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Eso que llaman periodismo objetivo

ESO QUE LLAMAN PERIODISMO
OBJETIVO
POR
JOSÉ JAVIER ECHAVE-SUSTAETA
Este irónico título quiere ser un agradecido recuerdo a Rafael
Gambra, quien,
en nuestros años mozos, nos ayudó a perderle el
respeto reverencial a "eso"
que llamaban "Estado" ('), y que
boquiabría de admiración a los a la sazón gobernantes, empe­
ñados
en su tenaz tarea de demoler -desde dentro y desde arri­
ba-los restos resistentes del espíritu que día vida a la Cruzada
de
1936; y "eso" era el religioso culto al poder político desligado
de la ley de Dios.
Más modesta mi pretensión quiere sólo ayudar a desmitificar
a ese
pequeño diosecillo Uarnado"pertodismo objetivo", expresión
contradictoria "in términiS', con la que se intenta mitigar,
mediante un calificacativo repetable, el desprestigio alcanzado a
pulso
por la práctica cotidiana de la actividad designada con el
sustantivo.
Verdad y objetividad en el mercado de la información
Lo que nosotros llamamos periodismo en sentido amplio, los
americanos lo denominan "mass inedia', reconociendo ingenua­
mente que su función es la de mero instrumento psicotécnico
para crear y modelar
en sentido correcto lo que las masas en
(•) RAFÁEL GAMBRA, Eso que llaman Estado, Ediciones Montejurra, Madrid,
1958.
Verbo, núm. 391-392 (2001), 97-109. 97
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JOSÉ JAVIER ECHAVE-SUSTAETA
cada momento deben creer que piensan, pues, como dijo Mac
Luhan, citando a Adam Smith,
"en las sociedadades opulentas
pensar
es una operación muy especial, reservada a muy reduci­
do
numero de personas, (los intelectuales), que suministrarán al
público todo el pensamiento y razonamiento que debe disponer la
multitud de los que penan". Dicho producto, convertido en impe­
cable
"opinión pública", será presentado como la expresión de la
soberana voluntad popular, origen y fundamento del ilimitado
poder del estado democrático.
Pero al cabo de más de dos siglos de engaños y desengaños
el término
"periodismo" tiene mala prensa. Cada vez es visto por
más como una especie de buzoneo comercial ideológico o diario
gratuito que nos entregan
en la boca del metro, propaganda y
publicidad disimuladas
con mucha imagen y poco texto, que, tras
una rápida ojeada, recalan
en la próxima papelera. Ante tamaño
descrédito
no cabe ya sostener hoy aquello tan romántico del
"periodismo independientlf', ni, ante la prepotencia de los gran­
des grupos de comunicación globalizada, negar
por más tiempo
la evidencia
de que los "mass media'' son el "big business', gran
negocio
en manos de unos pocos y poderosos grupos al servicio
de sus inconfesados fines y egoistas intereses, En este contexto
se pretende justificar tan mala conciencia sobre la mercancía que
difunden, apelando a su "objetividad", dando a entender que, si
su información
no es verdadera, al memos es un producto que
ha superado el control de calidad contrastada núnimamente exi­
gible
en un mercado de libertad ideológica.
La ausencia de verdad, dogma de la religión democrática
La filosoffa católica nos enseña que la verdad es la realidad
de las cosas, y que la objetividad, lo que
una cosa es, la realidad,
es
una condición de la verdad. Frente a esta doctrina se han alza­
do errores antiguos, tanto el subjetivismo, que niega que la ver­
dad real de la cosa en si pueda ser conocida, pues el entendi­
miento está limitado por la experiencia; como el relativismo, que
dice
que sólo conocemos lo que las cosas son para nosotros, no
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lo que son en s! mismas; doctrinas que en definitiva confluyen en
el escepticismo, que impone dudar de todo, pues somos incapa­
ces
de alcanzar la verdad.
Este viejo escepticismo, patrimonio hasta hace poco
de la exi­
gua
minoría de los "filósofos", generalizado por mor de la reli­
gión democrática, desaconseja utilizar
en el mercado de la infor­
mación el término verdad, pese a la
buena aceptación de que
goza entre la clientela. Pero precisando los grupos mediáticos
ofrecer su
mercanáa ideológica bajo marca de prestigio, la pre­
sentan
con envoltorio de buena fe y sinceridad del informante, y
as! sustituyen la verdad de su contenido ¡>or la calidad de su
envoltorio: la presunta objetividad del mensajero. Curiosamente
esta objetividad se convierte
en algo subjetivo, la supuesta ausen­
cia de prejuicio y de ideas preconcebidas
en el informante a la
hora
de enfocar el asunto.
