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Política y opinión pública

POLÍTICA Y OPINIÓN PÚBLICA
POR
Jos~ MARIA ALs!NA
En la vida política contemporánea la referencia a la "opinión
pública" como argumento definitivo que prueba la necesidad de
llevar a cabo
o, por el contrario rechazar determinadas actitudes
forma parte de la experiencia ordinaria. Continuamente se
dan a
conocer
en los medios de comunicación sondeos y encuestas
sobre los más variados temas, algunos de gran trascendencia
política, moral o religiosa, otros de poca importancia referentes a
temas deportivos, de ocio o simplemente de preferencias esta­
cionales sobre algún otro aspecto de la vida social. Mediante
todos estos sondeos y encuestas, se nos sugiere, que podremos
estar "bien informados", acceder a un conocimiento preciso de la
llamada "opinión pública", es decir,
de la realidad social, y auto­
máticamente tendremos ya el criterio
que deberá informar nues­
tro pensamiento y nuestra conducta.
Los resultados de estos
sondeos
son presentados con un lenguaje pretendidamente rigu­
roso: fiabilidad
98%, error ± 4, gráficos, porcentajes, correlacio­
nes, etc. No voy a entrar a analizar el discutible rigor científico de
gran parte de
las encuestas y sondeos que se publican, simple­
mente cuestiono
que mediante estos métodos podamos conocer
exhaustivamente
la realidad y mucbo más que tengamos la
referencia directiva acerca de lo
que tenemos que hacer, pensar
y creer.
Merece, a mi parecer, mayor atención la expresión tan utili­
zada: "opinión pública", expresión ambigua, origen y causa
de
confusión. En primer lugar al calificar determinadas formas de
pensar como "opinión," se nos presentan como objeto de opi-
Verbo, núm. 391-392 (2001), 181-194.
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Fundaci\363n Speiro

JOSÉ MARÍA ALSINA ROCA
nión, es decir como cuestiones discutibles y opinables, temas que
por su propia naturaleza
no lo son o no lo deberían ser. El juicio
esencial
en las cuestiones teóricas de verdadero o falso, y en las
practicas de bueno o malo, o incluso útil o perjudicial es susti­
tuido
por otra consideración de mayor alcance: la mayor o menor
presencia cuantitativa de cada una de las diversas "opiniones" eh
la llamada a la opinión pública.
Son objeto,
con cierta frecuencia, de encuestas de opinión
cuestiones referentes
al dogma y a la moral de la Iglesia católica.
Sus resultados, también frecuentemente, serán utilizados para
constatar
la existencia de corrientes de opinión ajenas a la fe de
la Iglesia, y por tanto, se argumentará que dada su incidencia
real, la autoridad eclesiástica deberá
ser sensible y respetuosa con
este pluralismo.
Lo importante no es la fe de la Iglesia sino los
datos de la encuesta.
De este planteamiento pretendidamente pluralístico ya cono­
cemos las consecuencias.
Se tratará de imponer de forma única y
exclusiva aquellos criterios "progresiStas" si las encuestas nos
dicen que son mayoritarios. No se puede ir contra los criterios de
la mayoría. Pero, si por el contrario, resultase que son mayorita­
rios los criterios o actitudes "retrógradas" se concluirá
que hay
una urgente necesidad en llevar una campaña de educación o de
formación de opinión para erradicar definitivamente de
la socie­
dad de "nuestro tiempo" estos restos e inercias de mentalidades
desfasadas.
Si analizamos el termino "pública" con el que calificamos esta
"opinión", podremos comprobar cómo se completa y amplia la
buscada ambigüedad.
Al calificar de pública no se hace mera­
mente referencia a
una opinión común que por el hecho de serlo
merecería respeto o
en todo caso tendría que ser motivo de refle­
xión, sino que el otorgar a dicha opinión el rango de pública, va
unido a la exigencia de incondicional obediencia.
