
bruces contra ésta.
4.
La falacia marxista
No obstante ningún ensayo tan brutal contra la realidad como
el efectuado
por la ideologia marxista, en la que la economía no
es una cuestión colateral sino su punto central, el núcleo que arti­
cula ese conjunto parcial de datos presuntamente explicativos de
la totalidad de las hechos históricos y de las relaciones humanas.
Pero, pese
al predicamento de que ha disfrutado Marx como
economista, poco a poco ·se ha ido analizando si los primeros
pasos estaban bien construídos, y cada vez más se ha llegado a
la conclusión de que ni siquiera desde un punto de vista meto­
dológico
la primera fase de su construcción es admisible. Para
empezar Marx nunca se molestó en tomar datos directamente de
campesinos u obreros, ni de su tío el empresario León Philips, el
fundador de la célebre compañia holandesa,
ni siquiera a través
de su amigo el empresario Engels del
que rechazó su oferta para
visitar una planta fabril,
ni tampoco consta que efectuase ningu­
na visita a instalaciones industriales; sus planteamientos eran puros
apriorismos teóricos con los que construyó su sistema ideológico
acerca del que
no soportaba criticas. Bien lo sabian sus colegas
revolucionarios de origen obrero, que si en su presencia osaban
permitirse alguna discrepancia sobre cuestiones de tipo laboral o
económico debían soportar a continuación una humillante sarta
de improperios y un ofensivo trato de atrevidos ignorantes. Es
más, como la mayoria de los líderes socialistas de origen verda­
deramente obrero tendían a ser reformistas y no revolucionarios
utópicos, pues lo que pretendían era mejorar sus condiciones
reales de trabajo, eran tratados
por Marx de seres de limitado
entendimiento cuando
no de traidores a la causa obrera.
Las teorlas de Marx no se construyeron sobre datos reales
imperantes
en las fábricas o sobre experiencias directamente
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LA IMAGEN ECONÓMICA. IMPACTOS DE LA INFORMACIÓN
transmitidas por obreros, sino sobre textos de biblioteca y bole­
tines oficiales que utilizaba para apoyar sus ideas preconcebidas,
por lo que Jaspers afirmó que no se trataba de un científico sino
de
un creyente.
El propio Marx reconoce que sus afirmaciones sobre la situa­
ción de la clase obrera hacia 1860 se basaban en una obra de
Engels de veinte años antes basado a su vez
en otro texto de
1833 que se refería a las circunstancias de una economía preca­
pitalista, habiéndose llegado a la conclusión de que ya Engels
tomaba datos atrasados hasta
en cuarenta años, lo que ya fue
denunciado
en 1848 por el economista Bruno Hildebrand; en
cuanto a los textos oficiales a los que recurría eran inspecciones
acerca de las condiciones de trabajo de los obreros.con ánimo de
mejorar su situación, extrayendo Marx de tales textos la conse­
cuencia de la maldad intr!nseca del capitalismo y del
poder y la
voluntad de explotación por parte de ambos. En resumidas cuen­
tas: Marx es anticientífico porque su actitud es exclusivamente
ideológica. Desde el punto de vista metodológico las objeciones
son
tales que invalidan cualquiera de sus teorías: elegir corno objeto
de sus críticas sectores industriales de condiciones especialmen­
te malas
que para nada eran representativas del conjunto; utilizar
informes oficiales elaborados para reformar el sistema corno base
para demostrar su perfidia, y seleccionar datos anticuados
en
muchos casos anteriores al capitalismo, son puntos bastantes
corno para negar su honestidad y cualquier posible validez de sus
ideas.
Si el actual ministro de economía acudiera a las Cortes jus­
tificando la buena marcha de la economía gracias a las mayores
exportaciones de naranjas, a las remesas de los trabajadores espa­
ñoles
en Alemania y se congratulara de la fuerte demanda del
modelo Seat
600 sería objeto de justificada mofa; sin embargo
Marx ha recibido todos los laureles a base de utilizar razona­
mientos
de paralela actualidad.