De la exigencia de verdad a la mera presencia
de sinceridad
Para justificar tal cambio dicen con afectada humildad: ya
que no podemos pretender "poseer" la verdad, al menos seamos
honestos a la hora de exponer nuestro punto de vista. Pero real­
mente
no les preocupa lo más m!nimo la cuestión de si se ha de
poseer o servir a la verdad, pues para ellos, sorprendentemente,
la única verdad que admiten es precisamente que la verdad no
existe.
"Ha desaparecido la necesaria exigencia de verdad en aras
de un criterio de sinceridad, de autenticidad, de acuerdo con
uno mismd',
nos dice Juan Pablo II en la Veritatis esplendor aler­
tándonos ante
"el riesgo de alianza entre democracia y relativis­
mo éticd' (V.E. 101), alianza que en la práctica se tiene por nudo
inescindible, y riesgo tan real que se ha materializado socialmen­
te
en el daño de la perdida de la fe por millones de cristianos al
resultarles
en la práctica incompatible con los principios demo­
cráticos revolucionarios, pues, como dijo Kelsen, la democracia
moderna, en su sentido profundo, es incompatible con el con-
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cepto de Verdad: "La causa de la democracia aparecerfa deses­
perada si se partiera de la idea de que puede accederse a verda­
des y captarse valores absolutos'.
El primer dogma de esta religión democrática esculpido en
las tablas de la ley de los derechos del hombre y del ciudadano
de la Revolución Francesa, es el que no existe la verdad, por lo
que se impone la absoluta libertad de expresión, y el ilimitado
derecho a comunicar y recibir sin ningún tipo de censuras toda
clase de información, y
bajo su influjo el criterio ético en la
comunicación
de masas se desliza con movimiento acelerado por
la pendiente de la degradación.
Desaparecida del
panorama social toda referencia al criterio
de verdad y el deber de profesarla, que es virtud de la veracidad,
su mismo sucedáneo, esa objetividad subjetiva entendida como
imparcialidad o ausencia de prejuicios de quien informa, acaba­
rá limitándose a mera honestidad profesional, consistente sólo
en
la garantía de contraste de las fuentes de las que se ha recogido.
Información veraz será la información contrastada suficientemen­
te
en origen, con independencia de la verdad o falsedad de su
contenido y de la sinceridad del informante.
El derecho a la información veraz en la
Constitución de 1978
Fiel al modelo impuesto, la Constitución vigente reconoce en
su articulo 20, además del derecho a la libertad de expresión,
recogido
en su apartado. a), también el derecho a comunicar o
recibir libremente información veraz
(no dice verdadera) por
cualquier medio de difusión, apartado d}, derechos fundamenta­
les que, como nos recuerda en su número 2, en su ejercicio no
pueden restringirse mediante ningún tipo de censura previa. El
Tribunal Constitucional en sentencia de 25 de octubre de 1999
interpreta lo
que debe entenderse por información veraz, decla­
rando que a efectos constitucionales, debe entenderse como
veracidad de la información la exigencia de que los informado­
res
obren con la debida diligencia profesional... el canon de la
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veracidad es la diligencia en las averiguaciones, por lo que no es
información veraz la que se basa en simples rumores carentes de
toda constatación, meras invenciones o insinuaciones. Se impone
constitucionalmente la "verosimilitud contrastada", mínima exi­
gencia legal de

que la información al menos sea veraz,
pero des­
ligada de todo criterio de verdad, y sólo entendida como con­
trastada profesionalmente
en sus fuentes como verosímil.
Progresiva tergiversación del concepto de verdad:
Concepto católico y protestante de verdad y de mentira
Para arribar a este puerto de destierro de todo criterio de ver­
dad de la vida pública, se ha tenido
que tergiversar previamente
el concepto de verdad, y la de su antítesis, la mentira, para
pro­
ceder luego a una progresiva degradación práctica de los crite­
rios éticos de convivencia social
que se basa en ellos, sustitui­
yéndolos
por otros con apariencia similar, con los que engañar
el ansia de verdad que Dios hace brotar
en el corazón de todo
hombre. Para la doctrina católica decir la verdad es decir de algo lo
que es,
la "adaequatio rei et intellectus". La verdad lógica es la
confonnidad del entendimiento
con la cosa, conformidad del
pensamiento y la palabra que lo expresa, con lo que la cosa es.