Asi se reafirma
el principio de "lo mayoritario" como conformador de todas las
opiniones. Asimismo es conocido el equivoco de
la palabra
pública
en el lenguaje actual. Se califica de público aquello que
propiamente deberíamos calificar de estatal. Con una intención
de todos conocida,
por ejemplo, se habla de las Universidades
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POLÍTICA Y OPINIÓN PÜBL/CA
públicas, para referirse a las estatales, en el supuesto que son las
únicas
que tendrían derecho a existir. Desde esta perspectiva es
un contrasentido que una universidad privada pueda dar títulos
que pretenden una validez pública, hay que sospechar intereses
bastardos o corruptelas
en el origen de tal concesión.
De todo ello se deduce que lo que se califica de "opinión
pública" es lo único
que merece carta de ciudadanía y respeto y,
al mismo tiempo, su seguimiento es .garantía de eficacia y validez
en la praxis política dirigida a buscar el bien .de la comunidad. El
bien público así definido se contrapone a los "sospechosos e
inconfesables" intereses privados.
Si cambiamos de perspectiva y nos planteamos qué impor­
tancia tiene el sentir común de la gente en un momento deter­
minado, acerca de cuestiones que afectan a la vida de los miem­
bros de una comunidad política ciudadana, el panorama es muy
distinto. En primer lugar es de notar que frecuentemente autores
que han proclamado la importancia de la opinión pública en la
vida política, sin embargo,
han expresado juicios de desprecio
hacia
las actitudes y mentalidades "populares", como lugar de
prejuicios, irracionalidad e ignorancia, que exigirian una decidi­
da intervención del
poder político, para "ilustrar" aquellas gentes.
y sacarlas
de su penosa situación intelectual. Se da por sobre­
entendido que el poder político, simplemente
por serlo, tiene
ya
la capacidad educadora y representa necesariamente el buen
sentir sobre cualquier cuestión que afecte a vida pública de la
comunidad. Refleja esta mentalidad
no solo el despotismo ilustrado del
siglo
xvrn, que sostuvo abiertamente estos juicios sobre lo popu­
lar, sino también de una manera aún más explícita los pensado­
res y políticos liberales. A modo solo de ejemplo recordemos la
afirmación tantas veces repetida
en la España del siglo XIX: "Hay
que cambiar la naturaleza de los españoles". En nuestros dias
también se ha hecho referencia sarcásticamente a
que como con­
secuencia de una acción de gobierno, España seria irreconocible
por sus propios progenitores. Se trata de lograr algo que, a pesar
de tantos esfuerzos políticos, nunca parece suficientemente
alcanzado: la "modernización" de los españoles.
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JOSÉ MARIA ALSINA ROCA
También los partidos nacionalistas con una terminología aná­
loga se refieren a la opinión pública cuando tratan de la concien­
cia nacional.
Se insiste en la necesidad de crear una verdadera
conciencia nacional, manifestación inequívoca de que es ine­
xistente o por lo menos no suficientemente desarrollada. Con­
ciencia nacional que,
por otra parte, se presenta como la fuente
de las exigencias nacionalistas.
No solo
en el ámbito político hay esta actitud contradictoria
respecto al sentir ordinario y más común. En
el ámbito familiar,
pedagógico y religioso, esto
ha servido para poner en entredicho
sus autoridades naturales, es decir la del padre de familia,
la de
los maestros y la
de los párrocos, para ser sustituida por las de
los psicólogos, pedagogos y teólogos, es decir como lo denomi­
nó el recordado profesor Pablo López Castellote por "la dictadu­
ra -de los expertos".