Pese a todo nadie ha superado el
éxito de Marx a la hora de
crear la imagen económica y social del capitalismo, y nadie ha
provocado una convulsión semejante a la que sufrió Rusia en
1917. Es más, para la mayoría de las gentes, incluso de ideas con-
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ANTONIO MARTÍN PUERTA
servadoras, son correctas las afirmaciones machaconamente repe­
tidas
por los marxistas acerca de las condiciones de Rusia antes
de la revolución bolchevique, aun no justificando sus resultados.
Es el triunfo de la ideología como máximo instrumento distorsio­
nador de los hechos reales.
Porque
nada más falso que la extendida imagen de una Rusia
zarista ajena a los procesos industriales
de la época. Entre 1870 y
1914 los índices de producción industrial de Rusia fueron algo
superiores a los
de Estados Unidos para ese mismo periodo salvo
entre 1905 y 1907, y
en vísperas de la Primera Guerra Mundial
Rusia
se encontraba en plena pujanza industrial, con una red de
ferrocarriles
de 82.000 kilómetros, que en ochenta años sólo ha
crecido en un 50%. Las grandes reformas impuestas por Stolipyn
y el fuerte desarrollo económico dejaron asombrados a los países
occidentales.
El gobierno francés, sumamente interesado en el
proceso, envió para su estudio al economista
Edmond Terry, que
en su libro La Rusia de 1914 escribió: "Ni un solo pueblo euro­
peo ha obtenido resultados semejantes", para concluir: "A media­
dos
de siglo Rusia dominará el continente".
Pero lo
que en Francia e Inglaterra -países aliados--era jus­
tificado aprecio,
en Alemania era justificado recelo ante sus bue­
nas relaciones con la Francia humillada y deseosa de recuperar
Alsacia
y Lorena; todos conocían cómo estaba trabado el sistema
de alianzas, que terminó funcionando matemáticamente en 1914,
por lo que ha sido frecuente imputar al Kaiser de Alemania el
estar a la espera de la ocasión de desactivar a tan poderoso veci­
no. Fueran o no éstos sus pensamientos, lo cierto es que la revo­
lución de 1917 no habría tenido lugar sin la colaboración del
gobierno
de Guillermo II enviando a Rusia a Lenin y su corte de
· revolucionarios a través de Alemania.
Y si falsa
es buena parte de la imagen económica de la
Rusia
de Nicolás II, falsa es igualmente la afirmación sobre la
guerra inevitablemente
perdida por el zar. Nada más aclaratorio
que el texto de Churchill en su libro La crisis mundial: "A pesar
de todos sus fallos -obvios y desastrosos--el régimen que
personificaba y dirigía (Nicolás II), al que con su sello personal
había dado la chispa definitiva, había ganado en aquel momen-
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LA IMAGEN ECONÓMICA. IMPACTOS DE LA INFORMACIÓN
to la guerra para Rusia". (. .. ) "Las interminables retiradas ha­
blan cesado; la munición ya no escaseaba y el armamento se
distribuía a
buen ritmo. Un ejército más potente, más numero­
so
y mejor abastecido controlaba un inmenso frente". (. .. ) "Sólo
era cuestión
de conservar las posiciones, de presionar con todo
aquel
peso sobre las líneas alemanas". (. .. ) "En una palabra:
contenerse, eso era todo lo
que había entre Rusia y la victoria
definitiva 11• Precisamente para hacer frente a esa situación de
presión agobiante el gobierno del Kaiser preparó la gran cana­
llada
de remitir a Lenin a la frontera rusa protegido por el ejér­
cito y las autoridades alemanas.