Faltar a la verdad es mentir. Satanás, enfrentado a Dios,
es el ene­
migo de la verdad, el mentiroso y padre de
la mentira.
Por el contrario filósofos protestantes, inspirados
en la doc­
trina de Spinoza de
que la verdad es la coherencia con la idea, y
que al
no pertenecer a la realidad, no es una propiedad trascen­
dental, definen la verdad como sinceridad, como dice el Papa,
como el acuerdo del conocimiento consigo mismo, relación
que
revela al espíritu que piensa, y no la naturaleza de las cosas, que
no pueden ser alcanzada por nosotros.
A
tan opuestos planteamientos de verdad se siguen lógica­
mente los correpondientes conceptos católico y protestante
de su
antítesis, la mentira. Para la doctina católica la mentira
"locutio
contra mentem", es la expresión contraria a lo que se piensa, que
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es intrínsecamente mala por emplearse un medio, el lenguaje, de
modo contrario a su
fin natural, que es la expresión del propio
pensamiento a otro, condición esencial para
la vida en sociedad.
También es
ilícita porque con ella se induce directamente a error
al entendiminto ajeno, naturalmente hecho para la verdad,
con lo
que se frustra a
un ser su fin natural.
Para la teoría protestante la mentira será
"Jocutio contra
verum debituni', expresión contraria a la verdad debida, y su
malicia radicaría sólo
en violar el derecho ajeno a la verdad, por
lo que cabe mentir a aquél a quien se piensa que no tiene dere­
cho a conocerla.
Se olvida la malicia esencial del desorden de la
mentira, y cómo ésta destruye la confianza entre los hombres,
necesaria para la vida
en sociedad, pues siempre cabe recelar si
el otro
no dice la verdad, pero estima que no miente, por no
reconocerle -a uno el derecho a. conocer esa verdad.
Etapas del tránsito de criterios éticos a pragmáticos
Tras estos cambios conceptuales, no sorprende que su apli­
cación práctica
en el campo de los medios de comunicación
social comporte
una progresiva degradación ética.
Se sustituyó primero el criterio de verdad de lo que se dice
por el de objetividad, entendida como previa imparcialidad del
sujeto sobre lo
que se va a decir. Pero como cada cual capta su
realidad, se pasa a la sus_titución de la verdad que es objetiva,
por
la veracidad, calidad de veraz, que es subjetiva. Esta veracidad,
disposición habitual a decir la verdad, relaciona pensamiento y
expresión, y se aplica a las personas,
no al objeto de la informa­
ción.
La veracidad, decir lo que se piensa o se siente, es un deber
del hombre respecto al prójimo, y su vicio opuesto es la hipo­
cresia y simulación, que privan al otro del goce de la ·posesión
de la verdad,
uno de los mayores de la vida terrena, y que será
completo
en la eterna.
De
la veracidad se pasa a la sinceridad o autenticidad, que
acaba significando un estilo no agresivo ni imperativo. El intér­
prete se
pone a merced el público y sus emociones, y se le juzga
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por su actitud sincera o insincera, y no por su honestidad o vera­
cidad. Todo radica
en la presentación adecuada, en disponer de
un buen asesor de imágen, pues la verdad de una proposición es
su utilidad o fecundidad para la vida social del momento. La ver­
dad se mide por la eficacia, por el éxito.
La "objetividad" en las escuelas de periodismo
del último tercio del siglo xx
En las escuelas de periodismo de mi época se enseñaba que
habla que procurar la máxima objetividad en la captación de los
hechos,
en su evaluación y en su exposición. En la captación se
imponía la exactitud de aprehenderlos tal como ocurrieron; la
amplitud, para captar
no sólo el hecho en sí, sino también sus
antecedentes y consecuencias, y
la imparcialidad o ausencia total
de prejuicios que pudieran deformarlos. Nada fácil tarea resulta­
ba
en la práctica profesional aplicar tan loables criterios, máxime
actuando contra reloj para enviar el reportaje o el comentario
antes del cierre de la edición.