Ese desprecio al sentir popular, o sentido común va unido a
una labor insistente y perseverante de propaganda
con el fin de
conformar
la opinión común según los criterios de la llamada
opinión pública, a cuya autoridad deberán someterse las opinio­
nes particulares. Esto será posible con la debida utilización de los
medios de comunicación, especialmente
la televisión, a través de
las directrices
que emana del Estado para la organización de los
planes de estudios
de los diferentes niveles educativos y en las
exigencias de "puestas al día" a
que están obligados todos los
docentes. Gran parte de la enseñanza, como
ya hace años hizo notar
magistralmente
D. Riesman en su libro La muchedumbre solita­
ria,
está dirigida a formar personalidades que llamó "radar", es
decir, capaces de atender, entender y saber responder a las seña­
les que recibirán desde el exterior: opinión pública, medios de
comunicación y modas, éstas
son las únicas referencias realmen­
te compulsivas, que nos marcan el camino para conseguir la
ansiada y obligada aceptación social camino obligado para la
consecución del éxito personal y profesional.
Después de estas reflexiones introductorias me parece con­
veniente cambiar de perspectiva metodológica.
Me propongo
realizar breves comentarios a unos textos
de algunos autores
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POLITICA Y OPINH¡N PÚBLICA
decisivos en la historia del pensamiento social que pueden ayu­
darnos a completar la reflexión sobre el tema
de nuestra charla.
La relación de autores y textos seleccionados no tienen carácter
sistemático, ni ha pretendido ser exhaustiva sobre el tema, nos
sirven de apoyo para unas consideraciones sobre el tema que nos
ocupa.
Aristóteles:
El asentimiento de los súbditos
En primer lugar comentaremos unos textos de la Política de
Aristóteles. Es muy frecuente en la argumentación que utiliza el
estagirita, la referencia al sentir
común de la gente, como punto
de partida a sus análisis, especialmente esto es así en sus estu­
dios sobre la sociedad y su organización política. Pero queremos
detenernos
no en una cuestión metodológica, sino en la relación
que debe de existir entre el poder y el sentir mas generalizado
entre los miembros de la comunidad.
Analizando los argumentos
en pro y en contra a la posibili­
dad de intervención popular en distintas funciones de gobierno,
Aristóteles, subraya la importancia
en determinadas artes y oficios
de la experiencia cotidiana del hombre común, no experto en
dichos oficios:
"El elegir bien es misión de los expertos, por ejemplo a un
geómetra corresp::mde a los expertos en geometría y a un piloto
a los expertos en pilotaje Aunque en algunos trabajos y artes par­
ticipan también algunos profanos no lo hacen mejor que los
expertos. De modo que según este razonamiento no deben
hacerse soberano el pueblo ni de la elección de magistrados ni
la rendición de cuentas. Pero, quiZá todo esto no sea correcto, a
causa del argumento de antes, si la masa no está demasiado-envi­
lecida
(pues cada uno será peor juez que los expertos, pero
todos reunidos será mejores o al menos no serán peores) y por­
que en algunas cosas el que las hace no es el único juez ni el
mejor; ese es el caso de aquellos de cuyas obras entienden tam­
bién los que no poseen ese arte. Por ejemplo, apreciar una casa
no es solo propio del. que la ha construido sino que la juzga
mejor
el que la usa, y la usa el dueño, y un pilota juzga mejor de
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]OSE MARIA ALSINA ROCA
un timón que el carpintero y un banquete el invitado y no el
cocinero" (lib. III, cap. 11).
Además, según Aristóteles, este sentir común o mejor dicho
asentimiento es manifestación y consecuencia de
un buen gobier­
no, mientras que los gobiernos tiránicos se
pueden identificar por
el odio y desprecio que generan.
"La realeza es un gobierno con el asentimiento de los súb­
ditos...
Dos SOn las causas por las que se ataca a las tiranías el
odio y el desprecio" ( lib. V, cap. 10).
Los anteriores fragmentos son una pequeña muestra de la
trascendencia que Aristóteles concede al sentir común, que por
otra parte, diferencia nítidamente de la opinión meramente ma­
yoritaria.