Sobre el desastre que ha sido el subsiguiente régimen comu­
nista
poco se podría añadir que no se haya tratado más que
sobradamente, y no obstante, pese a tratarse de una de las cala­
midades históricas casi unánimemente reconocidas, ¡qué éxito de
imagen económica le acompañó hasta las fechas de su desapari­
ción!, y ello pese a
que como recuerda el recientemente publica­
do Libro Negro del comunismo, de los veinte millones de muer­
tos
en la desaparecida Unión Soviética, cinco millones lo fueron
por hambre en 1922 y otros seis en Ucrania en 1932 y 1933 por
el mismo motivo.
Mientras tanto
en Occidente no sólo se reconocía a Marx
como el brillante economista
que habla provocado el éxito del
régimen bolchevique, sino
que se admitían como reales las cifras
que
no eran sino propaganda. Se llegó a tomar en serio la afir­
mación
de Kruschev de los años sesenta según la cual a media­
dos
de los setenta la Unión Soviética y los Estados Unidos ten­
drían el mismo nivel económico y de bienestar. (Hay que reco­
nocer
que aunque haya sido con veinticinco años de retraso, al
menos ello ha sido conseguido
por el hijo de Kruschev, que en
Septiembre de 1999 obtuvo la ciudadanía norteamericana.) A
fines de los setenta se admitía
que Polonia habla adelantado a
España
en nivel económico y que el nivel de vida de las dos
Alemanias era similar, cuando una vez caído el muro se ha podi­
do descubrir que lo que habla detrás no era para nada compara­
ble a los países occidentales.
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ANTONIO MARTÍN PUERTA
5. El nacionalismo
El máximo triunfo de la ideolog!a y de su propaganda se ha
correspondido siempre con la ruina de los países
en que aquélla
ha triunfado, si bien a este respecto resulta de notable actualidad
recordar que también el nacionalismo es una ideología, que tam­
bién tiene carácter totalizante y que además de haber provocado
terribles destrucciones a otros
ha terminado transformando en
víctima principal al pueblo al que exalta, porque el nacionalismo
siempre se sustenta
en cálculos errados y desmedidos.
Ya hemos visto el caso de Napoleón, mezcla de ambición y
nacionalismo, destructor de Francia, ciertamente, pero también
de España, país que ofreció a su hermano José creyendo ambos
en el espejismo procedente de la imagen generada dos siglos
antes de fabulosas flotas
de Indias cargadas de metales preciosos
que resolverían cualquier problema económico. Aun cuando tal
cosa hubiera sido cierta, ninguna flota procedente
de las
Américas le llegó a su hermano, que tuvo
que vivir en un régi­
men de angustiosa penuria en tanto ocupó el trono de España, y
la imagen creada en su mente no pudo resultar más inexacta a la
hora de confrontar sus capacidades con sus ambiciones, que es
lo que termina siempre llevando
al fracaso del nacionalismo.
También Hitler efectuó el mismo razonamiento económico: pen­
sar que un conflicto mundial contra potencias mundiales como
los Estados Unidos e Inglaterra podía resolverse apoyado
en
recursos nacionales o incluso continentales; al final una misma
ambición desmedida basada
en un mal cálculo trenzado a base
de soberbia nacionalista.
Por ingrato que resulte tener que recapacitar sobre
una cues­
tión tan actual como la enfermedad nacionalista
que en buena
parte se ha posesionado del País Vasco, no está de más analizar
cuáles son los datos económicos reales que tal nacionalismo no
parece tener en consideración, habiendo tenido como constante
un razonar asentado sobre una imagen irreal fruto de la soberbia
y
de la falsificación. En efecto, pese a la imagen de eficiente
administración y superior gestión difundida durante dos décadas
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LA IMAGEN ECONÓMICA. IMPACTOS DE LA INFORMACIÓN
de gobierno nacionalista, las cifras no pueden dejar más en claro
Jo contrario. Según los datos recopilados por Julio Alcaide
Inchausti
en los anuarios de El País, los porcentajes de Producto
Interior Bruto a precios de mercado del Pais Vasco sobre el total
de España tomando la senda
de años 1975, 1983, 1993 y 1997 son
los siguientes: 7,600Ai, 6,33%, 5,88% y 5,98%, es decir una calda en
veintidós años del 1,62%. Si tan superior fuera la administración
nacionalista a la central y a las demás, la senda seña creciente, y
sucede lo contrario. Es más, comparando la renta per capita del
Pais Vasco con la de la Unión Europea,
en 1975 era idéntica al
promedio europeo, y hoy es
el 93%, datos que para nada pue­
den atribuirse a estar siendo esquilmados por la hacienda central,
dado
que su aportación tributaria (el llamado cupo vasco) es
prácticamente cero.
