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Número 591-592

Serie LIX

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Gabriel Pérez Gómez, Álvaro d’Ors. Sinfonía de una vida

Gabriel Pérez Gómez, Álvaro d’Ors. Sinfonía de una vida, Madrid, Rialp, 2020, 698 págs.

Álvaro d’Ors Pérez-Péix (Barcelona, 1915-Pamplona, 2004) fue una figura extraordinaria de la Universidad española y, más en concreto, uno de los representantes más señalados del pensamiento tradicional (o, si se quiere, tradicionalista) de la segunda mitad del siglo XX. A su muerte, de su entorno familiar surgieron dos proyectos de aliento. El primero, la recopilación de su obra (aunque lamentablemente no completa, pues –según se me dijo– excluiría los artículos de periódicos y boletines varios, decisión que no me pareció intrascendente y que confío se haya rectificado), que iba a acometer Javier d’Ors, su hijo y colega, catedrático también de Derecho Romano, y en la Universidad de Santiago de Compostela en que profesó su padre. Empresa aún no completada más de quince años después, y tras haberse cumplido hace más de cinco el centenario de su nacimiento, ocasión que hubiera parecido propicia para poner fin a tan dilatada espera. El segundo, la biografía de don Álvaro, en que se engolfó su yerno –marido de la mayor de sus hijas– Gabriel Pérez Gómez, periodista y profesor de la Universidad de Navarra, que felizmente se ha completado ahora. Confiemos en que pronto podamos saludar también el final del primero.

El libro tiene una factura excelente y se advierte de inmediato el inmenso trabajo que se halla detrás de sus casi setecientas páginas. Destaca la utilización de los cuadernos personales, además de la correspondencia (especialmente con su amigo y colega Rafael Gibert) y papeles (por utilizar un término que le era caro) del biografiado, no sólo los del oficio, sino los marginales o los que quedaron atrás, paralipómenos y catalipómenos, que se han usado con abundancia. Cuando ha sido menester se ha acudido también a otra literatura donde su testimonio podía encontrar confirmación o contrapunto. Está además bien escrito, sobria y eficazmente.

Su título y estructura están tomados del propio protagonista, garantía de acierto. La sinfonía de una vida se va desenvolviendo a través de un adagio de infancia y juventud (1915-1936), un allegro vivace de los tiempos de guerra (1936-1939), un andante de estudio y docencia (1949-1988) y un allegro maestoso del tiempo de jubilación (1989-2004).

La primera parte resulta deliciosa y muy instructiva. Sus cualidades y aficiones, sus estudios y andanzas son presentados de forma admirable. Llama la atención su educación liberal en los ambientes del institucionismo (de la Institución Libre de Enseñanza), aunque queda un poco en el aire la conjugación de esos criterios con una religiosidad que, si se afirma de un lado, de otro parece desmentirse a partir de un propio texto de don Álvaro. Quizá, en realidad, se trata todavía de una religiosidad que, si está en el fondo de su alma, no ha fraguado de manera vertebral en su vida.

La guerra será el acontecimiento que propicie ese cambio capital. Sin embargo, las primeras páginas del capítulo a ella consagrada no traslucen el allegro vivace que las rubrica. Es natural, pues tratan de su encierro cautelar en la casa familiar de Argentona, en las afueras de Barcelona, donde estaba pasando el verano cuando estalló el Alzamiento. Prudente proceder a la vista de lo que estaba ocurriendo en Cataluña y de la significación intelectual de su padre y social de su familia materna. El ritmo de la narración, deliberadamente lento, refleja bien el suceder monótono y preocupado de esos días. Entre las anotaciones del biografiado que el autor pone a nuestra disposición hay algunas particularmente singulares, como la relativa a las «corazonadas» de don Álvaro, que reaparece luego en el libro. La reconstrucción que se efectúa a partir de esos recuerdos, con fuentes ajenas, resulta particularmente oportuna, pues con frecuencia ofrecen la tecla que explica los hechos expresados. Pienso, por ejemplo, en la carta de don José Castillejo a su amigo el historiador del arte Pijoán, que nos permite comprender la ruptura de aquél con su joven discípulo, cuando éste decide incorporarse al Ejército nacional tras huir de zona roja. De esas páginas resulta interesante constatar cómo –lo apunta el autor por si le hubiera pasado inadvertido al lector– «con el paso de tiempo había ido comprendiendo el verdadero sentido de la contienda». Resulta difícil reconstruir el proceso intelectual y espiritual en que fundó su decisión de participar en la guerra por la ausencia de apuntes sobre el tema –debida a razones de elemental prudencia– en sus cuadernos. Tampoco los hay de la aventura del cruce de la frontera por Puigcerdá y de la entrada posterior –tras pasar unos días en París– por Irún el 24 o 25 de junio de 1937. Pero, con los escasos mimbres de que dispone, la narración logra un tono casi novelesco. El biógrafo, con razón, comenta que es una pena la ausencia de mayor información sobre esos hechos. Pues hasta enero de 1938 no reanudó d’Ors su costumbre de anotar cosas, ya en otra libreta distinta de la que quedó interrumpida el 11 de junio del año anterior, días antes de ejecutar su decisión. Durante sus primeros meses en el Ejército sirve en distintos destinos administrativos hasta que, según cuenta él mismo, en marzo de 1938 «se escapa al frente», incorporándose en Cogolludo como requeté al Tercio de BurgosSangüesa, donde su hermano Juan Pablo era teniente médico. Esta decisión, aparte de traerle unos momentáneos problemas porque su incorporación a esa unidad seguía al... abandono de la anterior, grave siempre en Ejército, pero más en tiempo de guerra, había de tener gran trascendencia en su vida a causa de haber encontrado –escribe el biógrafo, que cita textos del biografiado– por fin su sitio, «haciendo lo que debe hacer y plenamente identificado con unos ideales»: el Carlismo, claro. A ellos permaneció unido toda su vida. En el inicio fue, sobre todo, seguir a su hermano Juan Pablo, pues a la sazón no tenían los d’Ors conocimiento de antecedentes familiares carlistas. Pronto, sin embargo, abrazó la Causa con todas sus consecuencias. Y, cuando por haberse hecho alférez provisional, hubo de abandonar a sus requetés, no descansó hasta reincorporarse a otro Tercio, el de Navarra. La religiosidad, la sencillez, el valor y la profunda españolidad de esos hombres le ganaron para siempre. La guerra le habrá marcado, pues, pero para bien.