Lo primero es una manifestación del carácter prudencial
de la acción pol!tica, y
por tanto de la necesidad en la actividad
política,
no solo del conocimiento teorético de la pol!tica, natu­
raleza, fines, etc., sino también y de una manera más exigente
todavía del conocimiento experiencia!. Esta experiencia es la que
nos permitirá llevar a cabo con garantías de eficacia la actividad
política que responda a las exigencias
de la singularidad y con­
tingencia según tiempos y lugares
en que se desarrolle cada
comunidad. Por el contrario, a juicio de Aristóteles, una pol!tica
que atendiese exclusivamente la real o pretendida mayoría sería
un régimen arbitrario con tendencia a convertirse en tiránico, tira­
nía que sería ejercida por los demagogos, es decir por los con­
formadores y halagadores de la opinión pública.
Spinoza: libertad de pensamiento y formación
de la opinión pública
Pasamos a un segundo autor con una perspectiva totalmente
distinta. Spinoza
en el Tratado teol6gico-polfUco declara en su
dedicatoria inicial como objeto principal de obra la defensa que
la libertad de filosofar afirmando que "no solo se
puede conce­
der sin perjuicio para la piedad y la paz del Estado sino
que no
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POLITICA Y OPINIÓN PÚBLICA
se la pueda abolir sin suprimir con ella la paz del estado incluso
la piedad". Estas palabras
son las que motivar la interpretación
ordinaria del pensamiento político espinozaciano como
un ale­
gato radical
en favor de la libertad de pensamiento en la vida
civil,
como presupuesto necesario para la buena convivencia
social. Sin embargo, esta libertad
de pensamiento no está en con­
tradicción
con las exigiencias derivadas de un ejercicio eficaz del
poder político. Para conseguirlo, según Spinoza, la "suprema
potestad" tiene
que ocuparse no solo de la conducta externa de
los súbditos y las manifestaciones de aquellas opiniones que ten­
gan incidencia en la vida política sino también de sus intencio­
nes y pensamientos, solo
atendiendo también a ellas será posible
gobernar
con seguridad y garantías de eficacia. La dificultad en
conseguirlo no nos puede hacer olvidar que en la conformación
de las "almas" de los súbditos radica la fuerza del poder.
"Si fuera tan fácil mandar sobre las ahnas como sobre las len­
guas, todo el mundo reinaría en seguridad y ningún estado sería
violento,
puesto que todas vivirían según el parecer de los que
mandan· y sólo según su decisión juzgarían qué es verdadero o
falso,
bueno o malo equitativo o inicuo (cap. XX).
"Esto resulta, además con toda claridad del hecho de que la
obediencia no se refiera tanto a la acción externa cuanto a la
interna. De
ahí que quien está mas sometido a otro, es quien
decide. con toda su ahna obedecerle en sus preceptos; y por lo
mismo, quien tiene la máxima autoridad, es aquel que reina
sobre los corazones de los súbditos. Pues si quienes son más
temidos, tuvieran la máxima autoridad, entonces es indudable
que la tendrían los súbditos de los tiranos puesto que éstos son
sumamente temidos de estos. Por otra parte aunque no es posi­
ble
mandar sobre las almas como sobre las lenguas, también las
almas
están de algún modo bajo el mando de la suprema potes­
tad,
ya que ésta puede lograr, de muchas formas que la mayor
parte de los hombres crean, amen, odien, etc., lo que ella desee.
Por eso, aunque esas acciones no son realiz.adas directamente
por orden de la suprema potestad, sin embargo, como, muchas
veces, como lo acredita ampliamente la experiencia, son hechas
por la autoridad de su poder y bajo su dirección, esto es, por su
derecho. Por consiguiente podemos concebir, sin contradicción
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JOSÉ MARÍA ALSINA ROCA
alguna que haya hombres que solo en virtud del derecho del
estado, creen
aman, desprecian y son arrastrado por cualquier
pasión" (cap. XVII).
Intentar prohibir la manifestación de las opiniones no es per­
tinente, ni será eficaz la prohibición, ni
se logrará que estas opi­
niones cambien según la voluntad del poder.