En cuanto a las fantasiosas hipótesis nacionalistas acerca del
protagonismo internacional
que alcanzarla un supuesto Estado
vasco independiente, si observamos el
ranking por países según
su
PNB publicadas anualmente por el Banco Mundial, tal país
quedaria al nivel de Rumania y
por debajo de Bangladesh y de
Marruecos, Estados cuya relevancia internacional es poco menos
que nula; comparado con países europeos tendría un peso eco­
nómico equivalente a la cuarta parte de Grecia y a la mitad de
Irlanda, países que no son sino meros acompañantes mudos en
las cumbres europeas. Pero pese a todo los nacionalistas prosi­
guen entusiastas su camino hacia el despeñadero, en plena eufo­
ria de la ideología, para la que como siempre lo importante son
las teorias y
no los hechos. Cabe rememorar a este respecto que
cuando al presentarse la primera candidatura de Ardanza a pre­
sidente del gobierno vasco preguntaron a Arzallus
por qué razón
no acudía él mismo como candidato, se justificó diciendo que
era porque de números
no entendía, tratándose probablemente
de las pocas veces
que este siniestro personaje ha sido sincero en
su vida.
No obstante quien atribuya estos resultados
al terrorismo
estará seriamente equivocado, y para ello basta ver la correspon­
diente serie de datos de Cataluña, que, con un nacionalismo más
moderado que el vasco,
ha tenido una senda decreciente también
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ANTONIO MARTÍN PUERTA
más moderada. Tomando los mismos años anteriores, esto es
1975,1983,1993 y 1997, el porcentaje de participación del PIB
catalán sobre el total español ha tenido la siguiente senda:
20,00%, 19,70%, 19,07% y 19,04%, es decir una caída en veintidós
años de aproximadamente
un 1%. Evidentemente no se trata de
cifras catastróficas,
que ni siquiera permiten decir que haya habi­
do
una inadecuada gestión, pero si evidencian que la adminis­
tración nacionalista
no es más eficiente que las demás sino todo
lo contrario, y
en el mejor de los casos parecida.
Sin embargo, ¿qué ciudadano
de Cataluña, del País Vasco o
incluso del resto de España creería
en la veracidad de los datos
expuestos?
La mayoría pensará que se trata de un vulgar embus­
te, asimilando la imagen económica creada
por la ideología na­
cionalista, siempre al margen de la realidad.
6.
La imagen económica en nuestros días
Y si, pará concluir, pasamos al nivel internacional, la imagen
que proyectan las publicaciones especializadas como The Eco­
nomist o Financial Times divide, como al inicio decíamos, al
mundo
en dos partes: por un lado existen realmente unos quin­
ce países cuya imagen económica es favorable (entre los cuáles
afortunadamente está España), y
por otro lado se encuentran los
piadosamente llamados "emerging countries11 deseosos de incor­
porarse a costa de lo que sea al nivel superior, y que son citados
a título de obra misericordia, pero siempre a condición de que
sometan.sus políticas económicas, por perjudiciales que les resul­
ten, a los intereses de quienes dirigen el primer grupo. Nunca
estuvo más claro cómo se gobierna el
mundo a través de la ima­
gen económica, pues ya no se trata de que, como ánicamente
dijo un célebre político socialista, el que se mueve no sale en la
foto; es más: el que se mueve renuncia a tener imagen y por
tanto a existir.
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