Pero la dificultad mayor verúa luego, pues se nos enseñaba
que
no bastaba con captar la realidad, en una segunda fase era
preciso valorarla mediante su sucesiva evaluación, jerarquización
y sistematización. Recuerdo
que en una charla sobre los grandes
beneficios-que iba a aportar a nuestra sociedad la plena libertad
de información mediante las entonces futuras
TV privadas, a la
que asistí como invitado en una escuela de periodismo, que ya
entonces presumía de que
no fabricaba periodistas sino direc­
tores de medios informativos, a la pregunta
de qué criterios de­
bían seguirse para decidir
la información que se debía publicar
y
la que no, y su forma de presentarla. El ponente respondió
paladinamente
que debfan imperar dos criterios: el interés del
lector y la política editorial del medio, es decir, sólo éste último.
Empecé a preocuparme
por la futura coherencia moral y la inde­
pendencia de aquellos devotos discentes, a los
que nunca nadie
les diría que el camino
que lleva a mantener la objetividad en
temas de calado ideológico está sembrado de trampas, que sólo
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es posible soslayar con otros criterios superiores de orden moral,
que
en la España de entonces eran todavía públicamente reco­
nocidos como la doctrina catolica y la moral cristiana.
Me hubiera gustado poder tomar la palabra y decirles con
San Agustín que dos amores fundaron dos ciudades, y con San
Ignacio que éstas
son como dos ejércitos en guerra permanente,
y que los servidores de
la Ciudad de Dios sólo pueden luchar la
causa de Dios con las armas de la verdad y de la justicia.
Eran los tiempos del tardofranquismo, de preparación inter­
na al torvo proceso ideológico llamado luego de transición polí­
tica,
en que en las escuelas de periodismo de las universidades
de la Iglesia imperaba el
"prurito desatado de novedades' -que
señaló León XIII como causa de la moderna agitación social­
("Rerum novarum semel exdtata cupídimf') y en las que nunca
se enseñaba a los que se formaban para futuros dirigentes de los
medios de comunicación algo semejante a la cita del Cardenal Pie
que figura en la portada de Para que Él Reine: "Se ha formado
una liga, y asociación universal con el propósito de organizar un
cuerpo de ejército para destruir la Revelación. La ciencia, la his­
toria, la política, la literatura, el teatro, la canción. Los periódi­
cos
... , las revistas, ¿qué sé yo? todo ha entrado en esa inmensa
conspiración contra el orden sobrenatural". No se proponía el
conocimiento y el amor a la verdad, y menos
aún el rechazo de
la mentira, y como dice Ernesto Helio el que arna la verdad abo­
rrece el error, y este aborrecimiento del error es la piedra de
toque
por la que se reconoce el amor a la verdad, y si no tene­
mos horror a la mentira, es que no amamos la verdad. Con tal
siembra no debe sorprendernos el amargo fruto de inmensa
apostasía religiosa recogido lustros después.
Los debates televisivos sobre cuestiones ideológicas,
ejemplo
de "periodismo objetivo"
En la primera mitad del siglo xx para imponer socialmente
una ideología se utilizaba abiertamente el método simple del
adoctrinamiento sistemático mediante la repetición de
la consig-
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ESO QUE LLAMAN PERIODISMO OBJETIVO
na. Modernamente se han descubierto medios más sutiles y efi­
caces, que se sirven de lo que hemos llamado "periodismo obje­
tivo". Un ejemplo podemos verlo
es el de los programas debate
en T.V. sobre temas de contenido ideológico.
El expectador acrítico cree que asiste a un debate de resulta­
do incierto que se resolverá por el mayor o menor conocimiento
del tema y acierto
en su exposición por los contertulios. Nada
más lejos de la realidad.
El resultado está predeterminado ya al
programarse el debate
por quien tiene el poder de fijar la linea
ideológica a cuyo servicio está el medio. Por
eso antes de su ini­
cio conviene preguntarse
en qué cadena se emite, pues cada
cadena sirve a
un dueño. Las de titularidad pública estatal hoy
están al servicio de la ideología liberal gobernante, pues sus ges­
tores se declaran los auténticos herederos de los ideales
de la
Revolución francesa, cuyos principios afianzan desde el centro,
tras la penosa experiencia izquierdista,
que estuvo a punto de
hacerlos fracasar con sus excesos, provocando la actitud reac­
cionaria.
Si el medio es de titularidad pública autonómica y se halla en
manos de partidos nacionalistas, en cuestiones ideológicas -al
igual que en el Parlamento, en que se vota con la izquierda,
dejando sólo libertad de voto
en contadas ocasiones a la fracción
cristiano
liberal-, en TV siempre se promoverá y apoyará la pos­
tura laica y anticristiana, destructora del orden natural.