Se trata de algo
mucho más absoluto, que
en nombre de la libertad, conseguir que
haya
un único sentir, el que haya impuesto el poder por los
medios mas variados y eficaces. Declarar la libertad de pensa­
miento es el presupuesto necesario, hay que negar
la existencia de
verdades morales y politicas
que trasciendan la voluntad politica.
De este modo será posible y al mismo tiempo necesario, para
la
paz del Estado, atenerse exclusivamente a los dictados del poder.
La formación de una "opinión pública" coherente con estos pro­
pósitos constituirá una de
las labores esenciales de todo gobierno.
Rousseau: La voluntad genei-al y la opinión pública
Pasamos a un tercer autor que va hacer referencia explícita
a la opinión pública y a su importancia en el gobierno de los
pueblos. En primer lugar, recordemos cómo la voluntad general es el
concepto clave del pensamiento roussoniano y
que ha ejercido
una mayor influencia en la mentalidad política contemporánea.
La voluntad general no es una referencia empírica que se pueda
determinar con claridad,
no coincide necesariamente con la vo­
luntad mayoritaria, ni siquiera con
una hipotética voluntad de
todos,
es un principio moral de carácter abstracto que permite
erigir a la multitud como realidad amorfa como principio ultimo
de la vida política.
"La voluntad general es siempre recta y siempre tiende a la
utilidad pública" (Contrato Social, lib. 2, cap. III).
A pesar este carácter esencialmente abstracto, la referencia a
la voluntad general, o, ya en términos más asequibles, a la volun­
tad popular, permite exigir a todos los miembros de la comuni-
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POLÍTICA Y OPINIÓN PÚBLICA
dad un asentimiento total a la voluntad general, dado su carácter
de esencial rectitud y de infalibilidad al mismo tiempo.
Al mismo
tiempo se
pueden cuestionar todo tipo de politicas acusándolas
de
no responder a las exigencias de la voluntad popular. Todo
ello
no es obstáculo para Rousseau para justificar la necesidad de
acudir al "legislador" para que oriente a
la multitud "no ilustrada"
en la expresión de su juicio politico. El carácter "multitudinario"
de la política y la necesidad de
que sea orientada es, como ha
señalado Talmon, lo que legitima una acción política radical­
mente revolucionaria y totalitaria.
"¿Cómo una multitud ciega, que con frecuencia no sabe lo
que quiere porque raramente sabe lo que es bueno para ella, eje­
cutaría
por sí misma una empresa tan grande, tan dificil como un
sistema de legislación? La voluntad es siempre recta pero el jui­
cio que la guía no siempre es esclarecido. Hay que hacerle ver
los objetos tal cual son... todos tiene iguahnente necesidad de
guías: hay que obligar a unos a conformar sus voluntades a su
razón; hay que enseñar al otro a reconocer lo que quiere" (lib. 11,
cap. VII).
Las referencias empiricas a la opinión pública no abundan en
el Contrato Social, pero cuando aparecen tienen sobre todo el
valor de poder reafirmar, bajo la apariencia de consideraciones
mas realistas de carácter sociológico, el principio multitudinario
que debe regir la vida política. Ocuparse de la "opinión pública"
será tarea esencial del verdadero político.
Tratando los diversos tipos de leyes Rousseau afirma:
"A esas tres clases ( de leyes ) se une una cuarta, la más
importante de todas; que no se graba ni sobre mármol ni sobre
el bronce, sino en los corazones de los ciudadanos; que forma la
verdadera constitución del estado; que adquiere todos los días
nuevas fuerzas;
que cuando las demás leyes envejecen o se extin­
guen, las reanima o
las suple, conserva un pueblo en el espíritu
de su institución y sustituye insensiblemente la fuerza del hábito
por
la de la autoridad. Hablo de las costumbres, de los usos, y
sobre todo
de la opinión, parte desconocida de nuestros políti­
cos, pero
de la que depei:tde el éxito de todas las demás: parte
de la que el gran legislador se ocupa en secreto, mientras que
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parece limitarse a los reglamentos particulares que no son más
que la bóveda de la cual las costumbres, más lentas en nacer for­
man en última instancia la inquebrantable clave" (lib. 11, cap. XII).