La tercera parte es naturalmente la más extensa. También aquí el biógrafo acierta en la narración, construida cronológicamente a partir de los materiales antes dichos, como diarios y epistolarios, que reflejan a un hombre que daba importancia (et por cause!) a la comunicación con sus colegas y amigos. Aunque, en esta parte, se hace necesario tener en cuenta la objetivación de sus oposiciones, artículos, libros. La impresión que han dejado las dos partes anteriores va adquiriendo confirmación en ésta. La historia íntima está verdaderamente conseguida, pero la historia intelectual resulta insuficiente y a veces también deficiente. Pienso, respecto a las insuficiencias, en las páginas dedicadas a Carl Schmitt, que quizá debieran habérselas visto por lo menos con el libro de Saralegui, tan injusto con don Álvaro, pero en modo alguno despreciable. Pienso también en la relación con Braga da Cruz, que hubiera podido contemplarse desde Portugal, por lo menos a través de los trabajos de Sampaio e Mello. E incluso, aunque aquí quizás apunte también la deficiencia, en la página donde –al hilo de presentar su De la guerra y de la paz– introduce el papel de Arbor y de la Biblioteca del Pensamiento Actual (¡sin mencionar Rialp!). Pero podríamos seguir… El tema del Carlismo, así, no puede decirse que no aparezca suficientemente, pero lo hace –diríase– como si de un pintoresquismo del biografiado se tratase. Además, el avance casi exclusivamente cronológico de la biografía, con tan sólo algunos reenvíos sincrónicos, deslíe los perfiles y difumina los tonos. Tan sólo el rigor de su vida intelectual, la sobriedad de su vida personal y la pureza de su vida espiritual se sobreponen a las consecuencias del método escogido. Desde luego no es poco. O quizá, incluso, es lo buscado. Porque, por momentos, da la impresión de encontrarnos ante una positio para una causa de beatificación. Pero, aun suponiendo que éste fuera el deseo que late detrás de la obra, quizá no debiera haberse hurtado al lector un panorama más completo del pensamiento del siervo de Dios. Que se ha endulzado un poco ad usum Operis Dei. O lo que parece convenir hoy a esa Obra si nos guiamos por distintos indicios, como por ejemplo la recién publicada historia de Rialp, que es precisamente la editora de esta biografía, o la decepcionante biografía de Vicente Rodríguez Casado, uno de los contemporáneos de don Álvaro y compañero de oficio.

De la cuarta, y última, de las partes –la que se abre con la jubilación– cabe señalar que continúa el tono de las anteriores y que refuerza el tono intimista y espiritual, lo que resulta natural y en modo alguno forzado habida cuenta del natural declinar de sus facultades en una persona reciamente religiosa como don Álvaro. Pero, también aquí, encuentro que le faltan al cuadro perfiles y colores. Y en este caso lo puedo decir con conocimiento de causa, pues desde 1985 y hasta su muerte en 2004 la Providencia me regaló un trato estrecho y constante con él, que se concretó en un epistolario –citado en la biografía, pero no utilizado– de más de un centenar de cartas suyas, en media de docena de visitas en Pamplona y Pontevedra y, sólo al final, pues sabía que no le gustaban demasiado, de algunas llamadas telefónicas.