Si se trata
de cadenas de titularidad privada, aunque
no es fácil conocer la
auténtica propiedad de la mayoría dominante de su accionariado
internacional,
en la práctica coinciden en sus afanes descristiani­
zadores de
la sociedad española, pues, aparte de la defensa de
sus intereses, en lo ideológico se diferencian sólo pcr sus obe­
diencias a las instrucciones de las distintas masonerias italiana o
francesa.
Habrá que seguir preguntándose: ¿programa en directo o
enlatado?, pues si es
en vivo cabe la remota posibilidad de que
se pueda colar algún gol en fuera de juego. ¿Quién de entre los
contertulios asalariados habituales
al programa y al tema va a
intervenir? ¿Quiénes y cuántos a favor y
en contra? ya que algu­
nos habituales de la casa que juegan
en campo propio y a quie-
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JOSP JAVIER ECHAVE-SUSTAETA
nes se les reoconce de entrada autoridad indiscutida sobre la
materia, ya han dicho mil veces lo que piensan, y es inútil deba­
te alguno con ellos. ¿Quién dirigira o moderará el debate?, pues
en un programa de este tipo la empresa pone mucho en juego y
su conductor, profesional experimentado,
ha sido aleccionado
convenientemente sobre cuál es el objetivo que se pretende.
Desde hace meses viene preparando el material conveniente:
fondo documental seleccionado, introducción oportuna,
filma­
ciones intermedias, contertulios idóneos, tanto a favor como en
contra, éstos últimos, si es posible inexpertos, que puedan des­
controlarse fácilmente mediante hábiles provocaciones, y mostrar
talante agresivo y falto de ecuanimidad, reacción muy frecuente
en jóvenes animosos que se sienten halagados por ser invitados
a
un programa a defender una buena causa, creyéndose San
Jorge que va a alancear al dragón metiéndose
en su propia cueva.
En el desarrollo del debate el conductor,
que está conectado
directamente por auricular con el responsable, va recibiendo indi­
caciones sobre
en qué, cómo y dónde debe insistir o aflojar; dis­
pone del arma de dar o retirar la palabra y
la imágen, de acercar­
la o alejarla, de apoyar o repudiar una afirmación mediante los
aplausos, las risas o abucheos;
de inclinar el número y duración de
las intervenciones, dando o
no réplica, o haciendo intervenir al
público previamente significado.
Si el hilo conductor se torciera,
siempre cabe el recurso de recurrir a la publicidad
en un momen­
to desfavorable, y ganar asi tiempo para reconducir el guión.
Proponer todas las premisas para que el expectador
sólo pueda sacar una conclusión, que no debe dársele, pues
la debe sacar él.
El telespectador ingenuo, que desconoce las técnicas me­
diáticas, y
no tiene conocimiento de la cuestión debatida, cree
hallarse presente
en una discusión imparcial y equilibrada, ante
dos equipos de contendientes
que tienen la misma "chance" de
poder ganar el partido, del que sólo él va a ser el juez. El con­
ductor del debate ha renunciado previamente a la función deci-
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ESO QUE LLAMAN PERIODISMO OBJETIVO
soria de proclamar el resultado, que se ha otorgado desinteresa­
damente
al espectador, que será el verdadero e imparcial árbitro.
El será el encargado de dar el veredicto de vencedor, normal­
mente a los puntos, pues
no conviene una victoria apabullante
por K.O. que seña mal admitida por demasiado burda.
El espectador va recibiendo mensaje tras mensaje todos los
puntos favorables a la tesis correcta, predestinada
al triunfo. El
programa al finalizar ha expuesto y desarrollado adecuadamente,
al ritmo conveniente para que el receptor pueda asimilarlas,
todas y cada
una de las premisas necesarias para que el destina­
tario lógicamente sólo pueda extraer
una conclusión, pero ésta
no se le debe explicitar. El presentador no debe rematar la faena,
debe terminar su tarea manifestando su imparcialidad y agrade­
ciendo a los participantes su colaboración y corrección, y trasla­
dar a los espectadores una invitación a la reflexión,
en que cada
cual saque sus propias conclusiones, que han de ser suyas, y
no
del responsable del programa, que se ha limitado a presentar los
hechos objetivamente.
A la mañana siguiente, cuando
en la cafetería el espectador
muestra, mojando
el bollo de pastelería industrial en el cafe con
leche, o sorbiendo su caña de cerveza, comente con los compa­
ñeros de oficina
el interesante debate de anoche, afirmará con la
seguridad de su propia convicción que
ha llegado a la conclusión
de que la solución adecuada al terna planteado,
es la "politica­
mente correcta".