Siguiendo este mismo principio sobre el carácter conforma­
dor de la opinión pública, Rousseau la pone como fundamento
de los juicios de aprobación o censura de las costumbres y otras
formas
de la vida social. Es el nuevo principio de moralidad
pública y privada.
"Así como la declaración de la voluntad general se hace por
ley, la declaración de juicio público se hace por la censura; la
opinión pública es la espe:eie de ley Q.e la que el censor es el
ministro, y que él no hace mas que aplicar a los casos particula­
res a ejemplo del príncipe.
Así pues, lejos de ser el tribunal censorial el árbitro de la opi­
nión del pueblo, no es más que su declarador, y tan pronto como
se aparta· de ella, sus decisiones son vanas y sin efecto.
Es inútil distinguir las costumbres de una nación de los obje­
tos
de su estima: porque todo esto afecta al mismo principio y se
confunde necesariamente con él. En todos los pueblos del
mundo no es la naturaleza, sino la opinión la que decide la elec­
ción de sus placeres. Corregid las opiniones de los hombres y sus
costumbres se depurarán por sí mismas ...
Las opiniones de un pueblo nacen de su constitución; aun­
que la ley no regule las costumbres, es la legislación las que las
hace nacer; cuando la legislación se debilita, las costumbres
degeneran; pero entonces el juicio de los censores no hará lo que
no haya hecho la fuerza de las leyes" (lib. IV, cap. VII).
Tocqueville, el despotismo de la opinión pública
Finalmente Tocqueville, uno de los primeros autores que,
gracias a su aguda capacidad de observación de la realidad
social,
supo captar las tendencias sociales especificas de los regí­
menes democráticos. No realiza
un análisis ideológico, ni discu­
te
el régimen liberal, afinna sin titubeos que en los pueblos del
mundo occidental se generalizará el régimen democrático, es
decir un régimen político derivado de las condiciones sociales de
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POL!TICA Y OPINIÓN PÚBLICA
mayor igualdad y da por cancelada la época de los regímenes
basados
en el orden estamental y aristocrático. Ante esta nueva
realidad politica solo expresa reiteradamente
una preocupación
¿cómo será posible garantizar la libertad
en la nueva situación?
Podría parecer una pregunta ociosa. ¿No han surgido los nuevos
regímenes politicos como consecuencia de
un deseo de mayor
libertad? Pero Tocqueville
no se tranquiliza con las declaraciones
retóricas, sino que contempla la realidad, y ésta desmiente aque­
llas declaraciones. Un nuevo despotismo
es el que se está for­
jando, con nuevas formas, quizás más suaves, pero
por ello
mismo con mayor capacidad de penetración
en la mentalidad y
en la vida de los hombres. Este nuevo despotismo, propio y
exclusivo de la sociedad democrática utilizará la opinión pública
como
el medio más eficaz para el establecimiento del gobierno
absoluto.
"Cadenas y verdugos, esos eran los instrumentos groseros
que antaño empleaba la tiranía, pero en nuestros días la civili­
zación ha perfeccionado hasta el mismo despotismo que, sin
embargo, no parecía tenía nada que aprender.