La primera de las cartas, de enero de 1986, me dejó estupefacto, pues yo contaba a la sazón veinticuatro años y comenzaba con un «Mi querido y admirado amigo», que explicaba así: «Lo de “admirado” se comprende que lo diga, como lector de Vd., pero me permito llamarle “amigo” porque, aunque no he tenido la ocasión de conocerle personalmente y tratarle, no me parece posible que no exista entre nosotros una amistad, que se aloja en la de amigos comunes, con los que nos encontramos unidos en esta lucha –en realidad, la guerra no ha terminado– de la que no desertamos, aunque, por mi tipo de trabajo profesional, yo no pueda aparecer muy activo […]. Ahora me encuentro muy “en mi casa” en esa gran revista Verbo, que me hospeda por la benevolencia de nuestro gran Vallet de Goytisolo y en la que me honra verme junto a usted». Durante el periodo dicho, precisamente, publicó en cuarenta ocasiones en Verbo, la sede que acogió el grueso de su producción en los últimos veinte años de vida, y que no se menciona en la biografía de Gabriel Pérez. De esa correspondencia se desprenden muchas cosas interesantes, como su antiliberalismo medular, sostenido hasta el final de modo imperturbable, pese a algunas diferencias de matiz que originaron un interesante intercambio de opiniones ad intra del tradicionalismo, del que me ocupé en uno de los obituarios que dediqué a don Álvaro. Ese antiliberalismo medular le distanciaba, en cambio, no sólo de algunos de sus discípulos, sino del propio ambiente de la Universidad de Navarra y aun del mismo Opus Dei, de lo que en este libro sólo aparece una tímida referencia a propósito de su discurso de Leyre, en 1999, al recibir el Premio Príncipe de Viana. También de otros hogares intelectuales, donde no se sentía «en casa», a diferencia de lo que le ocurría con Verbo, como es el caso de Razón Española, la revista de su antiguo alumno Gonzalo Fernández de la Mora, tan lejana –decía– de la Acción Española de tiempos de la República. En relación con lo primero, en más de una ocasión me hizo notar con la delicadeza acostumbrada, pero sin sombra de dudas, que no podía esperar que los ambientes culturales del Opus Dei acogieran sus escritos. De ahí una iniciativa muy significativa que comparece en la biografía pero a la que no se le da el justo realce. Me refiero al homenaje que organizó el querido amigo limeño Fernán Altuve-Febres en 2001, con ocasión de cumplirse los cuatrocientos cincuenta años de la fundación de la Universidad de San Marcos. Don Álvaro, que intervino personalmente en la indicación de los temas y la selección de los autores, quiso que se tratase su pensamiento político, así como que se me asignase a mí y a nadie más ese tema. Fue, así, un homenaje que él mismo quiso dirigir, a fin de que no pudiera tergiversarse su pensamiento. Incluso en las cuestiones religiosas hizo gala de una independencia y una valentía admirables, que no siempre reciben comentario adecuado en la biografía que reseñamos. En los escritos de Verbo, sin ir más lejos, se encuentran críticas netas al alineamiento eclesiástico de los últimos decenios con la democracia, pero también –más en general– al Concilio (Vaticano II) y sus secuelas, el Código de Derecho Canónico y el Catecismo de la Iglesia Católica. Otro ejemplo reside en la referencia elogiosa al libro «ortodoxo pero terrible» de Romano Amerio, Iota unum, la mayor de las requisitorias contra el Concilio en el plano intelectual.

Estaríamos tentados de escribir un comentario mucho más extenso, casi una glosa que pudiese completar esta excelente biografía personal de don Álvaro con apuntes para otra intelectual de la que aquí sólo se ofrecen algunos datos. Como he escrito líneas atrás parece que este libro pretendiese otra cosa, que –sin duda– ha logrado de modo admirable. Así que será mejor poner punto final a esta noticia. Permítaseme sin embargo una coda. La publicidad del libro señala que «está promovido por la Cátedra Álvaro d’Ors, del Instituto Cultura y Sociedad (ICS) [de la Universidad de Navarra]». Y de esta Cátedra se informa: «La Cátedra Álvaro d’Ors de Derecho, Cultura y Sociedad del Instituto Cultura y Sociedad (ICS) aspira a fomentar la investigación interdisciplinar y transversal en el área del Derecho y Ciencias Humanas y Sociales. Es fruto de un convenio de la Universidad de Navarra y la Fundación Ciudadanía y Valores. La Cátedra se centra fundamentalmente en tres áreas: Derecho global, espiritualidad y sociedad, y liderazgo político en América Latina. Asimismo, aborda materias relacionadas con los fundamentos del Derecho, la política y la moral, los derechos humanos, la historia del Derecho, junto con cuestiones de actualidad relacionadas con esta disciplina. El eje principal es el Derecho, una disciplina clave en el mundo globalizado, que ayuda a facilitar los procesos de relación y entendimiento entre personas, instituciones y Estados con identidades culturales muy diferentes. Asimismo, el enfoque interdisciplinar de la Cátedra, que integra distintas áreas de conocimiento de las humanidades y ciencias sociales, continúa el legado del profesor d’Ors, un maestro universitario con amplios intereses intelectuales». No sé si don Álvaro se sentiría muy a gusto con la ideología y la fraseología (valores, derechos humanos o derecho global…) que traslucen estas líneas.

Miguel AYUSO