Si alguien le replica, la defenderá con el ardor
con que se defienden las convicciones deducidas
por propio
raciocinio, alegando como suyos los argumentos
oídos anoche,
convertidos
ya en su propio juicio personal. Es un ejemplo claro
de lo que hemos querido denominar "periodismo objetivo".
El sentido moral perdido por mor de la novedad no se
recobra cuando cambia la moda imperante
Se nos podrá objetar que, felizmente, tal convicción será
fugaz, y podrá variar
si se le presenta adecuadamente otra opción
distinta como la en ese momento "políticamente correcta". Es así,
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JOSÉ JAVIER ECHAVE~SUSTAETA
pero destruidos los criterios de orden natural y cristiano, y susti­
tuidos
por otros de moda, podrán éstos cambiar con la nueva
moda, pero no se recuperarán naturalmente aquellos. Nuestra
transición y
el presente nos ofrecen variados ejemplos de politi­
cos
que han tenido la habilidad de evolucionar, eso si, siempre
como los girasoles al calor del astro rey del poder, y a los que
nadie les reprocha haber sido comunistas en su juventud, pues
era lo que debían ser, para poder ser ahora lo que son. Tan ejem­
plares y sacrificados servidores
del bien común, se han adaptado
a nuevos planteamientos económicos o políticos, pero en las
cuestiones de fondo ideológico su actitud no ha variado. Son dis­
tintos el ritmo y
el modo, pero siguen procurando demoler los
restos de la sociedad cristiana, y sustituir las normas
de convi­
vencia social basadas
en el orden natural y revelado.
"Pas d'enemies a gauche".
Si los centristas colaboradores del
régimen anterior, bendecidos
por el aperturismo clerical, nos tra­
jeron la
modernidad de la ruina de cientos de miles de familias
mediante el divorcio; y si los socialistas aportaron a nuestro pro­
greso social la liberación de la mujer
con el aborto, los actuales
liberales
de nuestros pecados, no han querido ser menos, y nos
anuncian la libre comercialización de la píldora abortiva del día
siguiente, con la
que habrán consolidado el crimen más abomi­
nable, eliminando
con la vida del hijo, la mala conciencia de la
madre que aborta, y los aspectos más siniestros y desagradables
de los aspiradores y cubos de basura para fetos. Esta es la mora­
lidad
en que ha desembocado la eliminación de la verdad de la
vida social.
"Tu lo dices, Yo soy Rey, para eso he venido al mundo,
para dar testimonio de la Verdad"
El que existe la verdad, y que la verdad es objetiva, es doc­
trina católica. Jesucristo
no sólo nos mostró el camino de la sal­
vación
"Conocereis la verdad y la verdad os hará libres', sino que
proclamó ante el máximo representante del poder politico la
razón
de su misión: "Tu Jo dices, yo soy Rey, para esto he venido
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ESO QUE LLAMAN PERIODISMO OBJETIVO
al mundo, para dar testimonio de la verdad", y como Hijo de
Dios hecho hombre afirmó
Jo que nadie ha dicho ni antes ni des­
pués de
Él: " Yo soy la Verdad'. Ante tan solemnes y terminantes
afirmaciones, ¿Cómo puede
un católico decir que la verdad no
existe, o que socialmente no interesa porque en la actual socie­
dad democrática hay
que vivir como si no existiera?
Sabemos
que vendrá un tiempo en que los hombres, arras­
trados por sus propias pasiones, no soportarán la sana doctrina,
se buscarán una caterva de maestros, apartarán sus o!dos a la ver­
dad, y los volverán a las fábulas. Para algunos estos tiempos
son
los presentes y se abandonan a la desesperanza. Nosotros no
somos optimistas pensando que las aguas volverán naturalmente
a su cauce, nuestra esperanza es más firme y está mejor funda­
da, pues confiarnos sólo en los designios de misericordia del
Corazón de nuestro Dios, que
nos ha comunicado por su men­
sajero Bernardo de Hoyos:
"Reinaré en España con más venera­
ción que en otras
partes', por eso sabemos que a la sociedad
española volverá el goce del orden social y de la paz cuando,
desengañada de las ilusiones
con que la han extraviado, reco­
nozca de nuevo
por Rey al que dijo "Yo soy la Verdad'.
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