Los príncipes habían, por así decir, materializado la violen­
cia;
las repúblicas democráticas de nuestros días la han hecho tan
intelectual como la voluntad humana que quieren reducir. Bajo
el gobierno absoluto de uno solo, el despotismo, para llegar al
alma, golpeaba vigorosamente el cuerpo, y el alma, escapando a
sus golpes, se elevaba gloriosa por encima de él Pero en las
repúblicas democráticas no es así como procede la tiranía deja el
cuerpo y va derecha al alma. El amo ya no dice: •Pensad como
yo o moriréis,,, Dice: -Sois libres de no pensar como yo• vuestra
vida, vuestros bienes, todo lo conservaréis, pero a partir de este
día sois un extraño entre nosotros. Consetvaréis vuestros privile­
gios
en la ciudad, pero os serán inútiles porque si queréis el vOto
de vuestros conciudadanos, no os lo concederán y si no queréis
más que su estima, fingirán incluso negárosla. Permaneceréis
entre los hombres, pero peideréis vuestros derechos de humani­
dad. Cuando os acerquéis a vuestros semejantes, huirán de voso­
tros como de seres impuros e incluso aquellos que crean en
vuestra inocencia os abandonarán, pues se huiría de ellos a su
vez. Id en paz, os dejo la vida, pero la que os dejo es peor que
la muerte"
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/OSE MARÍA ALSINA ROCA
( ... )
Parece que si el desJX)tismo llegase a_ establecerse en las
naciones democráticas de nuestros días tendria otros caracteres:
sería
más extenso y más suave y degradada a los hombres sin
atormentarlos.
Pienso que la especie de qpresión que amenaza a los pue­
blos democráticos no se parecerá a nada de lo que la ha prece­
dido en el mundo. Nuestros contemporáneos no podrían encon­
trar la imagen de ella en sus recuerdos. En vano busco en nú
mismo una expresión que reproduzca exactamente y encierre la
idea que me he formado de ella. (•La cosa sobre la que intento
hablar es nueva y los hombres no han creado la expresión que
debe describirla.•) Las antiguas palabras de despotismo y de tira­
nía no le convienen. La cosa es nueva, hay que tratar de definir­
la puesto que no puedo darle un nombre".
"Este despotismo
va unido a la pérdida de sentido y de inte­
rés por la vida de la comunidad, el absentismo político generado
por la desconfianza en los políticos viene reforzada por un indi­
vidualismo generalizado.
La realización del bien común queda en
manos exclusiva del estado, no hay otras instancias sociales que
se preocupen de ello, y el individuo queda absorbido por sus
exclusivos intereses particulares,
(. .. )
Si quiero imaginar bajo qué rasgos nuevos podría producir­
se el despotismo en el mundo, veo una multitud innumerable de
hombres semejantes e iguales que giran sin descanso sobre sí
mismos para procurarse pequeños y vulgares placeres con los
que llenan su alma. Cada uno de ellos, retirado aparte, es extra­
ño al destino de todos los demás. Sus hijos y sus amigos parti­
culares forman para él toda la especie humana. En cuanto al resto
de sus conciudadanos, están a su lado, pero no lo ve; los toca,
pero no los siente, no existe más que en sí mismo y para sí
mismo, y si todavía le queda una familia, se puede al menos decir
que no tiene patria" (La democracia en América 2, cuarta parte,
cap. VI).
Con esta reflexiones Tocqueville se anticipa en más de un
siglo con la descripción de lo que será el estado del bienestar. Un
poder político que garantiza a los ciudadanos el presente y el
futuro, cualquier incidencia extraordinaria está ya teóricamente
prevista para
que no afecte excesivamente al bienestar alcanza-
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POLITICA Y OPINIÓN PÚBLICA
do, pero mientras tanto se extiende la pérdida del sentido e inte­
rés
por la política de la comunidad, los índices de absentismo
electoral
son crecientes, la indiferencia por cualquier tipo de polí­
tica se generaliza. Esta despreocupación
por la vida comunitaria
en amplios sectores de la población, aún es más acusada cuando
hace referencia al futuro, el inmediatismo parece ser el único
horizonte vital. Este individualismo radical incluso
penetra en el
ámbito de la vida familiar dando lugar al problema más impor­
tante
que tiene planteado todo occidente: la supervivencia de las
sociedades occidentales como consecuencia del descenso radical
de las tasas de fecundidad.
La negación del futuro y la ausencia
de perspectivas comunitarias
ha llegado a cuestionar a la familia
como las más elemental y natural institución de la vida social...
"Por encima de ellos se alza un poder inmenso y tutelar que
se encarga por sí solo de asegurar sus goces y de vigilar su suer­
te. Es absoluto, minl.lcioso, regular, previsor y benigno. Se pare­
cería al poder paterno si, como él, tuviese por objeto preparar a
los hombres para la edad viril, pero, al contrario, no intenta más
que fijarlos irrevocablemente en la infancia. Quiere que los ciu­
dadanos gocen con tal de que sólo piensen en gozar. Trabaja con
gusto para su felicidad, pero quiere ser su único agente y solo
árbitro;
se ocupa de su seguridad, prevé y asegura sus necesida­
des, facilita sus placeres, dirige sus principales asuntos, gobierna
su industria, regula sus sucesiones, divide sus herencias, ¿no
puede quitarles por entero la dificultad de pensar y la pena de
vivir?
Es así cómo cada vez hace-menos útil y más raro el empleo
de libre arbitrio, cómo encierra la acción de la voluntad en un
espacio menor y cómo poco a poco arranca a c~da ciudadano
hasta el uso de sí mismo. La igualdad ha preparado a los hom­
bres a todas esas cosas, les ha dispuesto a sufrirlas y a menudo
incluso a considerarlas beneficiosas.
Tras
haber tomado así por turno a cada ciudadano en sus
poderosas manos y haberle modelado a su modo_, el soberano
extiende sus brazos sobre la sociedad entera y cubre su superfi.­
cie
con un enjambre de pequeñas reglas complicadas, minucio­
sas y uniformes, a través de las cuales las mentes más originales
y las almas más vigorosas no pueden abrirse paso para sobrepa­
sar la multitud. No destruye las voluntades, sino que las ablanda,
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JOSJ! MARIA ALSINA ROCA
las doblega y las dirige. Raramente fuerza a obrar, pero se opone
constantemente a que se actúe. No destruye, pero impide hacer.
No tiraniZa, pero molesta, reprime, debilita, extingue, embrutece
y
reduce en fin cada nación a no ser más que un rebaño de ani­
males tímidos e industriosos cuyo pastor es el gobierno.
Siempre he creído que esa especie de servidumbre ordena­
da, dulce y pacifica que acabo de describir podría combinarse
mejor de lo que se imagina con algunas de las formas exteriores
de la libertad y que no le sería imposible establecerse a la som­
bra misma de la soberania del pueblo" (cap. VII).
Consideraciones finales
A través de los textos anteriores hemos podido constatar
la
necesidad de precisar qué queremos decir cuando nos referimos
a la opinión publica.
Se puede hacer referencia al sentir más
general y
al mismo tiempo mas arraigado en la conciencia de un
pueblo que en determinadas circunstancias aflora en la vida
publica para asombro
y perplejidad de muchos. También en
ámbitos sociales más reducidos a determinadas actitudes y crite­
rios mayoritarios,
que por serlo tendrán que ser atendidos como
manifestación de una experiencia generalizada. Normalmente
no
nos referimos a estas realidades cuando se trata del tema de la
opinión publica. Desde otra perspectiva totalmente distinta es un
principio abstracto semejante al de la voluntad general rousonia­
na, según le cual la multitud
es el principio regulador y último
referente de la vida poHtica.
En realidad es un instrumento del
poder político para legitimar aquella medidas poHticas frecuente­
mente
más discutibles o incluso rechazables. Así estamos viendo
justificar
en muchos países occidentales toda una serie de medi­
das legislativas desintegradoras de
la familia y contrarias al res­
peto a
la vida presentándolas como exigencias de la opinión
publica.
Al servicio de esta opinión pública acostumbran a estar
los medios de comunicación más poderosos, siempre cercanos
al
poder poHtico que sabrá recompensar debidamente los "servi­
cios" políticos así realizados. Esta simbiosis entre
poder poHtico
y medios de comunicación
es la que hace posible el nuevo des­
potismo democrático denunciado
por Tocqueville.
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